Torre Serpentaria

Sekk memorizó el nombre del irrense y atendió al resumen de lo ocurrido, dejando escapar un suspiro de alivio cuando el biomecánico le aseguro que era muy improbable que hubiera hecho daño a nadie. La mención a Irianna le hizo comprender un par de cosas acerca de aquella visita, pero cuando le tendió el libro no pudo evitar esbozar una expresión confusa.
—Muchas gracias —murmuró, cogiendo el tomo con cuidado y echándole un vistazo rápido antes de que Krono continuara hablando. Asintió a lo de la biblioteca interesado, pero lo que realmente captó su atención fue la posibilidad de que el kairós tuviera una solución para sus brotes de ira descontrolados.

El berserker escuchó en silencio, escudriñando la placa de rádem que el chico se había sacado del bolsillo mientras le explicaba su funcionamiento. Al parecer era un circuito rúnico que se activaba por presión: si Sekk sentía que iba a perder el control solo debía hacer uso de el y caería inconsciente, evitando de esta forma hacer daño a sus compañeros. Parecía útil, pero el veterano le advirtió que debía emplearlo solo si se encontraba a cubierto o rodeado de compañeros, pues de otro modo quedaría expuesto a cualquier cosa que decidiera atacarlo. Además tendría que recargarlo después de cada uso.
—Eres muy amable, Krono —comentó, extendiendo la mano libre para recoger el ingenio—. ¿Como te lo puedo agradecer? —preguntó con una media sonrisa. El intara apreciaba el gesto y no pensaba aceptar aquel regalo sin ofrecer nada a cambio.

Krono Rádem

El ingeniero le dedicó una mirada parpadeante a Sekkeh durante cinco segundos. La pregunta no era del tipo que esperaba que hiciera.
—Ya me has dado las gracias —le recordó. Tardó otros cinco segundos en darse cuenta de que probablemente el ulterano creía que le debía algo por el circuito rúnico—. Tal y como ya le expliqué a tu compañera, se trata de algo muy sencillo y que apenas me ha consumido tiempo. No es necesaria ninguna clase de compensación. Si quieres devuélvemelo cuando ya no lo necesites, probablemente pueda reutilizar la placa de rádem; pero no importa si no lo haces: es una cantidad muy pequeña.

El kairós desvió su mirada hacia el marco de la puerta mientras en su cabeza ya comenzaba a buscar el momento adecuado para traslocarse y se rascó la nuca con inseguridad.
—Si se daña el circuito avísame para que lo arregle. Mi cuarto se halla en la tercera puerta a la izquierda de la última planta. Aunque durante las tardes es probable que me halle en la biblioteca —hizo una pausa, el tempo iba a coincidir nuevamente en un instante y tenía que despedirse sin pensar demasiado—. Hasta otra.
Y apenas hubo terminado de pronunciar la última palabra, el irrense desapareció ante los ojos del berserker.

Marsi:

-<< Haremos una cosa. Podemos... finjir que no ha pasado nada e intenar ver como funciona un par de días, y mientras planeamos cómo decírselo a Sura y Dhelian>>- propuso. En realidad no sabía qué le daba tanto miedo, era la cosa más normal del mundo, no había ninguna razón para pensar que sus amigos se lo iban a tomar mal. Sin embargo ahí estaba, dándole vueltas a la cabeza e inventándose mil y una situaciones absurdas en las que todo salía mal.

Por suerte la presencia de Alice, y el tacto de su pelo, la fue calmando. Dejaron de hablar y se limitaron a ecuchar como la otra respiraba. La bruja fue la primera en dormirse, echada sobre el pecho de Marsi, y esta no tardó en seguirla. Aún con la poción, la resaca seguía haciendo de las suyas, y ambas estaban cansadas. No pasaba nada por que durmieran un poco más.

La bruja se despertó casi sin ganas de despertarse pero, a la vez, como esas veces en que abría los ojos como aburrida de dormir. Esto último quizá porque llevaba días pensando en ver a los nuevos y hoy era el día. Pero no llegó a abrir los ojos del todo sino que los volvió a cerrar y se quedó quieta. Seguía abrazada a su amiga y le gustaba tanto que podría quedarse así todo el día. Tras unos minutos así, abrió los ojos del todo, levantó la cabeza y miró a la habitación. Algunas onyces se asomaron entonces de sus escondites tras los muebles, pero una mirada fulminante las devolvió a su sitio. Volvió a dejar la cabeza sobre su pecho y abrió la boca como para decir algo, pero recordó la telepatía. Aunque... no sabía si al decirle algo con telepatía podría despertarle bruscamente, por lo que tan solo le acarició el brazo. Si estaba profundamente dormida no la iba a despertar, vaya.

