Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

Se había dado cuenta con retraso de que los paquetes de pasta deshidratada no venían acompañados del sobre extra con salsa, quizá porque los jefazos lo habían considerado superfluo para las cestas. "Se nota que no han vivido semana y media comiendo de esto hasta para desayunar." Taro sí (en una época en la que le habían cancelado el acceso extra al comedor por bajo rendimiento) y sabía que sin ese complemento extra el resultado salía tan insípido como el agua.

El bote de miel había sido lo primero que había visto para aderezarla, y la oportuna intervención de Ri le recordó justo a tiempo que aquello era contra lo que les había advertido Archi la noche anterior.
-Estoy en la parra- murmuró algo avergonzado. En muy mal estado tenía que estar algo para desestabilizar un estómago carabés, pero Taro no estaba dispuesto a probar suerte. Con cierta reluctancia le cedió el sitio en la cocina ya que parecía apañárselas mejor, pero puso cara de terror cuando ella le pasó a los niños.

-¿Y qué hago yo con esto?- protestó. Al oír que alzaba la voz las crías de Lara empezaron a revolverse inquietos y Taro se puso nervioso. ¿Le veía ella cara de malcriador precoz acaso? ¡Él no sabía nada de críos! ¿Qué hacía uno con una cosa así? ¿Y con cinco? ¿Y si se ponían a llorar o se le caían?
Atisbó en el interior de la cestita con recelo. Cinco animalillos le devolvieron igual número de miradas en diversos grados de curiosidad, susto o simplemente sueño.

Taro se devanó los sesos para recordar cualquier cosa útil; cuidados infantiles no era algo que fuese de conocimiento general en Carabás. A ver, ¿qué hacían los funcionarios de las guarderías estatales para mantener tranquilos a los bebés...?
"Ah, sí. Drogarlos", recordó desinflándosele un poco la resolución. Necesitaba un plan B.
Se sentó a la mesa de la cocina apoyando la cabeza entre las manos. Clavó la mirada fijamente a los ojillos de los cinco habitantes de aquella cesta frente a él, con la misma precaución con la que lo haría de tratarse de cinco runas explosivas y casi sin parpadear.
-Ea, ea, ea, ea, ea, ea, ea- empezó a musitar con cautela, como si tratase de hipnotizarlos. Con los niños criados en casa eso funcionaba, estaba casi seguro. Lo había visto en la tele.
Los niños de Lara dejaron de removerse y le miraron con lo que Taro no supo discernir si era interés o escepticismo. En cualquier caso se quedaron calladitos que era lo que le interesaba.

Mientras pasaban los escasos minutos que necesitaba la pasta para prepararse Taro se avino a balancear la cesta por el asa a ver qué pasaba. La respuesta fue una serie de gorjeos entusiasmados que el carabés interpretó como positivos. En un momento dado se paró y se dio cuenta de que Ri había estado todo aquel tiempo cocinando de pie a pesar de la lesión del pie. "¿Y por qué no dice nada?"
-Ya lo sirvo yo- dijo bajando un par de platos de uno de los armarios-. Si te hacía ilusión cocinar lo podías haber hecho sentada en un taburete en lugar de apoyar peso en el tobillo- añadió.

Sin desperdiciar tiempo ni movimientos, Ri troceó carne y lo que parecía alguna variedad de cebolla, y  lo frió sin dejar de remover mientras el fuego estaba alto. Echaba en falta especias y otros tantos ingredientes que le hubiera gustado añadir. En cambio, troceó un par de verduras dejándose guiar por el instinto; al poco estaba listo algo que podía no ser lo mejor que había hecho nunca, pero que consideró un acompañamiento aceptable. Confiaba en que los cachorros no daban muchos problemas, y se dedicó a rehogar la pasta con la carne sin interrumpirse para comprobar si Taro los cuidaba bien. Oía de fondo los ruiditos animados de las crías, y al chico murmurando "ea ea".

