Subterráneos

Kirés no tenía la intención de mantenerse cerca, pues sabía que no tenía posibilidades de ganar en una pelea frontal contra aquel ser. En cuanto consiguió dejar el ala inservible apartó la espada y retrocedió a la vez que soltaba un golpe con el guantelete.
No se le había escapado lo que estaba haciendo la cabra y una vez puso distancia con vlakai el paladín maniobró para posicionarse de forma que su oponente estuviera en la trayectoria del hechizo. Tras eso conjuró un hechizo de impulso reforzado sobre el monstruo, con la intención de mandarlo volando hacia la quimera. Cuanto más se mataran entre ellos mejor para el enderth.

Kirés salió corriendo hacia la cabeza de serpiente para ir a por su lanza inmediatamente después de lanzar volando a su anterior oponente. Inicialmente planeaba recuperarla y atacar a la quimera, pero cambió de plan a medio camino al ver que el murciélago de la cola empezaba a destriparla. No podía permitir destrozos innecesarios en la quimera o fallaría en su contrato. Mientras terminaba de recorrer la distancia que los separaba lanzó un hechizo de inmovilización sobre el vlakai. Luego su plan era arrancar su lanza de la serpiente y rematar a la alimaña inmovilizada.
En esa posición no estaría en condiciones de detener un hechizo de la cabra, pero la capa o sus defensas deberían ser capaces de mitigar lo que se le viniera encima.

El hechizo que habían disparado contra el paladín fue bloqueado por su capa pero, tras hacerlo, varios jirones de tela salieron de ella. Entrecerró los ojos molesto. Si la capa había sufrido daños significaba que las protecciones mágicas que tenía la prenda se habían agotado. Eso solo le dejaba las ancladas a su cuerpo, que según sus cálculos resistirían como mucho un hechizo más, quizás dos si tenía suerte. En cualquier caso ya no volvería a ignorar a la cabra.

La buena noticia era que ahora que todos los vlakai habían muerto y que el combate volvía a ser un uno contra uno ya no tenía que preocuparse de terceros que pudieran destruir el cuerpo de su objetivo. Kirés fue a rematar a la serpiente con su lanza. Luego, desde un costado, iniciaría una sucesión de hechizos de corte y tajos con su espada dirigidos a las patas traseras de la quimera, pero retrocedería si se le ponía de frente. No volvería a subestimar las garras de aquel ser, pero todavía menos a la cabra. En cuanto empezara a conjurar dejaría lo que estaba haciendo y trataría de rebotarle su hechizo con un desvío, ya que todavía podía permitirse el lujo de recibir ataques físicos si hacía falta, pero no tanto con la magia.

Kirés se había manteniendo firme e impasible durante toda la pelea, pero la realidad era que los últimos actos le habían acercado peligrosamente al límite de sus capacidades en resistencia mágica. Rebotar aquel hechizo reforzado le hizo apretar los dientes con fuerza por el esfuerzo repentino que le había llevado. En cuanto vio que la quimera estaba paralizada no perdió un segundo e inmediatamente se lanzó sobre ella para acabar tanto con la vida  del carnero como la del león con golpes precisos.
Kirés confirmó que su oponente estaba muerto y que la zona volvía a ser segura. Entonces, y solo entonces, el enderth exhaló con fuerza y se inclinó, apoyándose en sus rodillas con sus garras y jadeando durante unos segundos. Estaba acostumbrado a mantener ese nivel de esfuerzo tanto en el campo físico como en el mágico, pero aquella era la primera vez que había tenido que hacerlo con los dos a la vez y la fatiga física y mágica combinadas habían cansado al paladín más de lo que había previsto.
Había ganado al final, pero Kirés siempre había sido un perfeccionista. Aunque había ganado era posible haberlo hecho mejor y aquello frustraba al enderth, que consideraba que no lo había hecho tan bien como debería. Estuvo tentado de pegar un golpe a la pared durante aquel ataque de frustración, pero se contuvo justo a tiempo. Seguía estando en los subterráneos y si hacía ruido podía atraer a más peligros.
Una vez se hubo calmado creó una burbuja de silencio alrededor del cadáver de la quimera y empezó a destriparlo para sacar lo que le habían pedido: Un estómago de quimera con hechizos de tapón en los orificios de entrada y salida para garantizar que su contenido seguiría intacto. Se preguntó para qué querría su cliente aquello, pero decidió que quizás era mejor no saberlo. Era hora de abandonar los subterráneos y completar su contrato.

