Torreón Sendar

Connor escuchó la respuesta de Ethan en silencio. Obviamente hubiera preferido que dijera "Claro tío, joder... Te defiendo la jodida espalda si hay problemas" en vez de lo que el británico dijo en su lugar, menos convincente. Aún así le estaba pidiendo a una persona que no parecía ser violenta que clavara esa lanza si era necesario, así que dentro de lo que cabía el motero estaba conforme.

-Con que lo intentes me vale.- Contestó asintiendo con la cabeza, contento con la respuesta de Ethan. Con lo siguiente que dijo no pudo evitar sonreír un poco. Desde luego tenía humor en situaciones tensas como aquellas, en la que iban a salir del torreón.- No todo el mundo se pone de puto cebo para los gusanos, eso solo lo hacen los cabronazos más duros.- Le siguió la broma el canadiense con una leve sonrisa y fingiendo que le parecía bien que Ethan se sacrificara. Aunque la verdad es que llegados a un punto donde alguno de ellos no tuvieran salvación... él no iba a ser el que los ayudara. Así que algo de cierto había en todo ese supuesto.

Fue entonces cuando un sonoro estruendo inundó la habitación, y aunque al principio Connor se sobresaltó y se puso algo alerta resultó ser solo Abel tirando cosas sin querer. Tanto él como Serena también se habían decidido por salir. La chica estaba preguntándole a Kalna sobre qué debía escoger. Por otro lado Abel parecía un chico tímido, más cercano a Ethan en el sentido de no saber de armas que a Rick, quien ya había dicho que tenía práctica con armas de fuego. Abel no pareció hacerse daño y se puso a buscar un arma también mientras preguntaba sobre alguna estrategia. Connor decidió dar su punto de vista una vez acabaron sus otros compañeros.

-Estoy de acuerdo. Si podemos debemos huir cagando hostias, pero si no podemos...- Connor señaló con su maza la espada corta de Abel, con el ceño fruncido.- Por algo llevamos las putas armas.- Explicó Connor asintiendo con la cabeza y mirando al chico de pelo largo. El motero entendía las posturas de sus compañeros, pero quería dejar claro su opinión sobre aquel tema. Si estaban en un callejón sin salida era mejor que todos estuvieran preparados para pelear que paralizados del miedo. Aún así el día anterior no es que hubiera sido especialmente peligroso en las calles, así que esperaba algo parecido aquella mañana.

Los gritos de Airi alertaron a todos de la aparición de las bañeras y con una maldición dicha por los nervios se puso en marcha junto con los demás. Nohlem decidió quedarse dentro y bajarles el puente. Entendía que no quisiera ir, pero el canadiense esperaba que acabara envalentonándose en futuras salidas. Mientras el puente bajaba los gritos de Damian llamaron su atención y tras un bufido de resignación se acercó al crío, poniendo una mano en su hombro para llamarlo.

-Eh, enano.- Le diría al niño a modo de saludo cuando éste se diera la vuelta. Connor habló después con el ceño fruncido y tono autoritario, aunque se veía a simple vista que no estaba molesto. Solo advertía.- Recuerda lo que te dije ayer. Cuando salgamos haz caso en todo lo que se te diga. Nada de hacer el gilipollas. Nada de correr como si esto fuera un jodido parque de recreo. Y nada de putos gritos o te llevo de vuelta, ¿entiendes?- Dijo el motero con un tono cansado y molesto a esto último. Esperaba que le hiciera caso, porque no sabían donde estaban ni el peligro que corrían. Tras la entrada de Räg ajustándose la ropa de mala manera Connor asintió con la cabeza a su comentario. Tenían que salir ya.

La comida los esperaba y Connor no pensaba volver sin ella esta vez. Como respuesta a eso su estómago rugió implorando sustento. Con la maza en la mano y rodeado de sus compañeros el motero se sentía seguro de que lo conseguirían, solo esperaba que fueran lo bastante rápidos para no tener problemas ahí fuera.

Airi apenas se detuvo a contestar a la preocupación de Rägjynn, quitándole importancia con un movimiento de mano y un “no es nada, luego te lo cuento”. Como este aún tenía que vestirse, lo dejó en ello mientras avisaba al resto. Creyó oír que se formaba revuelo al oírle, pero por si acaso continuó bajando con cuidado.

