Torreón Letargo (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

La chica a la cual le había dado el martillo utilizó éste para arrancar, de uno de los edificios en ruinas, una puerta un tanto podrida y así utilizarla de escudo <<no era el uso que esperaba que le diera>>. Una vez tuvo la puerta le devolvió el martillo.

  Milo inició la carga contra las bestias avanzando seguros y a un paso ligero. Una de las ratas tiró una primera espina causando el sobresalto de Hyung. Si podían disparar nada les paraba de acribillarles a todos ellos. Claramente les superaban las ratas en número. Hyung se asombró, sus compañeros seguían avanzando, no se esperaba semejante envalentonamiento. Los que se habían quedado detrás empezaron a lanzar huesos y piedras que cogían del suelo << ¿¡Pero que hacen!? ¿¡Quieren que nos disparen a nosotros!?>>. Hyung se aparto del grupo alarmado esperando una lluvia de espinas hacia ellos. La mirada hacia él de una de las ratas al apartarse un poco le provoco un sobresalto. Sin embargo poco le importó a la bestia  Hyung pues se giró de nuevo hacia los que se dirigían a las cestas. La estrategia de distracción había hecho poco pues todos ellos seguían sin haber recibido un disparó y las ratas se centraban en Milo, Rox y Rena. Finalmente llegaron y empezaron a agarrar las cestas, Rox perdió una debido a una espina que quedó cerca de darle en la mano. Consiguieron cinco y tiraron el resto distrayendo a unas cuantas ratas.

  Tocaba huir, Los niños empezaron a correr Hyung aceleró << ¡no puedo quedarme atrás!>>. Hyung fue todo lo rápido que pudo dejando atrás a los demás. Frenó una vez una vez oyó el grito eufórico de Rox; estaban a salvo. La celebración de la victoria de Rox le provoco una risa tímida y bajita a Hyung. Era contagiosa su felicidad y por muy poco que hubiera hecho Hyung él también consideraba eso su victoria. El grupo se tomo un rato para recuperar el aliento y decidirse en que iban a hacer ahora. La atención de varios se dirigió a una especie de torre no muy lejos de allí. Finalmente se decidieron por avanzar hacía ésta para verla mejor.

  Llegaron a la torre fácilmente. Menos mal no tuvieron problemas al continuar su camino hacia ésta. Hyung se paró ante ella y echó un vistazo largo. Aquel edificio de gran tamaño debía de tener un total de al menos tres plantas de bastante altura. Se encontraba rodeado de una franja de tierra y cubierto de enredaderas escondiendo lo que parecía la puerta, identificada como tal debido a que ésta daba a un puente levadizo que conectaba el torreón con la calle.

-Eso debe de ser la puerta. Aunque no estoy muy seguro.- dijo en un tono bajo. - Si queréis entrar ir vosotros primeros, pero tener en cuenta que allí podría haber cualquier cosa.

Milo se quitó de en medio rápido y Rrena se quedó con un desagradable nudo en el estómago por la preocupación, aunque no hiciera ningún gesto para expresarla. Estuvo atenta y en silencio a la conversación sobre los encapuchados, asimilando las teorías de sus compañeros y buscándoles un sitio apropiado en su cabeza. Al menos, si se los volvían a encontrar, tenían una forma para librarse de ellos, pero eso no le ayudaba a olvidar los chillidos de los rataespines y sus cuerpos moribundos arrastrándose.

La cena estuvo lista y Rena comió todo lo que pudo. Eso sí, con mucha menos ansia. Cuando terminó, se escaqueó vilmente de la limpieza y se sentó en el sofá a descansar hasta que Pam pidió ayuda para sacar agua del pozo.

-¡Voy!

Como era pequeñita, no hacían falta muchos cubos. Rena evitaba mirarla para que no se sintiese cohibida, pero no pudo evitar darse cuenta de algo.

-Oye, ¿por qué no te pones bragas? Se te va a enfriar el culo.

Pam miro a Rena con desconcierto, cuando ya estaba de vuelta en el patio con su agua caliente y se encontraba quitándose el poncho para bañarse sin pudor alguno en ser vista. Sus palabras no tenían sentido alguno para la mona del queso.

-¿Que es una 'braga'? -pregunto Pam parpadeando lentamente, confusa. Pues un rápido vistazo a todo lo que había aprendido a lo largo de su vida, le confirmaba que eso era algo inexistente donde había vivido, o al menos jamas lo había visto o escuchado, ni siquiera a los ordeses.