-Listo.
Se apartó cuando él se ofreció a servir la comida, con la torpeza de la cojera.  
- No estaba apoyando el pie.- repuso, tomando asiento por fin. Se masajeó el gemelo de la pierna sana, al tiempo que desviaba la mirada hacia las crías, para evitar cruzarla con  el chico.  Cuando volvió a mirarlo, había aparcado el tema del tobillo lejos de su mente.- ¿Duermes por la noche como el resto? Quiero decir, tu también eres diurno o...

Quería oir que alguien más entendía que cuando el sol estaba en lo alto  era momento de descanso  y no de explorar o enfrentarse a reptiles. Aunque supiese que, de ser nocturno, era poco probable que la luz le produjese tanto nerviosismo como a ella. Ri tenía miedos diurnos desde pequeña y los ocultaba con dificultad.

Taro empezó a comer al ritmo rápido y metódico de siempre, apenas parándose a saborear no por disgusto sino por costumbre. "Está bueno", fue el escueto comentario mental que le dedicó al añadido de Ri.

No entendió el sentido de la pregunta al principio, y luego cayó en la cuenta. "Sí que se les estarán jodiendo los horarios de sueño..."
-Sí, como...- a medio camino se acordó del seco "estoy durmiendo" que le había soltado la sinhadre a Shaco y se corrigió-...casi todos. Hoy sólo se me ha pasado la hora. Como aquí no hay alarmas...- aclaró como si la sinhadre pudiese saber de antemano a qué se refería.

La miró con curiosidad. Había oído hablar de gente de postín que se había operado la vista para ver en la oscuridad, pero normalmente solían añadirse alguna chuminada como pupilas felinas. Ri no parecía operada. Aunque si todos en su mundo eran nocturnos... ¿se operarían más bien para ver de día?
-Si vosotros trajináis de noche...- frunció el ceño-. ¿Andáis cegatos de día?
Eso podía ser un problema. Aunque la tarde anterior ninguno de los dos sinhadres parecía desenvolverse mal.

Se le escapó cierta decepción en el rostro al oír la respuesta. La sinhadre comía al ritmo que le habían enseñado que era educado, pensativa. Si no quería vivir en un torreón fantasma, y aunque solo fuera por el ruido habitual acabaría teniendo que adaptarse a la vida diurna. La idea no le hacía gracia.
- Cegatos... No. No aquí, al menos. Este mundo es paliducho, es como si su sol no tuviese fuerzas. – el tono opaco y suave no dejaba claro si eso era positivo o negativo.- Todo está algo blanquecino de día, pero os veo perfectamente.

Dio vueltas a su tenedor entre los dedos, decidiendo si hablar más.

- Ahora la lesión me lo impide, pero me gustaría poder trepar como tu. ¿Es algo que se pueda enseñar?

Como de costumbre terminó muy pronto de comer, y llevó el plato a la pila para lavarlo con el agua que había sobrado de llenar la olla. En ello estaba Taro, echando en falta un aerosol limpiador, cuando se volvió para mirar a Ri con la sorpresa pintada en la cara.

-Si se puede aprender se puede enseñar, supongo- repuso antes de volver a su tarea. Renen y él iban a la par: lo que se mostraban el uno al otro eran trucos aislados, no la técnica desde cero. No estaba muy seguro de poder hacerlo, aunque un cosquilleo de orgullo con el que estaba poco familiarizado se instaló en él ante el simple hecho de que alguien se hubiese planteado pedírselo.

-El patio no es buen sitio para practicar estas cosas, hay cristales en el muro- comentó una vez volvió a sentarse en la mesa. Volvió a balancear la cuna improvisada de los bebés distraídamente para entretenerse-. Pero cualquier sitio de fuera sirve. Esta ciudad es perfecta la mires por donde la mires, todo son ruinas- añadió con el inicio de una sonrisa.

-Fuera.- repitió. Y por supuesto, practicarían de día. Ri cogió aire, tratando de aparcar la incómoda idea de la cabeza. Sabía lo que sentiría; no siempre era miedo como tal, sino más bien el inicio de este. La sensación de inseguridad de todo lo oculto en la luz. Sonrió, por cortesía y terminó su plato. Cojeando lo llevó al fregadero, lo limpió, y se quedó sin cosas que decirle al único que le hacía compañía esa tarde. Podía iniciar una charla intrascendente por el gesto educado de llenar el silencio, pero no tenía muy claro que él quisiera. Había notado la parquedad con la que contestaba a casi todo, y asumido inconscientemente que tenían en común el ser reservados. Preguntas personales, por tanto, podían ser solo molestas.

