Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

Tal vez fuera algún ruido o conversación que le distrajera, tal vez confundió la sensación de derecha del hechizo con la que realmente era la izquierda o tal vez la memoria muscular le jugó una mala pasada. El caso es que el cubo, al principio completamente bajo su control, escapó de su agarre mental y descendió en caída el recorrido que le quedaba pozo abajo. Se le escapó un exabrupto de frustración no muy diferente a los de Sak, más el pitorreo consiguiente a dos bandas.

—Iros a la mierda —bufó Sox en tono neutro, mucho más descontento con su desempeño que con las coñas de sus compañeros—. Lo recuperaré también sin cuerda y ya está.
No había práctica desperdiciada; así haría el ejercicio otra vez bajo presión. Sin dejarse amilanar volvió a repetir el conjuro, con minuciosidad feroz esta vez. Sacó el cubo del pozo, y una vez lo hizo repitió el mismo ejercicio solo para mostrarles a ellos y a sí mismo que podía. Vertió de vuelta con satisfacción el agua que había sacado.

Tuvo que parpadearse algo de desorientación fuera de los ojos cuando por fin soltó su influjo sobre el cubo. Reconoció los signos y decidió descansar un momento.
—¿Cómo te notas de energías? —le preguntó a Tay. Él sentía que podía seguir aun a regañadientes, pero de darle el belga una respuesta similar le propondría practicar con algo más ligero.

-Bueno, puedo prometer que si me traes el anillo te daré algo más que una palmadita. Pero si nos pilla Dafne me temo que el anillo me servirá para poco - le dijo soltando una carcajada.

-Va Sox, no te enfades. ¿Quién no ha tenido un mal día para la magia? Yo los tenía cada dos por tres en casa. Más que nada porque no sabía hacerla - se rió. A la vista de lo que estaban haciendo abajo Mónica se despidió con unas palmaditas en la cabeza y fue escaleras abajo al grito de "EL ANILLOOOO". La sonrisa del nublino se amplió pero también aumentaron sus nervios.

-¿Cómo? Oye guapo, ¿y si te atamos a ti de tus partes nobles y te tiramos al pozo? - le preguntó al humano con una mueca entre divertida y de dolor por la imagen mental. Sox no tuvo problemas para sacar el cubo del pozo y Eriel lo aplaudió por la gesta. Al poco apareció Dafne con el anillo en la mano.- Mira, al final la recompensa se la lleva tu amiga - dijo el nublino poniendo énfasis en la palabra "amiga".- Te quedas sin premio - se burló.- Dadme unos minutos y bajo, que a mi también me interesa esta clase de magia.

Le dio las gracias a la humana y le pidió que lo dejara solo. Eriel quería pasar aquello por su cuenta. Con mucho cuidado de no tocar la parte de arriba el nublino volvió a su habitación y cerró la puerta, fue a su cama y se tumbó boca abajo. Depositó el anillo sobre la cama y tras tomar aire y armarse de valor apretó el anillo contra su palma.

Nada le podría haber preparado para lo que sucedió a continuación, ni las palabras de sus compañeros ni los gritos que ya había escuchado anteriormente. El dolor golpeó como una maza, duro, rápido y sin avisar. Eriel jamás había sentido nada igual, sentía como si le clavaran cosas al rojo vivo por todo su cuerpo. Cada pequeña herida se iba cerrando hasta dejar de doler pero el proceso era una tortura. Los gritos no tardaron en llenar la torre.

El proceso tardó unos minutos pero Eriel creyó que habían pasado horas desde que había empezado. El dolor se fue tan repentinamente como llegó y el nublino se encontró tirado en el suelo. Desorientado se levantó con cuidado y se sentó en la cama para recuperar el aliento. Cuando por fin procesó que ya no había dolor y las náuseas habían pasado bajó corriendo las escaleras.

-Por fin - dijo saliendo al patio.- Dioses, hacía mucho que no me sentía tan bien. Gracias a todos - les agradeció a los presentes.

-Cabrón- soltó cuando el nublino mencionó a Dafne, una risilla floja afloró en su garganta- te lo aseguro, ninguna hoja de apuntes de magia podría con ella, es temible cuando quiere.

