Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

Shaco se rió con fuerza tras comentar algo sobre una chica-calamar invasora, la cual Keiria no conocía, ella simplemente se limitó a sonreír, ya acostumbrada a las peculiaridades del humano. Las siguientes palabras del chico sin embargo, le hicieron entornar los ojos, no muy segura de que responder a eso. Para empezar tampoco conocía a esa tal Granberia, pero eso no era lo mas importante; lo que la inquieto fue la mención al corte de pelo, que reflejo cierto rechazo en sus ojos. Ya hacía tiempo que sabía que su cabello y el de sus compañeros era distinto, estaba claro que no podían moverlo a voluntad, y al llevarlo muchos de ellos corto, ella presuponía que no tenían problemas a la hora de mutilarlo. Lo mas seguro era que el pelo de sus compañeros estaba formado por células muertas, y no tenía mas utilidades aparte de proteger de las diferencias de temperatura y ser meramente estético. Podía entender la pregunta de Shaco si tenía en mente aquellas diferencias entre razas.

Se tomo unos minutos para meditar la respuesta sin embargo, quería explicárselo bien.
-Te agradezco el cumplido sobre la trenza -empezó con una leve sonrisa-, pero lo de llevarlo corto... no, en realidad nunca lo he pensado. Ya ves que mi pelo se mueve, cualquier ulterano puede hacerlo, pero el que se mueva implica en cierto modo que esta vivo, ¿no crees? No es algo mágico, es algo biológico. Mi raza mueve sus cabellos como si fueran otra extremidad, de la misma forma en que movemos las manos. ¿Te dolería si te cortaran un dedo? -le preguntó al chico-, porque a mi si, al igual que me dolería si me cortara el pelo -concluyó, pensativa-. A veces nos lo arreglamos, por supuesto, si no iríamos arrastrándolo por el suelo -rió con suavidad-, recortamos las puntas y nos lo cuidamos, pero no deja de doler.

El aprendiz puso una cara amarga cuando supo de la situación del pelo de su especie. No pudo evitarse sentirse algo culpable y estúpido, sobretodo al pensar si fuese al revés la situación y alguien le dijera que "Le sienta mejor los dedos cortos". Negó con la cabeza y se quitó la macabra imagen mental de esta.
-Vaya... A primera vista nadie diria que no nos diferenciamos tanto...-dijo, parpadeante.-No escupireis fuego ni nada, ¿verdad?-dijo de broma entre risas.

>> Eso si que le convertiria en Granberia. ¡DECAPITACIÓN DEL DEMONIO CALAVERA! ¡HYAAAAAAAA!

Se puso de pie. Otras personas dirian que tan de mañana hacia frío, pero el aprendiz tenia una bufanda y le sobraba calor corporal para dar y tomar así que para él hacia un "sano frescor matutino". Suspiró.
-Tengo un poco de gusanillo así que creo que voy a pillar el primer desayuno. ¿Te apuntas?-comentó bucólico y dió un saltito para incorporarse. Tras escuchar su afirmativa, los dos se dirigieron a la cocina y prepararon sus desayunos. Aun ni habia salido el sol, y el aprendiz ya estaba sumido en su rutina. En un pequeño cuenco puso un par de piezas de fruta, melocotones y platanos sobretodo y los dejó al final de la mesa. Sentado en el lado opuesto al cuenco, con su libro "Ent si los miento" abierto y un buen puñado de cristales e intentó encantar la fruta de al final de la mesa para diversos objetivos.
Atrajo un melocotón para sí y, extático por haber dominado al fin el hechizo accio, probó a hacerlo levitar y lo movió por toda el lugar, haciendo loopings, volteretas y, como aclamó en voz alta "giros de barril" todo mientras tarareaba por lo bajo. En sus debidas pausas fue terminandose su desayuno, pero siguió entrenando mucho más tarde de que saliera el sol.

-Bueno, a fin de cuentas somos de planetas diferentes -rió, poniéndose en pie y quitándose algo de polvo inexistente de las rodillas. Hacía algo de fresco, pero apenas lo acusaba, y mientras el humano soltaba otra de sus frases aleatorias, la pelirroja se estiró y observó como el cielo empezaba a clarear por el este.
-Si, también tengo algo de hambre -aceptó la oferta del pelinaranja, encaminándose hacia el torreón tras dejar el cubo para sacar agua junto al pozo.

