Primer sueño de Rigel

El sonido le llenaba los oidos como un palpitar lento; el ruido blanco del mar, y de casa. Siete entreabrió los ojos de forma perezosa, absorbiendo la forma en la que el suelo le raspaba la cara. Arena aspéra que se le metía en el pelo, y que cuando empezó a incorporarse, se había pegado a sus brazos. Pasó los dedos por encima, pero no tenía esperanzas concretas de quitarsela toda con sacudirse. Más que arena, parecían pedazos de cristal diminutos. Frotó un poco más insistente.
Derecho, pudo apreciar el color grisaceo del cielo y el paisaje pálido, áspero como su arena, de la playa rocavarancolesa. Se giró para apreciarlo en su totalidad, reencajando la información en su cabeza. Luego Siete se acercó al agua . Había algo importante en ella. Las olas parecían decir algo en como chocaban contra la orilla. Quizás era algo distinto, un sonido enterrado por el mar. Siete aguzaba el oído y cerró los ojos para limpiar su percepcepción. ¿Que és? ¿Que sucede?. Se detuvo en la orilla, con el aliento contenido y los pies mojados.

El corazón de Siete empezó a latir desbocado antes de que su dueño localizara a que se debía. La voz de una vieja amiga, que le secó la boca y le arrancó dos pasos hacia la orilla, hasta que sus tobillos estaban sumergidos en agua salada. Sirce, Sirce, Sirce. El nombre le retumbaba en el pecho. Hubiera pasado el escalofrío de verse pillado, de que lo buscasen por interferir, pero lo que escuchó fueron otras noticias, y solo quedaba un vertigo que no era desagradable.

Se llevó una mano a la frente, desbordado, ligero. Luego con ansiedad apretando sus costillas. Aunque Siete buscó con la mirada de forma frenética, Sirce no estaba en ninguna parte. Su voz parecía venir del agua o ser el agua en si misma, y aquello, esta vez si, lo recorrío por la columna como una gota de agua helada.

- ¿Donde estás?- gritó de vuelta. No sabía cuanto modular su voz, sin saber como de lejos debía llegar.

La atmósfera era otra. Siete escuchaba con los músculos tensos y el estómago encogido. Vulnerable, expuesto, pequeño de pronto frente al mismo oceáno y las posibilidades de lo que escuchaba. Con los ojos abiertos como platos, vio el cambio de rumbo de las olas, y se olvidó de que podía hacer algo más noble. Si el mar lo reclamaba con la voz de Sirce, o si su amiga era ahora parte del mar, hubiera sido lo lógico entrar más al agua y dejarse llevar. Era un honor, ¿no? ¿No debía estar intentando resarcir sus errores? Pero con el temblor del agua, Siete se dio cuenta de que algo iba a salir y solo supo gritar y trastabillar hacia atrás.

Corrió fuera. Estaba aterrado.

Siete frenó en secó, girandose bruscamente para registrar el paisaje. Estaba atrapado. Trastabilló al ver emerger las jaulas para apartarse de ellas, y se quedó quieto, congelado mientras seguía los cuerpos con los ojos. Luego sus pensamientos se dispararon como su pulso. Cientos de preguntas en respuesta a la voz de Sirce.

Dio un paso hacia las jaulas de un lado y de otro, viendo las opciones, si es que eran eso. Rostros calmados y dormidos en el agua. ¿Que significaba? ¿Que estaba diciendo si señalaba una cosa u otra? ¿Que le pasaría al resto? ¿Y a él ? Siete se tiró del pelo con una mano. Unas jaulas estaban mucho mas ocupadas que otras y alguien distinto quizás habría ido a por las mas llenas, o a por la que tenía a la niña, pero Siete no seguía lo más noble o lógico. Según pasaban los segundos y entraba en crisis, su impulso se reducía a unos pocos, aquellos cuyo vínculo con él era, aunque fuera de forma escasa, más estrecho.

Dio otro paso hacia las jaulas que contenían a los hermanos y a las individuales con el humano y los carabeses. Volvió el rostro lleno de estrés hacia el resto de habitantes de Maciel. Eran lo más cercano que tendría de nuevo a un clan. Eriel, y Sox y Rad encabezaban sus preocupaciones. Solo Sox y Mónica sabían lo de Sirce. Siete se restregó la boca con la mano por los nervios.

- ¿Qué es? - gimió - ¿Qué es, Sirce? ¿Qué estoy escogiendo? ¿Qué va a pasar?

Siete estaba envuelto en sudor frío. Paralizado. En el agua, sus piernas le resultaban de pronto débiles, como si el suelo fuera a ceder en cualquier momento. Las palabras de Sirce solo iniciaron otra espiral de ansiedades, y el deseo de huir acabó por salir de su boca, en una frase rota.

- A mi. Salvame a mí.
Las manos se Siete seguían entre su pelo  en un amago de tirar de él que ahora carecía de fuerza. Se dio cuenta de lo que había dicho un segundo demasiado tarde.