Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

Los días pasaron aburridos para Lara, que veía cernirse sobre ella una nueva rutina matapaciencia. Había soñado toda su vida con magia y la idea de esperar para conseguirla se le había ido atragantando más y más estos días. Estaba ansiosa y se le notaba al conversar con ella. Rara era la vez que no acababa liando  a algunos de sus compañeros con algunas de sus teorías. Sin embargo, la ansiedad por la magia no era algo con un origen puramente egoísta. Lara estaba asumiendo poco a poco que la partida era realmente peligrosa y, aunque de cara al público no lo diera a entender, la preocupación por sus pequeños iba en aumento. Además, la pelusilla asomó en los dos pequeños que hasta entonces habían sido calvos, por lo que empezaba a plantearse el nombre.

Los pocos momentos que no pasó con sus niños, estuvieron ocupados por el deporte de Shaco. Era la que más problemas tenía para alcanzar la canasta. Sin embargo, tal y como era típico en ella, se tomó el "baloncesto humanio" todo lo seriamente que pudo. De más, casi. No le importaba gritar y quejarse si creía que alguien le hacía trampas. Nisiquiera cuando no estaba segura de las normas.

El día que todos se fueron hacia la biblioteca, debido a lo lejos que creía que estaba, no le quedó más remedio que quedarse. No podía dejar a los niños solos durante todo el día y tampoco podía arriesgarse a sacarlos por un libro. Con sus pequeños en brazos, observó como sus compañeros se marchaban y les despidió con un "Más os vale volver con magia, cabrones" y una mueca que no era más que un intento de disimular la envidia que sentía.

-Ey, Xalk-Lara no era experta en expresiones insectiles, pero se lo jugaría todo a que el clinger sentía envidia por salir-. ¿Te puedo preguntar algo?-la ordesa había acabado decidiendo qué haría con los nombres de sus pequeños-¿Podrías decirme nombres de niña de tu mundo?

Se había quedado en la entrada para ver marchar al grupo, mientras internamente maldecía sus lesiones y a la magia por no poder irse a alguna parte él también. La envidia reflejada en su cara era tal que no habría hecho falta ser un insecto para darse cuenta de ella.

Fue después de que los afortunados exploradores se hubieran ya marchado, cuando Lara se le acercó, con una pregunta que el clinger no esperaba.

-Oh pues.... ¿Nombres de niña? Pues... no tenemos nombres específicos para un género la verdad. No es una distinción que sirva vamos. Si quieres te puedo decir nombres sin mas, esto... déjame pensarlo un momento...-

Hiperactivo como siempre, algo que ni siquiera la fractura había logrado mitigar, comenzó a moverse de un lado para otro mientras se pensaba nombres que pudiera decirle a Lara la pastora.

-Hmmm vale... ¿Qué tal Vord, Pel, Clest, Jal, Oslu, Ioli, Ilde, Lag, Sod, Loles, Yere, Dyt...- Se paró un momento para recuperar el aliento –O también Yara, Tord, Keeb, Stass,  Alt, Ery. Echu, Lit, Ent... ¡Oh! y tu propio nombre, Lara, tambien podría considerarse un nombre clinger. Cumple los requisitos. Hay muchos ahora que lo pienso-

Y tantos. La repentina lluvia salvaje de sugerencias no estaba injustificada, ya que para un clinger cualquier combinación de letras que forme una o dos sílabas se la podía considerar un nombre propio y aceptable.

-¿Y por qué lo preguntas por cierto?- Acabó preguntándole mientras miraba a la pastora, a la vez que giraba la cabeza hasta poner sus ojos en vertical

-Oh... Pues tenéis algunos nombres bonitos-a Lara le habían gustado varios, entre ellos Loles, Lag y Lit, por empezar por la misma letra que su propio nombre-. Es para mis niños, ya tienen todos la pelusilla y están pidiendo nombre a gritos-le explicó. Se quedó unos segundos abstraída, dándole vueltas al resto de nombres que le había dicho y añadió-. ¿Y tienes número de la suerte, por casualidad? -probablemente al final escogiera cinco de entre todos los que le dieran.

Lara comenzó a zapatear impaciente, todavía tenía que preguntar al resto de los que se habían quedado en Maciel con ella.

Dieron una voz a los del interior y alguien les franqueó el paso. Volvían con los botes de miel a cuestas aún, dado que cuando por fin habían localizado Letargo nadie les había abierto la puerta.
Nada más llegar, ya que no tenía que dejar libros en ningún lado, Taro fue derecho a la cocina y empezó a prepararse algo. No se había llevado nada de comer a la biblioteca y el rodeo extra que habían dado había contribuido a que regresase con un hambre de lobo.

Taro veía la cocina del mismo modo en que veía la cantina de las residencias: cualquiera podía pasarse a la hora que fuese y se servía uno mismo. Sin embargo los demás, al menos los que solían coincidir más a menudo con los caóticos y numerosos horarios de hambre del carabés, ya llevaban el suficiente tiempo de convivencia con el muchacho como para saber que si le pedían que aprovechase e hiciese para todos a él no le importaba hacerlo.

