Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

Las palabras de ambos no bastaron para terminar con las lágrimas del nublino aunque sí las redujeron. Lo que decían tenía sentido pero Eriel estaba atascado en un bucle del que le costaría salir.

-¿Y si ya no me escucha? - le preguntó a Sox entre lágrimas.- ¿Y si ha decidido que quiere más parecerse a los monstruos de la ciudad que seguir siendo mi hermano? No sé qué hacer...

-Pero... pero... - dijo de forma entrecortada antes de sober los mocos que estaban por caerle.- Yo no quiero que pase nada malo en el torreón, no quiero que por mi culpa sufráis daños a mano de mi hermano. Tengo miedo - terminó reconociendo.

-Tengo miedo de la ciudad, tengo miedo de sus monstruos, tengo miedo hasta de pisar la baldosa equivocada - soltó, y con cada palabra sentía que el peso de su corazón se hacía más ligero.- Tengo miedo de que os hagáis daño, de que muráis, de quedarme solo en este lugar. Empiezo a tenerle miedo a mi propia sombra y ya no sé que hacer. No sé qué hacer con él, en casa nunca había sentido nada parecido.

La mirada de Eriel miraba sin ver, fija en el infinito que era la pared del torreón. Estaba seguro de que Siete y Sox se reirían de de aquello para restarle importancia.

Fue prudente y no interrumpió a Siete mientras consolaba al nublino; debía tener aquello más controlado que él.
—Pero eso no significa que tenga derecho a amenazarnos—sí que se apresuró a añadir una vez el idrino terminó de hablar, no queriendo desviarse del objetivo original.

Apretó los labios y no contestó a lo que le dijo Eriel en respuesta. Todo lo que se le ocurría sonaba vacío, porque precisamente había subido allí con el objetivo de comunicarle aquella misma sospecha: que Barael estuviese paulatinamente poniéndose de parte de la misma ciudad brutal que intentaba diezmarlos todos los días.
Había estado evitándolo hasta ahora por tozudez, pero finalmente aprovechó que Eriel ahora miraba a otra parte para intercambiar una mirada abrumada con Siete. Tenía inculcado a fuego que si alguien lloraba y no se le podía consolar con motivos lógicos solía ser porque merecía estar así. Pero todos los miedos que Eriel había listado eran aterradoramente reales y próximos, y no por ello estaba Sox más cerca de tener ninguna respuesta para ellos. Tardó en contestar, asimilando aquel contraste imprevisto y desagradable. Todo en Rocavarancolia se negaba a obedecer las normas que conocía.

—Tienes que intentarlo de todas formas —las palabras le supieron pesadas y faltas de imaginación en la lengua, pero eran las únicas que también le sabían a verdad—. No puede ir sacándole cuchillos a la gente por ti sin que dés permiso. No puede hacerlo y punto —se corrigió enseguida—, pero al menos puedes hacer que deje de usarte de excusa. Y si de verdad le importas tanto como va diciendo por ahí, dejará de hacerlo y ya está.

>>Él es solo uno. No nos va a hacer daño —en aquello sí que creía firmemente cuando intentó tranquilizar a su compañero. Pensaba solamente en el cuchillo, olvidando la magia que no solamente acudía con más facilidad a Tay y a él—. Entre todos podemos mantenerlo controlado, pero si te digo la verdad prefiero no tener que andar por el torreón con la paranoia encima—reconoció. Con la historia que habían leído tan reciente en su memoria, más rechazo sentía ante la idea—. No quiero caer en el salvajismo de la gente de aquí. No somos animales —tenía que existir una forma civilizada de resolver aquello.  