<<¿Ropa de algún tipo? Como esas faldas que llevan las ordesas, tal vez...>> era a la conclusión que podía llegar ante la mención de la zona de su anatomía que estaba enfriándose por la falta de esta. Miro atentamente a Rena de arriba abajo, ella no llevaba falda alguna, solo aquellos pantalones.<<¿O tal vez es algo como lo que ella lleva puesto, pero que ella lo conoce con otro nombre?>> era otra posibilidad, aunque la fuente hubiese cambiado el idioma había palabras aun inexistente o cambiadas en el vocabulario de cada cual.

Rena alzó una ceja. ¿De verdad no existían las bragas en el mundo de la mona?

-Es una prenda de ropa ligera que se lleva para cubrir lo que viene siendo el culo y lo de alante. También están los calzones que normalmente usan los tíos, pero no es que sea algo escrito en piedra, yo los llevo a veces, son jodidamente cómodos, aunque sobre tela.

Miró a su alrededor con cautela y bajó un poco la cinturilla de sus pantalones para enseñarle la ropa interior. Eran unos culottes de algodon color verde militar.

-¿Ves? Así tus partes no están en contacto directo con la ropa ni con el suelo ni nada, estan protegidas. Y son monas, ¿verdad?- se echó a reir. Se sentía muy extraña teniendo que explicarle a alguien lo que era la ropa interior.

Le dijo a Pam que había bragas en un baul en el primer piso y que eligiese alguna si quería y se volvió al salón donde se quitó las botas y se apoltronó en un sillón con las piernas por alto. Si algún día tenía nietos, iba a ser una anécdota graciosa. Incluso podía contársela a sus hermanos cuando volviera. << Si vuelvo...>>

El llevar tanta ropa no tenia sentido para Pam, aunque si que parecía abrigador y de bonitos colores, con eso ganaba algunos puntos positivos en la mente de la mona del queso. La mención de la protección que supondría llevar una de esas 'bragas' fue finalmente lo que mas le convenció.<<Parece absurdo que una cosa tal delgada pueda proteger algo realmente>> pensó Pam que aunque  seguía dudosa sentía algo de curiosidad.

-Es bonito - acepto. Si ya era cómodo y útil tendría que averiguarlo ella misma. Agradeciéndole a Rena con la cabeza termino de bañarse, poniendo a secar el poncho tras lavarlo y colocándose el jersey, que le quedaba como un vestido.

Cuando ya se dirigía arriba a ver el baúl mencionado por la irrense algo mas capto su atención. Los pies de Rena estaban cubiertos con una tela, habiéndose quitado aquel pesado calzado. <<¿Eso también protege acaso?>> pensó Pam con una ceja alzada, no comprendiendo aun la necesidad de llevar tanta ropa, ella había vivido desnuda durante años, ella y todos los monos del queso, y estaba perfectamente. Y lo que le resultaba aun mas extraño era ese pudor a ser vistos.

Subió a la primera planta para buscar alguna de esas bragas y algo parecido a lo que llevaba Rena en los pies. No tardo en encontrar ambas cosas, aunque pronto averiguo que ambas le estaban grande, la bragas se le caían y esas especie de manoplas no se ajustaban bien tampoco. <<Ya que voy a intentar probarme estas cosas escojamos algo bonito para arreglar>> le había llamado la atención la ropa interior de Rena, con ese color verde, no era su color favorito pero le recordaba a la hierba, una que echaba de menos en esa ciudad gris y estéril.

Se tomo aquello como un nuevo descubrimiento que debía probar, así que se propuso encontrar algo de ambas prendas que pudiese adecuar a su tamaño. Cuando acabara, ni su trasero ni sus pies, pasarían frío de nuevo.

Milo no sabía cuánto tiempo había estado durmiendo, pero no debía haber sido mucho porque no reaccionó a las palabras de Rox cuando este entró en la habitación. Sumido en un sueño profundo su conciencia tardó unos segundos en regresar del mundo onírico, y para cuando abrió los ojos de forma repentina el medio australiano ya le había tocado la nariz.
—¿Hmm? —masculló adormilado, bizqueando ligeramente mientras trataba de enfocar la punta de su hocico—. ¿Tengo algo en la cara...? —preguntó confuso, incorporándose con torpeza en la cama antes de reparar en el coreano. El olor de la comida no tardó en captar su atención y su estómago empezó a quejarse.

