Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

-Ya, creo que ya sé a qué te refieres - respondió el nublino. Ciertamente no había pensado en el resto de bendecidos que habían visto. Pensó en algunos de los cambios y se imaginó a sí mismo como algunos de ellos.

-Quizá porque somos hermanos - aventuró el joven.- Igual influye en nuestras transformaciones. No he oído ninguna historia de hermanos bendecidos así que no sabría decirte.

-Dime, Rad. Sabiendo lo que ya sabes... ¿qué querrías de la Luna? - le preguntó curioso por conocer la respuesta del carabés.

El carabés se quedó callado, reflexionando la respuesta. Había muchas cosas que tenía claro que no quería, y algunas que tenía claro que sí le gustaría tener. Otras, sin embargo, no estaba muy seguro.

—Poder volar estaría bastante bien, y seguro que es muy útil. Me encantaría también poder respirar bajo el agua —empezó a tamborear sobre la encimera, rumiando qué más decir—. Más fuerza, resistencia, velocidad, claro. Todo eso siempre sería de agradecer —dudaba con la magia. Era una herramienta que, como carabés, siempre vería profundamente útil. No podía evitar, sin embargo, cierto recelo hacia quienes la usaba—. En cuanto a cambios físicos, nada extremo. Cuernos y cola puedo soportarlos, quizás incluso me gustase. Más extremidades brazos o patas preferiría que no, pero lo toleraría. Lo que más espero no tener es algún cambio más extremo: quiero reconocerme cuando me mire al espejo.

Había sido claramente tajante en lo último, aunque en toda la conversación había mantenido un tono de voz apenas normal: casi podría decirse que hablaba en voz baja. Rádar sentía el peso de las horas, el peso del día, y el peso de la Luna Roja. La podía sentir, ya extraordinariamente cerca, y a su vez acercándose cada vez más. Llamándole, quizás, o tal vez llamando a una parte de él que no sabía que existía.

Rad solo quería saber a qué llamaba porque a aquellas alturas resultaba evidente que era un hecho ineludible. Así pues, pensaba, cuando antes pasara mejor.

—Mejor guardemos el resto, no sabemos si podemos necesitarlo. Esto puede acabar hoy, pero lo que suceda mañana lo desconocemos por completo —suspiró cuando empezó a empaquetar en las cestas la comida que no habían usado, aunque dirigió la mirada hacia Eriel. Habia curiosidad en sus ojos, pero también cautela—. ¿Y tú? ¿Qué quieres recibir?

Eriel asintió a todo lo que decía el carabés. Parecía haber pensado en ello con detenimiento y eso le gustaba. De todos sus compañeros Rad era el que más próxima sentía la Luna y eso debía darle una perspectiva distinta.

-Sí, guárdalo por si acaso - coincidió con él.- Pero hoy nos damos un festín. Una última comida antes de la Luna. Todos juntos - dejó caer para ver si el carabés se unía aunque fuese ese último día a comer con ellos en la mesa.

-Yo... sí, alas estaría bien - dijo también.- Me gustaría visitar tantos mundos como pueda una vez pase este día, y podría estar muy bien volar para ver desde las alturas. Los cambios físicos me dan igual, siempre he querido que me salieran los cuernos y si la Luna no me los da puede que me los ponga yo. Cola tampoco me importaría, aunque debe ser una lata acostumbrarse a andar con una - tras unos segundos de silencio añadió.- Pero lo que de verdad quiero es poder, da igual de qué tipo. Para que nada de esto vuelva a pasarnos, para no volver a ver a ninguno de mis amigos llorar.

-Quiero pedirte un favor, Rad. ¿Me lo harías?

Rádar resopló un poco ante las primeras palabras de Eriel. Había muchas cosas de fuera de Carabás que no entendía, y esa era una de ellas.

—¿Qué le veis a comer así?

Su voz estaba teñida de auténtica curiosidad. Era un aspecto de la cultura de sus compañeros que veía particularmente ilógico. No injusto ni potencialmente peligroso, como pasaba con las familias, pero sí ilógico.

El tipo E escuchó al nublino hablar de su deseo de poder. No dijo nada, pero su expresión fue una máscara de cautela. Entendía aquel deseo, era perfectamente lógico, pero no dejaba de parecerle preocupante. Por eso habló, con palabras parecidas a las que habría usado meses antes, pero un tono que intentaba ser diplomático y serio, más que cortante y sentencioso. Y que, al menos para provenir de él, conseguía su objetivo.

—Cuidado con esos anhelos. Pueden ser peligrosos —Rádar lo sabía bien. Quizás la Luna Roja los transformara en monstruos inmorales, quizás no, pero sabía algo: en Carabás nunca había habido nada como aquel astro. Y en su pasado abundaban los ejemplos de engendros demasiado poderosos.

