Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

Eterno, iba a ser un momento eterno, y en cierto modo aburrido.

¿Pero quería que terminara? No dejaba de ser muy duro, muy triste, muy doloroso. Una escena que golpeaba a cada rato al chico coreano, recordandole que si, que había ocurrido de verdad. Que otra vez se había confiado. Que otra vez había perdido a sus amigos mientras trataba de huir. Pero Hyun no dejaba de estar perdido en su mente, ajeno a sus propios gemidos, pero inundado por las lagrimas que caían continuas por sus mejillas. Y en el momento que se movieran el tiempo volvería a su cauce, la luna volvería a ser real y sobrevivir volvería a ser la prioridad.

El nublino devolvió la vida a su ritmo. Y con ello Hyun rompió a llorar con más fuerza que antes. Pero no estaba conmovido por la escena que se desplegaba frente a él. Estaba cabreado.

- No.- Se sorprendio de lo clara que había salido la palabra de su boca. Aunque acto seguido rompio a llorar de nuevo. Las frases de Barael parecían las de una peli cursi escrita por alguién que no sabía lo que era perder a alguién que te importa de verdad. Y encima que Barael fuera el que lo dijera le enervaba aun más al coreano, dada la obviedad de que no eran amigos, y nunca lo habían sido. Quien le daba derecho a hablarle así. Si alguién tenía razones para no volver a sonreir era Tayron. Y si alguién tenía que callarse era Barael. Este momento, era del humano, el dolor, por mucho que todos lo sintieran, era del humano, y no podían si no dejarle estar. Además que se ofreciera a librarse de los cadaveres sin más le ponía de peor humor, Daer y Salkrit no le importaban fuera del asco que le provocaran. Pero no pudo enterrar a sus amigos de margalar y no iba a permitir que tiraran los cadaveres de Charlie y Dafne donde le saliera del culo. Otra prueba clara para Hyun de que el nublino no sabía o no le importaba lo que sintiera Tayron. Lo que sintiera Hyun - No. No pude... Que te has... No pude enterrar a mis amigos... Esta vez si. - Le hubiera gustado decir "que te da derecho a librarte asi como si nada de nuestros amigos", "que coño dices" o incluso "no le toques" cuando el nublino se agachó al lado de Tayron. No obstante se quedaron en unas frases inconexas y poco claras, interrumpidas por sus gemidos a cada rato. Hyun se llevaba las manos a la cara, quitandose las lagrimas y los mocos, sin enfocar la vista.

Siete no dejó que su mirada paseara demasiado por la escena, el cuerpo recogido para alejarse en lo posible de los restos. Le daba miedo tocar la muerte. Se había perdido las palabras finales entre los dos humanos, pero veía los hombros hundidos de Tayron, el temblor que provocaba el llanto cerca de él en los que quedaban y que se percibía incluso de espaldas, en el ruido de sus respiraciones.  Tragó saliva y mocos y cerró los ojos.  Respiró una vez antes de obligarse a mirar, a seguir las zancadas de Rad con la mirada, y moverse al localizar a Eriel, llorando sangre.  
Todo era discordante, pedazos de realidad mal pegados y Siete estaba dentro y fuera de ella, como un pensamiento añadido tarde al margen de un libro. Por eso, lo absurdo de Barael hablándole a Tayron como si se conociesen, pidiéndole que sonriese tan pronto, solo quedó como otro imposible más. A Siete no le quedó espacio a reaccionar.
Parpadeó cuando vio a Barael dirigiéndose a él y a Sox. Se hubiera sentido tentado de dejarle hacer y olvidarse de aquello, pero incluso sin escuchar la negativa deslavazada de Hyun, sabía que no era correcto.

- Quizás deberías atender a tu hermano- dijo, sin mucho espíritu. Hacía que el tono de su voz sonara extrañamente relajado, aunque siguiera goteando lágrimas en la camisa-. Deberíamos discutir primero que hacer con… encontrar un sitio, para ellos. Eran importantes para todos, no es una decisión de la que puedas hacerte cargo, Barael.

