Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

Todavía quedaban sangre y gritos, y esta vez, Siete tenía los ojos despejados. Ayudó a sujetar y tener que hacer fuerza evitó que siguiera temblando, pero tenía la boca llena de bilis sin escupir y entrecerraba los ojos para protegerse de las expresiones en las caras y los aullidos, y de la aguja entrando en carne. Llegó exhausto a pesar de que estaba curado. Al pasarse las manos por la cara salieron sucias. Ahora, alli, la sangre seca haciendo tirante su piel, las costras de suciedad, eran sensaciones que volvían a ser importantes. Incluso el olor, que lo acompañaba desde el derrumbe, era de pronto insoportable. Necesitaba lavarse. Subió cubos de agua alternando los que pudieran necesitar los heridos que dejasen en los dormitorios con los de su bañera.

Entró en agua fría, tiñiendo de rojo diluido y marrones grisaceos. Los granos de arena y los pedazos de suciedad cayeron lento hacia el fondo. Jabón, jabón rápido y duro y espuma repugnante. Se puso de pie. Un cubo a la cabeza, y otro. Meter la mano para quitar el tapón. Siete se quedaría de pie hasta verlo desaparecer todo por el desagüe.

Se dio cuenta de que no podía ponerse su ropa de nuevo con retraso. Se envolvió en lo que hacía las veces de toalla y entró en los dormitorios para coger ropa del fondo. Si estaba ocupado por heridos, Siete cerraría los ojos un momento como si así pudiera hacerse invisible. Se vistió en el baño con pantalones azules que le quedaban grandes y un jersey que le quedaba corto. Bajó descalzo. No podía enfrentarse a aquello. No podía. No más por favor.

Buscó el único refugio que se le ocurrió. No había luz natural en la armería, pero de todos los estímulos de aquella tarde, ese era el que menos le preocupaba. Sox estaba dentro. El estómago se le hundió. El carabés estaba haciendo aun cosas útiles y no sabía si esperar recriminación. Luego notó los gestos de cansancio y los que le recordaron que tenía aun algo doliendo.

- Puedes hacerlo más tarde- dijo en voz baja- Tu también necesitas descansar.

Ignoró el sonido de la puerta y el de los pasos que descendían, creyendo que el que fuera solo estaba de paso. No levantó la vista del papel hasta que la voz de Siete se dirigió directamente a él.
—Estoy bien —repuso, una respuesta automática. Se masajeó un momento el entrecejo, aprovechando la pausa para descansar un momento la vista—. Mejor que los de arriba, al menos.

El idrino claramente había pasado por un cambio de ropa y un baño. El contraste con la imagen que había ofrecido antes, cubierto en su propia sangre, hizo que Sox se diera cuenta de que podía haber pasado más tiempo del que había pensado. Echaba de menos llevar reloj.
—¿Qué necesitáis de la armería? —preguntó, asumiendo que Siete bajaba a recoger algo para los que estaban haciendo curas.

La cara de Siete era culpabilidad pura.

- Nada - y se corrigió-. No se si... No lo se. He venido a alejarme. No puedo mucho más.

La última confesión llegó dubitativa, más por la posible reacción de Sox que por el contenido. Siete estaba aun desbordado. Hablar, sin embargo, parecía un refugio ahora mismo. El momento de trauma había creado una intimidad quizás ficticia o temporal, pero que necesitaba.
- Tu tampoco puedes mucho más. Era una mentira un poco de niños- dijo sin mala intención-. Todos hemos estado abajo y caido. No creo que saques mucho más de lo que estas haciendo. A menos que tu también estes buscando un refugio - vaciló. Quizás aquella era la forma de Sox de no pensar-. Podemos hacer algo por tu muñeca. No se trata de dejar que se te hinche solo porque otros tienen la pierna abierta. Los están curando.

