Torreón Maciel (Archivo VII)

Twixy's se dejó guiar hasta el baño, como un zombi. Entre todos le prepararon un baño, y Samika se ocupó personalmente de asearla. Le lavó el pelo con todo el cuidado del mundo, masajeándole la cabeza y tratando de consolarla con palabras. Ella miraba al vacío, abrazándose las rodillas, sumergida en el agua caliente.

-Sami... gracias- dijo, sin apartar la vista de la pared que tenía enfrente, sin moverse un centímetro.- Si... si tengo que ser un monstruo... al menos supersé que no voy a estar sola...
Lo cierto era, que no podía haber pedido mejores personas con las que compartir una desgracia.

Pasaron meses antes del día fatídico. Twixy's siguió teniendo náuseas por ansiedad las semanas siguientes. Dejó de levantarse temprano y de hacer sus ejercicios matinales. Dormía casi todo el día, y su dieta se redujo drásticamente. No tocó un solo libro en muchos días, ni un arma, ni siquiera puso un pie fuera del torreón. Quiso fingir que no estaba en Rocavarancolia.

Por desgracia para ella, la frivy era una persona muy activa. Una vez se aburrió de la vida sedentaria, empezó a añadir actividades poco a poco a su rutina. Siguió sin querer salir para nada, ni siquiera para recoger las cestas, y como Eara solía quedarse también, empezaron a pasar mucho tiempo juntas. Le pidió a la sinhadre que le enseñase a cocinar, y durante un tiempo recibió a los excursionistas con postres creativos que no siempre salía bien. Luego recuperó la costura. Los remiendos y arreglos prácticos siempre hacían falta, y si no creaba prendas nuevas con lo que tenía, o se dedicaba a bordar y adornar las que le parecían más sosas. En una de sus búsquedas de telas por el torreón, encontró la prenda que había llevado Samika el primer día de criba, y le pidió que le enseñase a ponérselo. Le encantó, y empezó a pedírselo prestado de vez en cuando, incluso a fantasear con hacerse uno. << Vamos a hiperser los monstruos mejor vestidos de toda Rocavarancolia>> bromeaba para sí cuando tenía fuerzas para ello. Su ánimo era inestable y tormentoso, lo mismo se levantaba llena de energía y con ganas incluso de retomar su entrenamiento, como caía en desgracia al reconocer un nuevo indicio de que la Luna se acercaba. Y cada día había más. Las estrellas se multiplicaban en el cielo, las alimañas estaban revolucionadas, el tiempo se volvía cada vez más y más frío, obligando a Twixy's a enseñar menos carne. Acabó rindiéndose con su pelo, y con las otras sensaciones inquietantes que no podía explicar. No llegó a la resignación de Ayne, sin embargo.

Poco a poco fue recuperandose, o al menos llegó a ser capaz de fingir de nuevo que estaba bien. Había noches que aún lloraba, bajito, lejos de los demás, y pensaba en su mundo y en su antigüa vida. ¿Les dejarían volver alguna vez? ¿Podría siquiera entrar en su mundo siendo una abominación? A veces acampaba en la puerta de la armería, y sacaba brillo a los filos de las armas.

Hal les avisó una semana antes de la llegada de la Luna Roja. La frivy entró en una especie de histeria mal disimulada. Repentinamente, volvió a interesarse por la magia, y en apenas un par de días refrescó lo que llevaba meses sin utilizar. Se hizo un nido con su colchón y muchas mantas en un rincón del dormitorio, pegado a la ventana, y allí pasaba horas estudiando. Salió una única vez a por las cestas, para sentir el ambiente en su piel. Todo vibraba, todo temblaba, y Twixy's sentía constantemente que se le iba a salir el corazón por la boca. El último día lo pasó en su nido, jugando a hacer levitar talismanes, con un jersey de lana y calcetines gordos, envuelta en una manta.

Tras conocer al trasgo, el tiempo siguió su curso sin mirar atrás y sin esperar a nadie. Los días se sucedían uno detrás de otro: algunas veces muy rápido otras veces muy lentamente. En todo caso tarde o temprano daban lugar al siguiente día y con este proceso continuo sólo tardaron unas pocas semanas en llegar a la víspera de la Luna Roja.

