Torreón Maciel (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

Archime no pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar hasta Maciel una vez más. Como aquella ocasión en la bahía. En realidad había más paralelismos de los que parecía a simple vista, pues en aquella ocasión también habían rescatado a Taro -aunque no solo a él- y el biomecánico también había agotado sus energías. El camino transcurrió si que el biomecánico fuese apenas consciente de lo que lo rodeaba, centrado en todo momento en controlar su respiración. No había llegado a darle un ataque de asma, pero si se sobreesforzaba sin duda le ocurriría.

Se aposentó en el sillón de siempre, todavía recuperando el aliento y habló tras Anriel.
—Debemos... curarlo... —musitó con la respiración agitada para después intentar llevar a cabo un hechizo de restauración.
No pudo. Probablemente todavía conservaba cierta reserva de energía mágica, pero el cansancio del uso continuado de hechizos exigentes fue superior a él. Se agitó ligeramente cuando recibió la palmada de Shaco y dejó en sus manos la tarea de curar al carabés mientras se recostaba en el sillón completamente agotado. Posiblemente debían repetir los sortilegios sanadores durante los próximos días para que Taro se recuperase correctamente, pero Archime les dio su visto bueno internamente a los que aplicó el humano a modo de primeros auxilios, dejando de preocuparse por aquel asunto en concreto.

—No deberías realizar... movimientos bruscos. Es preferible que... pidas ayuda para lo que necesites, por ahora —advirtió al carabés poco después cuando este hizo ademán de moverse.

Lara no había tardado en despertarse de aquella siesta improvisada en las escaleras y su estómago le urgió a que bajara a por algo para desayunar. Encontró a Cío adormilado en el sofá, por lo que continuó su camino hacia la cocina andando despacio y con el cuidado extremo de no hacer ruido con los pies. Por culpa de su mejor oído natural y lo a menudo que se drogaba con la amplificación sensorial, la ordesa cada vez tenía más problemas para discernir en qué punto de los espectros auditivos ajenos comenzaba el silencio. Una vez en la cocina, se encontró con Taro, quien se ofreció a cuidarle de los niños mientras ella desayunaba y entrenaba un poco con el arco.

Así, tras un buen atracón a requesón, Lara buscó su Rompemuros 115 -arco distinguible del resto por un pequeño lazo gris- y salió al patio, sabedora de que los bebés estaban en buenas manos. Su entrenamiento duró hasta su oído captó el llanto de los bebés. Lara se alarmó irremediablemente y entró corriendo hasta la cocina, con el arco y una flecha en la mano. Al ver que no parecía haber ocurrido nada, Lara respiró hondo, algo más calmada, y se acercó a la cesta. Los bebés se tranquilizaron un poco en cuanto la oyeron.

―¿Qué pasa cositas mías? ¿Echabais de menos a mamá? ―impostó la voz  y les acarició la barriguilla a los tres―. No debéis llorarle al tito Taro, está muy feo, con lo bien que os cuida...―les regañó con dulzura. Zaende Pi era el único que todavía sollozaba para entonces―. Veeenga, Pi, que ya pasó...―en vistas a que no se calmaba por sí solo, Lara acabó sacándolo de la cesta y lo acunó hasta que se le pasara.

>>¿Se han asustado con algo? ―preguntaría a Taro entretanto. La madre estaba lejos de enfadarse. Una vez descartaba las verdaderas amenazas, los sustos y la falta de experiencia criando bebés se convertían en chistes amables.

Taro se apartó discretamente para que Lara hiciera su magia. No entendía muy bien a qué venía el apelativo de "tito", pero en una ocasión había preguntado a alguien al respecto y le habían aclarado que era un diminutivo de "tío". Suponía por asociación que indicaba que lo estaba haciendo bien con los críos.