El norteño se terminó de despejar mientras se frotaba la cara con la mano derecha, pero cuando recordó el encontronazo con el encapuchado se revolvió en el sitio repentinamente incómodo, esbozando una mueca de desagrado al notar los pinchazos en las zonas de la piel que seguían inflamadas.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó por fin a Rox, preocupado por el humano a pesar de que había sido él el que se había llevado la peor parte durante la pelea—. ¿Has comido suficiente? —inquirió. Al darse cuenta de que sonaba igual que su madre desvió la mirada y se centró en el plato que le había subido su compañero—. Tiene buena pinta, gracias… —acertó a decir antes de dar el primer bocado con cierta ansiedad.

El hacker, en silencio, daba buena cuenta de su plato con una sonrisa de satisfacción, dejando que fuera Rox el que iniciara la conversación si se veía con ganas. Lo cierto es que el irrense estaba demasiado hambriento como para detenerse por su propia cuenta, pero si le hacía alguna pregunta no dudaría en responderle.

Una cosa más a tachar de su lista de curiosidades satisfechas: el tacto de la nariz de los irrenses. Sin embargo, antes de que pudiera sonreír de forma victoriosa, el coreano tuvo que hacer malabares para evitar que el plato se le cayera de la mano cuando el joven le sorprendió despertándose. Apartó la mano con rapidez, sonriendo de forma apurada e inocente.

—¡N-No, no, nada! Era eh... ¡Tenías una pelusa! —le costó disimular una risa al verle bizco, pero se las apañó carraspeando y llevándose un puño a la boca—. Ya hemos comido todos menos tú. Te he traído algo... sobró un poco más, por si te quedas con hambre. Tenemos muy buenos chefs en el grupo.

Le tendió el plato en lo que se hubo incorporado, tomando asiento en la cama contigua. No podía tardar demasiado en ir a bañarse, ya que Ain estaba en cola para hacerlo, además de que el moreno necesitaría descansar y Rox no iba a entretenerle más de lo debido.

—¿Va en serio o estás de broma? —alzó una ceja, incrédulo. Seguía sin comprender que se preocupase tanto siendo él el único realmente herido—. Claro que estoy bien. Descansé mientras cocinaban y me he llenado la tripa. Hace falta algo más para matarme... —echó otro vistazo fugaz a sus heridas, apartando la vista para no incomodarle a los pocos segundos—. ¿Y tú? ¿Tienes fiebre, te sientes mal? Estabas casi ardiendo cuando estábamos fuera... Ahora duermes un poco más, ¿va?

No sabía a ciencia cierta que la temperatura de los irrenses fuese más alta que la de los humanos, y debido al estado de Milo no era descabellado pensar que el contacto con el ser le hubiese provocado algo como la fiebre.

En lo que su compañero acabase de comer se llevaría el plato y bajaría a preparar varios cubos de agua para la bañera. Por una vez le vendría mejor el agua fría, con tal de así quitarse el cansancio y sueño de encima.

Qué rapidamente se había alejado el otro humano, poco más que "Si" pudo decir Hyung qntes de que se fuera. Esperó unos segundos y salió detrás. Comió a toda velocidad. Hasta que no la tuvo delante suya no se dio cuenta del muchisimo hambre que tenía. Después de agradecerla y lavar lo ensuciado, se dirijió al sofá.

El resto del tiempo solo lo pasó nervioso, no quería seguir ahí con esa gente que el daba por hecho, paranoico, que ya les caía mal, quería ver a su hermana. Cada cierto tiempo dejaba que se le saltaran las lagrimas. Bacilaba en limpiarselas o llamar la atención, compadeciendose de si mismo, pensando que así alguién le daría consuelo, pero en poco tiempo se avergonzaba de pensarlo y fingía rascarse el ojo. A los palpitos continuos de nervios, se sumo un nudo en la garganta que le hacía beber cada poco, intentando desatarlo.

Nime atendió a la historia que contaba Rox mirándolo fijamente, todavía dando gracias mentalmente por tener a ambos de vuelta. Se alegraba enormemente de que ninguno de aquellos seres se hubiese puesto a perseguirla a ella, pero al menos era un alivio saber casi a ciencia cierta que se marchaban cuando se les atacaba, por si volvía a suceder.

Cuando se pusieron a teorizar de qué podían ser aquellas cosas a ella le pareció todo demasiado complicado. Había presenciado lo que sucedía con las crías de colaespina y, fuesen lo que fuesen los de la capucha roja, no quería tener nada que ver con ellos.

Fue una suerte para ella que Adru decidiese ayudarla a apartar de su cabeza los pensamientos desagradables ofreciéndole jugar a pillarla por el patio. Al igual que la edeel, Nime también intentaría incluir a Eitne en el juego.