Hizo una pausa para contraer el rostro, e intentar contener un sollozo y el asco involuntario.
- Traeré ollas con agua y jabón.

El humano se ahogaba, sentía como si su cuerpo descendiera más y más en un punto muerto de no retorno, con la respiración en segundo plano, únicamente boqueando entre sollozos cuando sus pulmones iban a estallar. Incapaz de permitirse un segundo en el que pensara en otro amigo caído. No dejaría de repetírselo en la cabeza durante bastante tiempo con miedo a decirlo en voz alta por si terminaba creyéndoselo, ojalá hubiera sido una baja aquel día. Enterrado junto a ella pero no confinado a una vida en la que su recuerdo solo era dolor. Un dolor tan agudo que embotaba sus sentidos.

Estaba desplazado, consciente y voluntariamente desplazado a la vez que no lo estaba. Porque no podía enfrentarse a una realidad más grande y monstruosa, no estaba preparado para lidiar con cuatro muertes, ni siquiera estaba listo con una. Siempre se había mantenido distancia con aquellos momentos en los que sus abuelos, por la edad, perdían a viejos amigos. Ni siquiera se había replanteado lo que significaba. Ahora lo comprendía, entendía sus expresiones, nuevas caras surcadas de arrugas. Porque seguían adelante pero no olvidaban, Tay podía ver a aquellas pérdidas en los rostros de sus abuelos, pero solo ahora con aquella cicatriz en el pecho abierta en canal. Se desangraba, deseaba desangrase.

El contacto de Eriel llegó ajeno a su hombro, en otro momento lo habría agradecido, tocar algo vivo, sentir calor humano. Pero lo sintió frío, yermo. Como un peso muerto más en sus hombros. Apenas lo notó, podría haber sido cualquiera y no le importaría. Podría haber sido el gobernador de aquella ciudad condenada avisando de que les dejaría libres y no le importaría. Ya no quería ser libre, no lo sería nunca. Solo le quedaría la prisión de cadáveres a la que había llegado con ilusión meses atrás, porque viajara a dónde fuera un pedazo de él, un pedazo grande, también había tocado aquel colgante, y los había salvado a todos antes de morir. Dafne le había pedido que viviera por ella, sin saber que ambos estaban muriendo.

Tay se negaba a salir de su realidad, entablar otro contacto visual que no fuera el cuello sin pulso de Dafne y sus ojos, perdidos en algo que jamás podría ver. Barael lo estaba sacando, se estaba viendo forzado a girarse, a rendir cuentas. A... ¿sonreír?.
-...yo- el belga se giró con lentitud, pareciendo que miraba a Barael, pero con la mirada puesta en algo detrás suya. Las palabras del nublino sonaban debajo de agua, sin llegar del todo con claridad. Pero fueron suficientes. “Ambos sabemos lo fuerta que era”. Era. Pasado. Tay sintió un desgarro punzante y sus ojos se nublaron, no sabía si porque su cuerpo dijo basta o por las lágrimas. Se apoyó levemente en Barael para no perder el equilibrio que fue el tiempo justo en que el nublino llevó la mano a su corazón. Se apoyó solo unos segundos, pero jamás había sentido tanto asco en su vida, con los ojos desquiciados pareció fijar su atención por fin en él. Aunque no del todo. Únicamente porque lo necesitaba, se lo exigía así mismo. “Era. Sonreía”. Que suerte poder hablar con tanta facilidad de esa forma, a él solo le producía ardor.- ...vete- y se deshizo de su contacto, al igual que del de Eriel sin querer al sacudir el cuerpo para evitar que sus pieles rozaran. Quería gritar, en su cara, un grito largo y certero de desesperación. Y a la vez desplomarse en el suelo y aferrarse a sus rodillas para no dar con la barbilla en el suelo, contradictoriamente teniendo que volver a tocarle. Qué le importaba a él su sonrisa, no le importaba nadie. Ni Dafne, ni él, ni Eriel. Pero decirlo era más complicado porque mantenerse en el hilo de una conversación para Tay significaría dejar de llorar intensamente- tu...- hermano, quiso decir, que se ocupara de su hermano y le dejara en paz, pero tampoco pudo- largo-sin haberse levantando siquiera terminó por volverse de nuevo hacia Dafne- largo.

