Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

Su idea no funcionó, y la certeza de que habían descubierto que estaba herido se manifestó como un creciente pánico. Sabían que estaba herido, y si descubrían hasta que punto se darían cuenta de que ya no podía desempeñar sus tareas con eficacia.

-Ehmmm no... t-tranquilos, que no es nada, solo un par de rasguños, nada mas...-

Fue inútil, era evidente que nadie se lo iba a creer, y ocultarlo más no lo arreglaría, así que, lentamente y temblando, el clinger dejó el brazo a la vista. Tanto a la altura del hombro como en la zona de la fractura le faltaba el exoesqueleto dejando visible su piel rosácea, ahora cubierta por la sangre verde amarillenta del clinger. En el hombro, donde le había golpeado Cio, se podía ver una herida con la silueta del codo del irrense.

Supuso que querrían saber cómo se había hecho la fractura, así que lo dijo. -Mientras exploraba por mi cuenta, el ser extraño del que hablabais antes me atacó. No lo vi venir, y me llevé los golpes de lleno. También me disloqué el hombro, pero recoloqué el hueso antes de volver-

Hecho. Ya sabían lo que había pasado. Ahora solo quedaba que lo juzgaran, y aun a sabiendas de que suplicar no ayudaría, el clinger estaba demasiado asustado como para pensar con claridad.

-P...por favor... no me echéis. Se que las cosas son así y que ya no puedo rendir al máximo, pero encontraré algo útil que hacer, lo prometo. No quiero morir... se que debo, pero no quiero- Les dedicó una última mirada de súplica antes de derrumbarse definitivamente.
“Por favor...”

Las pegas que puso Archi a su plan fueron suficientes para que Lara lo descartara. No le importaba reconocer que se había equivocado con él, porque al menos ella parecía motivada por dar ideas, cosa que no podia apreciar en general en el resto de habitantes de la torre. Escuchó suplicar al bicho y casi se puso de mal humor. Dejó de acunar a sus pequeños y dio un par de pasos para acercarse. Siempre le había hecho ilusión dar discurso motivadores, era una de sus partes preferidas de la opción de diálogo en sus juegos de rol, y había visto en esta la ocasión perfecta, a pesar de que no contaba con todas de su parte.

-¿Qué va a ser lo próximo? ¿Arrodillarte?-le reprendió al tiempo que guardaba de nuevo a sus dos pequeños en el marsupio, como si eso los blindara de alguna manera del ambiente de fuera-. No tienes que rogarnos nada, nadie va a echarte de aquí-iba a haber dicho que solo le echarían por encima de su cadáver, pero lo cierto es que cualquiera de ellos podría saltarla sin muchos problemas-, nisiquiera por muy imbécil que hayas sido hoy ahí fuera-decidió cambiar el tema para no calentarse y cantarle aún más las cuarenta. No merecía la pena estando como estaba-. Mira, no hace falta que te esfuerces ni un poco mientras estés así, basta con que aguantes hasta que se te cure el brazo y puedas ofrecernos el 100% de tus capacidades. Con suerte nos haremos con otro manual de magia como el de Lheli y podremos arreglarte eso en un santiamén. Y acuérdate de esto: ni debes ni vas a morir-dijo, tratando de sonar tajante-. Ni tú ni nadie de este grupo. Somos elegidos y la próxima vez que veamos a ese gilipollas vamos a partirle la flauta de tal manera que va a envidiar tu brazo roto-<<si lo vemos cuando tengamos magia y hayamos ganado experiencia con los monstruos de fuera>> acabó la frase mentalmente, para que la realidad no desanimara a nadie-. Vamos a partir la pana, chicos.

Archi no tardó en agarrar la sartén por el mango  «claro, algo sabrá… ¿pero cuántos años tiene este chaval? Todavía debe ser un aprendiz». El insecto no logró escaparse con excusas y accedió por fin a ser evaluado «qué terco es, la madre que lo parió». La historia que contó casi le hizo suspirar con alivio porque no fue él a quien Astra decidió tirar piedras, pero al fijarse en la lesión no pudo evitar volver a levantarse –con pesar– para verla de cerca. Allí donde le había golpeado se había hundido la piel. No esperaba haber acertado tan de lleno en mal sitio, y le hizo sentír una pizca culpable. Mientras, las súplicas del clinger habían empezado.
—¿Que debes? —soltó alucinado cuando el clinger decía no querer morir—. No digas gilipolleces. Si… —«si tú eres inútil, ¿qué voy a ser yo cuando…?» ni siquiera quería pensar en ello. La mirada se había escapado a sus propios brazos y todavía no era el momento de amargarse con eso. Comenzó entonces el discurso extraño de Lara. De alguna manera estaba empezando a acostumbrarse a su optimismo y a su forma de entender la estancia en la ciudad. Se le escapó una media sonrisa, en parte provocada por la burla hacia su actitud positiva, y en parte porque había conseguido convencerle un poco, aunque eso difícilmente lo iba a reconocer.
—¿Quién trajo la comida?— preguntó al clinger mientras se metía en la boca el último pedazo de bollo—. Te has ganado la estancia de sobra. —«Más que yo» pensó con ironía.

Archime permaneció en silencio cuando el clinger trató de excusarse y se acercó a él cuando expuso sus heridas. Examinó los daños mientras Xalkoth trataba de excusarse y parecía bastante asustado por el hecho de estar herido. Sus palabras se antojaron irracionales al resto de los presentes incluído el propio biomecánico, pero quien sin embargo consideró la posibilidad de que sus incoherencias contextuales se debiesen a algún tipo de diferencia social entre las demás especies y los clinger.

Mientras Lara 37 y Cío hablaban, el ingeniero salió en busca de trapos limpios y pidió a Keiriarei que hirviese agua. No disponían de desinfectante así que debían seguir el mismo procedimiento que cuando el grueso del grupo volvió herido a causa de los serpelinos. Archime detuvo un momento sus pasos al darse cuenta de que había adoptado otra costumbre más proveniente de sus compañeros: desconocían el nombre real de aquellos seres y sin duda aquel era producto de la mente inventiva de la ordesa.