La mente le daba vueltas. ¿Acababa de...? Sería de coña, después de todas aquellas pruebas con resultados rozando el cero absoluto. Pero los bebés habían empezado a llorar, no habían sido imaginaciones suyas.
-Se me cayó una olla- mintió automáticamente, más por acto reflejo que por otra cosa, cuando Lara interrumpió su tren de pensamiento. Luego, cuando su raciocinio se puso al nivel de su instinto decidió que había sido lo mejor. A la madre no le haría gracia saber que había estado manejando material inflamable cuando se suponía que debía estar vigilando a su prole. Una rápida mirada para asegurarse de que un recién despierto Cío no había visto nada, y asintió ahora con más seguridad. Tenía que procesar lo que acababa de pasar, y luego ya vería.

―Oh, vaya... ―la ordesa tuvo que reprimir una sonrisa. No había escuchado ninguna olla caer, por lo que intuía que Taro podía haber tomado una decisión equivocada a la hora de jugar con los niños y los había asustado en lugar de hacerles reír. <<Le dará vergüenza admitirlo>> imaginó―. Bueno... Si estás muy ocupado con las ollas, me los puedo llevar al patio. No me importa dejar el entrenamiento a medias hoy ―Lara seguía algo desganada por lo que había visto ayer.― ¿Te parece?―acabó preguntándole, antes de dedicarle unas carantoñas a un Zaende Pi más tranquilo y devolverlo a su cesta.

Para ayudar a que se distrajeran, invocó una pequeña luz en la palma de su mano. Le dio un golpecillo al móvil de la cesta para hacerlo girar y acercó la llama despacio a las piezas que colgaban, para que reflejaran la luz.

Taro respiró un poco más aliviado en cuanto comprobó que Lara no preguntaba nada más.
-Vale- dijo. Volvió a sentarse a la mesa inclinado hacia adelante, con los brazos cruzados y la cabeza entre ellos. Miró meditabundo cómo la ordesa distraía a los pequeñajos con un despliegue de luz. ¿Podría él hacer lo mismo?
-Lara- alzó un poco la voz un poco más tarde. Había recordado una conversación pasada con Cío, y dado que tenía a una madre delante, no había mejor persona a la que preguntar-. ¿De donde vienes a todos los niños se les hace... bueno, esto?- señalaba al móvil de colores, pero se refería a algo más general-. ¿No pasa nada si los tienes siempre en casa y los crías como quieras?

―Claro ―a la madre le habían causado gracia esas preguntas. Para ella era de cajón que una madre cuidara a sus niños. ¿Qué otra manera -efectiva- habría sino?―. No es que pase algo, es que es como una obligación. O los cuidas tú mismo o los "das en adopción" ―Lara hizo notar la poca validez moral de aquella opción― y créeme, los bebés vienen a puñaos en mi mundo, nadie quiere adoptar siquiera a uno cuando puede tener por si mismo una camada de tres o cuatro―. Había evitado el cinco a propósito, desde la muerte de Rica le levantaba ampollas.

>>Cuando son algo mayores los puedes llevar a la escuela, por supuesto, pero hasta entonces la educación corre de tu cuenta: tienes que señalarles qué está bien y qué no, castigarles o recompensarles, explicarles como funcionan los Pezones... Tienes que cuidarles y quererles... Ya sabes ―añadió esa coletilla sin ser consciente de que en este caso Taro podría no saberlo. Su voz estaba perdiendo la emoción. Lara estaba hablando de todo lo que se iba a perder ella y cuanto más claro lo veía, más le dolía continuar por esos derroteros. Acabó camiando de tema de la forma más sutil que supo―. A mis hermanos y a mí nos criaron entre nuestra casa y los negocios familiares. Cuando eramos pequeños, disfrutabamos como tontos tiñéndonos los pelos con las cenizas de todo lo que quemaba mi madre para sus "visiones" ―. Lara había llegado a un punto con respecto a la profesión de su madre en el que no sabía si la creía más que nunca o la despreciaba por ser una falsa―. También lo pasabamos bien leyendo libros con mi padre... ―La madre no era consciente de cuánto los echaba de menos, de cuánto quería volver a ocupar la posición de hija.