La voz de Siete a su espalda también le hizo reaccionar, aunque solo quisiera silencio. Entendió por el contexto.
-No- aunque no fue tan determinante como hubiera querido por el quejido de su garganta al hablar- de... ella de...- hizo un esfuerzo sobrehumano- me encargo yo- y seguiría allí hasta que el grupo finalmente decidiera ponerles fin a los cuatro. Tayron continuaría abrazando el cuerpo y meciéndolo con temblores en las manos.

Rechazo y más rechazo, lo mismo de siempre, intentaba ayudarles por muy inútil que fuera pero siempre desembocaba en lo mismo.

Odiaba cuando su abuelo tenía tanta razón.

Pero no sintió ira, estaba... cansado. De todos ellos y de tratar de hacer algo. ¿Y porque hacer algo? ¿Que ganaba? ¿Acaso yo mismo quiero estar con ellos? ¿Para qué? ¿Más odio? ¿Compañía? ¿Pero...? ¿Y si...? Preguntas sin respuesta que no le llevaban a nada, no se entendía y no entendía a nadie, pero si de algo estaba seguro era de que lo que más cansado estaba era de ocultarse a sí mismo.

-No me refería a ellos. -Dijo a Siete. -De hecho ni siquiera podría manejar los... manejarlos bien. -Enseño su mano y su muñón hecho trizas a modo explicativo. -Decía de limpiarlo todo y organizar. Es lo que... lo que gente... -Respiro hondo y tosió por ello, había pasado toda su vida tras máscaras y escondiéndose del mundo. Ya no tenía sentido. -Lo que la gente como yo debemos hacer. -Dijo finalmente. -Vosotros deberías descansar, si. No necesitáis forzaros a esto.

¿Porque seguir insistiendo? No lo sabía. Pero poco a poco se dio cuenta de que estaba triste y tenía miedo. Triste de no poder ser como ellos. Y miedo de quizás no poder llorar ni a su hermano.

Poco a poco el enorme mordisco en su torax se iba tornando negro.

El vacío y la desolación por las pérdidas de cuatro compañeros se hicieron notar con fuerza en el Torreón Maciel, y Rad no fue una excepción. No volvió a tener un momento como el de las letrinas, que pesaba con cierta vergüenza en su mente, pero su ánimo no era tampoco alto. El latido de dolor sordo que le ocupaba media cara no mejoraba su ánimo, y cuando finalmente estuvo curado, en su mayor parte gracias al tiempo y en menor proporción al anillo, las cicatrices que quedaron le sirvieron como amargo recordatorio de lo sucedido.

El horror de lo sucedido en sí mismo, del cambio y las acciones de Daer, también lo perturbaban. Ya se había hecho a la posibilidad del cambio físico: el posible cambio a una araña era, quizás, peor que lo que habían visto. Era la otra cara lo que le angustiaba: la locura y falta de misericordia de su compañero carnívoro, coincidente con varios rocavarancoleses que se habían encontrado. La posibilidad de acabar así cuando la Luna Roja surgiera en el cielo le provocaba un pavor que dificultaba el descanso.

Con el tiempo, sin embargo, llegó más serenidad, y también una culpabilidad menos martirizante. Rádar no se había dado cuenta de verdad de la brutalidad de Rocavarancolia hasta aquel momento, ni siquiera con la muerte de Nad, limpia, indolora y que no había presenciado. Tampoco con el accidente de la casa en ruinas, más por un descuido absurdo que por maldad pura, y donde habían tenido la suerte de la supervivencia completa. Tampoco con las desapariciones de Inna y Eorlir.

Hasta ese momento grandes piezas del tipo E carabés habían pervivido, y fuera consciente o no, también el deseo de ser el mejor por el hecho de ser el mejor. Siempre había sabido que debía cooperar, pero el individualismo y la competición estaban demasiado arraigados en su ser para que algo menor a un shock brutal pudiera provocar que intentara cambiar.