Regresó al salón con los trapos y también con una tablilla que calculó que disponía del tamaño adecuado y de madera pulida, uno de los restos que había recogido en las ruinas y a los que había dedicado los últimos días a adecentar. Sumergió las telas en el agua hirviendo y se las tendió al clinger.
—Lava tus heridas para prevenir posibles infecciones. No disponemos de nada mejor en el torreón. Es preferible que no utilices el poncho mientras estén en proceso de curación para que no rocen contra él, en caso contrario deberás vendarte aquellas que estén en contacto con la prenda —dejó a en un sillón cercano la tablilla, más telas para utilizar de vendas y otro trapo de mayores dimensiones—. A continuación el brazo roto debe ser inmovilizado, yo mismo te puedo ayudar una vez hayas lavado las heridas.

Dejó espacio al clinger y, mientras esperaba a que realizase lo encomendado, el biomecánico consideró sus opciones en un instante. Sopesó si continuar programando, examinar el cuaderno de Marsi o hablarles de aquella cuestión sobre el suministro alimenticio que no había querido exponer mientras estuviese el otro grupo presente. La balanza acabó decantándose por esto último, al ser anterior a lo segundo.
—A propósito, desconozco cuanta atención habéis prestado a la identificación de alimentos del suministro que se llevó a cabo con el fin de elaborar supuestos de intercambio, pero debo hacer notar que existe un solo elemento que nadie reconció como perteneciente a la dieta de su especie —el irrense se acercó a una de las cestas de comida y rebuscó en ella hasta sacar un bote cuyo contenido eran insectos—. Ninguna de las especies a las que pertenecemos el grupo de cosechados es insectívora al parecer. Lo cual lleva a deducir dos supuestos. El primero se podría considerar prácticamente como una certeza y se trata de que sin duda Rocavarancolia tiene acceso a todavía más mundos de los conocidos, aunque esto no resulta sorprendente en realidad. El segundo supuesto se trata de una hipótesis con mayor relevancia aunque sea tan solo una conjetura porque, dado que estos insectos son un caso completamente aislado, considero que podría resultar acertada. Es posible que nosotros y el otro grupo no seamos los únicos cosechados existentes —tecleó entonces rápidamente en su ordenador y en la pantalla holográfica comenzaron a sucederse las fotografías de los mapas de Lhelian—. Esta hipótesis se apoya en el hecho de que al parecer existe un tercer torreón a parte del nuestro, que por cierto se llama Maciel según las anotaciones de Lhelian, y el del otro grupo, conocido por el nombre de Letargo si dichas notas son rigurosas— señaló ambos torreones en el mapa y después un tercero que se encontraba cerca de Maciel—. Por su posición, este debe de tratarse del torreón en ruinas que visitamos días atrás, sin embargo... —cambió de fotografía y señaló un nuevo dibujo que representaba otro edificio similar—. Existe todavía, al parecer, otro torreón más. Claro que podría encontrarse en estado de ruina igual que el llamado "Margalar", ya que parece que este mapa no se encuentra completamente actualizado.

Al ver que de pronto la conversación se calentaba, a medida que el debate por el intercambio justo de los materiales se avivaba, sin llegar a contentar a nadie, el aprendiz alzó las manos y con tono conciliador, llamó a la calma. El humano barbudo sintetizó la larga y tediosa explicación del Edward Elric. Por el rabillo del ojo captó la presencia del Falso!Yoshi, pero como ni se acercó al grupo, tampoco se dignó a prestarle mucha atención.
En mitad del acalorado debate, dos de las chicas del otro torreón comenzaron a discutir. Una de ellas, la más joven, parecia venir del mismo mundo que Lhelian mientras que la otra, tenia un aspecto vagamente gatuno con una nariz y orejas curiosos.

>> ¿Y si...?

El aprendiz se retrajo un poco del grupo mientras las dos chicas discutian. Se puso los cascos e insonorizó todo el ruido externo a continuación puso una canción que le pegase a aquella situación volviendola aún más bizarra, puesto que se sincronizaban en turnos de hablar en las inflexiones de la canción.

>> Hells yeah...

El aprendiz, inconsciente de los pensamientos de la más joven, tan solo sonrió amablemente en su dirección cuando esta fijó su mirada, aunque fuera unos instantes, en él.

Al final no consiguieron llegar a ningun acuerdo que satisfaciese a ambas partes, los del otro torreón se fueron marchando. Alice se dirigió a él al despedirse. El aprendiz, de nuevo, se quedó paralizado unas décimas de segundo, aún procesando la existencia de una persona como la australiana, para finalmente despedirse de ella con una suave reverencia élfica, repitiendo la misma palabra que habia puesto de contraseña. Lhelian tambien se acercó a despedirse de él personalmente.

>> ¡Chachi! ¡Vuelvo a ser el ídolo de las muchachas!

-¡No te preocupes por nosotros!-dijo con un gesto para quitarle importancia.-Una vez que hayamos calado bien a fondo lo de la magia, iremos a visitaros en seguida.-le respondió acompañandolo de una risotada.

Para el resto, el aprendiz les despidio con la mano energicamente, intercalando saltos y sacudiendo su bufanda a modo de pañuelo, como habia visto en inumerables películas en las que la gente se despedia de los que se iban en barcos. Aquello sin embargo, podria haberles traido mala suerte asi que, junto a sus despedidas energéticas, añadió un par de avisos para que estuvieran ojo avizor por si algún iceberg se cruzaba en su camino. La chica de rasgos gatunos compartió un cuaderno con diferentes escritos que al parecer incumbia dos de sus compañeros de pelos más exóticos, Nero y Ri. Les llamó Sinhadres.

