Mesón “El jardín de sevli”

Neil estuvo a favor tanto de poner el anuncio en los torreones como de preguntarle a Jack y automáticamente se puso a diseñar mentalmente un cartel hecho con cera de colores que gracias a su dominio y a algunos hechizos anclados permitiera que el brujo recibiera una alerta o que le permitiera contactar con quien lo tocara, aunque seguramente lo más sencillo sería indicar en el cartel que se dirigieran al mesón directamente.

-Mañana mismo le pregunto a Jack y luego por la tarde puedo traeros la lista de nombres que me dé y podemos empezar con la búsqueda -dijo el aurva mucho más animado de lo que había estado cuando había entrado por la puerta ese día.

Eara dio las gracias mirando primero a uno y luego al otro, agradecida por el entusiasmo de la pareja más joven y la presteza con la que se iban a poner en marcha, incluso si no había ninguna prisa. Ayne y ella, al fin y al cabo, tendrían que abrir el mesón de nuevo al día siguiente, como si nada hubiese pasado.

Invitaron a quedarse a cenar a Neil y Adru, explicándoles que había mucha comida almacenada en la cocina. La conversación continuó durante un buen rato más, y aunque Eara tampoco se encontraba bien, mientras estaban allí sus amigos la forzaban a sentirse un poco más fuerte. Ayne, sin embargo, continuó prácticamente en silencio toda la cena, hasta el punto que una vez se despidieron de Adru y Neil, Eara le cortó el paso cuando intentó subir las escaleras para escabullirse al piso de arriba antes que ella.
—¿Necesitas algo? —preguntó él, desconcertado.
—Hablar.
—Llevamos hablando toda la tarde.
Eara negó con la cabeza.
—No de eso. Quiero decir… Me preocupa verte así.
El anima no la dejó continuar. La miraba con extrañeza.
—No te entiendo. Debería ser lo normal, ¿no? ¿Cómo podéis estar vosotros tan tranquilos? Lo habéis perdido todo igual que yo.
Eara no respondió de inmediato. Antes de pensarlo fríamente, ya sabía de forma inconsciente que eso no era tan cierto en su caso. ¿Qué había sido su vida en Sinhdro sino ser destinada de un lugar a otro, sin decidir ni un solo paso por su propia cuenta?
—No lo hemos perdido todo, hemos perdido una parte. —Ella ya había tomado la decisión cuando se le ofreció volver a Sinhdro, por tanto tenía claro que Rocavarancolia era su hogar y sus amigos la familia que ella misma había escogido. De lo que empezaba a darse cuenta es de que, en el caso de Ayne, la decisión había sido más impuesta por la Luna Roja que suya. En aquella ciudad, al parecer, sus papeles se habían invertido respecto a Sinhdro, y no se había dado cuenta de aquello hasta aquel momento.
—Pero es una parte demasiado grande, Eara, ahora mismo no puedo pensar en otra cosa. ¿Cuántas melodías no vas a volver a escuchar? ¿Cuántos libros no vas a poder leer? O probar comidas, o visitar lugares, o… —Hizo una pausa. Aquello ni siquiera era lo más importante—. No soy capaz de vivir sin saber si mi familia está bien, ni sabiendo que mientras pude verla no quise hacerlo por… no lo sé, por imbécil.
Eara le puso una mano en el hombro y lo guió de nuevo hacia la barra, donde le sirvió otro poco de té, aunque ya se había enfriado.
—Ellos van a vivir sus vidas, como hasta ahora, y van a estar bien. A mí me consuela pensar que habría sido mucho peor quedarse encerrada dentro del portal, después de haber conocido todo esto —le dijo después de un momento.
El anima la miró desconcertado una vez más, y giró la taza entre los dedos.
—¿Cómo puedes estar tan segura? Si hubiese tenido el poder de decidir dónde quedarme me habría costado llegar a esa conclusión. ¿Qué tiene de bueno Rocavarancolia para ti? Ni siquiera te acepta todo el mundo.
—Allí nada fue nunca mío —admitió tras pensarlo durante un momento—. Todo me fue impuesto: los tutores, la familia, mi profesión…
—Y aquí aceptas sin rechistar las decisiones que toma el consejo. ¿Acaso es muy diferente?
Eara calló. Al anima no le faltaba razón, y además la libertad que ella tenía en Rocavarancolia dependía de otras personas. Pero, al menos, esta vez las había elegido ella. Y había elegido la dirección que tomaría su vida y estaba avanzado por ese camino con paso firme.
—Lo sé, pero aunque esa parte no haya cambiado demasiado, sabes a qué me refiero. Yo ya lo perdí todo dos veces, Ayne. Lo poco que tenía. Creo que perder lo que hemos conseguido aquí sería mucho peor. ¿Acaso preferirías quedarte encerrado en Sinhdro, viviendo escondido para siempre?
—¡Claro que no! Pero me molesta pensarlo. No quería que cambiase la manera en que vivíamos. ¿Por qué no podemos tenerlo todo, como el resto? ¿Por qué ha tenido que ser Sinhdro?
Eara se dio cuenta de que el anima se estaba comportando como un niño. Por otro lado, era lo que eran, con la diferencia de que a ella la habían hecho madurar mucho antes.
»No me puedo creer que fueses tú la que no quería renunciar a la cultura sinhadre —añadió Ayne, recordando las discusiones que habían tenido inicialmente cuando él había empezado a aceptar lo que era—. Cuesta creer lo que has cambiado. Lo que te ha cambiado esta ciudad.
No era un reproche. Si acaso, la amargura de su voz se debía a su propia inhabilidad para cambiar por completo.
—No la estoy rechazando, solo tratando de aceptar algo que no podemos cambiar —se defendió ella.
—No, claro que no; quieres montar un monumento a Sinhdro —ironizó él. Su voz sonaba cansada—. ¿De verdad crees que vale la pena esforzarse? No va a ser más que una imitación burda. Para ser así, sería mejor no volver a pensar en Sinhdro nunca más.  A lo mejor borrárnoslo de la cabeza con magia o algo así.
—No digas tonterías. Si tanto te importa deberías atesorar los recuerdos que nos quedan, o te acabarías arrepintiendo de hacerlos desaparecer. No vamos a sentirnos mejor pronto, pero el tiempo lo mejora todo. Lo sé.
Aunque Eara apoyó su mano sobre la de Ayne para transmitirle fuerza, su tono no era el más convincente. Él no respondió, pero su postura corporal mostró que se rendía. Por mucho que continuasen hablando, volverían sobre las mismas cosas una y otra vez. Al menos estaba seguro de aquello último: necesitaba tiempo más que ninguna otra cosa.

