Primer sueño de Eitne

Eitne trató de guiarse pero daba igual en qué dirección corriera, las voces solo parecían distanciarse. Aquello fue la gota que colmó el pequeño vaso del daeliciano, que empezó a llorar en silencio. Su carrera había perdido fuerza. El blanco de la niebla lo cubría todo y el rojo del cielo se había ido en algún momento. Y aún así Eitne lograba avanzar sin estrellarse contra nada. Le estaba saliendo solo, igual que llorar. El pequeño avanzaba lento, abrazándose a sí mismo para combatir el frío y la soledad.

La voz de una chiquilla sonó cercana, poniéndole los pelos de punta y obligándole a dar un respingo. Las palabras que decía... <<Por el demiurgo>>. No podía ser. <<¿O sí?>>. Los muertos no hablaban. <<¿Pero y sí...?>>. Eitne se mordió el labio inferior con fuerza.


—No sé encontrar el camino... —logró responder con voz angustiada, entrecortada por el llanto—. ¿Quién eres? ¿Puedes ayudarme, por favor? ¿Quienes....? ¿Q-Q-Quienes te devoraron? —ni en sueños Eitne podía escapar del tartamudeo.


Decir que Eitne estaba listo para correr sería demasiado estúpido. Pero preparado para pensar en correr sí que estaba.

Las palabras de aquella muchacha le reconfortaron, dentro de lo que se podía esperar en aquella situación, pero Eitne seguía con su sollozo mudo.

—¿D-Daeliciana, dices? —le preguntó—. ¿A ti también te secuestró aquella hada? —Eitne estaba confuso. No acababa de entenderla. Sus palabras le sonaban encriptadas y, si eso no era suficiente, la mención nuevamente al hecho de que la habían devorado y a la existencia de más muertos en la niebla corroboró que algo malo subyacía. Eitne ahogó un chillido y la voz le comenzó a temblar con fuerza—. N-N-No quería desviarme. Q-Quiero volver con mis amigos—las lagrimas que hasta habían sido silenciosas dejaronde serlo—. Po-Por favor, ayúdame a salir. No... No quiero quedarme en esta niebla.

Los tartamudeos le permitieron editar su súplica antes de que saliera por su boca. Eitne había suavizado sus palabras con la intención de no herir los sentimientos de la dueña de aquella voz. Que hablara de muertos le hacía pensar que era peligrosa, pero tal vez tuviera un corazón amable pese a todo lo que le dictaba el instinto sobre ella. Eitne rezaba porque así fuera, pero en un mundo cuya imagen se había alejado tanto de la del mundo del Demiurgo, las posibilidades jugaban en su contra. <<¿Y si es un hada? ¿O la Carandela?>>. Dudaba internamente.

Externamente, todavía lloraba.

La sensación al aferrarse a la mano de la niña fue completamente diferente a la mano furtiva anterior. Eitne no tenía claro si era calor real o la amabilidad de la muchacha, pero sentía calidez y una pizca de seguridad agarrado a ella.

—N-no dejaré que te vean. T-T-Te lo prometo —Eitne no juraba con mentiras. Se moría de miedo y quería salir y no se planteó nada más allá de si tendría vergüenza. Lo último que quería era incomodar a su salvadora—. V-Vamos.

La daeliciana tuvo que aguantar cada respingo de Eitne al saberse agarrado por más manos frías o si escuchaba algún lamento. El muchacho temblaba de miedo y daba igual lo preparado que estuviera para verlas venir, se sobresaltaba absolutamente cada vez. Aquella niebla era terrorífica. De haber estado más suelto, le habría preguntado qué hacía ahí, de qué pueblo era o dónde estaba su familia. Pero no estaba suelto y la propia muchacha le puso en la lengua unas preguntas mucho más fáciles.

—¿E-e-en qué sentido? ¿Q-qué les pasó? —su voz era poco más que un susurro entrecortado. Le daba miedo que los seres de la niebla le oyeran y se enfadaran con él.

Las declaraciones de su salvadora no hicieron que Eitne desconfiara. Su mente logró encontrar un motivo por el que tenía sentido lo que decía sin que significara perder la seguridad que le confería su presencia. <<Parece que hay un monstruo dentro de la niebla. ¿Quizás la Carandela? ¿O hadas comeniños? Como sea, ha sido muy valiente si le ha rajado la barriga a quien se la intentaba comer. ¿Cómo es salir de una barriga? ¿Y cómo se respira dentro?>>. Eitne se escudó en su vayvén de ideas para evitar prestar atención a las voces fatídicas de los muertos. <<No me van a engañar. No pienso dejar que me coma nadie>>. Llegó a envalentonarse brevemente en algún momento.

Mientras duró el agarre de la niña, Eitne logró vencer al miedo. Sin embargo, conforme la mano se desvanecía sintió que el horror en sí había tomado forma corpórea y le acechaba en alguna parte. Eitne giraba la cabeza nervioso hacia un lado y otro. Con la esperanza de no ver al miedo en su forma física o, en el mejor de los casos, encontrar el cuerpo de su guía a su lado. Nada de eso ocurrió.

Lo que sí hizo acto de presencia fue la voz de sus compañeros, al otro lado de la niebla. La daeliciana de mano fantasma no tardó en hablarle de nuevo y Eitne sonrió con una mueca de nerviosismo surcando su cara.


—G-Gracias por traerme h-hasta aquí —le dijo sinceramente—. C-Cu-Cuídate —y echó a correr en la dirección que (creía que) debía.

