Faro (Archivo I)

Recuerdo del primer mensaje :

Mónica se rio cuando doña Plumitas bromeó con ella al respecto de su baile de la victoria, momento en que aprovechó para hacer un poco más el tonto y volver a bailotear.

—¿Algún problema con mis maravillosas habilidades de baile, señorita? ¿Tienes envidia? ¿Eh? ¿Eh? —comentó mientras hacía un círculo a su alrededor y daba una palmada al aire.

Se sentía bien bromear. Tras un rato de camino los ojos se desvanecieron y Mónica suspiró, relajada. Siguió caminando en silencio, olisqueando el aire cuando la sorprendió el olor a mar, pero sin decir nada. Comenzaba a tener algo de hambre, así que metió la mano en la mochila, sacó un par de las bolitas que había hecho con fruta y frutos secos y les ofreció a sus compañeros. —¿Queréis? Están ricas.

Finalmente se encontraron frente a un edificio. Un faro. No había posibilidad de error.

—¿Por qué habrá aquí un faro? ¿Necesitan prevenir a los barcos? ¿Habéis visto barcos? —preguntó, desconcertada, más bien para ella que para los demás—. ¿Entramos? —Mon se asomó con mucha precaución a la puerta y susurró— Calimero, Picasso, ¿estáis ahí dentro?

Los motes:

La roquense se rió cuando a Lebra le pilló por sorpresa el abrazo de las tres y les dio unos buenos apretones a ambas. Era raro que no tuvieran plumas... Y de hecho eso le dio una idea que llevaría a la práctica más tarde porque en aquel momento solo importaba el abrazo, sentir su calor y los latidos de las tres. Por fin pudo respirar hondo, calmada de nuevo, y volver a sonreír. Pudo volver a la tierra, dejarse traer de vuelta y aplacar sus miedos. Seguirían ahí, pero la cercanía de sus amigas los harían retroceder.

—Cuento con vosotras, y vosotras conmigo. Aguantaremos y nos convertiremos en lo que sea, pero de momento nos hemos convertido en amigas; lo que venga después ya se verá —añadió a las palabras de la nublina.

Ya separadas, se estiró un poco y volvió a inspirar hondo variad veces. Había echado de menos los abrazos así sin saberlo. Sonreiría al recordar los de sus amistades en su hogar, pero no quiso pensar ellos.

—La merienda me parece bien, y como segunda sugerencia: tenemos que darnos más abrazos así —les sonrió.

Fue a coger las frutas y unos platos para preparar aquello mientras pensaba en algo agradable que contar... Echaba de menos las salidas a cazar en Roca Sagrada, por ejemplo, así como sus ratos libres cantando y tocando al calor de una hoguera con sus compañeros en Tierra Bruja...

—Una vez en el campamento, a uno de mis conocidos se le cayó el tambor cerca de la hoguera mientras tocaba... Y cuando se dio cuenta, se le habían quemado las puntas de algunas plumas —dijo entre risas, cortando fruta—, el pobre... Es una tontería, ¡pero bueno! Esa misma vez, de la risa, mi tambor se me resbaló y se me fue monte abajo... —negaba con la cabeza y los ojos en blanco-, qué carrera me pegué, acabé bonita de arañazos de ramas —y volvió a reír.

Mónica no se había esperado realmente hacer amigas. Y menos en Rocavarancolia. Ya se le daba mal en su vida real… pero sin embargo, ahí estaban. «Sara, te caerían bien» le dijo a su amiga de la Tierra mentalmente. «Si vuelvo a casa… ¡Cuando! ¡Cuando vuelva a casa tendré que presentártelas!».

—Yo también estoy algo cansada. La idea de la merienda me parece espléndida —les sonrió.

Se rio con la historia de Sinceridad, que le pareció muy tierna, y le robó un cacho de fruta pensando en qué historia contar ella.