Tras el cierre de Sinhdro, tanto Eara como Ayne se encerraron considerablemente en su trabajo. Ya estaban bastante ocupados antes, pero a medida que el mesón se daba a conocer y aumentaba la demanda decidieron abrir más horas y días, hasta un punto en que el agotamiento empezaba a ser difícil de llevar para ambos. Ayne apenas encontraba tiempo para ir a los mundos vinculados, por lo que su aspecto se veía más demacrado que de normal; aparte del cansancio, su piel era demasiado transparente, lo que a él le incomodaba bastante.

Anímicamente, el anima era quien peor estaba de los dos, tal vez porque Eara estaba más que acostumbrada a reprimir sus sentimientos, pero también por todas las razones que le había dado el día que su mundo desapareció. «No desapareció» se tenía que recordar Ayne a menudo. Su familia estaba bien, sus amigos también. Solo vivirían para siempre creyendo que él y "su aurva" habían muerto en circunstancias misteriosas, con todos los sentimientos amargos que aquello les iba a provocar por el resto de sus días.

Eara había dicho que el tiempo aliviaría el dolor, y era verdad, pero por el momento solamente significaba que no estaba pensando en Sinhdro todo el tiempo. Podía darle las gracias al trabajo por eso. Ella, por su lado, se volcó también en mejorar las recetas e intentar que nadie se marchase de allí insatisfecho. Solamente estaba llegando un punto en el que quedaba claro que ellos dos no eran suficientes para llevar el negocio.

—Bueno, llegó la hora de pedir ayuda. Que sea lo que tenga que ser —dijo el anima, sacando varios papeles de un sobre que habían recibido aquella mañana; venía directo de la imprenta.
—No seas dramático, no creo que sea tan difícil encontrar a alguien apropiado —le respondió Eara con una sonrisa, cogiendo uno de los papeles de entre sus manos. En la entrada, en el corcho donde solían poner la tabla de precios y los menús, lo clavó con un par de alfileres, asegurándose de que quedase bien estirado.