Añadió ingredientes extra a la olla de la pasta con relativa comodidad: ya empezaba a cogerle el tranquillo a aquellos fogones manuales. Mientras la removía, dejando que otros se encargasen de contarles a los que preguntaron sobre la salida a la biblioteca, se le vino algo a la cabeza.
-¿Lara, y tus críos cuándo empiezan a comer cosas de éstas?- la ordesa había dicho que solo toleraban el requesón, pero Taro había visto que ya empezaban a salirles pelos, y aunque no era precisamente un experto suponía que eso significaba que estaban creciendo.

Archime levantó la vista del libro de magia para observar el mapa que les mostraba Cío, sobre todo para asegurarse de que era, como mínimo, igual de actualizado, o de desactualizado, que el que tenían los del otro grupo. Sin embargo, se vio verdaderamente interesado por el hecho de que la ciudad contase con mar.
—No había supuesto que nos encontrásemos en una ciudad costera —comentó mientras ya volvía a sumergir el hocico en el libro de hechizos—. No hay indicios de logística marítima de ningún tipo. Me pregunto si eso significa que existen otras ciudades cercanas de mayor importancia portuaria...
No dedicó, sin embargo, mucho más pensamiento a la cuestión, no porque no le interesase ya que de hecho sentía tanta curiosidad como el otro irrense por ver el mar, sino porque la hechicería estaba focalizando toda su atención en aquellos momentos.

El biomecánico había salido de la biblioteca con el hocico entre las páginas del libro y ni siquiera levantó la cabeza cuando pasaron infructuosamente por el torreón Letargo, no dándose cuenta de las enredaderas que lo cubrían. Sin embargo y a su pesar, tuvo que cerrar el tomo tras haberse quedado atrás varias veces y colisionado otras tantas con alguno de sus compañeros. El resto del camino se limitó a seguir al grupo con la mirada fija en el suelo mientras en su cabeza se repetía una y otra vez toda la información y los pictogramas que había memorizado del libro de hechizos, repasando mentalmente cada dato que había podido obtener.

No fue muy consciente de cuando llegaron al torreón, simplemente atravesó la puerta y pasó directamente a sentarse en su sillón habitual en el salón, con el libro ya abierto desde el mismo momento en el que pisó la entrada del mismo. Todavía no había empezado a probar a realizar los gestos indicados ni a pronunciar ninguna palabra en voz alta. Primero recopilaría a fondo todos los datos que pudiera obtener de las anotaciones y se aseguraría de que cuando probase fuese realizando las acciones correctamente. Por lo expuesto en aquellas páginas, la magia no carecía de complejidad y el biomecánico quería asegurarse de que no ocurría ningún suceso inesperado en el caso de que llevase a cabo erróneamente alguno de los pasos a seguir.

Permanecería en el mismo sitio hasta que el olor de la cena le hiciese rugir el estómago y acudiese a sentarse con el resto. Pero siempre sin despegar la vista del grimorio que estaba desglosando por completo en su mente con avidez.

“¡Me aburrooooo!” Ese era el principal pensamiento que invadía la cabeza de Xalk. 
Tras su conversación con la pastora el clinger se había encontrado a si mismo con poco que hacer, aparte de curiosear las cosas que le faltaran por mirar, cosa que hizo. Por suerte el grupo que había salido acabó por volver, disuadiendo al insecto de buscar métodos mas “arriesgados” para entretenerse, centrando ahora su atención en los recién llegados. 

-¡Holaaa! ¿Qué tal fue todo? ¿Habéis visto algo interesante?- A los libros solo les dedicó una simple mirada, archivándolos como “Cosas que no me interesan” para después centrar su atención en alguien al azar.

Taro fue el elegido, ya que el clinger estaba hambriento y aprovechó su ida a la cocina para curiosear lo que hacía, a la vez que mordisqueaba alguna fruta de las cestas.
No dijo una sola palabra. Se limitó a meter la cabeza entre el carabés y la olla en intervalos de tiempo regulares. Miraba el estado de su contenido y luego giraba la cabeza hacia él, mirándolo fijamente unos segundos, como si estuviera tratando de hallar una relación entre su cabeza y el agua hirviendo. Luego se alejaba de nuevo, para repetir el proceso pasado un tiempo.

Salió de su ciclo repetitivo cuando escuchó la pregunta acerca de las crías de Lara. Si perdían la lactancia, significaba que tendrían cinco bocas más que alimentar, aunque mientras siguieran recibiendo comida con regularidad no debería haber problemas.

Hablando de comida. El clinger todavía no acababa de entender por qué había gente alimentándolos. ¿Qué ganaban ellos permitiéndoles comer? Solo se le ocurría una respuesta, y no era buena precisamente.
“¿Somos ganado? ¿Nos estarán engordando para luego comernos?”

Cuando empezaron a caminar por la calle dejó de curiosear el libro que tenía entre manos y se limitó a seguir a sus compañeros, tratando de ver qué había elegido Nero y pensando en cómo se las arreglarían para ver los de magia todos a la vez. Para él no fue una decepción que los del otro torreón no estuviesen para abrirles, prefería volver a Maciel sin hacer ninguna parada. Sin embargo alguien debía haber dentro, porque el puente estaba subido «como les hagan el mismo caso a sus compañeros que a nosotros, están aviados». Siempre cabía la posibilidad de que, en esos días, el grupo hubiese aprendido a dominar aquella magia que usaban tanto el bibliotecario como el cosechador.