Milo camino en silencio, concentrándose siempre en el siguiente paso, pero a lo lejos oía jolgorio y eso le inquietaba. Con la llegada de la Luna Roja la ciudad empezaba a resucitar, pues sus habitantes se echaban a las calles con la intención de festejar, y la idea de encontrarse con un grupo de juergistas le aterrorizaba. «¿Y si me convierten en su aperitivo?» pensó cuando distinguió las voces monstruosas, recordando las historias que le habían contado sobre Varael y su desmedido apetito. De haber podido se habría dado la vuelta y habría echado a correr en dirección al torreón, pero en lugar de eso apretó el paso y siguió adelante.

Nada ni nadie le salió al paso, un echo singular por si solo, y el tirón en el estómago lo condujo hasta el inició de un túnel escondido entre dos cochambrosos edificios. Cualquier otro día no lo habría mirado dos veces, pero hoy la Luna brillaba en el cielo y nada parecía tener sentido.
—Entrar y salir. —murmuró, escurriéndose por la boca del túnel con soltura.

La luz rojiza que se filtraba por las grietas del techo le permitía ver donde ponía los pies, así que descartó la idea de encender la linterna de su brazo izquierdo.

Fuera estalló la tormenta y el agua empezó a filtrarse por las grietas del techo, empapándole, pero al irrense no parecía importarle. Una parte de si mismo quería salir de aquel túnel para bailar bajo la lluvia, otra quería regresar con sus compañeros para saber si estaban bien. Una tercera parte tiraba de él hacia delante, imponiéndose a las demás, y el norteño solo podía seguir avanzando a medida que la sensación se intensificaba.

Cuando alcanzó aquella extraña cámara subterránea supo que había llegado a su destino, pues la urgencia en sus pasos se redujo, pero tras echar un ligero vistazo a su alrededor no supo que tenía de especial aquella cavidad en la tierra.
—¿Hola? —llamó en voz alta avanzando hacia el centro de la estancia, preguntándose si alguien lo había atraído hasta allí—. ¿Hay alguien aquí? —insistió, sin saber si en realidad solo estaba hablando consigo mismo.

El aroma de la plata vieja lo inundaba todo, saturando sus sentidos, y aquel contacto tan directo con la hechicería tras tantos meses de sequía por culpa de Rutilante lo embriagaba. Una sonrisa estúpida  empezó a extenderse por su rostro cuando sus ojos captaron el brillo del cobre en las paredes, el techo y el suelo.
—Anda. —murmuró para si, agachándose y estirando la mano derecha hacia uno de los trozos incrustados.

Los temblores de tierra se sucedían, variando en intensidad, pero al norteño no le preocupaba e ignoraba el polvillo que le caía sobre la cabeza de vez en cuando. Las columnas parecían firmes.

Cuando el trozo vibró y cambio de forma el irrense dio un respingo, volviendo bruscamente a la realidad. Apenas si notó que el resto del cobre de la habitación reaccionaba al mismo tiempo, pues la realidad lo empezaba a estrangular con fuerza, y el nudo que sentía en la garganta amenazaba con asfixiarlo.
—¿Qué cojones estoy haciendo aquí? —le preguntó al aire, segundos antes de que una fuerte sacudida lo derribara en el suelo.

Aterrorizado ante la posibilidad de acabar sepultado como su padre el norteño se puso en pie todo lo rápido que pudo y echó a correr sin mirar atrás, enfilando el túnel con el pánico pintado en el rostro. No veía nada extraordinario en su situación actual, pues temía por su vida y por la seguridad de los compañeros a los que había abandonado a su suerte guiado por un impulso egoísta, y lo que ahora le movía era la necesidad de regresar con ellos.
—Joder... —murmuró para si, conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarle los ojos de pura impotencia. ¿A qué clase de destino les habría condenado la Luna Roja?

No era consciente de que la bola de cobre le perseguía, pues su atención fue acaparada momentáneamente por los gruñidos que surgían de las profundidades de los subterráneos, y para cuando consiguió salir de aquel túnel casi derrapando la tormenta rugía en todo su esplendor.

Milo no se detuvo a admirarla, sin embargo, y continuó corriendo desbocado mientras el agua le calaba hasta los huesos. Veía monstruos en todas las sombras, peligros que le acechaban en los destellos de los rayos, y cuando los truenos retumbaban sobre la ciudad los dientes le castañeaban.
—Por favor, por favor, por favor. —rogaba una y otra vez, buscando desesperadamente la familiar silueta del torreón tras la cortina de lluvia rojiza que parecía haber cubierto el mundo.

Continúa en el Torreón Letargo.