El miedo a la ciudad abarcaba mucho más: no solo lo que ya habían pasado sino lo que aguardaba agazapado en todo lo que desconocían sobre aquel lugar. Sin saber por qué Sox sintió un mordisco de remordimiento al oír nombrar la baldosa. Había intentado apartarla de su mente, pero no engañaba ni a Eriel ni a sí mismo: nada espantoso había ocurrido, pero podría haberlo hecho.
—Hemos salido en grupo de cosas de las que no habríamos salido vivos en solitario —se esforzó en recordar en su lugar a las hienas, a Tuétano. Sus dudas sobre si formar parte de un equipo durante la primera noche se le hacían risibles ahora. Con lo poco que conocía sobre Rocavarancolia le bastaba para saber que no habría aguantado vivo ni una semana por su cuenta—. Estamos sobreviviendo. Eso es que podemos ganarle partidas a este lugar.
Si no se hubiesen aliado todos estarían muertos. Necesitaba creerlo, que estaban marcando alguna diferencia en lugar de estar retrasando lo inevitable.

Siete se quedó callado, incapaz de dar respuesta a miedos que compartía. Escuchó las palabras de Sox, por tanto, como si se las dijera también a él, con la mirada clavada en las sabanas de la cama de Eriel. Apretó la mano que tenía sobre su rodilla y buscó luego la cara llorosa del nublino. Probó a retirar las lágrimas con el dorso de su mano.
- ¿Qué quieres que hagamos, Eriel? ¿Te dejamos solo? ¿O prefieres estar acompañado?

Pasaron dos semanas más. Igual de rutinarias pero con cierta agitación.
A Tayron se le quitaron los morros pronto con Eriel. Su situación le provocaba cierta empatía, pero no se engañaba. No es que lamentara todo lo que le dijo, seguiría en sus trece porque el belga era de los que continuaba hasta donde fuera con su opinión si creía que era cierta.
Encontraría el momento oportuno para hablar con él. No era de esas personas. Lo que el resto decidiera se la sudaba bastante y de hecho no estuvo especialmente atento a los movimientos de sus compañeros en los últimos días. Pero no era capaz de echar la cruz tan rápido, sobre todo cuando su boca no pronunció amenaza alguna.
Con Barael era distinto. A ese ni agua. El humano se esforzó por no encontrarse con él lo máximo posible. Y tampoco demostró miedo, más por despecho que porque no lo tuviera. No es que creyera que pudiera llover sangre en cualquier esquina. Pero siendo sincero... a medida que la Luna se acercaba la seguridad dentro del torreón daba mucho que desear.
Tuvo charlas con Dafne, y por supuesto con Rad al sentir que compartía su posición. Le venía bien contar con dos pares de ojos más que no fueran los suyos para vigilar al mayor de los nublinos.

Seguía echando de menos la ausencia del otro grupo, sobre todo en momentos como ese. La magia conseguía distraerle e incluso despertar motivación y una pizca de ambición, pero nada como charlar con la gente cara a cara. Sí que estrechó más lazos con Charlie, puede que por su personalidad risueña que le sacaba sonrisas cuando no quería sonreír. Tay no era tan bueno calando a la gente como podían serlo otros macieleros, pero el estadounidense pertenecía a ese pequeño grupo de personas que daban lo que eran con rapidez y transparencia. Sin medias tintas. Se envenenó de esas ganas de parecerse un poquito más a él cuando junto con la noruega se ofreció como conejillo de indias para la levitación, la cual, empezaba a manejar con demasiada naturalidad.
Además... estaba el hecho de que era un hechizo muy práctico para parar los pies a quién te sacara una daga de la nada.