Finalmente, cuando se perdieron de la vista del aprendiz, este se volvio a internar en el torreón. Nadie estaba muy por la labor de hacer otra salida, todavia fatigados por la experiencia con Astra. El clinger sin embargo, habia salido herido de su escapada con Astra y por algún motivo, oponia resistencia a algo que no terminaba de entender. Por algún motivo, pensaba que el hecho de estar herido conllevaba a que se le echase del torreón. El aprendiz frunció el ceño.
-Sea por lo que sea que pienses así... El día en el que nos enfrentamos a los... ¿serpelinos?-dijo, pausando para confirmar si ese era su nombre, mirando a Lara Croft.-... Varios salimos heridos y no se echó a nadie del torreón. No veo porque tu tienes que ser una excepción. Nadie va a ser echado del torreón.-continuó diciendo, cruzandose de brazos.-A no ser claro... que quiera alguien spoilearme Una Canción de Hielo y Fuego. En ese caso puedes contar que como minimo aplastaré al desgraciado que lo haga.-dijo con una risa que intentaba ser sádica pero que en labios del aprendiz tan solo era motivo de risa.

Finalmente, se enterró en un sillón, algo más desanimado debido a que no iban a hacer otra salida, consumidos por la primera, relegó a que el aprendiz no tuviera otro gran plan que estar despanzurrado gran parte de la tarde poco o nada productivo hasta que le diera por entrenar. Sin embargo, se le ocurrió que aun tenia una cosa pendiente que tratar con el Edward Elric. Cogiendo el aro que habia garrapiñado en su salida, se acercó al Irrense cuando este estaba aparentemente desocupado, trasteando con su máquina.

-Oye... Aritmetico, ¿crees que podrias ayudarme a hacer con esto una canasta de baloncesto?-dijo, sacando el aro y enseñandoselo.-Pensé que algo de deporte y juegos nos vendrian bien... Al menos para aplacar el aburrimiento...-

Con la salida de Marsi, que se había retrasado por ellos, se terminó la visita del grupo. Nero y Ri cruzaron miradas en dos ocasiones: la primera al cerrarse la puerta, cuando el tema del cuaderno y los otros sinhadres todavía estaba fresco como una herida abierta. No dijeron nada, aunque se leyeron en el gesto grave de ella y la imperceptible sonrisa de él sus respectivas opiniones acerca de la nueva información. La segunda vino durante el numerito del insecto herido. Ri fue la primera en abandonar la sala, seguida de Nero sólo cuando este ya había visto el desenlace de los acontecimientos.

- Ah, Ri- Nero desprendía satisfacción por todos los poros. Su aurva, ocupada seleccionando ropa limpia para bañarse, apenas resbaló la vista sobre él con desinterés.
- ¿Qué había en el cuaderno?

Una risa. Anri no te lanzaba las preguntas a la cara, te las daba con la cortesía seca e impersonal de un mayordomo, sin adorno alguno. Pero también porque no solía hacerle muchas preguntas, la obsequió con una respuesta menos obtusa de lo habitual. Después de todo, aquella libreta era un tema que quería hablar con ella.

-Poca cosa. Detalles fragmentarios sobre los antiguos inquilinos de los torreones. Un aurva, una desechada, una pareja.

Si Ri hubiera sido una persona con gestos nerviosos, se hubiera paseado por la habitación mientras hablaba sobre aquello; en cambio, se sentó sobre su cama con más calma de la que sentía. Nero estaba de pie frente a ella, y sonrió provocativo.

- ¿Ahí acaba todo lo que querías saber?
- ¿Ibas a responder?- “más de una respuesta sencilla al día sería mucho pedir”.
- Por supuesto. – Claro que no. Nero giró sobre los talones con gracia, y se dejó caer a su lado, en el colchón. La mirada de Ri era tan fría y escéptica que no dejaba duda sobre su fé en él. – Me crees peor de lo que soy. En cualquier caso, no es tanto lo que está escrito como lo que no. ¿Dónde están esas personas ahora? Había alguna referencia a muertes – una breve mirada de reojo- pero nada más.
- Dijo que en un año podríamos volver.
- Si, claro.- lo dijo con naturalidad, pero Ri se detuvo antes de salir por la puerta.
- No lo crees.
- No le veo el sentido. Nadie da diez monedas por un haba- dijo críptico.

El resto de la tarde pasó sin pena ni gloria. E igual de monótonos fueron los días que le siguieron, aunque a Ri la calma le sirvió para sobreponerse y recuperar sus fachadas, dejando el miedo a la luz solo para el exterior del torreón. Después de aquella semana, el edificio ya comenzaba a serle completamente familiar.

Cuando se empezó a ayudar a Xalkoth se apartó de nuevo para no molestar, regresando al sofá y preguntándose cuántas veces se había levantado y sentado desde que le mataba el dolor de piernas «ahora sí que no vuelvo a levantar ni una sola vez más». Y lo cumplió. Cuando Archime cambió de tema, para participar en la conversación se limitó a apoyar la cabeza en el respaldo todo lo girada que daba de sí, viendo prácticamente del revés a sus compañeros. Estaba tan cansado que simplemente le importó poco si eran más, menos o había aún más mundos.
―¿Y qué quieres hacer? ¿Vamos allí a intentar pactar para tener más calorías por cesta? ―Soltó una risa rasposa―. Oye, pásame esos mapas, anda.
Trató de activar la función wireless, llevándose un pequeño susto al costarle hacerlo a la primera. El trazado de la ciudad le había llamado la atención desde el principio por lo caótico que era, recordándole a las callejas de edificios viejos –ya escasas– de su mundo. Quería estudiar con detenimiento los mapas, aunque preferiría haber tenido el original del que había hecho la copia la niña de gominola.

Después de eso no prestó mucha atención más a sus compañeros, mirando primero los mapas hasta que se aburrió y trabajando con el reloj más tarde. Solo se interrumpió cuando vio al humano con Archi instalando un aro, porque no pudo evitar preguntarles para qué servía. Al principio no le llamó la atención porque, según la descripción que le dio el humano del juego, ni siquiera tenían pelota alguna que pasar por el aro.