Durante ese tiempo el torreón Maciel siguió con su “rutina” lo mejor que pudo, siguieron recogiendo cestas, fueron a cuidar de Emmit, visitaron a los compañeros de Letargo donde se intercambiaron las noticias de actualidad como lo harían los telediarios (su contenido también estaba compuesto mayoritariamente por desgracias), e incluso realizaron una visita a la biblioteca en busca de información sobre la condena que les había caído encima… Pero era innegable que las cosas estaban cambiando.

Lo primero que notó Ergot fueron las estrellas: cada vez había habido más y aunque al principio se había entretenido contándolas ya le resultaba imposible. Por otra parte, se vieron obligados a salir lo menos posible pues la ciudad se había vuelto aún más peligrosa y terrorífica de lo que ya era, esto le dolió al repoblador pues sus viajes al invernadero menguaron bastante. Ergot temblaba de horror cada vez que tenían que pasar cerca de la catedral roja, el poder que manaba del ella era amenazador y envolvente. Además, como si esto fuera poco, las alimañas parecían estar multiplicándose en número y hostilidad, hubo un par de veces que el repoblador no supo cómo llegaron a contarlo. Y entre las cosas que los mantenían dentro del torreón también estaba el creciente frio, y aunque Ergot no estaba seguro de que fuese obra de la Luna si se lo tomo como un mal presagio o una nefasta advertencia.

Durante esas semanas Ergot intento evitar pensar en la Luna Roja y en la transformación que conllevaba, pero le resulto bastante difícil no pensar en ella cuando la tensión y los nervios empezaban a solidificarse en el ambiente. Tampoco ayudaba que a cada día que pasaba Hal observara con más atención el endiablo artilugio que marcaba el tiempo y la llegada del astro.

Una semana atrás Hal les anuncio el tiempo que les quedaba. El repoblador se quedó muy quieto durante el anuncio, sin saber muy bien que hacer. Intento seguir su vida como si no supiese cuando iba a llegar la Luna pero aun así contaba los días como tiempo atrás había contado las primeras estrellas.

Y en aquel predestinado día tan aguardado por la ciudad que lo recibía, el repoblador no pudo mantenerse quieto y ni permanecer junto a sus compañeros. Prefirió la soledad y se mantuvo ocupado todo el tiempo: saltando sobre los sofás, moviendo de un lado para otras pelusas y polvo, mirando por las ventanas a ver si había algún cambio, entrenando en el patio, midiéndose contra un trozo de pared,...

Pero ya comenzaba a ocultarse el sol por el horizonte, y Ergot observaba su huida sentado en la ventana. El repoblador no pudo evitar despedirse del sol, pues sabía que su próximo amanecer no volvería a ser igual.

Hal había apoyado su cabeza sobre las rodillas. Tenía los ojos cerrados e intentaba aislarse dle mundo lo máximo posible Ya no notaba la tibieza del sol, y veía a través de sus párpados que la luz como tal se había ido. Sólo quedaba la penumbra que queda tras anochecer, y en pocos minutos la única luz que cubriría Rocavarancolia sería roja. La tensión del aire había llegado al máximo: la ciudad entera aguardaba expectante.

Un ruido en el cielo le hizo alzar la cabeza, y lo que vio le dejó sin aliento de la impresión. Una gigantesca tormenta se estaba formando en los cielos, a una velocidad imposible. En el horizonte se veía ya el resplandor escarlata, que poco a poco se fue abriendo paso sobre las montañas. El carabés sintió un nudo en la garganta que no dio tiempo a concretarse antes de que la tormenta estallara sobre Rocavarancolia.

El grito fue más por impresión que por otro motivo. Se alzó con rapidez, reculando hasta quedar bajo el quicio de la puerta del patio. Tiritaba por el frío y la lluvia, que seguía rozándole. Su vista se clavó en el reloj, en la Luna Roja y en la estrella, perfectamente coincidentes.