—Mi hermano y yo, los domingos, el día antes de ir al instituto —«la escuela», les aclaró por si acaso— salíamos en pijama de casa por las tardes a dar una vuelta y nos íbamos a la tienda a por chucherías y dulces. Una vez comimos tantísimas chuches que tuvimos una indigestión horrible y al día siguiente tuvimos que quedarnos en casa, por lo que estuvimos todo el día jugando. Desde ese día, cuando a veces cuando no queríamos ir al insti, el día anterior nos inflábamos a dulces y así podíamos quedarnos en casa. Mi padre lo sospechaba, pero aun así nos dejaba quedarnos, y a veces para que nos sintiéramos mejor nos regalaba alguna chorradita. Sé que suena a que es una tontería, pero en ese tiempo era lo mejor.

Los motes:

Se abstrajo de la conversación momentáneamente y cayó en la cuenta de lo a gusto que estaba entonces, después incluso del ataque de pánico, que necesitaban más ratos como aquel, que pese a que la ciudad era una verdadera pesadilla podían tener sueños apacibles dentro de su faro, o dentro del torreón donde estaba el resto de su grupo. La ciudad les machacaba, les arruinaba las noches, les perseguía, les intentaba matar... Prueba, examen, tortura o estafa, fuera lo que fuera aquello, les aplastaría tan lenta o rápidamente como fuera necesario, según lo que sus fuerzas dieran para resistir.

Y los ratos así les ayudarían. Se notaba. A ella al menos le daban esperanzas. Merecía la pena enfrentarse a la ciudad, no solo por sobrevivir. Podía sobrevivir por el hecho de hacerlo, acostumbrarse a la pesadilla y a nadar en la desgracia, pero no quería eso. Aún no. Sobreviviría por sonreír y ver a sus amistades reír. Como en Tierra Bruja. Y en aquel momento, en aquella conversación, la risa era música para sus oídos. Música.

—No venceremos con pesadumbre... —pensó, pero lo dijo en un susurro sin darse cuenta hasta que fue consciente de que lo había hecho. Sacudió la cabeza entonces y les sonrió por si le habían escuchado, y añadió—: ¿Música? Tenéis música en vuestros mundos, ¿no? Nosotros tenemos habilidad con la voz y nos encanta cantar y tocar música en reuniones y fiestas. Tenía un tambor y me quiero hacer otro, pero no tengo materiales... —miró entonces en derredor, a los muebles, pensativa.

>>Hum... Quizás tampoco me he parado a pensar en hacerlo con tiempo y ganas... Pero, ¿qué me decís de vuestros mundos? —y volvió a mirarles.

—El instituto es un sitio donde se reúnen los jóvenes de 11 a 18 y nos enseñan cosas. Cosas que ahora no me sirven para nada. No es horrible, pero a veces puede ser aburrido sentarse y escuchar hablar a un profesor durante horas.

Mónica sonrió con la anécdota, que evidentemente, divertía a Lebra. —¿Qué es un linac? —preguntó con curiosidad.

Sinceridad, por el contrario, parecía haberse abstraído. Mon meneó la mano delante de sus ojos.

—La hemos perdido —dijo jocosamente. Entonces, la roquense empezó a farfullar algo sobre la música—. Sí, claro, en mi mundo hay. ¿Quieres que cantemos? Yo sueno un poco como un gato al que estén asesinando, eh.

Los motes:

Lebra tenía razón y por eso la roquense había ido dejando de cantar según avanzaba su tiempo en la ciudad. No había dejado de usar cualquier mueble, arma o cubierto como instrumento musical, pero echaba de menos no poder hacerse uno propio. ¿Pero cómo? No podía cortar madera de ninguna parte, ni tenían piel para la cubierta de los tambores...