Fue evidente al llegar que sí le habían oído. Se estaban preparando para salir y varios llevaban armas encima. Airi solo los retrasaría si salía con ellos, pero le preocupaba decirles tan pronto que no podía ayudar. Ni siquiera fue necesario, porque se formaron dos grupos y nadie hizo exigencia alguna cuando otros dijeron que se quedaban, por lo que elle se limitó a quedarse de pie con estos. Como mínimo era necesario que alguien subiese y bajase el puente, y al ver que Aniol se quedaba quizá podía ayudar a entretener al niño. Lo que no le tranquilizó mucho fue ver a Damian marcharse con tanta confianza, pero suponía que no haría ninguna tontería. El día anterior en la calle no se había alejado del grupo en ningún momento.
—Por favor, id con mucho cuidado. —Al decir esto miró particularmente a Damian, quien se despedía con efusividad—. Si tenéis que pasar por algún sitio que parezca peligroso no os arriesguéis. —Estaba pensando en la grieta con gusanos del día anterior, y en que valía más no comer que acercarse a animales como aquellos. Incluso tal vez ni siquiera fuera comida lo que traían por el cielo, sino instrucciones para una prueba o… quién sabe. Si pensaba así, se sentía aún peor por quedarse en el refugio.

Sintió el vacío y el silencio una vez se hubo marchado la comitiva, así que suspiró sin casi ser consciente. Al mirar a su alrededor se dio cuenta de que Aniol tenía en sus manos la figurita de papel de Damian y casi consiguió sonreír. En realidad más valía cargarse de ánimo para sobrellevar otro día en aquella nueva vida que seguir pensando en cosas negativas.

Al escuchar la pregunta de Tawar no respondió de inmediato. ¿Qué iba a decir? Aún tenían mucho que limpiar, podían seguir lavando ropa… pero tenía ganas de cualquier cosa menos de hacer esfuerzos aquella mañana. Quien sí respondió fue Nohlem, no tuvo claro si en broma o en serio.
—¿Hay… pianos aquí? —por supuesto, no tenía ni idea de qué eran, pero no le preocupaba quedar de tonte por preguntar. Después recordó lo que habían hablado antes con Aniol y se giró hacia él con ilusión—. ¡Ya sé! ¿Quieres que te haga un trenzado en el pelo típico de mi tribu? Y mientras podemos… ¿recuerdas lo que hablamos antes? —preguntó, enseñándole su dedo meñique para recordar la promesa y señalando con la mirada a Szczenyak y Nohlem.

Damian y Aniol tuvieron poco tiempo para intercambiar palabras dadas las circunstancias, ya que la mayoría del grupo se dispuso a darse brío para salir en búsqueda de las bañeras. Aún así el breve instante sirvió para que el italiano le cayera más en gracia.

La sonrisa del pequeño se ensanchó cuando accedió a entregarle a Rambo, intentó disimular su reacción al ver que la figurita de Ethan estaba realmente maltratada. No parecía saber cuidar de sus cosas. Quizá nunca había tenido nada de lo que cuidar.

—¡Ten cuidado! Porfi —le gritó, envalentonado por la distancia que había entre ambos cuando vio la figura de Damian y la del resto diluirse en la distancia—. Anastasia se pondrá muy triste si no vuelves… —musitó, sin referirse en absoluto a su grulla.

Luego se volvió hacia los demás, supuso que todos tenían razones para quedarse. En su caso era el miedo puro. ¿Pero qué había en sus cabecitas? Nohlem no parecía muy animado a decir verdad. Su actitud le recordaba a la de una de sus hermanas, si su madre le viera diría que estaba con la edad del pavo, o algo así.

Por suerte Tawar y Airi mantenían una tónica diferente en la que se cobijaría para no precipitarse por el acantilado de nuevo. Era normal que el varmano estuviera un poquito más serio, él todavía no tenía ninguna tribu. Debía sentirse muy solo.

—En mi tiempo libre juego con mis muñecas, o al escondite con mis hermanas. Pero también intento adivinar el futuro de la gente, tal y como hace mi madre. Ella usa tazas, y yo por supuesto heredé su don —aventuró, con no mucha seguridad en sus palabras. Aniol gesticuló mucho con las manos a continuación, dejando que sus pulseras de plata tintinearan al son de las florituras de sus muñecas. Su corazón refulgía con un calorcito nuevo y esperanzador—. ¡Sí! —respondió ilusionado, especialmente por ver qué clase de trenzados se daban en el lugar de donde venía Airi. Arrastró una de las sillas para ponerse cerca del sanaí y luego asintió en su dirección, pillando al vuelo la proposición que estaba haciendo. Aniol sonrió de manera cómplice, solo dudó unos segundos al ver que Nohlem parecía estar demasiado agotado, casi diría que iba a dormirse de un momento a otro—. Tengo que contaros algo —comenzó, creando misterio en su voz para llamar la atención. Sus ojos color miel saltaron de Nohlem al vittya de manera sucesiva—. ¿Queréis formar parte de nuestra tribu? Es chiquitita, aún.