Tenía la sensación de que debía darse la vuelta, o quizás examinarse a sí mismo. No lo hizo. Ni quería ni podía enfrentarse a las consecuencias de que la Luna Roja comenzara a invadir los cielos de Rocavarancolia.

Samika estaba en en sofá del salón aovillada cuando todo comenzó. Sabía que estaban el resto de sus compañeros desperdigados por ahí pero fue incapaz de prestarles atención a nada mas que a si misma. Estaba teniendo la cogorza de su vida, o mas bien la que nunca había tenido, y todo le llegaba ahora de golpe en venganza por su falta de consumo de alcohol.

Porque estaba segura que así es como debería sentirse alguien con mas alcohol que sangre, en el organismo. Parecía que la hubiera metido en una batidora a juzgar por como se retorcía absolutamente todo a su escasos dos metros visuales, incapaz totalmente de moverse con un cierta coordinación. << ¿Cuando me senté? >> el mareo tan increíblemente agobiante que ni estaba segura de si estaba sentada o seguía con todo su cuerpo aovillado sobre el sofá.

Intentó moverse para volver a su posición inicial, pero su cerebro y ella misma seguían demasiados aturdidos por el mareo. Samika fue incapaz de darse cuenta de como el sofá desaparecía bajo su cuerpo y resbalaba hasta acabar tirada en el suelo, salvándose de acabar con la cabeza partida de milagro. Todo daba vueltas, era confuso y se sentía incapaz de mantenerse en una posición totalmente horizontal, ya ni decir de ponerse de pie. Y el ruido, todo ese ruido viniendo de vete a saber donde, solo estaba provocandole mas confusión. Cerro los ojos intentando frenar así un poco todo el mareo.

-Hal...Eara...¿donde estáis? No consigo levantarme, todo da vueltas -empezaba a asustarse de verdad, no era capaz ni de levantarse del suelo sin que un acceso de nauseas llegara a ella por el profundo mareo. El vértigo y aquel ruido confuso que envolvía incluso su propia voz, haciéndole imposible saber si estaba hablando normal o solo decía incoherencias, la tenían echa un ovillo en el suelo.

Se sentía tan incomoda y confundida sin saber donde terminaba el suelo y donde empezaba el techo, que la información del dolor de sus brazos y espaldar tardo un poco en llegar a su cerebro, que ya estaba excesivamente confundido por la total falta de equilibrio de la humana y los datos confusos llegaban a través de su vista y oído. Si ya creía que estar mareada de aquella forma era un infierno, cuando el dolor por fin fue evidente, sintió que que lo peor aun estaba por llegar.

-D-duele...duele...-los quejidos empezaron a subir lentamente de volumen al mismo tiempo en el que Samika comenzaba ovillarse entre sollozos.

El tiempo cambiaba a gran velocidad, el cielo estaba revuelto. Los sinhadres se habían quedado a cubierto dentro del torreón, pero la vista se les iba a las ventanas, a las que terminaron pegados, cerca de la salida al patio. Ayne se abrazó a su aurva por la espalda y se quedaron así, con la vista perdida, dejando pasar los minutos con el corazón en un puño.

La forma de percibir la tensión de ambos era diferente. Eara sentía pavor, agobio, opresión. La intuición le decía que todo lo malo podía pasar allí y en aquel momento. El caso de Ayne era un poco diferente, porque a todo eso se podía añadir un sentimiento que no supo identificar, que se hacía mayor poco a poco. Contenía algo de euforia y desconcierto mezclados.
—La luz… parece que se esté volviendo anaranjada —dijo en un momento determinado Eara.

Su edeel no contestó. En vez de eso, apretó con más fuerza a la sinhadre entre sus brazos. Ella pensó que él tenía miedo, pero luego se dio cuenta de que había algo más. Estaba respirando violentamente. Trató de girarse para tranquilizarlo, pero notó que él no la dejaba moverse. «¿Qué pasa?». Tenía un mal presentimiento.

