Primer sueño de Sekkeh

Si no le hubiera rodeado un silencio tan antinatural quizás el intara se hubiera preguntado cómo había regresado a su hogar, pero la aparente ausencia de vida a su alrededor era un problema más acuciante que la teoría sobre los viajes interplanetarios. «¿Donde está todo el mundo?», se preguntó preocupado, aguzando el oído por si escuchaba alguna otra cosa aparte del crujido del suelo bajo sus botas. Su reacción instintiva habría sido alzar la voz con impaciencia para llamar la atención de cualquiera que pudiera oirle y pedirle una explicación, pero un instinto primario le decía que aquello no era buena idea. ¿Qué estaba pasando allí?

La repentina sacudida que presumiblemente azotó todo el barco rompiendo su escalofriante quietud le pilló desprevenido, haciéndole trastabillar hasta que chocó con brusquedad contra una puerta cerrada. Segundos después esta se abrió y un habitante del barco le preguntó con gesto nervioso como se encontraba, indicándole que entrara en el camarote sin dejar de mirar en todas direcciones.
—¿Quién podría haberme atacado? —preguntó confuso, frotándose el hombro entumecido con el que había golpeado la puerta—. No hay nadie a la vista que pueda hacerlo —replicó con el ceño fruncido, respondiendo él mismo a su pregunta—. ¿Qué está ocurriendo aquí?, ¿no está todo demasiado silencioso? Mi padre no apagaría los motores sin una buena razón... —antes de que su compatriota pudiera responder el rubio le planteó otra cuestión—. ¿Qué ha sido esa sacudida de hace un momento?

Una nueva sacudida interrumpió el discurso del marinero, el cual le estaba dejando aún más confuso que antes, lanzándolos a ambos contra las paredes. El golpe, más fuerte esta vez, dejó a Sekk tremendamente dolorido, pero su compatriota corrió peor suerte, pues cayó inconsciente al golpearse con violencia la cabeza. Un grito rompió el silencio, procedente presumiblemente de otro de los camarotes.
—Mierda —gruñó el intara, tambaleándose hasta el hombre caído para comprobar si respiraba. Aún lo hacía, pero no logró que recuperara la consciencia, así que lo subió con cuidado a su catre y le aseguró con la ropa de cama, sujetándole para evitar una caída si se producía otro temblor.

Salió al pasillo de forma apresurada, tratando de ignorar las punzadas de dolor que recorrían su costado, y se encaminó en la dirección de la que creía que procedía el grito. Las palabras del otro ulterano aún le rondaban la cabeza. «¿A quién se refería? Parecía creer que yo sabía de quien me estaba hablando», pensó para sí, atento a cualquier nuevo sonido que le indicara donde se encontraba la persona que necesitaba ayuda.

Un nuevo tripulante de la embarcación abrió la puerta de su camarote y le salió al paso. Venía del cuarto del que habían llegado los gritos y el estado del mismo era desastroso. En la pared se abría un boquete bastante grande y el suelo estaba cubierto de astillas, señal de que algo había atravesado el casco. Fuera la noche había caído, pues aunque se oía el rumor del oleaje no entraba ninguna luz desde el exterior. El parloteo nervioso de su compatriota no tenía ningún sentido para Sekk.
—Tranquilízate, por favor —le pidió el rubio, posando una mano en su hombro y apretando con ligereza—. ¿Qué ha ocurrido exactamente y quién debería poner más barreras? No se lo que está pasando, aunque todos parecéis creer que si… Pongamos que tengo amnesia, ¿de acuerdo? Ahora cuéntamelo todo desde el principio —ni siquiera sabía a que principio se refería, pero tenía que haber alguno.

No creyó que fuera buena idea entrar en el camarote y por eso permaneció en el pasillo, pero si se presentaba la oportunidad conduciría al marinero al camarote del ulterano que había quedado inconsciente. No debía olvidarse de él o tal vez la ayuda médica no llegará a tiempo.

