Primer sueño de Sekkeh

Como empezaba a ser habitual otra sacudida interrumpió el discurso de su interlocutor y ambos salieron despedidos. Un segundo estruendo resonó en el pasillo mientras el intara volaba por los aires, pero no fue capaz de avistar lo que fuera que lo causó pues cayó de espaldas a su fuente. Se había abierto un agujero en el suelo del piso por el que había empezado a entrar agua, lo que le daba a aquella extraña situación tintes aún más preocupantes. Lo que le dijo el marinero antes de perderse tras una esquina solo sirvió para aumentar su confusión.
—¿Por qué nadie es capaz de explicarme nada? —preguntó al aire con frustración, echando a correr en dirección contraria a la vía de agua sin perder el tiempo.

Lo único que había sacado en claro de lo que le había dicho el ulterano era que tenía que dirigirse a su camarote, el único que poseía y compartía con sus padres. No sabía que tenían ellos que ver con todo aquello, pero la preocupación por su situación hizo que se olvidara del compatriota inconsciente que había dejado en el primer camarote.

Sekk franqueó la puerta entreabierta de su camarote sin aminorar la velocidad, por lo que hizo una entrada un tanto aparatosa. En cuanto recuperó el equilibrio el intara alzó la vista y se encontró con el cuerpo de su madre tirado en el suelo. Durante un segundo interminable el chico contuvo la respiración temiéndose lo peor, pero en cuanto la mujer se movió dejó escapar todo el aire con fuerza y se apresuró a ayudarla a enderezarse. Su mirada reflejaba el mismo alivió que bailaba en los ojos de ella.
—Estoy bien, mamá —murmuró, levantándola del suelo y sentándola en la cama—. Déjame que eche un vistazo a esa herida —añadió, acercándose a un armario del que sacó unas gasas y un poco de agua oxigenada—. ¿Qué es lo que está pasando? —preguntó por tercera vez aquella noche. Mientras tanto limpió la frente de la doctora con cuidado, como ella misma le había enseñado—. No hay nadie en los pasillos y los pocos que me he encontrado me han dicho lo mismo que tú, dando por hecho que sabía de lo que me estaban hablando. No se quien es el responsable de esto, pero al parecer lo estoy defendiendo. Yo ni siquiera debería estar aquí... —comentó algo confundido, pensando en Rocavarancolia—. ¿Tiene eso algún sentido?

En cuanto hubo limpiado la herida la cubrió con una gasa y le aplicó un vendaje a su madre, asegurándose de que quedaba firme pero sin apretar demasiado.
—Tal vez me haya dado un golpe en la cabeza y tengo amnesia, lo que explicaría que no sepa lo que está ocurriendo —le explicó, tomándole las manos y mirándola fijamente a los ojos—. Cuéntamelo todo, por favor —pidió, apretándole los dedos con delicadeza.

Su madre permaneció varios segundos observándole fijamente en silencio, con la boca entreabierta como si llevase un buen rato tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué... qué te ha ocurrido? Ayer tan solo... —negó con la cabeza todo lo vigorosamente que pudo. En su tono se notaba que le fallaban las fuerzas—. Wargho... —pronunció el nombre de su padre mientras seguía mirándole. Vaciló antes de seguir hablando, como si tuviese miedo de lo que iba a decir—. Me has llamado mamá y dices que no te acuerdas de nada. Acaso... ¿Crees que eres Sekkeh?
Al fondo del camarote había un espejo, si el intara dirigía su mirada hacia allí podía comprobarlo: la persona que le devolvía la mirada en el reflejo no era él mismo: era su padre.

Las palabras de su madre le dejaron aturdido y más confuso de lo que había estado hasta el momento.
—Claro que soy Sekkeh, ¿quién voy a ser si n… ? —empezó el intara, enmudeciendo al instante cuando el reflejo de su padre le devolvió la mirada desde el fondo de la habitación—. No puede ser —acertó a decir, poniéndose en pie y acercándose al espejo a trompicones. Lo era, sin embargo, y los ojos de su padre reflejaban la misma incredulidad que él sentía.

La mente del ulterano permaneció completamente en blanco durante unos segundos mientras asimilaba la situación, tratando de racionalizar todo aquello. Después de haber pasado un tiempo en Rocavarancolia la respuesta parecía fácil.
—Tiene que ser cosa de magia —masculló, dándole la espalda al cristal para regresar junto a su madre—. Escucha mamá, necesito saber si hay alguien a bordo capaz de practicar la hechicería y también donde puede estar mi cuerpo. Es lógico pensar que padre esté atrapado en el si yo estoy ahora ocupando el suyo, y tal vez el responsable esté cerca del mismo.

Sekk, completamente aturdido, escuchó lo que le decía su madre sin entenderla del todo. Estaba muy claro que no creía lo que le había contado, pero al intara algo le decía que no era buena idea insistir en el tema. Tuvo que morderse la lengua para no replicarle, centrando su atención en el nuevo marinero que apareció en escena interrumpiendo el discurso de la mujer. El hombre venía a informar del estado de la inundación, la cual había alcanzado un punto crítico, y su madre no tardó en salir para ayudar con el problema. Iba a usar la magia que le había enseñado ese misterioso recién llegado y eso la asustaba, pero siempre había sido una mujer a la que le preocupaba el bienestar de los demás. Ni su marido la habría convencido de no hacer lo correcto.