Accedieron a los subterráneos mediante una entrada cercana al lugar donde la vouivre estaba construyendo su futuro negocio y los condujo a través de la galería hasta llegar a la correcta. Wen necesitaba aquella zona lo más limpia posible de obstáculos y de criaturas que, aunque sin duda volverían una vez la construcción estuviese terminada y harían falta sistemas defensivos, no se podía comenzar sin encargarse de las que ya habían hecho de aquella sala en particular su vivienda.  No era un trabajo nuevo para ellos y de hecho para la bodega de Jack habían tenido que hacer lo mismo, pero uno nunca podía subestimar lo que podía aparecer en la parte inhabitada y más inhóspita, tal vez tras el desierto para su criterio, de la ciudad. En cualquier caso seguro que era una buena forma de dejar que el vampiro se sintiese útil y se desmelenase un poco… o eso esperaba.

El draco llevaba un pico, ya que para partir piedras no pensaba destrozar su hacha y probablemente si necesitaban realizar un buen derroche de magia para aquella tarea sería mejor que se lo dejase a sus amigos de mayor capacidad. Nunca estaba de más ser precavido en aquel lugar y pudiera ser que necesitase su energía mágica para otros menesteres.
—Bueno, ¿quién quiere jugar a Minecraft? —dijo en tono sarcástico mientras comenzaba a destrozar una roca—. Aquí no se hace de día por mucho que durmamos, así que a currar. De todas formas no creo que a nuestra sanguijuela particular le apeteciese más luchar bajo el sol que aquí —bromeó.

El trabajo era literal. Despejar una zona de los Subterráneos, pero "despejar" de picar y reventar piedra. El vampiro se había comprado un pico y guantes para manejarlo mejor. Le habían tentado con explosivos en el Mercado, pero por el bien de la superficie y de las termas descartó la oferta. Se había reunido con los demás y llegaron después al sitio indicado. Y cómo no, para la ocasión iba ataviado con un chándal con refuerzos de cuero y protecciones mágicas.

Lo sacó de la bolsa sin fondo cuando se plantaron allí. No se atrevía a liarse con hechizos allí debajo, que se encargara otro con más cabeza. Pero le hacía gracia verse con picos. ¡Picos!
—Si os hubieran dicho hace años que os iban a llevar a una ciudad de milagros para picar piedra... Yo no me veo firmando, ni pipa ni hostias —bromeó mientras se rascaba la perilla—. Y calla, calla, que estos sitios son un agobio para buscar pelea. Vamos a picar rápido a ver si sale diamante o algún bicho y así "descansamos" —le respondió al draco. El rubio no era claustrofóbico, a ver, pero solo podías ir hacia atrás o hacia delante y había túneles realmente estrechos.

Gael escogió un cuerpo fuerte para la tarea. Se trataba de una criatura bípeda que había creado a partir de trozos, mayormente humanoides. Podría hacer magia, pero también tendría fuerza para cavar, y suficiente movilidad para enfrentarse a lo que pudiera surgirles en los subterráneos. Él llevaba una pala de gran tamaño sobre su hombro, aunque no sabía hasta qué punto usaría más la herramienta o los hechizos de moldeado y abrasión. Lo que más le preocupaba era que pudiesen alterar la estabilidad del túnel, pero para eso tendrían que dejar la zona bien cimentada con la ayuda de la magia.

Cuando empezaron a picar se dio cuenta de que Noel estaba haciendo referencia a un videojuego y, aunque no sabía muy bien en qué consistía, se rio, también debido al comentario del vampiro.
—¿Para ser un juego no tendría que haber enemigos? Como tarden mucho en sentirnos las alimañas esto solo va a parecer “Imagina ser minero” —dijo tras Jack.
Pero todos sabían que las criaturas de los subterráneos no tardarían en aparecer ahora que el sonido y la vibración de los picos resonaban por las galerías.

Giz se había ataviado para la ocasión con un mono de trabajo azul que se había encontrado en el mercado a muy buen precio (con un agujero abierto para la cola) y unas deportivas blancas. Además, se había cubierto de protecciones y se movía con la gola abierta, dispuesto a identificar cualquier peligro sin miedo de sufrir daños por algún rescoldo maligno. Al contrario que sus compañeros, no podía aportar fuerza física, así que se mantendría alerta y utilizaría su magia de la forma más precisa que podía. Además, aprovecharía los hechizos que vertieran entre todos para recuperar parte del gasto energético.

—Si me explicáis cómo se juega, yo me apunto —bromeó, aunque parecía que hablaban de videojuegos. Ahora le resultaba más fácil detectarlo y diferenciarlo de cualquier otro tipo de juegos, pero las bromas no se las quitaba nadie. Luego añadió—: Por cierto, si véis algún bicho llamativo, matadlo solo un poco.

Si encontraba algo interesante para su laboratorio, pues un plus que se llevaba.