En los días que pasaron hasta que estuvieron decididos a ir a la biblioteca no se dio cuenta, pero había empezado a hablar más con sus compañeros y a abstraerse menos escuchando música o con el reloj. Que fuesen la mayoría de pocas palabras no ayudaba a entablar conversaciones, pero precisamente por eso tampoco lo encontraba un ambiente desagradable, nadie se metía en vidas ajenas. En realidad había menos tensión que en su propia casa. Cuando se despertó el día de la visita a la biblioteca –por segunda vez, como era habitual por culpa de Shaco– se encontraba de buen humor y bajó a desayunar con ganas de apremiar a los otros para la salida. Por supuesto, no había olvidado el encontronazo con Astra, pero evitando su territorio y el de los serpelinos, el camino parecía seguro. Los del torreón del norte no se habían encontrado ningún peligro, ni el primer día, ni en su visita a Maciel.

Xalk había obviado el tema, le había dado largas y se había metido en torreón. La ulterana no entendía porque le mentía. Cio y Alice entraron tras él, pero la pelirroja se quedó sola un rato, pensando. No estaba segura, pero parecía que el clinger andaba con mas cuidado del habitual, como si tratara de evitar algún tipo de dolor. Si estaba herido de gravedad debía ser atendido, y su aparente indiferencia la confundía. ¿Por qué razón no quería que los demás lo supieran?, ¿acaso en su mundo de origen suponía algún problema? No tenía sentido, y sin encontrar una respuesta, Keiria siguió a los demás al interior.

No participó en la conversación que se estaba llevando a cabo, y se limitó a permanecer en un segundo plano apoyada en una columna mientras los demás discutían sobre provisiones y comida. El cristal con el que se había cortado antes estaba tibio al tacto debido al rato que había estado guardado en su bolsillo, y aun seguía brillando, proyectando una leve luz que apenas deslumbraba. Se podía apreciar el centro de la piedra, oscuro en comparación a luz que desprendía, y a la muchacha le dio la impresión de que oscilaba ligeramente, el movimiento típico de un liquido encerrado. Los cosechados del otro torreón no tardarón demasiado en irse, y poco después el clinger reveló sus heridas, rogando que no le echaran del refugio por ellas. Keiria lo miró asombrada, preguntándose si era aquello lo que le había empujado a ocultar su estado, pero no le dió mas vueltas al pedirle Archi que hirviera algo de agua. Le dejó a los demás la tarea de quitarle aquella idea estúpida al bicho, pero en su interior estaba algo decepcionada, no entendía porque Xalk había cedido a la presión de los demás cuando a ella, que le había preguntado en primera instancia, no le había respondido con sinceridad.

Dejó el agua caliente al alcance del insecto y se alejó de nuevo, encerrándose en si misma. Había estado atendiendo a todas las conversaciones, y le apetecía visitar aquella biblioteca y tal vez echar un vistazo al tercer torreón, pero no tenía ganas de expresar su opinión en aquel momento. El clinger se puso contento al comprender que no le iban a echar del grupo, y la ulterana se preguntó en que tipo de sociedad debía de haber vivido para temer por algo así. Aprovechó que todos estaban centrados en sus cosas para bajar a las mazmorras y accionar el mecanismo del puente, subiéndolo y asegurando el torreón. Las siguientes horas las invirtió en nada en particular, y cuando empezó a anochecer, la pelirroja se dispuso a preparar algo de cena.

Mientras trasteaba en la cocina preparando algo de pescado con verdura, Keiria se percató de que faltaba un tarro de miel. No le debería de dar demasiada importancia, realmente no es que la usaran para nada, pero le extrañó, así que se aseguro y contó todo de nuevo. Sí, faltaba uno de los tarros, pero la muchacha no sabía porqué, ¿acaso se había decidido en aquella conversación en la que no había participado que les cedieran la comida a los otros cosechados sin mas? Ella tenía entendido que se iba a hacer un intercambio. Apartando aquellos pensamientos de su mente por el momento, la chica se dedicó a terminar de preparar la cena, sirviéndolo todo en una fuente y llamándolos a la mesa cuando esta estuvo puesta.
-¿Como quedó entonces el asunto de la comida? -preguntó cuando los demás se fueron acercando-. Falta uno de los tarros de miel, ¿se lo disteis a las dos muchachas de piel morada? -se interesó, no había recelo en su voz, no tenía sentido que fuera de otro modo.

Xalkoth no daba crédito a lo que oía. Nadie parecía estar repudiándolo, ni tampoco pensaban en abandonarle. Por ello, de nuevo le vino un cambio de humor repentino, en este caso pasar de estar desesperado a pura alegría y euforia.

-De... ¿DE VERDAD? ¿No pasa nada? ¡GRACIASSSS! ¡Sois un encanto!- Se levantó de un brinco y le dio un abrazo a Archi, un doloroso abrazo que recordó al clinger que  su brazo seguía roto.

-¡Ay ay ay ay! Eso fue mala idea- Dijo mientras se separaba del irrense. -Inmovilizar... Ah si, tengo que entablillarmelo. No lo hice antes porque se habría notado y habríais descubierto que estoy herido y... bueno, ya lo sabéis así que ahora eso da igual-

Con la ayuda de sus compañeros entablillar el brazo roto no trajo dificultades, pero tras hacerlo quedo claro que ya no podría salir hasta que se curara, y eso no le hacía ninguna gracia. Aun así lo entendía.

Durante los siguientes días Xalkoth dedicó el tiempo a cuidarse el brazo. Que no le fueran a echar por estar herido no significaba que no tuviera miedo de perder su movilidad por ello, con todas las consecuencias que podía traer. Aparte, también se volvió mucho más tolerante con sus compañeros, comenzando a aceptar que su propia forma de pensar no tenía que ser la única.
Aun así no todo fue convivencia y felicidad. El robo de la miel fue una prueba clara de que, aun queriendo convivir, el clinger y sus compañeros veían las cosas de forma muy distinta. Lo que para ellos era una simple tontería, pera el insecto había supuesto algo mucho más grave. La comida era un bien escaso, y no toleraría que la robaran. De hecho, en su mundo robar se consideraba tan grave como asesinar, puede que incluso más en algunas zonas.
No consiguió el apoyo del resto, pero una cosa estaba clara: No iba a dejarlo pasar, iba a encontrar la forma de hacérselo pagar a quien fuera el responsable. Tan solo necesitaba pensar en como.