—Depende del favor —respondió a la pregunta de Eriel, con curiosidad moderada.

Eriel miró al carabés ligeramente divertido, clavó en él su único ojo.

-No le vemos nada en concreto, Rad - explicó el joven.- Pero sentarse a comer con los demás es algo que une, algo tan tonto como compartir una comida de vez en cuando hace que nos conozcamos mejor, y eso siempre está bien. Y el día de hoy necesito esa unión más que nada - dijo dejando entrever parte del miedo que había en su interior.

-Sé que es peligroso - respondió,- pero cuanto más peligroso para todo lo que hay ahí fuera mejor para nosotros. Menos cosas intentarán atacarnos.

Eriel suspiró y trató de calmarse. Se cercioró de que su hermano no estaba por allí y fijó su atención en el carabés.

-Si... si por cualquier cosa cuando salga la Luna, pasa algo e intento haceros daño quiero que me detengas. Aunque tengas que matarme - pidió a Rad.- No me perdonaría hacerle daño a nadie, y sé que es egoísta cargarte con ello... pero confío en ti para esto, Rad. Eres el más preparado.

-Espero que no pase nada por el estilo, pero prefiero tener un seguro - explicó.

Rádar parpadeó, con rapidez, todavía sin comprender bien aquello. Obstinado, seguía pensando que su forma era mejor, pero decidió dejarlo correr. Era uno de los temas donde parecía que su lógica fría era incapaz de vencer las creencias de sus compañeros, y no era particularmente importante.

—Cuidado no sea peligroso también para ti mismo —advirtió, ahora más enfático. Su voz, sin embargo, seguía carente de la casi pretenciosidad que antes teñía sus palabras cuando hablaba de aquella forma.

El favor de Eriel provocó una mirada indescriptible, una mezcla entre incredulidad, comprensión y cierta indecisión.

—Eriel... ¿Te das cuenta de que eso podría pasarme a mí en vez de a ti, verdad? O a ambos —no era eso lo que le hacía negarse a sus deseos, aunque sospechaba que era el argumento con más probabilidades de convencer al nublino de que no siguiera por allí.

-Lo sé, Rad. Y me aterra pensarlo - dijo clavando la vista en el suelo.- Me aterra que después de todo lo que hemos pasado pase algo entre nosotros. No podría soportar eso otra vez.

-Me da miedo que le pase a cualquiera de nosotros, pero auténtico pánico que me pase a mí - dijo con la voz un poco más rota que antes.- ¿Y si es sólo un momento? ¿Y si luego vuelvo a mis cabales sólo para descubrir que he matado a alguno de vosotros? No, no podría ni mirarme al espejo.

-Después de todo lo que hemos pasado os habéis convertido en parte de mi familia - le dijo al carabés levantando un mirada vidriosa.- Quizá no lo entiendas, pero no... no podría...

Por fin después de un mes de ocultarse el nublino lloró delante de un compañero. Lágrimas de desesperación, de miedo y de tristeza corrieron cara abajo hasta acabar como el propio nublino.

Rotas contra el suelo.

El tipo E casi pegó un brinco con las declaraciones del nublino, y ante sus lágrimas. No pudo evitar mirar durante un segundo hacia las escaleras, deseando que apareciera alguien, quien fuera. «Siete» pensó por un breve instante. El idrino parecía el más capaz de solucionar aquellos entuertos que él ni siquiera sabía cómo empezar a afrontar.

Aquel era, como otros, uno de esos dolorosos momentos en los que Rocavarancolia le forzaba a resolver un problema que en Carabás parecían fáciles, pero que allí parecían irresolubles. Expresas un análisis de lógica fría y, si la persona no era capaz de serenarse con aquello, dejarla a su aire. Eso era lo que tenía firmemente incrustado en su mente, lo que le habían enseñado,, lo que defendía, lo que veía como mejor camino y lo que siempre había hecho.

También era, se había dado cuenta hacía tiempo, una forma de actuar absolutamente estúpida en aquella ciudad. Porque allí no había soluciones lógicas y frías, no había un entuerto para el que el mero análisis pudiera sacar una solución clara, evidente y factible.

Y aquel, desde luego, no lo era. Lo que Eriel temía que sucediera podía, efectivamente, ocurrir. No podían hacer nada para evitar que alguno de ellos perdiera la cabeza, como la perdió Daer. No podían hacer nada para evitar que alguno de ellos matara a otros de sus compañeros. No podían hacer nada para evitar tener que matar a ninguno de ellos. Allí, por desgracia, no había policía, ni organismos competentes, ni nadie que hubiera demostrado ser capaz de evitar, con justicia, problemas como los que ellos enfrentaban.

Aun así tenía que intentar apaciguar a Eriel. Y solo conocía una manera de hacerlo.