Mientras el humano se preparaba un cuenco de fruta, alimento que la muchacha siempre evitaba por su alto contenido en glucosa, Keiria hizo un poco de pescado a la plancha, aderezándolo con algunas especias que encontró por las cestas. Lo sirvió en un plato con un poco de pan y se sentó a la mesa, observando como el aprendiz trasteaba con la magia. Siempre le resultaba curioso ver como sus compañeros experimentaban con los hechizos, y cuando tenía oportunidad, pasaba un rato analizando sus movimientos, tratando de encontrar el patrón que se le escapaba cuando ella lo intentaba. Siempre acababa frustrada y se iba a hacer otra cosa; esa vez no fue la excepción. Acabó de comer y recogió su plato, poniendo en orden la cocina y limpiando lo que había ensuciado.

Mientras se dirigía al patio, pudo apreciarse por un instante como fruncía el ceño, reflejo de sus pensamientos sobre la aparente aleatoriedad con la que se designaba a las personas que podían practicar la magia. Fuera la temperatura no había aumentado y seguía haciendo fresco, aunque había algo mas de luz. La ulterana se había levantado con la idea de iniciar una rutina de entrenamiento físico: si no podía defenderse con magia tendría que encontrar otra forma de mantenerse segura en la ciudad. No sabía muy bien como empezar, había dedicado la mayor parte de su vida al estudio y a los libros, y a pesar de que su cuerpo estaba en buena forma, nunca lo había entrenado. Decidió tirar de su memoria e imitó a su padre, poniendo en práctica una serie de movimientos destinados a la meditación y al estiramiento que el hombre ejecutaba todas las mañanas.

Sus movimientos, titubeantes al principio, ganaron en fluidez y seguridad a medida que su mente despertaba, poniéndose en marcha y haciendo que los recuerdos acudieran a ella con facilidad. Para un humano sus gestos eran muy similares a los de un practicante del tai-chi, pero bajo dichos movimientos se podía apreciar una gran fuerza contenida. Los músculos de la pelirroja estaban tensos, y a pesar de que su rostro y su cuerpo parecían relajados, sus ojos reflejaban una absoluta concentración. Keiria practicó durante toda la mañana, mientras el sol asomaba por fin sobre el mar y empezaba a recorrer el pálido cielo.

La oscuridad lo invadía todo. Allí abajo no había ventanas, ni ninguna fuente de luz que permitiera a nadie diferenciar si era de día o de noche. Había una antorcha, si, pero se había apagado haría ya una hora, o tal vez más. Tampoco se escuchaba ningún sonido, excepto un repiqueteo constante procedente de alguna de las celdas del lugar.

Tras los barrotes, un clinger con el exoesqueleto agrietado e inexistente en algunas zonas temblaba de frío. La temperatura había ido bajando a medida que avanzaba la noche, y en un intento vano de entrar en calor se había acurrucado en una esquina, donde había comenzado a tiritar, y así seguía.
Por culpa de esos mismos temblores había sido incapaz de reconstruir su exoesqueleto, que yacía a pedazos y repartido entre el suelo y el propio cuerpo del insecto.

No sabía cuanto tiempo había pasado, tan solo repartía su mente entre buscar la forma de conservar el calor, y en desear que acabara la noche ya. De hecho ni siquiera se percató de que alguien había bajado a visitarle. 
Cuando Cío le tendió la manta entre los barrotes no reaccionó. Pasaron unos segundos en los que el clinger siguió tiritando como si no se hubiera dado cuenta de nada. Luego, sin previo aviso y a toda velocidad, se lanzó contra los barrotes, agarró la manta, y retrocedió tan rápido como pudo. Una reacción rápida por si el irrense cambiaba de opinión. Sin responder a lo que le estaban diciendo se tapó con ella y volvió a su postura inicial, aunque ahora tiritaba menos. 