La muerte de cuatro compañeros, la carnicería que contempló, fue sin duda un shock brutal. Cuando el tiempo le permitió reflexionar Rádar se dio cuenta, de verdad y no solo a nivel superficial, de que fallar en Rocavarancolia no provocaba penalizaciones en forma de pérdida de bienes, comodidad o respeto. Las penalizaciones allí se dirigían más hacia la muerte, el dolor y el sufrimiento, de uno mismo o de los amigos.

Eso le llevó a ser poseer una mayor autoexigencia, pero de una forma mucho más tranquila que antes. Ahora entendía que no tenía que ganar, no había nadie a quien superar. Lo único que tenía que hacer era poder sobrevivir, e intentar que nadie muriese. Como efecto de aquello empezó a dormir con una espada bajo la cama, negándose a que cualquier potencial peligro volviera a pillarlo desprevenido.

Aquello era casi lo único en lo que pasaba el tiempo, al menos dentro de los muros del torreón. Cuando el dolor empezó a ser menor Rad empezó a suplirlo con cierto nerviosismo. La espera lo asfixiaba, y lo único que deseaba era que terminara ya.

En su cara le quedó una marca dividida en cuatro cruzándole, en diagonal, media cara, como un amargo recordatorio de lo que podían hacer los monstruos que se perdían a sí mismos.


Rádar sabía que estaba amaneciendo cuando despertó, con el corazón latiendo con fuerza y lentitud a la vez. Sabía perfectamente qué día era, igual que lo sabían todos sus compañeros. Sabía cuántas horas quedaban para la salida de la Luna Roja, cuántos minutos para obtener las habilidades prometidas. Cuántos segundos para, quizás, convertirse en un monstruo como el asesino de Nad, Tuétano o Daer.

El tipo E abrió los ojos de golpe, apenas queriendo moverse. No se había dado cuenta en los minutos anteriores, pero ahora lo sabía. Su capacidad de percibir el tiempo hasta la Luna Roja, al parecer, había terminado de afinarse.

El torreón le parecía completamente silencioso, quizás por la hora. No reconocía cuántos bultos había a su alrededor, en aquel cuarto que se había convertido en la única habitación ocupada por todos ellos. Tras suspirar, no sabía si temblorosamente o no, se levantó de la cama. Si iba a estar despierto, al menos podía comer algo.

Pisaba con cuidado en el pasillo, en las escaleras. Casi le parecía que la atmósfera pesaba, que Rocavarancolia contenía su respiración, que su propio cuerpo (más que él mismo) esperaba expectante.

—Feliz gran día —murmuró a quien estuviera en el salón.

Eriel no durmió la noche antes del gran día. No podía dormir quizá fuera más exacto. En lugar de eso se dedicó a hacer cosas útiles por el torreón mientras rememoraba el tiempo pasado.

Rememoró el dolor y el duelo de haber perdido un ojo, cosa a la que a día de hoy aún no se había acostumbrado. Recordó haber sido egoísta y curado a su hermano antes que a Rad. "Mía ha sido la decisión, mío ha de ser el dolor" fue lo que dijo. Cargó el anillo lo más rápido que pudo para que el carabés no tuviese que sufrir mucho.

Recordó como todos se mudaron al dormitorio donde dormían él y su hermano. Tayron lloraba por las noches al despertarse y Eriel, que cada vez dormía menos, se levantaba para estar con él. Algunas veces incluso durmieron juntos. Las únicas veces que el nublino no estaba ahí para su amigo era cuando tenía que darse un baño, o se le reclamaba en otra parte. Pero en esos momentos confiaba en el resto, sobretodo en Siete para echarle un ojo al humano. Conforme pasaba el tiempo Tay lloraba menos y eso alegraba a Eriel, significaba que poco a poco lo estaba superando.

También recordó el estallido de lágrimas de Sox y el achuchón que le dió para animarlo. Quizá todos los esfuerzos del joven para animar al resto fueran en vano, pero Eriel no dejó de intentarlo una y otra vez.

Por supuesto el propio nublino se derrumbó más de una vez, pero se cuidó de hacerlo fuera de la vista del resto. No quería que se preocupasen más por su culpa. El único que podía llegar a pillarlo en aquellos arrebatos era Siete y el joven se aseguraba de evitarlo durante un buen rato.