Colmillo asintió de forma distraída a Ethan cuando dijo que no saldrían todos, convenciéndose por sus palabras que más que algo peligroso, sería una excursión rápida y que el hecho de que salieran con algunas armas sería más por precaución que por otra cosa. “Total, los gusanos gigantes no pueden salir de la grieta, ¿verdad? Y además de los raros que hablaron en la fuente, no hay nadie más en esta ciudad en ruinas que nosotros” se dijo a sí mismo, consciente de que esto podría no ser del todo verdad, pero aferrándose con todas sus fuerzas a que lo era.

-Gracias, joder. A lo mejor esto no os pasa en el poco pelo que tenéis, pero esta mierda se enreda como mil demonios -le agradeció a Ethan cuando le indicó dónde estaban los peines.

El cachorro, gracias a la diosa, seguía siendo dulce y tierno incluso después de la horrible noche que seguro que había pasado y la cola de Szczenyak no pudo evitar moverse un poco, contagiado por su ánimo.

-Ethan ha dicho que están arriba, en el baño. Subo enseguida y cojo uno para cada uno, ¿vale? -le sugirió sonriéndole, queriéndole revolver el cabello por su ternura, pero todavía sin saber si sería bien recibido-. Guau, nunca me habían llamado algo tan guay. Estoy tentado a cambiarme el nombre a eso -bromeó riendo entre dientes por el intento de Aniol de decir su nombre.

Aniol era tan parecido a sus sobrinos pequeños…

Entre la nostalgia y la ternura, el vittya se arrodilló para estar a su altura y le susurró como si de un secreto se tratara.

-Si quieres, puedes llamarme Colmillo, si te resulta más fácil. Era mi mote de cachorro, ¿sabes? Mi familia a veces todavía me llama así.

Aunque Szczenyak estaba un poco avergonzado de estarse presentando con un nombre tan infantil, también decidió que las cosas ya iban a ser lo suficientemente difíciles para un niño como Aniol durante el año que se supone que se debían quedar ahí, como para que tuviera que estarse preocupando de decir bien su nombre.

Durante unos segundos, dudó si decirle al niño que lo guardara como un secreto, pero enseguida se dio cuenta de que sería una tontería y simplemente se levantó con una sonrisa.

-Voy a por esos peines -le indicó antes de subir las escaleras con un bamboleo alegre de su cola.

Aunque oyó a Airi gritar que las bañeras habían aparecido, Colmillo siguió buscando los dichosos peines y cepillos y no paró hasta que encontró todos los que había, que para su desgracia no eran muchos y ninguno muy bueno. Aunque a él prefería cepillarse, algunos de sus hermanos solían ponerse un poco tontos con preferir una cosa u otra o primero peinarse y luego cepillarse o si el cepillo no era exactamente como querían, así que decidió bajarlos todos para que Aniol pudiera elegir.

-¡Encontré los peines! -exclamó triunfante al llegar al salón, momento en el que se dio cuenta de que el grupo que iba a por la comida ya había salido.

Colmillo se quedó unos segundos quieto mirando la puerta de salida, consciente de que se había ofrecido, pero que al final se habían ido sin él. Encogiéndose de hombros, decidió que si no le habían avisado era porque en realidad no le necesitaban y que eran suficientes, y siguió con lo que estaba haciendo.

-¿Cuál preferís, cepillo o peine? -preguntó mirando hacia Aniol y Airi al darse cuenta de que se había ofrecido a peinar al cachorro.

En cuanto eligieran, él iba a coger el cepillo que quedara con mejor pinta y saldría al patio, donde era menos probable que pudiera montar un estropicio con sus pelos, pero en ese momento Aniol llamó su atención junto con la de Nohlem.

-¿Tienes una tribu? -preguntó con una sonrisa que no fue capaz de disimular, contagiado por el ánimo de Aniol-. Me encantaría pertenecer a ella, si me aceptas -contestó solemnemente como si se tratara de un asunto de suma importancia, pero el rebote de su cola tras él delató su diversión-. ¿Tengo que hacer algo especial?

