Primer sueño de Eitne

Lo primero que Eitne sintió fue un escalofrío lo suficientemente cargado de miedo como para sacudirlo entero. El muchacho se llevó el pulgar a la boca derecho y comenzó a morder la uña en un intento de frenar la ansiedad latente. Se sentía como si acabara de despertarse y sus ojos empañados le ayudaban a creer que así había sido. Pero estaba de pie. Y solo. Apenas conocía a sus compañeros de cosecha aún, pero ya los estaba extrañando. Quería que estuvieran con él. Los necesitaba. Sabía que él no valía para sobrevivir a solas en un lugar como aquel.

Los nervios y la ansiedad aumentaron en cuanto descubrió que la neblina que le impedía ver con claridad no era cosa de legañas, sino una suerte de velo instaurado sobre sus ojos. El daeliciano se frotó con fuerza y solo consiguió hacerse daño. <<¿Qué es esto?>> se preguntó por fin. Todo apuntaba a otro juego turbio de las hadas o a la guarida de la Carandela.

Tardó varios segundos en calmarse y prestar atención a su entorno. Se dio cuenta de que estaba en un cruce de caminos. El lugar parecía haber perdido la rigidez. Distinguía lo que parecía seguir siendo Rocavarancolia, pero las aristas y los ángulos se habían suavizado. La estampa le recordaba a los dibujos de una vecina. <<Esto es mucho más desagradable>> supo entonces. Los colores eran más tristes de lo que recordaba.

En un pestañeo le pareció distinguir algo entre las ruinas y Eitne dio un respingo. Volvió a mirar, para asegurarse, y respiró con cierto alivio al comprobar que había desaparecido. <<Debería buscar un refugio...>> se dijo para sí mismo, sin convencimiento alguno. El muchacho respiró hondo y se alejó la mano de la boca, para evitar alimentar aquel vicio que tenía.

<<Vamos, Eitne, solo tienes que elegir un camino>> se instigó.

El daeliciano decidió echar a suertes su dirección y cantó en voz baja una cancioncilla para ayudarse. En cuanto obtuvo un resultado, el niño echó a andar hacia ninguna parte en concreta, a paso lento y cuidadoso, para asegurarse de que no despertaba a nadie.

Aterrado, el muchacho no sería capaz de abandonar el amparo de las farolas.

Eitne no necesitaba ni pensar para alimentar el miedo. Conforme andaba y descubría el lugar por el que se movía, el terror crecía solo. El daeliciano no se había despegado de la hilera de farolas y, de vez en cuando, dirigía una mirada al cielo. El firmamento le recordaba a las noches daelicianas, salvo por el hecho de que parecía haberse quedado parado. El frío y la oscuridad de la noche rocavarancolesa llegaban, pero el cielo naranja seguía en el mismo sitio, aterrorizando a Eitne.

Cuando escuchó las voces, el daeliciano se encontraba abrazado a sí mismo para protegerse a duras penas del frío y estaba teniendo problemas para aguantar las lágrimas.

—¿Chicos? —les llamó. A esas alturas le daba igual haber reconocido la voz del hada junto al resto de su familia y amgios. La necesidad de compañía pesaba más que todo el miedo acumulado hacia el hada—. Chicos, ¿d-dónde estáis?

El daeliciano miró a su alrededor con la esperanza de encontrar a los dueños de las voces y acabó decidiendo que, si no las veía, solo podían estar entre la niebla. Eitne no se lo pensó más de la cuenta para no autosabotearse y echó a correr en dirección al banco de niebla.

<<¿Que?>>

Eitne no entendía nada. Las voces parecían indicarle que era él quien se escondía de ellos, a pesar de que solo había hecho por buscarlos desde que tenía conciencia de estar en aquel lugar. El daeliciano tenía miedo. Si estaban jugando, se habían pasado de la raya. La situación no era graciosa en absoluto y la niebla le mantenía empapado y muerto de frío.

El chiquillo estuvo apunto de gritarles de nuevo, pero justo en el instante que se convenció a sí mismo para alzar la voz, sintió el tacto frío de una mano contra la suya. Eitne la soltó inmediatamente, al mismo tiempo que un susurro se colaba por su oído y le ponía de punta los pelos de la coronilla.