Para cuando estuvo lista la comida, Nime estaba agotada, pero mucho menos pensativa. Mientras masticaba trataba de contarle a Eitne y Adru –y también a quien mostrase interés en la conversación–, la mala suerte que había demostrado tener su hermano Sisek cuando jugaban a la pilla en la calle. Les contó anécdotas como la del día en que se cayó al agua en el puerto por resbalar en las areniscas, o de la vez que, al ir mirando hacia atrás, se chocó con un pescadero y le tiró la mercancía al suelo. Y así enlazó con alguna historia más de su día a día hasta que, al acabar de comer, se empezó a sentir verdaderamente nostálgica.

Había gente que pensaba darse un baño, pero la niña seguía odiando el agua congelada y se negaba, así que se escabulló a la armería. En un primer momento bajó para dejar allí la broma de puñal que había cogido antes de salir, pero terminó quedándose a blandir –o mehor dicho, agitar– algunas de las armas, fingiendo que sabía usarlas. No podía quitarse de la cabeza que si supiera pelear las cosas podían ser muy, muy distintas.

Pam bajo ala planta baja con su hilo y prendas para arreglar para reunirse con el resto, no es como si fuera  tener mucha conversación pero quería ver mas de cerca esas prendas que tenia Rena en los pies para poder coser adecuadamente las suyas, así que allá fue sentadose en el sofá junto a la irrense. Ademas así se aseguraba de consultarle, por si estaba haciendo algo mal con el arreglo de aquella prenda interior que también había bajado consigo.

Y allí sentada escucho como a su alrededor sus compañeros de torreón charlaban, siguiendo una conversación ya iniciada y que ya en su momento le había resultado extraña. La mención de los aurvas y los edeels, otra vez, hizo a Pam levantar la vista de lo que hacia por primera vez. Ya había escuchado lo de la parte del sacrificio , peor al ver que no pensaban seguir con aquel tema volvió a su costura con su oído aun así puesto en la conversación. Saber de la forma de vida de sus compañeros de desventuras no era algo perjudicial  y le causaba interés, como todo aquello que le era desconocido.

Le costo entender, o mas bien asimilar, que esa unión aurva y edeel no tenia nada que ver con la reproducción en si misma. Sino que parecía ser mas como especie de ritual o un concepto social. Y de eso Pam si estaba algo mas enterada <<Yo cree en la suerte y ellos en eso de la almas partidas en dos mitades >> pensó Pam no complicándose demasiado al respecto, creencias eran creencias por mas extrañas que le sonaran. Porque incluso si aquello fuese verdad, que realmente era algo que dudaba con todo su pequeño ser, si algo sabía es que ella sería una de esas aurvas desechadas. Habia estado sola siempre, no existía mucha diferencia sustancial y tampoco le importaba, que contra menos ataduras tuviera mas de esa ansiada libertad para hacer lo que quisiera tendría.

Aun así como una historia o un juego incluso no sonaba mal, al menos si podía notar que la relación de Neil y Adru era realmente buena. No sabría a que compararlos, simplemente era buena y si eso lo daba todo ese de ser mitades de otro, no parecía tan malo.

Pam escucho en silencio, mientras seguía cosiendo con una soltura que daba la experiencia, arreglando los calcetines para adecuarlas a su tamaño, sentada en el sofá y tan solo escuchando con fascinación las palabras de Eitne sobre la magia. Y si estaría el resto de la tarde, arreglando y cosiendo, respondiendo de forma escueta si alguien le preguntaba algo que no fuera de su mundo y manteniéndose en silencio si alguien preguntaba sobe su vida anterior. No estaba de ánimos.

Con la llegada del final del atardecer ver se empezó a ser imposible por lo que Pam lo dejo habiendo arreglado los calcetines a su medida y aparte de la otra prenda que terminaría al día siguiente. Llevo estos al cuarto primero, donde dejo también las armas que había llevado a la excursión, ambas en el suelo bajo la cama, junto con el delantal lleno de piedrecitas.

Volvió abajo para hacer su cena, esta vez colaborando un poco mas en la preparación general de esta, incluso para el resto. Con el final de esta y tras comer, igual que cada noche, puntual como un reloj volvió al cuarto tumbándose en la cama que había sido su elegida desde que llegaron a aquel lugar. Su horario de sueño y vigilia no había cambiado ni siquiera en el tiempo que llevaba allí e intentaría que no lo hiciera.

Tendría mucha cosas que hacer en los días siguiente, pues si algo le había mostrado aquel encuentro con aquellos seres es que necesitaba de inmediato construirse su propia arma para poder defenderse a distancia. Ahora mas, que ya tenia la munición. Y cansada por todo aquel día y sin mucho esfuerzo, Pam cayo en un profundo sueño.