En el papel ponía:

MESÓN “EL JARDÍN DE SEVLI” BUSCA EMPLEADOS

Disponibilidad para dos puestos:
-Cocinero
-Camarero
Consulta horarios y condiciones con los dueños.
Negocio situado al Sur, cerca de los Jardines de la Memoria.

En letra más pequeña explicaba cómo llegar, el tipo de local que era y la comida que se solía preparar. Los demás papeles irían a parar a los tablones de anuncios de los refugios, la taberna y otros lugares de interés de la ciudad.

Neil entró al mesón con una amplia sonrisa y cuatro cajas levitando tras él. Las colmenas de la plantación por fin habían dado una remesa de miel de cantidad, calidad y variedad suficiente como para que el aurva quisiera empezar a experimentar con ellas en distintas preparaciones y recetas, por lo que les había pedido a Ayne y Eara que le dejaran las cocinas del mesón, mucho más grandes y preparadas que la de la sede, y había convocado ahí a Eitne, Nime y Adru para usarlos de conejillos de indias para sus nuevas preparaciones. Además, había pasado por el mercado para abastecerse de un montón de ingredientes que iba a necesitar, incluso algunos que nunca había usado y se moría por probar.

-¡Hola! -saludó alegremente a los otros dos sinhadres-. Os he traído un bote de cada variedad de miel para vosotros. ¿Dónde queréis que os los deje?

El gamusino saltaba literalmente de felicidad (y a unas alturas imposibles para la mayoría de personas, transformadas o no) dejando alguna que otra remanencia tras de sí mientras se dirigían hacia el lugar donde iban a llevar a cabo el mejor plan que podría ocurrírsele a nadie jamás según su criterio. Ya sabía que Neil era un genio, pero el que fuesen a poder probar tantos dulces en compañía no solo de Nime y Eitne, sino también de Eara y Ayne, era simplemente la mejor idea para pasar cualquier tarde. Lo único que podría mejorarla es que estuviesen todos sus amigos en lugar de solo ellos cuatro, pero sabía que tenían sus responsabilidades. Ella misma acababa de salir de su entrenamiento en el cuartel, con mucha emoción porque cabía la posibilidad de que pronto la asignasen a la unidad que quería.

Su poca atención y porque lo que le interesaba estaba dentro le hicieron pasar por alto el cartel, aunque de todos modos sabía que buscaban personal porque había visto sus anuncios en la Sede, por lo que se preguntó si habría alguien más allí, anticipándose a la idea de poder conocer a alguien nuevo. No parecía ser el caso, pero saludó efusivamente a la otra pareja sinhadre igual.

—¡¡Hola!! Neil trae de todo, va a ser una duuulce tarde —guiñó un ojo a los pequeños tras el “chiste”—. ¿Ya habéis encontrado a alguien para cubrir los puestos? —se interesó—. Lamentablemente yo no estoy disponible —bromeó: ya sabía perfectamente que sería un desastre en aquel tipo de empleo por mucho que le gustase intentar “ayudar” a Neil a cocinar—. Pero a lo mejor, si me dejan, puedo llevaros a dar una vuelta en dragón pronto en compensación por prestarnos vuestra cocina —añadió con los brazos en jarras y con una expresión que intentaba ser misteriosa.

En realidad se moría de ganas de seguir hablando de los dragones, pero tampoco le importaba hablar de cualquier cosa y estaba aprendiendo que a veces podía resultar demasiado cargante para los demás cuando se emocionaba en exceso.

Había cosas a las que uno no se podía negar y ese día les habían invitado al mejor tipo de plan posible: un plan con comida. ¡En el mesón! Eara y Ayne parecían simpáticos (sobre todo ella, la verdad, porque a Ayne daba miedo mirarle a los ojos) y con Neil en la cocina, aquello solo podía salir para chuparse los dedos. El niño cerraba la comisiva intentando alcanzar no ya a Adru, que era imposible, sino a sus remanencias para chocar los cinco con ellas antes de que se desvaneciesen.

—¡Quien choque la mano con más Adrus gana! —había retado a Nime, aún a sabiendas de que perdería contra ella. Y había seguido todo el camino utilizando su voz mágica como si anunciara cosas de televisión (aunque jamás había visto publicidad ninguna y prácticamente solo conocía la tele de oídas), Guille le había explicado cómo hacerlo y qué tenía que decir para vender productos, pero por precaución, mientras iban por la calle solo permitía que le escuchasen sus amigos—. ¡Miel rica! ¡Con muchas propiedades! ¡Es de abeja y brilla mucho y no caduca! ¡Tutututúuuu! —Básicamente imitaba lo que se podía oír en el mercado y ruidos de trompeta.

