Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

- Claro - pero solo iría a las de exploración, que eran las que mas le interesaban. A Nero le gustaba la acción, pero no ofrecerse a bichos sin ningun motivo. Era una molestia que no compensaba. Por el momento, el grupito de tres podía dejarse comer por lo que les saliese al paso. Claro que no quería que sucediese: habría vacantes que rellenar y no quería obligaciones innecesarias. A parte, rara vez las perdidas salían a cuento. Reflexionando sobre ello, solo prescindiría de los niños en aquel torreón. Hasta el bicho chalado y el ratón tenían una función. Y los irrenses le caían bien.

Archime había encontrado el hechizo de eco en el grimorio y se había hecho una pregunta. ¿Qué sucedería si grababa los cánticos pertinentes correspondientes a un hechizo y empleaba la grabación en conjunto con los gestos? Decidió experimentar directamente y para ello empleó los conocimientos rúnicos que había adquirido a lo largo de las dos últimas semanas.

Empleando moldear materia, procedimiento lento ya que no quería arriesgarse a cometer el más mínimo error, y un tablón de madera desgastado, grabó la runa con el hechizo y completó el circuito con una portadora de un sensor de tacto. Inmediatamente después de anclar el hechizo a ella, la activó y comenzó a realizar los gestos al tiempo acorde al sortilegio de luz mágica que era el elegido para la prueba.

No sucedió nada, pero el biomecánico no se frustró por ello. Simplemente había demostrado que no se podía conjurar un hechizo de aquella forma, ayudándole a comprender aún más en profundidad el funcionamiento de la hechicería.

Dedicó todo el resto del tiempo de estudio de runas a diseñar un circuito sencillo que tenía en mente colocar como medida de seguridad extra en la puerta del torreón, consciente de que el cordel de alarma por sí solo no servía de gran cosa a pesar de que tampoco sobraba. Habiendo realizado ya gasto mágico ese día, no obstante, no lo llevaría a cabo y, una vez hubo pulido los detalles de la sencilla idea que había emprendido, abandonó el estudio prematuramente antes de la cena con la intención de cerrar otro proyecto pendiente.

Descendió las escaleras y encontró a Cío donde suponía que podría estar, aposentado en uno de los sillones del salón.
—Cío, podríamos realizar ahora el mantenimiento y la instalación de los cables si resulta conveniente.

Esa tarde tuvo un entrenamiento más con Xalkoth. Aunque se quejó de que ya se habían pasado toda la mañana andando la cosa no se suavizó, y cuando terminaron Cío se dejó caer en el sofá jadeando. Archi le encontró cuando ya respiraba normal, pero todavía no se había cambiado la ropa que usaba para entrenar, que era vieja y holgada, con algún que otro corte y agujeros.
—Cualquier cosa es conveniente si no implica correr o comerse hostias —le respondió de forma que evidenciaba su cansancio—. Venga, vamos.
Se levantó del sillón como si su cuerpo pesase dos toneladas y subió las escaleras detrás del biomecánico. Pensaba en si realmente encontraría alguna aplicación a aquel suplemento, pero como mínimo podía servirle en los entrenamientos para el maestro que se pasase de listo con los golpes. O al menos verlo de ese modo lo reconfortó en cierta manera.

Se sentó en la silla del escritorio y extendió el brazo sobre la mesa.
—Todo tuyo. —Pensando en que le tocaría de nuevo esperar mirando destornilladores, intentó sacar algún tema de conversación. Él no era hablador ni mucho menos, pero sabía que podía morir de inanición antes de que fuese su compañero el que iniciase una simple conversación banal—. Una vez contaste que no habías nacido en Ío, ¿de dónde eras?

Ante la respuesta positiva por parte de Cío, el irrense asintió y comenzó a subir las escaleras en dirección al estudio. Una vez allí sacó el instrumental necesario para el mantenimiento y la instalación del cableado nuevo además de los propios cables procedentes de las gafas.

Decidió comenzar con el mantenimiento estándar y abrió el brazo de Cío para engrasarlo. El ingeniero arrugó ligeramente el hocico al comprobar el estado en el que se encontraba aquel implante, ya que habían tenido que posponer su mantenimiento más de la cuenta y el desgaste producido en la ciudad lo maltrataban mucho más de lo que sería normal en Irraria.