Le dejó una suerte de vigilante, no obstante, por lo que el rubio tuvo que descartar cualquier plan para descubrir lo que estaba ocurriendo. Al menos de momento.
—Sígueme —le indicó en respuesta a su sugerencia, imprimiendo en aquella palabra el tono autoritario de su padre a la perfección. El tono de un hombre acostumbrado a dar órdenes a una tripulación que confía en él—. He dejado asegurado en el camastro de su camarote a un hombre que quedó inconsciente en una de las primeras sacudidas. Debemos llevarlo a cubierta antes de que se ahogue.

Abrió la marcha sin esperar respuesta, pero apenas había recorrido un tramo del corredor cuando volvió a dirigirse a su compatriota.
—¿Sabes dónde se encuentra mi hijo? —preguntó sin girarse. No tenía intención de detener la marcha.

La respuesta del marinero tardó en llegar, y lo que le dijo le dejó aún más confundido de lo que ya estaba. ¿Cómo era posible que él fuese el responsable de lo que estaba ocurriendo? Él no era capaz de hacer magia y nunca haría algo que pudiera perjudicar a su familia. Todo aquello era una locura.
—Te he preguntado por su ubicación, no por sus actos —aclaró en respuesta a las palabras del ulterano fulminándole con la mirada—. Si le encuentro tal vez pueda poner fin a esta locura —añadió, girando ligeramente la cabeza en la dirección de la que llegaba la letanía que estaba entonando su madre. No se parecía a ninguna que hubiera podido escuchar en Letargo.

Antes de que su compatriota pudiera responder una nueva sacudida les hizo perder el equilibrio mientras el cántico de la mujer derivaba en un grito. El silencio que siguió a continuación fue roto por el sonido del agua filtrándose en los camarotes. Sekk echó a correr sin escuchar las palabras del otro ulterano, dirigiéndose hacia donde segundos antes aún sonaba la voz de su madre.

Cuando Sekk dio con su madre la encontró inconsciente en el suelo, con una nueva herida en la cabeza fruto del último temblor. Se arrodilló a su lado de forma apresurada al mismo tiempo que ella se revolvía y entreabría los ojos con dificultad. Le habló con voz entrecortada, instándole a que detuviera al que presumiblemente era el causante de todo aquello. Él mismo.
—No hables, guarda tus fuerz... —trató de interrumpirla, enmudeciendo cuando el rostro de la mujer se torció en un grito silencioso. Sin poder hacer nada para evitarlo el intara contempló impotente como la ulterana desaparecía bajo una cortina de humo que le provocó un fuerte ataque de tos, impidiéndole ver con claridad que estaba sucediendo.

Un rugido llegó desde el exterior al mismo tiempo que su madre terminaba de desvanecerse. Sekk se levantó con cierta dificultad y echó a andar con el rostro crispado hacia cubierta, ignorando el agua que ya le llegaba a la altura de las rodillas. Encontraría al responsable de todo aquello y le haría pagar fuese quien fuese.

En cubierta una niebla espesa envolvía la escena general, impidiendo la visión mas allá de unos metros por delante. A lo lejos se podían distinguir las sombras de algunos miembros de la tripulación corriendo en distintas direcciones, organizándolo todo para abandonar el barco, y sus voces llegaban amortiguadas a través de la calima. Antes de que se pudiera acercar para echar una mano, una nueva sacudida le lanzó de espaldas contra una enorme caja mientras numerosos gritos resonaban por todas partes.

Sekk era incapaz de ver que era lo que causaba toda aquella destrucción, pero cuando un enorme tentáculo amarillento atravesó por completo la cubierta muy cerca de su posición deseó no haberlo visto. El enorme apéndice se retiro tan rápido como había llegado, desapareciendo bajo el agua mas allá de la niebla y dejando tras de si un silencio inquietante. Aquella ominosa calma duró apenas un segundo, el tiempo que tardó en desatarse el caos. Los gritos se multiplicaron cuando la nave empezó a hundirse con mas rapidez, pero una mujer logró poner en marcha a la tripulación paralizada por el miedo con una orden apremiante.

Cuando algo empezó a agitarse bajo las aguas que rodeaban el barco los pocos rezagados reaccionaron por fin, pero el intara aun seguía clavado en el sitio. Dio un respingo cuando una mano le asió del hombro, girándose para descubrir al ulterano que le había acompañado minutos antes. Asintió a medias a sus palabras, pero el marinero ya había echado a correr hacia uno de los botes salvavidas.
—¿Qué locura es esta? —preguntó por enésima vez aquella noche, siguiendo al marinero con paso tambaleante. Ya tenía un pie en la embarcación cuando aquella enorme cabeza empezó a emerger del agua.

El rubio se quedó clavado en el sitio, los ojos fijos en la escena que tenía enfrente sin comprenderla del todo.