Después de la comida y el aseo de algunos, casi todos los del torreón se fueron reuniendo en el salón, acomodandose en los sofás y sillones. Al principio todos estaban en silencio, cada cual sumido en sus pensamientos o en un dormitar perezoso, pero poco a poco fueron surgiendo conversaciones. Pam se unió también con trabajo de costura, decidida a seguir la recomendación de Rena, cosa quele hizo bastante gracia. Le dejó uno de sus propios calcetines como referencia.

Los sinhadres aclararon aspectos menos horribles de su cultura, contando anécdotas de su familia y explicando su composición enrevesada. A Rena le resultaba algo cómico que se complicasen tanto la vida, pero era tierno ver a los niños hablar con cariño de sus padres y no padres. Ella aportó también algo, hablándoles de su relación algo tirante con su madre, de sus hermanos pequeños y de sus amigos. Echaba muchísimo de menos a sus amigos, y recordarlo le provocó un vacío en el pecho.

Eitne, el pequeño niño de colorines, robó la atención de todos en la conversación en cuanto habló de su abuela. Una bruja dulce, les contaba, y la mención de magia tuvo a la mayoría embelesados. Rena hizo preguntas sobre como funcionaba, como se conseguía, qué había que hacer para aprenderla, deseosa por ver si ella tenía alguna posibilidad. Tenía miedo de no tenerla.

En cuanto anocheció y las conversaciones terminaron, los de siempre se pusieron a hacer la cena y ella se tuvo que conformar con recoger después. Antes de subir al dormitorio abordó a Ain para pedirle que le enseñase a pelear. Sobrevivir a aquel mundo era su única posibilidad de volver a ver a sus amigos y familia, y para ello necesitaba algo más que fuerza bruta y cabezonería. También le pidió ayuda a Rox en cuanto se enteró de que también tenía algunas nociones de algún arte marcial. Quería estar todo lo preparada que pudiera.

Eitne se había quedado un poco descolocado al enterarse, más o menos, de lo que había pasado y el resto de la tarde lo pasó casi en silencio. Al tiempo que se nutría con la comida que había preparado Neil especialmente para él, el daeliciano se comía el coco pensativamente. Tal vez no hubiera una Carandela en Rocavarancolia, pero sin duda había monstruos de los que jamás había oído hablar. Era aterrador, tanto que el pequeño necesitó que avanzara la tarde para recuperar su lengua defectuosa.

Sin embargo, cuando la recuperó la recuperó a lo grande. Se habían reunido todos en el salón a no hacer nada y las conversaciones sobre todo lo que habían dejado en sus mundos no tardaron en salir. Cuando le tocó a él, se sorprendió al descubrir que nadie de sus compañeros conocía la magia como él y trató de explicarles a todos lo mejor posible lo que sabía. Les habló de su abuela de una manera que dejaba claro cuánto la quería y cuánto más la idolatraba.

Cuando el tema fue la magia, el muchacho les habló de lo que sabían hacer: potingues y pocimas, magia para volar o hacer levitar objetos, hechizos soldadores, luces de colores, magia fertilizante... El daeliciano se explayó tanto como pudo en listarles los hechizos que conocía, ya que no tenía mucha idea sobre nada más. Cuando tocó hablar del funcionamiento, les habló de una energía mágica que tenían algunos y que se agotaba con el uso. No sabía cómo escogía la magia a sus portadores, ni cuanta magia tenían ni por qué ni cómo. Así que eso, si se podía averiguar, tendrían que hacerlo por sí mismos.

El tiempo que estuvo hablando, con la atención de todos sus compañeros centrada en él, el daeliciano se sintió estúpidamente bien. Le gustaba que le prestaran atención y que le escucharan hablando de algo como si fuesen niños en el colegio y él fuera su mentor. Pero sobre todo, le reconfortó anímicamente y le ayudó a evitar pensar en las cosas feas que había más allá de los muros. A pesar de lo poco que los conocía, Eitne los percibía ya como personas de confianza.

Tras la cena, el muchacho se acostó tan pronto como pudo y agradeció en silencio la compañía de Neil en la cama. Dormía mucho mejor sintiéndose acompañado.