Marsi durmió bien, sin sueños que ella recordara, pero con la sensación de estar resguardada y cómoda todo el tiempo. Algo de movimiento la despertó, el roce de Alice. El humo de su cuello dejó de ser un fino hilo de niebla y se espesó, avisando de que volvía a tener los sentidos activos.

-<< Hey...>> -se incorporó un poco, acomodándose en el cabecero.- << ¿Qué hora es?>>

Le había vuelto el hambre y seguro que ya habían pasado hace rato la hora del desayuno. ¿Seguirían abajo los nuevos?

Alice sonrió al ver que la varmana despertaba, sobre todo por el detalle del humo. Al verlo le vino una duda muy estúpida: si con el humo percibía el mundo... ¿podría darle un "beso"? Pero no se atrevía a preguntarle... y tampoco se atrevería a hacerlo por si era perjudicial. Una imagen cruzó su mente como un relámpago: se vio haciendo esa pregunta al violinista. Tuvo que contener la risa.

—<<Buenos días, Marsi>> —le respondió sin perder la sonrisa y le imitó. Ya sentada contra el cabecero, bostezó y estiró los brazos— <<Pues ni idea, la verdad... Puedo asomarme a ver y coger algo para desayunar, que imagino que tenemos hambre>> —rió.

También pensó en los nuevos, en si seguirían abajo, pero realmente no les había oído gracias a la burbuja de silencio y ahora la torre parecía en silencio.

—<<No se oye casi nada... quizá los novatos se acomodaron ya o salieron a algún sitio>> —añadió.

Krono contestó a su pregunta después de cinco segundos de silencio que al ulterano se le antojaron interminables, pero su respuesta no le dejo satisfecho. Para el berserker el gesto del kairós era muy importante, independientemente de lo mucho o poco que le hubiera costado hacer aquella especie de botón del pánico, y no poder agradecérselo de una forma adecuada le dejaba un mal sabor de boca. Tampoco tenía la suficiente confianza como para insistir, sin embargo, así que se limitó a escuchar con atención las palabras del irrense.
—Lo tendré en cuenta. Muchas grac… —trató de agradecerle de nuevo cuando se despidió, pero de forma repentina el biomecánico desapareció.

El intara se quedó clavado en sitio unos instantes, observando pasmado el pasillo vacío que hasta hacía solo unos segundos había estado ocupado, comprendiendo poco a poco lo que acababa de suceder. La teletransportación no era un término que le resultara desconocido, pero no dejaba de ser un concepto ficticio, algo presente únicamente en las historias, y presenciar por primera vez algo así resultaba chocante. Si, estaba en la ciudad de la magia, pero aquella habilidad era increíble.
—Alucinante —murmuró, cerrando por fin la puerta de su habitación y dejándose caer en la silla de su nuevo escritorio—. ¿En qué puedo ayudar yo a un tipo que es capaz de teletransportarse? —se preguntó con gesto incrédulo, observando la pequeña placa de rádem que le había dejado.


Sekk invirtió el resto de la tarde en estudiar el libro que le había proporcionado el kairós, asimilando toda la información acerca de su transformación para empezar a familiarizarse con la misma. Saber a qué se debían sus cambios tan bruscos de humor era un alivio, pero averiguar que tendría que aprender a convivir con ellos para controlarlos poco a poco resultó un duro golpe. Iba a ser un camino difícil, pero debía esforzarse, pues si no lo hacía resultaría una carga para sus amigos y compañeros. La posibilidad de hacerles daño en uno de aquellos arrebatos de ira seguía aterrándole, y por eso la ayuda que le había brindado el irrense le parecía inestimable. Aquella solución, aunque brusca, era efectiva, y ser consciente de ello le facilitaba mucho las cosas.

El berserker apenas abandonó su habitación en los dos días siguientes, limitando sus salidas a pasar por la cocina para reponer fuerzas entre pausa y pausa en sus estudios. Trató de mantener el contacto con los habitantes de la torre de hechicería al mínimo, conversando exclusivamente con sus compañeros de criba para informarles de sus avances, pero el intara no estaba acostumbrado a estar encerrado y no tardó en empezar a sentirse muy agobiado. Al final rompió aquel enclaustramiento, pues al no haber tenido ningún cambio de humor brusco desde la llegada a Serpentaria se sentía falsamente seguro, pero solo tardó una hora en hacer uso por primera vez del amuleto que le había confeccionado Krono.