La irritación de Sox se le antojó divertida pero decidió no comentar nada más al respecto, tampoco era cuestión de remover lo mismo otra vez. Era consciente de que él la fastidiaría peor, y más veces. Tampoco era fácil concentrarse con tantos ojos atentos, eso Tayron lo sabía de sobra, no podría contar la de veces que se le había olvidado lo que sus abuelos le habían mandado a hacer en el bar con la presión de la gente mirándole.
-Bien- se alegró cuando recuperó el cubo- y capullo- le dijo a Eriel- no me digas más guapo, que me lo voy a creer, el premio que se lo quede Dafne, ya me contará como le ha ido con tan poca cosa- añadió con voz más aguda al final.

Tay se giró hacia el rubio. Lo cierto es que se encontraba flojo, pero nada con lo que no pudiera lidiar de momento.
-¿Qué propones?- fue su respuesta, con una sonrisa más lenta ahora por lo que sabía que sucedería a continuación- aunque algo mareado, ¿supongo que es normal?, esto va cansando- deseó que se demorara en la respuesta, así podría hacer oídos sordos a los gritos de Eriel por el anillo. El dolor ajeno se le metía en los tímpanos y no pudo hacer más que desviar la mirada, jamás sentiría tanta empatía por alguien como por los que habían sufrido el efecto del objeto mágico. Al menos ya podían decir con exactitud que habían salido bien parados después de todo del desastre, aquel día fue terrible y ahora todos estaban bien.
-Ya está- le dio una leve palmada en el hombro sin darle importancia a sus palabras, una gran parte del trabajo se debía a Barael- dáselas a tu hermano, estoy seguro de que ya lo sabes pero se ha desvivido por ti, quizás demasiado.

Las voces del patio llamaban demasiado la atención a Mónica, de modo que no pudo resistirse y bajó tras despedirse de Cenizo. Por el camino se cruzó con Dafne, que le subía el anillo, y su mera visión hizo que la chavala apretara el paso. Cogió algo más de comida de la cocina antes de salir (tenía mucha hambre, efecto secundario de dormir poco) y… los gritos de Cenizo comenzaron a resonar. Mónica se estremeció y se tapó los oídos, saliendo a todo correr al patio.

—Hola. ¿Puedo unirme? Yo también quiero ser una súper maga —finalizó, forzando una sonrisa y mirando de reojo la ventana de donde salían los gritos—. Fijo que os doy un palizón.

«Distraedme, distraedme, distraedme».

Todavía no se habían puesto a hacer nada cuando los gritos acabaron y el nublino salió al patio, perfectamente recobrado. En ese momento Mónica se relajó, pasado el temor de que alguien más muriera, y mordisqueó la comida que llevaba entre manos.

Si le hubieran preguntado, por primera vez en su vida hubiera respondido que se quedaría en la cama un rato más.

Algo empezó a arrastrarlo fuera de su plácido descanso, poco a poco la sensación de ser zarandeado junto a los susurros de su nombre le iban trayendo de vuelta de su pequeño letargo. Y a mitad de camino, el pequeño artefacto mágico en su dedo corazón comenzó de nuevo con su cometido, ignorante de sus propias consecuencias.

El dolor hizo que se pusiera sentado demasiado deprisa, mareándolo, y la luz que entraba lo cegó por completo por unos instantes cuando sintió que unas manos tomaban la suya y le sacaban el anillo, le agradeció con su nombre, ya hacía dos meses que la escuchaba casi todos los días.

-Gracias Dafne... -Era un tono de disculpa.

Una vez la ceguera se fue pudo ver la cara de preocupación de la belga clara como el agua. -Estoy bien, tranquila. -Decía sin creerse sus palabras. No le gustaba aquello, aquella confrontación donde había causado malestar a otra persona por quizás el cariño que ella pudiera tenerle, pese a que él pensaba no sentir ninguna conexión con ella.

Charlie estaba apoyado en la puerta con una cara que paso de la preocupación a una sonrisa jocosa así que ella le advirtió, le avisó que era para su hermano ya y se fue. Barael le tenía curiosidad, a veces mostraba una actitud o voluntad muy fuerte en situaciones que él no se esperaba, como ahora mismo tomando el anillo y reprendiéndole. Se pregunto si sería eso en parte por lo que le gustaba a Tayron.

Se levantó con dificultad, todos sus músculos le ardían por la combinación entre la noche entera y dormir en el suelo por lo que comenzó a estirar pero se mareo  y se tuvo que sentar en la cama. Respiraba hondo, tratando de calmarse.