Sox frunció un poco el ceño inicialmente, al oír trabarse a Siete con una pregunta que debería haber sido sencilla. La respuesta le hizo clavar ojos inquisitivos en el idrino. Tenía la respuesta aprendida casi en la boca, una exhortación seca para que se pusiera las pilas, pero verle hablar le recordó los ruidos que había hecho cuando le había estado arrastrando por el suelo, a medio romper. Vaciló el tiempo suficiente para distraerse por lo siguiente que dijo.
—No me estoy escondiendo de nada —declaró cruzando los brazos. Bufó con sorna—. ¿Estás de coña? De entre todos los que caímos fui el que tuvo más suerte, no tengo excusa para no trabajar. Claro que puedo —se retiró los mechones largos tras el hombro, terminando la frase con el tono de quien creía el tema zanjado. Tenía que poder, y por tanto podría. No había más vueltas que darle.
Miraba con fijeza a Siete, a la defensiva porque lo pusiera en duda pero no sorprendido. Estúpidamente, el que pusieran en duda su competencia y el negarlo tajantemente de vuelta eran lo que más le habían recordado a casa, a Carabás, en todo aquel tiempo.

—Aún duele —admitió de mala gana, tendiéndole la mano izquierda para que le echase un vistazo. Decidió contarle los detalles: tal vez más información le resultase útil si realmente había algo que se podía hacer al respecto—. No estaba torcida, pero no podía moverla. Intenté encajarla del todo su sitio, pero no soy médico. Puedo haberlo hecho mal.

Siete alzó las cejas un momento con desdén incrédulo y la mirada puesta en los brazos cruzados de Sox. Al menos tal y como estaba dicho, no podía decir que estaba mintiendo, solo que no creía que fuera verdad. No añadió nada más verbalmente y vaciló un poco ante el tono final. Cuando Sox le tendió la mano relajó los rasgos y miró la muñeca. Intentó compararla con la otra del carabés.

- Yo tampoco soy médico. Se las cosas básicas de haber visto torceduras o algun accidente en el mar, y ver como otros se han ocupado de ello. Probablemente deberías buscar algo frío, que baje la inflamación. Debería calmar el dolor - un segundo pensativo, repitiendo mentalmente las palabras de Sox-. Si puedes mover la mano, debes de haberla colocado bien.

Tomó aire por la nariz y presionó con suavidad sobre lo que habían dicho antes.

- No digo que tengas mas o menos suerte, pero puedes parar también. - dijo. Le acompañó un gesto conciliador con las manos, encogiendo los hombros un segundo- Incluso si pudieras pasar la noche sin dormir y memorizar hasta el papel, no tiene mucho sentido- se mordió el labio-. Además... a veces es mejor reposar las ideas para poder verlas más tarde con claridad. Se que crees que puedes, pero no es el mejor día de nadie.

> Vamos a ponerle un trapo frío a eso- dijo por cambiar de tema. Luego se le vio en la cara que acababa de recordar que debía subir para ello. De hecho, no llegó a moverse después de proponerlo.

Asintió ante las palabras de Siete. Tenía eso, al menos. Antes de aterrizar en aquel lugar Sox no había hecho nunca más deporte que el recomendado para mantenerse sano, y por tanto nunca había visto en directo cómo se lidiaba con una lesión.
—En Carabás curamos las cosas de forma diferente —dijo, más tranquilo al respecto—. Sin tanta carnicería —añadió al recordar los puntos. Giró la muñeca a modo de prueba. No tenía el mismo rango de movimiento, y aflojaba antes de tiempo al cargar con peso y hacer pinza, pero suponía que mejoraría pronto. Tenía que mejorar; Sox tenía cosas que hacer—. ¿Cuánto tiempo crees que tardará en volver a la normalidad?

Aun a regañadientes dadas las circunstancias, debía admitir que Siete tenía razón. Descansos cortos eran necesarios para rendir.
—Vale. Cinco minutos —cedió. Se incorporó apoyándose en la otra mano. Clavó una mirada inequívoca en el idrino, acordándose de lo que había dicho de haber bajado allí a buscar refugio—. Vamos.