Permanecería unos segundos callada, visiblemente afectada, y dedicaría pensamientos a la salud de su familia que acabarían con un "¿Qué puede ser peor que esto?". Entonces se preguntaría por Taro.

―¿Qué se siente al no saber quienes son tus padres? ¿No te hubiera gustado haberlos conocido?

Un observador atento casi habría podido oír el runrún de los engranajes de la cabeza de Taro mientras intentaban asimilar de una sola pieza toda aquella información. Oír de viva voz aquello le suponía un trance similar al que habría supuesto a un terrícola saber que en otro mundo estaba en funcionamiento un sistema esclavista: era algo que había tenido en el pasado en su mundo de origen, que sabía que existía, pero que con el distanciamiento que daban el no haberlo vivido nunca y varios siglos de diferencia le hacían preguntarse cómo diablos había llegado nunca a funcionar algo así sin derrumbarse.

-¡Joder! ¿Tres o cuatro a la vez?- se le escapó sin querer-. ¿Y cómo hacéis para tener vida social mientras?
"¿Y pasta suficiente?"
Por alguna razón cuando Cío lo había explicado no había parecido una tarea tan grande, quizá porque lo había comentado de pasada. Pero Lara había enumerado que hasta que eran mayorcetes hacía falta darles de comer uno mismo, llevarlos a la escuela todos los días uno mismo, vigilarles todo el rato uno mismo, explicarles absolutamente todo uno mismo... ¿de dónde sacaban tanto tiempo?
-Qué valor tienes- murmuró perplejo. La ordesa había pretendido cargar con cinco antes de llegar a Rocavarancolia. ¡Cinco!

-Pues... no sé. Como todo el mundo, supongo- contestó sinceramente ante la pregunta de la ordesa, pillado por sorpresa. Tenía la cara de póquer más grande de su vida-. ¿Para qué?

Lara acabó soltando una carcajada al ver a Taro tan incrédulo. Cambió la posición de la luz y observó cómo las piezas metálicas la reflejaban en la pared, casi tan obnubilada como sus pequeños.

―Somos muchos en la familia, nunca falta alguien que te sustituya con los peques para descansar ―explicó mientras―, pero tampoco precisas de esas ayudas tan a menudo. Yo solía salir todas las tardes con ellos y disfrutaba de la feria como el que más, sin dejarlos de lado. Supongo que el marsupio supone una diferencia―. Estuvo a punto de negar que tuviera valor alguno, pero al final no lo hizo. En el fondo sabía que Taro llevaba razón. <<Hay que tener valor para sobreponerse a esto>> se dijo. Y no se refería al parto, ni a los niños. A veces venía bien recordarse las pocas cosas que merecían la pena en uno mismo.

―¿No lo sabes? ―<<Vaya>>. No dejaría de sorprenderse por lo diferente que era Carabás en tantos sentidos―. Pues... ¿Para establecer una relación con él y recuperar el tiempo perdido, o cantarle las cuarenta y echarle en cara aquellos momentos en los que no ha estado para ayudarte... o algo?

Taro parpadeó ante la mención de "muchos en la familia". No había contado encima con padres, tíos, abuelos...
"Es como una mafia", fue lo primero que pensó. Lo segundo que se le vino a la cabeza fueron alusiones de libros de historia a estirpes de nobleza mágica que heredaban el poder, un pasado caduco que contribuía a explicar por qué hoy en día en Carabás la familia era una institución que se consideraba atrasada.
-¿Cómo son las ferias de tu planeta?- preguntó con curiosidad. Otra antigüedad que no había tenido ocasión de conocer más que en libros o películas.