Ya en el torreón, después de la caminata, se quitó las botas y se estiró a sus anchas. Taro, quizá por estar cansado de conocer la magia, se fue a cocinar sin darle importancia al libro de hechizos, pero Cío, durante un rato largo, se apoyó en el respaldo del sofá y observó las hojas que iba pasando Archi. Esperaba unas instrucciones claras y sencillas, pero era evidente que se había equivocado. En aquella ciudad lo único que le ponían en bandeja era la comida. Cuando se canso de mirar, se fue a hacer tiempo hasta que hubiera algo que llevarse a la boca. Cogió su pasatiempos favorito y se puso en la mesa de la cocina a trastear con la última de las coberturas -o eso creía- del reloj. El mecanismo sin duda le superaba, siempre le costaba recordar cómo volver a montar todo lo que había quitado, que depositaba con cuidado sobre un pañuelo de tela.

Dio un respingo cuando la chapa, parcialmente oxidada, cedió por fin. A la vista quedaron los engranajes, ahora por completo, y buscó dónde colocar el que se había soltado, y si tenían desperfectos, pero no era fácil.
—Esto es una mierda de pasatiempo, quiero mi videoconsola... —murmuraba al borde de la desesperación, empezando a mover los pies con inquietud—. ¿Alguien tiene puta idea de cómo va esto?

La ordesa saludó a los recién llegados con energía y depositó con sumo cuidado a sus bebés en el marsupio. Estaba a punto de preguntarles a todos qué habían conseguido traer cuando sus bebés salieron a mención.

-Falta todavía un mes o así, tranquilo-no especificó porque no quería que descubrieran que había mentido sobre el requesón y que en realidad seguía amamantándolos. Para evitar sospechas o cualquier tipo de pregunta extra, soltó la avalancha de preguntas que se había callado-. Pero ahora lo importante no es la comida, sino lo que hayáis podido conseguir. Veo que traéis los libros, ¿vienen de magia como el de Dhelian? ¿Y habéis probado ya a ver si funcionan? ¿Está muy lejos la biblioteca? Porque me gustaría ir pero no me gustaría abandonar a mis peques durante mucho tiempo... ¿Y qué más traéis? ¿Mapas de la zona? ¿Extras como cuentos o historias? ¿Folclore antiguo? ¿Algo destacable? ¿Y regalan algo con los libros o solo te los dan y puerta? (...)-y así hasta aburrir.

Nero se percató de la curiosidad de Cio durante el trayecto a Maciel pero como el chico no llegó a preguntar de forma directa, nunca le explicó qué era  su libro y se dirigió al torreón de buen humor. Para la tranquilidad de su aurva nada interrumpió el camino de vuelta.
Anriel sentía cierta curiosidad por la magia pero no tanta como para leer por encima del hombro de alguien, que era, además, un gesto de mala educación. Se dirigió a la cocina, donde Lara los acribillaba a preguntas y el bicho tenía casi la cara metida en la olla, haciendo que se replanteara pedir un plato. Dando media vuelta ante el barullo, antes de que nadie se dirigiese a ella en concreto, agarró el libro de historia y se dedicó a estudiarlo escaleras arriba. Por su parte el edeel miró por encima del hombro de Archi el tiempo suficiente como para ver que sacar en claro algo sobre la magia requeriría un minimo de concentración que no era necesario que pusiese, dado que el chico bestia tenía la maravillosa mania de hacer el trabajo sucio y regalar explicaciones al respecto.

La tarde pasó para ambos sinhadres entre los libros escogidos. Nero se había tumbado a dos camas de Ri, y le entraba la risa cada poco, con lo que la chica acabó por desistir en su lectura atenta y estuvo a punto de marcharse.
- Espera, Anri.- dijo Nero levantando la cabeza.- Ven y lee conmigo.
- No tengo  un interés particular en esa historia, Nero.
- Será divertido. Toma, en voz alta.- dijo tendiéndole el libro con media sonrisa.
- “Qué bella es la luna, aunque una de color rojo sería mejor", dijo para sí Amor Julieta, perdida como siempre en pensamientos demasiado profundos para que el común de los mortales los entendieor] – Ri se sentó con el libro entre las manos y un gesto de resignación. Leía con voz plana y carente de entusiasmo.- Nero, estarás de broma.- el edeel hizo un gesto para que siguiese-  "Qué desgracia que las luces de los rascacielos de la ideal NYC (o sea) la oculten. ¡Oh, despreciable y avaricioso ser humano! Siempre me he sentido distinta y especial: desde el mismo día de mi nacimiento, Halloween."
Había pedido a sus amigos que no le regalasen nada y se lo dieran todo a los necesitados. No obstante las chicas habían decidido darle una fiesta sorpresa, y los chicos le habían llenado la entrada de su casa de bombones y flores. Que la hubieran ignorado tan flagrantemente entristecía sobremanera a AJ.

Mientras Nero dejaba escapar una risita, su aurva iba frunciendo progresivamente el ceño.