La chica tampoco parecía tener más interés en ahondar en preguntas, por lo que el siguiente par de horas se estiró sin más acontecimientos relevantes. Taro le estaba cogiendo el tranquillo a mantener ocupados a los críos y se quedó un buen rato en la mesa de la cocina inventándose cualquier chorrada para entretenerlos. La sensación de no tener horarios estrictos le resultaba muy extraña, y a falta de televisión u oportunidades de salir a su antojo del torreón no se le ocurría manera mejor de llenarlo.

En algún momento hizo amago de salir al patio a estirar las piernas, pero al ver que aún había gente fuera desistió de su intento. Y para practicar fuera habría tenido que bajar el puente y armar un escándalo de aúpa, así que decidió que no valía la pena. Ya intentaría escalar el torreón cuando los demás estuvieran ocupados cenando o lo que fuera. Aprovechando que toda la pesca estaba fuera investigó las habitaciones superiores en busca de un lugar donde darse un baño. No se esperaba ningún cuadro de mandos táctil vista la tecnología que imperaba en el resto de la ciudad, pero sí al menos un grifo automático. Unos cuantos viajes con cubos a cuestas le permitieron lavarse a toda prisa con el agua fría, castañeteando los dientes.

A media tarde oyó gritos fuera del torreón reclamando que bajasen el puente. Le hizo un gesto de cabeza a Ri indicando que ya iba él, y bajó las escaleras a la mazmorra donde si no recordaba mal estaba la sala de mandos.

Examinó el destartalado cuarto, inconscientemente buscando un panel de control electrónico. En su lugar se encontró con una serie de mecanismos antiguos, y dedujo que lógicamente, si en esa posición el puente estaba subido, cambiarla en sentido opuesto provocaría que bajara.
Tras un par de minutos en los que Taro forcejeó con una serie de palancas concebidas para alguien con el doble de su masa muscular, el puente levadizo bajó con un chirrido de protesta y franqueando el paso a los recién llegados.

El aprendiz observó la estatua, ensimismado. Con la mente en blanco, solo consiguió salir de su trance, dando un respingo de miedo y sorpresa cuando se escuchó la voz del clinger saliendo aparatosamente del torreón en ruinas. Al parecer, dentro se habia encontrado con más criaturas peligrosas y estas le habian atacado, pero no parecia dolorido, aunque podia apreciarse el daño. ¿Quizás su armadura natural le hubiera protegido? Si fuera así, no seria tan facil aplastar al alienigena como en un principio habia pensado.

>> Lo acabas de hacer.
>> ¿El que?
>> Nada. Solo hablo conmigo mismo kukuku...

Rodando los ojos mentalmente por el arlequín, el aprendiz se sintió más cómodo cuando descubrió que finalmente se iban de aquel lugar  Uno de los motivos que le impulsaba a permanecer y seguir explorando era la curiosidad, bastante poderosa en el chico. Por desgracia, tenia un motivo más grande para abandonar aquel lugar. Quizás la rampante araña lo habia causado, pero en su introspección se habia acordado de algo. Se habia acordado del miedo que una vez sintió, aunque era incapaz de recordar el que lo causó. Podia sentirlo.

-Apruebo la moción.-tan solo dijo al respecto. Dando un golpe con la cola en el suelo, rompió la marcha y entonces, para distraerse, comenzó a hacer florituras y piruetas con su arma, simples para él ya que planeaba seguir practicando hasta que cayera la noche. Cantaba otra canción esta vez, en un intento de animarse y apartar aquel recuerdo.

Finalmente llegaron al torreón y el aprendiz resumió su entrenamiento, apuntando mentalmente sus fallos y demás trucos que podia hacer con su Bastón de Acero. Parecia haberle cogido confianza en tan solo un dia, pero sabia que estaba muy lejos de dominarlo al completo, ya que casi todo lo que hacia, lo hacia porque su cuerpo lo recordaba así. Él ya habia cogido aquel arma antes en algún momento de su vida y ya habia conseguido muchos de los trucos que entonces realizaba mucho antes de llegar a la ciudad. Algo se lo decia, pero no lograba señalar en concreto la memoria en la cual lo hacia.