—Nací en Arreco, un pueblo agricultor al sureste de Ío, más cerca de Apperi que de la capital —respondió a la pregunta del chico mientras continuaba adecentando el implante—. ¿Y tú? —añadió tras una pausa.

No prestaba atención a algo tan rutinario como una puesta a punto, pero esa vez le costó no fijarse mientras Archi quitaba piezas.
—Yo cerca de Resqiria, en Loberrno. Es un pueblucho donde solo hay hortalizas y un buen puñado de gilipollas. ¿Cuando te mudaste te llevaste a tu familia? —Alargó el cuello para mirar la parte visible de la articulación de su codo, con menos aceite de lo que la había visto nunca—. ¿Está todo bien?

Archime escuchó la respuesta de Cío sin ninguna confirmación por su parte de que había atendido a lo que decía, concentrado como estaba en continuar con el mantenimiento. No obstante sí le estaba atendiendo y, realizando una pausa en la tarea para comprobar si el nivel de aceite era correcto, procedió a responder a sus preguntas en orden.
—El SGR no permitió que mis padres se trasladasen, por lo que vivía solo en Ío desde el ingreso en la escuela —le explicó dirigiéndole una mirada parpadeante—. En cuanto al implante, no presenta daños graves pero se ha deteriorado más rápido de lo habitual. Aguantará hasta el final de la cosecha, no obstante, si realizamos este procedimiento como establecimos hace unas semanas. Aunque en caso de  mayor deterioro debido a algún accidente debo examinarlo cuanto antes porque sustituir las piezas sería altamente complicado.

Tras subirse el puente de las gafas, el biomecánico volvió a bajar la vista hacia el instrumental de trabajo y comenzó a abrir con un destornillador la zona del brazo de Cío en donde tendría que instalar el nuevo cableado para la modificación.

Asintió ante la explicación breve sobre su familia. No tenía ni idea de cómo iban los permisos para las mudanzas, pero sí sabía que eran estrictos. No dependían tanto de la persona que sacaba la nota alta como de los demás miembros de la familia en sí. O algo parecido. Lo siguiente que explicó lo desconcentró.
—Eso no da muy buena espina. Voy a tener que explicarle otra vez al insecto que esto no crece de nuevo —comentó con cansancio. No había manera de lograr que Xalk fuese más suave, a ver si al menos la advertencia de Archi lo convencía. Le aterraba, en el fondo, acabar viéndose privado de algo tan básico—. Bien, estoy jodido.
Rocavarancolia se reía de él. Lo dejaba sin magia y, encima, no le permitía pelear por su vida. «Haré lo que me apetezca hasta que termine reventando».

—Sería conveniente que moderase el desgaste que le está produciendo al implante, puedo explicárselo si es necesario —se ofreció. No pensaba permitir que el brazo sufriese tantos daños si podía evitarlo, especialmente porque Cío corría el riesgo de quedarse incapacitado durante el transcurso de la estancia en Rocavarancolia.

Archime se detuvo unos instantes en su tarea al darse cuenta de que había priorizado la integridad de su compañero ante la del ingenio mecánico con el que estaba trabajando. Tras unos segundos se dio cuenta de que era completamente lógico y no le dedicó más pensamiento a ese hecho por el momento.

Comenzó a instalar los cables, realizando las conexiones donde era preciso y alternando entre destornillador y alicates según fuese necesario. En unos minutos Cío podría probar su nueva arma incorporada en el implante.

—Bueno, a lo mejor no hace falta. Si no lo entiende le pego un hostiazo para estrenar el táser. —Tal como había pensado, no era tan mala idea. Después le dejó seguir trabajando sin interrupciones, estaba en la parte que ya no era rutinaria. Se sorprendió de lo rápido que trabajaba para no haber hecho aquello nunca antes, y pensó en cuánto le gustaría a Ippon trabajar con él, probablemente.