>>En ese momento niños disfrazados pasaron corriendo a su lado. AJ sonrió y les entregó caramelos amorosamente. ¡Cómo ansiaba tener hijos, aunque todos los portadores del cromosoma Y que había conocido hasta entonces no fuesen más que brutos descerebrados que no querían de ella más que sexo! Pero algún día...
-De mayor quiero ser como tú- dijo una niña random con los ojos como platos. AJ sonrió dulcemente y dijo:
-Lo sé. De pequeña yo también quería ser como yo.” Esto tiene que ser de broma. Espero.-cerró el libro antes de que el oscuro pudiera protestar.- voy  a preparar la cena. Y es posible que Archi haya terminado con lo que estaba haciendo.

-Como quieras, Amor Julieta. Eres una aguafiestas.- dijo rodando por la cama.
La albina bajó por las escaleras negando levemente con la cabeza. Todavía pensando en como rehuir a Nero para futuras lecturas –porque sabiendo que le molestaba probablemente insistiese en repetirlo- se dedicó a trocear carne y preparó el fuego.

Nfdr:Mis mas sinceras disculpas.
Nfdr2: Todos los derechos de autor del libro a Naer(c)
Nfdr3: Lo siento de veras.

Pasada la carrera inicial, y al ver que nadie más le habia seguido en ese ritmo de celeridad, el aprendiz dió literalmente marcha atrás, como si alguien con un mando a distancia se lo hubiera ordenado, invirtiendo tambien el sonido que salia por su boca, en imitación a los cohetes espaciales.
Sorprendentemente, cuando cruzó aquel abismo de muerte y estragos, no reaccionó de ninguna manera especial. Ni si quiera lo miró de reojo o se paró a preocuparse. Tan solo siguió andando con los demás como si cruzar aquel lugar fuera algo común para él.

Y llegaron al torreón finalmente. Llevaba el gordo libro bajo el brazo y el cómic en los pantalones. Apoyó su bõ en el muro y, sentado a la sombra abrió el libro. Era todo bastante complicado. No solo la mayoria del libro estaba escrito en un idioma que no comprendia, sino que muchas veces, las anotaciones al margen eran tan confusas que le causaban un duro dolor de cabeza. Aun así, bajo la promesa de hacer "magia", el aprendiz siguió estudiando el libro como si fuera la única cosa que fuera a hacer con su vida. Si se asomaba alguien al patio, podria encontrarle en diferentes posturas, desde algunas relajadas, hasta las más bizarras, con el trasero y piernas apoyadas en el muro, con la espalda en el suelo, formando un arco con este, mientras contemplaba el libro con una mirada consternada.
Entre posturas, canticos, lecturas y diferentes otros entresijos del aprendizaje, comenzó a sentirse exhausto sin saber muy bien porque y aquello le agobió mucho más. Aun a pesar de estar dedicandose al cien por cien a algo, no lograba resultados. Se sabia de memoria las páginas, los capitulos, las frases, los gestos, los cánticos y sobretodo el número de página en el que se encontraban ciertas anotaciones que no habia terminado de entender del todo.
Y entonces el aprendiz se desesperó. Soltó un grito desgarrador a viva voz y dejó caer el libro al suelo. Cogiendo carrerilla, se propeló sobre el muro, propulsandose sobre este y aterrizando de cabeza contra el libro abierto en el suelo, haciendo un pino perfecto sobre este, con un dolor exagerado en la cabeza.
Una vez en esa postura tan bizarra, recogió las piernas como en un acto de yoga y elaboró un sello de energia con sus manos. Además, comenzó a recitar un pequeño cántico entre dientes mientras se mantenia en esta postura.

-¡Rin! ¡To! ¡Sha!-repetia incansablemente, mientras la sangre se le bajaba a la cabeza. Aguantó unos minutos, hasta que finalmente perdió el control de su cuerpo y se estrelló abruptamente contra el suelo con un estruendo, finalmente desmayado.

;-;

>> Eh... ¿No se ha muerto, verdad?
>> ¿Como se va a haber muerto? Sigues existiendo, ¿no?
>> Ah si... En eso tienes razón kukuku
>> Pero es un problema... ¿Como haremos para despertarle?
>> Facil, así: GABE NEWELL HA ANUNCIADO QUE L4D3 ES REAL Y SE ESTRENARÁ A FINALES DE-

-¡QUE COJONES! ¿¡DONDE!? ¡DAME UNA FUENTEEEEEEEEEEEEEEEE!-exclamó el aprendiz abriendo los ojos desorbitadamente e incorporandose como una bala. Y entonces el dolor le golpeó. Se dio cuenta de su situación entonces. Para cuando habia recuperado la consciencia, habia pasado un rato. Se encontraba algo mareado y el cráneo y la cabeza le dolian un infierno. Lloriqueando un voz baja, se levantó dolorido. Recogió el libro y se dirigió al torreón, arrastrando los pies.

>> Maldición... Es la primera vez que todo me falla para estudiar algo...
>> ...

>> ¡Oh! ¡Detective, has vuelto! ¿Quieres palomitas tambien?
>> ¿Qué te ha tenido tan ocupado todo este tiempo?
>> Hemos echado de menos tu buen humor y tu expresividad de habla.
>> Os dejo solos unas horas y la que liais... En fin. Estuve ocupado. Con asuntos. Eso es todo.

>> Aja

El aprendiz cruzó el umbral de la puerta y dirigió una mirada de soslayo a los presentes. No estaba con el estado animico para seguir ninguna ruta y le dolia demasiado el craneo para hacer un entrenamiento, aunque tan solo fuera básico.

