Primer sueño de Kahlo y Kradko

Kahlo cerró los ojos sobresaltada por el estridente sonido. No había, sin embargo, sorpresa alguna en su expresión.

—¿Cómo iba a ser correcta si no me habéis dado instrucciones, ineptos? —respondió irritada. Se giró al oír un mecanismo activarse detrás suya y se acercó al atril a medida que surgía del suelo, aún de morros. No le gustaba como sonaba eso de la penalización, y menos fue su gusto ver que las instrucciones de los botones eran tan escuetas como eran—. Esto es un chiste, ¿verdad?

Se pinzó el morro con los dedos y resopló con fuerza. Si la mariposa representaba el cuarto en el que estaba no le interesaba darle a ese botón, ¿no? Tras observar ambos unos segundos decidió pulsar el de los rectágulos.

Algo había hecho mal, sin duda, y su razonamiento sobre los botones debía de estar muy equivocado. Kahlo pegó un chillido breve cuando el estruendo la ensordeció, cerrando los ojos y pegando sus brazos al cuerpo por la sorpresa, temiendo lo que fuera a pasarle. No tardó en taparse las orejas con las manos. Cuando el ruido paró y abrió los ojos soltó otro ruido de sorpresa, encontrándose la pared que antes estaba a un brazo de distancia prácticamente a sus narices. Al mirar a su alrededor descubriría que no era la única: todas se habían acercado.

¿Era cosa del botón o había cabreado a alguien por lo de llamarles ineptos? El susto le subió por la garganta como fuego encendiendo gasolina. Se quedó sin habla y en cuestión de un pestañeo empezó a temblar.

Escuchó una voz familiar no muy lejos de allí. Era obvio que debía de tratarse de una habitación contigua porque no había nadie más donde ella estaba y no había sonado como la voz de la rejilla.

—¡¿Hola?! ¡Sí! ¡Ayuda por favor! —rogó. Se colocó en el centro de la habitación, atenta a la dirección en la que respondiera de nuevo—. ¡No sé que he hecho mal!

Se tensó de pies a orejas, sorprendida por oír su nombre y reconocer la voz de Kradko. Estaba tan alterada que escuchar a la clinger le sirvió para sentirse menos sola, aunque no necesariamente más a salvo ni más tranquila. Se pegó a la pared que sonaba más cercana a su compañera, buscando algún hueco, muesca o lo que fuera, y gracias a lo que dijo empezó a unir piezas a toda velocidad. Kradko debía haberle mandado su castigo mientras que ella misma había pulsado el botón para su penalización.

—¡Espera! ¿¡A ti también!? ¿Y no te ha pasado nada? ¡Aquí las paredes se han cerrado! ¡Estoy atrapada y este lugar se ha hecho más pequeño! —ni siquiera tenía claustrofobia, pero terminar hecho un folio perturbaría a cualquiera. No se molestó en responder a cuanto tiempo llevaban porque honestamente no tenía ni idea, y cuando abrió la boca para seguir hablando fue interrumpida por la segunda voz. Notó como los pulmones se le achicaban al deshacerse del aire que contenían. Acababa de confirmar sus sospechas, se había quedado con los dos castigos.

Otra serie de imágenes raras acompañaron a una pregunta inexistente, y al ver que tenían el mismo sentido que las anteriores ni se molestó en dejar el tiempo correr tratando de sacarle un razonamiento lógico. Al final tan solo eligió la que más cerca le quedaba, sintiendo la sangre palpitarle en la sien. El resultado fue el que desgraciadamente esperaba. Se giró deprisa a la máquina de botones, fijándose esta vez en el botón de la mariposa.

—¡Kradko! ¿¡Han salido unos botones en tu habitación!? —no esperó a que respondiera—. ¡¿Pulsaste alguno?!
Si antes había presionado el botón de los rectángulos esta vez tenía que pulsar el de la mariposa. Quizás el insecto simbolizase a Kradko después de todo. Si solo le quedaban dos penalizaciones tal como había dicho la voz, otro movimiento erróneo implicaría su fin. Estaba tentada a mandar el comando sin pensárselo dos veces.