Le repobladore no podía creerse su suerte. Había preguntado sobre el tiempo libre... y automáticamente los demás se habían puesto a hablar y proponer cosas. Les escuchó cosas desconocidas y también comunes, pero en contextos distintos a los habituales para elle. «¿Tocar el piano...? ¿Trenzas? ¿Adivinar el futuro? ¿Jugar con muñecas?» pensaba con curiosidad mientras su cola se agitaba con expectación.
—No sé lo que es un piano pero seguro que era un árbol bonito, Nohlem... Y quiero ver eso que decís de peinaros y haceros trenzas. Nosotres solo trenzamos hierbas y ramas para hacer cuerdas y herramientas, pero... ¿vuestro pelo? ¿Para qué?

Al poco, se levantó de un brinco cuando escuchó las menciones a la tribu. Se le había olvidado comentarlo con el resto del grupo antes de que se fueran... pero al menos podían tratarlo quienes estaban allí. El gigante peludo parecía interesado, de hecho.

Trepó un poco más allá por los muebles hasta acercarse al resto y en especial al vittya.
—¡Es verdad! Yo también soy de su tribu. Estáis todes invitades. Solo tienes que prometer cuidar de todes y dejarte cuidar porque también cuidaremos de ti, Peludito —le dijo, visiblemente alegre.

Había escuchado su nombre pero se le hacía muy difícil y no le gustaba cómo sonaba cuando lo pronunciaban algunes del grupo, no quería ofenderle por pronunciarlo mal.
—Y lo puedes prometer con el gesto de tu propia tribu para hacer promesas o el que Aniol sabe hacer —y no tenía meñiques, pero imitó el gesto con sus cuatro manos al aire para que el joven gigante siguiera después.

Lo que Aniol creía no era erróneo: Nohlem estaba a punto de dormirse. Pensaba haberse desvelado con todos los nervios del primer día, los gritos de Damian y la salida, pero ahora que había menos gente a su alrededor el varmano estaba seguro de que sí cerraba los ojos...

La pregunta de Airi le sacó del trance. Levantó la cabeza y la miró con los ojos muy abiertos, como si así fuera a disimular que por poco se queda frito ahí mismo.

—Eh, claro que-... —espera, ¿le acababa de preguntar si había pianos? ¿Aquí-aquí, o aquí en la ciudad en general? Porque si era lo primero... —. Em. ¡Claaro que sí! Mira —y señaló los cubos de agua—. Eso es un piano.

Un bufido de risa delató el carácter de aquella afirmación, aupado por las concepciones erróneas de Tawar. O bueno, ni tan erróneas, algún árbol habrían tenido que talar para construir uno. Si Airi sabía lo que era un piano podría tomarle por loco, o creer que las diferencias culturales eran ridículas. Fuera cual fuera el caso le parecía bien.

—No, no, es broma... Un piano es un instrumento de música enorme —hizo espacio separando los brazos—. Con teclas y... da igual. Si vemos uno lo sabréis. No sé si en este mundo hay, pero en esta torre seguro que no.

Le dedicó una sonrisa a Airi a modo de disculpas y por compensar las molestias decidió que no era bueno desvanecerse en mitad de la conversación, por mucho que fuera capaz de dormirse hasta de pie. Aniol dijo saber leer el futuro lo cual abrió su curiosidad (después de todo él era el vivo ejemplo de que en Varmania la gente era supersticiosa), y aunque el tema de la tribu sonaba arcaico a más no poder, se preguntó si tendría algo que ver con sus dones de vidente. A fin de cuentas en su conversación cultural terrestre de anoche no habían mencionado una organización tan primitiva, y no veía al pequeño perteneciendo a un grupo de gente incivilizada. A Damian sí.
Tawar aportó más luz sobre aquello, haciéndole comprender que se trataba de algo simbólico que habrían hecho juntos en algún punto de ayer. No le importaba participar en un juego de niños, y menos ahora que no había otros de su rango de edad para juzgarle por participar en tonterías.

—¿Y si no hemos tenido nunca una tribu? —preguntó con la mano medio alzada tras le repobladore—. ¿Vale un gesto parecido de nuestro mundo?

En un momento y con una sonrisita le guiñó un ojo a Aniol, confirmándole que con esas preguntas pensaba participar. Y si acababan pronto quizás podría dormirse.

Airi escuchó con interés la historia de Aniol. Parecía rozar lo fantástico, pero sí que había oído hablar de gente que intentaba “ver” el futuro con artefactos mágicos. Los rumores eran muchos, y la realidad que todavía no se había conseguido nada, pero… ¿conseguirlo con tazas? Airi no supo cómo tomarse esa información. ¿Era un juego de la madre del niño para entretenerlo o tenía algún fundamento? Si preguntaba, estaba segura de que no le gustaría que dudase de su historia, aunque fuese por genuino desconocimiento, así que decidió no decir nada por el momento.