Con un duro golpe (al aire), el aprenidiz se deshizo de otro Uruk-Hai. El último. Rodeado de cadaveres de los soldados de la mano blanca y el aprendiz suspiró y se secó el sudor de la frente. Aquella habia sido una batalla de proporciones épicas.
-¿Es... Es esto todo lo que puedes ofrecer, Saruman?-dijo al fin, entre jadeos. Hizo una última floritura y dejó con elegancia el bastón apoyado contra la pared. El estómago le rugia, pero la hora de la cena distaba lejana, lo suficientemente lejana como para causar más hambre al chico con tan solo pensarlo. A otro quejido de su estómago, se decidio ir a por un tentempié. Una vocecilla femenina y gruñona resonaba en su cabeza pero apenas pudo entenderla.

>> ¡Qué luego no me comes en la cena!

Sacudió la cabeza y parpadeó un par de veces. ¿Qué diablos habia sido eso? En las cestas, encontró la fruta usual que solia consumir, pero aquella vez le apetecia algo salado. Rebuscó y rebuscó y encontro carne reseca y comida instantanea deshidratada. Nunca habia visto la marca de esta y no podia ni siquiera leer las instrucciones. Puso agua a hervir en un cacharro.
-De todas formas, es como el como cuando te dan a leer las condiciones de uso y registro.-y entonces arrojó el paquete vacio por encima de su hombro. La voz volvio, más débil esta vez.

>> ¡Otra vez me está comiendo porquerias industriales! ¡Niño, ven, que te via dar yo 'uena fabá!

Muy extrañado, por la voz, giró su cabeza en todas direcciones. Acostumbrado a escuchar voces aleatorias en su cabeza, tan solo suspiró y siguio haciendose la cena. Echó los fideos deshidratados cuando comenzó a hervir el agua y desmenuzó trozos de carne reseca par añadirlos tambien. Lo condimentó con varias cosas que consideró sabrosas, ya que no venia salsa en el paquete, y esperó pacientemente a que estuviera lista la sopa. Sacando el cacharro y apagando el fuego, blandiendo un tenedor, el aprendiz marchó hacia un sillón y se sentó acuclillado sobre este mientras tarareaba otra canción en voz baja y comenzaba a sorber ruidosamente de sus fideos instantaneos con voracidad, apenas centrandose en el soso sabor que tenian que habian cogido de la carne hervida entre otras cosas. Cuando terminó con los fideos, bebió del caldo soplandolo, mientras todavia estaba caliente y terminó con los posos ayudandose con el tenedor. Una vez vacio el cacharro eructó felizmente y, de un salto, volvio a la cocina para arrojar el cacharro con el montón.

Bailoteando alegremente en su salida de nuevo al patio, ya que estaba oscureciendo, se dio cuenta de que aquellos fideos instantaneos improvisados le habian llenado bastante y estaba con el estómago ligeramente pesado. Resopló y, palmeandose el estómago, se tumbó en el suelo, acariciando su panza, a su lado su bõ.
-¡HE COMIDO!-anunció con una sonrisa feliz.

Y entonces reposó para bajar aquel pesado tentempie y se quedó observando como anochecia, con su sonrisa muriendo poco a poco. Paladeando el sabor reminiscente en su boca, el aprendiz bostezó, algo cansado pero no lo suficiente para irse a dormir.
-¡ME ABUUUUUUUUUUUURRO!-exclamó.

La vuelta transcurrió sin incidentes para la decepción del clinger. Habría preferido que el grupo sufriera algún tipo de ataque para no ser el único tocado, pero no hubo suerte. 