Charlie y él hablaron un rato, el humano intentando convencerle de que descansara y el nublino dándole razones por las cuales no podía, al final Charlie desistió con un suspiro y le dijo que le esperaba abajo para ayudarle con la armadura, que estaba mal darle todo el trabajo a Lorenzo a lo que el nublino asintió mirando para otro lado.

Estiró otra vez, tenía frio aunque el ambiente estaba más cálido que de costumbre pero le gustaba, abrazó esa sensación y se quitó la camisa como solía hacer para entrenar cuando no usaba armas.

Salió de su habitación temporal cuando comenzó a escuchar los gritos de su hermano. Era muy extraño para él, una mezcla de felicidad porque su hermano era curado y agonía por su dolor le recorría de la cabeza a los pies poniéndole los pelos de punta y matándolo a escalofríos. Se había quedado quieto escuchándolo, y cuando terminó, Barael pareció descongelarse y avanzó lentamente hacia el patio, necesitaba agua para despejar del todo, aunque los gritos de su hermano ya lo habían puesto alerta.

Al llegar al patio estaban reunidos allí unos cuantos e iba a saludar cuando vio a su hermano. Las marcas de llorera eran ya casi imperceptibles pero mostraba unas ojeras profundamente marcadas y un andar extenuado.

No pudo evitar sonreír, por fin lo veía de nuevo alegre como era él sin tener que estar atado a un sitio, lo cual tenía gracia dada la usual pereza que siempre mostraba. Sin embargo recordó su brazo y pasó de largo al pozo, sin acercarse a ellos y comenzó a llenar un cubo de agua. Subirlo era ahora una tarea más compleja y costosa pero poco a poco iba amoldándose a ello, con su mano sacaba cuerda y con su antebrazo la enrollaba tirando de él hacia su pecho, y vuelta a empezar. Al sacar el cubo se sentó con él  encima de las piernas y metió directamente la cara en el.

Siete se mordió rápido una sonrisa ante el chiste de Eriel. El herido les gritaba desde su cama y las pullas volaron entre el grupillo. "Yo noto algo de cansancio, pero no creo que tenga capacidad para hacer volar el cubo como tú" aportó unicamente, después de que Sox hiciera otra vuelta. Como habían enviado a Salkrit a hacer el recado, Siete se quedó con ellos. Se encogió visiblemente cuando la voz de Eriel dejó de hacer comentarios para empezar a gritar. Mónica llegó buscando refugio, y pronto aparecieron los hermanos en el patio también.

Siete se había envarado un poco y tenía la mirada apagada. No sabía ignorar como debía los últimos gritos, y le fue imposible sonreir abierto a Eriel a pesar de alegrarse de verlo entero y bien. Empezaba a ser un grupo grande reunido en torno a los apuntes de Sox, y por debajo de la familiaridad de verse en compañía, le hizo sentir aprensivo. Revisó el aspecto cansado de Barael, ahora libre de llevar el anillo, pero tampoco a él le hizo un gesto de complicidad -Siete apenas había tocado el trasto-. Guardaría silencio, y observaría las pruebas de los demás, si las realizaban.

Los gritos de Eriel interrumpieron momentáneamente la conversación y Sox captó inmediatamente la incomodidad de su compañero, que al fin y al cabo era un reflejo de la suya propia.

Iban a ser los últimos, se recordó a sí mismo. Los penúltimos, si Lorenzo superaba aquel recelo a la magia y se dejaba curar con ella.
—Yo también estoy desgastado. Puede que esta magia use energías diferentes a la que conozco, y esté empezando de cero tanto como tú —explicó, un poco más de lo que hacía falta a propósito, un poco más alto a propósito para ahogar lo que aún se oía de la voz de Eriel—. Practicar con algo más ligero, pero que haya que manejar con más cuidado. O-

La llegada del nublino dejó a medias su otra propuesta, que era hacer la ronda a ver quiénes más tenían el don. Aun habiendo comprobado con sus propios ojos a lo largo de los días pasados que el embrujo del anillo funcionaba correctamente, Sox siguió el avance de la figura de Eriel con tensión contenida en la mirada. Para el carabés era tan incongruente el que doliera sanar con magia que una parte irracional de él estaba convencida de que el anillo tenía que estar haciéndolo mal, que algo haría crac de repente un día y que los cuerpos aparentemente curados se derrumbarían de vuelta al suelo como castillos de naipes. Lo que en cualquier otro lugar habría sido paranoia en Rocavarancolia se convertía meramente en improbable, y eso le sacaba de quicio.
—No hay por qué darlas. ¿Quieres celebrarlo? —Mónica también se les acababa de huir, y entre los cinco empezaban a ser ya un grupito nutrido en el patio. Les tendió los apuntes a los recién llegados—. Elegid y memorizad el que queráis entonces. Si elegís hechizos distintos mejor porque así no tenéis que compartir hoja.

