Torreón Maciel (Archivo VII)

Twixy's dejó paso a Kirés y terminó de acortar la distancia que lo separaba de Ayne, pero el sinhadre parecía estar perfectamente, más o menos. Buscó sus globos oculares con la mirada, aunque ni él los estaba buscando. Pasó su mirada a Eara, que estaba a pocos pasos, y de pronto dejó de verla porque una cascada de cabello blanco le tapó los ojos. Se lo apartó, airada.

-¿Pero qué?

Su pelo, antes corto y pelirrojo, ya le llegaba por media espalda y crecía sin ton ni son, volviéndose blanco desde la raiz y degradando hasta su rojo original en las puntas. Al agarrarlo, asustada, se quedó amarillo chillón solo en la parte que sus manos habían tocado. Alguien gritó arriba.

-A la mierda- bufó. Se ató el pelo en un moño alto con la velocidad que da la práctica, y le hizo una seña a Eara para que se quedase mientras ella corría a mirar qué ocurría.

Ya no se oían gritos, pero al llegar al primer piso oyó el sonido de huesos al quebrarse. Twixy's se tensó. Se acercó a la puerta tratando de hacer el menor ruido posible, y al abrirla contuvo el aliento.

Lemus estaba encorvado sobre el cuerpo destripado de Arik. Su rostro estaba congestionado en una máscara bestial, con sangre corriéndole por un hocico a medio formar. Le estaba creciendo pelo oscuro por todo el cuerpo, pero lo hacía a parches, y crecía en tamaño.

-No...

Twixy's se tapó la boca con las manos, y retrocedió. Lemus ya la había visto. Dejó el cadaver de Arik y corrió hacia la frivy, que lo rechazó con un hechizo de impacto para poder escapar.

-¡Lemus! - gritaba mientras bajaba a trompicones las escaleras.- ¡Lemus se está transformando!

Conocía hechizos ofensivos, podría haberlo matado, o haberlo inmovilizado al menos, pero no fue capaz. No a él, no en ese momento. Resbaló en el último escalón al estar cegada por sus propias lágrimas. El medio lobo ya bajaba las escaleras.

Hal apenas notó la entrada de Kirés. El miedo bullía por sus venas, inundándolo, paralizándole. No podía dejar de pensar en que iban a morir todos, y se sentía asfixiado por lo que iba a sufrir él. Él y sus compañeros. No deseaba pasar por esa experiencia, y no cesaba de lamentarse por no haber podido evitar que sus amigos padecieran aquello.

Cuando levantó la vista se fijó, antes que en nadie, en Twix. No sabía por qué, pero no podía dejar de mirarla. La cara del carabés era la viva imagen del encandilamiento y la fascinación. Sus ojos estaban extremadamente abiertos, y el efecto con su boca, una abertura redonda perfecta, podría haber resultado perfectamente cómico en otras circunstancias.

El carabés pareció recordar repentinamente que este gesto era de una tremenda mala educación. Con un esfuerzo titánico consiguió apartar la mirada de la frivy y esconder su cara entre los brazos, completamente avergonzado. Fuertes corrientes de pensamientos autodenigrantes y una tremenda vergüenza le invadieron, junto con más y más preocupación. «¿Por qué he hecho eso? ¿por qué soy tan estúpido, tan inquietante, tan...? Maldita sea, maldita sea». Comenzó a soltar algunas lágrimas, esperando que la frivy no se hubiera dado cuenta de eso.

El grito de Twix le irritó profundamente, enfadado con tal obviedad. «¡Pues claro que se está transformando, qué esperabas!». ¿Era lo previsible, no? Que cambiaran, todos, que se convirtieran en monstruos espantosos. En engendros y pesadillas. Como todos los seres que poblaban aquella ciudad infernal.

Bufó con desdén y levantó la mirada por encima de Twiz, hacia la escalera. Lo que vio le dejó paralizado y, de haber sido posible, más lívido todavía. Se levantó dando un pequeño grito y se llevo una de las manos a la cara. La otra la movía incontrolablemente, en un intento por calmar la vorágine nerviosa de su mente y saber algo que hacer.