Comprobar que era efectivo, sin embargo, sirvió para que no se echara atrás en su decisión de hacer vida normal, y durante las siguientes dos semanas el ulterano empezó a acostumbrarse al día a día de la torre. Siendo sinceros Sekk se aburría como una ostra, pues su incapacidad para hacer maga y la ausencia de una sala de entrenamiento adecuada no le dejaba muchas opciones con las que entretenerse. Le apetecía visitar la Sede, pues el minarete de los guerreros era un buen lugar en el que empezar a pulir sus nuevas capacidades físicas, pero prefería esperar a tener algo de autocontrol. La idea de iniciar una pelea en un lugar así por cualquier tontería no parecía atractiva, y posiblemente saliera muy mal parado teniendo en cuenta la clase de gente que habitaba aquel lugar.

Por suerte la mitad de sus compañeros de cosecha estaban también en Serpentaria, y aquello palió en gran medida su monotonía rutinaria. Que la otra mitad se hubiera instalado en la Sede, no obstante, había dejado un pequeño vacío en su interior. No era como si no los fuera a volver a ver, y era posible que a la larga él también se mudara al minarete rojo, pero era extraño no seguir conviviendo con ellos después de siete largos meses. Echaba de menos las conversaciones nocturnas con Rasqa, los entrenamientos con Varsai o las charlas con Ruth y Devoss. Por lo menos sabía que ellos estaban en un lugar seguro, pero de Roaxen nadie sabía nada, y aquello preocupaba bastante al rubio.

Sekk habló mucho con Jace durante aquellas dos semanas, sobre todo de los detalles sobre sus transformaciones, y si en su momento la suya le pareció un cumulo de problemas, conocer la del dullahan le dio una perspectiva completamente diferente. La posibilidad de que perdiera su cabeza y con ella sus recuerdos era preocupante, pero el precio que el americano tenía que cumplir para poder hacer magia resultaba perturbador. Matar por un motivo de peso no le era algo ajeno al ulterano, pero hacerlo para simplemente recargar las baterías mágicas se le antojaba un acto absurdo. Le hizo saber, de todos modos, que siempre podría contar con él, y se ofreció a presentarle a algunos indeseables a los que nadie echaría de menos.


Aquella mañana el berserker se despertó temprano y, después de darse un baño, bajó a desayunar a la cocina. Llevaba unos días dándole vueltas a la idea de decorar su habitación y había pensado pasarse por la bahía para ver si encontraba algo interesante entre los restos de los naufragios, pero no estaba seguro sobre si debía avisar a alguien. Era triste reconocerlo, pero necesitaba una niñera, pues si se cabreaba y tenía que hacer uso del amuleto necesitaría una mano amiga que lo trajera de vuelta a Serpentaria.

Estaba abierto a otras ideas, no obstante, y si alguien le ofrecía un plan mejor no dudaría en aceptarlo.

La idrina también echaba en falta a sus compañeros de la sede, especialmente a Ruth y a Rasqa, ya que apenas había tratado con ellos desde que se habían mudado. Quería pasarse a visitarlos pronto, aunque la abrumaba la cantidad de desconocidos que vivían en la Sede, los cuales había visto de pasada o conocía de oídas por Varsai. En la torre Serpentaria todo el mundo parecía ir mucho más por libre, pero en el otro refugio tenía la impresión de que era más habitual que se reuniese bastante gente en una zona común… Y la idea todavía la agobiaba demasiado, mucho más de lo que hubiese querido. Irianna suspiró para sus adentros mientras se encaminaba hacia la cocina para desayunar, con la mente puesta en la resolución de empezar a atajar el problema. No podía seguir así toda la vida. Ahora ya no era una niña indefensa, o al menos no quería serlo. Era una nebulomante de Rocavarancolia. Resultaba incluso patético que su mayor miedo siguiese siendo tratar con personas del género masculino.

Trató de sonreír con amabilidad, aunque levemente, una vez pudo observar que en la cocina ya se encontraban Sekkeh y Jace, además de Kimbra a quien ya esperaba ver allí debido a sus invariables hábitos. Rara vez la idrina se despertaba y la hija de lunas no había abandonado ya el cuarto, pues aunque la lacustre no era especialmente remolona tampoco solía levantarse con las primeras luces del amanecer.
—Buenos días —saludó mientras se encaminaba hacia la encimera para comenzar a prepararse su desayuno—. Estoy pensando en pasarme por la biblioteca de la ciudad hoy para buscar información más detallada sobre mi dominio. ¿Alguno de vosotros tiene interés en acompañarme?