Eitne gritó, pero no fue para llamar a sus amigos. Gritó de puro pánico y trató de echar a correr sin dirección concreta. <<Esto no es gracioso. Esto no es gracioso. Esto no es gracioso...>> se repetía a sí mismo una y otra vez, tratando de luchar contra toda la información que le corroboraba que, efectivamente, gracioso no era, pero real sí.

Eitne trató de guiarse pero daba igual en qué dirección corriera, las voces solo parecían distanciarse. Aquello fue la gota que colmó el pequeño vaso del daeliciano, que empezó a llorar en silencio. Su carrera había perdido fuerza. El blanco de la niebla lo cubría todo y el rojo del cielo se había ido en algún momento. Y aún así Eitne lograba avanzar sin estrellarse contra nada. Le estaba saliendo solo, igual que llorar. El pequeño avanzaba lento, abrazándose a sí mismo para combatir el frío y la soledad.

La voz de una chiquilla sonó cercana, poniéndole los pelos de punta y obligándole a dar un respingo. Las palabras que decía... <<Por el demiurgo>>. No podía ser. <<¿O sí?>>. Los muertos no hablaban. <<¿Pero y sí...?>>. Eitne se mordió el labio inferior con fuerza.


—No sé encontrar el camino... —logró responder con voz angustiada, entrecortada por el llanto—. ¿Quién eres? ¿Puedes ayudarme, por favor? ¿Quienes....? ¿Q-Q-Quienes te devoraron? —ni en sueños Eitne podía escapar del tartamudeo.


Decir que Eitne estaba listo para correr sería demasiado estúpido. Pero preparado para pensar en correr sí que estaba.

Las palabras de aquella muchacha le reconfortaron, dentro de lo que se podía esperar en aquella situación, pero Eitne seguía con su sollozo mudo.

—¿D-Daeliciana, dices? —le preguntó—. ¿A ti también te secuestró aquella hada? —Eitne estaba confuso. No acababa de entenderla. Sus palabras le sonaban encriptadas y, si eso no era suficiente, la mención nuevamente al hecho de que la habían devorado y a la existencia de más muertos en la niebla corroboró que algo malo subyacía. Eitne ahogó un chillido y la voz le comenzó a temblar con fuerza—. N-N-No quería desviarme. Q-Quiero volver con mis amigos—las lagrimas que hasta habían sido silenciosas dejaronde serlo—. Po-Por favor, ayúdame a salir. No... No quiero quedarme en esta niebla.

Los tartamudeos le permitieron editar su súplica antes de que saliera por su boca. Eitne había suavizado sus palabras con la intención de no herir los sentimientos de la dueña de aquella voz. Que hablara de muertos le hacía pensar que era peligrosa, pero tal vez tuviera un corazón amable pese a todo lo que le dictaba el instinto sobre ella. Eitne rezaba porque así fuera, pero en un mundo cuya imagen se había alejado tanto de la del mundo del Demiurgo, las posibilidades jugaban en su contra. <<¿Y si es un hada? ¿O la Carandela?>>. Dudaba internamente.

Externamente, todavía lloraba.

La sensación al aferrarse a la mano de la niña fue completamente diferente a la mano furtiva anterior. Eitne no tenía claro si era calor real o la amabilidad de la muchacha, pero sentía calidez y una pizca de seguridad agarrado a ella.

—N-no dejaré que te vean. T-T-Te lo prometo —Eitne no juraba con mentiras. Se moría de miedo y quería salir y no se planteó nada más allá de si tendría vergüenza. Lo último que quería era incomodar a su salvadora—. V-Vamos.

La daeliciana tuvo que aguantar cada respingo de Eitne al saberse agarrado por más manos frías o si escuchaba algún lamento. El muchacho temblaba de miedo y daba igual lo preparado que estuviera para verlas venir, se sobresaltaba absolutamente cada vez. Aquella niebla era terrorífica. De haber estado más suelto, le habría preguntado qué hacía ahí, de qué pueblo era o dónde estaba su familia. Pero no estaba suelto y la propia muchacha le puso en la lengua unas preguntas mucho más fáciles.

—¿E-e-en qué sentido? ¿Q-qué les pasó? —su voz era poco más que un susurro entrecortado. Le daba miedo que los seres de la niebla le oyeran y se enfadaran con él.