Al final, con movimientos rápidos y nerviosos, optó por echar una inmovilización hacia Lemus.

Lemus no llegó a alcanzar el último escalón cuando el hechizo de Hal impactó contra él. Cayó de morros al suelo con un gemido de dolor, pero en cuanto tocó la piedra empezó a gruñir a cualquiera que estuviese cerca.

Twixy's se apartó de un saltó, chillando. Pero el lobo ya no podía hacerles nada. Al menos por el momento.

El hechizo vigorizante no funcionó, y aquello hizo que Kirés entrecerrara los ojos con una mezcla entre disgusto por haber fallado e interrogación por el por qué. Sin embargo no tuvo tiempo para pensar en ello, porque los gritos de Twixy’s que bajaba escaleras abajo hicieron que el ave volviera a clavar la mirada sobre ella. Lo que decía era lo esperable: otro que se transformaba, pero su estado emocional tenía algo que no encajaba… Su respuesta apareció enseguida, también escaleras abajo.  Lo que aparentemente era ahora Lemus descendía con intenciones nada amistosas, pero no llegó muy lejos ya que lo detuvo un hechizo de Hal. Suerte porque kirés no tenía su lanza a mano, solo su ballesta y una daga.

Samika empezó a chillar de nuevo y esta vez vio sangre brotar de sus brazos, aquello no tenía buena pinta, pero dejar a Lemus tirado sin más era más peligroso. Se le daba mejor lidiar con seres peligrosos que con personas sufriendo de modo que optó por ocuparse de lo primero, y tras dejar a la humana al cuidado de alguien se dispuso a bajar al antiguo humano a las mazmorras. Una vez encerrado también iría a por sus armas.

El escandalo incoherente a su alrededor incrementaba destrozandole los oidos, captando cada sonido como puro ruido molesto, con una fuerza que estaba ensordeciendola y confundiendola. Todo con el añadido del propio ruido que hacia ella gritando por el dolor, entre lagrimas. Era insoportable, sentia que los huesos de su espalda crujian por una presión invisible que intentaba hacerse paso fuera de su cuerpo. Samika temblando intentó ponerse bocabajó con torpeza, no soportando el contacto de la tela del sofá con su espalda que parecia ser desgarrada desde dentro afuera, como si algo intentara escarbar desde su interiora hacia la libertad.

Incapaz de moverse por los espasmo de dolor tras conseguir girarse, se sujetaba con fuerza en el sofá hasta que sus dedos se pusieron blancos de la presion, no dandose cuenta de nada de lo que ocurria a su alrededor y no importandole. No cuando sentia que estaba siendo destrozada. << Que pare...que pare de una vez,...el dolor...el ruido... por favor >> suplico sin poder evitar sollozar de la angustia y sin ser capaz de emitir otro sonido por sus labios que no fueron quejidos y gritos, que intentaba apenas contener mordiendose los labios hasta el punto de cortarse. El dolor se empezo a extender con mayor fuerza hasta sus brazos cuya carne parecia tambien desgarrarse, intentando dejar que lo que sea que anidara ahora en su cuerpo, viera el exterior.

No hubo tiempo de hacer preguntas acerca del repentino cambio en el cabello de Twix, porque se escuchó un grito desgarrador escaleras arriba. Eara miró hacia allí, con la boca abierta. Era fácil reconocer la voz de Arik. Ayne ya la había agarrado por la muñeca para impedirle subir cuando Twix dio a entender que iba a ver qué pasaba ella sola.

Lo que gritó la frivy cuando volvió a bajar los dejó desconcertados. Quien había gritado era Arik. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que lo entendieron. Lemus estaba dejando de ser Lemus, y tenía sangre en la boca. Eara notó como su edeel tiraba de ella para alejarse de allí, pero un hechizo de Hal detuvo a Lemus antes de que continuase avanzando hacia ellos. Por experiencia sabían que tendrían un poco de tiempo antes de que volviese a moverse.