Kimbra, como todas las mañanas, había abandonado la habitación que compartía con la idrina con las primeras luces del amanecer, dispuesta a comenzar su rutina por su habitual comida diaria. La krabelinense no había tardado demasiado en adaptarse a los nuevos espacios en los que debía moverse, sobre todo a la nueva cocina, dadas sus similitudes con la ya conocida cocina del torreón Letargo, pero sí que se sentía un poco molesta al tener que trabajar con carnes que no habían sido cazadas por ella. Al principio, en Letargo, se había resignado sin remedio aparente, como con todo en su vida, a que no se le permitiera cazar su propio sustento y el de sus compañeros; pero, con el tiempo, y gracias a sus salidas con Rasqa y Sekkeh aquello había cambiado y ahora ya no estaba tan dispuesta a aceptarlo resignadamente como antaño. Aun así, debía reconocer que resultaba beneficioso por el momento, ya que, aunque ardía en deseos de probar sus nuevas habilidades en su actividad favorita, cierto era que todavía no dominaba por completo las susodichas, no contaba con el material ni las armas adecuadas para llevarla a cabo y todavía tenía mucho que leer, estudiar y aprender antes de poder enfrentarse por completo a su transformación. “Al menos, en vez de traer los pedazos de carne ya cortados y seleccionados, podrían traer la pieza completa, así yo podría desollarla, desviscerarla...” Kimbra quedó ensimismada en el último pensamiento durante unos segundos antes de agitar la cabeza y seguir con su trabajo.

Cuando ya tuvo la comida terminada, se unieron a ella en la cocina Sekkeh y Jace, a los que saludó con un movimiento de cabeza. Minutos más tarde, se unió a ellos Irianna con una propuesta de salida.

- Yo sí que querría acompañarte, Irianna. La biblioteca de este lugar está bien surtida, pero carece de información suficiente en algunas de las ramas de conocimiento que me interesan.

Sigue en la Biblioteca Mágica.

Los días empezaron a pasar con monotonía a pesar de todos los cambios en la vida de los recién transformados. Eara se sentía más cohibida que en Maciel a la hora de utilizar zonas comunes, pero pronto se convirtió en una habitual de la cocina, ya fuese cocinando para los suyos o para más gente que aceptase su comida. Siempre decía que añadir un poco más de cantidad en el puchero no daba más trabajo, y que si no podía cocinar con frecuencia no tenía demasiado en qué pasar el tiempo.

Ayne, entre tanto, se planteaba seriamente qué hacer con su vida. Que se hubiera hecho a la idea de su precio no quería decir que tuviese las agallas de cumplirlo, ni la forma de hacerlo sin depender de la gente que lo rodeaba. Pasaba su tiempo estudiando la magia de la que antes se había desentendido, lamentando requerir con frecuencia la ayuda de Eara que, por su parte, continuaba intentando aprender hechizos nuevos a la vez que practicaba con Samika lo que le había prometido. También empezó a recuperar un poco la confianza en sí mismo para acercarse a la gente. A pesar de que pudiera cometer algún error brevemente, eso le ayudaba a descubrir cómo corregirse, pero también incrementaba la necesidad de obtener porciones de alma cada vez mayores.
No hubo rastro de Tesón durante aquel tiempo, y aunque aquello no era preocupante dadas las circunstancias del roquense, les hacía preguntarse dónde podía estar y cuánto tardaría en volver a aparecer. Los antiguos macieleros le mencionaron alguna vez, aunque se tendía a evitar el tema delante de Twixy’s.

El edeel se mostraba bastante taciturno, así que muchas veces era solamente Eara la que charlaba con sus compañeros. Eso no quería decir que Ayne hubiese dejado de disfrutar de conversar, pero había una incomodidad que por el momento le seguía pareciendo insalvable. Provenía de los demás, pero también de si mismo.

Un día, Ayne le pidió a Kirés que le cazase unos cuantos ratones que anidaban no muy lejos de la torre. Sabía que el enderth no haría muchas preguntas, y no le entusiasmaba precisamente llevar a cabo lo que tenía en mente. Tal como decían algunos libros, la forma más rápida que había de comprender las velas que veía era experimentar con los animales. Y eso hizo, encerrándolos en una habitación vacía. Eara no tardó en enterarse, pero no pudo oponerse a pesar de lo mucho que le desagradaba.

Aunque nunca se lo contaba a su aurva, el anima dedicaba demasiado tiempo a pensar en qué era lo que percibía, en sus creencias, y en cuál era la verdad detrás de todo aquello. Eara había intentado estirar sus creencias todo lo posible para suavizar las necesidades de Ayne, pero no podía ir más allá. Ella no veía lo que él veía, ni necesitaba lo que él necesitaba.


