Prisión (Archivo VII)

Recuerdo del primer mensaje :

Fueron los temblores los que terminaron por despertarla. Abrió lentamente los ojos sintiendo un nuevo estremecimiento al tiempo que intentaba cubrirse aun mas con el poncho instintivamente, dándose cuenta que se encontraba sobre una cama. Soñolienta aun y con el frío calando su cuerpo desnudo bajo el poncho miró alrededor. Estaba en un cuarto sin mas luz que la que provenía del pasillo, pues la puerta estaba entre abierta, acostada en una cama que había tenido mejores tiempos, aunque para ella era un pequeño lujo.

Los recuerdos de su breve encuentro con Dama Aroma llegó a la mente de Pam. Frunció el ceño pues aquel sitio no tenia pinta alguna de ser magnifico, parecía un tugurio de mala muerte. Agarro el mango del cuchillo dentro de su delantal para conseguir seguridad antes de bajarse de la cama, sintiendo la piedra bajo sus pies.

<<Que lugar mas extraño>> pensó acercándose despacio a la puerta no habiendo NAda mas que ver allí salvo suelo sucio y una cama incomoda. Empezaba a temer el haberse equivocado por confiar en Dama Aroma ¿y si había sido llevada a otra granja? <<La suerte no puede ser tan cruel...>> inquieta, asomándose un poco por el orificio que permitía que entrara cierta luz en el cuarto. No había nadie fuera, solo un largo pasillo cubierto de piedra. No había ordes alguno fuera y aquello le era extraño. Las granjas siempre estaban cuidadas y vigiladas por los ordeses, pero allí no solo no había nadie sino que tenia un aspecto bastante decadente.

<<Incluso si lo hay, tengo mi cuchillo>> aseguro dándose confianza antes de empujar un poco la puerta con esfuerzo, pues era bastante pesada y abrir un hueco lo suficientemente grande para colar su menudo cuerpo. Ya afuera, vio que tanto a su derecha como a su izquierda el pasillo parecía no tener fin y solo era iluminado por la tenue luz de las antorchas. No solo eso, sino que todo era...grande, el techo, la puerta, la cama donde había despertado y aquello solo añadió otra duda mas a la mente de la mono del queso.

-¿Y ahora que? -se preguntó Pam confundida y frunciendo aun mas el ceño. Sin saber donde estaba ni por donde ir, solo le quedaba una opción: dejad que la suerte la guiara. Cogió una de las agujas de su pulsera y acuclilló en el suelo sintiendo un poco mas de calor llegando a ella al hacerlo, colocando la aguja en vertical sobre una de las losas de piedra, la aguja se mantuvo de pies apenas un par de milésimas de segundo después de que apartara el dedo, cayendo hacia un lado antes de rodar un poco y quedarse quieta- A la izquierda entonces - murmuro Pam, tomando la aguja de vuelta y devolviéndola a su lugar, para seguir el pasillo indicando sin dejar de restregarse un brazo para intentar calentarse un poco y con el cuchillo firmemente agarrado en el bolsillo.

Coincidía con Sakrilt en la rasca que hacía: no había pensado que en el lugar adonde pudieran llevarle no hubiera cúpula climática. Otro error de previsión, uno de demasiados. Buscando arrebujarse en sus propias sábanas de forma discreta para que los demás no se dieran cuenta, Sox estaba cada vez más molesto consigo mismo por no haber hecho preguntas antes de acceder a nada. ¿Por qué no las había hecho?

—En Carabás la gente se modifica con magia y siguen sin ser dioses —le dijo a Eriel. Se señaló a sí mismo a continuación—. ¿Ves estos ojos? Teñidos. A los que tenemos magia en nuestros mundos no nos habrían traído aquí por esa razón.
Aunque la mayoría de lo que había dicho le sonaba a morralla teísta, lo cierto era que al menos había sabido dar un nombre a aquel lugar. Más de lo que sabían cualquiera de los demás, él incluido. Miró al nublino inquisitivo.
—¿Qué más sabes?

Hubo una pausa natural en aquel ruedo de presentaciones. Tras reflexionar un momento con el ceño fruncido, Sox la rompió.
—A todos nos han contado cosas diferentes —concluyó—. Como mínimo esto no se trata de ningún experimento —elaboraría en ello si alguien le preguntaba por qué. Diferentes mundos de origen suponían una variable independiente, diferentes instrucciones de partida eran otra. Dividir los resultados en atribuibles a un factor u otro se convertía en un galimatías dentro de un mismo experimento, algo que era fácilmente evitable llevándolos a cabo por separado. Vistas sus circunstancias actuales, aquél no era el objetivo de reunir a toda aquella gente.

—Puede que tampoco una competición en el sentido estricto de la palabra —aceptó a regañadientes. La base de cualquier concurso era una equidad de oportunidades iniciales para poder medir el desempeño durante éste. No darles unas reglas claras a todos ni controlar su desarrollo contrariaba aquella posibilidad—. Aparecemos en un sitio abandonado, nadie nos sale al paso a explicarnos nada, la ciudad parece deshabitada... ¿Alguien comprende qué sentido tiene todo esto? —se le coló frustración en la voz. No lograba encontrar un nexo común. No le gustaban las cosas que no tenían sentido—. ¿Qué os dijeron antes de despertar aquí?