El día de la visita a la biblioteca se le podía ver con pocos ánimos, tanto por no poder acompañar al resto en una salida como por la naturaleza “mágica” de su visita. Ya no se cabreaba con el resto como antes. Lo dejaba estar siempre que no le metieran en el marrón, pero eso no cambiaba que ahora que ya no salía le iba a sobrar mucho tiempo, y cuando eso sucedía acababa dedicándose a cualquier cosa al azar. Algo que, tratándose del clinger, tenía todas las papeletas para acabar con algún tipo de catástrofe, que sus compañeros seguramente descubrirían a la vuelta, y que obviamente no sería de su agrado.

Taro no hizo además de intervenir cuando se reveló la naturaleza de la lesión de Xalk, aunque eso ya no dependía de que el clinger le cayese bien o mal. Él había tratado antes con fracturas, desde luego, pero sus conocimientos abarcaban lo justo para arrastrar renqueando, sin agravarlos por el camino, su lesión y su orgullo a una estación sanitaria para que le pusiesen un parche. Y aquello ya lo había hecho el insecto solito, así que el carabés dejó que alguien que pareciese tener más idea del proceso posterior le diese indicaciones a Xalk.

Escuchó el extenso discurso de Archi, y le sorprendió que hubiese pasado por alto la explicación más simple al suceso de las cestas.
-También puede ser que todos los años pongan lo mismo- dijo en un momento dado. Iba a añadir "Y de haber más gente os los habríais encontrado", pero entonces recordó que él mismo y los sinhadres habían despertado más tarde y se mordió la lengua a tiempo de no meter la pata.

Cuando la posterior discusión hubo pasado, primero sobre la estrafalaria súplica de Xalk de que no lo echaran y después el tema del tarro de miel que faltaba, Taro despegó un par de veces los labios como si fuese a decir algo y luego se lo hubiese pensado mejor. Al final, en vista de que el resto parecía dispuesto a pasar del tema indefinidamente, se decidió y carraspeó un poco antes de añadir:
-Mmm, Archi... ¿La próxima vez que expliques algo largo podrías intentar abreviar un poco?


Los siguientes días pasaron sin pena ni gloria. Taro salía a por comida cuando le tocaba, y el resto del tiempo lo gastaba haciendo el vago en sus múltiples variantes. El aro de metal seguía colgando de la pared del patio, y siempre que pasaba por su lado Taro le dedicaba una mirada desconcertada al críptico artilugio. Le habían dicho que era para alguna clase de deporte, pero las reglas no le quedaban muy claras. Cuando se aburría y practicaba con el arco usaba el círculo de metal como diana improvisada, y en el momento en que comenzó a concebirlo como tal dicho aro pareció  empezar a ejercer un efecto repelente sobre las flechas.

Aquella tarde Taro hizo la comida, más por motivos de rapidez que por otra cosa. Al contrario que sus compañeros, la mayoría de los cuales preferían aún comer en la mesa, cogió un recipiente de la cocina y un cubierto y los llevó consigo, comiendo de él por el camino mientras caminaba. Aquello de alternar arbitrariamente horas de ayuno y de comidas aún le parecía un ejercicio sin sentido.

Sigue en la Cicatriz de Arax.

Archime prestó atención a los distintos comentarios de sus compañeros al respecto de lo que acababa de exponer.
—No, pero creí necesario compartir dicha información con vosotros —respondió a Cío—. En cualquier caso, el principal interés de dicho conocimiento radica en la posibilidad de que una especie diferente podría poseer información que nosotros desconocemos. Al fin y al cabo si Irraria tenía en conocimiento la existencia de Rocavarancolia podrían existir otros mundos que también la conociesen. Nada garantiza que esa supuesta especie posea conocimientos más verídicos acerca de la ciudad, pero tampoco es descartable —aclaró con convencimiento. O lo que en otra persona que no emplease el mismo tono monocorde prácticamente en la totalidad de sus apreciaciones hubiese sonado a convencimiento.

—He considerado esa posibildad; sin embargo, me parece improbable debido a que se trata de un único elemento exclusivamente y el resto de alimentos se amoldan por entero en las distintas dietas de cada especie cosechada. Además, Irraria se encontraba incomunicada con Rocavarancolia desde un pasado lejano y hasta el presente año, por lo que no creo que dispusiesen de los alimentos provenientes de nuestro mundo o, en el caso de que siguiesen el mismo proceso de fabricación en la ciudad con el fin de producirlos, los incluyesen en el suministro a pesar de la ausencia de irrenses en la cosecha —le explicó a Taro.
>>¿A... breviar? —inquirió, inseguro, ante la petición del carabés. No era el primero que realizaba un comentario al respecto de su forma de hablar y el irrense volvió a preguntarse qué había de malo en su forma precisa de exponer las materias de relevancia—. Si se considera menester trataré de hacer como dices...
—dijo tratando de ocultar su desconcierto.

En el fondo, aunque por supuesto existía una lógica irrefutable en lo que había dicho, el biomecánico hubiese querido conocer a la supuesta nueva especie que pudiese haber fuesen cuales fuesen las circunstancias. Pero este hecho no se trataba de una premisa que reconocería ante sí mismo, mucho menos ante los demás.