—Ey, Eriel, no te preocupes —le dio unas palmaditas en la espalda, preguntándose si aquello podía ayudar—. Escucha, Daer nos cogió por sorpresa, pero eso no va a ocurrir. Sabemos a la perfección qué puede suceder esta noche, y estaremos preparados para evitar daños. No habrá que matar a nadie, si vemos que te pasa lo que a Daer te encerraremos en las mazmorras y buscaremos una solución —las palabras sabían a cenizas en su boca. Absurdas. Inútiles. No podía garantizar nada de aquello, lo sabía, pero era la única manera que se le ocurría para tranquilizarlo—. Venga, no te preocupes, todo va a salir bien. No hemos sobrevivido todos estos meses para caer a las puertas de la meta. No dejaremos que ocurra.

Se había roto, Tayron lo sabía. Estaba hecho mil pedazos, ni rastro del chico alegre y charlatán que se había topado con un grupo curioso en aquellas mazmorras. La mayoría de veces lloraba por Dafne, otras, por querer encontrarse a sí mismo de nuevo sin resultado de ningún tipo. En aquel sueño tan horrible descubrió que habría sido capaz de matar a sus compañeros por tal de salvarla, cosa, que irónicamente tampoco pudo cumplir. En ese momento creyó descubrirse más a fondo, lejos de la fachada del típico bromista. Pero ahora no sabía quién era con seguridad, solo quién le habría gustado ser. “El héroe”, no dejó de darle vueltas durante todo el mes. Cuando en realidad había estado ciego porque lo único que existía era “su heroína”. No era un héroe, de eso ya estaba seguro, y tampoco un superviviente, porque sabía gracias a quién estaba vivo. La suerte o el destino le había hecho llegar hasta allí, podría haber sido él el primero en cruzar la puerta de aquel tipo y Nad estaría viva, seguro que asustada, pero viva en aquellas charlas con Mon. Podría haber sido él quién se desviase en vez de Eorlir e Inna, quien ya daba por muertos con seguridad. O quien hubiera tocado el colgante, o haber muerto con  el derrumbe o a manos de Tuétano. Se preguntaba por qué. Todos los días sin su oxígeno más preciado lo hizo. Simplemente por qué, por qué él y no el resto. ¿Acaso merecía la vida más que sus compañeros?. Tampoco lo había hecho mejor. Y acabó dándose cuenta de que la verdadera pregunta era “para qué”. Y sospechaba que aquello solo la Luna se lo diría.

El paso del tiempo fue horrible, obligando a pensar en la noruega en un terrible pasado. Terminó por perderse, de los demás. No lo pretendió en ningún segundo pero el dolor era tal que así fue. Fue egoísta, solo atento a su pena y pérdida y dejándose consolar pero no haciéndolo con el resto. Porque era incapaz de dar ánimos, su naturaleza le impedía engañar con falsas promesas, por tanto, era díficil ser engañado. Eriel le ayudó en la noche, y Hyun le evitaba. No podía culparle, no podía culpar a ninguno de ellos por ser humanos.

El vacío, la horripilante soledad, su cama sin el familiar peso de Dafne a su lado y su olor. Los pasillos desiertos sin cruzarse con Charlie, Daer o Sakrilt. Se preguntaba si odiaba a Daer, pero no lo sabía. De todas formas ya era en vano, estaba muerto, como debía de ser incluso si realmente todo lo que hizo fue de forma inconsciente.
Puede que aquello fuera lo que le quemaba, lo destruía por dentro. Ojalá las muertes hubieran tenido una causa cierta o más real. No podía combatir a nada, no podía vengarse. Si hubiera sido Tuétano o cualquier otro monstruo solo habrían firmado su sentencia de muerte. Pero no podía ser, Dafne se le había escapado tras salvarlos a todos y ni siquiera había sido atacada por el daeliciano. Qué injusta la vida y que complicada la muerte sin culpables.

Perdió peso, sí. También la risa, y dos ojeras oscuras pasaron a ser dos surcos debajo de sus ojos con mayor frecuencia. Pero no podía perder. Dafne le dijo que viviera por ella, a sabiendas de que quizás no lo haría por sí mismo tras su muerte. Y así lo haría, hasta que empezara a hacerlo por él. Tras perderlo todo, no estaba dispuesto a perder un poco más. Aunque completamente desolado en su interior los llantos de día fueron menguando, aunque no desapareciendo del todo, relegados a sollozos en silencio y solitario. Pero era un paso, aún lejos del chico que conoció a Dafne en Bélgica, pero quizás y solo quizás más cerca.



Tay abrió los ojos de par en par, preocupado. Preocupado y aliviado porque por primera vez desde el día de no se había despertado con una pesadilla en la que lo revivía todo. Puede que fuera una señal.
El humano se incorporó suspirando pesadamente en su nueva habitación, ahora que habían decido dormir juntos. Se había acostumbrado a su peso único en la cama pero jamás lo haría a despertar sin ella al lado. Sin embargo si echó de menos a Eriel, quién advirtió, ya habría bajado.