La respuesta de Nohlem le distrajo lo suficiente para olvidar aquella cuestión. ¿Acababa de decir que en su mundo tocan los cubos? ¿Como instrumento, quizás? Miró al cubo con confusión y después a Nohlem, pero este enseguida dio a entender que le estaba tomando el pelo, algo que tampoco tardó en admitir.
—Um… Creo que nunca he oído hablar de un instrumento así —admitió. Mucho menos verlo, su tribu solo contaba con instrumentos ligeros, fáciles de fabricar y transportar. Todo lo demás lo conocía de oídas, ilustraciones o los escasísimos músicos ambulantes que habían pasado por su aldea durante sus años de vida.

Tawar, aparte de estar confuso también con el piano, no entendía por qué se trenzaba el pelo. A juzgar por cómo lo tenía él –si se le podía llamar pelo– era lógico que no entendiera el concepto.
—Es para poder recogerlo y que sea cómodo… y porque es bonito y decorativo. —Era una pena que no hubiese llegado con un peinado como los que le solía hacer su hermana para mostrárselo, lleno de trencitas diminutas e idóneo para que el pelo estuviese en su sitio y no se manchase tanto. A sí misme no podía hacerse algo tan elaborado, pero podía intentarlo con Aniol.

Precisamente Szczenyak había bajado con los cepillos y peines poco antes, que Airi había olvidado por completo con el tema de las bañeras, y le dio las gracias por ofrecerles uno con una sonrisa. Viendo que Aniol no tenía el pelo enredado escogió un peine y se quedó con él en la mano mientras se empezaba a hablar del tema de la tribu. Aniol parecía todavía encantado con la idea, así que dejó que hiciese él todas las explicaciones como quisiese junto con Tawar. Qué ritual se usase para Airi era lo de menos, pero ya que eran completos desconocidos, que existiese una promesa entre ellos le daba cierta tranquilidad también. Al menos pudo sonreír tranquila al ver que tanto Szczenyak como Nohlem no tenían problema en seguirle la corriente al niño. Aprovechó mientras hablaban para hacerse con un hueco en el sofá, mientras jugueteaba de forma inconsciente con las púas del peine.

Sus palabras no tardaron en calar en el ambiente, o al menos eso es lo que pensó Aniol cuando vio que Nohlem bufaba de una manera parecida a lo que sería una risa. El pequeño frunció el ceño algo confuso cuando señaló el cubo como un piano, pero decidió guardar silencio incluso ante la extrañeza de Airi ya que puede que el varmano estuviera refiriéndose a otra cosa con un nombre similar en su mundo.

Segundos más tarde comprendió que se trataba de una broma. Aquello le sirvió para sonreír, el elfito ya no estaba tan adormilado y su sonrisa hacía cosquillitas.

Las cosas marchaban sobre ruedas. Tawar seguía siendo adorable y parecía que el pacto era algo que mantenía muy presente. Y el Señor Perro Grande se apresuró a decirle en confianza que podía llamarle “Colmillo”. El pequeño churumbel esbozó una sonrisa que le cruzaba toda la cara y asintió con ilusión repetidas veces. Se preguntó por qué tenía apodo de villano con lo bueno que era.
—¡Te pega más Orejitas! —musitó divertido, aunque no sería él quien juzgara—. ¿Nombre de cachorro? Entonces mi nombre de cachorro es Aniol, seguro que en unos años cuando sea tan alto como Connor… me llamaré de otra forma.

Después se dispuso a explicar sus anteriores palabras mientras se colocaba al lado del sanaí en el sofá preparado para lo que este quisiera hacer con su pelo. Esperó que estuviera limpio, pero seguro que había perdido el aroma a canela.

—¡No pasa nada por no haber tenido nunca una tribu! —le respondió a Nohlem, quizá más emocionado de lo que pretendía al ver que el chico daba a entender su participación en aquello—. Te lo puedes inventar… ¿Los elfos tenéis algún saludito especial? Con eso vale, y solo hay que hacer lo que dice Tawar… —realizó una pequeña demostración con su meñique uniéndose al de Airi si se dejaba—. Así se prometen las cosas de dónde vengo... ¿Qué me decís? —su tono de voz sonó un poquito lastimero.

Para Aniol había dejado de ser cosa de niños. Algo en su interior se estaba fraguando. Puede que fuera pronto para averiguar qué exactamente.