>> Entonces solo me queda una opción: Haré un full Keira Knightley y ya será hora de cenar.

Con ese pensamiento, el ruso se dirigió a la cocina. Sacó una buena cantidad de paquetes de pasta precocinada con una mirada escéptica y la puso a hervir toda en una gran cacerola. Una vez estuvo blanda, la coló, separando el agua en otro cacharro más viejo y comenzó a aplastar los granos de pasta hasta hacer un puré calentito y grisáceo. Con una cuchara lo movia mientras este se enfriaba y solidiciaba, asegurandose que no se pegara al cacharro. Para cuando tuvo una textura parecida a la arcilla, comenzó a extraerlo a puñados, haciendo formas de envolturas que como mucho podrian recordar a empañadillas precarias y entonces las añadio con cuidado a la cacerola con agua caliente muy despacio, sin que se deshacieran. Tapó las formas de pasta que se estaban hidratando y procedió a preparar una carne troceada en jirones muy pequeños con algunas verduras simples salteadas un rato al fuego, mezclándolo todo con unas especias bastante simples que encontró. Repitió el proceso monótonamente, como si de algún monje meditando, se encontró que el manejar aquel puré solido como la arcilla era muy relajante y el dolor de cabeza comenzó a desaparecer mientras la sonrisa volvia a sus labios.

En ese momento entró Ri a la cocina y el aprendiz le mantuvo la sonrisa estúpida de máxima felicidad mientras manejaba la escurridiza masa de pasta. Para cuando se dió cuenta de lo que estaba haciendo dio un respingo y se sonrojó, clavando la mirada en lo que estaba haciendo, como si fuera a descubrir los secretos del universo en esa pastosa masa.
En ese momento la albina se puso a cocinar sin decir nada. El silencio reinó en la cocina y al poco de terminar la chica y salir esta de la cocina con comida para dos, el aprendiz ya habia hecho una buena cantidad de figuras con la pasta.
-¡Yo, los bautizo! ¡Sois mis buñuelos-empanadilla!-dijo con una voz tenebrosa mientras movia los dedos tétricamente y a continuación, se sumió en una risa de malvado de película mientras los ponia a freir sobre una improvisada sarten. A lo largo de una media hora, se podian oir los entrecortados gritos que proferia el aprendiz entre quemadura y quemadura.

Para cuando el aprendiz hubo terminado, se asomó por la cocina, haciendo gala de numerosas quemaduras en las manos y cara, un poco de pasta reseca por la nariz y las gafas empañadas. Entonces, imitando el mismo tono y las exactas palabras que usaba la ulterana para llamarles a cenar, como de costumbre, llamó a sus compañeros, blandiendo dos platos cargados de buñuelos-empanadilla hasta el tope. Algunos estaban quemados en mayor o menor medida, pero en general no se habian tostado. Cuando todos estuvieron presentes, les invitó a probarlos, blandiendo una sonrisa de oreja a oreja en todo momento. Esperando críticas, elaboró una postura y se dirigió a ellos usando su voz "épica".
-¿¡Y bien!? ¿¡Que opinais de mis buñuelos-empanadilla, mortales!? ¡Son la quimera definitiva entre oriente y occidente! ¡Espero que lo sepais apreciar!-y entonces se sumió en risas de malvado de película.

Archime se convirtió en una presencia silenciosa en Maciel durante el resto de la tarde. La ausencia del omnipresente tecleo hacían del leve rumor del pasar de páginas el único sonido audible procedente de la posición del biomecánico. No prestó atención a la verborrea de Lara 37, ignoró los gritos de Shaco y no supo con qué pedía ayuda Cío ya que si lo hubiera sabido el pasatiempo del otro irrense probablemente habría dejado de serlo en cuestión de unos breves minutos.

Para cuando llegó la hora de la cena, Archime ya podría realizar una réplica exacta del libro que tenía entre las manos, pero no pensaba dejar de sumergirse en sus páginas hasta no comprender con un porcentaje del cien por cien todo lo que allí se describía acerca del funcionamiento de la magia, extrayendo de los retazos de información desperdigados por todo el manuscrito una visión más global de sus entresijos. Por ello, durante la cena, el programador comió en silencio y sin levantar la vista del libro, así como sin prestar ninguna atención a nada de lo que se decía a su alrededor.

Volvió al sillón una vez su hambre se hubo saciado y unos minutos después apoyó el libro sobre el asiento a su lado. Salieron palabras de la boca del ingeniero por primera vez en varias horas. Palabras incomprensibles para cualquiera de los presentes y que se acompañaron de unos gestos elaborados con toda la fidelidad posible a aquellas indicaciones pictográficas del grimorio. Sobre el apoyabrazos se encontraba un cristal. Cristal cuya tenue luz y la gota de sangre en la palma de la mano del programador indicaban que había sido cargado hacía unos momentos.

Y entonces sucedió. El biomecánico se levantó bruscamente del sillón cuando una llama surgió de la punta de los dedos de su mano izquierda. Había escogido aquel hechizo porque los resultados evidenciarían, o no, con precisión si había procedido correctamente. Los cristales de las gafas del irrense reflejaban aquella luz mágica y hacían brillar los ojos verdes tras ellas con la iluminación que proporcionaba. O tal vez el brillo no se debiera solo a la manifestación física del prodigio que acababa de realizar.