Barael se unió a ellos, de nuevo pisando los talones de su hermano. Sox dio por hecho que con un brazo de menos no habría ningún intento por su parte, y no hizo ningún comentario al respecto. Tampoco sobre el planchazo con agua: a aquellas alturas ya sabían todos lo que había estado haciendo.

Con un sonido un tanto melódico, el siseo de la aguja mientras tensaba el tejido se hizo notar. Cuando se percataba de el, se dió centa que lo encontraba un tanto tranquilizante, como si el hierro silbase. Fahran, sin duda, lo hacia silbar.
Junto a ella, en la cama, habia una sudadera casi completamente deshilachada. ¿Cuantas veces habia tenido que cortar su dichosa tela, buscando tejido que no estuviera manchado u oliese?
Su cepillo se encontraba desmontado a mitad, revelando sus contenidos, agujas, apropiadamente apiladas en una capsula de plástico, una elegante pluma con la punta algo manchada de tinta morada y, por ultimo, tres pequeños rollos de hilo pálido.

Tarareaba suavemente al son del ritmo de la aguja, a medida que la bufanda cobraba forma entre sus manos. Hoy iba a ser el día.

Con una sonrisa en sus labios, pintados en un color más vibrante aquel día, sus dedos acariciaban el papel que yacia sobre su regazo.
-Me pregunto, ¿que pensará de esto?-susrraba, volteando la bufanda de dentro afuera.-De que lo he hecho yo misma.-

Los hilos estaban perfectamente alineados, sin dejar espacio alguno, como debería ser.

Alzó la bufanda contra el ventanal y dejó que la luz bañase su obra y así poder contemplarla. Fue entonces cuando se percató de las heridas, bañandole esporadicamente los dedos, pruebas de un descuido de aficionado. Claro estaba, ¿desde hacia cuanto que cosía a mano? Pero decidió no tomarselo a pecho, no al menos, aquel día tan marcado.

Con ese pensamiento en mente, tanto la aguja como la carta volvieron a su escondite, en el pomo del cepillo para despues cerrarse y volver de nuevo a un bolsillo en su falda.
Cogiendo la bufanda terminada por las esquinas y, justo cuando se puso a doblarla, un grito desgarró el aire, destrozando su paz mental.
Supuso que uno de los crios. ¿Cuanto más antes de que me agoten?

Su rostro se compungió, pero pronto se acordo de la mentalidad que queria mantener a lo largo del día. Se tomó su tiempo doblando la bufanda, como habia planeado para despues colocarla sobe su brazo y así bajar por las escaleras con un elegante paso.
Su rostro era una máscara inmutable, cuando descubrio la reunion ahí presente.
-¿Que está pasando aquí?-

Eriel frunció el ceño ligeramente antes las palabras de Tayron.

-Ya, seguro que no me ha hecho ni caso, como siempre - le dijo refiriéndose a su hermano. El nombrado apareció por la puerta y el nublino más joven le dirigió una mala mirada.- Tienes suerte de que esté de buen humor, pero ésta te la guardo, te lo prometo - le aseguró.

-Yo casi tengo memorizado el de levitación. Fruto de pasarme tantas horas mirando los apuntes y sin nada mejor que hacer -bromeó. Eriel buscó por el suelo hasta dar con una piedra y la puso frente a sí con el papel en la mano. Repasó la hoja un par de veces e hizo el primer intento con nulos resultados. Volvió a mirar los apuntes y descubrió dónde se había equivocado, pero en el siguiente intento se equivocó otra vez. Al quinto intento por fin consiguió levitar la piedra.- ¡Sí, sÍ, SÍ. Lo conseguí! - exclamó emocionado.- Lo sabía, sabía que podía. ¿Si no para qué rayos he venido aquí? - Eriel estaba exultante y muy contento, cosa que combatió el cansancio por la energía invertida.