Así que un piano era... ¿un tipo de cubo? ¿Un recipiente para llevar agua hecho con alguna madera especial de algún árbol llamado "piano", quizás? Pero se percató de que el gigante se reía, así que esperó antes de preguntar. No tardó mucho en revelar el misterio: estaba bromeando.
—¡Así que también conocéis las bromas les Gigantes Amables! Menos mal, me daba miedo que tuvierais la seriedad de unos cardos —se rió también.

No se olvidaba de que un piano entonces era un instrumento musical... y eso le dio que pensar que echaría de menos los suyos allí. Podía seguir silbando como siempre, pero no tenía apenas materiales al alcance para fabricar nada. Tendría que esforzarse en buscar...
o bien pedir que buscaran por elle ahí fuera. O bien salir con el grupo, también. De igual manera, con "Peludito" claramente tenía que esforzarse más a la hora de referirse a él, así que haría un tiempo aparte para practicar su nombre. Como Aniol estaba explicando la promesa, Tawar se decidió hacer un ejemplo que le sirviera para varias cosas. Primero respondió a Nohlem y luego daría una respuesta más general, pero con mención especial antes a este. El gigante peludo no se había enfadado pero... era una tontería y lo arreglaría.
—No hace falta haber tenido una ribu, podemos ser la tuya. Por ejemplo... Para todes les gigantes, yo prometo cuidaros. Además de lo básico, esto también implica aprenderme bien vuestros nombres y trataros como deseáis —sentenció, hablando con seriedad y con una versión más corta del gesto... que consistió en repasar su nombre de un lado a otro rápidamente con un solo dedo. Se lo acababa de inventar y no le gustaba, pero estaba probando—. Estoy improvisando formas más rápidas para que no me cueste tanto tiempo prometer cosas —explicó, mirando a Airi y Aniol, quienes conocían su gesto original.

—Ah no, el cardo es mi hermana, no yo —respondió con una risa a Tawar, todo para que luego se sintiera como si hubiera tragado una piedra. De seguro los Santos lo iban a castigar por ese comentario. La facilidad con la que Kahlo había vuelto a sus pensamientos era antinatural, casi más que el hecho de que estuviera quién sabe dónde rodeado de alienígenas.

A Nohlem le costó registrar que cuando Aniol hablaba de elfos se refería a él, una duda que se reflejó en su rostro durante un instante. Entre el sueño, gestionar la incomodidad autogenerada, los trenes acuáticos y los quinientos nombres y procedencias terrestres de anoche era normal que no estuviese todo lo fresco que podría.

—Pueees... en mi mundo cuando hacemos una promesa cerramos el puño aquí en el centro —lo colocó en el esternón, más arriba del corazón—. Inclinamos un poco la cabeza y pestañeamos lento una sola vez —hizo tal como narraba, hacia a Aniol—. Así que prometo... ¿formar parte de tu tribu?

No sabía si tenía que añadir algo más como lo había hecho le repobladore, pero es que tampoco sabía con qué aportar. Sin puño aquel gesto era solo un saludo, pero con este se convertía en deseo de buena suerte, el símbolo de las promesas y las despedidas largas, algo que se cargaba de sentimiento e importancia independiente de la cantidad de frases que lo acompañasen. Por eso mismo esperaba que con eso bastase. Se quedó con el ejemplo de Aniol de todas formas, y por hacerse también el favor de espabilar un poco Nohlem abandonó la trampa de comfort que era el sillón donde estaba y se levantó hasta quedar delante del niño, con una rodilla hincada al suelo. Parecía abrumado por alguna razón (no le culpaba, era un crío rodeado de seres que no eran de su especie) así que con suerte alzando el meñique en su dirección pudiese ayudar de alguna forma.

—Lo hacemos de las dos formas, ¿te parece? Prometo ser parte de la tribu y que nos protejamos unos a otros. —le sonrió—. ¿Así vale, jefe?

Airi estaba contenta de que la conversación entre quienes se quedaron estuviese yendo bien, a pesar del cansancio evidente y tantas otras cosas en las que evitaban pensar (hambre, miedo…). Aquello era un poco normalidad en medio de la cantidad de cosas surrealistas que les habían pasado en las últimas horas, o eso quería creer. Cuando Aniol se sentó a su lado le dedicó una pequeña sonrisa. Mientras este hablaba se distrajo mirando la sedosidad del pelo del niño, pensando qué usaría para fijar el peinado que le hiciese cuando solo tenía su propio coletero. ¿Tal vez hilo de cuerda? Cuerdas había muchas.