Si las dos estaban encerradas poco podían hacer para ayudarse, y aún así Kahlo estaba tentada en seguir preguntando por detalles a Kradko, esperanzada a que en su habitación hubiese algo de lo que la suya careciera. Sin embargo los botones acontecían más, y no estaba segura de querer averiguar que pasaba si se negaban a pulsar. El anunciante parecía haberse molestado porque hablaran entre ellas, quien sabe que pasaría si desobedecían.
Kradko habló y lo que dijo tuvo sentido. La varmana no pudo evitar sentirse tonta por no interpretarlo así antes, pero... algo seguía yendo mal, muy mal.

—No. Hablan de traspasar la penalización. ¡Eso significa darle tu castigo a otro, Kradko, no es solo librarte de él! ¡Es posible que me haya quedado yo con tu castigo! —los nervios eran tangibles en su voz. Eso explicaría porque a ella le quedaban dos y a la clinger cuatro: había pulsado penalización y Kradko le había enviado la suya—. Si pulsas la mariposa otra vez...
Murmuró, inestable. Quería gritarle a Kradko que ni se le ocurriera volver a pulsarla. Prefería enviarle su castigo diez veces si con eso ella sobrevivía, pero algo le impedía decirlo sin más: lo violento e inmoral que le resultaba pensar así, lo poco que valía la vida de la clinger en comparativa a la suya propia. El sentimiento le oprimió los pulmones como una araña que enreda a su presa. Pulsó el botón de la mariposa, notando como una sarta de maldiciones no dichas quemaba su garganta.

Kahlo escuchó el estruendo, se encogió sobre sí misma y esta vez no cerró los ojos, por mucho que el miedo se lo pidiese a gritos. Necesitaba ver, comprobar que no moriría aplastada, y aunque para su alivio las paredes no se movieron un ápice, un quejido agudo escapó de sus labios igualmente. Comprendió que Kradko había pulsado su botón de penalización, y eso le hizo sentirse aún más rancia por haber deseado -y en el fondo, aún lo hacía- salvarse a toda costa aunque resultase en el fallecimiento de otro ser vivo pensante. El alivio por su propio bienestar era superfluo, sin embargo. La varmana se tapó los oídos, angustiada porque el ruido no cesaba. El horror de que el segundo castigo fuera peor que el primero anidó en su pecho, la posibilidad de que Kradko quedase aplastada por un incremento en la dureza de las consecuencias, mas antes de poder rogar que parasen, paró.

—¿Kradko? ¿Estás b-...

La voz interrumpió su pregunta, respondiendo por la insecto. Un profundo suspiro de alivio le quitó todo el aire de los pulmones, pero saber que iban a quedar incomunicadas le hizo llevarse una mano a la boca para morderse el labio de puro nerviosismo. Las repentinas luces le forzaron a agachar la cabeza y cerrar los ojos con un ruido de asombro. A través de los párpados notaba la intensa claridad. Cuando abrirlos no doliese y sus pupilas se adaptasen se fijaría no solo en los insectos de las paredes, sino en el atril frente a ella, el mismo del que no se había separado.

Las intrucciones eran claras, más de lo que habían las anteriores. Kahlo estuvo unos segundos frenéticos dudando, con la mano alzada dispuesta a pulsar deprisa y la vista fija en el panel de botones. ¿Y si Kradko elegía la penalización? ¿Y si lo hacía ella antes? Pero... ¿qué gloria podía proporcionarle esa ciudad endemoniada? ¿Podría vivir con ella si sabía que había matado a alguien para conseguirla? Las manos le temblaban violentamente, pero gracias a la adrenalina llegó deprisa a la conclusión. Se dice que el cerebro solo tarda 5 segundos en tomar decisiones, lo demás es darle vueltas, y ahora mismo la granta tan solo quería una cosa.

Pulsó el botón de la puerta abierta, el de la libertad. Si las desterraban de Rocavarancolia... bueno, sería como desterrar a un alma en pena del infierno. Prefería seguir viva y con la consciencia limpia a culpable de por vida. Esperaba que Kradko opinase igual.