No sabía la hora exacta nunca, se guiaba por la posición de las estrellas en el cielo. Así que pasó la mayor parte de la noche leyendo por quién sabía que vez el libro de la historia de la ciudad, con una luz mágica a su alrededor.

El tiempo pasaba y con él su ansiedad crecía. Aquel era el día, el día que recibiría su esperado don. Esperaba que los cambios de sus compañeros y su hermano fuesen benévolos.

Salió afuera y subió un caldero. Bebió mientras contemplaba el suelo del patio, si parpadeaba aún veía la sangre y los cadáveres. Tratando de quitarse las imágenes de la cabeza dirigió su único ojo hacia el cielo, esperaba encontrar señales de la Luna pero aún no había ninguna.

No tardaría en amanecer. Intentando hacer algo útil Eriel se metió en la cocina y empezó a cocinar. Aquel era su último día, ya no había que ahorrar comida. Podían hacer un festín y que cada uno comiese lo que le apeteciera.

No es que el nublino cocinase especialmente bien, pero siendo nómada algo había aprendido. Al menos la comida no se quemaría.

-Hola, Rad - saludó. Antiguamente le habría dicho "buenos días" pero desde aquel día no sentía que ninguno fuese bueno.- ¿Tú tampoco podías dormir? - le preguntó mientras sacaba una loncha de carne de la sartén.

—Hola, Eriel —el nublino podría notar cierto cansancio en la voz, aunque nada de la hostilidad que alguna vez había dirigido contra Eriel. Otro de los cambios del ataque de Daer—. He podido dormir, pero poco y mal. El reloj que me regaló la Luna está sonando con más estridencia que el más irritante de los despertadores —reprimió un bostezo, y se giró para salir al patio, pensando que antes que nada debería, al menos, intentar estar bien despierto—. Ahora vuelvo

El tipo E salió un momento al patio, limpiándose la cara con el agua del pozo. No pudo evitar desviar sus ojos hacia el otro reloj, el inerte. La Luna Roja y la estrella de diez puntas ya estaban prácticamente coincidentes, a falta de tan pocas horas. El cielo estaba en un color extraño: el sol ya había salido, pero al haberlo acabado de hacer los edificios lo tapaban. Sus rayos, por tanto, podían iluminar el cielo, pero no la tierra.

—¿Tú no has podido dormir, entonces? —le preguntó al nublino cuando entró, yendo hacia la cocina para ayudarlo. El "tampoco" no dejaba lugar a muchas dudas—. ¿Estás demasiado nervioso por ver qué asombrosos poderes te da la grandiosa Luna Roja?

Había intentado decirlo en un tono bromista, un intento de aliviar la tensión que, al menos él, sentía (o se imaginaba) allí presente, como una gruesa manta que tapara toda Rocavarancolia. El cansancio y los nervios, sin embargo, se habían conjugado para que apenas se notara. Rádar había parecido casi completamente serio al pronunciar aquellas palabras. Casi.

Eriel esbozó una tímida sonrisa cuando el carabés hizo referencia al reloj mental que tenía. Hacía tiempo que ya no reía, cuando algo le hacía gracia solía reír a carcajadas pero desde aquel día... Reprimía la risa, ¿qué motivo tenía para reír cuando todo el torreón parecía sumido en un aura de desgracia? No, Eriel ya no reía abiertamente y desde la pérdida de su ojo se había aficionado un tanto al humor negro. Dirigido contra sí mismo y nunca expresado en voz alta.

Le pasó una verdura al carabés para que la cortara. Si Rad quería ayudar no iba a ser él quien se negase.

-En parte por eso, sí - reconoció el joven.- Al final éste era mi sueño, Rad. Y aunque ya no lo veo de la misma forma - esbozó otra media sonrisa que esperaba hubiese escapado al carabés,- no puedo evitar pensar que hoy por fin se acaba. Hoy, pase lo que pase saldrá la Luna. Es inevitable, y sólo puedo pedir que sea benévola con nosotros. Incluso con Mónica y compañía.