Una vez entró al mesón, guardó un poco mejor los modales. Dejó de correr, se irguió un poco y metió las manos en el marsupio de la sudadera que llevaba puesta, una prenda negra con dibujos de flores. El niño estaba creciendo rápido y la ropa que solía usar hacía tiempo que ya no le quedaba bien.

—¡Hola, buenos días! —saludaría con sus cascabelillos y un gesto agradable con la mano. Dejó que los sinhadres dijesen las cosas importantes y se quedó cerca de Nime. Tan solo habló de nuevo para decir—: Adru, ¿nosotros también podremos subir en el dragón? — y lo hizo con su mejor cara de cordero degollado.

En aquel día de descanso se iba a hacer algo diferente en el mesón. Con las puertas cerradas, sería Neil quien iba a cocinar, un favor que les habían pedido porque los refugios eran un poco incómodos. No solo no tenían ninguna razón para negarse, sino que era una excusa excelente para ver a sus amigos, ahora que solían andar siempre ocupados. Dos de los más jóvenes de su criba vendrían con ellos, pero eso no era ningún inconveniente, y entendían que no podían dejarlos solos.

Cuando llegaron, todos fueron entrando y saludando, y los sinhadres les devolvieron los saludos con una gran sonrisa.
—¡Muchísimas gracias, Neil! No tenías por qué —le dijo Eara cuando les ofreció botes de su miel—. Ya los guardo yo en la cocina.
—Tiene muy buen color la miel. Muchísimas gracias —dijo también el anima.

Adru, por su parte, entró como un torbellino, aunque los niños no se quedaban atrás. Ambos venían corriendo tras el gamusino, un poco rezagados, y dándole toquecitos a las remanencias que este había ido dejando por el camino sin parar de parlotear.
—¿Seguro que a esa le has dado, Eitne? —se oyó preguntar a la niña desde dentro.
Cuando Nime alcanzó la puerta, sin embargo, adquirió una actitud un poco más formal. No tenía tanta confianza con aquellos dos, y el tipo alto le daba un poco de respeto. Respeto y curiosidad. No podía dejar de mirarle la calavera a través de la piel. Tras saludar, se quedó al lado de Eitne, esperando a que les dijesen dónde acomodarse.

Los sinhadres no pudieron evitar reír al ver que no le podían ni seguir el rimo al gamusino con sus comentarios y preguntas.
—Hace poco que hemos puesto los anuncios así que de momento no ha venido nadie —le respondió Ayne—. Y aunque no me importaría subirme en un dragón no sé si al ejército le parecerá tan buena idea.
Al bromear sobre aquello también miró al niño daeliciano, que parecía haberse tomado en serio el ofrecimiento de Adru.
—A mí creo que me daría pavor acercarme a uno —agregó Eara con una sonrisa, que luego dirigió a ambos niños—. No os cortéis, pasad vosotros también. Podéis sentaros, hemos preparado una mesa.
Eara señaló hacia el interior del mesón, donde solamente una mesa tenía cubiertos y bebidas, y el número exacto de sillas para los presentes.
—¡Vale! —exclamó Nime, que se puso en marcha enseguida—. Pero los dragones no dan miedo, molan mucho, ¿sabes? Y están domados, así que no son taan peligrosos —le explicó a Eara a medida que esta la guiaba hacia la mesa. Solo echó la mirada atrás para asegurarse de que Eitne también venía.

Neil sonrió ante las payasadas de Adru, Eitne y Nime y se regodeó un poco en los comentarios positivos que todos hicieron sobre sus mieles. Estaba muy orgulloso de esta remesa y quería que todo el mundo pudiera probarla y disfrutarla.

-Yo creo que cederé mi sitio a otro -comentó alegremente cuando su edeel sugirió un viaje en dragón-. No soy muy bueno con las alturas.

Con cuidado, Neil dejó las cajas en el suelo por el momento y comenzó a sacar de una una hogaza de pan todavía calentito y un bote de cristal.

-He hecho este pan esta mañana para acompañar mi primer experimento -comenzó a explicar mientras cortaba rebanadas en la mesa que Eara había señalado-. Esto son ajos confitados en miel -dijo señalando el bote de cristal-. Quedan muy ricos en ensaladas, pero hoy quiero que los probemos untados en pan.