Aunque descartar posibilidades, aunque fuese de forma precaria, estaba bien, dejaba paso a algo más inquietante. Si no les habían traído allí para ninguna de las dos opciones más evidentes... ¿cuál diablos era el objetivo?

Cayó entonces en la cuenta de algo, y al hablar ya no lo hizo con la seguridad de antes sino a media voz.
—No recuerdo haberme dormido —fue lo que dijo, conmocionado.

El bicho, tras un intercambio de palabras con Vampy entró en el cuarto, dejando claro con un lenguaje que a Mon encandiló que tenía un frío que se moría. “Bueno, a ver, hace fresco, sí, pero tampoco tanto, qué exagerada” pensó esta, que ahora estaba ya con el vestido por las rodillas y bien envueltita en la sábana, temblando ligeramente por el nerviosismo. Sorbió por la nariz mientras Tritón se presentaba, y se revolvió en el sitio presenciando silenciosamente los curiosos intercambios de palabras entre el bicho y Tritón… y el cómo le indicaba a Krit (como por ahora iba a llamar a la hormiga gigante) que podía coger la manta ella solita. (“¿O él? Por Dios, que alguien me dé una guía de géneros que me pierdo”).

Cuando Cenizo comenzó a hablar con una sonrisa que a la chica le pareció algo petulante resopló por lo bajo, resistiendo la tentación de poner los ojos en blanco, pero escuchó con atención. “Así que Rocavarancolia. Me mola el nombre. Ya decía yo que era algo de roca, tendría que haber prestado más atención a Doce Punto…”. Sin embargo, al escuchar la parte de gente que cambiaba, frunció el ceño.

-¿Perdón?- preguntó, sintiéndose algo más enferma de lo que ya se encontraba antes ante la idea de que la gente “cambiaba”. -¿Llamáis dioses a gente normal que simplemente cambia? ¿Y cómo que cambia, con colas y todo eso? ¿No es algo biológicamente imposible?- carraspeó. –A mí nadie me dijo nada de que al llegar aquí iba a “cambiar”, me dijeron muchas cosas, pero no eso. Además, ¿qué tiene que ver la luna con cambiar?- preguntó, sinceramente desconcertada. -¿Como si fuéramos hombres lobo?

“A mí no me apetece cambiar. Además, ni que esto fuera una peli de serie B, ¿de qué narices habla Cenizo? ¿Y cómo nos van a reconocer en casa, si no? Seguro que se equivoca”.

Las palabras de Vampy también la sorprendieron. -¿Tus ojos son producto de un tinte? Jo, tío, con lo que molan. ¿Van a volver a su color natural?- le preguntó en un susurro curioso, tratando de distraerse de los pensamientos funestos, y se calló en cuanto éste siguió hablando, prestando atención a las preguntas que se hacía, claramente incómodo por la situación. Mónica asintió, de acuerdo con él.

-Pues… la verdad es que a mí sólo me dijo que pertenecía aquí. Me prometió magia, posibilidades, oportunidades. Me prometió…- tosió con suavidad. –Bueno, vale, a mí me gustó mucho el chico que me vino a buscar. Y en parte vine aquí para seguirle. Suena tonto, lo sé. Pero no sé explicar lo que pasó en ese momento.- carraspeó de nuevo, muy incómoda. No sabía cómo explicarles que además de haberse encaprichado del demiurgo, el pensamiento de que la necesitaran, de vivir aventuras, vivir cosas distintas, la había invadido de pronto, haciendo que realmente necesitase ir con él a donde fuera que iba. –Vale, a ver, voy a intentarlo. Me sentí feliz, de que alguien me necesitara… cuando me lo dijo, y me prometió magia, ser lo que estoy destinada a ser, no pude negarme. Además, me miraba con esos ojos tan bonitos mientras fumaba y me estaba poniendo tonta…

Resistió el impulso de esconder la cabeza en la manta por miedo a ver cómo la mirarían los demás. “Jonás se habría reído de mí para siempre. Habría dicho que soy una estúpida. Una incauta. Pero… pero era Doce Punto… y…”. En lugar de ocultarse, irguió más el cuerpo, con las mejillas muy encendidas y conteniendo un puchero a duras penas, a sabiendas de que probablemente la mirarían como si fuera una boba. Esperaba que no lo hicieran, pero no tenía mucha esperanza. Ya sabía cómo era la gente, por desgracia.

-Me hizo sentir bien después de estar pasando una tarde-noche bastante mala, y además ese humo olía tan bien… Puede que parezca que actué como una inconsciente, pero de verdad que no sé cómo explicarlo. Apareció y todo cambió. Me prometió… da igual, lo que estoy diciendo suena estúpido y... Pero bueno, así es como fue todo. Y no recuerdo nada después de haber firmado un papel con una pluma que daba calambre.