Era el día de la Luna y no podría estar menos ilusionado, ya no, aunque por fin vería para qué seguía vivo. No era justo que solo siete recibieran al astro rojo pero se levantó igualmente.

Tayron bajó arrastrando los pies por las escaleras. Comprendía que su aspecto no debía ser el más agradable, con su pelo oscuro y más largo hasta la barbilla tras meses sin cortar, no le importaba. Descendió con pesadas ojeras y su mirada vacía ahora habitual justo a tiempo para ver la escena. Eriel llorando y Rad intentando algo que definitivamente no era lo suyo, aunque últimamente ya no sabía quién era bueno en eso. Sus ojos brillaron al instante casi por resorte tras contemplar al nublino, se había vuelto más emocional y quizás aquello le echaba en cara todo el dolor ajeno que había estado ignorando.

Hizo lo que sintió, sin ningún buenos días de aviso. Estrechó al muchacho entre sus brazos y notó como su cuerpo se relajaba con el contacto humano, quizás debería haber hecho eso mucho antes. Escuchar a los demás. Reguló sus emociones como pudo sin llegar a llorar pero con un evidente temblor en el labio. No era su momento. Dafne sabría qué hacer, y él solo se imaginaba lo que haría ella en su lugar para actuar.
-Tiene razón- se limitó a decir mirando al carabés a los ojos con su última frase. “No dejaremos que ocurra”. Pero no porque no fuera ocurrir, el belga odiaba las mentiras piadosas. Acarició la nuca de Eriel en un gesto rápido y se aclaró la garganta- yo voy a encerrarme en las mazmorras- afirmó con total seguridad. Había estado pensando en ello y por fin  se decidió, su tono no daba lugar a réplicas. No veía óptimo hacerlo cuando alguien ya fuese un peligro. Sería demasiado tarde, como aquella vez. Sus ojos ahora puestos en el suelo se empañaron levemente- no... no puede volver a pasar.

Las palabras de Rad no aliviaron mucho la carga de Eriel y el abrazo inesperado de Tay no hizo sino agravar el llanto. Él no debía estar llorando y que fuese Tayron, precisamente, el que intentaba consolarlo lo hizo llorar más.

Había intentado ser fuerte, un mes entero había aguantado. Un mes escondiéndose para llorar, para que el resto no se preocupase. Y lo había echado por la borda.

Apretó al belga contra su cuerpo, Eriel no era consciente de cuánto había necesitado un abrazo. Poco a poco las convulsiones bajaron de potencia hasta detenerse.

-Perdón chicos - se disculpó mientras se limpiaba la cara.- Lo siento, un segundo.

Salió rápido al patio y se lavó la cara en el agua del pozo, luego volvió al torreón.

-Encerrarse en las mazmorras no servirá de nada - dijo.- Lo siento, pero yo tuve encima a Daer, esa fuerza... podría haber destrozado la puerta de las mazmorras de un golpe. Y él ni siquiera estaba completo...

Todo se rompió ese día, y con ello, el nublino asentó en su mente muchas cosas para el futuro. ¿Pero qué futuro? Todo el mundo leyó la carta y no había aparecido más pero... La sanguijuela. La dichosa sanguijuela, calma que daba paso al horror. ¿Quizás compañía? Cual si solo su hermano hablaba con él. Y aún no sabía lo que era. Si claro. Compañía. Las noches fueron en su mayoría en la mazmorra, salvo cuando acababa por ceder. El patio estaba vacío de chanzas y golpes ahora. Quizás si parara el don y les preguntara a los dos... Pero ya era imposible y su abuelo había ganado aquel debate. Que arrogante se pondría. ¿Sentimientos? Ojalá. Solo su tía sabía lo mucho que deseaba no ser una piedra en ese mar, fluir y mezclarse con los demás, reír por otro, llorar por otro. ¿Trabajo? Ni siquiera sabía que le iba a dar la Luna aquel día y había demasiadas cosas por arreglar en la ciudad, empezando por las mismas normas estúpidas que dejaban al azar las vidas de los nuevos ciudadanos con lo estropeado que estaba todo. Pero... por ahí podría tirar. Ceñirse a su intención primera e investigar la magia y la ciencia de los mundos para crear imposibles. De todas maneras algo nuevo tendría que aprender para vivir.

Acabó los ejercicios y miró al cielo, no debía cansarse pues todo ocurriría hoy, fuese lo que fuese. Se limpió con un trapo húmedo mientras tomaba el aire frio de la mañana. No había llovido ni una maldita vez y ya estaba harto de tanta sequedad. Tiró su estoque a un lado y fue a reunir sus estatuillas. Nad, Eorlir, Ina, Sak, Dafne, Daer, Charlie, Nar, Eru y Cad.