Algo viscoso cayó entonces sobre sus hombros desnudos y se deslizó por el vestido de la sinhadre. Ayne la soltó de repente y le dio la espalda. Se tapaba la cara con las manos, pero no emitía ni un sonido. Eara miró al suelo con el corazón en puño y, al reconocer los dos bultos que había a sus pies, soltó un grito que pudo ser escuchado en todo el torreón.


«No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo» repetía el edeel una y otra vez. Pero claro que lo tenía.


Eara oyó a Samika pedir ayuda. Veía a su edeel quieto como una estatua, a excepción de su respiración irregular. Ella estaba bien por el momento, quería ayudar, podría ayudar. ¿Pero en qué? Lágrimas de terror y frustración empezaron a caer sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. Primero se dirigió a su edeel, hablándole con voz temblorosa.
—¿Te duele? Ven conmigo. ¿Puedes aguantar?
No recibió respuesta, pero Ayne la siguió dócilmente hasta los sofás, sin apartar las manos de la cara en ningún momento. No tomó asiento, sin embargo.

Eara se arrodilló al lado de Samika y trató de ayudarla a volver al sofá.
—¿Qué te pasa? ¿Puedes ponerte en pie? ¿Dónde te duele?

Entonces escuchó a Ayne soltar una suave carcajada cargada de amargura.
—Puedo ver… ¿No es absurdo? Puedo ver… —Hablaba casi en un susurro. Estaba mirando sus propias manos, y Eara por fin pudo ver la cara de su edeel. Se le cortó la respiración, y necesitó volver a centrar su atención en Samika.

Ergot aun miraba por la ventana cuando estalló la tormenta sobre la ciudad pero en cuanto las primeras luces rojas le deslumbraron el repoblador se fue en busca de la compañía que había evitado las horas previas. El atronador ruido, el frio y la lluvia le asustaban, parecían querer atacarlo de todos lados, Egot se sentía rodeado y atrapado. Y con esos pensamientos en la cabeza bajo las escaleras hacia la sala común.

Una vez abajo observó a sus compañeros a la rojiza luz de la Luna, Hal estaba en el quicio de la puerta que daba el patio mientras que Samika se deslizaba hacia el suelo en un gesto peligroso y poco coordinado, y observó como Eara y Ayne se dirigían hacia ella para ayudarla, el repoblador hizo lo mismo sin demora. Se acercó a ella con rapidez sin preocuparse del hormigueo sordo que empezaba a deslizarse por su cola. Empezó a llamarla pero los gritos de la muchacha ahogaban los suyos propios, se vio impotente en seguida pues no se atrevía tocarla (no quería hacerle más daño del que evidentemente ya sufría). Miro a Eara en busca de cambios en ella pero no parecía que la Luna la estuviese afectando de algún modo. Toda la escena le parecía surrealista y tenía la impresión de que el tiempo pasaba más lentamente de lo habitual, convirtiendo la visión de lo que tenía enfrente en una pesadilla de agonía y horror. Por suerte Eara tan diligente como siempre estaba allí para ayudar a la humana. Fue entonces cuando sus ojos se posaron el rostro de Ayne y la pesadilla dio un vuelco aún más escalofriante, no dijo nada ni aparto la mirada en ningún momento. Dio varios pasos atrás, negando con la cabeza y sin poder articular palabra coherente. No paró de andar hacia atrás hasta encontrarse cerca del umbral del patio junto a Hal. El dolor en su cola había aumentado gradualmente y cuando se la abrazó pudo constatar que estaba muy fría y empezaba a cubrirse de moratones. Sólo entonces pudo apartar los ojos del rostro de Ayne y concentrarse en otra cosa, sus ojos se clavaron en otros ojos. “¿Esos son los…?” La incredulidad en sus propios pensamientos le hizo soltar la cola. Se dirigió hacia las orbes que yacían en el suelo y las recogió con todo el cuidado que pudo, saltó sobre el respaldo del sofá más cercano a Ayne y le preguntó en un susurro con el tono más normal que consiguió sacar (el de una rata histérica que ha respirado helio):

-¿Qué hacemos con esto?… Creo que voy a guardarlo en mi nido… por si acaso… ¿te parece?- La última pregunta sonó más aguda si cabe, intento sonreír pero la sensación de que el resto del mundo iba demasiado lento le empezaba torturar los nervios y el dolor en la cola comenzaba a volverse punzante lo que no ayudaba en nada a que pareciese estar tranquilo tal y como pretendía.