No fue hasta que el mamífero se empezaba a marchar cuando por fin las primeras palabras salieron de su boca: -¿P-ppor q-qué?- Era una voz muy débil, fruto de la debilidad y el abatimiento que tenía encima el insecto por todo lo que le había estado pasando aquel día. Probablemente escucharle costara un poco.
-N-nnunca hice nada p-poror t-tí. Nunca t-te ayudé. Al cont-trario, te he p-perjudic-ccado cuando p-perjudiqué al grupo hoy. No hay mot-ttivos para venir a ayud-darme. As-sí q-que... ¿P-ppor q-qué m-me ayud-das?-

Archime había pasado el resto de la noche descifrando el complejo idioma del libro de magia. Gracias al diccionario había sido capaz de descifrar y llevar a cabo dos hechizos nuevos. Uno consistía en crear una campana insonorizadora que envolvía la zona circundante y que impedía que el sonido traspasase dicho perímetro hacia el interior. El irrense sospechaba que debía poderse ejecutar en ambas direcciones, pero todavía no sabía cómo. En cuanto al segundo hechizo, había realizado pruebas con una vela, lo cual le había costado quemarse ligeramente la punta de los dedos en un par de ocasiones antes de conseguir que su mano no acusase el fuego. El sortilegio ignífugo también se probaría útil en diversas situaciones, sin lugar a dudas. No obstante, aquello por sí solo le había costado toda la noche hasta que cayó rendido de cansancio como de costumbre, ya que además había mantenido el hechizo insonorizador más tiempo del que debía.

La mañana siguiente llegó y no fue sino hasta cerca de mediodía que el irrense comenzó a despertarse con los gritos incoherentes de Shaco. Se notó aquejado de diversos dolores por todo el cuerpo, incluído el leve escozor que aún notaba en las puntas de los dedos. Tal vez debería empezar a emplear alguna alarma para no quedarse dormido en el sillón, no reportaba unos despertares precisamente agradables. Bostezó mientras se colocaba correctamente sus gafas y se levantaba trabajosamente del sillón. A continuación cerró el diccionario que estaba abierto de par en par ante él y lo colocó sobre el asiento antes de dirigirse hacia la cocina. Shaco estaba allí, pero el biomecánico se limitó a adquirir un copioso desayuno y sentarse a comer en silencio. Cuando más de sus compañeros se congregaron en la planta baja, no obstante, se acercó a un recién aparecido Cío. Era él quien se había mostrado más a favor del clinger anoche y por ello prefirió dirigirse a él con la cuestión que llevaba mascando desde poco después de levantarse.
—Si todos están de acuerdo, deberíamos liberar a Xalkoth.

Lara se durmió tan tarde que los gritos de Shaco o las conversaciones de madrugada apenas la hicieron mella en ella. A pesar del sueño, a Lara se la vio enérgica aquella mañana. Bajó a desayunar y fue asaltando a todos los que iban pasando a la cocina para contarles los nombres que había acabado decidiendo para sus pequeños, que dormían apaciblemente en su marsupio. Dio con especial brío los buenos días a Ippon, felicitándole por el dibujo en la pared.

Cuando se despertaron todos y se congregaron para decidir qué hacían con el bicho, Lara cambió de actitud. No había conseguido dormir bien con Xalkoth encerrado, no quería ni pensar cómo iba a ser cuando estuviera fuera.

—Yo no estoy de acuerdo—respondió tajante—. No os voy a obligar a dejarlo encerrado si soy la única que no se fía, pero tampoco os voy a negar que me lo vais a poner muy difícil si lo soltáis—se llevó la mano al marsupio en un acto reflejo y luego respiró con calma, para evitar alterarse y hacerlo todo más difícil—. No quiero coaccionaros, pero si vais a tirar los dados está bien que sepáis lo que esconde cada resultado.

Se cruzó de brazos y esperó a que tomaran la decisión. La idea de irse de ahí volvía a revolotear cerca y la única razón por la que Lara no la barajaba más a fondo era Ippon. En cuanto a Xalkoth, Lara tenía bastante claro que acabaría suelto, no sabía bien si por sus raíces o por sentido común.

Esa noche Cío tardó en dormirse, y también posiblemente por eso tardó en levantarse, obviando los gritos de Shaco que sí lo despertaron. Aunque fueron diferentes a los de otros días, el irrense no prestó atención, casi ni llegó a ser consciente de ellos, y después siguió durmiendo. Cuando se despertó de verdad fue cuando lo hizo con un regusto agridulce, que lo obligó a quedarse en cama unos minutos más, cubriéndose los ojos con el brazo, pensando en lo que acababa de soñar antes de que se le olvidase por completo. Pero era un sueño muy vívido, casi no tenía que hacer esfuerzo para recordarlo, y todo lo que había sucedido en él se le antojaba muy real. Se había metido completamente en el papel aunque aquella realidad alternativa fuese imposible. Pero sus compañeros… le había recordado un poco a lo sucedido el día anterior, a cómo habían superado el problema. Al mismo tiempo, le parecía una burla, una burla a cómo el grupo que comenzaban a ser se había empezado a resquebrajar. Estaba claro que todo lo que había estado rumiando antes de ir a dormir le había influido a soñar aquello, y nada le gustaría más que descubrir con que sus compañeros eran realmente así. Se sacudió aquellas sensaciones contradictorias de encima al levantarse. Aunque el sueño había acabado como lo hizo, todavía le atenazaba el pecho el agobio previo.