Cuando terminó la comida el irrense dejó escapar un ligero suspiro y se relajó un tanto, dejando el plato sobre la mesita y prestando atención a lo que acababa de decir Rox.
—¿Fiebre? —inquirió confuso—. No, no tengo fiebre, de hecho me encuentro perfectamente —comentó riendo, llevándose el dorso de la mano derecha a la frente para asegurarse—. Lo de la temperatura es de nacimiento, no te preocupes. Siempre ha estado varios grados por encima de lo normal… —aclaro algo dubitativo, restándole importancia con un gesto de la mano y rehusando de esta forma ahondar en el tema. Los moratones cortesía del encapuchado le seguían molestando, pero después de haber llenado el estómago se sentía bastante mejor. Unas cuantas horas de sueño más y se encontraría como nuevo.

Por la luz que entraba por la ventana debía de ser media tarde, aunque el chico no estaba del todo seguro, pues apenas había variación en la intensidad del sol de aquel planeta. En cualquier caso debía haberse perdido una conversación muy interesante sobre lo que podía motivar a los seres que habían acabado con los rataspines, pero decidió no preguntar al respecto, pues no quería tener malos sueños.
—Si que tenemos buenos chefs, si… —le dió la razón algo tarde, ligeramente atontado al tener por fin el estómago lleno—. Dales las gracias de mi parte, ¿de acuerdo? Yo mientras tanto dormiré un poco más. No tengo más pelusas en la cara, ¿verdad? —inquirió, deslizándose bajo las sábanas mientras movía el hocico en un gesto nervioso—. No quisiera tragarme alguna en sueños… —murmuró amodorrado.

Apenas unos segundos después el norteño volvía a estar dormido, y si por alguna razón el coreano trataba de despertarlo solo obtendría un ligero murmullo ininteligible de protesta en respuesta. Milo dormiría como un tronco durante las horas siguientes, completamente ajeno a lo movimientos de sus compañeros a su alrededor cuando llegara la hora de dormir. Había sido un día ajetreado y necesitaba descansar para recuperarse de sus heridas, pero a la mañana siguiente sería el primero en estar en pie.

Miró al moreno de forma dudosa hasta que decidió creerle: después de lo abrigados que habían llegado los irrenses y lo rápido que se habían quedado en manga corta, tenía que ser cierto.

—Sin problemas ¡No hace falta más que ver como has dejado el plato para que sepan que cocinan bien!—lo recogió según este lo dejaba en la mesita, riendo con las muecas que hacía con el hocico. Empezaba a dudar que se hubiese creído su excusa—. Eeeeeh, ¡no, no, que va! No hay más pelusas a la vista.

Una vez abajo le tocó hacer varios viajes para poder llenar la bañera, escuchando a trozos la conversación que tenía lugar en el salón. Descartó por completo la idea de calentar el agua con tal de darse prisa, ya que la curiosidad hacía que no quisiese perderse nada de lo que sus compañeros dijesen de sus mundos y costumbres. Supo que se estaba asegurando un resfriado en cuanto llegó el momento de quitarse el jabón del cuerpo, pero al menos la modorra desapareció tras varios quejidos y lloriqueos por el agua helada. Ya aseado en el salón, procuró agenciarse una esquina del sofá para enterrarse en él, ocupar el mínimo espacio y recuperar calor, aún con el pelo mojado, estornudando de cuando en cuando.

No tuvo oportunidad de participar en un comienzo, ya que conversaciones sobre relaciones y familia eran justo algo en lo que el medio australiano no quería entrar.
«Ah sí, mis padres me odian y mi familia me hace el vacío, ¿que por qué? Ah, no, por nada en concreto. ¿Amigos? Muy bien gracias, hace más de un año que no los veo, a lo mejor se los ha comido una manada de dingos rabiosos y a los pocos que tenía en Corea a saber cuando los veré. ¿Me pasa alguien una mantita?».

Escuchar, igualmente, le alegró lo que quedaba de día. La emoción con la que el resto hablaba de sus familias le reconfortaba, y en cierta medida, le daba envidia. La intervención de Eitne, así como descubrir que el pequeño sabía hablar, y mucho, fue una de las sorpresas más gratas. Rox escuchó con fascinación todo lo que el daeliciano tenía que decir, haciendo varias preguntas en el trascurso, tanto sobre magia como de su abuela. Si de verdad tenían una posibilidad de aprender a hacer magia en Rocavarancolia, el chico gritaría de la emoción.
Al acabar la charla se sentía mejor, haciendo que el mal trago de la mañana quedase como un extraño recuerdo.