Como empezaba a ser habitual otra sacudida interrumpió el discurso de su interlocutor y ambos salieron despedidos. Un segundo estruendo resonó en el pasillo mientras el intara volaba por los aires, pero no fue capaz de avistar lo que fuera que lo causó pues cayó de espaldas a su fuente. Se había abierto un agujero en el suelo del piso por el que había empezado a entrar agua, lo que le daba a aquella extraña situación tintes aún más preocupantes. Lo que le dijo el marinero antes de perderse tras una esquina solo sirvió para aumentar su confusión.
—¿Por qué nadie es capaz de explicarme nada? —preguntó al aire con frustración, echando a correr en dirección contraria a la vía de agua sin perder el tiempo.

Lo único que había sacado en claro de lo que le había dicho el ulterano era que tenía que dirigirse a su camarote, el único que poseía y compartía con sus padres. No sabía que tenían ellos que ver con todo aquello, pero la preocupación por su situación hizo que se olvidara del compatriota inconsciente que había dejado en el primer camarote.

Sekk franqueó la puerta entreabierta de su camarote sin aminorar la velocidad, por lo que hizo una entrada un tanto aparatosa. En cuanto recuperó el equilibrio el intara alzó la vista y se encontró con el cuerpo de su madre tirado en el suelo. Durante un segundo interminable el chico contuvo la respiración temiéndose lo peor, pero en cuanto la mujer se movió dejó escapar todo el aire con fuerza y se apresuró a ayudarla a enderezarse. Su mirada reflejaba el mismo alivió que bailaba en los ojos de ella.
—Estoy bien, mamá —murmuró, levantándola del suelo y sentándola en la cama—. Déjame que eche un vistazo a esa herida —añadió, acercándose a un armario del que sacó unas gasas y un poco de agua oxigenada—. ¿Qué es lo que está pasando? —preguntó por tercera vez aquella noche. Mientras tanto limpió la frente de la doctora con cuidado, como ella misma le había enseñado—. No hay nadie en los pasillos y los pocos que me he encontrado me han dicho lo mismo que tú, dando por hecho que sabía de lo que me estaban hablando. No se quien es el responsable de esto, pero al parecer lo estoy defendiendo. Yo ni siquiera debería estar aquí... —comentó algo confundido, pensando en Rocavarancolia—. ¿Tiene eso algún sentido?

En cuanto hubo limpiado la herida la cubrió con una gasa y le aplicó un vendaje a su madre, asegurándose de que quedaba firme pero sin apretar demasiado.
—Tal vez me haya dado un golpe en la cabeza y tengo amnesia, lo que explicaría que no sepa lo que está ocurriendo —le explicó, tomándole las manos y mirándola fijamente a los ojos—. Cuéntamelo todo, por favor —pidió, apretándole los dedos con delicadeza.

Su madre permaneció varios segundos observándole fijamente en silencio, con la boca entreabierta como si llevase un buen rato tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué... qué te ha ocurrido? Ayer tan solo... —negó con la cabeza todo lo vigorosamente que pudo. En su tono se notaba que le fallaban las fuerzas—. Wargho... —pronunció el nombre de su padre mientras seguía mirándole. Vaciló antes de seguir hablando, como si tuviese miedo de lo que iba a decir—. Me has llamado mamá y dices que no te acuerdas de nada. Acaso... ¿Crees que eres Sekkeh?
Al fondo del camarote había un espejo, si el intara dirigía su mirada hacia allí podía comprobarlo: la persona que le devolvía la mirada en el reflejo no era él mismo: era su padre.

Las palabras de su madre le dejaron aturdido y más confuso de lo que había estado hasta el momento.
—Claro que soy Sekkeh, ¿quién voy a ser si n… ? —empezó el intara, enmudeciendo al instante cuando el reflejo de su padre le devolvió la mirada desde el fondo de la habitación—. No puede ser —acertó a decir, poniéndose en pie y acercándose al espejo a trompicones. Lo era, sin embargo, y los ojos de su padre reflejaban la misma incredulidad que él sentía.

La mente del ulterano permaneció completamente en blanco durante unos segundos mientras asimilaba la situación, tratando de racionalizar todo aquello. Después de haber pasado un tiempo en Rocavarancolia la respuesta parecía fácil.
—Tiene que ser cosa de magia —masculló, dándole la espalda al cristal para regresar junto a su madre—. Escucha mamá, necesito saber si hay alguien a bordo capaz de practicar la hechicería y también donde puede estar mi cuerpo. Es lógico pensar que padre esté atrapado en el si yo estoy ahora ocupando el suyo, y tal vez el responsable esté cerca del mismo.