Cuando el clinger por fin pareció convencido de lo que le habían dicho, un nuevo hecho inesperado se coló en el escaso abanico de demostraciones afectivas que el irrense había recibido en muchos años. El ingeniero permaneció con los brazos colgando inertes y un ligero deje de estupefacción en el rostro cuando Xalkoth lo abrazó. Permenció en la misma postura incluso cuando el insecto se desembarazó de él, aquejado de dolor. Hasta que parpadeó varias veces mirando a su alrededor de reojo y subiéndose las gafas. ¿Por qué había hecho aquello? ¿Por qué a él, que no había participado activamente en el levantamiento de la moral del clinger, considerando a sus compañeros irrevocablemente más capaces que él en aquella materia? Archime no recordaba cuando había sido la última vez que alguien lo había abrazado, probablemente hubiese sido un gesto afectivo proporcionado por su madre y su padre en el pasado… Se obligó a centrarse en la tarea que le ocupaba, ayudar al insecto a inmovilizar su brazo, pero todavía se encontraba más inquieto de lo que le gustaría.

Durante la cena, alzó la cabeza hacia Keiriarei cuando esta hizo una pregunta que no debería tener fundamento. Pero el hecho era que faltaba uno de los botes de miel, tal y como comprobó en un instante de primera mano el irrense. Dejó que otro respondiese directamente a la pelirroja, pero Archime atendió a la conversación que se desarrolló, pensando qué podría haber motivado aquella acción por parte del otro grupo tras haber llegado a un acuerdo. Tal vez el grupo de Letargo fuese menos fiable que el suyo propio y eso era un dato que no debía pasar por alto. Sin embargo, al igual que de costumbre, se abstuvo de elaborar ningún juicio definitivo al carecer de los datos pertinentes para ello.

Una vez se encontró programando en el sofá como todas las noches, Shaco se le acercó mostrándole un aro metálico y con una petición con un componente incomprensible para el biomecánico.
—Mi nombre es Archime —le corrigió—. Desconozco ese “baloncesto”... del que hablas. ¿Podrías elaborar... explicarme en qué consiste? —pidió esperando que no se tratase de otra confusión de nomenclatura por parte del humano. Aunque ciertamente su estructura morfológica denotaba una posible relación con la materia “deporte” que había mencionado a posteriori. Así mismo, había tratado de abreviar tal y como le habían dicho primero el humano del otro grupo y luego el carabés, aunque era algo que no siempre recordaba. Tampoco estaba muy claro si realmente lograba abreviar lo que fuese a decir o solo cambiaba ligeramente las palabras usadas.

Una vez dadas las explicaciones pertinentes y el irrense haber explicado que les resultaba imposible con el instrumental y material disponibles elaborar un balón que pudiese botar con tanta eficacia, el humano le explicó una alternativa que no requería dicha propiedad en la pelota para llevarlo a la práctica. Esa noche, tal vez por haber tenido que prestar más atención a la conversación que de costumbre, recordó la charla que había mantenido con Taro acerca del descanso apropiado y fue la primera vez que subió a las habitaciones. Tan solo se quitó cuidadosamente la bata, asegurándose de que nada podría caerse de los bolsillos, y se acostó en la primera cama libre par según su disposición de aquella habitación menos concurrida. En noches sucesivas, sin embargo, volvió a incurrir en la misma pérdida de la noción del tiempo acostumbrada. Se dedicaba exclusivamente a programar durante la noche, ya que la luz artificial disponible no era adecuada para ninguna otra tarea. Sin embargo, algunas de esas noches, Lara 37 aparecía para despertarlo y decirle que subiese a dormir a la habitación. El irrense, no pudiendo refutar la coherencia de aquella petición, le hacía caso entonces.

En los días siguientes, Archime se dedicó a diversas manualidades que era lo único que conseguía calmar su permanente estado nervioso por el hecho de que todavía no salían en dirección a la biblioteca. La más sencilla fue realizar un elemento para jugar a lo que Shaco había descrito, lo cual se solventó rellenando de granos de arena una pequeña bolsa de tela. A continuación, utilizó los materiales obtenidos en las ruinas de Margalar y, empleando tablillas de madera del tamaño más adecuado del que disponía, ya que no encontró ninguna sierra por más que rebuscó entre la armeria e incluso en otras partes del torreón, se afanó en modificar un par de cestas de las del suministro para que, además de ofrecer un sustituto de cama para los hijos de Lara 37, pudieran mecerse como una típica cuna para bebés. Para ello empleó la técnica de curvar madera mediante el vapor y dándole forma presionándolos posteriormente contra los bordes de una mesa redondeada. Empleando más tablas, clavos y un martillo, montó la pequeña estructura de las patas de la mecedora en las cestas y se las proporcionó a la ordesa con un simple "disculpa el retraso, aquí tienes lo que había prometido". *

Aunque no participó en el juego deportivo propuesto por Shaco, se encargó de examinar el muro del patio con el fin de encontrar un agujero que sirviera a sus propósitos. Cuando dio con uno adecuado, curvó a golpe de martillo la punta de una de las varillas de metal largas de las que disponía para posteriormente afianzarla al muro lo mejor posible itnroduciéndola por su extremo aun recto. En el otro extremo colgó el aro de Shaco y se lo mostró al humano, disculpándose por no poder realizar un trabajo menos inestable con lo disponible. Una vez finalizada la parte que él dominaba, Archime tan solo observaba de reojo como algunos de sus compañeros desempeñaban aquella actividad mientras continuaba programando impasiblemente sentado en algún lugar donde no corriera peligro de salir dañado.

En una ocasión, tras haber visto lavar sus prendas a varios de sus compañeros, el biomecánico se acercó vacilante a la ordesa mientras se afanaba en aquella tarea. Le señaló las manchas de sangre de su bata y le indicó que deseaba deshacerse de ellas pero desconocía los pormenores del proceso mediante el cual se efectuaba un lavado a mano con eficacia. Una vez Lara 37 aceptó ayudarle, Archime sacó todo lo que llevaba en los bolsillos en la mesa de trabajo del sótano y los ordenó cuidadosamente antes de llevar su bata vacía para tratar de limpiarla. La tarea se le antojó mucho más complicada de lo que parecía pero siguió las instrucciones de la ordesa con toda la precisión de la que disponía. No obtuvo un resultado perfecto pero las manchas de sangre se atenuaron. Mientras la bata permaneció colgada secando, Archime bajó incontables veces al sótano si se encontraba en otra habitación por necesidad a fin de comprobar que sus herramientas y utensilios continuaban en su lugar correcto.