En el torreón, y mientras aguardaban a que bajaran el puente levadizo, el que llevaba esas cosas raras que llamaban gafas ¿Archi tal vez? Comenzó a preguntarle por su especie y mundo de procedencia.
La primera la respondió sin más, nada complicado, pero la segunda... Necesitó una explicación para comprender, por fin, que ya  no se encontraba en Dryfus, como había pensado hasta ahora, sino en un mundo completamente distinto.
Era algo tan ajeno para Xalkoth que externamente solo consiguió manifestarlo quedándose quieto, con los brazos caídos y la boca abierta del todo, sin moverse ni reaccionar a ningún estímulo. El puente terminó de bajarse y todos entraron, salvo él, que seguía ahí parado. Hicieron falta un par de gritos para que, lentamente, y sin variar su expresión, entrara por fin.

Dentro por fin consiguió cerrar la boca, y tras plantearse por un segundo las cosas que podría hacer decidió darle prioridad a su exoesqueleto. “Mejor pasar hambre un rato que estar indefenso”
Decidió que el patio sería un buen lugar. Ignorando al naranjito, que también estaba por allí, encontró un lugar para ponerse cómodo, se quitó el poncho y toda sus cosas, que dejó a un lado, y allí se quedo quieto, completamente.

Al principio no pasó nada, tan solo se veía el clinger parado como una estatua, mientras internamente diferentes músculos se organizaban e iban ejerciendo presión por todo el cuerpo sin efectos visibles, de momento. Pasados unos diez minutos la primera grieta apareció, seguida varias más. Poco a poco todo el exoesqueleto se fue resquebrajando, Y cuando varios trozos comenzaron a desprenderse el clinger se movió por fin, quitándoselos a medida que se desprendían, y dejando al descubierto su piel rosácea. Con ella, desde lejos el clinger habría podido pasar por un feto gigante con cabeza de insecto.

Ahora venía la parte más delicada. Lentamente, de la piel comenzó a segregarse una sustancia viscosa, que fue cubriendo al clinger. Ahora era translucida, pero a medida que pasara el tiempo se iría volviendo opaca y negra, Pasarían horas antes de que esta sustancia se endureciera hasta convertirse en un nuevo exoesqueleto. Hasta entonces no debía ser tocada ni manipulada, o se crearía con malformaciones y habría que repetir todo el proceso desde el principio.

Nero apareció cuando terminó de bajar el puente pasadizo. Los miró con curiosidad, buscando heridas o gestos que le dieran una idea general del resultado de su exploración.

- ¿Has encontrado algo interesante?-  dijo echando un vistazo  a los bolsillos abultados del chico-bestia.  El edeel era una fachada perfecta de neutralidad: amigable pero sin un interés especial en la respuesta.

Cuando llegaron al torreón, lo primero que hizo fue comprobar quien había hecho descender el puente levadizo. Taro fue el único que ascendió desde las escaleras del sótano, por lo que había tenido que ser él. Archime anotó mentalmente que el carabés sabía como manipular el mecanismo sin romperlo. Lo segundo que hizo fue dirigirse a Xalkoth para inquirir acerca de su especie y mundo de procedencia. La respuesta del insecto fue inesperada, no por la información que proporcionaba sino porque hizo una apreciación que desconcertó al irrense en un principio. Hasta que se dio cuenta del por qué.
—Tus palabras implican que supones que seguimos en tu mundo de origen. Debo sacarte de tu error, Rocavarancolia se encuentra en un planeta completamente diferente. Hemos sido traídos a través de portales que comunican nuestros mundos con la ciudad, o al menos eso es lo que se encuentra registrado en los archivos de Irraria...

El ingeniero permaneció tan inmóvil como el clinger en un principio, como esperando alguna reacción por su parte que nunca llegó a producirse. Aquella noción parecía haber impactado considerablemente al insecto por lo que Archime, tras dirigirle una última mirada, comenzó a adentrarse en el torreón con intención de comenzar a realizar un inventario de lo que había recogido en aquella salida. Sin embargo, no se abstrajo por completo con ello y pudo ver claramente cuando Xalkoth volvió a entrar y salió al patio. Este hecho en sí no hubiera llamado la atención del biomecánico de no ser porque al cabo de unos minutos el clinger comenzó a realizar un proceso que el irrense no se hubiera imaginado debido a la condición de Xalkoth como insecto. Desde la distancia pero sin perder detalle, Archime fue testigo de como el clinger se desprendía de su exoesqueleto. Los clinger diferían de los insectos que conocía como mínimo en aquel proceso de muda, por lo que no podía dar por hecho que otras características también fuesen iguales. Aunque recordaba el episodio de la plaza de la fuente con el aquel otro humano, Álvaro, y al menos el método de respiración sí era, como mínimo, semejante.