Eara se encontraba en la cocina de Serpentaria, preparando un guiso para un considerable número de comensales. Había perdido la pista a Ayne hacía un rato, cuando él estudiaba en la sala común mientras ella limpiaba el polvo de la habitación. Pero sospechaba donde estaba, y por eso no le buscó. Lo más probable es que estuviera observando a los ratones.

—¿Habrá suficientes huevos…? —murmuró de pronto para sí, tratando de centrarse en la cocina. «Puedo hacer un flan para la noche. ¿Les apetecerá a los demás?». Se preguntaba si valía la pena preguntar a los posibles comensales o simplemente hacerlo. Ni siquiera tenía claro dónde podía encontrar a los demás, así que empezó a buscar los huevos.

Aquellos días los había dedicado casi exclusivamente a estudiar las posibilidades de su dominio mientras ayudaba a Kimbra con sus desordenados apuntes. En su cuarto en Serpentaria habían aparecido dos mesas al compartir habitación dos personas, y casi resultaba cómico el contraste entre el escritorio de una y el de la otra: el de la lacustre siempre se encontraba pulcramente ordenado y si había algún pergamino escrito a la vista se podía observar su caligrafía cuidada y limpia. Al otro lado del cuarto, las notas mal escritas y aparentemente mal ordenadas junto a los libros desperdigados que pertenecían a la hija de lunas. La idrina le había preguntado en alguna ocasión a la krabelinense si necesitaba ayuda para organizarse, aunque esta le había respondido que seguía un método que resultaba eficiente, aunque estaba dispuesta a escucharla si conocía uno mejor. Irianna pensó en sugerirle almacenar mejor sus apuntes, ya que la organización no estaba reñida con la eficiencia, pero se dijo que si a la hija de lunas le iba bien así no tenía por qué imponerle su forma de entender las cosas. A la lacustre le habría preocupado dar una imagen de persona desorganizada con un escritorio lleno de papeles, pero sabía que a la krabelinense aquello no podía importarle menos. Estaba bien para ella, pues aunque era bastante escrupulosa con el orden en sus propias pertenencias, no le molestaba el despliegue que Kimbra tenía sobre su propia mesa. Lo único que no era capaz de excusar acerca de los apuntes de la hija de lunas eran las faltas de ortografía, y se las corregía a su amiga cada vez que una apuñalaba su vista desde la caligrafía torpe y de gran tamaño que eran los inicios de la otra chica en el mundo de la escritura.

Esa mañana bajó a la cocina sola. Se había quedado hasta tarde leyendo y por tanto no había sido capaz de seguir el ritmo madrugador inflexible de su compañera de habitación. Tras arreglarse de forma básica, la idrina se dirigió a la cocina con la mente puesta en prepararse un buen desayuno. Se encontró, no obstante con que ya había alguien usando la cocina.
—Buenos días, Eara —la saludó con una leve sonrisa.
No había hablado demasiado con los del otro grupo desde que se habían mudado. La sinhadre, junto a su edeel, había sido la primera persona que había visto al despertarse en aquella celda mugrienta de una ciudad desconocida, pero el Reflejo había querido que se separasen poco después. Aun así tenía a la pelirrosa en buena consideración y como una persona eficiente por lo que había podido vislumbrar de los encuentros que habían tenido lugar entre ambos grupos durante la criba. Poco sabía, no obstante, de las transformaciones de aquel grupo y todavía no sabía muy bien qué había ocurrido con la aurva. Creía haber entendido que ella no había cambiado en absoluto, pero no sabía por qué. El concepto de esencia todavía era tan solo una palabra que le sonaba vagamente de haberla visto en algunas descripciones de transformaciones.

Desconocía cómo se sentía la chica al respecto y por eso no quería preguntarle directamente. Tal vez se tratase de un tema delicado para ella e Irianna no quería importunarla. No obstante, no pretendía ignorar a la sinhadre, quien parecía buscar algo cuando ella entró.
—¿Necesitas ayuda? ¿Vas a prepararte el desayuno? Yo también tengo que hacer el mío, pero puedo esperar a que termines si te estorbo —le ofreció mientras se adentraba más en la sala.

Eara no había prestado atención al hecho de que alguien bajaba por las escaleras hasta que escuchó la voz de Irianna a sus espaldas. Al girarse le dedicó una sonrisa afable a la nebulomante.
—Buenos días —le devolvió el saludo—. Oh, no, no, no hace falta, y tampoco estorbas. La cocina es suficientemente grande. —Se hizo a un lado y le enseñó el cuenco que contenía la carne en adobo—. Estoy preparando la comida por adelantado. Ayne y yo desayunamos mucho más temprano, cuando nos despertamos todavía es de noche.