El nerviosismo del programador aumentaba con el paso de los días, manifestándose en ocasiones en forma de tics nerviosos que incluían el ejecutar y finalizar un nuevo terminal en su ordenador sin propósito alguno, quitarse y ponerse las gafas con más frecuencia de la habitual o moverse inquieto por una estancia sin motivo. Por suerte para el irrense, o tal vez para sus compañeros, el día de salir hacia la biblioteca, y por tanto la magia, llegó.

Sigue en la Cicatriz de Arax.

*PERDÓN. POR EL RETRASAURIO.

El aprendiz ladeó la cabeza con la respuesta del ingeniero. Pasando por alto el hecho de que se habia equivocado, de nuevo, con el nombre, tan solo podia escuchar una cosa en su cabeza.

>>... Come on and Slam! Wel-come-to-tha-JAM!

Pero no tardó en explicarle los esenciales sobre el baloncesto, sobre los jugadores, algo de su historia y de otros conocimientos variados sobre aquel deporte tan estimado en Humania.

-... Y por eso, aunque en la ficcion se represente normalmente solo a homosexuales jugando a este deporte, en la realidad cualquiera puede jugarlo.-terminó diciendo, intentando hacer memoria de algo más que pudiese interesarle, pero sin llegar a nada valioso que aportar.-Y... creo que eso es todo.-dijo, para hacerlo ya oficial. Entonces escuchó la respuesta del ingeniero que le explicó que con los materiales de los que disponian, era imposible fabricar un balón de baloncesto. Aquel dato, que habia pasado por encima de la cabeza del aprendiz como si se tratase del Great Fox y su tripulación a bordo. Se quedó de piedra unos segundos, sin saber como solucionar aquello y entonces, hizo un esfuerzo para pensar. Pasados unos breves segundos, se acordó de un juego al que podrian jugar.
-¡Tengo un dolor de cabeza con imagenes!-dijo en principio alegre al haberse acordado de esa posibilidad, pero pronto se corrigió en sus palabras.-Q-quiero decir... ¡Tengo una idea!-

Y en ese momento, el aprendiz, le explicó lo poco que habia por saber del juego, alegando que en cuanto a reglas era muy parecido al baloncesto pero en mecánica no tanto. El "balón" podria hacerlo hasta un bebe, así que no era ningun problema.

Al dia siguiente, el ingeniero ya habia preparado el aro en un hueco entre las piedras. El patio era lo suficientemente grande para que jugasen ahí mismo. Dandole una palmada de reconocimiento en el hombro, el aprendiz le agradeció la ayuda prestada, aun a pesar que según lo que le dijo, aquello no era todo lo estable que le hubiera gustado. Restándole importancia, le invitó a que se uniera a jugar aquel juego, pero el irrense le rechazó a la primera. Algo más decepcionado, el joven ruso le dejó estar, pues no iba a presionarle después de lo que habia hecho por él. Con arenisca fina, dibujó en el suelo la "zona" para el juego y fue corriendo al torreón de vuelta, atacando a todos y cada uno de los presentes que iba encontrando, salvo el clinger ya que estaba herido y el nipón, ya que su presencia desapareció por completo a ojos del ruso. De entre todos, hubo un decente grupo reunido en el patio: Nero, Lara, Keiriarei, Cio y él mismo. Le hubiera gustado que más gente se uniera pero hubo algunos que fue imposible de convencer, ya bien fuese porque eran resistentes a los ojos de cordero degollado y los pucheros del aprendiz o bien porque el mismo ruso preferia no forzar a la persona en cuestión, como fue el caso de Ri y Archi.

El primer intento de jugar, tras explicarles las reglas básicas y hacerles una ágil demostración de una carrera con una canasta, fue un completo desastre. La mayoria apenas podia avanzar con la pelota rebotando, ni mucho menos pasarsela los unos a los otros, así que dió un alto al juego y les explicó que seria mejor que antes practicasen a moverse con naturalidad con la pelota y que luego aprendiesen a tirar a canasta y a pasarsela los unos a los otros. Usando la pelota que habia hecho el irrense y otra más que se las habia ingeniado el propio aprendiz para fabricar, comenzaron los entrenamientos. Poco a poco, lograron encontrarle el tranquillo al tema y más o menos comenzaron a divertirse, aunque no estuvieran jugando a un juego como tal, tan solo practicando con la escurridiza pelota. Y asi siguieron durante un largo rato hasta que los entrenamientos dieron un abrupto alto cuando Keiriarei, en medio de una practica, trató de darle una patada que, aparentemente tenia una intención de ser suave, pero que sin duda hubo mucha más fuerza de la necesaria y mandó una de las pelotas por encima del muro, en la lejania, de donde nunca se pudo recuperar de nuevo.
La mirada escéptica del humano se plantó entonces en la pelirroja que aseguró que le habia dado suave. Se anotó mentalmente el deseo de nunca provocar a la ulterana en pos de que la proxima pelota que patease no estuviese en su entrepierna.

Y más entretenidos, comenzaron a pasar los dias. El aprendiz trabajó duro, tanto en sus propios entrenamientos como en los del juego, autoproclamandose "Super Entrenador de Preparatoria", titulo que, cada vez que lograba que uno de sus compañeros lograba aprender algo nuevo gracias a él, bramaba por encima de sus pulmones, mucho más energético y entusiasmado que de costumbre. A cada día que pasaba, el aprendiz preguntaba (normalmente en la cena o en cualquier reunión de compañeros parecida) cuanto iban a salir a aquella biblioteca, impaciente, hasta que finalmente, se decidió un día fijo para salir. El aprendiz apenas durmió la noche antes de la salida e incluso se despertó antes del amanecer, pero solo llamó a los demás cuando de verdad salió el amanecer, como era costumbre en él.