-Magia - dijo por toda respuesta a la xolnita.

Lo que empezó con una práctica de tres acabó por reunir a un buen grueso del grupo, no es que ellos fueran muchos, claro, pero en cuanto se sumaban unos cuantos a alguna actividad a Tayron le parecía que la habitación estaba muy llena. Saludó a Mónica y Barael llegó al poco, algo demacrado, el belga siguió su trayectoría hacia el cubo de agua y se sintió tentado de tirarlo al pozo por estúpido y cabezón. Pero al mirar con disimulo el lugar donde debería estar su mano se quitó aquello de la cabeza. Evitaba mirar su muñón cuando hablaba con él porque sabía que si lo hacía desviaría demasiado su atención, tanto como para que el nublino lo notase.

Eriel comenzó, y Tayron, un poco impaciente, empezó a pensar que si  esa magia usaba otras energía que ninguno de los carabeses entendían sería más complicado realizarlas con éxito.
-Casi lo tienes- comentó una de esas veces en voz queda, para no desconcentrar. Lo felicitó con evidente excitación cuando la piedra se elevó en el aire, supo al instante que podría estar así toda la tarde y a la vez  notó una llama de pánico por si no funcionaba la próxima vez que él mismo hechizara algo. ¿Y si solo había sido suerte?. Pero no creía que se tratara de eso, él había sentido el hormigueo en los dedos, tenía que significar algo.

Escuchó a la xolnita llegar, con algo doblado en el brazo. No le prestó atención al detalle y se movió dos pasos a la derecha porque desde su posición no podía ver a Fahran con Siete tapándole la visión.
-Estamos probando hechizos, de momento todo de puta madre- comentó con voz neutra, nunca le tenía en cuenta a nadie los pequeños roces de días atrás, lo suyo con la chica no había sido algo para seguir arrastrándolo. Su amiga Dekka resaltaba con frecuencia que le gustaba esa parte de él, si alguien cometía alguna estupidez tenía la capacidad de hacer borrón y cuenta nueva muy fácilmente.- ¿Te animas?.

La palidez de Mon se desvaneció un poco más cuando también vio bajar a Barael —tragó saliva al ver el lugar donde anteriormente había estado su brazo— y se relajó cuando este metió la cabeza de golpe en el cubo de agua. Parecía que todo volvía a la normalidad, y suspiró aliviada.

Se acercó a Vampy, quien sostenía el «libro de hechizos», y eligió uno al azar: térmico. Le gustaba cómo sonaba. Sonaba a no tener que bañarse en agua fría (o templada) más, y a agua con burbujas. Genial.

—Yo quiero este. ¿Alguien me explica la dinámica? ¿Es solo estudiar y soltar?

Mónica aún estaba leyendo el hechizo cuando Cenizo consiguió levantar una piedra. Al principio se quedó boquiabierta. No se esperaba que de verdad hubiera magia tan inocua en Rocavarancolia, sobre todo después del anillo, pero al parecer había estado equivocada. Sin poderse contener aplaudió, emocionada. ¡La magia buena existía! ¡Nad tenía razón!

—¡Has hecho un wingardium leviosa! —saltó con una sonrisa enorme—. ¡Ahora yo, ahora yo!

Sin embargo, cuando se disponía a intentarlo delante de un pequeño vaso de agua, la voz de Rapunzel interrumpió su preparación. Asintió a la respuesta que le había soltado Cenizo y cerró los ojos, tratando de concentrarse, pero no pudo evitar una disimulada mueca de disgusto cuando T-Fichas invitó a la chica a unirse a ellos. No le caía bien.

«Claro que a ti poca gente te cae bien» pareció que le susurraba la voz de su padre desde el fondo de su cabeza.

La chica sonrió todavía con los ojos cerrados y recitó su hechizo, pero cuando abrió los ojos… nada. Se le llenaron los ojos de desilusión, hasta que se dio cuenta de que se había equivocado al decirlo. Lo volvió a intentar… y el agua hirvió. Del asombro, no reaccionó, mirando al vaso, del que se elevaba un fino hilillo de vapor, como en shock.

«Lo hice».