Al bajar se echó agua fría del pozo en la cara y tomó asiento entre varios compañeros, todavía con gotas de agua resbalando por el cuello. Le echó el guante a un bollo irrense y dos piezas de fruta y comió en silencio hasta que Archi levantó la voz. Miró alrededor, a las caras allí congregadas, buscando aprobación, para encontrarse con la respuesta de Lara. Tragó lo que estaba masticando, un bocado demasiado grande para ir de una vez, y cuando dejó de sentir punzadas en el pecho se dirigió a la ordesa.
—¿Sabes? Creo que ayer te perdiste la mejor parte —decía mientras la señalaba con un tenedor. Después lo dirigió al plato y se metió otro pedazo de fruta en la boca—. Estaba dócil como un grillo. No sé, a mí me ha convencido, creo que entiende de sobra la situación. ¿Te quedarías más tranquila si hablas con él?
Aunque no quisiera reconocerlo, no le hacía gracia romper la promesa de soltarlo, y más después de haberlo visto acurrucado temblando como una gelatina. Si ellos no cumplían, el bicho tampoco tendría por qué hacer lo propio con su parte una vez lo dejasen salir.

Lara se quedó callada, dejando reposar la pregunta que acababan de hacerle. Realmente no creía que bajar fuera a solucionar la inseguridad que sentía al prever a Xalkoth suelto, pero tal vez pudiera servir de alguna manera diferente.

—Bajaré yo sola—. Lara quería hablar con el bicho de tú a tú, sin la presencia de nadie que pudiera coaccionarla y hacerle cambiar de opinión o callarse cosas, como había ocurrido ayer por los irrenses. De toda la vida había defendido que el miedo se iba si lo enfrentabas y, aunque dudara que pudiera noquearlo en un solo enfrentamiento, Lara no tendría más oportunidades tan seguras como esta—. Marsi me enseñó ayer a freir bichos—dijo tratando de quitarle hierro al asunto.

Bajó las escaleras y lo primero que hizo fue agarrar una de las lanzas de la armería. Pesaba más que ella, pero Lara la sostuvo con toda la entereza que tuvo. La utilizó para apoyarse tanto física como mentalmente y se acercó hasta la jaula de Xalk. Ver al bicho encerrado le daba cierta pena, igual que se la había dado el libro en la biblioteca. <<¿Habrá matado mi libro a alguien?>> negó con la cabeza, cogió aire y se hizo la fuerte.

—¿Has dormido bien?—Lara no sabía cómo empezar la conversación. <<¿Cómo se le habla a un intento de asesino para que la idea de vivir con él te tranquilice? ¿Qué se le dice?>>. Se quedó mirando a las paredes del calabozo, quizás esperando a que el bicho hablara. <<¿Y no intentarían todos los asesinos convencerte de que es seguro, aunque sea mentira? ¿Qué me garantiza que mentir no es otra de las herramientas de esa especie  y lo de ayer no fue una pantomima?>>. Cuanto más lo pensaba, Lara tenía más claro lo que ya había tenido claro desde un principio.

Apretó la mano contra el palo de la lanza y echó un vistazo a las escaleras, para asegurarse de que el resto cumplía y no se acercaba. No quería ayuda para esto.

—Mira—volvió a hablar, intentando sonar tan entera como podía—, voy a serte totalmente sincera. Me das miedo, Xalkoth. Me das miedo por mí y por mis hijos. Van a dejarte salir con casi toda probabilidad, pero no te equivoques; quiero que sepas que por mucho miedo que me des, no voy a dejarte pasar ni media. Lo primero es que te olvides de dormir en la habitación, mucho menos con Ippon, y lo segundo es que como perciba un cuarto de octavo de intento de hacer algo mínimamente parecido a lo que hiciste con la pobre chica, no respondo de mis actos. Acércate a mis hijos y me hago un vestido con tus alas.