Eara se dirigió a las escaleras de inmediato, queriendo ir al encuentro de Arik. Ayne la detuvo y negó con la cabeza.
—Ya voy yo. Quédate con Sami.
Se imaginaba perfectamente lo que podía toparse en la planta superior, y por eso no quería que su aurva fuese. Aunque si alguien más quería seguirlo no se lo impediría.

Una arcada acompañó al hallazgo de Arik tirado en la habitación. El olor de sus intestinos y su sangre saturaba el ambiente. Ayne le dio de inmediato la espalda a aquel desastre; de todos modos no se podía hacer nada por el chico. Prefirió volver escaleras abajo e informar a los demás de la muerte del libense. Por el camino la casualidad hizo que reparase en sus manos. Podía ver sus huesos a través de su piel, de alguna forma su carne se estaba transparentando. Volvió a proferir una risa rota. «¿Cuándo va a llegar la locura?».

—Está muerto —informó, con la voz tomada. No hacía falta dar más explicaciones.
Al devolverle la mirada a aquellos que le estaban escuchando, el sinhadre percibió las velas por primera vez. No supo de qué se trataba, pensó que estaba delirando. «¿Aún no?».

Por su parte, Eara advirtió por primera vez que la palidez de su edeel era mucho más que eso. La sinhadre sudaba en frío. Todo se había ido al traste en poquísimo tiempo y, fuera, la enorme Luna roja ya se había asomado por el horizonte. Todo aquello era simplemente demasiado aterrador. Arik había sido el primero, ¿cuántos lo seguirían? Trató de secarse las lágrimas, pero era tarea imposible.

La respuesta de Ayne le sorprendió al repoblador que no pudo más que guardar silencio ante aquello. Decidió que las guardaría en cuanto tuviese un momento de tranquilidad, pero el momento no llego.

Apenas unos segundos después apareció Twixy’s preocupada por Samika y preguntando por la situación. Y a partir de ese momento al repoblador le costó apartar la mirada de la chica, no entendía muy bien por qué pero ahora la frivy le recordaba a las bellas flores primaverales de su seto favorito en el Macetero (la más bonitas en su humilde opinión). Sentía tal fascinación que le perturbaba, incluso le hacía olvidar el creciente dolor y enfriamiento de su cola, se quedó embelesado observando todos y cada uno de sus movimientos (además verlo lentamente hacía que apreciase aún más lo que miraba). Necesitó el desgarrador grito de Arik para poder salir del ensimismamiento en el que había entrado sin remedio.

Fue la misma frivy la que subió a ver lo que había pasado y sus gritos alertaron de inmediato al repoblador que se preparó para saltar por si fuese necesario. Cuando vio lo que la perseguía el repoblador reacciono instintivamente flexionando las piernas pero fue el susto de verlo caer como un peso muerto por el hechizo de Hal lo que le hizo dar finalmente el salto.

Ergot había pretendido simplemente saltar al sofá más alejado de la escalera, en su lugar había acabado en el suelo de cabeza. Al saltar la fuerza del movimiento desgarro y desprendió su ya gangrenada cola, lo que hizo que perdiese el equilibrio, que a su vez provoco dos cosas: la primera es que soltó los ojos de Ayne y la segunda que aterrizó como buenamente pudo ósea se bastante mal.

El repoblador se frotó la cabeza a tiempo que buscaba con la mirada su extremidad perdida, no le hacía mucha gracia lo que acababa de pasar pero al menos ya no le dolía. Al final la encontró, estaba estampada contra la pared. Aquello le hizo recordar un par de cosas más, aun sentado en el suelo Ergot intentó hallar los ojos de su compañero. Se daba cuenta de que había cosas más importantes que hacer pero ya se estaban ocupando otros: Kires estaba bajando a Lemus al sótano, Eara cuidaba de la agonizante Samika, Ayne iba a ver (sin ojos) a Arik,… Por lo que se concentró en aquella estúpida tarea con tal de no intentar pensar en lo que les estaba pasando, el repoblador se fijaba en los detalles más frívolos con tal de no ver lo horrible de todo aquello. Solo levanto la mirada del suelo cuando Ayne les anuncio la muerte de Arik, pero como no quería pensar en ello en seguida apartó la mirada y volvió a concentrarse en buscar los ojos. Al final los vio junto al jorno infernal, completamente espachurrados, y no pudo evitar que se le escapase un leve “Ups” justo en el momento en el cual asomaba la luna y el verdadero dolor físico comenzaba.