___


Aquella noche se despertó con el sudor frío recorriendo su rostro y la zona de la almohada donde debía estar su cabeza empapada. Sus ojos de par en par analizaron el cuarto con ojo crítico. Miró a Dafne, que parecía estar en un mal sueño y se levantó sin siquiera demorarse en ponerse algo encima de los calzoncillos.
Era aquello otra vez. No pasaba continuamente. Pero algunas noches se sentía observado. Noches como aquella.
-Ni puta gracia- le echó valor por primera vez desde que el fenómeno empezó a manifestarse de madrugada. Siempre cuando la oscuridad coronaba Maciel y nunca de día. Curioso, curiosamente preocupante. Porque se estaba asustando de verdad- ¿hay alguien ahí?- resonó su voz en la oscuridad con la única respuesta de los muros al amortiguar sus palabras. Le habría molado la idea de pensar que se lo había imaginado, que nadie lo observaba. Que solo estaba haciendo el gilipollas como se suele hacer en las películas. Pero no era así. Fuera lo que fuera no cesaba- como me estés gastando unas bromita te voy a echar de comer a los pájaros- seguía diciendo, pero aún en voz baja.

Y entonces se le ocurrió y los vellos se pusieron de punta allá en la nuca. La imagen del nublino quieto en la oscuridad se coló en su mente y una vez dentro era imposible deshacerse de ella. Casi veía la daga relucir en las tinieblas y esa... esa indiferencia en su rostro. Sin duda era lo que más le hacía temblar. Ese careto impasible ocultado en la noche.
-Daf...-llamó, la urgencia en su voz. Silencio. Fijó la vista en la puerta de la habitación que se encontraba abierta pero no logró distinguir figura alguna- Daf...- revolvió su ropa que estaba acumulada al lado de la cama y se hizo con la navaja- Daf... joder- avanzó al umbral- coño, como para que entre un asesino y me destripe, es que seguirías en el séptimo sueño tan tranquila- sabía que era más inteligente investigar en silencio que hablando, pero hablar le hacía olvidar el miedo y le proporcionaba cierto valor. Y hasta él mismo se definía más valiente que inteligente.

No dio con nada sobrenatural ni con Barael y una máscara de Jason en la cara al salir. Eso lo habría dejado en el sitio. En cambio fue una sombra apenas perceptible la que encontró al belga en ropas menores en los pasillos y blandiendo una navaja como si se tratase de la espada del mismísimo Arturo.
-¡Me cago en tus muertos!- alzó la voz asustado cuando aún no reconoció a Rad. El sobresalto mandó su única defensa al suelo con un leve golpe metálico. Si el carabés era capaz de ver en la oscuridad reconocería a Tay con la mayor mueca de pánico en su cara como si hubiera visto al propio demonio.

No quiso hablar con nadie más ante de irse a dormir, y a Barael no dirigió ni una mirada. En esos momentos la mente de Rádar se encontraba en un estado que superaba en varios pasos la hipertensión, el temor y la preocupación, y lo cierto es que no era capaz de preveer cómo iba a contestar a nadie. Eso le llevó a optar por el silencio.

Los siguientes días la vigilancia acabaron por sustituir al penoso estado mental en el que había acabado aquella tarde. Vigilancia hacia Barael, en secreto, tal y como le había sugerido Tay. Vigilancia hacia los peligros de Rocavarancolia en las salidas a por comida, en una de las cuales vieron otra vez a Tuétano. Su vista le dejó con un ánimo funesto el día entero. Aquel engendro volando se parecía demasiado a un ave carroñera.

También se vigilaba a sí mismo.

Rad seguía notando cómo su capacidad de medir el tiempo mejoraba, aunque apenas notó cambios en aquella aparente habilidad para saber cuánto quedaba para la Luna Roja, más allá de un cierto afinamiento. Minúsculo en comparación con poder medir los minutos, cuya mejoría notaba con cada vez menos días de diferencia. Pasar de poder medir las medias horas a los cuartos de horas le había llevado tres semanas. En esta ocasión, de vedir de diez en diez a medir de cinco en cinco le llevó poco más de una. Y pocos días después ya era capaz de afinar a dos o tres minutos.