Aquellos habían sido los días más difíciles para Rad. No era el dolor o tener el cuerpo destrozado, sino ser tan dependiente lo que más le afectaba. Que racionalmente supiera que era más productivo dejar hacer a otros que romperse todavía más por un vano orgullo no facilitaba las cosas. Años y años de condicionamiento social le gritaban que su estado era absolutamente vergonzoso, y que depender de otros hasta para mear y cagar era humillante. El idrino había intentado animarlo con aquello, pero el resultado había sido nulo. El carabés se había limitado a asentir, sin querer hablar del tema.

La curación fue infinitamente más agónica de lo que había imaginado: todas sus firmes intenciones de no gritar quedaron en nada cuando aquel martirio se extendió por cada centímetro de su cuerpo. Ni siquiera supo cuánto tiempo estuvo gritando, solo sintió cómo casi cesaba: solo quedó un pequeño dolor muscular, sordo, cais inapreciable. Y un infinito agotamiento. «Ya podríais haberos iros o mirar hacia otro lado». Sus pensamientos estaban exentos del veneno que podrían haber llevado, ni siquiera encontró energías para soltarlos en voz alta.

La carta consiguió sacarlo algo de su apatía cansada. Más misterios, y uno dirigido a una compañera que no agradaba mucho al carabés. Su aparición no ayudó a mitigar su disgusto, no con aquellas formas. El contenido le pareció tan ridículo como a Sox, pero por la expresión de su compatriota era auténtica. Rad frunció el ceño, y llegó a la que consideró solución más simple y, por tanto, más probable: una burla. Fuera quien fuera alguien había elegido al azar a algún cosechado y le había hecho una broma pesada y sin gracia. A Rad no se le pasaba por alto el hecho de que algunos otros habrían sentido (o mostrado) mucha más decepción al leerla que la ulterana.

Los días volvieron a una rutina más normal, que se resumían en entrenar, entrenar y entrenar. Rad sabía que no sería útil en el tema magia, así que en aquellas condiciones su utilidad era meramente física y mental. Dado que, hasta donde sabía, allí no había nada donde pudiera sacar partido a su mente matemática, sus posibilidades de utilidad quedaban reducidas a su físico y su habilidad en la lucha. Que no era poco en aquellas circunstancias.

También estaba el anillo. Le costaba verdaderamente recargarlo, y no solo por el dolor, sino el recuerdo de la caída. Cuando se lo ponía casi podía ver, oler, oír y sentir lo que su cabeza llamaba el suceso. Se dio cuenta con rapidez de que cualquier tipo de dolor hacía que su mente retrocediera a aquellos momentos en los que creyó que todos morirían. Aun así el puro orgullo consiguió lo imposible: que estuviera (casi) en silencio y recargara sin pedir a nadie que ocupara su puesto. Incluso si después de sus turnos acababa invariablemente en las letrinas (o en el baño, con la excusa de haberse preparado un baño antes), con las manos temblando y las lágrimas intentando salir de sus ojos.

El día en el que probaban la magia lo encontró haciéndose un desayuno mientras carabés, idrino y humano andaban fuera. Lanzaba miradas de reojo a los practicantes de magia mientras terminaba y se preparaba un sencillo bocadillo. No había prestado mucha atención a las frases, apenas lo suficiente como para saber que practicaban magia. Ese fue el motivo por el que los aullidos de dolor de Eriel le tomaron por sorpresa. Su sobresalto estuvo a punto de tirar toda su comida por el suelo, aunque al final solo acabó algo desperdigada por la encimera. Por un instante perdió toda la referencia a su alrededor y volvió a sentirse caer en aquella lluvia de ruinas. Cuando pasó aquel mínimo segundo estaba temblando con tanta fuerza que tuvo que agarrarse con fuerza a la encimera.

Respiró unos instantes, con fuerza, y luego comenzó a llevarse todo a la boca con rapidez, intentando acabar lo más rápido posible. Hambre y apetito se habían pasado, pero se obligó a alimentarse: lo último que necesitaba era comenzar a tener problemas también en ese aspecto.