Cerró los ojos, esperando que no la juzgaran demasiado. Aunque sabía que si Jonás estuviera ahí la habría regañado, y que probablemente ellos tampoco lo entendieran. “Sara lo habría entendido”. Sin embargo… “Es Doce Punto. No me ha traído a este lugar para ser desgraciada, sino para ser lo que tengo que ser. Y para que tenga una cita con él. Más le vale ir de picnic conmigo al menos, estoy pasando una vergüenza…” se dijo con lealtad, tratando de convencerse a sí misma, tratando de ignorar que estaba sentada entre gente a la que no conocía, envuelta en una manta sucia, sentada en un suelo sucio, con un vestido mojado y el pelo frío y húmedo.

La presentación de Mónica indigno a la pequeña belga que por debajo de las mantas la miro con ultraje. “¿Pero esta de que va? ¿Cómo que no existe la magia, tontaina? ¡Y aburrida será tu vida y monoto… mono-lo-que-sea! ¡Me estas dejando como una estúpida, cuando aquí la única muy estúpida eres tú! ¡No soy tonta! ¡Eres tú la tonta! ¡Fea y tonta y… ¡OH DIOS MÍO, UN BICHO! (pensó dando un grito ahogado al ver al Clinger mientras del susto se apartaba hacia atrás todo lo que podía en un solo movimiento, dándose un coscorrón contra la pared) ¡Mi cabeza! ¡Ay que dolor! (se agarró con ambas manos la cabeza) ¡que nadie te oiga Nadzia y que alguien mate al bichejo ese! ¡¿Dónde están los zapatitos?! ¡Hay que lanzárselos! ¿Por qué la tonta esta tiene MIS zapatitos de princesa y por qué no se los está tirando a esa cosa? ¡OH MADRE MIA, ESTE BICHO TAMBIÉN HABLA! ¡Y ha dicho una palabra fea! ¡No! ¿Sox? ¡Sox no le digas eso que se va a enfadar! ¡Ya está, nos va a matar! ¡Quiero volver a cas-Oh no… Ya está otra vez esta tonta haciendo amiguitos con las personas raras estas… ¡pero no le invites a quedarse! ¿¡Tú también Sox!?... ¡Y claro que nos va a hacer daño es un bicho gigantesco y lleva una piedra!” La respuesta de la Clinger no mejoro la percepción de Nadzieja sobre ella en lo más mínimo. “¡Está diciendo un montón de palabras malas!” Se giró hacia Mónica mientras el sireno  parecía estar echandole la bronca al bicho:

-Ha dicho dos malas palabras, jo-y-lo-que-sigue y pu-y-lo-que-sigue.- El susurro alterado acompañado por su mano enseñando dos dedos complementaban a la perfección el rostro alarmado de la pequeña, pero no pudo escuchar respuesta alguna porque la presentación de Rigel “¿siete? ¿De verdad? JAJAJAJAJAJAJA….” y del bicho malo la sacaron de la burbuja. Y se obligó a si misma a escuchar al resto con más atención. Luego le toco a Eriel y a su discurso “¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? ¿Nos vamos a transformar? ¿estás de broma? Seguro que nos convierten en monstruos horriblos como frankestein o… ¿ha dicho alas? ¡A lo mejor me dan alitas de mariposa! ¿Guerreros? ¿Magos? ¡Esto es un poco como las Winx! Pero… ¿Dónde está la luna esa y la magia? Además esto es demasiado bonito para ser verdad… seguro  que es una trampa… ¿esto es tu sueño? ¿Unas frías mazmorras con un montón de desconocidos altamente peligrosos? Dirás  pesadilla ¿no?” Después cuando volvió a hablar Sox la niña se perdió, siendo incapaz de seguir el hilo argumental de su pensamiento “¿experimento? ¿Competición?” pero no para sentirse más tonta de lo que ya se sentía (por culpa de Mónica) decidió responder a sus preguntas y palabras de la forma más inteligente y madura posible porque ella ya es una niña mayor según sus estándares. Se le adelantó Mónica de cuya revelación solo pudo sacar en claro “¡pero que cursi y boba es! ¡Buaagggh! ha venido por un chico ¡Un chico! ¡Qué asco! Seguro que se dan besos y esas cosas, ugh…” Nada mas acabar la española hablo ella:

-Puede que se hayan equivocado, nos han dejado aquí sin querer cuando deberíamos estar en otro sitio… o se han olvidado de que llegábamos hoy o de que nos habían traído aquí, aunque a mí nunca se me olvidan los deberes, nunca y los hago todos muy bien.- Esto último lo dijo con una sonrisa tímida pero llena de orgullo por el trabajo bien hecho, su madre la mataría como no llevase todos los días al colegio los deberes como dios manda. Pero después añadió:

-Y lo que me dijeron antes de venir… era… que había magia en este sitio y que yo necesitaba venir y la ciudad me necesitaba a mí. Y que el viaje era gratis. Y yo tampoco recuerdo como me dormí, pero recuerdo que había mucho humo verde y como Mónica, yo estaba bien, feliz creo, era como estar soñando, no tenía miedo “al principio un poquitín pero no tienen por qué saberlo…”, y… ah, yo también firme el papel ese y el hombre que se me llevo y que fumaba estaba en mi ventana y vivo en un quinto piso, oh…- y calló sumida en sus pensamientos sobre escaleras muy largas que llegan hasta ventanas, globos aerostáticos amarrados a ventanas y ascensores con globos tipo la casa de la película “Up”.