Al carabés le preocupaba lo que podía significar estos cambios, y pronto vio su obligación de decírselo al resto. No podía, sin embargo, no con el ambiente como estaba tras lo que había pasado. Nunca parecía el momento, y su propio deseo de no interactuar con Barael se lo impedía. Una vocecilla insidiosa no paraba de repetirle su irresponsabilidad, y por una vez en su vida Rádar tuvo que aceptar que así era. Estaba siendo un absoluto irresponsable, eso era cierto.

Debía dejar de serlo.


No solía tener problemas con dormir las ocho horas del tirón, ni siquiera en Rocavarancolia. Años y años de condicionamiento, horarios y rutinas eran difíciles de perder, y esa era otra cosa que agradecía al mundo en el que había nacido.

A veces, sin embargo, no era así.

De vez en cuando bebía demasiada agua por la noche, había poco tiempo entre su cena y dormirse. Apenas le había pasado en Carabás. En Rocavarancolia, donde los horarios importaban menos, le había pasado alguna vez más. De forma muy sutil su cuerpo empezaba a perder el condicionamiento carabés.

El tipo E se había levantado hacia el baño cuando escuchó un grito repentino. El embotamiento cerebral de haberse acabado de despertar apenas le permitió darse cuenta de nada en el lapso que hubo entre observar la otra silueta y oír el grito.

—¿Tay? No grites, que vas a despertarlos a todos —el carabés reprimió un bostezo y se frotó algo los ojos, intentando abrirlos del todo—. Son las una y cincuenta y siete de la madrugada, ¿qué coño haces despierto?

A pesar de la palabrota en la voz de Rádar no había rastro de veneno ni de dureza, solo un sueño casi infinito.

Sueño que se esfumó un instante después, cuando se dio cuenta de qué le había dicho al humano.

Apreciar los rasgos del carabés en la oscuridad cuando sus pupilas se adaptaron fue un alivio. Tay desconocía los motivos por los cuales se había producido el fortuito encuentro. A lo mejor por razones mundanas como atender a sus necesidades... o porque hubiera acudido a las preguntas que había formulado al aire instantes antes. Una parte aún rencorosa de él le susurraba que Rad al fin había sucumbido a sus provocaciones en la piscina del palacete.

-¿Qué coño haces tú despierto?- se obligó a serenarse y bajar la voz, obedeciendo a Rad- ¿qué haces aquí?- le preguntó no obstante, con el tono de quién acusaba a otro de espiar a los demás- ¿eras tú el que me estaba mirando?- todas aquellas interrogantes acudían a su boca de manera atropellada, signo notable de nerviosismo.

Pero hubo algo que le hizo enmudecer por completo. Las ganas de que le respondiera se esfumaron como el sueño del carabés. Además, no sabía si quería descubrir la respuesta. Si decía que no implicaba que o bien era un completo capullo o se estaba volviendo loco, porque allí no había nadie más.
-Espera- dijo tajante, Rad podría notar la confusión en su voz, aún ronca del despertar reciente- ¿cómo hostias sabes qué hora es?- esta vez sí dejo espacio para una buena respuesta, el tono del belga incidió para que se notase a qué pregunta le daba más prioridad- sí serán las tres o cuatro más o menos... .

El carabés tuvó durante unos segundos la esperanza de que el humano no se hubiera percatado de su desliz, pero esas esperanzas se esfumaron pronto. Más o menos a la vez que él mismo se percató del desliz de Tay. «¿Está paranoico? ¿Observarle?». Aquella pregunta le había dejado sin saber qué decir, y durante unos segundos se quedó quieto, intentando pensar en las posibilidades.

—Tengo que ir a mear. Por eso me he despertado —acabó admitiendo. Su vejiga aún precisaba de su atención—. Y no, son las una y cincuenta y... ocho, ahora. Es... Mira, hacemos algo. Te voy a explicar por qué lo sé, aunque... no es algo normal, la verdad —su tono había dejado a un lado el sueño. Seguía hablando a un volumen bajo, pero ahora desprendía una urgencia casi palpable—. Eso sí, a cambio tú me explicas qué querías decir con eso de alguien te está mirando.

