Primer sueño de Ozzchreanos

En algún instante temporal indeterminado de la divagación sin sentido del ochrorio en horas de sueño, este de repente tomó una forma definida. Se encontraba en un lugar bien conocido por él, aunque llevaba bastante sin poner un pie, más aún de forma consciente.

Pero daba igual. La representación onírica del sacerdote sabía, con la ilógica frecuente de los sueños, que ese era el lugar en que debía estar en ese momento. Una orden, o más bien una idea, surgía de su mente. Parecía que llevaba allí mucho tiempo, formaba parte de él. No entraba en su ser una forma de contradecir esas palabras.

Y Ozzchreanos andó sin conocer a dónde.

Ozzchreanos odiaba las multitudes. En su infancia en una de las ciudades-palacio de la Iglesia Terrenal había llegado a habituarse a las muchedumbres a fuerza de costumbre, pero todos los años de aislamiento en un lugar como la sede de la Iglesia Espiritual y su tratamiento como novicio habían terminado con ello.

Pero aunque hubiera seguido acostumbrado, el ochrorio no hubiera conseguido aguantar en medio de un gentío como nunca había visto en su vida. Era tanto que no le arrastraba de milagro, o tal vez porque no deseaban comprobar qué sucedería al empujar a alguien de su tamaño. El sacerdote solo quería volver a su retiro, y con ello comprendió de repente que no sabía qué hacía allí. No lograba recordar por qué estaba en una de las plazas de ejecuciones ni cómo había llegado. Ese no era el lugar donde debía estar, no. Era...

Entonces Ozzchreanos se fijó en el lugar al que se dirigía la multitud. Conocía ese edificio, aunque muchísimo mejor por dentro que por fuera. No lo comprendía. Él era un sacerdote de la Iglesia Espiritual Rocuo, le correspondía estar ahí dentro, no en medio de un gentío enfermo en busca de la salvación. No conocía más entradas al edificio que la principal y, de haberlas, no serían accesibles para un desconocido.

Finalmente tomó una decisión. No ganaba nada estando parado en medio de la multitud y no podía volver atrás ni intentar salir por los lados. Entonces decidió avanzar con esta pero intentando desviarse hacia uno de los lados de la carga de enfermos para no dar de lleno contra las puertas. Igual si lograba salir de entre la masa y alguien de dentro le veía, le abrían algún acceso. No tenía mucha confianza en lo último, pero si al menos lograra salir... Su determinación y su corpulencia deberían facilitarle la tarea, consideró.

Ozzchreanos no pudo más que sorprenderse ante la reacción general a medida que se iba acercando a la puerta. Era como si fueran perdiendo el interés gradualmente a entrar en el edificio. Los golpes dejaron de oírse y los gritos fueron poco a poco sustituidos por un murmullo general, a veces débiles gemidos. Lo que no cesaba era la resistencia a que el ochrorio saliera de entre el gentío.

En contraste, cada vez le ponían más fácil una vía directa hacia la puerta principal del monasterio. No tardó en considerar que, vista la calma en la que se iba sumiéndose la concurrencia, ya no tenía tantos motivos para evitar la puerta principal. Con cautela y teniendo en cuenta que los enfermos no volvieran a la carga, avanzó hacia esta.

A la altura de la puerta descubrió un grupo de novicios. En primer lugar, no pudo más que extrañarse ante la presencia de estos fuera de la sede. Sabía cuál era su deber cuando la voz contactó con él otra vez: como sacerdote, debía cuidar también de los novicios. Ozzchreanos empezó a reflexionar acerca de cuando él dejó de ser novicio… cuando dejó… cuando… ¿cuándo? No lo sabía. ¿Dejó alguna vez de ser novicio? ¿Cómo fue? No recordaba ningún detalle de la Iglesia Espiritual acompañando ese momento. Sólo estaba él y un lugar que no… en el que no se encontraban sacerdotes. ¿Entonces qué? No, él de algún modo había superado la fase de novicio. ¡La diferencia era más que evidente observando a los presentes! Entonces, ¿qué hacía él allí? No. Él debería estar dentro. Él era un sacerdote sin investir. Él había superado su fase de novicio. ¡Él! Él era mejor que el resto, aunque nunca lo confesara ni ante sí mismo.

Cada vez comprendía menos, pero una sospecha asomaba su subconsciente más consciente. ¿Y si había defraudado a los dioses? Tal vez ahora estuviera fuera y no dentro por eso mismo. Sintió o tal vez soñó incomprensión, también un deseo de entrar a toda costa. Se acercó a la puerta dispuesto a pasar, decidido a que todo era un error. No sabía qué hacer, así que sencillamente empujó.

De Ozzchreanos no fue la sorpresa, pues conocía con la lógica irracional de los sueños que lo normal era que la puerta se abriera. Una vez traspasado el umbral, se fijó en que el grupo de novicios le seguía mientras que otros ochrorios con evidencias de la infección abandonaban el recinto. El más alto de los presentes mostró su aprobación, pues si los infectados permanecían dentro había más riesgo de contagio para el resto de sacerdotes y novicios. Entonces fijó la mirada enfrente y, sencillamente, caminó por aquel edificio que tantos años tuvo para conocer, pero que en el fondo era casi nuevo para él.

Pocos pasillos más adelante, a Ozzchreanos le llegó un eco de una vivencia que ya le parecía pasado. ¿Desde cuándo? Al ochrorio no le parecía tener respuesta a esta cuestión, pero en ese momento tampoco le pareció importante. Le asaltó un repentino deseo de unirse al ritual, pero la voz que le parecía surgida de su propia mente le dictó otra idea. Su necesidad de entrar ya no estaba allí, así que se limitó a seguir el mandato que semejaba ser suyo.

Ozzchreanos no entendía la presencia de la marca de la enfermedad dentro del monasterio de la Iglesia Espiritual Rocuo. Observó a los infectados y se encontró con que se encontraban entre ellos desde los más jóvenes sacerdotes a miembros de rangos altos. Por otra parte, nada más que la marca confirmaba la presencia de la enfermedad en los individuos, pues su comportamiento no evidenciaba más síntomas. El ochrorio se preguntaba si las primeras fases de la enfermedad serían inofensivas. Tal vez los sacerdotes estaban salvados de que la enfermedad avanzara, gracias a los dioses. Aunque eso, para él, no explicaba otra cosa…

Sumido en este orden de reflexiones, el ochrorio seguía avanzando por el recinto. De alguna forma, conocía que su destino era un lugar en el que debía estar. Nada más. Ni conocía los detalles ni estaba interesado ahora en ellos. Solo se sentía cada vez menos él y más guiado. Ningún obstáculo podía frenar su marcha, a pesar de no conocer nada.

Finalmente, llegó al lugar al que sentía que conducido debía estar allí. Y sintió que esa leve restricción onírica de su libre albedrío desaparecía. Empezaba a ser consciente de algo…

Pero se vio interrumpido. El choque le alteró y se apartó con una expresión que se acercaba más al rechazo que al respeto. Era indudablemente ciego. ¿Qué hacía uno en aquel lugar? No recordaba, y si no recordaba es que sabía que había algo que recordar. Suficiente pista conociendo la existencia de los experimentos para lograr una ceguera pura en la Iglesia Espiritual. Ahí dentro, tal vez ahí dentro… ¿Podría Ozzchreanos llegar a ser puro?

Traspasó el umbral y solo vio espejos. Espejos dispuestos de un modo especial, como si fueran los de su prueba. Sin duda, no era lo que esperaba. Viéndose sin otra opción, se adentró en el laberinto.