Con rapidez, el brujo untó algunos dientes de ajo en las rebanadas cortadas y las fue repartiendo por los platos.

-Espero que os guste. Tenéis más pan y ajos si queréis repetir -indicó mientras volvía a levitar sus cajas y se giraba hacia Eara-. ¿Puedo pasar a la cocina?

Una vez la aurva le dio permiso, Neil se trasladó rápidamente a las cocinas del mesón y comenzó a poner fuegos en funcionamiento mientras vaciaba las cajas. El sinhadre tenía planeadas un montón de delicias para aquel día.

Se giró hacia Eitne ante su pregunta, sonriendo ampliamente y mostrando mucho los dientes. No hacía ninguna falta la carita que le estaba poniendo.
—¡Por supuesto! Bueno, a ver… En realidad aún no sé si puedo llevar a nadie —Se rascó la cabeza y compuso una expresión de “ups”—. Ayne está en lo cierto y nadie de fuera de los Ejércitos puede entrar a los cuarteles, pero a lo mejor en Nueva… Nueva Kara… ¿Cómo se llama, Neil? El mundo donde crían a los dragones —. El gamusino confiaba en la mucho mejor memoria de su aurva, a quien le contaba todo lo que hacían en los entrenamientos y de cualquier chisme que se enterase allí—. A lo mejor allí sí que puedo. ¡Lo averiguaré! Y es verdad que no hay que tener miedo: de todas formas no va a poder ser pronto porque primero tengo que aprender yo a ser buen jinete y todo eso…

Probablemente había hablado demasiado pronto de todo aquello, pero no podía evitarlo: la idea de por fin poder empezar a volar a lomos de un dragón le tenía en un estado de anticipación y expectación absolutas. En cualquier caso, estaban allí por los dulces de Niel y, aunque lo primero que les dio no era exactamente lo que esperaba, ni se le pasaría por la cabeza no comérselo de inmediato. Además no es que no le gustase el ajo precisamente, no había muchas cosas que no le gustasen aunque sus preferencias estuviesen claras.

—Efto está delicioso, Neil —dijo mientras probaba el primer trozo de pan con ajo untado en miel—. Voy a coger… uno más… —dijo mientras estiraba el brazo para hacer lo propio—. Solo uno: no quiero llenarme antes de tiempo —se autoconvenció.
En realidad tenía estómago para mucho rato, pero siempre le habían regañado por pasarse con la cantidad de comida. Era verdad también que alguna que otra vez había sufrido las consecuencias del empacho por no controlar.

Solo Nime escucharía a Eitne rechistar ante la duda de si le había dado a la remanencia, incluso si la propia bestia del crepúsculo no lo tenía claro. Luego se centró en las conversaciones que se iban dando y se mantuvo con expresión de inmensa alegría ante las menciones a los dragones. Mientras tanto, caminó tranquilamente hacia la mesa tras la libense.

—Seguro que los puedo afinidar para que se porten bien —dijo con cierto orgullo a Eara, mientras tomaba asiento. La realidad era que 1) sabía que la palabra afinidar estaba mal y, sobre todo, 2) algo en lo profundo le decía que su afinidad animal no serviría de nada con semejantes bestias. Luego asintió con vehemencia a Nime y, a la vez, se quedó más tranquilo: si estaban domados no supondría ningún problema, o eso era lo que él pensaba. Y aprovechó el desliz de Adru para soltar uno de sus chistes malos—. ¡Nueva Caramba!

Acto seguido comenzó la cata de Neil y el niño se quedó ensimismado mirando al brujo y escuchando su explicación. Solo la mención de los ajos con miel ya le dio curiosidad, pero cuando sacó uno de los dientes y vio cómo pasaba del sólido a una especie de crema para untar se quedó alucinado. Tendió la mano para coger su rebanada calentita y con el primer bocado se le iluminó la cara. El ajo sabía muy fuerte, pero la confitura ayudaba y además hacía ya tiempo que su sentido del gusto se había alejado de Daelicia.

—¡Me encanta! —dijo mientras se la acababa de tres bocados prácticamente.

Inspirado por Adru, decidió coger otra rebanada y, en esta ocasión, él mismo pescó el ajo del tarro y lo extendió por el pan casero. Quiso hacer una competición de ver quién comía más, pero le preocupó que se enfadaran sus anfitriones, así que únicamente levantó los pulgares a Neil antes de que se fuera y siguió comiendo. Tal vez más tarde...