El cese de los gritos fue un alivio supremo, ante lo cual el tipo E suspiró. No pocas personas bajaron mientras limpiaba la encimera y ponía todo en su lugar. Se pensó qué hacer mientras Sox intentaba explicar a los que podían hacer magia algo sobre el tema, y justo aquel lugar le dio una idea: ir a por las cestas. Las dudas no tardaron en saltarle ni un instante. «Será la primera vez que salga desde el suceso» declaró una insidiosa voz en su cabeza, que a punto estuvo de hacerle desistir. «No, no, no, no, no. No soy débil. No soy un quejica. No soy un pusilánime. Me esfuerzo. Trabajo. Soy útil. Lo demuestro. Siempre». Se repitió ese mantra hasta que sintió el terror retroceder, momento en que se dio cuenta de que se había clavado las uñas con tanta fuerza que casi se había hecho sangre. Suspirando con exasperación, salió al patio, coincidiendo con el intento de Mónica.

—Me alegro de que nuestras opciones de comodidad y supervivencia hayan aumentado —su declaración no fue acompañada por el más mínimo sonido negativo, más bien al contrario: era excesivamente plana, como si estuviera leyendo una lista. Su autocontrol aún solicitaba demasiado de él—. Quienes carecemos de magia deberíamos ir a por las cestas mientras Sox explica al resto unas cuantas cosas acerca del tema.

Pasaron varios segundos mientras que el aire salía de sus pulmones sin prisa formando leves burbujas hasta que el nublino sacó la cabeza tomando una gran bocanada de aire. Al menos se había despejado y se notaba más despierto. Tomó agua con la mano y empezó a echársela por el pelo echándoselo para atrás mientras escuchaba la riña de su hermano.

-No tengo la menor duda de ello. -Le respondió con voz baja. No sabía si acercarse o no aunque se moría de ganas por abrazarlo.

Intentó levantarse notando que le costaba a horrores y fingiendo estar bien pese a ello para que su hermano no se alarmara, cada pequeño movimiento de esfuerzo activaba la alarma de su cuerpo.

Observó con cuidado las palabras y los movimientos, recordaba vagamente que era uno de los hechizos en las notas de la aplastada por la roca. Era extraño, funcionó, tenía lógica que lo hiciera pero a su vez era muy irreal. Estaba acostumbrado a la parafernalia que los rocavarancoleses le mostraban y aquello en contraste parecía demasiado simple, demasiado tonto como para provocar un milagro. Pero ahí estaba. Una piedra flotando sin nada que la sostuviese más que las palabras de su hermano. En cierto sentido el pago de curarse a cambio de dolor le parecía más lógico, más equivalente.

Se fue olvidando de eso según iba viendo a su hermano contento y extasiado, casi había olvidado por todo el panorama que aquel era su sueño desde niño. Y ahora se estaba cumpliendo.

No contestó a la xolnita pues seguía sin agradarle así que miró a Mónica que estaba ahora intentando hacer otro hechizo, o lográndolo más bien y quedándose atónita en el proceso. Nada más ver el agua hervir dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

-Espero que podamos hacer eso con la bañera.

Rad apareció para unirse a las cestas y Barael se lo agradeció mientras se acercó a coger uno de los apuntes de levitación a Sox para intentar realizarlo sentándose de nuevo con el fin de apoyar la hoja en sus piernas.

Eran palabras sencillas y gestos sencillos, aunque tenía que hacerlos todos con una mano para completar el conjunto no sabía si simplemente saldría solo con una. Nada. Como cabía de esperar.

No tenía ganas de debatir con Sox si era posible con una mano o no y de todas maneras Charlie lo estaba esperando así que se levanto y se fue a la armería a prepararse.

Sox alzaba las cejas, favorablemente impresionado. Había esperado resultados pero aquello excedía sus expectativas: menos Since todo el que se había acercado a probar había terminado consiguiéndolo, y lo de la roquense todavía podía ser por falta de práctica. ¿Sería aquélla la razón común por la que les habían captado a todos, que ninguno de ellos fuera un E?

—Esto tiene muy buena pinta —reconoció en voz alta tras el intento de Mónica. Había estado especialmente atento a ése porque la terrícola iba a intentar un hechizo diferente. Rad llegó entonces, y Sox escudriñó el rostro de su compañero en busca del más mínimo rastro de sarcasmo. Al no hallarlo asintió, pero añadió:—. Prúebalo más tarde, Rad. Ahora mismo podemos casi todos, y es una clase de magia diferente. Podrías tener la capacidad.

Barael había estado dedicado exclusivamente aquellos días a recargar el condenado anillo. Sox no se sorprendió cuando se rindió tras el primer intento, y por tampoco la falta de resultados. El hechizo estaba claramente diseñado para hacerse a dos manos.