Empezó a retorcerse de dolor en el suelo, incapaz de soltar un grito pues el aire parecía haberle abandonado, sólo era capaz de convulsionarse con espasmos y temblores. Le dolía todo el cuerpo, tenía la impresión de que ardía. Su espalda parecía querer romperse en dos del dolor que le provocaba, en su cabeza tenía la impresión de que querían abrirse paso las ramas de los árboles, todos sus patas se estremecían,… El repoblador tenía ganas de morir y de acabar ya con todo aquello. No tardaron mucho en pasar unos pocos segundos hasta que el aire regreso a su cuerpo y con su vuelta trajo de la mano los gritos de dolor de Ergot.

Twixy's aún se tapaba la boca con las manos cuando Kirés se llevó a Lemus a las mazmorras. Ayne había ido a buscar a Arik, pero ella sabía que ya estaba muerto, no hacía falta que el sinhadre se lo confirmara. Y había sido Lemus. Una de las personas con las que había tenido más relación en el torreón había matado a un compañero. No solo eso, lo había destrozado, y había intentado atacarla a ella. << No puede ser>> pensó llorando.

Samika se revolvía de dolor, y eso la trajo de vuelta a la realidad.

-N-no te preocupes Sami, te ayudaré- dijo con voz temblorosa. Empezó a conjurar hechizos sanadores, pero el cosquilleo que precedía a la magia se rompía y esfumaba, y no fue capaz de realizar ni uno solo con éxito. Golpeó con frustración el sofá, poniéndose en pie- Voy a por agua al pozo, eso te calmará.

De camino recogió a un dolorido Ergot que también se retorcía en el suelo, y lo dejó en manos de Eara. Fuera, llenó dos cubos de agua. Intentó llenar un tercero y llevarlo levitando pero en cuanto el cubo empezó a alzarse cayó, derramanto todo su contenido.

-¿Pero qué mierdy'x me pasa??- gritó furiosa, con lágrimas en los ojos, al tiempo que pateaba el cubo vacío.

Llevó los dos restantes al torreón y con un trapo empezó a limpiar la sangre y a empapar con agua fría su piel por si eso lograba calmarla.

-Eara, no sé por qué mi magia no funciona, intentalo-AH!!!

Twixy's pegó un brinco al ver una serpiente pasarle a toda velocidad por el lado. La vio esfumarse en dirección a las escaleras. No era muy grande, y había algo en ella que le resultaba extraño, pero no le prestó más atención. Kirés tendría que apañarse solo.

El alivio embargó a Hal al ver que Lemus quedaba momentáneamente neutralizado. Ese breve momento de paz le permitió mirar hacia fuera, hacia el resplandor rojizo que emnaba del cielo. No se había dado cuenta de que a la tormenta se le había añadido una lluvia de pavesas rojas. Hal se acercó a la puerta del patio y miró hacia fuera. Se encontraba maravillado por la tormenta, por las motas que caían del cielo, y, naturalmente, por la Luna Roja. Pero no sólo eso: sentía el bullir de la sangre, la vida que poseía y le rodeaba. De alguna forma sentía que el mundo era nuevo y se encontraba deseoso de estrenarlo.

Cuando Ayne llegó abajo Hal le miró con la cara iluminada, y no sólo por el astro que coronaba las alturas. Sus palabras tardaron un momento en llegar a suc erebro, y cuando lo hicieron obraorn un cambio instantáneo. La cara del carabés quedó congelada durante un momento, como si aquella noticia fuera un suceso imposible, como si algo tan delirante no cupiese en el mundo. Luego el carabés se derrumbó: cayó al suelo, atrapado por un fuerte llanto descontrolado. La tristeza se extendió por su interior y lo que antes había sido un maravilloso tamborileo de vida ahora eran los funestos sonidos de la muerte.