—Lo harían si no me renovara la inyección —le explicó a Mónica—. Pero para eso tienen que pasar meses —y no iba a pasar tanto tiempo sin pisar Carabás.
O eso era lo que habia creído inicialmente, al menos. La incapacidad de recordar cómo había llegado allí, la migraña que le impedía hacer magia, promesas demasiado buenas para ser verdad procedentes de un tipo que había venido solo y les había abordado sin credenciales. Todo aquello, unido a la historia que iba contando la humana, pintaba un cuadro. Un patrón común que, unido a los relatos de los demás, iba emergiendo por fin.

—Yo también creía que eso era lo más probable—coincidió con la hipótesis de Nad—. Un hechizo de teletransporte a tanta gente suele revisarse muchas veces, pero si lo que dice Eriel de portales entre mundos es verdad... eso es tecnología mágica que no conozco. Un error entra dentro de lo posible.

Sin embargo aquella ya no le parecía la opción más probable. No añadió nada más aún, esperando a que la niña terminara de hablar. La propia humana fue la que lo expuso de una forma más inocente, pero también más cruda. Promesas bonitas, sentirse raro. Acceder a todo.

(Sox esbozó una media sonrisa aprobatoria ante lo de hacer todos sus deberes, no obstante)

(Se le borró ante la mención de un humo verde que él también recordaba)

—Alguien nos promete cosas, nos droga y despertamos en un sitio desconocido que no es lo que nos dijeron—dijo a media voz—. ¿No os suena muy mal?
A él le sonaba a ilegal. A peligro. Las criaturas que había creído responsables de chequeos médicos adquirieron ahora un tinte más siniestro.

El rostro de Siete se fue agravando con los intercambios. No parecía que nadie excepto él hubiera hecho algo imperdonable, lo que hacía más fácil confiar en ellos, y más dificil esperar que disculpasen su arranque de pánico en la playa. Había huido a ese sitio. Hubiera huido con droga o sin ella.

- No se si repetirían un error de transporte tantas veces. Cada uno viene de un lugar, y luego estan todos los chicos dormidos... - contribuyó serio- Pero yo no se nada de portales o teletransporte. Si Eriel conoce este mundo de antes y la misma lengua de la fuente antes de beberla, ¿cabe la posibilidad de que el error este en otra parte? Puede que...- Siete se retorció las manos, no queriendo asustar innecesariamente al grupo- ¿puede que ya hayan cogido lo que necesitaban y nos hayan abandonado sin más?

Al poco de formularlo, él mismo quiso dar una opción más llevadera y bonita, en la que solo creía a medias.
- Puede que estemos en el sitio correcto y falte por hacer algo. O esperar a algo. Mañana podemos buscar respuestas.

Sinceridad apenas atendió a los demás después de su intervención. Su curiosidad por tantas cosas nuevas le pudo en ocasiones pero se impuso la necesidad de saber qué hacían allí y no hizo apenas caso a lo que decían. Les escuchaba, sí, pero no se detenía a pensar en qué decían sobre sus mundos. Aquello le venía demasiado grande. La mera noción de que hubiera otros lugares desconectados de su mundo, vagando por ahí en lo desconocido, era incomensurable. También ignoró el asunto de los dioses, aunque le dio la razón en silencio a Sox <<Nuestros chamanes no son dioses, escoria fanática>>. La aparición de Sakosa (pues el deseo que les había dicho era demasiado raro y no sabía cómo definir al insecto) le envaró un poco, pero se mantuvo a la espera y esta dio sus frutos cuando la criatura se sentó con ellos. Tenía muy malas maneras, pero seguro que era más capaz de sobrevivir que esos enanos.

Hablando de sobrevivir, si sobrevivía a aquello ya investigaría sobre esos mundos tan interesantes de los que venían los demás, excepto los fanáticos. Si aquello era cierto, ¡quería saberlo todo! La idea le daba miedo, respeto, y le mareaba, pero también le atraía como una criatura desconocida, una flor que nunca antes hubieran visto o un monte inexplorado. El Coro pensaría en matarlos directamente, pero ella (y muchos de sus conocidos) no se lo pensarían antes de pisar esos mundos y explorarlos. No podía imaginar cómo serían, pero quería verlos. Quizá por dejar volar su imaginación no reaccionó a casi nada de lo que los demás dijeron.

Según avanzaba la conversación la cosa se volvía más interesante. Estaban hablando de cómo les habían traído allí. De qué les habían prometido. Y al parecer todos estaban allí de la misma forma. Miró al Chamán antes de hablar. El resto no merecía ningún gesto por su parte.