Se sentó tranquilo en el patio mientras las miraba y seguía pensando en todo y en nada, en Brina y Per tallados de manera simbólica en Nar donde hilos que formaban tiendas ataban corazones, en su hermano y su nueva familia tallados en Eru donde seis arboles se unían para formar una gran copa llena de frutos y flores, y en él y su futuro tallado en Cad que era una pieza compleja y vacía con muchos huecos por llenar.

Eriel no había dormido y ya lo había saludado y Rad apareció por allí, poco a poco el murmullo fue subiendo y se mezcló con sollozos reconocibles. Ya se había levantado cuando su hermano pasó un momento a limpiarse las lágrimas y volvió adentro. Barael simplemente lo siguió.

No fue muy difícil oír lo último ni figurarse de que hablaban, no había linacs ruidosos ni aevas para tapar conversaciones.

-Este es el don de la Luna verdadero, puede que cambiemos pero no debería haber problemas. -Dijo sin más, escasas habían sido las ocasiones en las que el nublino había hablado todo este mes.

Esperaba que aquello estuviese bien, pero lo que hubiera sido un paisaje apocalíptico e imposible ahora tenía sentido para el nublino dada la ineptitud que achacaba a los dioses.

Una luna hecha pedazos en el cielo, formando nuevas estrellas en el firmamento.

[Consecuencias grupales de la tragedia roleadas con detalle en Incisos ]

Sox nunca habría dicho que ninguno de los cuatro ausentes fuese la persona de la que más cerca se sentía del torreón, pero su ausencia dejaba un enorme hueco abierto en la rutina de Maciel, tan tangible como un boquete en los muros: una sensación extraña de vértigo, repetida una y otra vez con el paso de los días, al contar las caras reunidas en torno a la mesa, quedarse corto y volver a recordar el por qué.

El carabés había expulsado de sí al reaccionar, de forma similar a Rad al vomitar nada más suceder la tragedia, toda la rabia, el miedo, la desesperación reprimida y el deseo asfixiante de lograr hacer algo, cualquier cosa, por evitar la Luna y los cambios monstruosos que podía traer con ella. Estaba sumido ahora en un estado de extraña calma: la del ojo del huracán que acababa de arrasar con todas sus horas de releer los textos que habían reunido en busca de pistas, sus ansias de unir los puntos de los síntomas que exhibían sus compañeros y dar con una respuesta, con soluciones.

Atrás solo había asentado, por fin, el hecho de que la Luna Roja estaba a un mes de ellos, y que perdía el tiempo si pretendía planear o prevenir nada sin saber qué ocurriría entonces. El día de la Luna se extendía en su mente como una enorme sima negra que le impedía ver nada del futuro más allá de ella. Rocavarancolia había dejado de ser un acertijo que resolver.

Lo que antes le habría aterrado de forma innombrable ahora le hacía impermeable a otro de sus miedos antiguos, los que le preocupaban más antes de que se vieran reducidos a siete. No era capaz de asustarse por la perspectiva de pasar allí toda su vida, sobrevivir y envejecer allí en aquella ciudad, en aquel torreón y con aquellas personas, porque no era capaz de visualizar cómo sería la vida para ellos una vez saliera la Luna Roja y lo cambiara todo.

Aquel estado de calma chicha le permitía vagar por el torreón, relacionarse, vivir, y Sox se sentía como si hubiera emergido del agua sin saber que había estado sumergido todo ese tiempo. Tenía la sensación de que lo sentía más adentro que antes cuando alguno de sus compañeros tenía un arrebato, como las llanteras esporádicas de Tay por las noches. Sentir emociones ahora era más fácil cuando Sox ya no sentía el deber de sofocar las ni de luchar contra ellas. Habían muerto cuatro personas, y la noción carabes a de que debería seguir con su vida lo más rápido que pudiera, en lugar de sentir aquel vacío horrible en el pecho cuando algo en el torreón se lo recordaba, se le antojaba ahora artificial: la clase de norma impuesta por quienes no habían experimentado nada de lo que estaban prohibiendo. Si cuando Tay lloraba él también sentía ganas de llorar, ahora le daba igual. Era normal. Se arrebujaba en silencio en su manta y observaba a Eriel dándole consuelo. Era como si tranquilizar a Tay fuera un bálsamo también para todos los demás que se dolían, aunque en menor medida, de la misma pérdida.
Llegado el momento se había mudado al cuarto de los nublinos junto a todos los demás. Había un consuelo tangible en no estar solo ahora, la complicidad de los que todavía quedaban vivos.