El sufrimiento aumentó al darse cuenta del dolor que sufrían Samika y Ergot. Un océano de culpabilidad y vergüenza le inundó por no haberles prestado atención. «Que bonito, tú mirando hacia fuera mientras ellos sufrían y Arik... Arik...» el llanto se intensificó hasta tal punto que el carabés comenzaba a moquear. Hal no paraba de gimotear, y las lágrimas le nublaban la visión de tal forma que sólo podía ver el mundo como manchas de colores.

Una extraña entró por la puerta, encendiéndole todas las alarmas. El carabés se puso en pie, temblando, intentando controlar su sollozo. El labio inferior le temblaba descontroladamente, lo que potenciaba su aspecto infantil y temeroso que le daban las lágrimas y los mocos. Hal, quizás dándose cuenta de eso, se pasó la mano por la cara, intentando limpiarse, y de paso ver algo mejor de lo que su llanto le dejaba. Al mirárselas estuvo aparentemente sereno durante un segundo. Luego volvió a llorar, pensando en el asco que debía dar.

—¿Qu-qui-quién e-es  usted? —la voz le temblaba a pesar de sus esfuerzos por controlarla. Una voz antigua se coló en su mente, el recuerdo de una conversación lejana. «"La ley de no intervención os protege. Pero esa protección terminará en el mismo instante en el la luz de la Luna Roja se pose sobre tus plumas"» las palabras que el trasgo les dedicara tres meses antes sólo sirvió para intensificar su temor.

Karime y Saren habían decidido visitar los torreones el mismo día de la Luna para conocer de primera mano las transformaciones que estos habían sufrido. Ya estaban casi llegando a Maciel, su primera parada por obvias razones, cuando la Luna Roja comenzó a bañar la ciudad con su luz. Karime se transformó por completo de forma inconsciente y quedó mirando al astro durante algunos segundos, maravillada como la primera vez por su belleza. No pudo evitar aullar con fuerza en su dirección, pero en seguida se repuso y volvió a su forma libense para seguir con el camino.

Hasta una loba como ella podía sentir el bullir de magia en el torreón y la licántropa entró en él como un vendaval, emocionada ante la perspectiva de ver las transformaciones llevarse a cabo y conocer a los nuevos ciudadanos de Rocavarancolia.

- ¡Feliz Luna Roja, cachorros!- exclamó al entrar con una sonrisa más pequeña de lo que le hubiera gustado, pues era consciente que muchos de ellos estarían sufriendo. En aquel momento sus ojos toparon con la mujer vestida de muñeca a la que le faltaba un ojo como a ella. Karime no había tenido el placer de conocerla en persona, pero si había oído hablar de ella a través de sus conocidos, por lo que no tardó en reconocerla. La licántropa le dedicó una exagerada, pero educada, reverencia manteniendo su cola de loba tiesa tras ella-. Feliz Luna Roja también para usted, dama Puntada. Es un placer conocerla. Soy Karime, licántropa soldado del ejército de nuestra querida ciudad- se presentó solemnemente. Luego quiso añadir algo, pero sus ojos se toparon con la frivy-. ¡Por las Brujas Antiguas!- exclamó-. ¡Tú no estabas tan buena al principio de la cosecha!- le acusó, como si fuera su culpa no haber sido tan atractiva en aquel momento como se presentaba en ese-. Burbujita, tapate los ojos- exclamó saltando a cubrir la vista de Saren con sus manos-. Es demasiado brillante para tu sensible vista y si pierdes los ojos yo no te podré ayudar porque uno para dos no llega- bromeó aun fascinada por la belleza de la frivy.