Los ojos del belga lo miraban atónitos. ¿Cómo lo hacía?.

Un pellizco interno se hizo presente en el estómago al entender que si había ido a mear... se le estaba yendo la cabeza.

-Te estás burlando de mí- afirmó con seguridad, totalmente serio- ya, claro, ahora me dirás que te ha picado una araña o algo así. Dime qué te ha dado superpoderes a ti ¿te ha mordido un puto reloj?- pero a medida que pronunciaba las palabras su escepticismo comenzó a decaer- y lo mío... no es más que una pesadilla, déjalo, seguramente estaba empanado cuando lo dije y...- se calló agachando la cabeza. ¿A quién quería engañar? ¿Acaso no era el carabés de fiar?. Él iba a confesarle algo, que había de malo en hacer lo mismo- está bien, ni te lo tragas tú ni me lo trago yo- Tayron se cruzó de brazos y se tranquilizó aún más, bajando la voz- dispara.

Las palabras del humano agotaron la poca paciencia que tenía Rádar. Con los brazos cruzados y e insistentes golpes del pie en el suelo acabó estando a punto de mandarlo a la mierda, pero el belga, por suerte, acabó cediendo.

—Antes voy a ir a mear —contestó, de una forma algo cortante—. Sígueme si quieres.

La bajada en las escaleras fueron lentas, como siempre que era de noche. Quizás, en el día a día, aquello era lo que más le frustraba de Rocavarancolia: la falta de luz. No entendía cómo nadie podía vivir en un lugar donde apenas se podían ver las propias manos frente a uno mismo.

Pasó todo el rato hasta terminar en las letrinas pensando en cómo explicarle a Tay su extraña habilidad. Nada de lo que se le ocurría le hacía parecer menos que un demente, cosa que no agradaba al carabés. Que se estuviera volviendo loco era una posibilidad nada desdeñable pero que esperaba fervientemente que no sucediera.

—Empezó hace... semanas, la verdad. Creo que fue el día que nos encontramos a Tersa —comenzó a decir una vez alivió su vejiga, paseando con nerviosismo por el patio. Rádar no dejaba de estrujar sus manos, incapaz de explicar bien qué le pasaba—. De alguna manera... soy capaz de saber qué hora es. Al principio solo eran impresiones muy vagas sobre las horas en punto y a media, de qué mitad estaba más cerca... Pero fueron concretándose con el tiempo, cada vez más rápido —había acabado por apoyarse contra la pared, cubriéndose la cara con una mano. La extrema oscuridad de Rocavarancolia no permitía adivinar de Tay más que su silueta, y el tipo E no pudo evitar preguntarse qué estaría pensando—. Sé que es una locura, pero te juro que no me lo estoy inventando. Hace un momento... cuando nos hemos encontrado, ha sido la primera vez que he podido afinar hasta el minuto.

El carabés suspiró, aunque no sentía alivio, sino todo lo contrario. Esta era, al menos, la constatación de que pronto debería decírselo al resto.

Tayron no pasó por alto el tono del carabés pero igualmente se dispuso a seguirlo escaleras abajo. El tiempo que transcurrió hasta que el muchacho salió de las letrinas fue un verdadero infierno. La mente del belga lo torturó y la noche parecía más hostil que nunca, sobre todo porque su voz interior le decía que lo que estaba a punto de revelársele era importante, casi prohibido. Supo en aquellos momentos, mientras estaba a punto de preguntarle a Rad si se había caído por la taza del váter, que ya no le miraría con los mismos ojos. Para bien o para mal.
Y lo mismo sucedía al contrario. La idea de que estuviera loco lo carcomía por dentro.