—A mí me dijo que me iba a convertir en un milagro y que este lugar era inexplicable, fantástico, y que me necesitaba —dijo a regañadientes <<Como el fanático me corrija lo de milagro por dios lo mato>> —. Me dijo que era un reclutador, me enseñó su magia, magia que aprendería aquí, y decidí venir. Mi gente necesita gente capaz de hacer magia más poderosa que la de nuestros chamanes para exterminar a los religiosos de una vez por todas... —hizo una pausa, pensativa.

Lo que recordaba estaba enturbiado. Quizá por alguna droga como decía Sox, o por el viaje con magia a este mundo, o por cansancio. Pero sí que recordaba algo. O, al menos, la ausencia de ello. Lo que dijo Siete le había dado algo en que pensar, además. Quizá sí que tenían que hacer algo. Quizá aquello sí que era una prueba. <<Ojalá sea matarnos entre nosotros, que eso será fácil>>

—Tampoco recuerdo haberme dormido. Pero que me desplumen si esto tiene sentido.  Que me trajeran, me reclutaran a mí, vale. ¿Pero a vosotros? ¿Quién aquí sabe defenderse aparte de mí? Esta ciudad o lo que sea está hecha polvo y obviamente querréis sobrevivir... Solo gritáis y habláis de dioses. ¿Quién sabe matar? Me la juego a que solo Sak sabe pelear, por algo tenía una piedra y no la ha soltado. Yo lo tengo claro: no tenemos ni idea de nada. En cuanto amanezca, os invito a acompañarme y enterarnos de algo de la única forma que sé: moviéndonos.

Asintió corroborando las palabras de Siete. Concordaban con lo que conocía.
―Si funciona como los de teletransporte puede haber errores si se convoca sobre la marcha, pero si lo has programado  sigue siempre las mismas instrucciones―explicó brevemente. Les habían ¿secuestrado? ¿convencido? diferentes personas. Era muy improbable que, de haberse equivocado de coordenadas, todos hubieran cometido exactamente el mismo fallo. Otra prueba más de que no estaban allí por error.
Eso suponiendo que la magia entre mundos funcionase igual que la de teletransporte. Maldita incertidumbre. Había tantas posibilidades a favor como en contra. A Sox le gustaba teorizar, pero hacerlo sin datos de soporte era una pérdida de tiempo.

Aún sentado, se cruzó de brazos y apoyó la espalda contra la pared que tenía detrás, pensativo. Chasqueó la lengua, un tic estúpido. Una señal más de que no estaba cómodo con la situación.
―Es posible ―admitió―. Puede que nos sacaran la sangre mientras estuviéramos dormidos ―"u otras cosas". Leyendas urbanas en Carabás hablaban de gente secuestrada que terminaba haciendo de fábricas de órganos. ¿Pero por qué diablos iban a dejarles sueltos entonces?
No había venido nadie a revisar que todo estaba en orden, nada les había impedido salir de las mazmorras cuando así lo habían deseado. Ninguna represalia había acudido a su encuentro cuando les detectaron las máquinas. Aquel desinterés rompía sus esquemas.
Y el tema de los idiomas. ¿Para qué molestarse? ¿O tal vez no se suponía que debieran haber encontrado esa fuente?

Empezaba a dolerle la cabeza.

Sinceridad fue la siguiente en hablar, y a grandes rasgos Sox estaba de acuerdo con lo que decía hasta que determinado punto le hizo interrumpirla.
―Eh, eh, eh, ¿quién ha dicho nada de matar? ―una vez ella elaboró el carabés frunció el ceño, dándole vueltas―. ¿Por qué iba a ser sobrevivir a secas el criterio? ¿Te dijeron algo al respecto? ―pregunta de la que se arrepintió al instante por descartarla como tonta. Si les habían mentido contándole a cada uno algo diferente no tenía sentido dar ninguna de sus palabras por válidas. Sox contuvo el impulso de chasquear la lengua otra vez, molesto  consigo mismo por el desliz en su concentración. Estaba irritado por no entender nada, tenía frío y hacía ya un tiempo que la quemazón del hambre había vuelto. Le ponía de mal humor notarse distraído.

―En cuanto haya luz yo me largo ―coincidió, resoplando, con lo último―. Preferiblemente también a por algo de comer antes de que me ponga anémico―miró suspicaz a algunos de los presentes. Rádar parecía estar en las mismas que él, pero a los demás se les veía bastante cómodos―. ¿Los de vuestros mundos no tenéis estómago o qué? Llevamos horas sin comer.

Siete frunció el ceño con la mención de Sinceridad a sus capacidades para matar, o las de Salkrit mismo, y no terminó de deshacerlo cuando se giró hacia Sox.

- Tengo hambre- respondió Siete-. Pero prefería no prestarle mucha atención mientras no puedo solucionarlo. Se que puedo resistir hasta mañana, por lo menos. Si las cosas siguen igual al alba, ¿nos desentendemos de las personas que nos trajeron? Hay muchos edificios de piedra, pero no he visto a nadie que no sea nuevo en la ciudad. Quizás haya secciones habitadas. O secciones más habitables

―Habla por ti ―repuso ante lo de poder aguantar hasta el día siguiente. Pensar en pasar muchas más horas sin llevarse nada a la boca le hacía plantearse seriamente pasarlas durmiendo para evitarse sufrimiento estúpido. Sin embargo no tenía sueño después de aquella siesta narcótica, y aún más férrea que el hambre era la negativa a jorobar sus horarios.