El grito de Eara le hizo dar un brinco. El giro fue casi instintivo, y cuando lo hizo deseó no haberlo hecho. El horror y el asco invadieron al carabés al ver los ojos de Ayne y la cara del propio sinhadre. apenas sí pudo mantenerse consciente: sus piernas temblaron, incapaz de sostenerle, y él cayó con pesadez al suelo. No podía apartar la vista de los ojos de su compañero.

Giró la cabeza, sintiendo un extraño enlentecimiento, cuando escuchó a Samika. Al parecer la chica estaba tremendamente mareada. Llevándose la mano a la cara se frotó los ojos, y entonces se dio cuenta de algo en lo que no se había fijado antes. Las puntas de sus dedos estaban algo más oscuras, no demasiado, pero sí lo suficiente como para apreciarlo sin problemas. Comenzó a rrastrarse hacia una esquina, y allí intentó hacerse lo más pequeño posible. Estaba, simple y llanamente, aterrado.

Twixy's dejó caer el cristal que había estado haciendo levitar cuando oyó el grito de Eara. Este se rompió en mil pedazos. Echó a correr escaleras abajo. Los truenos ya resonaban por todo el torreón, y conforme se fue acercando también oyó los quejidos de Samika, interpretando que era eso por lo que la sinhadre había gritado.

-Ay, Sami, ¿qué te superpasa?- preguntó preocupada.

Se arrodilló junto al sofá, ya con el hechizo reconstituyente en los dedos para calmarle el dolor, y buscandole heridas, golpes o lo que fuera.

-Eara, ¿ha megaestado así mucho-AH, QUÉ HA PASADO A AYNE?

Volvió a ponerse en pie, con la cara desencajada de miedo. Extendió las manos en dirección a Ayne y empezó a andar hacia él, pero no acababa de atreverse.

-¿Dónde están tus ojos...? - dijo con un hilo de voz.

Kirés pasó los últimos momentos del día arriba esperando a que sucediera lo inevitable, apoyado de brazos cruzados en una pared y con la cabeza ladeada hacia una ventana mientras observaba desaparecer las últimas luces del día. Con una expresión indescifrable observó como el tiempo cambiaba brutalmente rápido y veía como llovía por primera vez en la ciudad, y así como el astro rojo bañó en su luz por primera vez al enderth.

Al principio no notó nada, fue casi como si todo lo referente al astro y a los cambios pudiera haber sido solo una exageración… No. Ya estaba cambiando, pero simplemente no se había dado cuenta todavía. De repente abrió mucho los ojos un segundo: Se encontraba bien, muy bien, mejor que bien: simplemente genial. Era como si hasta entonces el ave hubiera sido como un vaso a medio llenar al que ahora acababan de poner bajo un chorro de agua. De hecho no era como si solo se hubiera llenado completamente sino que seguía acumulando más y más agua rebasando sus límites hacia el infinito, y que de alguna forma nunca llegaba a rebosar sino que iba adaptándose para que todo siguiera pudiendo caber completamente. Se miró las manos y luego todo el cuerpo, intentando discernir algún cambio pero no notó nada fuera de lo normal, y sin embargo aquella aquella sensación se fue extendiendo mientras sentía como si cada fibra, garra y pluma de su ser estuviera a rebosar de poder. Y aquella euforia hizo que no se conformara con solo sentirlo, necesitaba probarlo y sin pensarlo dos veces saltó por la ventana y se dejó caer al patio, sobre el que aterrizó impecablemente.