Aniol le cogió en pleno despiste cuando le tendió el meñique, pero Airi reaccionó enseguida al darse cuenta de que quería hacer una demostración de su promesa. Ninguno de los que estaban allí eran de donde él y no iban a conocer el gesto, pero podían aportar nuevos rituales y eso mismo hicieron. Se interesó por las demostraciones de Nohlem y Szczenyak, encantade de seguir descubriendo lo diferentes que eran todas, y cómo a la vez tenían elementos en común: cogerse de la mano, hacer alusión al corazón o poses solemnes…

Cuando Colmillo se marchó a cepillarse fuera, Airi aprovechó a ir a por uno de los cordeles que sabia que había por la cocina, una vez más tratando de disimular las molestias de sus piernas, y volvió a junto Aniol cuando Nohlem lo llamaba jefe  arrodillado en el suelo. Podría haberle parecido un poco cómico, pero se daba cuenta de que Nohlem estaba tratando de complacer al niño, y no podía agradecerle más ese esfuerzo.
—¡Caray! ¿Eres eh... nuestro patriarca, Aniol? —le preguntó con una gran sonrisa. El título no tenía sentido con un niño, pero le parecía muy bonito ponerle a él en el centro de aquella nueva familia, ya que era quien mas necesitaba ser arropado por ella.

Al acomodarse de nuevo, le pidió permiso silencioso a Aniol para empezar a preparar su pelo deshaciendo cualquier posible nudo con el peine.

Tawar no perdió el tiempo en explicarle que formar parte de la tribu consistía en querer cuidar de todos y dejarse cuidar a su vez por los demás, con lo que Colmillo estuvo de acuerdo. Aunque no podía decir que confiaba plenamente en todos aquellos extraños seres, parecía obvio que estaban condenados a trabajar los unos con los otros para superar el año. Mirándolo por el lado positivo, el vittya pensó que aquello podría incluso gustarle, convivir con gente tan distinta y aprender cosas sobre ellos. Al menos, siempre que fueran respetuosos y no comenzaran también a insultarle, cosa que pensó que estaba haciendo Tawar al llamarle peludito, pero rápidamente se dio cuenta que, de hecho, era el único con pelo por todo el cuerpo de ahí y ese apelativo no era más que una descripción justa. “¿Yo soy peludo? Tendrías que ver las melenas de algunos de mis sobrinos” pensó con cierto humor.

Colmillo miró con curiosidad todos los gestos que el resto enseñaron e incluso intentó imitar alguno de ellos, como el de Nohlem, aunque se sintió bastante estúpido pestañeando tan lento.

-En Zemlya, si tenemos que hacer un juramento o una promesa levantamos la mano derecha así y lo prometemos por la luna o por las estrellas de nuestros ancestros o por las dos cosas -explicó un poco inseguro, mientras levantaba la mano a la altura de su cara dejándola no del todo abierta, pero tampoco cerrada-. Aunque supongo que mi familia sería mi tribu y ahí lo haríamos simplemente con un abrazo.

Szczenyak se avergonzó al momento de decirlo, pero Aniol parecía contento con la sugerencia, así que el zawodny decidió que valía completamente su vergüenza por hacer feliz a un cachorro tan adorable.

-Entonces, quiero pertenecer a la tribu y prometo por las estrellas de mis ancestros cuidaros y dejar que me cuidéis -juró agarrando por un momento el collar de su yaya mientras su cola y sus orejas mostraban como la situación le avergonzaba un poco, aunque cuando terminó la promesa abrazando a Aniol se sintió un poco mejor al respecto, dejándole con mucha menos sensación de vergüenza al separarse y sintiendo que esto, de alguna manera, hacía sido importante.

Aunque Colmillo bufó divertido ante la promesa de Tawar de aprender a decir bien los nombres, decidió que aquello había sido demasiado intenso para él y dio una palmada al aire para quitarse la última vergüenza de encima de haber hecho algo tan infantil y significativo a la vez.

-Bueno, creo que este cepillo y yo nos vamos al patio. Supongo que vosotros no lo necesitáis porque tenéis menos pelo, pero mi nana me mataría si supiera que he tenido la mínima intención de cepillarme el pelo dentro -exclamó blandiendo el susodicho cepillo y luego salió por la puerta del patio con la cola moviéndose tras él con nerviosismo.

Una promesa era una promesa. No sabía en qué medida se lo estaban tomando el resto de sus nuevos compañeros, pero su familia le había enseñado que los pactos no se rompían. Incluso si tenías que morir por ellos.