-¿Por qué tendrían que haberme ayudado? Eso es para los mima...- paró a mitad de la frase. Explicarle la problemática de los "niños de papá" a Lara era una cuestión espinosa, dado el cariño que la ordesa profesaba a sus hijos. Pero no se veía capaz de hacerse entender sin hacerlo. Se mesó el cabello por acto nervioso, tratando de encontrar las palabras.
-¡Es que es muy raro!- se defendió para justificar su falta de precisión.

La figura de los padres, en la mayoría de los ya escasos casos, rozaba la de examinadores extra. Se encargaban de que no bajabas el listón: de que traías a casa unos resultados. Si estaban, desde luego no estaban para ayudar; y si querían desde luego que no les dejabas. Bastante tenías con cargar a cuestas el estigma de que no pagabas tus propios gastos, de que no empezabas de cero como todos los demás, de que si tus resultados no eran suficientes daba igual porque papá y mamá estaban ahí para cubrirlo.
Todo aquello se lo explicó el carabés a Lara según se le fue viniendo a la mente.
-Nadie envidia a los que viven con sus padres. Donde yo vengo- se apresuró a añadir al final-. No es justo tener ventaja, y encima tienes que demostrar el doble a los demás para que vean que te ganas las cosas. Es más fácil vivir sin que nadie te vigile. Y además no sé, la gente normalmente quiere vivir la vida en lugar de andar cargando con sus hijos- se encogió de hombros-. No sé cómo os las apañáis ahí en Ordesta. Lo haces sonar muy fácil.

―¿Las ferias? ―Lara suspiró y sus ojos se iluminaron recordando los buenos tiempos que había pasado en ellas cada tarde―. Las de mi pueblo eran... son las mejores del Feudo  probablemente de todo el Pezón. Son geniales, amenizadas siempre por los mejores músicos y con cieeentos de carpas y carpas donde la gente reta a la suerte con juegos de cartas, de dados, apuestas... Ya sabes, para llenarse el bolsillo de puntos. También había números de teatro, de equilibrismo, mimos, prestidigitadores... ―a la ordesa se le llenaba la boca hablando de sus ferias―. Yo era miembro de un grupo de rol y solía organizar partidas con mis amigos mientras nuestros padres se ganaban el pan por las casetas. Rara era la vez que perdía, con mi soplo mágico... ―volvió a suspirar. Era cierto que aquel gesto había estado presente en todas las partidas que había ganado, pero... ¿Soplo mágico? No había nada mágico en soplarse en la mano.

Escuchó con interés el punto de vista de Taro (y carabés, en general). Daba la sensación de que su mundo era una congregación de gente solitaria. <<¿En quién te refugias cuando no te queda nadie? ¿De verdad no necesitan una familia?>>. Para la madre, la suya había sido un pilar importante, incluso aunque a veces hubiera amenazado con derrumbarse.

―Supongo que tenemos cada uno muy arraigadas las costumbres de nuestros lugares de origen, porque a mí también me cuesta entender Carabás. Supongo que en Ordesta es importante hacer una piña desde el punto de vista familiar. Los grandes feudos surgieron de... grandes piñas ―soltó una carcajada, algo arrepentida de aquella metáfora―. Yo no sé qué habría sido de mi embarazo sin mis padres. O de mis propios conocimientos sobre la maternidad... ―reconoció algo triste, sin su madre probablemente alguno de sus hijos no hubiera llegado a la noche del encuentro con dama Asquerosa―. Oye, ¿y cómo se desprende una madre de sus hijos tras el parto? ¿No les... duele separarse de ellos? Imagino que no, pero se me hace tan raro...

Taro escuchó en silencio. Quizá fuese por la práctica con sus hijos, pero Lara tenía una forma de contar las cosas que se asemejaba mucho a narrar un cuento. O quizá se tratase de que, cuando revertía a una faceta más parecida a la ordesa del principio de la cosecha, prácticamente se palpaba en el aire lo que le entusiasmaba tal o cual cosa.