Ayudó a poner la mesa y a limpiar después de la cena, acoplándose a la propuesta de Rena para que Ain les entrenase. Por si servía de algo además de como compensación, se ofreció en enseñar lo que sabía de taekwondo, que aunque no tuviese un conocimiento exagerado siempre era mejor que nada. Cualquier detalle que les sirviese para sobrevivir les sería muy útil.
Hasta entonces, Rox se había estado aguantando el sueño: a la mínima que se quitó y escondió el binder bajo la almohada junto sus otras cosas, se acurrucó bien bajo las sábanas y la parka, sus ojos se cerraron solos.

El resto de la tarde de ese día la paso en silencio, interrumpido éste por una tos o un estornudo cada cierto tiempo. La conversación le fue de poco interes, al menos no le importaba tanto como lo dura que era su vida. Esa noche volvio a dormir envuelto en mantas en el suelo frente a la puerta abierta q da al patio.

La siguiente semana pasó lenta, cuanto más disminuian sus nervios, acostumbrandose a vivir ahí, más crecía su tristeza y desesperación. Al quinto día ya era capaz de dormir en el interior con los demás, aunq con ciertas interrupciones para salir a respirar y ya de paso vaciar la vejiga.

Se intentó relacionar principalmente con los otros humanos, con los cuales solo tuvo unas pocas conversaciones principalmente con Rox. Con el que habló de cosas diferentes cosas según quien dirigiera la conversación. Cuando Rox hablaba solía ser de temas que le resultaban poco interesantes como música y gustos a lo que Hyung poco podía aportar. Cuando era él el que hablaba, aunq esto era poco frecuente, prefería contarle cosas como cómo de sus hermanos era el que peor hablaba ingles debido a que su miedo a los aviones le impedía visitar a sus abuelos en Estados Unidos, hablarle de su hermana, de corea... Pero estos temas acababan por deprimirle y terminaba por dejar de hablar de ellos. Era debido a que solo pensaba en si mismo que no llegó a darse cuenta de que el otro coreano no había dado nunca mucho detalle de su vida y a menudo cambiaba el tema.

La incomodidad que le producían los de las otras razas le impidió relacionarse demasiado con los de otros mundos, exceptuando con Eitne, que fue con el que más habló durante la semana.  A menudo se avergonzaba de ello, pero se justificaba con razones, que, para él, con empezar por "es normal" ya tenían sentido. Eitne le escuchaba, y el que fuera más pequeño le subía el ego haciendole sentirse, irónicamente, muy maduro.

La semana terminó habiendo conseguido quedarse en la casa en todas las salidas en las que, al parecer, estaban alimentando a los rataspines; cosa a la que se oponía, pero dado que él no salía se lo callaba. Y a partir de la siguiente semana empezarían a explorar ya con más seguridad para salir. Esperaba poder ausentarse a esas salidas también, pero no pudo evitar amanecer el ultimo día nervioso, con miedo a salir.

Los días siguientes a aquella aventura Pam mantuvo una actitud algo mas cercana con el resto del grupo, no hablo demasiado aun así, pero si presto algo mas de atención a las conversaciones que se mantenían cuando no se encontraba  en sus labores de costuras o en la cocina.

Aun no olvidaba aquel percance con Rox y su aparatito de música, ni la historia sobre la magia que había contado Eitne. Con aquello entendió que el prestar un poco mas de atención a como había vivido sus compañeros podía serle útil tanto para la convivencia, o mas bien a no estropear esta de forma innecesaria, como por simple interés. Al fin de cuentas el era el conocimiento y la magia, aparte de la libertad, lo que le llevó a aceptar ir a aquel mediocre lugar donde la suerte parecía mantenerse escondida la mayoría del tiempo.

El primer día de salida tras el encontronazo con lo seres, Pam no salió, mas interesada en coserse una bolsita con una camiseta medio deshecha para su munición. Al siguiente no solo se aventuro a salir sino que se mantuvo en su necesidad de seguir consiguiendo piedras, así como huesos de rataespinas cuando fueron a ver que había pasado finalmente con estas. Ahí descubrió que había crías supervivientes aunque no parecieran querer dejarse ver demasiado. Pam no se metió con ellas, aunque si estuvo algo curiosa al notar que le dejaban comida, tan solo lleno su bolsita improvisada de tela con huesesitos y piedras para luego volver al torreón. Aun no sabia que haría con los huesos pero ya se le ocurrirá algo, porque partido pensaba sacarles de un modo u otro.

Y no fue a la única porque a la vuelta y cuando su contenido fue visto por Eitne, el pequeño se interesó. Para Pam el niño le era a la vez extraño y poco útil en si, pero con el claro conocimiento que pese parecer mayor que ella por altura era apenas un niño pequeño su cercanía no le era molesta, ni siquiera su tartamudeo constante. Habia tratado con muchos niños pequeño durante su vida, todos hijos de ordeses, Eitne solo era uno mas algo mas calvo. Y tal vez por eso acceder a su sencilla petición no le fue raro.