Cuando la mayor parte de sus compañeros salieron hacia la biblioteca, la ulterana se quedó en el torreón en compañía de Lara, Xalk, Ippon y Baurus , pero se había salido sola al patio para practicar un rato. Desde que Shaco les había preguntado si querían jugar a aquel extraño juego, Keiria se había aficionado a el. Era un ejercicio extraño y complicado, y eso bastaba para retener la atención de la pelirroja de forma continuada. No se ofuscaba cuando se le escapaba la pelota, y no ponía mala cara cuando se agotaba después de dedicarle unas cuantas horas. La chica simplemente seguía practicando con estoicismo, y se permitía breves sonrisas cuando hacía algún progreso. Desde el accidente en el que mando uno de los balones por encima del muro la muchacha trataba de mantener a raya su fuerza, y había aprendido rápido a moderar sus golpes. Era cierto que también se cansaba con mas facilidad que sus compañeros, pero cuando se sentía con fuerzas de nuevo, volvía a practicar.

Había conseguido una serie de toques bastante larga cuando se oyó la voz de sus compañeros al otro lado del muro, lo que rompió su concentración y provocó que se le escapara el balón. Keiria lo recogió y entró al edificio, dejando la pelota en su sitio y observando como los exploradores iban franqueando la puerta. Casi todos ellos traían libros consigo, uno por persona, y al verlos la pelirroja tuvo que contener las ganas de lanzarse sobre ellos, y se limitó a observarlos, planteándose la idea de pedir prestado alguno mas tarde. Se interesó por lo que habían encontrado y escuchó con atención los diversos resúmenes mientras jugueteaba nerviosamente con los dedos de sus manos. Shaco no tardó en salir al patio, y mientras se empezaban a oir sonidos extraños que venían de fuera, la muchacha se acercó al sillón en el que Archi se hallaba enfrascado en su libro y echó un vistazo por encima de su coronilla, apoyando los brazos en el respaldo del asiento y acomodando su barbilla sobre estos. No entendía los símbolos y gestos que venían representados, pero tras leer un rato el texto, dedujo que eran una parte importante en la elaboración de un hechizo. El libro trataba sobre magia, y eso atrapó la atención de la pelirroja con fuerza, manteniendola ensimismada un rato. No interrumpió al irrense, pero cuanto mas leía, mas preguntas se agolpaban contra sus labios, preguntas que deseaba compartir con alguien que sintiera la misma curiosidad que ella.

Desde aquella conversación con Anriel en la que apenas había obtenido una respuesta o una teoría a sus dudas, la ulterana había reducido las preguntas que les hacía a sus compañeros algo resignada. Se preguntaba a menudo si era posible que su curiosidad incomodara a los demás, pero tampoco se atrevía a confirmarlo, así que se había aislado un poco mas en si misma y reducía al ámbito personal sus impresiones y teorías sobre lo que la rodeaba.

No supo cuanto tiempo estuvo leyendo el libro de Archi por encima de su hombro antes de que la voz de Cio la sacara de su trance, pero al captar el tono de frustración implícito en su pregunta el interés de la pelirroja pudo mas que su prudencia, por lo que se apartó del sillón y se acercó a donde el irrense se peleaba con un pequeño artefacto. Ya le había visto alguna vez trabajando en el, pero nunca se había planteado preguntarle, no quería incomodarlo. Ahora que veía el objeto de cerca, podía ver que era un reloj de bolsillo, y la similitud con su propio proyecto la hizo esbozar una ligera sonrisa.
-Yo te puedo echar una mano si quieres -se ofreció con voz tranquila, sentándose en una silla a su lado y echando un vistazo a las entrañas del mecanismo con curiosidad.

El muchacho aceptó la ayuda de la ulterana y esta empezó a enseñarle las distintas partes del reloj, señalandoselas de una en una y asegurándose de que iba quedándose con sus nombres, o al menos entendiendo su utilidad. Keiria era bastante buena profesora, había aprendido a explicarse con ayuda de su propio maestro y sus lecciones no eran enrevesadas. No se frustraba si Cio se perdía, simplemente daba marcha atrás y buscaba otra forma distinta de contarle las cosas, y si se topaba con alguna cosa especialmente difícil trataba de simplificarlo y diseccionarlo en partes. La muchacha le contó al irrense que lo mejor era desmontar el objeto por completo y asegurarse de que todas las piezas estaban en buen estado, para poder arreglarlas después si no era así. Le inculcó también la importancia de la limpieza en los artefactos mecánicos, y le enseño como pulir y engrasar los distintos engranajes y las diferentes piezas. Por otra parte la chica no se entrometía en el trabajo del muchacho y se limitaba a guiarle por el buen camino, dejando que el mismo trabajara en su reloj. Se le notaba relajada en su papel de profesora improvisada.

La tarde avanzó poco a poco y, antes de que anocheciera, Shaco volvió a entrar al torreón y se metió en la cocina, donde empezó a preparar la cena a su curioso modo, como todo lo que hacía. La muchacha agradeció en silencio no tener que preocuparse por ese detalle aquella noche y continuó instruyendo al irrense, aliviada por fin al poder compartir con alguien algunos de sus conocimientos.