Eara, en realidad, casi agradecía que hubiese aparecido compañía. La idrina siempre le había parecido una chica agradable, y consideraba una lástima que no estuviesen hablando mucho más entre compañeros de criba desde  que se habían juntado, a pesar de que convivir resultaba más sencillo con ellos que con los anteriores inquilinos de la torre. Había advertido que su problema con la niebla estaba subsanado, pero nunca había llegado a averiguar en qué consistía todo aquello en primer lugar.
—Voy a hacer un flan —afirmó entonces, a la vez que contaba los huevos disponibles—. Pensaba hacer suficiente para que vosotros también podáis comer… si queréis.

La idrina era consciente de lo poco que sabía sobre los antiguos habitantes de Maciel, pero se hizo más patente al mencionar la otra chica los horarios que tenía la pareja, diferentes al resto. Recordaba vagamente que los sinhadres hacían vida noctura y, aunque Eara y Ayne se habían habituado considerablemente al ritmo de vida inverso, parecía que todavía conservaban algo de sus antiguos horarios.
—De acuerdo, entonces prepararé mi desayuno —concedió mientras se apartaba el pelo tras una oreja y se dirigía hacia la alacena para decidir qué le apetecía más.

Irianna no tardó en decidirse por alguna pieza de fruta varmana, a la que se había aficionado durante la criba, y un poco de queso de umbra. Los distintos quesos provenientes de otros mundos llamaban su atención, pues algunos parecían realmente apetitosos, y lamentaba que su cuerpo no pudiese tolerarlos por algún motivo. La casualidad quiso que la propuesta culinaria de la sinhadre le supusiese el mismo problema y alzó la vista hacia ella con cierta sorpresa contenida.
—Oh, estoy segura de que te lo agradecerían. Me temo que yo no podría comerlo salvo que estuviese hecho con leche de umbra, procedente de Idris. Creo que soy la única con este problema, pero no puedo consumir leche ni productos derivados de la misma si no son de umbra —le informó—. Puedo ayudarte a prepararlo, estoy acostumbrada a cocinar en compañía —añadió con una leve sonrisa—. Pero entenderé si prefieres no usar leche de umbra para hacerlo, seguramente el sabor varíe… Al menos eso creo por lo poco que pude probar  del queso que tomáis los demás antes de arrepentirme.
Dejó escapar una breve risa contenida en un bufido al acordarse de lo accidentado de su primer desayuno en la ciudad.

Empezó a verter el azúcar en una sartén para hacer el caramelo mientras la idrina escogía su desayuno. Se volvió para mirarla mientras le explicaba que tenía problemas para tomar leche normal, y la aurva se avergonzó un poco de no haberlo sabido antes, porque Irianna nunca debía de haber podido comer muchos de los dulces que dejaba en la cocina para quien los quisiese probar.
—No tenía ni idea, lo siento. Dime qué leche es, seguro que podemos adaptar la receta para que tú también puedas comer.

El líquido en cuestión ya lo conocía de antes. Lo había visto muchas veces entre el contenido de las cestas y lo había usado para cocinar o solo. Tenía un sabor un poco diferente de otras leches que venían en las cestas, pero no iba a estropear los flanes en absoluto.
—No sabía que esta leche se llamaba así. Había tantas cosas en las cestas que nadie sabía de dónde venían… —dijo con una pequeña sonrisa—. Pero el flan también saldrá bien con esta, aunque sepa algo diferente. — Estaba empeñada en no discriminar a nadie en la invitación al postre, y menos a alguien que se había ofrecido a ayudar a cambio de nada. Mientras el azúcar empezaba a fundirse, pensó que era un buen momento para preguntarle lo que se le había pasado antes por la cabeza. Otras transformaciones habían sido más obvias y no importaba si las habían anunciado o no; la idrina, en cambio, había pasado un poco desapercibida—. Por cierto, Irianna, aunque parece que ya está solucionado, nunca llegué a preguntarte acerca de la niebla. ¿Cómo te deshiciste de ella? ¿Es un dominio? —Los brujos habían sido una de sus líneas de investigación durante el tiempo que había buscado posibles transformaciones para sí misma, pero cuando todo había quedado aclarado no había vuelto a leer más libros acerca del tema.