Lara estaba temblando como un flan y de no ser por la lanza le podrían haber fallado las piernas, pero no se movió del sitio e incluso sintió cierto orgullo por no hacerlo.

—¿Te ha quedado claro? ¿Algo que me quieras decir?—Lara movió las orejas dispuesta a prestarle atención, que no a creerlo, y buscó una silla en la que dejarse caer.

Gracias a la manta de Cío, Xalkoth había logrado entrar en calor y dormirse, y a pesar de las pocas horas de sueño, despertarse bastante temprano.
Notó la presencia de alguien en la armería, aunque no tenía forma de identificar quién era porque no podía verlo, y aun estaba demasiado débil como para tratar de identificar a gente por sus pisadas.
Aun así, la imagen del clinger había mejorado notablemente desde la noche anterior. Ya no tiritaba, y había conseguido mudar decentemente, así que ya no tenía ni grietas ni malas pintas en general. Eso sí, seguía quieto como una estatua, sentado en la pared como si estuviera completamente tranquilo, cubierto con su poncho y con la manta, viéndose solo su cabeza.

-¿Lara? No esperaba verte- La pastora había rehuido al clinger desde el día anterior, aunque no llegaba a entender por qué.

La propia conversación le dio las respuestas, lo que coincidía con lo que le había dicho el irrense la noche anterior. “¿Miedo? ¿De mí? ¿Por qué? No soy un depredador o un reptil, ni he hecho nada que les amenace” Al menos ahora comprendía mejor por qué estaba haciendo lo que hacía, incluso le pareció ver que temblaba, pero podría haber sido imaginación suya.

-En lo que respecta a la vida cotidiana no tienes que preocuparte, Pero comprende que si nos ataca algo y veo que puedo combatirlo no voy a quedarme de brazos cruzados. Si debo luchar por sobrevivir lo haré. Y si no estáis de acuerdo pues me iré. El resto de cosas ya las mencioné ayer-

Se habría acercado a darle palmaditas de ánimo, pero ya le habían advertido de que eso no sería sensato, así que permaneció inmóvil. Lo de Ippon le daba mucha pena, pero tendría que aguantarse.

Lara tuvo que volver a regañarse a sí misma tras escucharlo hablar. Sentía pena por Xalkoth y parecía sincero, pero no podía fiarse.

—Me fiaré cuando me lo demuestres—. La parte de atacar si había problemas chirrió a la ordesa, no esperaba que le dejaran llevar armas mientras estuviera suelto y, desde luego, la simple idea de imaginarlo por ahí con sus cuchillos le echaba para atrás. Pero resolver eso era algo que concernía al grupo entero y Lara lo respetaba—. Y no te estoy echando. De hecho si estoy aquí hablando contigo es porque en el fondo quiero darte un voto de confianza. Por estos días de atrás—<<pero si te vas, no seré yo quien te detenga>>. Lara no tenía mucho más que añadir, así que se despidió para subir—: Nos vemos arriba.

El traqueteo al subir las escaleras despertó a Zaende Pi. Lara llegó a la planta baja con el resto mientras lo mecía, escudando sus preocupaciones tras sus tareas de madre.

—Ya está. Podéis hacer lo que hubierais decidido—. Se sentó en una silla y dedicó el resto de su tiempo a mecer al niño.

Archime esperó comiendo en silencio el regreso de Lara 37. Cuando la ordesa volvió y estableció la posibilidad de proceder con la liberación de Xalkoth, el irrense dirigó varias miradas de soslayo al resto de sus compañeros, esperando que alguno dijese o hiciese algo. La espera, no obstante, se demostró improductiva, por lo que fue el propio biomecánico quien se levantó de la silla y se dirigió a buscar la llave de la celda.

Bajó al sótano sin preguntar nada ni esperar la compañía de nadie y se encaminó hacia la celda donde habían encerrado al clinger. El biomecánico no hizo comentario alguno mientras introducía la llave en la cerradura y abria la puerta. Tan solo se apartó de la misma esperando que Xalkoth saliese.