Allí abajo se quedó quieto de pie y cerró los ojos mientras recibía a la lluvia. Era la primera vez en meses que estaba allí, no se había atrevido a salir al patio desde su incidente con las estigres, pero ahora aquellos pájaros no le importaban. Sentía que la sensación de agobio y encierro que había ido acumulando durante la etapa final de la cosecha desaparecía, como si fuera simple suciedad que las gotas de agua estuvieran limpiando de su plumaje. Abrió los ojos de nuevo y se dispuso a mirar desafiante al nido de la azotea, pero un grito puso fin a todo. Apenas lo escuchó recordó de nuevo todo, la luna, los cambios, que sus compañeros podían estar en problemas por estos últimos… Había ignorado lo que pudiera estar pasándole a los demás.
Entró al torreón como un vendaval, casi llevándose por delante a Hal que se arrastraba por alguna razón: No tenía heridas o cambios que parecieran serios de modo que no se centró en él y examinó al resto. Eara y Twixy’s parecían estar bien también bien, pero los otros dos no. Por alguna extraña razón le costó dejar de mirar a la frivy, razón por la cual se dio cuenta de que algunas partes de su cabello habían cambiado de color, pero con esfuerzo se superpuso, ya que tenían prioridad los otros dos: Ayne había perdido los ojos y Samika se retorcía de dolor en el suelo.
–Centraos en Ayne, de ella me encargo yo. –Dijo a las dos en un tono voz que dejaba ver una seguridad mayor de lo normal, pero el enderth no se percató de ello.
Sus siguientes acciones serían depositar a Sami en el sofá y lanzarle un hechizo vigorizante con la intención de disminuir el dolor. En aquel momento no pensó que el hechizo no pudiera ser bastante contra aquello ya que su estado emocional no le hacía percibir si algo podía salirle mal.

Si el dolor no era suficiente para destrozarle los nervios, el ruido no le abandonaba. Sabia que sus amigos hablaba pero no era capaz de entender nada de lo que decían, era como si murmullos incontables llegaran y no fuese capaz de descifrarlos. Y el mundo seguía girando ¿O era ella? Ya no estaba segura.

Mantenía los ojos cerrados para soportar las nauseas y los dientes apretados por el dolor, cuando alguien la levanto del suelo y lo tumbo sobré algo blando, que suponía era el sofá. ¿Estaban todos allí? Abrió Un poco los ojos y vio manchones de colore deformándose, volvió a cerrarlos, no soportaba esa sensación de estar dando vueltas. Para Samika, su equilibrio era importantisimo al igual que su oído, perder este hacia que perdiera todo su balance y su ya poca visiona se volvía incluso peor por el vértigo que aquello le provocaba.No sabia donde estaba la izquierda y donde la derecha, arriba o abajo.

-!Joder...maldito...dolor del demonios¡- murmuro apretando los dientes, sintiendo la cercanía de alguien, aunque no supiera de que dirección ni quien, que intentaba seguramente realizarles hechizos curativos. ¿Que le estaba aposando en los brazos y en la espalda? No sabia si quería saberlo, ya que el dolor era lo suficientemente angustiante para que no fuese agradable- ¿Que esta...pasando? Espera n-no me digais...no os entiendo - jadeo entre punzadas de dolor, pues no sabia que estaba ocurriendo a su alrededor y en realidad no sabia ni porque preguntaba, porque esperaba haber preguntado correctamente, si no iba a ser capaz de descifrar la respuesta. Pero el no saber que pasaba con el resto se añadía ya a su ansiedad.

Quizá fueron los gritos, o quizá que ya no había nadie que no supiera que todo había empezado, pero poco a poco el grupo empezó a reunirse en el salón. Ayudaron a Eara para levantar a Samika, pero la sinhadre seguía perdida y confusa.

Ayne, que seguía callado y observando todo lo que sucedía, escuchó al repoblador dirigirse a él, y le devolvió la mirada. Continuaba abrumado por el cambio, la nueva forma que tenía de percibir las imágenes. El repoblador que vio era rojo, como todo, como sus globos oculares también. Tardó algunos segundos en contestarle.
—Haz lo que quieras con ellos, me parece que ya no los necesito.
La resignación ya enraizada en él habló en su nombre. No quería sentir lástima de sí mismo, ni quería frustrarse. Solo quería dar la impresión de que sobrellevaba el cambio estoicamente, aunque no fuese así en realidad.