De nuevo, la libense quiso seguir hablando pero calló al instante en que su nariz captó un leve aroma. La nariz de la libense cambió rápidamente a un hocico lobuno y la actitud de Karime se volvió seria y cautelosa. Luego de olfatear un poco más frunció el hocico durante unos segundos.

- Aquí hay un lobo- aseveró seriamente-. Es un macho. Grande. No licántropo, sino de la manada. Ha estado en esta habitación hace poco rabioso, pero ahora debe estar inconsciente o dormido- siguió diciendo a medida que el olor le iba dando la información-. Tengo que llevarlo en presencia de Roja. La manada debe dar la bienvenida a su nuevo miembro cuanto antes- dijo, esta vez en dirección a Saren. Luego se giró hacia el grueso de los cosechados-. ¿Dónde tenéis al lobo?

Saren se había reunido con Karime a media tarde para ir a visitar a los nuevos cachorros y conocer sus transformaciones de primera mano. Como habían decidido ir dando un paseo, la aparición de la Luna les sorprendó aun en la calle y el selkie pudo ser testigo del cambio espontáneo de su amiga. Era muy tentador unirse a sus aullidos, pero él no era un lobo, y por eso se limitó a sonreir dejando que la luz del astro rojo bañara su rostro. No tardaron mucho en ponerse en marcha de nuevo, pues la cercanía de Maciel les llamaba con fuerza.

Cuando llegarón al torreón en el que habían pasado su criba un montón de recuerdos abrumó al idrino, pero logró apartarlos de su mente y se centró en el presente, conjurando un hechizo de intangibilidad que abarcaba también a su amiga para franquear el portón cerrado. No le sorprendió encontrar a una veterana transformada en el salón, pues no se le había pasado por alto la curiosa carroza que aguardaba afuera, pero fue una grata sorpresa que se tratara de dama Puntada. Había oído hablar de ella, al igual que la libense, pero tampoco había tenido el placer de conocerla en persona.
—Buenas noches, yo soy Saren. —saludó escuetamente tras la efusividad de su amiga, asegurandose de que su postura transmitiera confianza. Estaban asustados, todos ellos, y la invasión de su hogar por parte de unos extraños que les habían ignorado durante tantos meses debía de resultar ofensiva. Algunos de los cachorros se retorcían de dolor y en concreto los gritos de Samika le resultaban perturbadores, pero aunque el norteño queria echar una mano no era adecuado si no les aceptaban previamente.

Antes de que Ka le saltará encima, los ojos de Saren ya se habían topado con la hermosa frivy, y durante un segundo su belleza sobrenatural le dejó encandilado. Logró reponerse gracias a su naturaleza idrina, pero los ojos que la licántropo cubrió con sus manos aun tenían un ligero brillo de admiración. Sabía en que se había transformado la chica y tendría que hablar con ella cuanto antes para evitar daños a mayores.

El idrino sintió la repentina tensión de la morena a través de sus manos, que aun ocultaban su rostro, y tras apartarlas con delicadeza se giró para escucharla con atención. Si lo que decía era cierto explicaba el miedo que sentían algunos de los presentes mas allá del habitual trauma del cambio, y eso significaba que el lobo había atacado a alguien.
—Debéis dejar que se lo lleve —secundó en voz alta volviéndose hacia los macieleros—. Algunas personas abrazan su lado mas animal cuando la Luna brilla en el cielo, y vuestro amigo bueno... los lobos son un claro ejemplo de ello. La manada lo está llamando —aseguró. Como si secundarán sus palabras los aullidos se dejarón oir a través de la tormenta—. Lo mejor es que le dejéis responder. —concluyó, buscando a dama Puntada con la mirada. Esperaba que la demiurga les ayudara a convencerlos.

La llegada de la gente no supuso para Samika nada mas que más ruido para sus oidos y aquello comenzó a marearla aun mas, incapaz de saber ya donde acababa el suelo y empezaba el techo, Samika cerro los ojos con fuerza. Sentia demasiado, escuchaba demasiado pesar de no entender nada y la tirantez en sus orejas incrementaba por segundos, lentamente, al igual que el cosquilleo en su rostro. Respiraba con dificultal, casi sin aliento, aovillandose como si hiciera una revencia completa. Grito de nuevo ante un nuevo espasmo de dolor proveniente de sus brazos.