Los niños estaban seguros de que los dragones no serían peligrosos, y Eara no se veía capaz de llevarles la contraria aunque sus argumentos no pudieran convencerla. Por ejemplo, no sabía qué quería decir el daeliciano con afinidar al dragón, pero podía hacerse a la idea de que era algún tipo de habilidad.
—Tal vez —le respondió—. Pero lo más importante es hacerle caso a Adru en todo si alguna vez llega a poder llevaros con los dragones.
Le dedicó una sonrisa al gamusino, cuya explicación había dejado claro que aún faltaba mucho para poder intentar cumplir aquella propuesta y, como había dicho Ayne, podría no llegar a ser posible.
—Bueno, yo pienso ir a verlos al cuartel cuando me aliste en el ejército —dejó caer Nime mientras tomaba asiento, con una sonrisa orgullosa. Tras escuchar la broma de Eitne intervino de nuevo, sin darle tiempo a Neil a responder—. Es Nueva Queramba —aseguró.

Ayne no estaba acostumbrado a verse rodeado de un ambiente tan hogareño. No solo hacía meses que prácticamente lo único que hacían era trabajar, sino que probablemente no tenía trato con niños desde que había visto a su hermano menor por última vez. Pensar en él le provocó una punzada de melancolía en el estómago, por lo que intentó apartar Sinhdro y a su familia de su mente rápidamente. Era fácil: Neil ya estaba sirviendo la primera receta que traía preparada de casa, y pintaba interesante. Ni Eara ni Ayne había probado nada así antes. El anima tomó asiento en la mesa y cogió uno de los platos, ladeando ligeramente la cabeza con el primer bocado, pero asintiendo cuando paladeó un poco más. Era una combinación atípica, pero le había gustado.
—Está muy bueno, Neil. ¿En qué te has inspirado para este plato? ¿O era típico de tu zona?

Cuando el brujo terminó de preparar tostadas Eara lo acompañó a la cocina, de paso que se dirigía al almacén para guardar la miel. Por el camino también le daría su opinión del primer plato.
—Me ha gustado mucho el contaste de sabores —le diría efusivamente—. Es algo con lo que no experimento demasiado, pero me gustaría empezar a hacerlo.

A la mesa, mientras Nime aún masticaba una tostada, le dio un toquecito a Eitne con el codo y, tras señalar con la cabeza a los dos sinhadres que se perdían tras la puerta de la cocina, le susurró:
—¿Y si les decimos que compitan a ver quién cocina mejor? Así tenemos el doble de comida.

Neil se rió con las ocurrencias de Eitne y Nime sobre el nombre del mundo en el que se criaban dragones.

-Es Nueva Querenia, pero la verdad es que creo que deberían renombrarla como Nueva Caramba -comentó sonriendo-. Pues la verdad es que no sé muy bien de dónde es. Encontré en la biblioteca un libro recopilatorio de confituras y otro tipo de recetas de varios mundos y salía algo parecido a esto. No recuerdo si ponía el mundo de origen, pero había tantas cosas en ese libro que si lo ponía lo pasé por alto. De todas maneras, probablemente lo vuelva a coger de la biblioteca así que te lo diré entonces -contestó a Ayne.

Una vez ya en la cocina y disponiendo los ingredientes a su alrededor, pudo comenzar a concentrarse en cómo distribuir las preparaciones para que sus amigos no tuvieran que esperar tanto.

-Pues había varias recetas así en el libro que le he dicho a Ayne, si quieres podemos ir juntos un día a la biblioteca y te digo cuál es por si quieres consultarlo. Creo que te gustará -le contestó a Eara mientras comenzaba a preparar la primera mezcla.

Su primer plato planeado iban a ser unas galletas de miel y chocolate bastante rápidas de hacer, pero antes tenía que hacer la masa del pan de miel que necesitaba algo de tiempo para reposar.

Sonrió cuando la bestia del crepúsculo habló de “afinidar” a los dragones, pero no quería romperle la ilusión. Sabía que no era posible, pues de hecho ella misma había hablado sobre las habilidades de su pequeño amigo en el cuartel y algún veterano le dijo que los dragones no estaban al mismo nivel que otros animales. Los que domaban para los ejércitos no llegaban a ser personas, pues al parecer habían existido dragones con esencia en alguna ocasión, pero sí tenían un nivel mental que los separaba de los demás animales. Esa información había impresionado mucho al gamusino y aumentado sus ya altísimas ganas de poder ser jinete de tan magníficas criaturas. Asintió con entusiasmo a Eara cuando dijo que si montaban en dragón debían hacerle caso, sintiéndose halagada por la confianza que parecía depositar en ella alguien tan responsable como la aurva.