El humano escuchó atentamente con el rostro ocultado en las sombras, procesando la información con aliento azogado y sin quitar la vista del paseo nervioso que se traía su amigo en el patio.
“Está nervioso”. Sintió los vellos del brazo erizarse con la mención de Tersa. “Quizás debería estarlo”.
-Tranquilo- musitó, aunque a medida que empezaba a entender era él el que necesitaba una tila. Era... demasiada información. Demasiado revelador.

Cuando Rad acabó Tay creó un silencio incómodo y se rascó la cabeza como cada vez que las emociones le superaban, ya fuera de enfado o confusión. ¿Qué significaba todo eso? ¿Acaso Tersa le había proporcionado algún poder y para qué? ¿O era el poder el que había acabado manifestándose a lo largo del tiempo?. ¿Era locura?. Igual por eso todos en la ciudad eran dementes. A lo mejor empezaban a caer de uno en uno, puede que Barael ya fuera un poco extraño de antes pero la ciudad lo estaba alimentando.
-Yo...- no sabía qué decir, era más fácil empezar por la verdad- te creo y  sé que no te lo estás inventando pero... ¿estás seguro de que no te equivocas?- su silueta se movió en la noche- es decir, ¿lo has comprobado? ¿podrías volver a afinar el minuto?- repitió, con una pincelada de curiosidad urgente en su voz, quién le conociera lo suficiente adivinaría también algo de miedo y excitación en sus palabras.

—No me he atrevido a comprobarlo con el reloj de sol —admitió, con la cabeza gacha. Era de una cobardía y estupidez impropia de él, lo sabía, pero por una vez en la vida tenía más miedo de comprobar algo que de mantenerse en la ignorancia—. Aunque puedo decirte algunas cosas. Siempre amanece a las seis de la mañana y atardece a las seis de la tarde. Y... no sé cómo describirlo, es algo tan extraño —había tanto sorpresa como miedo en su voz, incapaz de expresarse bien y de explicar que Rádar sabía la hora, siempre—. Pero sé que acierto. Y no solo porque... no sé, porque lo sé, como se saben las cosas de sentido común, digamos. Lo sé porque mis... mediciones, digamos, siempre concuerdan con las partes del día. Con el amanecer, el atardecer, el mediodía, la medianoche...

El carabés soltó una pequeña risita, al borde de una histeria contenida. No entendía qué le pasaba, pero lo que realmente le incapacitaba era que no había forma de descubrirlo. Aquello podía ser neutro, positivo o negativo. Y no había forma de que supiera cuál de las tres posibilidades era la correcta.

—Son las dos y siete minutos —le dijo, con una voz al borde de la desesperación—. Y lo sé. Y es una locura. Y eso también lo sé.

El hecho de que no se hubiese atrevido a comprobar sus afirmaciones con el reloj de sol le sorprendía en el carabés, teniendo en cuenta que lo consideraba una persona echada para adelante. Pero no tardó en darse cuenta que ambas reacciones ante el fenómeno de cada uno no eran muy distintas. Al fin y al cabo él no se decidió a comprobar si alguien lo espiaba hasta esa noche.
-Me acojonas- admitió con la lengua seca cuando predijo la hora exacta. La confusión dominaba sus pensamientos y lo cierto es que el silencio se apoderó de él varios segundos otra vez. No hacía falta que le explicara nada. Él lo entendía.

-Escúchame, Rad- le habló con toda la calma que pudo, intentando dar a entender que no tenía que justificarse más- te parecerá raro, y probablemente te habrás hecho muchas escenas mentales de cómo explicabas esto a los demás, y seguro que salía mal- tomó aire- pero conmigo no, yo te creo, aunque no esté seguro de lo que eso significa. Lo sé porque yo también me he imaginado esto, el contárselo a alguien más que no fuera Dafne- pronunció su nombre con un matiz de confianza. Tayron se pasó las manos por el pelo apartándose los mechones de la frente para evitar el calor- entiendo esa sensación... ese... lo sé porque lo sé. Supongo que me toca a mí ahora- respiró profundamente, recordando como reveló a la noruega lo que a veces provocaba miradas ausentes de día, y mucho miedo de noche.