La observación de la regeneración del exoesqueleto se vio interrumpida por Nero, quien se acercó al irrense con una pregunta. Archime se giró un breve instante hacia él antes de agachar la cabeza en dirección a sus rebosantes bolsillos. Tardó un par de segundos en reaccionar, pero introdujo su mano izquierda en uno de ellos y empezó a vaciar su contenido.
—Algunos engranajes, restos de piezas metálicas tales como bisagras y cerrojos, varillas de metal... —fue colocando lo que mencionaba sobre un mueble cercano.

Nero observó las piezas que le mostraba el chico bestia con esa mezcla particular de desinterés y aire analítico.  Sus ojos subieron por la prótesis de metal que movía como un brazo normal.
- ¿Es la maquinaria de tu brazo lo que te preocupa? ¿O lo ibas a usar para otra cosa? Porque no me equivoco al decir que algún tipo de maquina te deja mover el brazo de forma normal. – Terminó con cierto tono  inquisitivo, esperando más una explicación del funcionamiento que una respuesta afirmativa o negativa.  Luego jugueteó con el final de su trenza entre los dedos.- ¿Que os hizo perder el brazo a ti y a tu amigo? Brazos, en su caso.

Cuando Nero comenzó a hacerle preguntas, Archime le dirigió una mirada escrutadora que casi parecía evaluar si responder o no al sinhadre, pero en realidad tan solo estaba analizando sus palabras en su mente. Por la forma en la que el chico había enunciado aquellas palabras, se deducía que el desarrollo tecnológico de Sinhdro tampoco era precisamente destacable.
—Estos materiales distan mucho de servir para el mantenimiento de los implantes —comenzó a explicar por fin mientras separaba las piezas por tipos y hacía un recuento mental de cuántas disponía de cada—. Dispongo de algunos recambios en caso de ser necesarios aunque si se agotan parece que será complicado conseguir más. Tal vez pueda fabricar sustituitivos a través de los restos hallados en las ruinas, pero no serán ni muy precisos ni sencillos de hacer. El objetivo de la recolección de estos materiales lo decidiré cuando comience a trabajar con ellos —explicó sin dar más detalles ya que realmente todavía no había concretado lo que fabricaría.

>>No he perdido el brazo y no creo que Cío haya perdido su brazo izquierdo, pero sí probablemente el derecho ya que no creo que su trabajo como agricultor le permitiese adquirir un nuevo implante. Este implante —extendió su brazo derecho para enfatizar sus palabras— se trata de una prótesis estándar a la que todo ciudadano irrense tiene derecho una vez alcanza la edad adecuada. Funciona con la electricidad proporcionada por el órgano bioeléctrico que ya he observado que no se trata de un vestigio evolutivo existente en vuestros distintos plantes de procedencia, al menos no en especies inteligentes. El implante se halla conectado a los nervios mediante un circuito que permite el paso de la electricidad hacie el órgano y que intrepreta las órdenes enviadas al cerebro, así como las de las fibras sintéticas que sustituyen a los músculos y huesos...

Archime había vuelto a encontrar a alguien interesado en comprender el funcionamiento de los implantes, por lo que detallaría cada vez más su funcionamiento salvo que su interlocutor lo interrumpiese.

Nero escuchó, y solo lo detuvo para aclarar algunas ideas. Empezaba a ver que le faltaban conocimientos para entenderlo todo, pero suponía que podría quedarse con las ideas fundamentales si hacía las preguntas correctas.
- ¿Electricidad es algo similar a la magia de Taro, algun tipo de energía o poder que mueve cosas? Y vosotros la producis y la usais para mover los brazos. ¿Que utilidad tienen esas protesis, a parte de su dureza y resistencia? ¿Sois más fuertes?- todo lo preguntó como si reflexionase en voz alta, aunque su mirada no se movía del chico-bestia.