Cuando tuvo el brazo recompuesto lo primero que hizo fue flexionarlo y moverlo en todas las direcciones posibles para comprobar que estaba a punto. Habían sido muchas semanas de lento desgaste, pero ahora era cuando se daba cuenta de lo pesados que se estaban haciendo los movimientos, aún más de lo que parecía cuando los comparaba con los del brazo izquierdo. Después miró a Archi, dibutativo.
—¿Y ahora qué? ¿Cómo lo probamos?

Archime dirigió una mirada a Cío cuando mencionó el uso de la violencia con el clinger, pero no hizo ningún comentario al respecto mientras se preguntaba si el otro irrense estaría bromeando.

La nueva instalación no tardó mucho más en completarse, y el ingeniero procedió a cerrar por completo el brazo de nuevo, finalizando el mantenimiento pasándole un trapo empapado en un producto especial para limpiar implantes. Permaneció pensativo unos segundos ante la pregunta de Cío mientras devolvía sus herramientas de vuelta a los bolsillos adecuados, siguiendo para ello un orden determinado, y antes de que terminase de guardarlo todo se le había ocurrido algo.

—Puedo anclar una barrera contra desgaste físico en el patio y podemos comprobar la potencia del táser según la cantidad de descargas o tiempo de aplicación de las mismas necesarios para derribarla —explicó mientras ya salía del estudio en dirección a las escaleras—. A propósito, si lo necesitas también puedo anclar barreras similares a tus brazos cuando realices entrenamientos o salgas del torreón…

Una vez alcanzaron su destino, el biomecánico delimitó un área con una extensión que consideró adecuada para las pruebas y ancló un campo de fuerza estándar.
—Ya puedes comenzar —le indicó a Cío mientras se daba la vuelta para alejarse de la barrera.

Era la forma más inofensiva de hacer las pruebas, de eso no cabía duda, pero cuando lo tuvo “delante” no podía evitar pensar «es el objetivo más abstracto que te puedes echar por cara». Tras dar manotazos a la barrera se hizo una idea de su consistencia, similar a aquella cosa que no había dejado salir a Shaco por la puerta. «Bueno, vamos allá». Desencajó y retiró hacia atrás las falangetas de los dos dedos modificados. Siendo un arma tan burda era imposible regularla de ninguna manera salvo con su propia intuición, así que empezó con poca cosa, o lo que él creía poca cosa. Lo único que se les daba realmente bien a los irrenses era soltar una buena descarga ante un susto.

La primera prueba fue bien, lo que quería decir que estaba bien aislado. Después empezó a subir la intensidad hasta que se sintió agotado.
—¿Cuánto se supone que dura en pie una de estas? No sé si realmente las descargas están siendo fuertes.
Pero justo a la siguiente cedió. Empezó a pensar que en los entrenamientos debía ir buscando modos de usar ese complemento a su favor, porque si no tenía cuidado bien podía volverle la gracia de rebote. Debía aprender a moverse con ello.

Dejó de mirar el mecanismo durante un instante y se fijó en Archi. «Tiene que estar más loco de lo que aparenta si me ha ayudado con esto». Y probablemente todavía no le había agradecido suficiente lo que había hecho por él.
—Gracias —dijo de pronto. Era por todo, en general. Por hacer magia por él y ayudarlo siempre que podía. Podía ser la persona más monótona y cuadrada que había conocido, pero era buena gente.

Lara había pasado la tarde escuchando desde su rincón y leyendo a Milo. Solo bajó a relacionarse con el resto del grupo a la hora de cenar, olvidándose de cerrar la jaula del libro a su paso. No sería difícil para sus compañeros percibir su cara de cansancio, sus gestos taciturnos o alguna mirada rara durante la cena. Se acabó su plato y subió a la habitación con la intención de dormirse pronto y descansar. Los pequeños la obligaron a retrasar el pronto, pero finalmente cayeron rendidos y ella les acabó siguiendo.

Lo primero que hizo al lavantarse a la mañana siguiente fue lanzar una moneda al aire y suspirar con tranquilidad al ver el resultado, como si le hubieran quitado un muerto de encima. Aquello la animó a dejar de lado sus ideas del día anterior para salir con el resto. <<Lo volveré a intentar cuando vuelva>> se dijo, aún así.