Frunció el ceño. Agradeció que Siete sacara otro tema y forzó aquellos pensamientos improductivos al lugar más oscuro de su mente que pudo.
―Ellos se han desentendido de nosotros. No veo otra opción ―¿por qué tenía que ser de noche? Si pudieran salir podrían sacar conclusiones de todo aquello. No especular inútilmente en una habitación―. Como mínimo hay camas aquí. Si no encontramos nada mejor podemos volver.

Miró con suspicacia a Sak (otro nombre que había acortado, aunque había memorizado el original). De momento la hipótesis de que algo ilegal se estaba cociendo allí era la que tenía más peso, y estar en un lugar falto de autoridades en compañía de gente que hablaba favorablemente de matar le producía muy poca confianza. Se preguntó si en el mundo de la insectoide usarían magia, y se frotó los nudillos como ensayo de unos hechizos a los que ya no podía acceder.

Sonrió de forma agria, no obstante, ante sus palabras. Él tampoco albergaba pensamientos muy agradables hacia el tipo que les había captado. "Engañados todos, como imbéciles." Eso le molestaba. Se creía mejor que caer en aquello.

―Mmm ―dijo por todo comentario al principio, pero se le encendió una bombilla en la cabeza ante algo que había dicho Sak. Aunque ya habían salido y visto el exterior, tal vez desde aquel ángulo pudiera divisarse más de la ciudad, y en consecuencia algo útil. Sox se levantó de un tirón y los posos de un mareo se agitaron en algún lugar de su cabeza. No era que corriese peligro de caerse redondo, al menos no hasta dentro de unas pocas horas más, pero necesitaba azúcar ya mismo.  Tras el instante inicial de inestabilidad se asomó a la ventana.

Su primera reacción fue parpadear furiosamente, cegado. Frunció el ceño y en cuanto sus pupilas lograron adaptarse soltó una exclamación no muy allá de las que parecía soltar Sak frecuentemente.
Motas distantes de luz titilaban en la distancia, moviéndose en recorridos y distancias irregulares. Se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y lo que le había deslumbrado había sido uno de aquellos focos pasando justo por enfrente de la ventana.
―No sé qué habrás visto, Sak, pero yo veo ratas voladoras que están prendidas de fuego ―dijo con firmeza para que no le tomaran por gilipollas―. Que alguien se levante y me confirme que no sigo drogado.

Siete miró preocupado la vacilación de Sox, percibiendo el mareo. Como el otro fue a la ventana, no dijo nada. Ya estaba de pie, sin embargo, y no le fue dificil asomarse para comprobarlo. El cielo estaba desprovisto de estrellas de una forma que era casi cruel, liso y oscuro. Luego estaban aquellas motas de fuego voladoras.
- Yo las veo también. ¿Estan vivas y bien? Son un puñado.

Siguió sus trayectorias con la mirada, meditabundo.

- Creo que son buena señal. Y son... bonitos a su manera. No me gusta la noche de esta ciudad.

―Sí ―dijo tras cierta vacilación. Le costaba creerlo pero así era. Aquél era fuego natural, no mágico; sentía su calor cuando aleteaban cerca de su cara―. Perfectamente. Ni siquiera parece que les haya prendido fuego nadie ―dijo con calma, ajeno a cómo podía sonar a oídos no carabeses. Había quien lo hacía -fuego solo lumínico, por supuesto- a pájaros o insectos voladores, por hacer bonito y que volasen unos minutos con volutas de colores pegadas al cuerpo. Lo hacían sobre todo los niños, cuando acababan de aprender a controlar áreas de embrujo. Incluso a esa edad a Sox siempre le había parecido un juego estúpido.

Miró las ratas con alas con indiferencia más allá de buscar cuál era el mecanismo que les permitía arder sin consumirse. No era de biológicas y realmente no le interesaban esos temas, pero seguían constituyendo una pregunta y Sox se sentía obligado a responderlas.
―¿Por tener animales en llamas? ―resopló―. No te culpo.
Volvió a ponerse serio progresivamente al mirar la calle.
―¿Lo oís? ― murmuró―. No se oye un alma. Es antinatural.
Nada de vehículos, de transeúntes, el bullicio de una ciudad superpoblada que era lo único que había conocido. Rocavarancolia (¿lo había recordado bien?) era una ciudad ataúd.

- A veces en Idris hay este silencio- dijo Siete- pero siempre está el mar de fondo. Incluso cuando todo el clan se ha retirado a dormir.

Y a sus hermanos respirando, cerca de él. O las conversaciones en voz baja de tiendas cercanas. No le gustaba la noche de Rocavarancolia por lo antinatural de su color plano y la falta de astros. Porque todo era piedra y el estaba acostumbrado a otro tipo de construcción y de ambiente.

- ¿Vienes de una ciudad?- le preguntó a Sox- Tú y Rad, si os conocíais ya de antes.