-No recuerdo cuando coño empezó, pero sin duda antes de Tersa y después de Tuétano. Siempre es de noche... siempre, yo... no había sentido nada así en mi mundo. No es como cuando te desvelas por la noche pensando que hay un monstruo debajo de tu cama y tienes que encender tu gusanito de luz. Esto, Rad... es real, muy real- bajó la voz, un poco asustado, puede que al tipo E le pareciera un gesto paranoico, pero no se andaría con tonterías, ya no- es una sensación... fuerte, me despierto pensando en ello del tirón de madrugada como hoy, es como si me vigilaran. Y tampoco puedo decirte por qué... simplemente es así- hoy había sido la primera vez que había tenido el valor suficiente para levantarse de la cama y al mismo tiempo la primera de su amigo en precisar el minuto exacto. Quizás fuera el destino- hoy tenía la esperanza de que fueras tú, lo cual no me habría gustado, pero menos me gustaba la alternativa- antes de que hablara el belga se precipitó- me vas a decir que es normal, que por culpa de Tuétano estoy así- ya que rondaba el torreón frecuentemente- no sé, joder- y cerró la boca, con un bocado en el estómago. No molaba eso de salir del armario dos veces.

«Yo también me acojono a mí mismo» admitió ante sí. Le daba miedo lo que podía significar esa habilidad, cómo era capaz de hacerlo. Y le daba miedo la extraña sensación de certeza. Lo que tenía claro era que aquello no consistía en un problema personal: alguien o algo le había dado aquel regalo... Y aquello, por supuesto, abría la puerta a que fuera un regalo envenenado.

Rádar escuchó atentamente al humano, aunque casi desearía no haberlo hecho. El miedo y la preocupación se hacían cada vez mayores en él conforme lo escuchaba, preguntándose qué significaba aquello. La única hipótesis que se le ocurría era tan preocupante que, teniendo en aquella aquella ciudad, era probablemente la más correcta.

—Te creo —el carabés no creía que aquellas palabras tranquilizaran a su interlocutor, no con la conmoción que destilaban. Se pasó las manos por el pelo, despeinándose una y otra vez, preguntándose cómo decir lo que era necesario que el otro supiera sin volverlo paranoico perdido—. Escucha, Tay. Hay que decírselo al resto. Yo ya pensaba en contarles lo mío, y... pienso hacerlo hoy, la verdad. Pero lo tuyo también hay que decirlo. No te voy a obligar, pero... —resopló, volviéndose a dar al paseo incansable, con los labios temblando, y no de frío. Los datos que cosechaban era cada vez más preocupante, y por momentos el tipo E se preguntaba si aquello, todo aquello, no sería sino una trampa de la que no podrían escapar—. Hay magia capaz de hacer invisible a alguien. Incluso capaz de cubrir olores y sonidos. Si te despiertas con esa sensación... No sé, quizás sea algo como lo mío o una paranoia extraña que te ha dado, pero... También puede significar que, efectivamente, te vigilan.

Si hubiera tenido sentido, si hubiera habido más luz, Rádar se habría acercado y le habría mirado a los ojos. Aunque de todas formas no habría hecho falta: el tono de su voz era mortalmente serio.

—Y si te vigilan a ti... también nos vigilan al resto.

Tayron relajó todos los músculos de su cuerpo cuando el carabés aseguró creerle, pero lo siguiente no le alivió en absoluto. Y no poder ver las facciones de su compañero menos aún.
-¿Decírselo al resto?- no había nada que le apeteciera menos. ¿Acaso era necesario?. Solo confundirían a sus amigos, era lo último que necesitaba.