Dejó la espada apoyada contra la pared y cogió el cuchillo para cortar las verduras. Lo haría lo mejor que pudiera, como siempre intentaba hacerlo todo, pero con cierta prisa. Rádar tenía hambre.

—Sí, el último día, por fin —murmuró, sin poder evitar pensar que bien podía hacérsele el día más largo de todos—. Ya veremos cómo es. Mientras no me convierta en una araña gigante, o en Daer, me doy por satisfecho.

Daer significaba la bestia en en la que se convirtió, Tuétano, a quien tanto hacía que no veían, el asesino de Nad, la mariposa cultista. Los monstruos de aquella ciudad ahora se habían unido en uno solo, como si así Rad pudiera, con menos esfuerzo, evitar convertirse en ellos.

Eriel asintió a las palabras del carabés.

-No creo que tú te conviertas en lo mismo que era Daer - le dijo a Rad.- Quiero decir, a diferencia de él tú no comes carne cruda. Tú tienes un reloj mental. No creo que la transformación de Daer sea igual que la tuya.

Eriel se quedó pensativo mientras removía una cacerola con un guiso que estaba haciendo.

-De hecho... creo que cada uno de nosotros será distinto. O al menos ninguno hemos sentido cosas parecidas - explicó.- ¿Entiendes lo que quieró decir? - preguntó echando carne a la cacerola que estaba removiendo.

Rádar suspiró al oír las palabras de Eriel, pasando al siguiente vegetal. A veces no comprendía si aquel nublino era obtuso o, simplemente, demasiado joven para comprender determinadas formas de expresarse.

—No me refería solo a Daer, pero gracias —se quedó pensativo mientras miraba cómo el guiso se removía, decidiendo no seguir la tentación de hacerse un bocadillo. Una parte del ciclo terminaba, y por tanto otra comenzaba, y de lo que había tras la puerta ante la que se encontraban no sabían nada—. Tiene sentido lo que dices, sí. No nos hemos encontrado con dos rocavarancoleses iguales. Y nuestras... señales... Solo la tuya y la de tu hermano se parecen —lo miró de reojo, preguntándose si era por la cercanía genética—. Y tampoco mucho, la verdad.

-Ya, creo que ya sé a qué te refieres - respondió el nublino. Ciertamente no había pensado en el resto de bendecidos que habían visto. Pensó en algunos de los cambios y se imaginó a sí mismo como algunos de ellos.

-Quizá porque somos hermanos - aventuró el joven.- Igual influye en nuestras transformaciones. No he oído ninguna historia de hermanos bendecidos así que no sabría decirte.

-Dime, Rad. Sabiendo lo que ya sabes... ¿qué querrías de la Luna? - le preguntó curioso por conocer la respuesta del carabés.

El carabés se quedó callado, reflexionando la respuesta. Había muchas cosas que tenía claro que no quería, y algunas que tenía claro que sí le gustaría tener. Otras, sin embargo, no estaba muy seguro.

—Poder volar estaría bastante bien, y seguro que es muy útil. Me encantaría también poder respirar bajo el agua —empezó a tamborear sobre la encimera, rumiando qué más decir—. Más fuerza, resistencia, velocidad, claro. Todo eso siempre sería de agradecer —dudaba con la magia. Era una herramienta que, como carabés, siempre vería profundamente útil. No podía evitar, sin embargo, cierto recelo hacia quienes la usaba—. En cuanto a cambios físicos, nada extremo. Cuernos y cola puedo soportarlos, quizás incluso me gustase. Más extremidades brazos o patas preferiría que no, pero lo toleraría. Lo que más espero no tener es algún cambio más extremo: quiero reconocerme cuando me mire al espejo.

Había sido claramente tajante en lo último, aunque en toda la conversación había mantenido un tono de voz apenas normal: casi podría decirse que hablaba en voz baja. Rádar sentía el peso de las horas, el peso del día, y el peso de la Luna Roja. La podía sentir, ya extraordinariamente cerca, y a su vez acercándose cada vez más. Llamándole, quizás, o tal vez llamando a una parte de él que no sabía que existía.