La pastora se marchó, y Xalkoth volvió a su monotonía de esperar a que lo liberaran. 
No tuvo que esperar demasiado, y al cabo de un rato Archi bajó con la llave. Sin decir nada la abrió, para luego apartarse y dejarle salir.
Eso fue lo que hizo, salir. No quería tardar en hacerlo más de lo necesario por si cambiaban de opinión en el último momento. Sin embargo una vez fuera se quedó un poco descolocado. “Vale, he salido. ¿Ahora qué?”
Sintió el impulso de ir a buscar sus armas, pero sabía que no le dejarían. En su lugar subió las escaleras hasta el salón, donde se encontraban varios de sus compañeros.
-Hola...-

-Hola- fue la escueta respuesta de Taro, que había acabado bajando en algún momento mientras Lara seguía en las mazmorras. No fue diferente a la habitual: realmente no había mucho más que añadir.

Removió sin muchas ganas el batido proteínico que se estaba tomando. Lo había mezclado con zumo de fruta y el resultado sabía ácido con ganas. El desayuno comunal continuó en silencio, y como siempre Taro terminó el primero y se quedó sin saber qué hacer. Tamborileó con los dedos en la mesa durante un rato hasta que finalmente dijo:
-¿Qué, qué hacemos hoy? ¿Salimos o algo?
"No está hoy el patio para quedarse en casa", pensó. Si lo hacían quien más quién menos más de uno estaría pendiente de Xalk de alguna manera, y él a su vez se sentiría vigilado. Hasta que no volvieran a la rutina normal una salida en grupo sería más natural.

Anriel había despertado a una hora indecente. Aun adormilada, había hecho el gesto de mirar las camas vecinas para descubrir solo a Nero, dos camas a la derecha, respirando profundamente. "Parece una buena persona y todo, durmiendo. Y despierto. Que dominio de las apariencias". Hizo un gesto de fastidio, el lugar estaba iluminado, pero no volvería a ser capaz de conciliar el sueño. Fue arrastrando los pies hacia la ventana solo para comprobar (para su horror) que el día apenas había comenzado. Anriel llegó a la mesa de desayuno con el pelo alborotado y ojeras. Ni su gesto neutro podía ocultar que no había descansado como dios manda. Estaba picando algo de queso cuando escuchó de refilón la propuesta de Taro.
- He visto una bahía en los mapas.- comentó. Después de un breve silencio dijo- Parece ser que tenemos mar en Sinhdro, pero nunca llegamos a verlo.

La curiosidad le parecía suficiente como para hacer el esfuerzo de salir de alli sin motivos prácticos. Avisaría a Nero, a su pesar. Sabía que el edeel no querría perderselo.

Cío seguía mascando aquella fruta gomosa cuando Lara regresó de su breve charla o lo que quiera que hiciese allá abajo con el bicho. Hizo un leve encogimiento de hombros y siguió comiendo. Notó la mirada de Archi puesta en los presentes, pero en lo que a él respectaba prefería terminar el desayuno primero, había muchos otros que no estaban haciendo nada. Cuando finalmente el clinger se reunió con ellos le devolvió el saludo con la cabeza mientras se terminaba el vaso de agua que se había servido.
—¿Buena noche allí abajo? Al menos no te despertarían a gritos —chasqueó la lengua, buscando a Shaco con la mirada sin encontrarlo—, en serio, ¿qué tripa se le ha roto esta vez a nuestro despertador?

La propuesta de salir llegó poco después. Cío ya se columpiaba en la silla con aire distraído, pero aquello lo devolvió a la realidad. «Salir… últimamente salimos más, y no nos encontramos peligros. A lo mejor podríamos ir por fin a…».
—¡Si vamos me apunto! —exclamó rápidamente tras Ri, dejando caer ruidosamente la silla—. ¿Cuándo salimos?
Estaba tentado de sugerir ponerse en marcha ya, para aprovechar mejor el día, pero no quería parecer un crío pidiendo ir al parque.

El aprendiz siguió dando de puñetazos y patadas, cada vez más fuertes hasta que le dolieron las extremidades. Hubo una ocasión en el que repitió las mismas series solo que vendandose los ojos con la bufanda. Gritando diferentes gritos de guerra como "Hikuu" o "Hyakku", "Dong", "Huer", avanzó en los entrenamientos hasta entrada la mañana. De dentro del torreón podrian oirse voces, pero el aprendiz estaba muy centrado en seguir sus entrenamientos, siempre podia llegar a más y su cuerpo ya estaba encendido para ello.
Pasó un rato antes de que se dieran cuenta que estaba fuera y cuando le localizaron, todavia llevaba la bufanda a modo de venda sobre los ojos. Cuando le fueron a informar de la salida, él les interrumpió, girandose hacia su dirección, o al menos la del sonido de los pasos y se llevó la pierna al aire, girando su torso noventa grados conrespecto al suelo y entonces dijo con una voz que denotaba misticismo.
-La ceguera no es un impedimento contra un enemigo apestoso.-
A continuación, y con una inflexión más de su voz a modo de grito le metió una patada giratoria a uno de los muñecos más cercanos.
-¡¡WHA-CHOW!! OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOoooooooooooooo.-añadió despues, tensando su cuerpo hasta el máximo, para finalmente relajarse y hacer una reverencia respetuosa a los muñecos y finalmente ante los macieleros que esperaban para hablar. Se quitó la bufanda de la cara, y se la volvió a dejar colgante del cuello, con una risotada.
-Si, ¿que pasa?-