Le habría preguntado su nombre antes de irse, si no le hubiera dado miedo conocerlo.

A Eitne se le humedecieron los ojos en cuanto logró ver a sus amigos. Sin embargo, por la expresión de estos, casi se podría decir que no se alegraban de verle. El daeliciano echó la vista atrás, esperando ver si se trataba de que habían dado con el monstruo de la niebla, pero lo que pudo percibir de refilón fue otra cosa. Pelos. Pelos donde no debía haber pelos. Y eran suyos. El niño, o la bestia (o ambas cosas), emitió un chillido y comenzó a llorar. Sus compañeros encontrarían a un engendro examinándose las palmas de las manos y, poco a poco, el resto del cuerpo; todo entre gemidos lastimeros.

El daeliciano no entendía lo que había pasado y una parte de él le pedía volver a la niebla para esconderse. Pero no quería separarse de sus compañeros y, al mismo tiempo, creía que les necesitaba para poder recuperar su aspecto original.

—Chi-Chicos, s-s-soy Eitne —trató de comunicarse con ellos entre gimoteos. A la desesperada.

Eitne no dejó de tiritar por el camino, más por el miedo que sentía y lo horrible que se había vuelto que por verdadero frío. No podía dejar de mirarse y a la vez sentía que no quería volver a verse nunca más. No entendía qué estaba pasando y no sabía cómo racionalizar lo que acababa de pasar sin sentir cierta culpa.


El muchacho se había preparado para una situación lo peor posible, dentro de su capacidad de imaginación, pero el esfuerzo fue en vano. Como solía ocurrir cuando pensaba que las cosas no podían ir peor, la vida le sorprendía con formas retorcidas de llevarle la contraria. Él ahora era un monstruo. Y probablemente un monstruo había usurpado su cuerpo. El pánico se apoderó de él a la velocidad del rayo y su expresión lo mostró de forma casi descarada.

—¿Q-Q-Q-ué? —estaba bloqueado y le costaba hablar. Su tartamudeo, como siempre en estas situaciones, lo complicaba todo aún más—. Y-y-yo no... Yo n-n-no s-soy ese. N-no, n-no, n-no.

Una flecha llegó a sus pies y al daeliciano se le rompió el alma en aquel momento. No le creían. No le creían a él, sino al monstruo. Dio varios pasos atrás, temeroso de demasiadas cosas al mismo tiempo. La imponente bestia que ocupaba ahora la conciencia de Eitne se encogió de la misma forma que se pudría la fruta y se puso a llorar. A veces intentaba hablar, pero entre el tartamudeo y los sollozos apenas salían vocales sueltas, desperdigadas, y en una voz que no le pertenecía.

En otra ocasión, probablemente habría temido que aquel fuera el cuerpo de la niña que le había ayudado, pero en aquel momento ese carril de pensamientos quedaba bloqueado por un miedo titánico. Se había convertido en el monstruo de sus cuentos.

Las voces, así como el contenido de estas, asustaron al no tan pequeño daeliciano, que seguía retrocediendo un paso tras otro. Las voces le estaban pidiendo cosas feas, le estaban sugiriendo realizar actos horribles que el daeliciano no quería ni imaginarse. De todas ellas, solo una dijo algo que se vio capaz de hacer.

Eitne no quería ser el malo de ningún cuento, no quería ser la Carandela de otros niños. No quería hacer daño a sus compañeros ni a su viejo cuerpo, porque no era capaz de saber qué efectos tendría eso en él. Con una horrible sensación de vacío en el pecho, Eitne se incorporó entre sollozos y corrió de vuelta a la niebla.

Eitne, el monstruo en el que se había convertido, se dejó acoger por la niebla y vagó en su interior dejándose abrazar por la fealdad. Sentía que todo lo que había hecho a lo largo de su vida por sentirse cerca del mundo del demiurgo había sido en vano y se veía a sí mismo atrapado justo en el otro extremo. Era un ser deforme, una criatura grotesca y peluda. Gigante y asqueroso y daba igual cómo se sintiera por dentro. No podía ser buena persona con ese exterior tan indecoroso.

El monstruo vagó y no supo cuanto tiempo, tan solo que en algún momento las voces que le hablaban, le decían algo de verdad. Y el rostro desfigurado de Eitne se asomó con cuidado más allá de la niebla para contemplar a la que, sin duda y a pesar del cambio, era la niña traidora.

—No puedo hacer eso —respondió a nadie en concreto. La soledad parlanchina de la niebla le había ayudado a darle voz a todo lo que pensaba—. No quiero matarla, no está bien... —y aún así había rencor escondido en el daeliciano que le pedía cumplir los peores deseos de las voces—. Pero me ha convertido en un monstruo y se lo merece... —aun así sentía dudas— ¿Podría hablar con ella?

No esperó la respuesta de las voces, sabía que oiría todo tipo de opiniones y en el fondo era lo que quería.

—Sé quién eres —le gruñó—. No te muevas o te despedazaré—mintió lo más amenazadoramente que supo. Su abuela le contaba muchos cuentos y Eitne creía saber qué decir—. Devuélveme mi cuerpo.

Por mucho que hubiera cambiado por fuera, por mucho que su aspecto se hubiera alejado al máximo de lo que el demiurgo hubiera hecho de él, seguía habiendo un niño dentro del monstruo. Así, Eitne no fue consciente de las posibles connotaciones de lo que le decía y confió ciegamente en la ladrona de cuerpos.

—Claro que estoy seguro.

El daeliciano le cogió la mano.