Había ahora un grupo nutrido en el patio, y solo quedaba por probar el hechizo de sanación superficial. Aun así a Sox le desagradaba pensar en tener que provocarse heridas a propósito, con los gritos de Eriel todavía tan presentes, y dados los excelentes resultados hasta ahora pensó en que no habría mal en retrasar la prueba hasta que alguien se hiciera daño por accidente con un cuchillo de cocina o en un entrenamiento.

Lo hablaron, y a alguien se le ocurrió proponer un juego para entrenarse sin aburrirse demasiado. Sox fue escéptico al principio, pero en cuanto le explicaron que consistía en clavar flechas a la diana su faceta competitiva salió a la luz y aceptó participar en lugar de quedarse practicando aparte. Terminaron por repartir tres flechas a cada uno, y el que consiguiera más puntos ganaba la ronda.

Las flechas eran ligeras levitadas por sí solas, y no les agotarían demasiado. Sox habría preferido lanzarlas, pero el hechizo no lo permitía: el ejercicio se asemejaba más bien a intentar clavarlas con una mano que temblaba. Intentó estabilizar lo máximo posible su pulso mental cuando le llegó el turno.

[¡Dados time! Tres tiradas para los que participen; no hace falta traducir los puntos a los de una diana de verdad, basta con sumarlos y en el post decir que fulano ha sacado más o menos puntos que el mengano anterior. Recordad quitaros un asterisco, para el total de las flechas

TOTAL DE SOX: 167]

El miembro 'Naeryan' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

---

'Dado de 100 caras' : 26, 59, 82

Las palabras de su congénere no le gustaron, pero se tragó una réplica ácida al tema. Rad había estado años y años fantaseando con un repentino despertar mágico que nunca había llegado a producirse y que había acabado por dejarle solo resentimiento y pesimismo. A aquellas alturas la posibilidad de que consiguiera hacer magia le parecía tan fantasiosa como a cualquier humano medio. De hecho ni siquiera sabía cómo reaccionaría a ello.

—Lo dudo —otra vez fue un mero tono plano, sin inflexión ninguna. Acompañó al nublino a la armería, donde cogió sus pertrechos habituales: espada de mano y media y escudo. En la puerta hubo una mínima vacilación, un nuevo recuerdo de aquel suceso que tanto había trastocado a los macieleros. Aplastó sus dudas con facilidad, escondiéndolas detrás de una fachada decidida cuyo objetivo no era engañar a otros, sino a sí mismo.

Sigue en la Torre Leprosa.

Los intentos tuvieron sorprendente éxito con todos los voluntarios, pero Tayron no se sintió menos especial. Los habían recogido por algo. Eran únicos, tenían que ser tan distintos que sólo ellos habían tenido la oportunidad de tocar la ciudad con la planta de los pies. ¿Era la magia? ¿Cosas que aún quedaban por descubrir? ¿Quizás una mezcla de todo?. Al pasar la mirada por sus compañeros se daba cuenta de que tenían posibilidades, puede que no en aquel momento, no levantando un cubo de agua, pero si aguantaban lo suficiente quién les decía que no serían capaces.
-Muy buena pinta- reconoció al carabés- ¡Vamos a convertirnos en la puta Orden del Fénix!- añadió para la humana, imitando vagamente la voz de Lord Voldemort, aunque no tuviera sentido.

Tras la marcha de Barael, Rad, Sinceridad y alguno más al que no prestó atención, el belga se apuntó al juego sin dudarlo. Admitía que había tenido la suerte de encontrar a un grupo divertido, se habría muerto del asco si sus compañeros fueran los de su antigua clase.
Su arrojo se vio reducido cuando Dafne se acercó a contemplar el evento,  y sintió la estúpida necesidad de sorprenderla, como si Dafne fuera la típica chica de las películas a la que había que impresionar. En cualquier caso la noruega no probó hechizo alguno, el belga supuso que tenía miedo a no tener la capacidad, igual que él en su primer tanteo. Sumado a su intento de darse a valer quiso hacer que pareciera fácil, para darle coraje. Coraje que se escapaba de él con cada respiración.

Tres fueron las flechas, y Tayron, impresionado por la puntuación de Sox, empezó a formular con manos sudorosas.

Puntuación: 121