Ver a todos centrados en sus libros corroía a Lara por la envidia. Al final habían vuelto pronto y no había ocurrido nada que lamentar... y traían magia. Pero, como debería haber sido obvio para la ordesa desde un principio, ella no era la única interesada. Quería ojear los libros y ahora sus dueños estaban tan enfrascados en ellos que le sabía mal pedírselos. <<De puta madre, Lara. Te has perdido LA excursión>>. Pasó el resto de la tarde con la expresión arrugada, acunando a sus bebés y haciéndoles carantoñas mientras se empleaba en un tarro de requesón por culpa de la ansiedad que le producía ver ambos libros ocupados.

Al final, la ansiedad siguió y Lara se acabó olvidando de los libros momentáneamente (de los de magia, ya que el resto no le habían llamado lo más mínimo la atención desde el principio). Pudo observar que mientras Shaco acabó por rendirse, Archi parecía tan concentrado que dudaba que se percatara de lo que había más allá de las páginas incluso si incendiaba a habitación. Al final, aparcados los libros, su único pensamiento era observar con disimulo los avances que realizara Archi y esperar a que tuvieran (o no) éxito.

Pasó la tarde y la hora de cenar pilló a Lara con el estómago lleno. Se sentó a fingir que comía y acabó comiendo más todavía, pero le daba igual. Su determinación ahora era acosar casi con descaro a los dueños de los libros de magia, especialmente el irrense, hasta que alguno de ellos diera muestras de poder o fracasar. Cuando la llama apareció sobre la palma de Archi, Lara se acercó lo más rápido que pudo sin cargarse a sus pequeños por el camino y, subiéndose al tresillo para estar a la altura del mecánico, lo agarró del brazo, apretando inconscientemente.

-Tienes que enseñarme a hacer eso, Archi-dijo con una firmeza exagerada para la situación.

PD:perdón la guarrería de post, pero con tanta gente molestándome en casa no daba para nada mejor x.x

No esperaba que nadie llegase a responderle a su petición desesperada, principalmente porque Archime estaba demasido enfrascado con su nuevo pasatiempo, si no sabía que hubiese venido a toda la velocidad que diesen sus piernas. Le sorprendió que fuese la ulterana quien le ofreciese ayuda, aunque si lo pensaba bien, alguna vez la había visto con herramientas en la mano, que no sabía si eran suyas o prestadas también.
—Claro —Respondió sin ocultar del todo su pequeña sorpresa—. Te lo agradecería mucho.
Cuando Keiria tomó asiento a su lado, ordenó las partes que estaba cansado de saber cómo retirar según a donde pertenecían. La chica empezó por lo más básico, pero no era un completo inútil en mecánica aunque en su mundo no utilizasen relojes de ese tipo, así que fue muy sencillo quedarse con la información que le faltaba. Cuando explicaba cosas demasiado básicas no siempre llegaba a decirle que abreviase, aunque soltaba de vez en cuando algún «ya, ya». Suponía que en su mundo tal vez no aprendían mecánica básica en la enseñanza primaria y por eso hacía tanto hincapié en lo elemental. En esos momentos se permitía dedicarle vistazos esporádicos a lo que andaba trajinando Shaco en los fogones. Viendo cómo moldeaba aquella pasta que parecía cualquier cosa menos comestible, lamentaba que lo que había cocinado la albina fuese solo para dos, porque estaba claro que el humano cocinaba para un regimiento.

En cuanto al reloj, por fin tuvo las guías necesarias para recolocar el mecanismo en su sitio, y los materiales para tratar de mejorar el estado de las piezas. Le faltaba cerrarlo y probar a darle cuerda cuando Shaco, después de llevar un tiempo soltando alaridos y friendo porciones de aquella masa, llamó a comer a los compañeros que estaban en el salón.
—Parece que vamos a molestar aquí ahora, voy a mover las cosas para otro lado. —Cogió las piezas grandes en una mano y se llevó las pequeñas dentro de un pañuelo de tela para el salón. Al volver se sentó de nuevo en el lugar que ocupaba antes—. Hum… gracias. Nos ha llevado un buen rato, siento haberte metido en el capricho este —le decía a la peliroja mientras colocaba la silla. No se había dado cuenta del paso del tiempo y le había robado bastante a la chica. «Por lo menos ahora ya puedo seguir sin ayuda… supongo».

Tenía que reconocer que tras freírse, la creación de Shaco parecía otra. Pero seguía sin verle el sentido a haberlas manoseado de aquella manera. No le parecía higiénico. Además el resultado era altamente grasiento, por lo que tomó una con no muy buena cara y se la llevó a la boca.
—Lo estoy apreciando, lo estoy apreciando —respondió al humano mientras resoplaba tratando de quemarse lo menos posible. Justo había cogido una de las últimas en salir de la sartén y el relleno escaldaba. A causa de la temperatura no había apreciado bien el sabor, pero cuando lo hizo reconoció que no tenía queja –aunque tampoco felicitó al cocinero–. Estaba soso para su gusto, pero eso lo hacía algo más dulce, cosa que echaba de menos.