Dejó de practicar la magia. Los apuntes que quedaban por traducir quedaron sobre la mesa, inconclusos, y terminó por guardarlos para que no estorba sen. Ningún hechizo menor iba a ser capaz de ayudarles en lo que se les venía encima.

Pasaba más tiempo leyendo y menos aprendiendo de Rad o con la ballesta, estirando las tardes con el libro de historia de Rocavarancolia que ya se había terminado antes. Ahora lo leía despacio, con detenimiento pero ya no con la obsesión de extraer datos que antes había imbuido sus lecturas. Ninguna de las historias podía responder qué les pasaría a ellos: eran todas historias pasadas y no futuras. Aún así cuando lo leía se encontraba preguntándose qué pasaría, en qué se convertirían. Ya no podía permitirse el lujo de pensar que simplemente ganarían poderes.
Sox leía sobre todo en el patio y mirando por la ventana, sintiendo las ráfagas del viento en su cara y el sol cambiante de aquellas últimas semanas en su piel. Hacerlo le ayudaba a ser conscientes de los últimos días que pasaría siendo el mismo que cuando llegó, y durante los que se preocuparía de las mismas cosas que entonces.

-

El clima de Rocavarancolia había enloquecido las pasadas semanas, pero aquel día la propia ciudad parecía haber decidido concederles un respiro.
Sox no había dormido bien la noche anterior, incapaz de detener sus pensamientos, y en todo momento de vigilia había sentido el impulso de despertar a Rad y preguntarle cuánto quedaba. Hacía tiempo que había dejado de echar de menos un reloj, pero esa noche volvió a hacerlo.

No se sorprendió al ver a gente ya abajo. La calma forzosa que había asentado en él durante las pasadas semanas empezaba a disolverse ahora, con la certeza de que por fin era el día.

Al bajar se topó con una escena que no había esperado. Sox se quedó un momento en el último tramo de las escaleras, vacilante. Había llegado a oír lo último y, contagiado por el ambiente del salón, también dijo lo que necesitaba.
—Yo prefiero pasar esto juntos.

Había terminado por acostumbrarse a la visión de Eriel sin ojo, Barael sin mano, Rad con aquellas marcas voraces en la cara. Era como si Rocavarancolia se los comiera poco a poco.

A Eriel no le pareció hacer gran efecto sus palabras, aunque pronto aparecieron más compañeros. Tayron no era al que había esperado, ya que probablemente estaba incluso peor que Eriel. Su presencia, de alguna forma, ayudó, y eso hizo suspirar al tipo E. Contemplarlos le hizo pensar, por un momento, que las formas de manejar aquellos temas que le habían enseñado no eran las idóneas. No en Rocavarancolia.

Luego Tay abrió la boca, y Rádar no pudo evitar el deseo de darle un puñetazo.

Inspiró hondo, con varios argumentos surgiendo al unísono en su mente. Todos coincidían en que aquello era una mala idea, incluso sin lo que decía Eriel.

—Yo también —coincidió tras Sox. Su estómago eligió ese momento para gruñir un poco y, después de que su cara se oscureciera de la vergüenza, fue a sacarse un plato. Siguió hablando, sin embargo, intentando convencer a Tay de no hacer aquello—. Mirad... No creo que haya que hacer planes. No hoy —casi le entraban ganas de reír al decir aquello: parecía tremendamente irónico que, de todos, él fuera el que estuviera expresando su rendición a la incertidumbre de los eventos que sucederían aquella noche. Aunque estaba más o menos seguros que la mayoría, si no todos, pensaban así—. No podemos saber si alguien será un peligro, si los seremos nosotros mismos o si lo será otro —consiguió no mirar a Barael al pronunciar sus palabras, aunque en su mente tenía claro que si alguien se convertía en algo peligroso ese sería el mayor de los nublinos. Sí miró, sin embargo, a Tay—. Abajo hay solo tres celdas, no podemos encerrarnos todos... ¿Y si soy yo el que se convierte en algo peligroso y necesitan tu ayuda para contenerme?

Negó con la cabeza, agobiado y sintiendo  algo que no sentía desde hacía años: la posibilidad de tener un ataque de ansiedad. Era un torrente de agobio, el peso de un astro mágico en su conciencia, un río que circulaba muy por debajo de la superficie. Rad lo notaba, pero eran unos sentimientos sordos, amortiguados por lo único que en aquel momento podía llamar certeza. El momento llegaría, y ni él ni nadie podía hacer nada para adelantarlo, atrasarlo o evitarlo.

—No sabemos qué sucederá esta noche, ni la más mínima pista, así que... Solo podemos estar alertas y esperar que no pase nada malo —aquella admisión en voz alta fue, en muchos sentidos, un alivio para el carabés. Un alivio que ni siquiera había sabido que necesitaba.