Los días pasaron rápido y sin sobresaltos para la mona del queso, volviendo casi como uno días cotidianos, sabiendo prácticamente lo mismo que sabia cuando llegaron. Pam se frustraba, la calma le gustaba, la pasividad no. Podría pasarse el día cociendo, cocinando o limpiando, le gustaba hacerlo y le distraía, pero para hacer solo eso se habría quedado en su mundo. Quería averiguar cosas. Aunque fuera un poquito.

Y con todo eso, la semana transcurrió y Pam decidido que era momento de hacer algo diferente. Vivir los días tranquilos estaba genial, pero vivir sin ningún dato nuevo era cansino, había mucho que ver ahí fuera por mas miedo que diera.

Aquel día Pam se levanto con su horario habitual bajando a la cocina, colocándose encima su nuevo vestido hecho a base de un sencillo jersey, sus calcetines que le llegaban por el muslo y su nueva ropa interior.

Preparo su desayuno como cada día, esperando la llegada de los demás pues ese día quería proponer algo para variar un poco la rutina.

Nime subió más tarde, cuando arrancaba la conversación sobre las familias del grupo. Estuvo encantada de participar, pero también de escuchar, especialmente por detalles como el de la magia en la familia de Eitne. En comparación su familia era muy poca cosa, y aun así tomó la palabra cuando tuvo ocasión. Aquello consiguió que el mal trago de la mañana fuese pasando y, al acabar el día, la niña se fuese a dormir agotada, tanto que no se despertó en mitad de la noche en ningún momento.

En los días siguientes su estancia en Rocavarancolia comenzó a volverse un poco menos monótona. Se acostumbró al ambiente y a sus compañeros, empezando a apreciar especialmente a aquellos que le hacían caso sin tratarla como si tuviese cinco años. Se atrevió a pedir que la dejasen participar en las prácticas de lucha que se llevaron a cabo, y aunque nadie se lo impidió, la propia niña se dio cuenta de la diferencia que había entre ella y los demás. Su torpeza era embarazosa y hacía que, más que participar, mirase y practicase al lado de los demás, pero no pensaba rendirse. A fin de cuentas ella tenía demasiada confianza en sí misma como para aceptar que alguien le dijese que no era necesario que aprendiese a defenderse. También era una cuestión de orgullo.

Donde sí tuvo que tragarse el orgullo fue cuando, tras una insinuación de Eitne, le fue imposible seguir eludiendo los baños. De los demás aprendió trucos como usar un trapo para bañarse o, simplemente, pedir ayuda para hervir y transportar una olla de agua. No le preocupaba particularmente estar asquerosa, pero tuvo que admitir que resultaba un tanto incómodo.

La única vez que volvió a alejarse del torreón fue una vez en que siguió a los mayores hasta la plaza, no a por comida, sino para observar a los rataespines, después de que se hubiese confirmado que habían sido diezmados. No le habían gustado en su primer encuentro, pero ahora le daban lástima. No se sintió muy segura durante la salida, pero se tranquilizaba diciéndose que los peligros que habían conocido en días anteriores ya no lo eran o, al menos, sabían cómo quitárselos de encima.

Después de una semana sin incidentes, Nime estaba de bastante buen humor. Además, era un día especial. Desde antes de irse de Libo había estado restando días en su cabeza, y ahora que por fin había llegado el que esperaba, estaba en otro mundo y lejos de su familia y amigos, pero no iba a dejar que eso le estropease la celebración.

Nime salió de su cama y espió a su alrededor, con una amplia sonrisa. Era bastante temprano, la mayoría seguían todavía allí, aparentemente dormidos, así que se encaramó de un salto a la cama más cercana, que resultó ser la de Milo, y, para despertarlo, dio otro salto sobre el colchón a la vez que alzaba la voz.
—¡Despertad! ¡Hoy es mi cumpleaños!
A eso lo siguió un grito asustado de la propia libense y el golpe del somier contra el suelo. La cama, que ya no parecía muy bien ensamblada de por sí, se había desplomado por culpa de aquel salto. Nime perdió el equilibrio y cayó de espaldas contra las piernas de Milo, con suerte sin llegar a darse con la cabeza en el suelo. Inevitablemente se echó a reír armando una buena escandalera, más bien poco preocupada por la que acababa de liar.