Al apilar en el fregadero los platos manchados pasó un trapo por la mesa y guardó los bártulos que aún quedaban fuera de su sitio sobre el mesado. Después huyó de la cocina o, mejor dicho, de la pila de loza sucia, dando por concluidas sus responsabilidades. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se disponía a terminar de montar las piezas, en lo que se afanó hasta que escuchó la letanía extraña de Archi. Cuando alzó la cabeza le vio mover las manos, parte del ritual que figuraba en cada página del libro. Lo observó expectante hasta que surgió una llama entre sus dedos, que le hizo levantarse como impulsado por un resorte. Se acercó aún con el mecanismo a medio montar en la mano, y contempló con satisfación, por fin, la evidencia de que podían aprender magia.
—Joder, y a mí— se sumó a la ordesa. En su voz se filtraba la impaciencia—. Vamos, di, ¿cómo se hace?

La tarde pasó lenta para Taro. Al contrario que los demás él no había sacado ningún libro y por tanto se aburría, así que mató el tiempo colando flechas (o más bien intentándolo) por el aro del patio. Acabó utilizando un arco de montar para ello, aunque el carabés no sabía distinguir entre todas aquellas armas: solo sabía que no necesitaba el otro para una distancia tan pequeña y que ése estorbaba menos cuando se lo colgaba a la espalda para trepar algo.
Así pues y para entretenerse probó a subir a diferentes puntos del muro (de donde había retirado sectores de los cristales aquellos días) e intentar disparar desde allí, recordando el tiro tan lamentable que le había salido desde lo alto de un edificio en la escaramuza con los serpelinos. Como era de esperar casi ninguno de los que ejecutó a lo largo de esa tarde le salió mejor, pero Taro continuó practicando de forma continua más por tedio que por otra cosa. Aunque realmente no podía decirse que se lo estuviera tomando muy en serio.

Shaco también estaba fuera, aunque leyendo, y el carabés no hizo ademán de interrumpirlo en ningún momento. La tranquilidad del patio sólo se vio interrumpida cuando el repentino berrido del terrícola le sobresaltó de tal forma que la flecha fue directa a una ventana (cerrada, por suerte).
-¿Oye, a ti qué te pi-?- empezó a decir Taro, algo mosqueado porque aquel tiro parecía que estaba a punto de salirle bien, pero se dio cuenta de que en aquella bizarra postura cabeza abajo Shaco estaba probablemente lejos de escucharle. Para la próxima vez que volvió a girarse, unos minutos después, el ruso se había quedado seco en el suelo.
Por suerte el carabés no tuvo tiempo para relacionar la imagen con la de otro cuerpo desmadejado contra el pavimento un año atrás, porque Shaco se levantó en ese mismo momento con un segundo alarido sin sentido aparente. Taro contempló perplejo cómo volvía haciendo eses al interior del torreón.
"Joder, qué susto", pensó aún recuperándose. "Es como convivir con una sirena antiincendios."

Siguió a lo suyo durante un lapso indefinido de tiempo y entró en el torreón justo a tiempo para ver el fogonazo que convocó Archi.
"Ah, qué bien", pensó sin ningún entusiasmo. "La magiocracia acaba de empezar otra vez. Habrá que ver dónde colgamos la pizarrita con las puntuaciones."
-Felicidades, supongo- dijo al pasar por el lado del irrense y el grupito que le rodeaba-. Al menos ya sabes fijo que no eres un E.
"Los hay con suerte", pensó. Dicho aquello se sentó a la mesa y empezó a dar buena cuenta de los buñuelos que habían sobrado.

Ri termino un refrito de verduras y carne aromatizadas con syv y se quedó mirándolo evaluadora.  Sabía que a Nero se le hacía pesada la monotonía así que hacia variantes de platos, salsas y caldos, pero el rango de alimentos era limitado, y en algún momento se le acabarían las ideas. Shaco estaba a su lado, haciendo algo que no llegó a distinguir. Trató de echarle un vistazo de reojo, pero el chico tapaba intencionadamente el proceso, y ella no era capaz de insistir más.  Dejó ambos platos sobre la mesa, y subió a avisar a Nero. Cuando regresó, Shaco estaba friendo algo en la sarten y quemándose en el proceso. Los dos sinhadres se quedaron mirando brevemente al chico antes de dar  cuenta de su parte. No se prestaron atención mientras comían: Nero observaba a Archi en su lectura, y Anriel estaba centrada en su plato. Media hora más tarde, Shaco anunciaba con una pose ridícula que había terminado. También lo había hecho la pareja, que tenía los platos limpios delante, pero los dos mostraron interés por su invento.

- ¿Puedo probar?- dijo Ri, sin alargar la mano hasta que Shaco contestó. Nero también cogió uno de los que el chico ofrecía, aunque no llegó a hacer nada más que dedicarle una sonrisa.- me gusta, ¿como lo has hecho?

Archi seguía pegado al libro, y la albina temió por las paginas, tan cerca de la comida. El chico bestia llevaba toda la tarde enfrascado en aquel libro, y cuando hubo terminado la cena, sin hacerse esperar demasiado, llegó la primera demostración de magia.  A Nero le brillaron los ojos con codicia unos segundos, pero el brillo quedó rápidamente disimulado por una expresión de interés medio y despreocupado. Ya se ocupaban de hacer las preguntas por él, como de costumbre. Solo añadió una, sabiendo que podía contestarle:
- ¿Qué tipo de magia viene en tu libro, Archime? A parte del encantamiento de fuego.