Lo que le hizo directamente soltar una carcajada fue el “Nueva Caramba”. La libense le intentó corregir, pero la demonio mineral también se equivocaba y finalmente su aurva les dio la respuesta correcta, como esperaba.
—Bueno, pues ahora es Nueva Caramba —rio—. Y, por supuesto, Nime también será una soldado excelente. Si quieres ser Jinete a lo mejor para entonces yo ya puedo ser tu capitana —le hizo un saludo militar a la pequeña.

En el fondo le preocupaba un poco que Nime quisiese unirse al ejército siendo demasiado pequeña y esperaba que en realidad esperase algún que otro año más para hacerlo, pero no se sentía quién como para decirle nada al respecto. La apoyaría en cuanto tomase la decisión de entrar, aunque contaba con los más mayores para que la disuadiesen de hacerlo demasiado pronto.

A pesar de las charlas que habían tenido al respecto de lo que significaba ser aurva y edeel y que para ellos diferían mucho ya de lo que se creía en Sinhdro al respecto, no podía evitar sentirse igual de orgulloso como si le alabasen a él mismo cuando lo hacían con el brujo de la cera. Los comentarios positivos que estaban recibiendo las primeras delicias de su aurva solo hacían aumentar su buen humor.

>>¿Cuánto van a tardar las galletas? —preguntó balanceándose en la silla unos instantes con impaciencia—. A lo mejor sí que me como otro de estos…
A lo mejor quería decir que obviamente ya estaba alargando la mano para coger uno.

Eara llevaba toda la razón: si alguna vez veían a los dragones, había que hacer caso sí o sí a Adru si no querían salir quemados, así que el niño asintió con fuerza.

—Claro, la capitana sabrá qué tenemos que hacer en Nueva Querella —dijo, incluyendo en esa primera persona del plural a Eara y Ayne y siguiendo con la broma del nombre (aunque, si no les hubiera corregido Neil, habría creído a Nime a pies juntillas con su Nueva Queramba). La sinhadre del mesón era muy agradable, pero la bestia del crepúsculo seguía teniendo problemas para mirar a la cara a su compañero. Empezaba a darle curiosidad ver sus ojos (o la ausencia de ellos), pero le ponía nervioso no saber si él le miraba de vuelta con esas luces rojas, así que le esquivaba la "mirada" si giraba la cara hacia el daeliciano—. Nime, cuando seas generala yo quiero ser tu copiloto de dragón —le pidió.

Viendo que Adru se animaba con otra rebanada con ajo, la bestia del crepúsculo la imitó y comenzó a servirse otra. Mientras untaba, la libense le hizo una sugerencia señalando a Neil y a Eara de camino a la cocina y al niño se le iluminó la cara.

—¡Venga! ¿Cómo lo hacemos? —dijo únicamente para Nime—. ¿Se lo digo solo a ellos para que no nos riñan en la mesa? ¿O confundirá mucho a Eara?

No quería portarse mal, pero.... ¿Era portarse mal de verdad si conseguían que los dos sinhadres trabajaran mucho y aprendieran un montón de... cosas de cocina?

Ayne había escuchado con interés la respuesta de Neil, aunque quien realmente estaba interesada en el libro era Eara. Cuando tenía algo de tiempo libre le gustaba ir a hojear libros de recetas a la biblioteca, y había muchos, pero no tenía amuletos logománticos para comprender la gran mayoría.
—Interesante, seguro que a Eara le encantaría tomarlo prestado también —le respondió. La propia Eara se lo confirmaría unos momentos después en la cocina, cuando le ofreciese ir juntos a la biblioteca otro día.
—¡Claro! Si te viene bien en uno de mis días libres me lo dices y vamos. Yo también te puedo enseñar alguno de los que me han servido de inspiración, si quisieras —ofreció. Ambos podían ayudarse mutuamente en la enorme biblioteca.