- No puedo decirlo- dijo Siete- quizás días, quizás más. Deberías evitar usarla para cualquier cosa, o empeorará y si necesitaras ayuda para cualquier tarea, avisanos.

Suspiró y asintio con resignación. Subió arriba tras Sox, con la tranquilidad de verlo ceder. No había sucedido nada, aunque solo por el segundo dialogo de Sox, el que sucedía en su cuerpo y en el tono de su voz, se había atrevido a presionar.

- Nunca he visto nada como lo de hoy que hubiera que tratar. Si habían, eran heridas hechas contra una roca o torceduras de tobillo por andar en la arena. A veces alguien se ahogaba, aunque sobre eso no podíamos hacer nada- dijo la última frase con menos voz y subió los ojos a la espalda de Sox, con miedo. La mención a los ahogados había sido una pequeña intimidad que quería enterrar rápido. Apenas había vuelto del horror del sotano, y acababa de dejar la sangre correr por la bañera. No podía soportar la idea de que de todos, era el que menos merecía haber sido curado quizás, y que aun asi habría aceptado serlo, incluso de saber que impedía la cura de otros-. El anillo... ¿es verdad que podría recargarse, o hacerlo funcionar?
> La idea de usarlo con nadie me encoge la garganta- añadiría después la respuesta de Sox-. Ojala pudieramos evitar hacer más daño.

En el primer piso quedaba Rad, con el brasero encendido cerca de él. Sinceridad aun estaba cuidando de él, y Siete se agarró el jersey con fuerza a la altura del estómago. Con el aliento contenido, fue a mojar un trapo en agua fría. Midió primero que podría envolver la muñeca del carabés con ella, probó la temperatura del agua y le envolvió la muñeca con él.

- Siento no poder enfriarla más. Lo ideal es que estuviera casi helada.

Volvió la mirada a Rad por comprobar si estaba consciente -y vivo-.

Podía decir cual era cada hueso, músculo y tendón de su hermano y suyo, describir el recorrido de las venas y arterias, la situación de cada órgano y cuál era su función o al menos lo que aquel viejo tomo dictaba. Pero aquello era muy diferente de la medicina, era simple anatomía.

Maldijo su fortuna, de todos los presentes venidos de otros mundos más avanzados ni uno tenía algún conocimiento sanatorio y quizás en otro momento aquello le hubiese reconfortado en cierta manera, pero no cuando la vida de su hermano se desvanecía gota a gota. Al menos dos sabían coser ahora que él no podía hacerlo.

El comentario de Sox ni siquiera le molestó, tenía que atender a su hermano y luego asegurarse de que la nueva no estaba simplemente haciéndose más que el resto, limpiar cada herida bien antes y después de la sutura, examinar los vendajes de los demás....

-<<Por favor. Que el anillo se pueda volver a usar.>> -Rezó a nada en particular. Que los apuntes del papel no servirían no era una  sorpresa para él.

-Tened mucho cuidado con él. -Le dijo a los nuevos mientras señalaba a Rad.

Dejó que otro cargara con Eriel esta vez, vigilando de cerca aún así, con la espada directamente desenfundada por si pasaba cualquier cosa y se dispuso a seguir dando indicaciones de que hacer para cando llegaran al torreón.

-Hay un brasero en el salón que vamos a usar para calentarlos, tendremos que apartar algo los muebles para dejarles espacio y ponerlos cómodos. Habrá que bajarles mantas. -Una calma vacía se adueño de la vuelta, aún así la agradeció, pues sabía que no aguantarían si algo más les golpeaba.

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Una vez allí dividió a la gente rápido para que no perdiesen tiempo en quien se va a por qué y quien se queda, prepararon el sitio y se apresuraron en encender bien el brasero para que calentara lo más posible. Tenían que desvestirles y vestirles con algo limpio así que mandó ponerse a ello tratando con sumo cuidado a Rad para luego taparlos a todos con las mantas más limpias que hubiera.