Bajó a la cocina temprano de más y, mientras desayunaba, fue llegando la gente y se formó la partida de salida, como solía ocurrir. Lara pidió a los que se quedaran hoy que vigilaran a sus niños y se enfundó con todo lo necesario para salir. En su mente, una única preocupación: <<¿Habrá acertado la moneda?>>. Había fallado en todas las ocasiones anteriores, pero cada vez que veía un resultado positivo, la esperanza acudía de nuevo a Lara como una caricia curativa; aunque cada vez sanaba con menor intensidad.

Keiria no asistió a la salida, no se había levantado con ganas de salir de excursión y prefirió quedarse. Dedico la mañana a sus entrenamientos diarios, alargando la sesión de “tai-chi” mas de lo habitual, pues Shaco y Cio habían ido con el grupo, y dándose un buen baño después. Cuando la expedición regreso algo después del mediodía, la ulterana estaba leyendo en el patio, pero se apresuro a entrar para enterarse de las noticias. Al parecer habían estado en la casa que cambiaba el sexo, una experiencia que a la pelirroja se le antojaba sumamente extraña, y venían bromeando sobre ello.

Una vez estuvo segura de que no les había pasado nada y de que ninguno volvía herido, la muchacha se enfrasco de nuevo en su libro y apenas converso con nadie el resto del día. Había notado el cambio en el buen humor de Lara, pero no sabía como abordarla para preguntarle que le preocupaba. La mestiza podía imaginarse que estaba preocupada por sus hijos, pero no estaba segura de si era un asunto de su incumbencia.

La noche llegó y los macieleros empezaron a irse a la cama, exceptuando a los sinhadres y al trabajador de Archi, que continuaron con sus patrones habituales. Keiria por su parte continuó leyendo, memorizando aquellas leyendas y ritos vinculados a la Luna Roja, sin ser capaz de sacar nada en claro. El libro no resultaba muy conciso, pues daba muchas cosas por supuesto para cualquier rocavarancoles común, pero no para una cosechada ulterana. A pesar de todo, era una lectura entretenida, y la tenía tan enfrascada que no se percataba del frío nocturno hasta que se iba a la cama entrada la madrugada.

Una idea empezó a formarse en su cabeza mientras se arropaba, pero el sueño la atrapó muy rápido y, sin poder evitarlo, sus pensamientos se diluyeron en la inconsciencia.


Se despertó algo mas tarde que de costumbre, y con los ojos aun enturbiados, bajo a desayunar. La mayoría de sus compañeros ya estaba allí, y estaban organizando otra salida. Keiria tampoco tenía muchas ganas de explorar la ciudad aquel día, así que se ofreció a cuidar a los hijos de Lara.
—Yo puedo echarles un ojo si quieres salir —le dijo, echando un vistazo al interior de la cesta donde los pequeños descansarían mientras la ordesa estuviera fuera—, estarán bien hasta que regreséis.

Podría decirse que Xalk estaba en las nubes mientras desayunaba, y en su mente sucedía eso literalmente, pues se había embobado imaginándose a sí mismo dando saltitos entre cúmulos imaginarios sin ninguna razón aparente y, si a eso añadíamos que no se acordaba de nada de lo sucedido tras la última salida por la simple razón de que  lo que fuera le había aburrido…
En cualquier caso ahora estaban hablando de salir otra vez, y como era de esperar el insecto iba a apuntarse sin dudarlo.

Aquel día en concreto se había olvidado las armas arriba, así que subió para recuperarlas. Fue en el momento de bajar cuando se encontró algo en las escaleras que no estaba allí antes.
Era un libro, no les prestaba excesiva atención, así que no logró identificar cuál de ellos era. “¿Se le habrá caído a alguien?”  En cualquier caso habría que recogerlo de ahí, así que el insecto se dispuso a hacer precisamente eso, y luego bajarlo al salón. 