Eara decidió quedarse con Neil por el momento, para asistirlo en cuanto a dónde se encontraban los utensilios mientras se familiarizaba con la cocina. En el comedor, Nime sonreía de oreja a oreja por el halago que le había hecho Adru.
—No sé si quiero ser jinete aún, prefiero pelear con los pies en la tierra como las guerreras libenses —explicó—. En Libo ya quería alistarme en el ejército porque las admiraba, ¿sabes?
»Así que siempre te queda ser copiloto de Adru, que además ya es capitana —añadió dirigiéndose a Eitne. En realidad nada le haría más ilusión que entrar juntos al ejército para vivir aventuras así todos los días, pero no veía a su amigo muy dispuesto a tomar aquel camino. Siempre les quedaba hacer trastadas cuando no estuvieran en el trabajo.

Cuando Ayne vio que Adru alargaba la mano hacia el pan con ajos confitados una vez más le hizo gracia, pero no quiso comentar nada. El gamusino era quien mejor sabría cuánto espacio tenía para catar todos los platos de Neil. En cambio, dijo:
—¿El siguiente plato son galletas? Las galletas de miel suelen estar buenísimas.
Entre tanto, Nime continuaba su conversación discreta con Eitne, aunque Ayne los miraba de vez en cuanto preguntándose por qué no compartían sus palabras con el resto de la mesa.
—No sé, las miradas de dar penita son tu especialidad. ¿Y si nos acercamos a la cocina a… pedir un pañuelo, por ejemplo? Y después los convences. Yo te ayudo.

En cuanto el papel apareció en el tablón de anuncios de Serpentaria Amira se había empezado a plantear ir a preguntar. No es que considerase trabajar una necesidad absoluta, pero el dinero podría venirle bien. Estaba visto que Kahlo se estaba pudiendo pagar el brazo pro su cuenta, pero desde aquello no dejaba de rondarle en la cabeza que tener unos ahorros era algo muy necesario. Además, después de todas las coñas que había hecho con sus amigas sobre tener que trabajar en hostelería para poder pagarse viajes y estudios más allá de la carrera aquel puesto de camarero (porque cocinar no se le daba especialmente bien, aunque se defendía) le traía una nostalgia de la Tierra que la hizo terminar por decidirse.

Encontrar el sitio fue fácil siguiendo las instrucciones y una vez fuera respiró hondo para calmar los nervios. ¿Cómo iban las entrevistas de trabajo en Rocavarancolia? ¿Cómo iban las entrevistas de trabajo, a secas? Nunca había hecho una, y no sabía si que la primera fuera en un sitio donde lo mismo tu empleador podía comérsete era lo ideal. A lo mejor era mejor que en la Tierra, quién sabe.

Abrió la puerta, y no esperaba encontrarse allí una especie de reunión. Sentía como que interrumpía algo, pero tampoco iba a mejorar la situación yéndose sin decir nada.
—Esto… Soy Amira, venía por lo del puesto de camarero.
Se relajó bastante una vez lo hubo dicho. Esperaba que alguno de los que estaban allí fuera el encargado, porque lo mismo no estaba allí y había quedado todavía peor.

Una vez la masa del pan estuvo lista, Neil la dejó reposando en un bol tapado con un paño para que levara, mientras terminaba las galletas.

-¡Oh, sí, sería maravilloso! -exclamó ante la sugerencia de Eara-. La biblioteca tiene muchísimos libros de cocina muy interesantes. Aunque están relegados a las estanterías más alejadas y peor cuidadas -dijo con un tono de lástima por las condiciones de los libros-. Supongo que la cocina no es el tema de mayor interés de la ciudad. La verdad, es que me gustaría poder comprar algunos de ellos, pero como no son muy demandados no he encontrado los que quiero en el mercado.

El brujo sabía que había hechizos que podían copiar un libro por completo si es que no lo encontraba a la venta en el mercado, pero la verdad es que había cierta belleza en consultar los libros en la propia biblioteca.

Gracias a la magia, la ayuda de Eara y la habilidad adquirida con los años, las galletas no tardaron en estar y Neil decidió sacarlas todavía humeantes a la mesa para no impacientar excesivamente a su edeel, a la que ya había oído preguntar al aire. Y el momento pareció ser idóneo, ya que coincidió su salida con la bandeja de galletas con la entrada en el mesón de una chica con plumas en las orejas.

-¡Hola! -le saludó después de que Eara y Ayne lo hicieran-. ¿Quieres probar una galleta? Son de miel y chocolate. Por favor, dame tu opinión sincera. Es la primera vez que las hago.