-Ya estás a salvo Mónica. -Le dijo cuando se quejó, acariciándole la mejilla para que se calmara. -Solo descansa.

Aguantó sin quejas la limpieza, pero la sutura de su pantorrilla fue otra cosa. Apenas pudo evitar los gritos que pugnaban en salir de su garganta, pero no quejarse era demasiado optimista para aquel dolor. Las lágrimas surgieron con facilidad en sus ojos, y entre la niebla agónica al carabés le llegó alguna vaga noción de autodesprecio por mostrar esa debilidad. Fue un pensamiento que no llegó a formarse, no obstante: el dolor no lo permitía.

Fue al llegar a Maciel cuando se dio cuenta de que las heridas de su boca habían dejado de sangrar. No se fijó en el trasiego del ir y venir, las bajadas y las subidas. No sabía dónde lo colocarían: solo esperaba que todo el movimiento parase. Necesitaba agarrarse al ancla de que una vez la situación se estabilizara podría pensar. Al carabés le habría importado poco darse cuenta de lo fútil de aquel pensamiento: únicamente necesitaba un poco de esperanza para no desesperarse.

Abrió los ojos cuando vio, cerca de él, al mago y al idrino. A pesar de que le habían vendado la frente (y sus ojos, por tanto, ya no estaban llenos de sangre) no podía verlos bien debido al ángulo en el que se encontraban. Según parecía Siete estaba vendando algo a Sox.

—¿Qué... te ha pasado?

Intentó controlar su respiración. El dolor de su costilla rota seguía siendo excesivo, pero creyó que había disminuido. No sabía si era porque se había acostumbrado, por imaginaciones suyas o por otra razón.

Incluso antes de que Siete terminara la frase ya sabía que no iba a pedir ayuda. Asintió con cierta rigidez según subían las escaleras. Podía con "días"; no era su mano dominante. Pero más de eso y empezaría a pasar de una molestia a un problema.

—Bien por ti. Señal de que vienes de un mundo civilizado —el asqueo en su voz era claro hacia una ciudad donde podías acabar destripado por un paso en falso. Estampaba un poco más fuerte los pies contra los escalones de lo que era consciente—. Yo tampoco.

Habían estado en apuros antes, y también en circunstancias más que precarias; pero hasta encontrarse sentado en una plaza desierta, con la sangre dejando pequeños regueros en el suelo y el silencio de la espera de refuerzos ya mascado hasta el agotamiento, Sox no había sido consciente de forma tan visceral de que no había ningún cuerpo de seguridad ni de médicos. Simplemente les habían dejado allí, a morirse como si no existieran o no fuesen importantes.  Cualquiera de los que ahora convalecían podría haber dejado de respirar en cualquier momento y ninguno de ellos habría podido mover un dedo para impedirlo. El pensamiento le hacía sentirse espantosamente vulnerable, y la hosquedad que ello le producía aún se reflejaba en su cara cuando llegaron al piso bajo.

La expresión no se le relajó del todo hasta que Siete le vendó la muñeca con frío. Era una analgesia rudimentaria, pero funcionaba. Sox se miró la mano, pensativo. Si la forzaba volvía a doler, pero si la dejaba quieta la articulación nadaba en una engañosa sensación de descanso.
—Está bien. No he terminado de trabajarlo, pero parece que el hechizo térmico puede usarse para temperaturas bajas y altas —comentó—. ¿Es mejor que haya humedad o basta con el frío?