En cuanto Twix apareció, el sinhadre no le pudo quitar ojo de encima, y su reacción al verle lo hizo adoptar una mueca que pretendía ser una sonrisa irónica. Señaló a las bolas que sujetaba Ergot a modo de respuesta.

Si bien Ayne no era capaz todavía de apreciar muchos de los cambios en sus compañeros, demasiado centrado en sus propios problemas y entorpecido por el cambio en su percepción, no era ese el caso de Eara. Todo lo que veía, incluso si eran pequeños detalles, la alertaba. Pero no tenía tiempo de buscar un espejo en que mirarse a sí misma. Regresó con su edeel en cuanto Kirés se lo dijo. No supo qué decir, y fue él quien habló primero.
—¿Notas alguna cosa extraña?
—No, no creo… no lo sé —respondió con un hilo de voz.

Ayne necesitaba preguntar a su aurva si le daba asco, pero no era capaz de articular las palabras. Notaba que ella rehuía de mirarle a la cara. No podía culparla por ello.

Twixy's dejó paso a Kirés y terminó de acortar la distancia que lo separaba de Ayne, pero el sinhadre parecía estar perfectamente, más o menos. Buscó sus globos oculares con la mirada, aunque ni él los estaba buscando. Pasó su mirada a Eara, que estaba a pocos pasos, y de pronto dejó de verla porque una cascada de cabello blanco le tapó los ojos. Se lo apartó, airada.

-¿Pero qué?

Su pelo, antes corto y pelirrojo, ya le llegaba por media espalda y crecía sin ton ni son, volviéndose blanco desde la raiz y degradando hasta su rojo original en las puntas. Al agarrarlo, asustada, se quedó amarillo chillón solo en la parte que sus manos habían tocado. Alguien gritó arriba.

-A la mierda- bufó. Se ató el pelo en un moño alto con la velocidad que da la práctica, y le hizo una seña a Eara para que se quedase mientras ella corría a mirar qué ocurría.

Ya no se oían gritos, pero al llegar al primer piso oyó el sonido de huesos al quebrarse. Twixy's se tensó. Se acercó a la puerta tratando de hacer el menor ruido posible, y al abrirla contuvo el aliento.

Lemus estaba encorvado sobre el cuerpo destripado de Arik. Su rostro estaba congestionado en una máscara bestial, con sangre corriéndole por un hocico a medio formar. Le estaba creciendo pelo oscuro por todo el cuerpo, pero lo hacía a parches, y crecía en tamaño.

-No...

Twixy's se tapó la boca con las manos, y retrocedió. Lemus ya la había visto. Dejó el cadaver de Arik y corrió hacia la frivy, que lo rechazó con un hechizo de impacto para poder escapar.

-¡Lemus! - gritaba mientras bajaba a trompicones las escaleras.- ¡Lemus se está transformando!

Conocía hechizos ofensivos, podría haberlo matado, o haberlo inmovilizado al menos, pero no fue capaz. No a él, no en ese momento. Resbaló en el último escalón al estar cegada por sus propias lágrimas. El medio lobo ya bajaba las escaleras.

Hal apenas notó la entrada de Kirés. El miedo bullía por sus venas, inundándolo, paralizándole. No podía dejar de pensar en que iban a morir todos, y se sentía asfixiado por lo que iba a sufrir él. Él y sus compañeros. No deseaba pasar por esa experiencia, y no cesaba de lamentarse por no haber podido evitar que sus amigos padecieran aquello.

Cuando levantó la vista se fijó, antes que en nadie, en Twix. No sabía por qué, pero no podía dejar de mirarla. La cara del carabés era la viva imagen del encandilamiento y la fascinación. Sus ojos estaban extremadamente abiertos, y el efecto con su boca, una abertura redonda perfecta, podría haber resultado perfectamente cómico en otras circunstancias.