Rad solo quería saber a qué llamaba porque a aquellas alturas resultaba evidente que era un hecho ineludible. Así pues, pensaba, cuando antes pasara mejor.

—Mejor guardemos el resto, no sabemos si podemos necesitarlo. Esto puede acabar hoy, pero lo que suceda mañana lo desconocemos por completo —suspiró cuando empezó a empaquetar en las cestas la comida que no habían usado, aunque dirigió la mirada hacia Eriel. Habia curiosidad en sus ojos, pero también cautela—. ¿Y tú? ¿Qué quieres recibir?

Eriel asintió a todo lo que decía el carabés. Parecía haber pensado en ello con detenimiento y eso le gustaba. De todos sus compañeros Rad era el que más próxima sentía la Luna y eso debía darle una perspectiva distinta.

-Sí, guárdalo por si acaso - coincidió con él.- Pero hoy nos damos un festín. Una última comida antes de la Luna. Todos juntos - dejó caer para ver si el carabés se unía aunque fuese ese último día a comer con ellos en la mesa.

-Yo... sí, alas estaría bien - dijo también.- Me gustaría visitar tantos mundos como pueda una vez pase este día, y podría estar muy bien volar para ver desde las alturas. Los cambios físicos me dan igual, siempre he querido que me salieran los cuernos y si la Luna no me los da puede que me los ponga yo. Cola tampoco me importaría, aunque debe ser una lata acostumbrarse a andar con una - tras unos segundos de silencio añadió.- Pero lo que de verdad quiero es poder, da igual de qué tipo. Para que nada de esto vuelva a pasarnos, para no volver a ver a ninguno de mis amigos llorar.

-Quiero pedirte un favor, Rad. ¿Me lo harías?

Rádar resopló un poco ante las primeras palabras de Eriel. Había muchas cosas de fuera de Carabás que no entendía, y esa era una de ellas.

—¿Qué le veis a comer así?

Su voz estaba teñida de auténtica curiosidad. Era un aspecto de la cultura de sus compañeros que veía particularmente ilógico. No injusto ni potencialmente peligroso, como pasaba con las familias, pero sí ilógico.

El tipo E escuchó al nublino hablar de su deseo de poder. No dijo nada, pero su expresión fue una máscara de cautela. Entendía aquel deseo, era perfectamente lógico, pero no dejaba de parecerle preocupante. Por eso habló, con palabras parecidas a las que habría usado meses antes, pero un tono que intentaba ser diplomático y serio, más que cortante y sentencioso. Y que, al menos para provenir de él, conseguía su objetivo.

—Cuidado con esos anhelos. Pueden ser peligrosos —Rádar lo sabía bien. Quizás la Luna Roja los transformara en monstruos inmorales, quizás no, pero sabía algo: en Carabás nunca había habido nada como aquel astro. Y en su pasado abundaban los ejemplos de engendros demasiado poderosos.

—Depende del favor —respondió a la pregunta de Eriel, con curiosidad moderada.

Eriel miró al carabés ligeramente divertido, clavó en él su único ojo.

-No le vemos nada en concreto, Rad - explicó el joven.- Pero sentarse a comer con los demás es algo que une, algo tan tonto como compartir una comida de vez en cuando hace que nos conozcamos mejor, y eso siempre está bien. Y el día de hoy necesito esa unión más que nada - dijo dejando entrever parte del miedo que había en su interior.

-Sé que es peligroso - respondió,- pero cuanto más peligroso para todo lo que hay ahí fuera mejor para nosotros. Menos cosas intentarán atacarnos.

Eriel suspiró y trató de calmarse. Se cercioró de que su hermano no estaba por allí y fijó su atención en el carabés.

-Si... si por cualquier cosa cuando salga la Luna, pasa algo e intento haceros daño quiero que me detengas. Aunque tengas que matarme - pidió a Rad.- No me perdonaría hacerle daño a nadie, y sé que es egoísta cargarte con ello... pero confío en ti para esto, Rad. Eres el más preparado.

-Espero que no pase nada por el estilo, pero prefiero tener un seguro - explicó.