Tay pasó los brazos por los hombros de Eriel cuando este se revolvió entre su cuerpo para aumentar el llanto. A su apretón lo correspondió con otro del mismo calibre, consolando al nublino y en cierta forma aprovechando aquel momento antes de la Luna. Antes de quizás perderle para siempre, o perderse él.
-No-no...- dijo apoyando la barbilla en su cabello- no lo sientas- el jamás había pedido perdón por llorar. Se daba cuenta ahora del cambio que había sufrido, meses atrás llorar era de débiles. Ahora no encontraba otro método mejor para poder ser fuerte de verdad.

Cuando Eriel regresó escuchó atentamense sus palabras, agachando la cabeza con dolor al escuchar el nombre “Daer” en voz alta, aquello provocaba emociones contradicctorias, la rabia por el monstruo y la tristeza por su antiguo amigo.
Tenía razón, puede que no sirviera de nada pero cómo soportar no haber intentado algo al menos para retrasarlo.
-El don de la Luna verdadero...- susurró con la llegada de Barael, pensativo. Aquello podía significar muchas cosas. Al mirar a los ojos del mayor de los hermanos recordó, era un momento incierto y jamás llegaría a saber quién dijo qué con total seguridad pero sí recordaba las frases de Barael, frases que en su momento no tenían ningún significado pero que ahora necesitaba creer. “No le niegues tu sonrisa ahora que ella estará aquí contigo”. Se llevó la mano al corazón. Si Dafne realmente estaba en él, si le veía, estaría tan nerviosa como él por descubrir en qué se convertiría. Y no le gustaría verle solo en una mazmorra. Miró a Barael y sintió la repentina necesidad de encogerse de hombros y simplemente dedicarle una sonrisa cansada. Un gesto tan natural como intentaba ser la mayoría del tiempo. Pero casi. Solo casi llegó.

-Está bien- asintió ante Rad y Sox, siempre sin ningún problema en reconocer que podía estar equivocado. No tenían a nadie más que no fueran ellos, merecían pasarlo juntos, sí. Y si notaba algo raro no tendría nada más que decirlo. Tayron habló una vez mirando al suelo, extrañado por hablar tanto y dar su opinión como hacía antes- nosotros tenemos que ser diferentes- al daeliciano, quiso decir- él empezó a comer carne, hasta ahora nadie ha presentado algo parecido que sepamos- quería creerlo, que volaría, que nadaría, cualquier cosa. Magia, no magia, le daba igual. Sólo quería seguir siendo él. Incluso aunque cambiara totalmente su aspecto, pero por dentro, él- merecemos algo distinto, mejor.

Poco a poco empezó a aparecer gente y Eriel dio gracias de haberse limpiado la cara antes. Habría sido preocuparlos innecesariamente.

-Te lo dije - le soltó a Rad tras las palabras de Tayron.- Podemos hacer recapitulación de nuestras cosas y tratar de aventurar nuestras transformaciones. Si os apetece para pasar el rato, si no nada... - su voz se fue apagando poco a poco dándose cuenta de que igual no era buena idea.

-De todas formas - dijo rápido para cambiar de tema,- yo también quiero pasar el día con vosotros. Simplemente pasar el día. Ya no hay que entrenar, ni hacer magia, ni cocinar. Simplemente estar juntos.

Y con aquellos que ya no están con nosotros. Pero eso ya no lo añadió.

El día avanzo lenta y dolorosamente. A cada rato volvía a llorar, incapaz de frenarse. Llegó un punto en que no le quedaban lagrimas que acompañaran los gemidos. Y luego estaba el silencio, fuera de los llantos ocasionales y algun que otro intercambio, nadie hablaba. El silencio remataba el ambiete, hacia verdaderamente pesada la tarde, nada que le distrajera.

Radar no fue el único en vomitar. En un par de ocasiones durante la limpieza Hyun no pudo controlarse.

En la noche todos se mudaron a la habitacion de los nublinos. Durmió con Tayron, preocupado. Sin saber cómo poder ayudarle, cómo consolarle. Con miedo a fallar como amigo. Triste también por su lado, y apenas acostumbrado al contacto físico. Un contacto que le era incomodo, pero agradecido, seguro, en momentos compartió los llantos con el otro humano.

Realmente no pegó ojo nadie de la habitacion o no lo pareció. En el silencio se oía claramente los suaves gemidos que se turnaban por echar los chicos, las respiraciones entrecortadas, los jadeos. Hyun en la completa oscuridad prefería entretenerse concentrandose en los ruidos de sus compañeros, en el tacto de Tayron, de la cama, en su situación. Abriendo los ojos cada cierto tiempo. Lo que fuera antes de permitirse irse a otros sitios en su cabeza.