-Tras el...- la cara de Taro era más expresiva que cualquier poema. No había caído en la cuenta de que teniendo la tecnología que tenían, en Ordesta no sólo pasarían por la gestación completa sino por un parto sin magia anestésica."¡Aaaah, dolor, dolor!"
-No, mira, es que... normalmente... se los quitan bastante antes de que nazcan, ¿sabes?- explicó abstractamente, algo apurado-. Para no andar con el bombo por ahí. En lo que el test da positivo se puede ir a una clínica y... bueno, hacen magia y ya está- volvió a hacer otro aspaviento-. Y luego con más magia el crío crece en un laboratorio. Es menos raro de como lo estoy pintando, pero es que me explico fatal- se disculpó. Se lo explicaría a la ordesa con más detalles si así se lo pedía, pero también agradecería enormemente un cambio de tema.

Mientras tanto daba gracias fervientemente a la vez por haber nacido en Carabás, por haberlo hecho en la actualidad y por haber salido tío.

Desempolvar todo lo que había tenido antes de tomar la peor decisión de su vida no había hecho mucho bien a Lara. Echaba de menos muchas cosas y a mucha gente y sentía una nostalgia tan poderosa como aquellas que te atacan tras años y años desde que aquello que añoras se manifestó por última vez. Rocavarancolia convertía los minutos en losas y no lo había sabido hasta que había echado la vista atrás y las había visto todas juntas. La ordesa agachó las orejas de forma inconsciente y clavó la mirada en el suelo. <<¿Volvería a ver todo esto?>>. Gracias al Azar, el darse palique con Taro impedía que su ánimo decayera por completo.

―Creo... ―lo más parecido a un test de embarazo que Lara conocía eran esos exámenes orales que le hacía su madre para asegurarse de que había aprendido cómo cuidar de cinco bebés y la ordesa estaba seguro de que Taro no se refería a nada de eso―. Vale, sí, creo que te he pillado y eugh... ―<<¿Dónde queda eso de que para los bebés es bueno escuchar a la madre y lo de oír buena música y estar rodeado de buenas intenciones y...>>. Realmente Lara no conocía más motivos por los que el embarazo dentro de la barriga era positivo para los bebés y, aún así, esa parte de Carabás no era muy del agrado de la muchacha. <<Son como comparar un libro escrito a mano con uno salido de una imprenta>> se dijo. <<Se ahorrarán mucho esfuerzo gracias a toda la magia que usan, pero irónicamente pierden todo lo mágico que hay en tener niños>>. Lara estaba convencida de aquello. Si alguna vez volvían a ser libres y alguien les daba la opción de viajar entre planos y visitar todos los mundos, Lara tenía claro a dónde no se iría para mejorar como madre. Sin embargo... ― Y luego, ¿lo de enseñaros magia cuando ocurre? Espero que no hagáis cosas raras con los bebés recién nacidos para... yo que sé, convertirlos en aprendizadores natos o algo ―añadió, con total y sincera ignorancia.

Dentro del torreón, Lara tenía más motivos para pensar que le habían corregido el cerebro a Archi que a Taro o que le habían hurgado mal el cerebro al aprendiz antes que a Taro también, pero no había pensado en ello hasta después de hacer las preguntas. Las cejas de Lara se fruncieron por sobrepensamiento.

-No, a tanto no llegan- "porque no saben aún", añadió mentalmente. A Taro no le cabía ninguna duda de que de encontrar los mecanismos que causaban las mejoras deseadas, aplicarlas con genemagia se volvería la norma-. Lo de aprender viene después, cuando pasamos de la guardería a educación primaria. Nos enseñan lo básico a todos, y según van descubriendo a los que saben hacerla y a los que no, nos van separando por clases, y luego por puntuaciones. Vosotros estaréis todos mezclados, ¿verdad?- preguntó. Teniendo en cuenta el gigantesco popurrí que parecía ser la crianza en otros mundos, le parecía probable.

