Segundo sueño de Cío

Eran unas vistas agradables y bonitas. Juraría que, de hecho, nunca había visto nada parecido. Tampoco se preguntaba qué hacía allí, y lo único que le resultaba extraño era notar sus movimientos tan limitados. Ignoró la armadura, dando simplemente por hecho que era normal llevando puesto algo así, pero palpó el espadón que llevaba, sorprendido de su tamaño. Sus movimientos eran pesados y ruidosos. Cuando logró mirar a sus acompañantes, ya estaba preguntándose por qué seguía con aquella cosa puesta. Ambos llevaban metal sobre el cuerpo, y con ellos estaba un ave descomunal. Mientras que la armadura que llevaba puesta Shaco era muy majestuosa, la de Xalk en cambio…
―¿Qué mierda es eso? ―la pregunta se podía aplicar tanto a su vestimenta como al pajarraco de su espalda.
Se acercó a pasos renqueantes y ruidosos a sus dos amigos y le echó un vistazo al mapa luminoso con escepticismo.
―¿Qué torre, si puede saberse?

Le tocó girarse pesadamente una vez más, y esta vez vio algo que antes se le había pasado por alto –y no sabía ni cómo–. Aquella torre hecha a remiendos parecía un desafío a la física, y sin embargo no se caía. Quizá había magia detrás de aquello o simplemente estaba esperando a que fuesen allí para desplomarse. No pudo siquiera protestar, porque los demás se pusieron en marcha sin esperar opiniones, cosa que lo enfadó considerablemente.
―¿Y qué si no me da la gana de ir? ―Pero la advertencia junto a la mirada del humano le hicieron volverse una vez más, y lo que vió le dio un buen sobresalto. No supo identificar qué era aquello, pero entró en pánico. Tras dos pesados pasos, empezó a forcejear con la armadura para quitársela de encima. No podía correr siquiera si no se deshacía de aquella cosa de una vez por todas.

Mientras tanteaba las piezas de armadura a toda prisa buscando una forma de quitárselas de encima no tuvo tiempo de dedicarle un gesto obceno a Shaco que sin duda se moría de ganas por hacer.
―Es imposible correr con esto, no me jodas ―gritó para hacerse oir en la distancia―. Dime como hostia se quita, me da igual que sea vinculada o lo que sea, se tiene que poder sacar.
Tampoco tenía tiempo para mirar a su espalda, pero no era muy optimista acerca de lo que podría ver teniendo en cuenta lo poco que había avanzado.

―¡Y una mierda he hecho yo eso! ―exclamó, tan furioso como extrañado―. No he hecho ningún pacto y mucho menos con una armadura.
Se estaba cansando del tonillo de los otros dos cuando sintió un tirón y empezó a ser empujado hacia atrás. Lo habían agarrado, eso estaba claro, pero no parecían tener prisa. Su cara era un poema, porque no entendía ni jota. Aquella amenaza ya ni parecía tal, pero el hecho de que lo arrastrase lentamente no quería decir que no fuese algo malo.
―A lo mejor si me decís cómo exactamente… ―refunfuñó― por si no lo habéis notado, no puedo ni moverme y tal. Tampoco puedo usar semejante espadón, no sé qué coño esperáis de mí. ―La situación casi parecía cómica. Mientras era arrastrado y los demás caminaban a ritmo de paseo, lo único que hacían era hablar. Parecía aquello más un chiste que una misión, como ellos lo llamaban.

La mirada que le dirigió a Xalk cuando lo pateó bien podría haberlo cortado en pedacitos de ser algo tangible. No vio venir siquiera lo que pasaría cuando Shaco activó la armadura pulsando algún punto en el pecho. De hecho, siguió sin tenerlo claro una vez sucedió, pero supo que salió volando y eso fue suficiente para dejar escapar un grito con el susto, grito que fue ahogado por ramas y hojas cuando se estrelló contra un árbol que se cruzó en su trayectoria. Dolorido, lo único que hizo fue escupir fragmentos vegetales hasta que lo ayudaron a bajar, pero como era de esperar por parte de aquellos dos, ni siquiera lo hicieron con delicadeza. Los siguientes pedazos que se le habían metido en la boca los escupió a los pies de Shaco y Xalk.

No tenía pensado siquiera seguirlos a aquella torre ruinosa, y mucho menos después de todo lo que había pasado. Estaba a punto de decir que se largaba y que no quería saber nada, cuando la armadura empezó a moverse por su cuenta. Soltó más de una maldición a viva voz y trató de adoptar la posición más apropiada para seguirle el ritmo a aquella cosa, pero no había forma de estar a su altura. Durante la carrera, Cío comenzó a tantear el pecho en busca de lo que fuera que había activado Shaco para tratar de apagar aquella cosa. Aunque hubiera querido preguntar a los demás, jadeaba con tanta fuerza que no sería capaz de hablar. Tampoco tenía ganas de dirigirles la palabra «se van a meter ese derroche de amabilidad por donde yo les diga».

El paso del tiempo era confuso, y la lucha por quitarse la armadura, en vano. Terminó por rendirse. Lo único importante parecía no desfallecer, pero ni eso era sencillo. El agotamiento de esa vez nada tenía que ver siquiera con el que sintió cuando Astra los persiguió a todos. Se creía un muerto en vida, y tenía la boca tan seca que no creía poder volver a hablar en mucho tiempo.

Se detuvieron, pero no sentía nada, y solo podía pensar en el dolor, el de sus músculos, el de su garganta, todo. Por eso no fue ni parcialmente consciente de las palabras del humano, solo de lo extrañamente fresco que estaba para no tener montura como sí el bicho. Lo mismo se aplicaba a la montura. Al tomar aire Shaco, todo se acabó para él repentinamente. Cío no pudo reaccionar de ninguna manera, solamente abrir mucho los ojos y horrorizarse, mientras continuaba jadeando sin poder decir ni una palabra. Buscó a Xalk con una mirada alarmada, tenían que moverse de allí antes de que la torre entera se les cayese encima. Por eso era estúpido acercarse, y ahora Shaco nunca podría arrepentirse. Trató de moverse a pesar del agotamiento.