Cuando por fin llegaron debía reconocer que tenía ganas ya de sentarse y simplemente descansar. No habían hecho mucho más que reconocer la zona, pero algo era algo. Esquivó a los demás al entrar en el torreón, donde buscó una ropa limpia aunque raída que ponerse. Le sentaba como si se hubiese vestido con un saco para hortalizas, pero al menos podría limpiar mientras la otra. Le gustaba demasiado como para acabar dejándola inservible. Ocupó un rato en lavar y tender en la estatua del patio el conjunto naranja, mientras observaba lo que estaba haciendo el clinger, una especie de muda. «Qué grimoso». Aun así no era capaz de apartar la mirada.

Con un trapo húmedo quitó la suciedad incrustada en el reloj, sacando brillo como podía a los relieves de la tapa y poniendo a remojo la cadena. Era un objeto bonito una vez acondicionado «lástima que no tenga un producto para sacarle brillo o pulirlo».
Entró en el torreón ensimismado todavía con su descubrimiento, alegrándose de oler y escuchar el chisporroteo de la comida en la cocina. Allí mismo estaban Archi y Nero conversando sobre biomecánica, y aunque la conversación no le interesaba le dio una idea. Se acercó mudo a los dos chicos y sin pedir permiso metió la mano en dos bolsillos del irrense, uno detrás de otro, hasta que dio con unos destornilladores. Cogió el de calibre más pequeño y se alejó unos pasos para dejarse caer pesadamente en un sofá, haciendo palanca con el destornillador para ver el mecanismo de engranajes y, si era capaz, volver a ponerlo en marcha. La oferta de entretenimiento no era tan buena en su nueva vida como para no interesarse seriamente en la mecánica por primera vez.

Keiria no intervino en la conversación que generó la salida de aquel día, y después de servir las infusiones, la ulterana se sentó a escuchar, grabando en su memoria todos los detalles que sus compañeros compartieron de sus mundos. Le resultaron interesantes las alusiones a la magia, y le seguía intrigando el nivel tecnológico de los irrenses, pero si en algún momento le preguntaron acerca de Ulterania, desvió la atención acusando al mayor interés que podían tener los demás mundos. Le costaba hablar de su tierra, porque a pesar de que había leído muchos libros, sabía que desconocía cosas, cosas que se le habían ocultado al vivir encerrada en la casa de su padre y que le parecía importante saber. Esta era la razón de que no quisiera compartir nada con sus compañeros de momento, no quería que tuvieran una visión distorsionada del mundo del que provenía.

Cuando la conversación fue decayendo, la muchacha se retiró a descansar, volviendo a ocupar uno de los sillones apartados de la planta baja, aun no consideraba la otras plantas lo suficientemente limpias. Despertó temprano, cuando aun todos seguían durmiendo, y sin hacer demasiado ruido, se preparó algo de desayunar, volcando su atención de nuevo en la distracción que le proporcionaba arreglar aquel reloj. Cuando empezó a oír como los demás se ponían en pie, la pelirroja guardó su proyecto y fue a lavarse la cara al pozo. Cuando volvió a entrar estaban hablando de salir, pero la muchacha declinó la oferta una vez mas, prefería dejarlo para la próxima salida, y le apetecía darse un baño.

Cuando el último de sus compañeros salió del torreón y se subió el puente levadizo tras ellos, Keiria salió al patio con un par de cubos y los llenó en el pozo, llevándolos a la segunda planta con rapidez, y repitiendo el proceso hasta que la bañera estuvo llena. Una vez hecho esto, la ulterana se aseguró de que la puerta estaba cerrada, y se desnudó, soltándose el pelo y limpiando su cuerpo con ayuda de una pastilla de jabón y un cubo extra de agua que había subido. Cuando estuvo aclarada y limpia, la chica se metió en el agua fría, y relajó sus músculos, sumergiendo la cabeza y remoloneando un rato en el agua. Su cabello agradecía la humedad, y la muchacha lo movió bajo el agua para desentumecerlo después de tantos días sin ocuparse de su cuidado. Keiria era muy descuidada para algunas cosas, pero siempre trataba de mantener sano su pelo, sin embargo, los últimos días habían sido demasiado extraños como para mantener esa costumbre.