Podia sentir la caliente y pegajosa sangre caer por estos y por su espalda, manchando su camiseta y el sofá. La londinense tembló con violencia al momento en que lo que escarbaba en su carne empezo a hacer sus primeros avances hacia el exterior cubierto en sangre, presionando con fuerza la tela de la camiseta que llevaba y enviandole nuevas punzadas de dolor. Y empezaba a salir, fuese lo que fuese empezaba a mostrarse a sus compañeros el nacimiento de aquellas malditas y dolorosas protuberancias mebranosas.

-Q-Quitadme...l-la-camiseta....p-por favor -pidió entre sollozos cuando su camiseta empezó a estorbar, al igual que ocurria con la tiras del sujetador que empezaban tirar de su pecho con fuerza como si alguien estuviera jalando desde el lado contrario. O como si lo que salia de ella lo empujara con fuerza suficiente como para romper todo a su paso. Lo que estaba provocandole mas tirantez y dolor mientras no lo conseguiía- ¡QUITADMELA!- su pedido saliendo como un grito antes de siquiera poder contenerlo, aquello era una autentica tortura. Ell quedarse medio desnuda era lo de menos si aquello dejaba de doler, de presionar su pecho y sacarle aun mas el aliento. Si todo terminaba pronto.

Kirés aún estaba bajando las escaleras cuando el hechizo que mantenía inmovilizado a Lemus desapareció y el lobo empezó a moverse mientras aún cargaba con el. Aquello no tendría que haber pasado, tendría que haber estado inmóvil mucho más tiempo y cogido por sorpresa el ave no pudo reaccionar bien ante aquel imprevisto.
En ningún momento se planteó forcejear con aquel lobo, lo soltó y empujó para adelante con la intención de tirarlo escaleras abajo y usar eso  para ganar distancia, pero la sorpresa hizo que su reacción fuera lenta, y antes de caer su compañero de torreón consiguió propinarle un mordisco en el costado. Apretó el pico con fuerza, en parte como reacción ante el dolor y en parte por odio hacia su agresor, pero suprimió enseguida aquel esbozo de orgullo herido para darle prioridad a la herida y al problema en el que se encontraba. Cubriéndose la herida con una mano examinó sus posibilidades.

La situación era muy mala: Estaba herido sin ningún arma que fuera eficaz contra su oponente en aquel lugar, y encima se encontraba en un sitio estrecho, volviendo imposible evadir. En resumen: era imposible sobrevivir a un enfrentamiento directo, y tampoco podía huir porque era más lento que el otro. Tendría que jugársela con un hechizo de inmovilización y cruzar los dedos para que durara más que el anterior.
No tuvo que jugársela al final, una serpiente extraña picó al antiguo humano y fuera lo que fuera lo que le metió lo dejó totalmente inconsciente.
No sabía qué era aquella serpiente que parecía artificial ni por qué estaba allí, pero acababa de salvarle la vida. Ahora que ya no estaba en peligro inminente se aplicó un hechizo de sanación superficial. Logró hacerlo, pero el hechizo se cortó unos segundos después de que las heridas se hubieran empezado a cerrar. No pudo curarse del todo, pero al menos cortó la hemorragia.

Dejar a Lemus allí sin más era peligroso, pero estaba herido y tras lo que acababa de pasar estaba claro que necesitaría ayuda, así que subió de vuelta al salón para encontrarse con que había mucha más gente de la que debería. No había subido a tiempo para escuchar lo que habían dicho asi que no sabía que buscaban, pero si quisieran atacar ya lo habrían hecho. Incapaz de mantenerse de pie más simplemente buscó un punto donde apoyarse y volver a mirarse las heridas. Ya no tenían mala pinta, pero sus plumas desde el lateral del torso hasta la pierna del lado donde la habían mordido estaban manchadas con sangre.