"Cómo tardan", se quejó mentalmente al pensar en los de fuera. Teniendo en cuenta adónde habían ido sintió una punzada de aprensión en el estómago, que trató de reprimir lo antes posible buscando cualquier forma de distraerse. Estaban bien, todos, se dijo. Las casas sólo atrapaban a gente como él.
-Lara, ¿se te ocurre algo para pasar el rato?- preguntó, a cuento de la conversación anterior sobre ferias-. Con cartas o los dados o algo así. Con lo que sea, en realidad.
La mayoría de los juegos gratis que podían jugarse en las residencias estaban centrados en desarrollar la memoria, la habilidad mental o digital, la inteligencia... en definitiva, de juego tenían poco. Era así a cosa hecha, para evitar que perdiesen el tiempo con actividades que no les aportasen nada. Por eso Taro solía preferir gastar unos cuantos créditos a la semana en un arcade, pero obviamente aquello no era una posibilidad en Rocavarancolia.

<<Menos mal>>, pensó la madre al oír que no llegaban a ese extremo tan.... horroroso. Lo del colegio mágico le sonaba mucho más apetecible y, siendo sincera, Lara quería pensar que de haber nacido allí, habría sido de las que habría destacado. <<¿Cómo podrá la gente no querer estudiar magia?>>. No alcanzaba a comprenderlo: para ella todos los carabeses deberían de empollar los codos a saco. <<Despilfarrar una oportunidad así debe de ser como plantarle un ñordo a la Suerte en vez de darle las gracias por disponer de ella. Por el amor de lo azaroso..>>. La voz de Taro la sacó de sus divagaciones.

―¿Eh? Ah, sí, sí... Los tontos y los listos, todos juntos ―añadió, dándole la razón―. No sé si sería el mejor método, pero así las clases se hacían divertidas con todo ese mejunje de inteligencias. Algunos de mis compañeros se merecían mucho reconocimiento a pesar de no saber multiplicar correctamente ―al fin y al cabo, el de comediante también era un oficio.

La luz que había invocado cesó por fin y Lara casi sintió la punzada de utilizar el hechizo de amplitud sensorial para contrarrestar la "oscuridad" repentina que se había formado. <<Aquí no>> se regañó a sí misma y, para distraerse, metió la mano en la cesta e hizo cosquillas a los pequeños. La nueva pregunta de Taro la sacó de ahí y le dio justo lo que necesitaba: una distracción sólida.

―Baraja no tengo, y con los dados a secas... Jugar a sacar la máxima puntuación con ellos no tiene gracia si no estás apostando puntos ―se quejó. Sin embargo, pronto tuvo una revelación―. Ey, si Ippon nos ayudara a dibujar un tablero de rol en la mesa... ¡O mejor aún! ―Lara se estaba intusiasmando sin ayuda de nadie, tenía las orejas a punto de aplaudir― ¡Podría dibujar un mapa de Rocavarancolia (lo que conocemos de ella) en la pared! Y así montarnos una partidaza de rol con él. Además nos vendría genial para aprendernos mejor esta mierda de sitio ―la ordesa había recuperado el brillo en la mirada y la decisión sana que había calzado los primeros días en la ciudad, antes de que todo se fuera de madre―. ¿Qué te parece? ¿Participarías en algo así? Si no sabes yo te enseño, ¡que se me da genial! ―no lo manifestó en voz alta, pero en sus gestos se podía leer un "Porfas, porfas, porfas".

Taro sonrió a su pesar. No se hacía una idea de cómo aquella mezcolanza de gente podía resultar divertida (él se había alegrado inmensamente de la progresiva segregación en clases diferentes entre los listos prepotentes y los vagos como él) pero si Lara lo decía se imaginaba que debía ser así.