Siguió la mirada de Siete, y la volvió a apartar sin un ápice de disimulo al ver en quién recaía. Sox habría preferido comer cristal a que otro avanzado lo viera en su peor momento, y suponía lo mismo de Rádar. Lo mínimo era hacer como si no hubiera pasado nada.
—Debería. Tendría muy poco sentido tomarse el tiempo de fabricar un objeto mágico para que luego sea de usar y tirar —dijo con seguridad. "Aunque no sería la primera vez que las cosas aquí no tienen sentido", completó para sí con un deje resentido que ya empezaba a serle familiar. Alzó las cejas ante el añadido de Siete, desconcertado—. Es mejor que morirse. No puede ser para tanto.

Rádar habló entonces. Sox supuso que eso significaba que le daba igual que se acercaran, y aprovechó para echar un vistazo y librarse de la incertidumbre. A pesar de que alguien ya le había vendado lo que faltaba y cambiado las ropas, el carabés reprimió una mueca ante la imagen tendida en el colchón.
—¿Será posible que estés preocupado por mí? —se había sentado encima del respaldo del sofá para no estorbar, acodado. La pulla ni siquiera había ido con mucha intención: Sox se notaba distraído—. Sé que te quema, pero estoy perfectamente. Sólo tengo la muñeca jodida.
Levantó la mano para que el E pudiera ver el vendaje sobre el antebrazo remangado.
—Preocúpate por ti. Estás hecho una pena.

La respuesta de su compatriota le hizo soltar una risita que se cortó con rapidez. Un rictus de dolor cruzó su cara por un momento, pero desapareció con la misma rapidez, sustituida su expresión por el intento de una máscara de indiferencia. Su racionalidad iba volviendo, y con ella el deseo de no mostrarse débil.

—Nah, simplemente... sería un fastidio tener incapacitado al mago. Especialmente ahora que necesitamos y tenemos magia.

Había usado pausas que podrían considerarse naturales para luchar contra el dolor, con resultados más bien dudosos. Hablaba más lento, y su voz estaba más pastosa, cosa que hasta él podía notarlo. Ya no sangraba por los huecos que habían dejado sus dientes, pero el sabor metálico persistía.

Quiso cerrar los ojos con la llegada de Eorlir. Antes había notado que la situación se le hacía más llevadera sin los estímulos visuales, pero su orgullo le impedía aceptar por completo el hecho de que estaba convaleciente. Las palabras del sinhadre casi le hicieron soltar una risita. Si seguían así acabarían demasiado aterrados de los edificios para entrar en ellos.

Siete contestó a la pregunta sobre el paño mojado diciendo con sinceridad que no estaba seguro.

- Puede que el frío baste - siguió- a mi la humedad me hace bien a la piel pero... No tenemos la misma.

La de Sox tenía color de pescado cocido, y le parecía que la gente del torreón no solía bañarse con la misma frecuencia que él, si acaso con la excepción de Mónica. A veces Siete se limitaba a pasarse un trapo húmedo si le molestaba la piel seca, y eso tampoco lo había visto.

Torció la boca en una mueca cuando Sox lo miró incredulo, sintiendo un hormigueo en la piel. Era la clase de sensación de necesidad de protegerse cuando se imagina algo desagradable. Y aun así, recordaba muchos gritos aquel día.

- Supongo que no es peor que lo que ya han hecho para curarlos. Es irracional, lo siento. Dolía.

Asistió un poco perplejo a la conversación que siguió entre los dos carabeses, intentando recordar si le habían parecido amigos o si la pulla hecha a medias de Sox era porque se llevaban mal. A Rad le hizo gracia y respondió de buenos modos. ¿Amigos, entonces? Quizás solo la intimidad de venir del mismo lugar. El echaba de menos esa sensación, pero quizás era mejor ser el único idrino. Se fijó en la cara de Rad. Era evidente que estaba sufriendo, tanto como que lo contenía. Siete lo interpretó como un intento de disminuir el dolor.