El carabés pareció recordar repentinamente que este gesto era de una tremenda mala educación. Con un esfuerzo titánico consiguió apartar la mirada de la frivy y esconder su cara entre los brazos, completamente avergonzado. Fuertes corrientes de pensamientos autodenigrantes y una tremenda vergüenza le invadieron, junto con más y más preocupación. «¿Por qué he hecho eso? ¿por qué soy tan estúpido, tan inquietante, tan...? Maldita sea, maldita sea». Comenzó a soltar algunas lágrimas, esperando que la frivy no se hubiera dado cuenta de eso.

El grito de Twix le irritó profundamente, enfadado con tal obviedad. «¡Pues claro que se está transformando, qué esperabas!». ¿Era lo previsible, no? Que cambiaran, todos, que se convirtieran en monstruos espantosos. En engendros y pesadillas. Como todos los seres que poblaban aquella ciudad infernal.

Bufó con desdén y levantó la mirada por encima de Twiz, hacia la escalera. Lo que vio le dejó paralizado y, de haber sido posible, más lívido todavía. Se levantó dando un pequeño grito y se llevo una de las manos a la cara. La otra la movía incontrolablemente, en un intento por calmar la vorágine nerviosa de su mente y saber algo que hacer.

Al final, con movimientos rápidos y nerviosos, optó por echar una inmovilización hacia Lemus.

Lemus no llegó a alcanzar el último escalón cuando el hechizo de Hal impactó contra él. Cayó de morros al suelo con un gemido de dolor, pero en cuanto tocó la piedra empezó a gruñir a cualquiera que estuviese cerca.

Twixy's se apartó de un saltó, chillando. Pero el lobo ya no podía hacerles nada. Al menos por el momento.

El hechizo vigorizante no funcionó, y aquello hizo que Kirés entrecerrara los ojos con una mezcla entre disgusto por haber fallado e interrogación por el por qué. Sin embargo no tuvo tiempo para pensar en ello, porque los gritos de Twixy’s que bajaba escaleras abajo hicieron que el ave volviera a clavar la mirada sobre ella. Lo que decía era lo esperable: otro que se transformaba, pero su estado emocional tenía algo que no encajaba… Su respuesta apareció enseguida, también escaleras abajo.  Lo que aparentemente era ahora Lemus descendía con intenciones nada amistosas, pero no llegó muy lejos ya que lo detuvo un hechizo de Hal. Suerte porque kirés no tenía su lanza a mano, solo su ballesta y una daga.

Samika empezó a chillar de nuevo y esta vez vio sangre brotar de sus brazos, aquello no tenía buena pinta, pero dejar a Lemus tirado sin más era más peligroso. Se le daba mejor lidiar con seres peligrosos que con personas sufriendo de modo que optó por ocuparse de lo primero, y tras dejar a la humana al cuidado de alguien se dispuso a bajar al antiguo humano a las mazmorras. Una vez encerrado también iría a por sus armas.

El escandalo incoherente a su alrededor incrementaba destrozandole los oidos, captando cada sonido como puro ruido molesto, con una fuerza que estaba ensordeciendola y confundiendola. Todo con el añadido del propio ruido que hacia ella gritando por el dolor, entre lagrimas. Era insoportable, sentia que los huesos de su espalda crujian por una presión invisible que intentaba hacerse paso fuera de su cuerpo. Samika temblando intentó ponerse bocabajó con torpeza, no soportando el contacto de la tela del sofá con su espalda que parecia ser desgarrada desde dentro afuera, como si algo intentara escarbar desde su interiora hacia la libertad.

Incapaz de moverse por los espasmo de dolor tras conseguir girarse, se sujetaba con fuerza en el sofá hasta que sus dedos se pusieron blancos de la presion, no dandose cuenta de nada de lo que ocurria a su alrededor y no importandole. No cuando sentia que estaba siendo destrozada. << Que pare...que pare de una vez,...el dolor...el ruido... por favor >> suplico sin poder evitar sollozar de la angustia y sin ser capaz de emitir otro sonido por sus labios que no fueron quejidos y gritos, que intentaba apenas contener mordiendose los labios hasta el punto de cortarse. El dolor se empezo a extender con mayor fuerza hasta sus brazos cuya carne parecia tambien desgarrarse, intentando dejar que lo que sea que anidara ahora en su cuerpo, viera el exterior.