—De acuerdo, entonces —accedió ante las palabras de Eara—. Nos pondremos manos a la obra en cuanto termine.
La idrina se sentó a la mesa con lo que había cogido de la alacena y comenzó a desayunar. Estaba bastante hambrienta, pero ante la perspectiva de un buen postre tras la comida prefirió hacer hueco en su estómago. Mientras tanto la sinhadre se interesó por su niebla y la idrina asintió mientras tragaba ante su última pregunta, algo sorprendida porque su interlocutora supiese lo que era un dominio aunque no tardaría en suponer por qué.
>>Sí, soy nebulomante —confirmó sin poder evitar que asomase una leve sonrisa en la comisura de sus labios—. He absorbido la niebla y ahora está en el interior de mi cuerpo. Sé que debe sonar extraño, pero en realidad fue un proceso muy sencillo y que desde el primer momento parecía adecuado. Es difícil de explicar… Pero lo importante es que puedo usarla cuando quiera sin tener que avergonzarme por molestar a los demás —añadió con una leve risa. La situación le había llegado a incomodar considerablemente, pero ahora que había quedado atrás podía tomárselo con humor—. De esta forma también se conserva durante más tiempo, aunque tengo que aprender cómo preservarla mediante hechizos y cosas así. Por lo que he podido averiguar, en cuanto la Luna vuelva a desaparecer en poco más de un mes no volverá a haber niebla en Rocavarancolia hasta dentro de diez meses. No es difícil de creer teniendo en cuenta que hasta que no se aproximó la llegada de la Luna Roja el clima de esta ciudad parecía congelado en una perpetua monotonía otoñal. —La figura literaria, utilizada por ella misma no hacía mucho en uno de sus escritos, le había salido sola—. Ah, pero tampoco quiero aburrirte con mis cosas.

La lacustre volvió a apartarse el pelo con cierta indecisión sobre si debía preguntar o no, aunque la sinhadre se había interesado por su transformación, desconocía si lo que había ocurrido con la pareja era un tema con el que su interlocutora se sintiese cómoda. A fin de cuentas los cambios de Ayne habían sido bastante radicales, al estilo de los de Jace. Recordar la filosofía con la que el humano se había tomado el desprendimiento de su cabeza, no obstante, le hizo decidirse. Además creía que lo correcto era corresponder a su interés, siempre podía disculparse si notaba incomodidad en la aurva.
—¿Qué tal lo lleva Ayne? No sé mucho sobre sus cambios, pero supongo que no debe de ser sencillo…

Todo lo que le explicó Irianna le pareció muy interesante. Tener un dominio parecía una experiencia tranquila y nada problemática. Aunque la sinhadre no podía imaginarse siquiera las verdaderas utilidades de la niebla, ya consideraba aquella una transformación de su agrado. Era una lástima que conseguir niebla en Rocavarancolia no fuese fácil, pero quedaban los mundos, a los que Eara sabía que había forma de ir, pero no los detalles todavía.
—Ah, no, no me aburres para nada —respondió la aurva con una sonrisa tímida. Todo lo que había contado le parecía interesante. Que no se hubiese transformado no quería decir que no quisiese conocer todas las criaturas que podían encontrarse en la ciudad—. Seguro que encontrarás la manera de tener siempre a mano la niebla —dijo, aun insegura.

Cuando Irianna le preguntó acerca de Ayne, la sinhadre intentó recordar si en algún momento había dicho delante de ella que no se había transformado. No era capaz de recordarlo, pero lo cierto era que era cualquier cosa menos un secreto, así que asumió que ya lo sabía.
—No está siendo fácil… —«Ni siquiera para mí» quería añadir. No encontraba muchas ocasiones para hablar de ello, de cómo los cambios en Ayne también repercutían en la propia Eara, pero no quería hacerlo parecer una queja, ni tampoco salirse por la tangente respecto a lo que la idrina le había preguntado—. No lo está siendo para nadie, pero para los que tienen precios inmorales… —Suspiró—. He leído un poco sobre ello. No sabría decir quiénes tienen más o menos suerte que otros, pero ahora… Nadie lo ha elegido, ni puede volver a ser como era, y si no somos comprensivos con ellos va a ser todavía más difícil de llevar, ¿verdad? —Eara tampoco sabía con mucho detalle cómo estaban tomándose sus cambios los inmorales del grupo de letargo, pero suponía que lo que ella aplicaba a Ayne podía aplicarse a todos los demás—. Ayne ha llevado mal lo de su aspecto, pero también el precio. Algunos ya nos han dicho que como precio es bastante fácil porque no requiere —la siguiente palabra pareció resistirse a salir de su boca, seguía sin acostumbrarse a hablar de aquellas cosas con tanta normalidad— matar, pero para nosotros, los sinhadres, las almas son sagradas.