Levantó la cabeza al oir llegar a Eorlir y se encogió ligeramente ante el comentario de necesitar manos. Luego su mirada se desvió a las mantas, y de ahí al brasero encendido. El tren de pensamiento solo quedó detenido un instante, con el comentario de no querer salir. Siete respiró despacio y profundo, de acuerdo con lo de no tener ganas de arriesgarse más, pero después de todo nada les aseguraba que no se le presentara algo en la puerta. Quedaban meses. No había contado días, y se mezclaban juntos, haciendo la espera a salir de aquello eterna. Con todo lo acumulado en aquellos días no podían estar seguros de que... Sacudió la cabeza y se puso en pie, tragando saliva. "No más, no más. No pienses. Primero hoy". Otro suspiro.
- Haré algo caliente para todos. Y cómida para cuando haya estómago . Hay que reponer sangre.

Se refugiaría en lo cotidiano de sostener una olla y lo distinto del olor a comida y a té llenando la sala. Se alegraba de darles la espalda al resto para que no vieran nada más en él. Le temblaban un poco las manos, otra vez, de pura debilidad.

Eriel fulminó con la mirada a su hermano y al sinhadre. A Sox le dirigió una de reproche y al final se resignó a que le cosieran. En ningún momento miró la aguja y cada puntada hacía que se encogiera tanto por el dolor como por el desagrado. Al nublino no le gustaba el dolor y si debía ser sincero consigo mismo las cosas que sabía que dolían le producían un rechazo.

El chico se mantuvo en un silencio digno durante el trayecto al torreón, no se merecían que les dirigiera la palabra. Él no habría obligado a nadie a someterse a aquella tortura.

Los subieron a Mónica y a él a una habitación arriba y la mirada que le echó a Dafne para que no le desvistiera bastó para que fuera a buscar al nuevo. A Eriel nunca le había molestado la desnudez propia o de otra persona al menos cuando vivía en Nubla, pero allí eran todos familia, no contaba. Allí sin embargo... la mayoría eran desconocidos y el nublino se sentía cohibido. Por esa misma razón y por deferencia hacia Mónica apartó la vista hasta que la hubieran tapado.

-Yo también quiero - le respondió a la humana. En realidad Eriel se sentía dividido, por una parte sí deseaba estar en casa con su familia y por otra la ciudad lo atraía como si de un imán se tratase. En estos momentos el nublino no sabía que parte tiraba más por él.

Notando el malestar de Mónica Eriel buscó con su mano la de la chica con intención de estrechársela para intentar que se sintiera mejor de alguna forma.

-No te preocupes - le dijo.- Estoy seguro de que entre mi hermano y Sox encontrarán una forma de que el anillo funcione. En unos días estaremos mejor, ya lo verás.

Eriel no tenía ya mucho de su habitual optimismo pero rebuscó en su interior lo suficiente por la humana. <<Me niego a perder a nadie más>> se descubrió pensando y abarcando con el pensamiento a todos los del torreón, incluso a los nuevos.

-Dime, ¿qué harás cuando encuentres a Doce? - le preguntó tratando de subirle el ánimo y de que pensara en otra cosa que no fuese la infección de heridas.

Había algo en el intercambio que quedaba cojo sin una réplica rápida, pero recibirla tarde era mejor que nunca. Sox bufó inicialmente, pero luego su rostro adquirió un deje taciturno.
—No he sido yo el que ha perdido la mano —Barael no había dicho nada al respecto pero el carabés estaba seguro de que había alguna clase de reacción bullendo bajo la superficie, o la habría cuando asimilara que había quedado incapacitado. El frío en la muñeca se volvió reconfortante ahora que era recordatorio de que seguía teniéndola en su sitio.