Mon escuchó, de nuevo en silencio, la historia de la captura de Zana, muy parecida a la suya (“¿También la recogería Doce Punto?” se preguntó, ahora mirándola con curiosidad), y el diálogo de Tritón y Vampy acerca de dónde estaban y por qué estaban allí, con temor creciente. Se estremeció  ante todo lo que sus compañeros dijeron, abrazando con más fuerza su manta y apretándose el estómago con las manos. Y al oír al ave hablar de matar comenzó a rechinar los dientes, palideciendo ligeramente.

-En mi mundo los asesinos son condenados a penas de cárcel (los que no se escapan), y las otras personas son cazadores o militares, gente entrenada- comentó en voz baja. –Técnicamente matar es fácil si se sabe cómo, o eso dicen, pero yo nunca he hecho daño a nadie… al menos a propósito y nunca de ese modo- bajó aún más la voz. –Y sinceramente, no querría hacerlo. A no ser que fuera defensivo.

Asintió a lo de salir a explorar, de acuerdo con Doña Plumitas, y fue al escuchar a Vampy hablar de comida cuando su estómago decidió rugir. Se aferró más fuerte a su estómago, susurrando un “lo siento”, tratando de ignorar otro retortijón que le retorció las tripas forzándose a seguir la conversación y girándose sin levantarse a mirar desinteresadamente por la ventana cuando Krit dijo lo de la ciudad, aunque desde ese ángulo no veía gran cosa. Cuando Vampy dijo algo de ratas voladoras se lo quedó mirando ojiplática. “El primero en volverse loco. Dios mío, ese es el futuro que nos espera, viendo ratas prendidas en fuego volando por el mundo”.

-Eh… ¿Ratas voladoras y fuego, dices? Bueno, tal vez es mejor que te sientes…- comenzó  diciendo con suavidad, cuando Tritón la interrumpió. “Otro” se dijo con desaliento. “Pues sí que estamos cayendo rápido”. Sin embargo la curiosidad pudo con ella y se levantó para unirse a sus compañeros, que charloteaban acerca de fuego y vida (momento en que por fin el vestido húmedo resbaló hacia sus pies. Mónica lo recogió, envolviéndose aún más fuerte con su sábana para que no se viera nada de piel “Si sigo envolviéndome tanto voy a acabar siendo momia” y colgando el trapillo rosa de un saliente en la pared que había por ahí para que acabara de secarse). Después se acercó con timidez a los chicos, soltando una exclamación aguda al ver a los murciélagos.

-¡Vaya! ¡No estabais bromeando, existen de verdad!- frunció el ceño al escuchar a Vampy hablar sobre el silencio de la ciudad. –Es cierto. No me gusta… ¿No hay nadie más que nosotros y estos bichos aquí? No puede ser, ¿no? Yo sí vengo de una ciudad- le dijo a Tritón. –Y este silencio… es muy diferente a cualquier otro que haya escuchado.

Volvió a mirar por la ventana, pensativa. -¿Qué creéis que nos va a pasar?

—¿De qué otro sitio voy a venir? —ató cabos y admitió con reluctancia que no en todas partes tenía por qué ser necesariamente lo mismo—. Sí. Se llama Pontus. No es que eso vaya a decirte nada —hizo hueco en el alféizar para que se les uniera Mónica—. Hubo una avería en el tren subterráneo donde estábamos. Nos asignaron al mismo compartimento mientras se solucionaba, y entonces llegó el tipo que nos habló de este lugar.

Sospechoso. Ahora que podía, Sox lo veía con la claridad del cristal. De nuevo la irritación consigo mismo por no haber pedido ni siquiera una mísera credencial.

—Pues claro—repuso ante la exclamación de la humana, sin comprender qué otra cosa esperaba. ¿Para qué iba a habérselo estado inventando?
Su pregunta, por otra parte, recondujo la conversación al punto donde la habían empezado, y Sox taladró a las ratas voladoras con la mirada como si ellas pudieran darle una respuesta.
—¿A juzgar por lo que nos ha pasado hasta ahora? Nada de nada—terció—. Lo único ajeno a nuestro control que hemos hecho ha sido despertar. Si se prolonga el patrón, es improbable que mañana aparezca alguien con instrucciones —aunque Sox deseaba con todas sus fuerzas que todo aquello fuese solo una irregularidad y que llegase alguna clase de fuerza mayor a poner orden. Reflexionó un poco más—. Como mínimo tampoco parecemos estar en peligro. Éste es un secuestro extraño.

La falta de estímulos constituía un cero absoluto, para bien y para mal.
—Si existe esta especie de animal es de recibo que haya más, por mera cadena alimentaria —dijo a continuación tras una pausa, continuando el pensamiento de Mónica—. Y hay edificios —primitivos, pero los había—. Puede que ya no viva nadie aquí, pero lo hubo. Si accedemos a ellos deberíamos encontrar cosas que nos orienten.
Se le encendió entonces una bombillita en la cabeza.
—Había una fuente cerca con un hechizo de logomancia para que entendiéramos el lenguaje de aquí —compartió con los otros—. Puede no sea casual, y que el objetivo sea precisamente unir las piezas a partir de lo que vayamos encontrando.
¿Apañárselas para sobrevivir por su cuenta mientras iban deduciendo los datos que faltaban? A Sox no se le  ocurría una prueba más completa que aquella.