—¿Hablando de mí a mis espaldas?
Eara se disponía a preguntarle a la idrina cuál era su opinión al respecto para luego interesarse por varios de sus compañeros de los que sabía poco o nada, cuando Ayne las había interrumpido apareciendo en la entrada de la cocina. Las miró con una sonrisa de medio lado a la vez que bromeaba y luego avanzó hacia el mesado, donde se apoyó, a poca distancia de Eara.
—Hablábamos de transformaciones.
—Y hacíais… ¿flan? —preguntó dirigiendo sus cuencas a la sartén con el caramelo.
—Sí.
—Eara, no creo que se me pueda seguir considerando sinhadre a estas alturas. —Ella lo miró con el ceño levemente fruncido, no esperaba tampoco que fuese a recuperar el tema de conversación donde se había quedado—. No me mires así. Ni siquiera puedo volver a casa. —Su voz ya no dejaba entrever tanto dolor ni resignación como durante sus primeros días como transformado al decir aquello. Lentamente parecía haberse convertido de nuevo en algo parecido al Ayne de los últimos meses de la criba. El edeel suspiró casi imperceptiblemente, para después centrar su atención el Irianna—. ¿Qué hay de ti y Kimbra? ¿Os seguís entendiendo? —El anima no sabía cómo estaba llevando Kimbra su transformación, pero veía un paralelismo entre él y su aurva y Kimbra e Irianna, compartiendo habitación y enfrentándose a los cambios ineludibles.

Se sintió aliviada al comprobar que a Eara no parecía haberle molestado la pregunta, aunque la respuesta, a pesar de no resultar sorprendente, no era demasiado alentadora. Asintió con seriedad cuando la sinhadre le habló de comprensión, teniendo en mente en todo momento a Kimbra al escuchar sus palabras, aunque sin olvidarse también de Jace. El dilema sobre las almas y lo que esto suponía para los sinhadres no le era del todo conocido a la idrina, pero tampoco era tan difícil empatizar con ello. El alma siempre había sido una noción abstracta, difusa para la idrina y que lo había creído algo más simbólico y abstracto que un componente real de una persona y por ello como concepto no tenía mayor trascendencia para ella. Pero al parecer existía de forma física, de alguna manera, y que te la quitasen, aunque fuese parcialmente, no podía ser algo inocuo de ninguna manera.
—Tener que quitar vidas es más… drástico, pero no creo que cualquier otro tipo de… Ya sabes —se apartó el pelo en un gesto nervioso, no sabiendo encontrar las palabras adecuadas—. No creo que sea fácil en ningún caso, quiero decir. Siento que…

La voz de Ayne la interrumpió por completo, incluido el hilo de sus pensamientos. Se tensó por inercia al descubrir su presencia, tanto por el hecho de que estaban hablando de él, tal y como el propio anima había mencionado, como por su presencia en sí misma. La lacustre dedicó un instante a pensar en lo ¿irónico? que podía ser si se pensaba fríamente el hecho de que lo que le daba miedo de la presencia de Ayne no era precisamente su capacidad para absorber almas. Atendió con cierta rigidez, que trató de relajar poco a poco aunque esperaba que pasase simplemente por incomodidad ante la conversación ajena a ella que se estaba llevando a cabo mientras trataba de concentrarse en la tarea que tenía entre manos; pues cuando el anima había irrumpido en la cocina la lacustre ya había terminado de recoger los restos de su desayuno y ya había comenzado a ayudar a la aurva. No se sentía con derecho ninguno a dar su opinión, fuese cual fuese pues no estaba segura de tener una, respecto a lo que Ayne le reprochaba a Eara y por tanto esperó a que le hablasen directamente. Ello no tardó demasiado en producirse.

—Kimbra… A ella le resulta sencillo —respondió de forma distraída, evitando mirar a Ayne a las cuencas vacías de sus ojos. ¿Era de mala educación no mirar a un anima a su falta de ojos mientras hablabas con él?—. No ve ningún problema en lo que tiene que hacer y solamente está preocupada por la forma más eficiente de llevarlo a cabo. Yo… no creo que sea quien para cuestionarla. Venimos de sociedades radicalmente diferentes y es normal que la brecha moral entre ambas sea amplia. Para mí no es tan fácil, pero lo cierto es que he preferido no pensar demasiado en ello. No sé si estoy siendo hipócrita o huyendo de lo que no me gusta, pero… No creo que dar vueltas en círculo vaya a solucionar nada tampoco. Como ya he dicho no voy a intentar persuadir a Kimbra para convencerla de lo que está bien o está mal —expuso finalmente con total sinceridad.