Afortunadamente Eorlir eligió ese momento para bajar. Que le preguntaran por su herida por tercera vez siendo la persona menos grave de la habitación empezó a hacerle sentir incómodo, como si estuviera mostrando debilidad sin darse cuenta. Tras murmurar algo similar a la respuesta que había dado a Rádar Sox devolvió la manga de la sudadera a su lugar para ocultar el vendaje de la vista. Ante la mención de tareas pendientes asintió con seriedad, más relajado.
—Ayudaré —no pensaba quedarse atrás. Se cruzó de brazos sin embargo ante el comentario del sinhadre—. No podemos pensar así. De hecho esto nos ha pasado mientras intentábamos escondernos de algo que estaba en plena calle —se negaba a dejarse acobardar, aunque por una vez pareciese haber muy buenas razones para ello. Permitir que les pasara suponía para el carabés que la situación cruzase la fina línea de lo abrumador a lo insoportable—, y tenemos que salir sí o sí a recoger la comida. Ésta ya ha ido mejor que la última vez que pasó un desastre —tres personas destrozadas eran mejores que una muerta. El rubio tensó más los brazos cruzados, cabreado por la lógica absurda a la que aquel lugar le obligaba a recurrir—. No podemos hacer otra cosa más que mejorar.
>>Pero sí, no hoy —añadió con retraso, de mala gana. Sabía que deberían volver a salir a por las cosas que habían dejado atrás, pero le pesaban todos los huesos. Se avergonzaba de ello, pero en aquellos momentos no le importaba nada dejarlo para mañana.

La oferta de comida del idrino sonó a tregua. Sox dejó pasar un silencio meditabundo con el entrechocar de los cacharros de cocina de fondo.
—Siete, ¿qué hicieron exactamente con el anillo para curarte? ¿Te lo pusieron?—él había estado más alejado y no había visto aquello con detalle—. ¿Y empezó a doler inmediatamente?

La consciencia de Mónica seguía yendo y viniendo, por suerte para ella ya que la cosieron y colocaron la rotura sin que se enterase. Sin embargo, sí estaba consciente cuando Barael le consoló (a lo que respondió con una sonrisa triste), o cuando Dafne le quitó la ropa. Mónica estaba demasiado débil para resistirse, así que mientras la chica le ponía una camiseta encima, sonrió sardónicamente.

—Cuidado, no disfrutes mucho de estas vistas que tu noviete se pondrá peluso —la sonrisa se desvaneció un poco cuando volvió a recostarla, pero el tono jocoso no tembló.

La taparon con cuidado, pero Mon no dejaba de tiritar. Estaba muy cansada. A su lado estaba Cenizo, quien también parecía estar bastante mal… y quien le comentó que él también quería irse a casa.

—A mi hermano le habría gustado esto. La parte de las heridas no, claro, pero la aventura… yo no soy él —le dijo.

Mon casi dio un respingo cuando notó cómo el nublino le cogía de la mano, por suerte, de la buena. Estuvo a punto de apartarse de inmediato pero aguantó: escuchó al chico en silencio, sin mirarle, sin apartar los ojos del techo, y cuando éste acabó la madrileña apretó un poco su mano antes de soltársela.

—No sé —el decaimiento se hacía visible en su voz—. Yo ya no estoy segura de eso.

De nuevo guardó silencio, notando cómo, a pesar de la sed repentina, se estaba quedando dormida. Mónica trató de luchar contra el sueño: no quería, después de haber pasado el día que había pasado, de caer en las garras del monstruo Nad… además de estar a merced de la infección. La voz de Cenizo la sacó de su miedo. Si seguía hablando no tenía por qué dormir.

—Cuando vez a Doce Punto... Primero darle una patada en el culo por no haberme venido a buscar –la chica sonrió pero hizo una mueca de dolor al notar un ramalazo en las heridas de su cabeza —. Luego, invitarle a un picnic. Me gustaría saber más de él. Cómo acabó en Rocavarancolia. Dónde vivía antes, si tenía familia… ya sabes. Cosas de cita. Tal vez incomodarle un poco, darle otra de mis estampitas y si una cosa lleva a la otra…

En cuanto Mon comentó lo de sus estampas, algo en su cerebro hizo click.

—¡Mi bolso! —exclamó angustiada—. ¿Dónde está mi bolso?

Los motes: