Primer sueño de Rox

Se ve que estaba de moda romperle las esperanzas en el momento de tensión.

Al verse en un lugar tan oscuro creyó haber entrado en algún tipo de armario, más los murmullos, gritos, temblores y el extraño olor le decían que aquello no podía ser un simple mueble. Se giró, esperando encontrar la puerta, pero lo único que obtuvo fue un flash que la dejó aturdida unos largos segundos. Se llevó la mano a los ojos, percatándose entonces de su nuevo conjunto de ropa fuera de escala, claramente no de su talla. Al menos se sentía más a gusto y segura que llevando vestido: no podía decir lo mismo del lugar.

—¿Va en serio? —su tono de reproche no iba en respuesta al hombre que se había plantado en frente, sino a la situación en general. Querer un sitio seguro, por lo visto, era demasiado pedir. No se quejó y, conducida por la claustrofobia que empezaba a sentir y el miedo a la oscuridad, procedió a caminar de forma poco segura por el primer de los túneles que pilló más a mano, esperando que aquel hombre le siguiera—. ¿E-Es por aquí? Me.. Me vendría bien algo de luz..

Después de la mala experiencia con la muñeca de trapo, optaría por obtener respuestas antes de lanzarse de cabeza.

Un vuelco al corazón casi se la lleva al otro barrio, dejándola tan impactada del susto como para darle tiempo ni de gritar. Se llevó una mano al pecho, contemplando unos instantes, paralizada, el derrumbamiento que casi la aplasta. Aún anonadada, asintió a las órdenes del desconocido, sintiéndose tonta por no haberse fijado en el camino de luces. En su mente no cabía la posibilidad de que antes no estuvieran allí.

—Sí, s-sí. Voy... —volvió a caminar hasta que su cerebro pareció funcionar de nuevo, procesando la información y deteniendo su marcha para voltearse a hablar, extrañada—. ¿Eh? ¿Contener a qu...?

El chillido respondió a su pregunta. De no haber tenido tanto miedo metido en el cuerpo se habría volteado, habría tirado de un brazo del hombre y le habría obligado a huir con ella. Fuese lo que fuese eso, no sonaba como algo amistoso, y dudaba de que aquel señor pudiera hacer algo. Sin embargo, una parte egoísta suya quiso confiar y sin más miramientos, echó a correr siguiendo las luces. Le hubiera gustado correr a toda la velocidad posible para salir de ahí cuanto antes, pero la oscuridad, el poco aire que le llegaba y la agitación hacían que tuviera que frenarse.

Lo que verdaderamente le heló el cuerpo a Rox no fue la humedad, ni la velocidad a la que corría ni la oscuridad del túnel, sino los gritos del hombre al que acababa de dejar atrás. Vaciló unos instantes, frenando su marcha para mirar atrás mientras sus propios jadeos se hacían más ruidosos en una mezcla de cansancio y pánico. Pensó en volver atrás, más cuando sus piernas temblorosas decidieron seguir corriendo hacia delante, un derrumbe le frenó el paso.

Si tenía dudas de que el karma existiese, ahora no le quedaba ninguna.

—Te lo mereces por dejarle atrás... —habló para si misma de forma apenas audible, casi sin despegar la mandíbula. Antes de intentar apartar las piedras con las manos, más luces vislumbraron otros caminos de escape. O al menos, eso quería creer la coreana. Sin cuestionarlo dos veces, se lanzó a las escaleras de la derecha: quería ascender cuanto antes, por muy mal aspecto que tuvieran. Subió en una mezcla de cautela y la prisa que lleva alguien que se ve muerto, tratando de mantener la poca vista que tenía disponible concentrada en los escalones.

Disminuyó la velocidad de la carrera una vez hubo llegado al final de las escaleras, teniendo que detenerse por un ataque de tos. El traje cada vez le pesaba más. Quería quitarse la máscara de gas y tomar una bocanada de aire, pero sabía que si hacía eso solo empeoraría las cosas.

—Dios mío... — no le dio tiempo a recuperar el aire, ya que la cantidad de cuerpos desperdigados a su alrededor, tristemente iluminados en la galería en la que desembocaba el pasillo, hicieron que olvidase instantáneamente como respirar.

Dio varios pasos inseguros y torpes, con las piernas congeladas por el miedo y adormecidas por haber tenido que correr tan repentinamente. No quería acercarse a los cuerpos. Jamás había visto a alguien muerto, y la impresión que le causó ver de repente a más de diez no fue poca. De todas formas, su curiosidad fue más allá, y al pasar relativamente cerca de varios, Rox se dirigió a ellos para averiguar que podría haberles pasado.

—No es como s-si fuera obvio... —habló para sí misma con tal de calmarse con su propia voz, a pesar de que esta sonase seis octavas más aguda. Era muy consciente de que aquello que había soltado los chillidos era la más posible causa.

La coreana se llevó una mano a la boca y otra al corazón, como si temiera que le fuera a dar un paro in situ en cuanto reconoció los rasgos faciales de uno de los cuerpos, cuya máscara estaba destrozada. No eran humanos, tal como había creído desde un principio: el pequeño hocico les delataba como irrenses. Comprendiendo aún menos de lo que había comprendido en el circo, se echó hacia atrás temblando para buscar la salida. El corazón se le había achicado y pestañeaba más rápido de lo normal para no llorar. Pensó en Rena y en Milo, comida por el miedo a encontrar a sus compañeros entre los cadáveres, sin poder evitar lanzar largos vistazos a los cuerpos para asegurarse de que no eran ellos, o con suerte, encontrar a alguien vivo.

Un grito salió de la boca de Rox, acompañado de un respectivo bote del susto por la repentina voz. Rezaba por encontrar a alguien vivo, pero no TAN vivo.

—¿¡Qué!? ¿Rena está-... ? —de primeras, Rox miró a ambos lados, creyendo que aquel hombre había localizado a su compañera cerca o detrás suya. En cuanto se hubo acercado lo suficiente, comprendió que no era así, retrocediento hasta que le agarró por los hombros. La coreana puso los ojos en blanco, incapaz de creer que ya fuese la segunda vez que la confundían con alguien que no era—. No, ve... verá, yo no soy...
Trató de explicarse antes de que la situación desmejorase, pero el hombre se le adelantó. El miedo de Rox fue pasando poco a poco a desesperación y enfado por no comprender nada, tratando de zafarse de forma brusca del agarre de aquel tipo.

—¡OIGA! ¡No lo sé! —se llevó ambas manos al pecho, exaltada por los nervios.— Yo... N-no sé como he llegado hasta aquí, no sé que le ha pasado a Rena, ¡ni siquiera sé donde estoy! D-De repente he aparecido en un pasillo oscuro, luego los chillidos, y... —las manos pasaron a la cabeza, cerrando los ojos en un intento de no venirse abajo—. ¡No sabía que este era el uniforme de su hija!

No podía encajar aquella situación, y menos aún estando rodeada de cadáveres. Entendía el miedo y enfado de aquel tipo, pero poco podía hacer la humana para que la creyeran. La única prueba de que no mentía era su tono de voz, cada vez más y más roto.

La coreana se quedó con la imagen del padre de Rena grabada en la pupila, para posteriormente girar sobre sí misma sin moverse del sitio ante la repentina oscuridad. El ruido del televisor le hizo llevarse ambas manos a los oídos para taparlos antes de poder llamar a nadie, momento en el que se fijó sin otro remedio en su nuevo disfraz.

—Ah, venga ya. —su voz estaba amortiguada, y de todas formas el viento en lo alto de la torre se llevaba sus palabras sin esfuerzo.

Su vista estaba parcialmente tapada por una máscara alargada, que aunque no pudiera ver de frente, imaginaba similar a las que usaban los médicos de la peste. Aún así, llegó a entrever plumaje suave como el de un edredón, unas patas cutres sobre sus piernas y un mecanismo que esperaba no tener que usar en los brazos. No tenía una idea exacta de que tan ridícula se veía, pero después de haber tenido la ropa cosida a la piel o de haber llevado el aparatoso uniforme de Rena, aquello parecía lo mejor que le iban a procurar. Tampoco debía de distanciarse mucho de los pases de modelo terrestres.

La mayor diferencia es que, al menos esta vez, la medio australiana no se encontraba tan fuera de escena. El nido al que había ido a parar no le resultaba tan extraño como lo había sido el circo o la mina, y a pesar de no conocerlo ni entender el porqué, el paisaje consiguió calmarla. Se ajustó el pico, sin bajar la guardia a cada paso que daba para no caerse. La mirada se le perdía en los edificios de la ciudad, reconociéndolo como Rocavarancolia tras largos segundos de estupefacción. Quería bajar a explorar, ya que aunque pareciesen monstruos aquello que había bajo sus pies, suponía que el traje funcionaría como había funcionado (parcialmente) en las situaciones anteriores. Con suerte, la pasarían por alto y...

Con los músculos entumecidos por toda la adrenalina posterior, Rox no dió un bote esta vez de milagro. Se le había pasado por alto la presencia de otros tres seres vivos, comprendiendo así lo que se suponía que trataba de imitar su vestimenta. Arpías, lo suficientemente realistas como para no hacerla creer que eran efectos especiales. Tenían todas la mirada perdida, y una vez la siguió por curiosidad sin llegar a ningún lado, la medio australiana se hizo una idea de lo que estaban viendo.

No dijo nada y trató de asumir un rol que fuese otro que el de "Rox entra en pánico, volumen III". Con la respiración algo agitada, que trataba de calmar bajo el pico, se acercó a ellas sin hacer más ruido que el de sus pasos y las ramas al crujir. Tenía la corazonada de que no la atacarían, por lo que sencillamente se posicionó a una distancia prudente y se sentó, expectante.