—Hace tiempo que no canto por eso mismo que dices... en el otro torreón me dedicaba a tararear sentada en alguno de los muebles del sótano y con las patas les daba golpes para hacer el ritmo. Es algo... Pero es un rollo. Si pudiera ir de caza como en mi Tierra Bruja, podría hacerme herramientas e instrumentos. Pero aquí solo hay monstruos —<<"Y me siento una inútil como cazadora">>, pero sabía que no había punto de comparación entre las criaturas de ambos mundos. Si racionalmente sabía eso, ¿por qué no dejaba de pensar cosas así?

No obstante, se incorporó y buscó un par de esas cosas que llamaban "cubiertos" y dos platos de distinto tamaño. Eran cosas con un sonido muy nuevo para ella, pero ponerlos bocabajo y golpearlos con las cucharas era curioso.

—¿Cómo suenan vuestras voces al cantar? Os puedo seguir con esto —y como ejemplo, hizo sonar los platos.

El linac de Lebra sonaba a un animal de lo más interesante. Otro día tendría que preguntarle más sobre él. En ese momento la conversación giró definitivamente hacia la música.

—A ver, me encanta la música. En casa, en la Tierra, siempre estoy con música. Pero no sé cantar. Para responderte, Sinceridad, sueno fatal. No me llega la voz a las notas altas ni a las muy bajas. Mi padre siempre decía que mi sentido del ritmo se lo debió quedar todo otra persona —sonrió.

Sin embargo, la roquense parecía de lo más decidida a improvisar. Mon le echó un vistazo a Lebra y se encogió de hombros con otra sonrisa algo incómoda.

—Vale, no me echéis del faro si no os gusta. ¿Qué queréis cantar? Todo va a sonar muy raro, porque las canciones que me sé no me las sé en rocavarancolés. Puedo tararear alguna canción de niños, que son fáciles…

La escena era algo surrealista, pero ¿qué no lo era en la ciudad?

Los motes:

El momento extraño no pasaba: de verdad iban a cantar. Lebra le cedió a ella el protagonismo, y Mon se devanó los sesos buscando rápidamente una canción. Estando como estaban en un faro, con el mar sacudiéndose a su lado… la canción elegida vino rápidamente: «Había una vez un barquito chiquitito».

—Vale, a ver. Me parece que todo sonará raro con la traducción a esta lengua, pero… allá va. ¡Lebra, no te escaqueas, luego nos enseñas tú alguna canción!

La chica se puso a tararear primero, para que supieran cómo sonaba la tonadilla, y luego canturreó la letra, con las mejillas coloradas de una mezcla de vergüenza ajena e incredulidad. Estaba haciendo un verdadero esfuerzo para sonar bien, lo que tampoco era muy difícil en una canción para críos.

«Esto es tan absurdo» no pudo evitar pensar, riendo de nuevo para sus adentros. «Surrealista».

Los motes:

Las chicas aceptaron y Mónica eligió canción. La roquense sonrió al mirarles, expectante, "instrumentos" en mano.
—No os preocupéis por cómo suene, la cosa es pasarlo bien y reírnos un rato.

La humana empezó tarareando y la roquense se preparó para seguirla en cuanto pudiera, aunque le desconcertó la letra. Barcos. Una canción sobre un barco pequeño... ¿Que no podía navegar? Soltó una carcajada. ¿Quién tuvo semejante idea en aquel mundo? No importaba. No dejó de sonreír mientras golpeaba suavemente el plato o redoblaba el tamborileo en el estribillo...

Hasta que escucharon algo. Tanto en lo alto del faro como en la cocina, pues se levantó de un salto y sus instrumentos cayeron al suelo.

—Shhh —les miró y pidió silencio con un dedo en los labios y la otra mano alzada—. Vamos a ver qué es, en silencio—no vio oportuno ir a por sus armas así que cogió un cuchillo de la cocina <<Ellas al menos tienen la magia>>

Se encaminó a las escaleras. Si Lorenzo y Fah lo habían escuchado, imaginó que se les unirían en el ascenso. Algo había golpeado contra los cristales de lo alto del faro. Dos veces. Y, para colmo, cuando estaba a unos metros de asomarse pudo escuchar algo.