Cuando salió de la bañera, la chica se envolvió en una toalla seca y observó la luz que entraba por la ventana, preguntándose porque en aquel mundo el sol era tan pálido. Una vez seca, la pelirroja lavó su ropa con esmero, tendiéndola en la cuerda que atravesaba la habitación, y salió al pasillo, topándose con el pequeño Ippon, el cual observaba la pantalla holográfica de su ordenador de muñeca. La pelirroja se sentó junto a él en las escaleras y observó su trabajo, empezando una conversación con el irrense sin apenas darse cuenta. El muchacho era muy simpático y bastante curioso, así que la chica apenas tuvo dificultad para conversar con él, era muy fácil seguirle el ritmo. Las horas pasaron, y cuando oyó que sus compañeros regresaban, la ulterana se puso en pie y volvió al baño, donde su ropa estaba casi seca. Se la puso con rapidez, y tras calzarse las botas, bajó a ver que tal había ido la expedición acompañada por Ippon.

No parecían tener ninguna herida nueva, y al asegurarse de esto último, Keiria se acercó a las cestas para preparar algo de comida, debían de estar hambrientos. Preparó unos cuantos filetes, y los frió con un salteado de verduras, dedicando media hora a la tarea de hacer la comida, ya que el pequeño Ippon le ayudo un poco, agilizando el proceso. Cuando estuvo todo listo, la pelirroja llamó a los demás, dejando la fuente de comida a su alcance.

Lara no tuvo suerte con la moneda y volvió con las manos vacías a la torre. No podía decirse que estuviera desanimada, porque realmente entendía que la Suerte la protegía de alguna manera al negarle cada uno de los cacharros que había tenido que descartar; pero aún así habría dado todos sus puntos por algún arma encantada o pociones para sanar heridas. La ausencia de cofres provocaba cierto malestar en la ordesa, algo así como una semilla de preocupación que la propia madre no quería regar inconscientemente. <<Los moderadores de este sitio no parecen tenernos muy en cuenta...>>. Nada más entrar, realizó el que probablemente sería su ritual tras cada salida: buscó a la persona que había cuidado de sus niños, le dio las gracias, asomó la cara en la cesta y comenzó a hacerle carantoñas a los pequeñines. Las carcajadas bastaron para subirle el ánimo y hacer que Lara centrara su atención en actividades más positivas que comerse el coco.

Devolvió a los retoños al marsupio para que se amamantaran, guardó la cesta en la habitación y dedicó todo el tiempo que tuvo hasta la siguiente comilona en buscar más accesorios para su disfraz de Renacida entre la mugre. Si fuera había tenido unas tiradas más bien aburridas, aquí ocurrió todo lo contrario. De hecho no necesitó ni tirar la moneda al aire para encontrar lo que encontró: un baúl repleto de joyas y cristales. <<Por fin, ¡joder!>>. Toda entusiasmada, Lara escogió las que más le gustaron.

Cuando Keiria llamó a todos para llenar la barriga, Lara irradiaba felicidad por todos los costados. Y no era para menos. Iba engalanada con dos anillos anchos, uno en en cada pulgar, y dos colgantes alrededor del cuello. Llevaba dos más a modo de pulsera, uno en la muñeca derecha y otro en el tobillo izquierdo. Los había abrochado a su medida y dejaba que el resto del cordel cayera y se agitara conforme se moviera. Todas sus piezas nuevas eran de algún tipo de metal precioso, todas echadas a perder por el tiempo y un predecible mal cuidado. Y eso las hacía aún mejores para Lara. <<Pegan perfectas con mi clase y además me protegerán cuando salga>>. Eran todo ventajas.

Esta vez Lara no dejó caer nada sobre su nuevo apaño. Si antes ya se veía guapa, ahora se sentía casi poderosa, como si fuera la Señora Feudal del torreón. Se sentó en en uno de los taburetes de la mesa y olfateó el aire.

-No huele mal-aprobó. Y evitó meter el dedo en la fuente para probar su contenido antes de que llegara el resto.