"¿Apuestan puntos?", se preguntó extrañado, relacionando puntos con créditos. En Carabás instituciones oficiales como la lotería habían quedado terminantemente derogadas, de modo que las apuestas se limitaban al terreno de lo competitivo y aún así con sumas pequeñas. El azar no se tenía en gran estima. Y desde luego el grueso de los estudiantes no estaba dispuesto a jugarse en algo tan poco fiable los créditos que ya les costaba bastante ahorrar para sus caprichos.

No sabía qué botón había apretado para ello, pero tenía delante a la Lara del principio, y aquello se agradecía. Cuanto más durase así mejor, y además no tenía ni idea de cómo funcionaba algo de ese tipo, de modo que no le costó nada seguirle el juego. Su entusiasmo era contagioso.
-Pues sí que nos va a venir bien y todo. ¿Teníamos un libro con mapa por aquí?- preguntó, incorporándose en la mesa-. Mientras llegan los demás y eso, me puedes ir explicando cómo va. Como si fuera tonto, desde el principio- añadió.

Prefería preguntar antes de pintarrajear la mesa, residuo de vivir desde que nació en una residencia donde ese tipo de cosas solían ser comunales y quien rompía, pagaba.

El llanto de los críos le hizo abrir un ojo. El otro estaba atrapado contra el reposabrazos del sillón. «Justo ahora que embalaba en quedarme sobado…». No tenía intención de moverse, aun así. Esperaba volver a quedarse dormido, pero entre tanto se dedicó a escuchar la conversación entre Taro y Lara, espabilándose poco a poco hasta terminar sentado en el sofá. Alguna que otra vez se le escapó alguna risotada entre dientes que tal vez podría haber sido escuchada en la cocina. Le resultaba inevitable porque si el mundo de Lara era peculiar, Carabás era tremendo. Se alegraba de que Irraria no hubiera llegado a un nivel tal de artificialidad, y eso que allí prácticamente era necesario vivir en pueblos para darse cuenta de a lo que habían llegado. No era necesariamente todo malo, pero había muchas partes desagradables.

Se decidió a acercarse a los otros dos cuando comenzaron a hablar de la posibilidad de hacer un juego nuevo. Cualquier cosa para pasar el rato era tan bienvenida para el irrense que fue a ver si podía echar una mano y, de paso, distraerse con ello. Cuando tomó asiento en la cocina, lo hizo secundando la petición de información sobre el funcionamiento. Procuró ponerse lejos de la cesta de los críos para no terminar estornudándoles cerca «aunque a Taz le debo uno».
―Aquí hay otro interesado ―«en sacar entretenimiento de debajo de las piedras».

Ver a Cío acercarse le sacó una sonrisa que solo pudo mantenerse al ver que tanto el irrense como el carabés mostraban interés.

―¡Perfecto! ―Lara estaba emocionada de más―. Pues os explico: lo primero que necesitamos sería un narrador que marcara en el mapa diferentes puntos: tesoros, retos, enemigos, trampas... y preparara una historia para los jugadores en torno a todo ello. Luego los jugadore se crean sus fichas de personaje: aspecto físico, forma de pensar, pasado, caracteristicas especiales como afinidades, magia, fuerza sobrehumana, etcétera ―no se estaba explicando con la profundidad que le habría gustado, pero la idea de tener un juego así en Rocavarancolia la tenía tan contenta que no daba para pensar mejor―. Esos personajes se sitúan en el mapa una vez que el narrador les ha dado el visto bueno y entre todos vamos contando una historia. Si hacemos el rol narrado, los dados solo nos harían falta para aquellos momentos en los que los resultados de X acciones estén condicionados por la suerte de cada personaje.

>>Pero, ¿os imaginais? ¡Podemos hacer personajes geniales! Ya habéis visto que la ciudad tiene cosas superdiferentes, como los tipos que nos querían vender pollas de plástico, o Astra... o los que nos trajeron aquí ―ante la mención de los cosechadores Lara no ocultó el desprecio―. Seguro que es divertidísimo...