—¿Pájaros? —inquirió en un susurro.

Tragó saliva, recordando el incidente con los del faro derruido del acantilado. ¿Les habrían seguido? <<Deben ser enormes para tanto jaleo...>> Terminó de subir y entonces lo pudo ver todo... y respirar, tranquila. <<Falsa alarma...>> Dio un rápido vistazo alrededor, como buscando más aves, pero solo vio las dos que tenía ante ella. Una seguramente muerta y la otra visiblemente malherida.

Algo en su interior quería acercarse y ayudar a la del ala rota que intentaba despertar a la otra, pero la experiencia del tiempo en la ciudad le urgía a empujar ambas al vacío. Ganó la lástima y miró de reojo a los suyos.
—¿Qué hacemos? —preguntó, ya en el tono de voz normal.

Mónica había cogido más confianza y cantaba más fuerte, con Lebra a la zaga y Sinceridad acompañando. Una sonrisa bien amplia se abrió camino entre sus labios, al menos hasta que un ruido que no parecía venir ni de Íñigo Montoya ni Rapunzel la sobresaltó.

—¡Hostia! —exclamó sin querer, antes de taparse la boca con una mano.

Asintió al gesto de Sinceridad y, armándose con su cuchillo, al igual que la roquense, la siguió con cuidado. El gorjeo que se oyó y el susurro de Sinceridad hicieron que se le encogiera el corazón.

—¿Serán los pájaros de la otra vez? —preguntó con voz trémula, poniendo voz a los miedos de todos.

Sin embargo, al ver quiénes eran los verdaderos causantes, respiró hondo. Mónica no pudo evitar una punzada de lástima: uno de ellos estaba muerto, y el otro, herido, trataba de despertar inútilmente a su compañero.

—Comprobemos que no son peligrosos antes —repuso sin terminar de fiarse—. A lo mejor si le damos algo de comer… esperad, no os mováis.

Mónica bajó las escaleras a toda velocidad, cogió un chusco de pan de la cocina y volvió corriendo. Avanzó un paso hacia el albatros herido, dejando el pan en el suelo acompañándolo de un «Tranquilo, tranquilo», y retrocedió de nuevo.

Los motes:

La roquense dio la razón mentalmente a ambas chicas, en que más valía ser precavidas, así que guardó la distancia. Tampoco sabía qué hacer aparte de eso, pero Mónica tomó la iniciativa... y la idea no le pareció mal. Al ave tampoco, ya que se acercó con la misma precaución que ellas y se llevó su trozo de pan. No obstante, al moverse, Sinceridad pudo ver algo que había pasado desapercibido antes.

—Eh, mirad eso —señaló la bolsa que llevaba el otro pájaro.

¿Por qué lo llevaba? ¿Y qué llevaría? ¿Acaso eran inteligentes y fingían no serlo? La roquense no contemplaba el concepto "palomas mensajeras", por descontado, o no habría tomado nunca la decisión que estaba a punto de tomar. Miró a sus compañeras, desconcertada. También quería acercarse a cogerlo, pero le inspiraba tanta curiosidad como recelo... Pero no iba a dejar que alguna de las dos tomase la iniciativa en ese caso.

—Quietas aquí.

Si la idea del pan había funcionado una vez, podría servir más veces. Quizás. Con ese pensamiento bajó y subió de nuevo, para intentar atraer al que quedaba vivo con migajas nuevas. Quería alejarlo de su compañero muerto para que pudieran coger la bolsa. Y seguía sin saber qué hacer con el vivo, pues malherido como estaba no podría alejarse del faro por su cuenta. Moriría si lo bajaban a la calle. Moriría si lo dejaban donde estaban los dos. O peor, atraería a criaturas indeseables con sus graznidos al morir de hambre.

—Coged eso si podéis... Y a ver qué hacemos con este. No podemos dejarlo graznando aquí arriba.