Pero las palabras de Rad le pusieron los pelos de punta, lo cierto es que en momentos como aquel maldecía no saber nada de magia y se alegraba que otros sí tuvieran un mínimo de conocimientos básicos de lo que se podía hacer con ella.
-Gracias- dijo con evidente sarcasmo- es justo lo que necesitaba oír- se encogió de hombros y acompañó al carabés en su paseo incesante por el patio- ¿qué es peor? ¿que lleves razón o que no?- se detuvo entonces, cayendo en la cuenta- hablar con ellos no cambiará mucho, a estas alturas si estás en lo cierto... si...- hizo una pausa para proseguir en voz queda- si nos vigilan, deben saber que lo sabemos. Y a menos que tengan un buen propósito no estamos en nuestro mejor momento ¿eh?- no contó que pensar que los tratarían por locos a ambos corría por sus venas- no puedo prometerte que abriré la boca mañana, pero si tú lo haces contarás con mi apoyo- esperaba ser claro en eso, y en el fondo animar al tipo E a lanzarse. Puede que detrás fuera él. Pero eso ni siquiera lo sabía entonces.

El carabés estaba mortalmente serio, indeciso sobre si debería dar o no margen a Tay. Él se había callado durante demasiado tiempo, un error lamentable. Aquello debía hablarse, sin duda, pero, con suerte, cuando estuvieran haciéndolo el propio humano sacaría su propio problema.

—Con suerte mi teoría es errónea —deseó, más que admitió. La posibilidad de que no solo estuvieran vigilándolos sino de que se estuvieran colando en el torreón sin que pudieran hacer nada le ponía de los nervios—. Hay otras posibilidades, claro, como que te esté pasando algo parecido a lo mío, pero no voy a callarme los peores escenarios solo para tranquilizar. Cuanto más se sepa más preparado se está. Mantenerse en la ignorancia solo sirve para perder control sobre las circunstancias.

Aquel mantra no lo repetía para convencer al humano, sino para convencerse a sí mismo. Era un intento terco de sobreponerse a su miedo, de seguir con las mismas fórmulas que siempre le habían funcionado. Rad necesitaba agarrarse a la convicción de que, si trabajaba y se informaba y comprendía aquello racionalmente, se salvaría.

—Vale... entonces mañana veremos.

Ya no sabía que pensar, ni que hacer. A pesar de las palabras que se le antojaban como consuelo. Se dejaría llevar por lo que sintiera que debería hacer cuando llegara la hora, como siempre.
-Tienes la puta razón, es mejor contemplarlo todo- añadió con neutralidad y un bostezo- con suerte tu teoría sea un fraude- repitió, sin ahuyentar los demonios que parecían esconderse en cada esquina.

-Entonces mañana veremos- afirmó, apoyando una mano en el hombro del carabés y aportando una leve palmadita. Tayron echó un vistazo a la oscuridad que se cernía entorno al patio- es mejor no pensar más en ello hasta que llegue el momento- tragó saliva, con indecisión en su siguiente frase- ¿sabes?, estoy seguro de que saldrá bien- aquello... no se lo creyó ni él, pero tenía que empezar por algo, garantizar que un tema espinoso iría como la seda no solucionaba nada. Pero dar ánimo era gratis- ya verás.

—Sí... Yo también confío en que la charla vaya bien. Quizás a alguien más le ha pasado algo así... con suerte, si salimos, encontraremos información, algo,  un hilo del que tirar —eran nuevos intentos de convencerse a sí mismo, un mantra que incluso acababa por no creer seguiría siguiendo. En el fondo aquello era lo único que el carabés sabía hacer—. Creo que me voy a acostar ya. Tú deberías hacer lo mismo.

A Rádar le costó volver a conciliar el sueño. Su mente bullía de actividad, de temores y amenazas, de fantasmas. Cada sombra podía ser un peligro a punto de desvelarse, cada segundo podía ser un nuevo segundo donde algo dentro de él cambiara de forma extraña, ajena.

Cuando por fin se durmió tuvo sueños inquietos, turbadores, de los que no recordaría nada al despertar.