Lo que habían pasado le daba miedo, recordarlo; pero nada le daba tanto miedo como el futuro. La luna. Y aquello en lo que Daer se había convertido. Le aterrorizaba poder dejar de ser él, ni lo que pudiera hacer después ni ninguna otra cosa. Le daba miedo no regresar a casa, todavía. <<Estupido>> aun con lo seguro que era que nunca volvería, no dejaba de tener esa esperanza. No dejaba de querer irse a su piso, ver a su hermana, a su madre, abrazarla. Hacer como que era un niño normal, aun cuando había vivido cosas peores que cualquiera de sus abuelos. Recibir continuos "pobrecito" y "ahora ya estas bien". Olvidar rocavarancolia, a Dafne, a Charlie, a Amaro, a Bandrael, a Ran, lo que sentía y lo que había sentido. Una vez más rompió a llorar.

La primera semana fue dificil. Hyun no podía hacerse cargo de los sentimientos de Tayron, tenía miedo a fallarle. Él se sentía ya muy mal por si mismo y no quería ni creía poder lidiar con el humano. Trataba de evitarle y con ello estaba perdiendo a su mejor amigo en el torreón. Hyun sabía que estaba mal, que estaba solo. Sox todavía le provocaba demasiado respeto como para acercarse. Pero con Rigel consiguió un poco rellenar ese hueco, por poco que se hubieran hablado realmente en el torreon. Rigel era lo que necesitaba entonces, alguién que le consolara, alguién que le entretuviera, alguién con quien hablar.

Tayron acabó por mudarse a la cama de Eriel. Le dolía verlo, pensar que había fallado a Tay, sabía que no hubiera hecho nada de otra manera, que no podría. Pero eso no le quitaba los celos, ni la pena que se daba a si mismo. Las noches eran duras, apenas dormía y no parecía que iba a parar de llorar. Los cambios muchas veces vienen sin más, y poco a poco o derrepente, tu cabeza hace click y los aceptas, cómo la muerte de Charlie y Dafne. Pero la luna era un cambio que conocía, era un terror que se acercaba progresivamente, era un cambio que esperabas, y del que no sabías si te recuperarías. Era cada vez peor.

Ya llevaba unos cuantos días durmiendo poco entre pesadillas y las secuelas de estas, y los últimos días vivía con unnudo en la garganta y un vacio en el estomago, sin hambre ni capacidad de comer casi. Esa última noche la había pasado en vela, se levanto y tragó saliva como hacía cada cierto tiempo, asegurandose de que seguía podiendo tragar o respirar. Abajo hablaban, hablaban de lo que estaba por llegar. Cuanto más alto les oía mayor era el vacio de su estomago. Por un lado quería distraerse, siempre pensaba que en su mente era peor, pero oir en alto los miedos que compartían era horrible. Hyun se quedo a cierta distancia de la charla. Le tenía un poco de miedo a unirse como si nada a una conversación en la que estuviera Tayron, pero lo que él humano había dicho no era cierto. A rocavarancolia no le importaba que mereciera quién, y por eso el coreano estaba vivo. Sin embargo fue lo que dijo Eriel lo que uso para dar un paso al centro.

- Si - dijo con no demasiada fuerza. Tampoco lo creía con seguridad. Pero quizás estar juntos hacia más llevable lo que se les venía encima, esa especie de santa claus del horror que era la luna, en el fondo Hyun desaba que fuera así.

Las palabras de Tay le infundir on algo que no podría llamarse optimismo, pero que sí le hizo sentirse más fuerte frente a aquella espera incierta. Habían sobrevivido, habían resistido frente a todo lo que la ciudad les había echado encima. Merecían una recompensa.

—En todo caso, en unas horas se acabó —terció mientras tomaba asiento junto a los demás. Miró el desayuno que había preparado Eriel con cierta desgana. No tenía apetito, el estómago entretenido con mil cosas distintas que no tenían nada que ver con la comida, pero no quería echar a perder el esfuerzo del nublino. Al final dio un bocado.
—¿Cuánto queda? —terminó por preguntar a su compatriota. No se le había escapado que había dicho "esta noche"—. ¿Has dejado de sentirlo ahora que ya es el día?

Eriel ofreció un cambio de tema y Sox no sabía cómo le hacía sentir. Seguía sin ser una conversación completamente cómoda pero como mínimo no le producía el rechazo categórico de hace unos meses, y en aquel ambiente de desear lo mejor en las últimas horas que podían, de alguna forma no resultaba fuera de lugar limitarse a desear poderes e ignorar todo lo que podía salir mal.

—Yo no he sentido nada —admitió—. No me ha salido nada, ni siento que me observan ni que tiran de mí hacia ninguna parte.
Hizo una pausa mientras intentaba recapitular algo, lo que fuera.
—Creo que no cambiaré mucho —terminó. No se le ocurría nada más que aventurar—. ¿O me habéis notado vosotros algo raro?