Entonces le informaron de la salida cuya finalidad era el mar y el joven ruso entonces se excitó dando botes, proclamando extasiado como iban a visitar al mar e iban a ir a la playa y además, iban a tener un picnic. No tardó mucho en recoger sus cosas y prepararse para salir, tras ayudar a que los demás estuvieran listos tambien y finalmente salieron, en dirección a la Bahía de los Naufragios.

Lara se excusó en la falta de ganas para saltarse la salida a la bahía. Había visto la playa las veces suficientes como para saber que nunca se cansaría de ir, pero eso era en su Pezón. Aquí había dos factores que la echaban para atrás: Xalkoth el primero y la ciudad el segundo. Todo el tiempo que se mantuviera alejado del bicho era tiempo de paz, podía calmar su casi pánico y estar tranquila y, después de todo lo que había visto ahí fuera, nada le aseguraba que ver la playa fuera a ser una aventura gratificante para ella. <<Seguro que no hay tesoros enterrados, sino monstruos enterrados>> pensó triste.

Era un hecho que Lara estaba perdiendo el entusiasmo debido a la cantidad de preocupaciones que la iban asaltando conforme prolongaba su estancia en Rocavarancolia. Ella era fuerte y se sabía capaz de soportar cualquier tipo de carga que trajera la aventura consigo, pero sabía que sus pequeños no lo eran y no podía evitar pensar que, para ellos, cualquier enemigo básico podría entrar en la categoría de los mortales. Y Lara no sabía hasta qué punto era capaz de protegerlos.

No maldijo en voz alta para que sus bebés no la oyeran y, en su lugar, buscó a alguien con quien hablar dentro del torreón. Sus pasos la dejaron en el patio, abastecida con un bote de requesón para comer en plan ligero. Baurus estaba allí, silencioso como siempre. Resultaba un poco distante, pero a Lara le caía bien. Para alguien con la necesidad de ser escuchado, el muchacho era tan de agradecer como un cojín mullido para un culo dolorido.

—Ey, Bau, ¿te importa si me siento aquí contigo?—tras un asentimiento escueto de su parte, Lara se sentó a su lado—. ¿Sabes? Ultimamente estoy que no doy una, empiezo a creer que he hecho mal en traerme a los niños. Quiero decir... Dentro del contexto en que me ofrecieron venir, sé que hice lo correcto—se quedó en silencio durante unos segundos y su gesto daba a entender que debatía consigo misma si eso era cierto—. Joder, si te pintan un sitio tan maravilloso como el que me pintaron a mí, con semejante recompensa... ¿cómo podría haber dudado? Sonaba tan creíble en sus labios, eso del poder capaz de manipular la suerte—suspiró y se llevó la mano al marsupio—. Y todavía quiero creer que lo conseguiré y que dejaré de ser una manca. No me gusta pensar que he venido aquí para nada. Además creo que los organizadores se merecen un pequeño voto de confianza por nuestra parte, ¿no? (...)—. Lara siguió parloteando y los temas derivaron entre asentimientos y frases cortas del humano.