En el momento en el que el clinger agachó las manos, el mencionado libro, que estaba abierto, se cerró con fuerza en la muñeca del clinger, en un acto similar a un mordisco. – ¡¿Pero qué?!
La reacción instintiva del Xalkoth fue agitar el brazo a ver si así se soltaba, pero no hubo suerte. Lo siguiente fue tirar con la otra mano, pero seguía sin querer soltarse. -Quita, cosa… ¡Quitaa!
Al final, tras tirar con todas sus fuerzas acabó por sacarlo de ahí, pero del impulso el libro salió despedido hacia arriba, para luego caer con las “fauces” abiertas y cerrarse esta vez en la cara del pobre clinger. -¡Hffmmm! ¡MFFFFFPPPFF!
Privado de la vista perdió el equilibrio y, libro y clinger, cayeron escaleras abajo. El estruendo que montó tendría que haberse oído en todo el torreón, y si alguien iba a ver lo que pasaba podría encontrárselo tirado en el suelo dando vueltas e intentando quitarse el libro de la cara.

El ofrecimiento de Keiria alegró a la ordesa sobremanera.

—Gracias, Kei—estuvo tentada a darle un beso, pero recapacitó al recordar cómo solía reaccionar Archi a las muestras de afecto. <<Voy a tener que pasarle un cuestionario a todos, para que no se piensen que me quiero casar con ellos por darles un besillo amistoso>>—. Si lloran mucho, puedes darles requesón, que ya lo comen sin problemas y les sienta mejor que las nanas. Son unos glotones...—añadió en un tono maternal antes de subir a por sus cosas.

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Cuando Xalk apareció de aquella manera en el umbral de la escalera, Lara estaba ya abajo, discutiendo consigo misma sobre si debería cambiar o no algunas piezas de su armadura improvisada o agenciarse un arco. Al principio pensó que sería la caída rutinaria del clinger, sin más, pero no tardó en descubrir a su libro mordiéndole la cara y sintió algo de culpa. No le quedó más remedio que correr hasta él y tirar del libro hasta que se soltara. Tenía una corazonada interior de que algo así pasaría, teniendo en cuenta de lo que trataba Milo. O eso creía ahora, que ya había pasado.

—¡No, Milo! ¡Mal libro! ¡Suelta, suelta!—Lara consiguió que se soltara y casi sonrió durante escasos segundos. A partir de ahí la culpabilidad le obligó a ponerse seria—. No te puedes comer a los amigos de tu dueña, ¡animal!—volvió a reprender al libro antes de redirigirse a Xalkoth—¿Estás tú bien? ¿Todos los huesos enteros?—a pesar de lo gracioso de la situación, Lara estaba preocupada tanto por el estado de salud del bicho como por lo peligroso que había resultado ser Milo. Y no podía evitar sentirse responsable de aquel porrazo.

Se levantó tarde, después de haber abierto un ojo había vuelto a quedarse dormido y ahora un estruendo en las escaleras lo había hecho incorporarse. Salió de la cama y, descalzo y con solo un pantalón, fue al pasillo a ver qué estaba pasando. Por el hueco de la escalera vio a Lara arrancándole a Xalk un libro de encima. Al ver que el bicho estaba bien se echó a reir y volvió al cuarto para ponerse el chaleco y las botas. Cuando llegó abajo le dio una palmada al insecto en el hombro, aún de buen humor.
—Tú atraes a los problemas, ¿verdad?
Por otra parte, Lara parecía demasiado preocupada por lo que acababa de pasar. Le daba la impresión de unas semanas atrás habría reaccionado de otra manera.

Finalmente, con la ayuda de la pastora, el libro terminó por despegarse de la cara de Xalkoth. Estaba algo mareado por la caída, pero consiguió levantarse, aunque con torpeza.
-¡Ayayayayay! Me duele todo, pero creo que sigo entero.
Que un libro se lo hubiera intentado comer era tan raro que hasta al propio clinger lo había dejado sorprendido cuando pasó.
Entre tanto Cio había aparecido también por allí, seguramente atraído por el ruido de su reciente intento de fagocitación.
-Oh… ¿en tu mundo los problemas pueden ser atraídos por cosas? Vaya... en el mío los problemas son problemas a secas. Puedes tenerlos o no pero atraerlos no es posible.

No. No había entendido que era solo una forma de hablar. El insecto era así de único después de todo.