Pertrechado como el que más, excitado e impaciente como un erizo que le den un abrazo, el aprendiz salió por la puerta del torreón como una bala con rumbo a

Sigue en la Cicatriz de Arax.

Los días pasaron aburridos para Lara, que veía cernirse sobre ella una nueva rutina matapaciencia. Había soñado toda su vida con magia y la idea de esperar para conseguirla se le había ido atragantando más y más estos días. Estaba ansiosa y se le notaba al conversar con ella. Rara era la vez que no acababa liando  a algunos de sus compañeros con algunas de sus teorías. Sin embargo, la ansiedad por la magia no era algo con un origen puramente egoísta. Lara estaba asumiendo poco a poco que la partida era realmente peligrosa y, aunque de cara al público no lo diera a entender, la preocupación por sus pequeños iba en aumento. Además, la pelusilla asomó en los dos pequeños que hasta entonces habían sido calvos, por lo que empezaba a plantearse el nombre.

Los pocos momentos que no pasó con sus niños, estuvieron ocupados por el deporte de Shaco. Era la que más problemas tenía para alcanzar la canasta. Sin embargo, tal y como era típico en ella, se tomó el "baloncesto humanio" todo lo seriamente que pudo. De más, casi. No le importaba gritar y quejarse si creía que alguien le hacía trampas. Nisiquiera cuando no estaba segura de las normas.

El día que todos se fueron hacia la biblioteca, debido a lo lejos que creía que estaba, no le quedó más remedio que quedarse. No podía dejar a los niños solos durante todo el día y tampoco podía arriesgarse a sacarlos por un libro. Con sus pequeños en brazos, observó como sus compañeros se marchaban y les despidió con un "Más os vale volver con magia, cabrones" y una mueca que no era más que un intento de disimular la envidia que sentía.

-Ey, Xalk-Lara no era experta en expresiones insectiles, pero se lo jugaría todo a que el clinger sentía envidia por salir-. ¿Te puedo preguntar algo?-la ordesa había acabado decidiendo qué haría con los nombres de sus pequeños-¿Podrías decirme nombres de niña de tu mundo?

Se había quedado en la entrada para ver marchar al grupo, mientras internamente maldecía sus lesiones y a la magia por no poder irse a alguna parte él también. La envidia reflejada en su cara era tal que no habría hecho falta ser un insecto para darse cuenta de ella.

Fue después de que los afortunados exploradores se hubieran ya marchado, cuando Lara se le acercó, con una pregunta que el clinger no esperaba.

-Oh pues.... ¿Nombres de niña? Pues... no tenemos nombres específicos para un género la verdad. No es una distinción que sirva vamos. Si quieres te puedo decir nombres sin mas, esto... déjame pensarlo un momento...-

Hiperactivo como siempre, algo que ni siquiera la fractura había logrado mitigar, comenzó a moverse de un lado para otro mientras se pensaba nombres que pudiera decirle a Lara la pastora.

-Hmmm vale... ¿Qué tal Vord, Pel, Clest, Jal, Oslu, Ioli, Ilde, Lag, Sod, Loles, Yere, Dyt...- Se paró un momento para recuperar el aliento –O también Yara, Tord, Keeb, Stass,  Alt, Ery. Echu, Lit, Ent... ¡Oh! y tu propio nombre, Lara, tambien podría considerarse un nombre clinger. Cumple los requisitos. Hay muchos ahora que lo pienso-

Y tantos. La repentina lluvia salvaje de sugerencias no estaba injustificada, ya que para un clinger cualquier combinación de letras que forme una o dos sílabas se la podía considerar un nombre propio y aceptable.

-¿Y por qué lo preguntas por cierto?- Acabó preguntándole mientras miraba a la pastora, a la vez que giraba la cabeza hasta poner sus ojos en vertical

-Oh... Pues tenéis algunos nombres bonitos-a Lara le habían gustado varios, entre ellos Loles, Lag y Lit, por empezar por la misma letra que su propio nombre-. Es para mis niños, ya tienen todos la pelusilla y están pidiendo nombre a gritos-le explicó. Se quedó unos segundos abstraída, dándole vueltas al resto de nombres que le había dicho y añadió-. ¿Y tienes número de la suerte, por casualidad? -probablemente al final escogiera cinco de entre todos los que le dieran.

Lara comenzó a zapatear impaciente, todavía tenía que preguntar al resto de los que se habían quedado en Maciel con ella.

Dieron una voz a los del interior y alguien les franqueó el paso. Volvían con los botes de miel a cuestas aún, dado que cuando por fin habían localizado Letargo nadie les había abierto la puerta.
Nada más llegar, ya que no tenía que dejar libros en ningún lado, Taro fue derecho a la cocina y empezó a prepararse algo. No se había llevado nada de comer a la biblioteca y el rodeo extra que habían dado había contribuido a que regresase con un hambre de lobo.

Taro veía la cocina del mismo modo en que veía la cantina de las residencias: cualquiera podía pasarse a la hora que fuese y se servía uno mismo. Sin embargo los demás, al menos los que solían coincidir más a menudo con los caóticos y numerosos horarios de hambre del carabés, ya llevaban el suficiente tiempo de convivencia con el muchacho como para saber que si le pedían que aprovechase e hiciese para todos a él no le importaba hacerlo.

Añadió ingredientes extra a la olla de la pasta con relativa comodidad: ya empezaba a cogerle el tranquillo a aquellos fogones manuales. Mientras la removía, dejando que otros se encargasen de contarles a los que preguntaron sobre la salida a la biblioteca, se le vino algo a la cabeza.
-¿Lara, y tus críos cuándo empiezan a comer cosas de éstas?- la ordesa había dicho que solo toleraban el requesón, pero Taro había visto que ya empezaban a salirles pelos, y aunque no era precisamente un experto suponía que eso significaba que estaban creciendo.