Siete alzó las cejas y torció la boca un momento.
- Lo dije antes, nosotros eramos nomadas. No suelo usar techos que no he montado yo y que no pueda desmontar cuando sea necesario. Tampoco sé lo que es un tren- reconoció.

Se quedó en silencio, asimilando el razonamiento que siguió a la pregunta de Mónica. Le parecía que era asumir que había un objetivo en absoluto, pero era util en términos de mantener alguna meta en la cabeza de la gente. Su cara reflejaba, sin embargo, que no estaba convencido. Luego cogió un gesto serio, según fluían sus pensamientos. Tardó en encontrar palabras que considerase inocuas. Si en las ciudades de esos mundos se mentía con regularidad, quizás se ofendieran de formular su punto de vista al respecto.

- Nunca usaría una mentira para bromear- dijo con suavidad, tanteando-. No miento desde que era muy pequeño.

Debería ser evidente, Siete lo esperaba así. Incluso callado, todo en él hablaba. Tenía un rostro expresivo y los gestos infantiles de alguien que nunca se ha planteado necesario esconder sus emociones sobre las cosas. Su voz fluctuaba verdadera a los matices de lo que decía, añadiendo a sus palabras. Siete se apoyaba en eso al hablar para que entendieran lo que decía, si no más. Tampoco esperaba que, con honestidad o sin ella, a la gente le faltara la perspicacia para verlo.  Había formulado su comentario como una pregunta, esperando con inocencia que ellos tomasen la invitación para hablar de si mismos. Si hubiera sabido que sus palabras estaban cortadas en significado, quizás no se hubiera atrevido a usarlas de ninguna forma.

Mónica sonrió ante las seguras palabras de Vampy. Era cierto, al menos ellos estaban a salvo, y era cierto, había edificios, en mal estado, pero ahí estaban. “Puede que este silencio sólo sea una parte normal de las noches de esta ciudad. Simplemente algo más” se dijo, tratando de convencerse. “A lo mejor así es el silencio de una zona tranquila…”. Se revolvió y sonrió ante lo que Tritón contaba.

-¡Nómadas! Vaya, qué bonito… en mi mundo hay comunidades nómadas también, ¿sabes? Una de las más conocidas vive en el desierto. Siempre he tenido curiosidad por saber más acerca de ellas y cómo se vive allí. Y sobre todo por la higiene, ¡me encantaría saber acerca de eso!- estornudó ("Mierda. Creo que me he resfriado. ¡Tengo un paracetamol y un ibuprofeno! ¿Cuánto tiempo acabaré estando aquí? Mejor me los reservo para momentos extremos...") se sorbió la nariz y por fin levantó la vista-... perdón. Y un tren es un transporte, tiene vagones, que son como habitáculos donde va la gente o las mercancías y… se desplaza muy rápido. Es muy útil a la hora de transportar, ya sean personas u otras cosas.

Cuando Vampy planteó la idea de buscar piezas para sobrevivir la chica se emocionó sin poder evitarlo. “Exactamente igual que un escenario post-apocalíptico de videojuego” se dijo. “Espero que no haya zombies, pero ¡uau!”.

-¡Como una búsqueda del tesoro! Me encanta jugar a eso, aunque claro... ahora no es un juego.- exclamó con los ojos brillantes, pero al escuchar a Tritón se le apagó un poco el brillo. -No, no…- comenzó sin saber muy bien qué decir. –No quería decirlo como ofensa, es que cuando habéis empezado a hablar sobre murciélagos volando en llamas… bueno, en mi mundo eso no es normal, y pensé que os estaba afectando el hambre o algo- rio. –Era una forma de hablar. Y haces bien en no mentir. No es algo que se deba de hacer- le guiñó un ojo de modo amistoso.

Se volvió de nuevo a mirar a la ciudad y a los murciélagos, que volaban haciendo lo que se supusiera que hacían los murciélagos llameantes. Tras un rato Mónica carraspeó, repentinamente incómoda. –Por cierto... Ojalá no os importe pero os he puesto motes en mi cabeza. Es algo que no puedo evitar. ¿No os importa que os llame por el mote? Hasta que no me acostumbre a todo esto no voy a poder acordarme de vuestros nombres como Dios manda… mi hermano siempre se reía con eso, pero es algo que no puedo evitar. Creo que es mejor decirlo ahora, que al menos así estáis sobre aviso- les miró con ojos suplicantes.

Si no le dejaban mantener los motes... le iba a costar un mundo y medio hacer vida normal en ese sitio con ellos. "Ojalá me dejen. Si no se lo voy a llamar en mi cabeza, y voy a acabar liándome" se dijo frotándose la frente. "Empezamos de nuevo como en los primeros días de colegio. Por eso no me gusta conocer gente o entablar mucha conversación" se recordó a sí misma. "Les suena raro. ¿Dónde estarán Sara y Jonás cuando les necesito?".