Kudryavka

Le dedicó una última sonrisa a Ri al salir del cuarto debido a que le habia llamado por aquel nuevo nombre, el nombre que él habia elegido y el nombre que él queria responder.
Al salir fuera, salió con una gran carcajada, con los brazos en la nuca, mientras mostraba con cierto orgullo su bufanda.
-¡La recuperé!-dijo finalmente con un saltito. Al dar aquel salto, algo fue extraño, sin embargo. Comenzó a palparse el pecho y se metió las manos bajo la camiseta.-¡No está! ¡No está!-exclamaba, hecho un manojo de nervios.-¡He perdido la mano!-

Entonces fue Keiria quien se la entregó.
-¡La has encontrado! ¡Gracias, Keiria! ¡Porque ese es tu nombre, Keiria!-comentó con una larga risotada, dandole una palmada en el hombro a la ulterana para despues colgarse la mano de mono del cuello.-Por fin recuerdo todo... O casi todo. Todavia tengo lagunas con respecto a la ciudad y con los otros torreones, pero estoy seguro de que las encontraré tambien.-admitió con una risilla nerviosa. Al instante, su estómago profirió un gran rugido. Con sus memorias, habia vuelto ciertas costumbres viejas para él y, una de ellas, era la glotoneria.-Estoy famélico, ¿os importa que volvamos al torreón, comamos y os cuento más?-estuvieron de acuerdo.-¡Pues vamos, más allá del horizonte!-dijo el joven ruso señalando la dirección hacia maciel y encabezado la marcha, tarareando de nuevo.

Una vez llegado al torreón Maciel, su nariz captó el olor a comida y fue directo a la cocina. Si por el camino se topase con algún habitante, le sonreiria, saludaria por su nombre y le levantaria el pulgar. Una vez en la cocina, dispuso toda la ayuda que podia ofrecer para el cocinero. Ayudó a poner la mesa y una vez estuvo lista la comida, llamó a los demás a comer.
No solo estaba ansioso por llenar la panza, sino que el hecho de que, despues de todo, siguiera teniendo aquel rincón y que, por fin, iba a poderles contar sobre él, se puso hasta nervioso de pura excitación.
La mesa dispuesta, los comensales sentados, el aprendiz se dedicó a comer con la voracidad que nunca le habian llegado a ver, sentado sobre sus piernas como solia hacer, observaba mientras los demás terminaban sus platos y solia llenarse el aire de conversaciones triviales. No fue hasta un breve silencio que el chico volvió a hablar, creyendolo oportuno.
-Me llamo Jack Nabukov.-les dijo con una sonrisa de oreja a oreja.-Ese es el nombre que mis padres me dieron al nacer. Pero no es el nombre que quiero usar, no aqui. Sobretodo no aquí. Tengo otro nombre, que mi madre me dió con esta bufanda.-dijo, agarrandola entonces con una mirada tierna.-Es "Kudryavka". "Kud", si os parece muy largo, raro o complicado.-dijo con una risotada.-El caso es... Que esta es la buena: Es la pura verdad. Soy capaz de recordar desde el primer instante de mi vida hasta el momento de antes de venir a la ciudad con claridad cristalina.-admitió.-Aun tengo pequeñas lagunas sobre mis memorias en la ciudad y con otros torreones. Pero no con vosotros.-se rascó la sien, un momento.-No quiero infundar falsas esperanzas pero... Creo que esto es el final de... de lo que me ha estado pasando en los últimos meses.-Creo que no va volver a ocurrir. Pero si ocurre, estoy convencido, de que no perderé las memorias que tengo. No me olvidaré de mi pasado, ni de vosotros así que...-enredó una mano entre su pelo, mientras dejaba escapar una risilla avergonzada.-Por favor seguid cuidando de mi como hasta ahora....-dijo, juntando sus manos como en una oracion y haciendo una leve reverencia.

>> Yeh, esas clases de anime por fin van a dar sus frutos.