Un insulto le cruzó la mente de forma fugaz, haciendo que su corazón pegase otro pequeño brinco al no esperarse esa reacción.
Lo primero que hizo la de pelo cobrizo fue levantar ambos brazos como si estuviera siendo apuntada por una pistola. Su rostro había palidecido no tanto por las palabras (que también), sino por aquel giro de cuello tan poco natural. Con torpeza y el pensamiento de que nada le podía salir bien aquel día, Rox se levantó con la intención de marcharse cuanto antes. La duda era... ¿cómo bajaba de allí?

—Vale, bien, bien.— tragó saliva, aún manteniendo ambos brazos alzados— Yo no... no p-pretendía molestar. Me voy. Pero no volando si es lo que pretendéis que haga. Ya sé que no pinto nada, pero no he venido aquí por voluntad propia, ¿vale? —las miró con súplica que de poco valía tras la máscara. En ese momento, su cerebro pareció procesar bien toda la información, haciendo que su voz saliese, de nuevo, mucho más aguda.— ¡¿Y q-qué es eso de que estoy muerta?! ¿Y lo de la desgracia? Vale que entienda lo de que soy una extraña, pero...

Teniendo en cuenta los resultados de sus intentos anteriores, lo más sensato no era hacer preguntas. Sin embargo, la coreana estaba cansada y desesperada por no comprender nada de lo que sucedía a su alrededor. ¿Qué demonios pintaba ella ahí? Parecía que alguien estuviera haciendo zapping por varios canales donde casualmente, en todos, ella era la actriz principal.
Apretó ambos puños a medida que bajaba los brazos, con una fusión de impotencia y miedo creciente. El sentimiento de que aquel nido era suyo era lo único que conseguía que no se echase a temblar o a suplicar porque no le hicieran daño. Si las arpías veían el futuro y la habían reconocido tan rápido, quizás supieran mucho más...


Otra cosa es que fuesen a ser amables, y después de todo por lo que había pasado, le daba en la nariz que no iba a ser el caso.

De haber tenido una experiencia agradable antes, le habría fascinado la levitación. Pero teniendo en cuenta todo, sabía perfectamente como iba a terminar la situación.

«Qué majas.»

No podía hacer nada para evitarlo. Nadar en el vacío no funcionaba, y aunque no tuviese un miedo a las alturas destacable, sintió verdadero pánico al mirar hacia abajo. Sobre todo tras su visión estrellándose.
A pesar de todo, obedeció. La inminente sensación de caída le revolvió el estómago. Respiró profundamente, apretó los puños y cerró los ojos.

Cuando volvió a abrirlos, estaba de vuelta en Letargo. Del brinco casi había terminado fuera de la cama, con el corazón acelerado como en aquellos sueños cortos donde uno se cae de un avión. Rox se sentó al borde del mueble, demasiado agitada como para intentar dormirse otra vez: tenía la boca pastosa y la cargante sensación de miedo, mezclada con el dolor de cabeza de alguien que despierta muy de golpe. Sentía sueño, pero no había manera de que hubiese podido volver a pegar ojo.

Tras unos segundos examinándose las manos para calmarse y recordarse que solo había soñado, la coreana se levantó. Aprovechó la soledad de la habitación para adecentarse y posteriormente bajar, aún soltando suspiros de nerviosismo a su paso y apartándose el flequillo constantemente. Todo parecía normal, aunque el detalle de que hubiese sido la última en despertar le alarmaba. Fue directa a la cocina, buscando comer algo a pesar de no tener hambre. Encontrar a todos sus compañeros sentados alrededor de la mesa le sacó una sonrisa de alivio.

—¡Buenos días! Se me han pegado las sábanas. ¿Cómo habéis dormido? —cogió una pieza de fruta, como era lo habitual, mientras que oteaba la habitación por alguna silla más. No parecía quedar ninguna—. Hm, ¿hay planes para hoy?

No llegó a darle un mordisco a su desayuno. Tras quedarse unos segundos que se hicieron eternos paralizada, la fruta rodó de sus manos hasta caer al suelo. Les miró sin comprender, con los ojos como platos, levantando tímidamente ambas manos y pegándolas a su cuerpo, abrumada.
—Chicos, soy yo. Rox... —dio un paso atrás, tratando de que la voz no le temblara—. S-Si es un chiste, no tiene gracia.

En cuanto Milo avanzó hacia ella, la medio australiana procedió a retroceder con la misma velocidad. No quería que un movimiento en falso provocase que terminase con una flecha en el hombro, o quizás con la piel pelada por Pam. Su mente trabajaba a toda prisa, y no pasó por alto el comentario de Hyung por muy poco que supiese a qué se refería.

—Milo, suelta eso. —cogió aire, tensa—. Por favor. Bajad las armas. No... No sé a que viene esto.