>>Y me da mucho coraje porque supongo que me siento una secundona. Pero es que Archi abre el libro y es capaz de descifrar hechizos, yo, sin embargo, abro el libro y veo manchurrones con forma de letras, así que acabo esperando a que Archi siga con sus desciframientos porque me sale más a cuenta... Y es por eso que estuve dándole vueltas a eso de la magia. Los libros te dicen cómo funciona, pero no de dónde sale...—comentó, gesticulando con las manos manchadas de requesón—. Yo cada día tengo más claro que es algún tipo de energía en bruto dentro de nuestra sangre, sino los talismanes más viejos podrían cargarse de otra manera. Y supongo que los que no la necesitan es porque sienten cómo fluye con el tacto—una pregunta escueta de Baurus la hizo dudar y la dejó reflexionando—. Bueno, sí, de eso no estoy tan segura todavía. Pero que te quede claro, chico, que pienso encontrar la respuesta a esto antes que el archimago. Palabra de madre de quintillizos—añadió divertida. Volvió a dejar pasar unos segundos—. Oye, si hubiera realmente algo en nuestra sangre que nos permitiera añadir potencia mágica a los hechizos que formulamos... ¿Hasta qué punto estarías dispuesto a hacer según qué cosas?—su tono se había vuelto algo más serio. De Baurus no llegó respuesta alguna—. Bueno, imagino que no es algo fácil de contestar para todo el mundo, puedes tomarte tu tiempo, tampoco es que mi teoría sea segura—concluyó—, pero yo estaría dispuesta a abrirme en canal si fuera necesario para estos cinco renacuajillos (...)

Hasta que se acabó el tarro de requesón, Lara pasó el tiempo contándole algunas anécdotas de cuando era pequeña: Clientes y aciertos de su madre, libros viejos, historias de sus mejores partidas... Hasta que ella misma se cansó de hablar y creyó que ya había maltratado de más los oídos del muchacho. Entonces se puso en pie y le dio una palmada en la cabeza, aprovechando que podía.

—Gracias, enanillo—le revolvió el pelo y sonrió evidenciando su ligeramente mejor humor—. Voy dentro, no sea que Ippon o Keiria no se apañen con cualquier cosa y prefieran comida de cacerola—. Lara cruzó el umbral de la puerta y gritó a pleno pulmón, para que ambos la oyeran desde cualquier habitación—: ¿CÓMO VAIS DE HAMBRE POR AQUÍ DENTRO?


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Ninguno de los presentes declaró su hambre, por lo que Lara agarró el libro de magia y subió a la habitación. Una vez dentro, cerró la puerta y las ventanas, se acercó a la jaula que se había traido consigo el día anterior y liberó a su libro vivo de la jaula. La ordesa lo acarició por el lomo y dejó que este reptara y saltara con libertad por la habitación.

Pasó lo que debería de haber sido su hora de la siesta con el libro de magia, repasando lo que ya sabía y curioseando lo nuevo hasta que consiguió dar con algo útil. La ordesa cazó al libro y lo guardó de nuevo en la jaula. Le pareció que le ponía carilla de pena y le negó con la cabeza en un gesto amable.

—Vaaaa, librillo, que esto es una medida temporal, mañana te acomodaré una cesta para ti solito y no volveré a meterte en esa jaula—le habló en un tono bajo, para evitar despertar a sus pequeños.

Una vez solucionó el problema de su mascota, Lara guardó a los durmientes en su cesta y se los volvió a bajar a Keiria. No iba a irse, pero necesitaba que la ulterana los vigilara mientras ella hacía otras cosas. La ordesa se le apareció de nuevo a Baurus y empezó a cargarse con los pocos huesos que no pesaban más que ella.

—Anda, Bau, ayúdame a subir huesos hasta la puerta del ultimo piso, que voy a taparla para que el nido no se comunique con el torreón por las escaleras. Es un agujero demasiado grande para mi gusto. Cuando acabes con los huesos subeme cualquier tablón inútil que te encuentres por ahí desperdigado, pero no te sobreesfuerces, que no hay prisa. Dudo mucho que acabe esto antes de un par de días, como mínimo.

Lara dedicó una media hora a apilar madera y huesos en el suelo, frente al arco que señalaba el final de la escalera y el principio del piso de las aves, y practicó con esos materiales el hechizo de moldear materia orgánica. Había esperado que le saliera rápido, pero debía de haber problemas en algún movimiento o en la pronunciación, o en ambos, y el conjuro se le desbarataba. Acabo bajando al patio frustrada y enfadada consigo misma y con su magia. <<Tendré que volver a recurrir a Archi>> se imaginó, resignada

La ordesa se subió a la base de la estátua y se quedó allí sentada un rato, completamente a solas. Cerró los ojos, dejó que el poco aire que soplaba se filtrara entre el pelaje de la cara y respiró hondo varias veces. Las escasas brisas de Rocavarancolia no eran ni la mitad de desestresantes que los vientos de tormenta de su Pezón, pero Lara las recibió con buen gusto y se relajó ahí arriba.