El lobo, lo de Samika, ayne, los recién llegados… Estaban pasando demasiadas cosas a la vez peor por alguna razón no le parecía algo agobiante sino que le resultaba hasta cómodo.

Twix se encargó de Samika, y Eara de Ergot. Aquel día no había hecho magia ni una sola vez, deseando reservar sus energías para lo que fuese necesario, y mientras acunaba a Ergot, probó a lanzarle un hechizo vigorizante. Estaba claro que la sanación era inútil ante los cambios de la Luna.

Ayne era testigo de los intentos de las dos para calmar a Samika y Ergot, mientras Hal se rompía como no había hecho nunca. Él, en cambio, se sentía extrañamente calmado. Pero era una calma que nacía de la saturación de información, de obligarse a la indiferencia, de haberse mentalizado durante meses. Lo que obviamente no hacía era disfrutarlo. Su cuerpo le mandaba señales, montones de señales que no comprendía. Cambios, sensaciones y necesidades nuevas, era un cóctel difícil de asimilar. No hizo más que quedarse de pie, tratando de asimilarlo, con sus cuencas fijas en Twix, hasta que dama Puntada irrumpió en la escena. Eara se había acercado a la frivy entre tanto al ser llamada, pero aún no había comprendido a qué se debía su grito.

Todos volvieron la vista hacia la entrada, no solo se les había colado aquella mujer de ropa oscura y elegante, sino que tras ella habían aparecido otros dos desconocidos. Ninguno con malas intenciones, aparentemente. Eso no quitaba que era una sorpresa recibir Rocavarancoleses tan pronto. ¿Realmente tenían tanto interés en ellos? ¿A qué venía el desdén durante la cosecha, entonces?

Que la otra mujer empezase con bromas antes de ir al grano con su propósito puso un poco nervioso a Ayne, que apretó los puños pero no abrió la boca. Eara solo los miraba preocupada. Querían llevarse a Lemus, pero tal como estaban las cosas, era evidente que era lo mejor para él y para todos.
—Está en la mazmorra, abajo —respondió el sinhadre, no sin cierto recelo. Y justamente Kirés acababa de aparecer escaleras arriba. Tenía sangre en la ropa.

Eara acomodó al repoblador en uno de los sillones y corrió hacia el enderth para examinar la herida. Él mismo se la había cerrado, pero tenía pinta de ser dolorosa. Iba a ofrecerle apoyo para ayudarlo a llegar a un sofá cuando su edeel los alcanzó y se ofreció a hacerlo él. Teniendo magia, Eara resultaba más útil donde estaba hacía un momento. La sinhadre, al reparar en él de nuevo, temió que en algún momento se volviese tan transparente como Tesón. ¿Y si se volvía también intangible?

Twixy's estaba frenética. No paraba de salir sangre y más sangre de la espalda de Samika y no sabía como pararla. Desgarró la ropa de la chica cuando se lo pidió, y se quedó paralizada viendo su piel desgarrarse. ¿Qué estaba pasando? No comprendía nada. Su pelo era ahora gris, un gris horrible, como si hubiese envejecido.

Entraron intrusos, y la frivy dio un respingo cuando oyó que hablaban de ella. Frunció el ceño, incrédula. ¿Acaso esa perra estaba sugiriendo que no estaba buena cuando llegó a la ciudad? Y aún más importante:

-¿Qué importa eso ahora?- preguntó indignada. Sus amigos estaban sufriendo, lo buena que estuviera ella no era relevante en ese momento, y no estaba sirviendo para curarles.

Un conejito de felpa se acercó a ella. Se metió las patitas en la boca y sacó de su estómago un tarro de cristal con tapa de rosca, que contenía una sustancia espesa, como una crema. Luego señaló a la humana.

-¿Superes para ella?- preguntó.

El conejito asintió, y la frivy no dudó en abrir el frasco y extender la crema por las heridas de su amiga.

-¿Te calma, Sami? Por favor, ponte bien.- dijo con voz temblorosa.

Le tendió el frasco también a Eara para que lo usase en Ergot.