Así que la promesa se gestó, como lo estaba haciendo su hermano o hermana en el vientre de su madre allá en la tierra. Quizás no vería nacer al pequeño pero estaba contemplando el alumbramiento de algo nuevo, y las cosas a su alrededor brillaban con un tinte horrible y hermoso a la vez.

Allí. En medio de una chica del desierto, un hada, un muchacho lobo y un gato… Aniol se sentía en calma. Mucho más de lo que se había sentido con niños de su clase en el patio de recreo. Y eso era raro... ¿No? Los conocía de un día. Pero era como estar en Narnia. A lo mejor y solo a lo mejor… se trataba de la misma magia característica de aquel reino. Pasarían años y para cuando volviera seguiría siendo Aniol, el pequeño Aniol. Su madre le recibiría como si sólo se hubiera perdido un rato en el bosque. Y su padre jugaría con él a ser Rapunzel y Pascal en su habitación.

Pestañeó un par de veces con sus ojos miel algo emocionados. Su mente fantasiosa se aferró al evento que se estaba dando lugar y declaró que una tribu solo era el sinónimo de otra familia. Podía tener varias familias en muchas partes… ¿no? Hermanas y Hermanos mayores. Colmillo parecía un buen ejemplo de ello. Al polaco le pareció que tenía ganas de darle un abrazo y él, quién necesitaba tantos refuerzos positivos, no dudó en dejarse acunar por el vittya. Sus manos se entretuvieron en su pelo unos segundos, imaginando con nostalgia que se trataba de Cometa. Su fiel San Bernardo.

El juramento de Nohlem fue algo más solemne, la mano al pecho le recordó a un gesto militar. Le gustó más cuando se arrodilló frente a él esgrimiendo el meñique y una sonrisa. Que los adultos se agacharan a su altura le resultaba agradable. No sabría decir por qué.

—Así vale —asintió, adornando su rostro con una expresión complacida al unir sus dedos. No obstante quiso aclarar algo cuando Airi también tomó postura y comenzó a juguetear con su cabello—. ¡Bueno…. bueno…! Yo antes que jefe… o patriarca… ¡PREFIERO SER UNA PRINCESA! —luego enrojeció un poco, por haber hablado como una chica. En su ciudad contaba con amigos a los que les daba igual que de vez en cuando se equivocara, pero no sería la primera vez que se lo señalaban como burla—. O príncipe también… es que siempre digo princesa porque sus vestidos son más bonitos. ¡Imagina querer vestirse de chaqueta teniendo un armario lleno de sedas y tules! —los miró a todos con velocidad, sin saber muy bien de qué estaba hablando. Lo único que tenía seguro es que no quería liderar ninguna tribu. Prefería que fuera como sus seis hermanas. Todas ayudándose unas a otras.

—En el lugar de dónde venís… ¿Hay princesas? —exigió saber, esta vez con menos timidez—. Ya verás, Airi. Cuando acabes conmigo te puedo mostrar uno de mis peinados estrella con trencitas. Vas a estar hermosa. Además tienes el color del océano en tu pelo. Ya eres como una sirena, aunque no como Ariel, tú eres más morenita —y ahí estaba, aquel Aniol al que si le das confianza no puede parar de hablar. De vez en cuando miraba al repobladore y a Colmillo alejarse para cepillarse en el patio. El vittya había hecho promesas relacionadas con las estrellas, supuso que por eso necesitaba irse de vez en cuando para verlas. Aunque ninguna coronaba el cielo—. Nohlem tiene el pelo del color de la candela. Eso es raro. En mi mundo le gusta a mucha gente. Seguro que encontrarías princesa pronto con la que casarte.

Suspiró con dramatismo.

—O príncipe.

Ojalá los príncipes pudieran ataviarse con vestidos y joyas. Al menos no era el único con gusto por la bisutería. Ya se había percatado de los anillos del varmano, al mismo tiempo que sus brazaletes de plata tintineaban cada vez que gesticulaba al hablar.

Los heredó de su abueña tras su muerte de tal manera que se iba colocando uno de los siete por cada día de la semana que pasara. Cuando los portara todos volvía a empezar. Era una manera de tenerla presente en su vida. Y ahora que caía en la idea también de llevar una cuenta exacta de los días que pasaban allí. Así sabría la fecha exacta en la que llegaría la Navidad.

Le repobladore estaba muy ilusionade con el asunto de la tribu y las promesas, y su cola agitada tras de sí daba buena fe de ello. Le entusiasmaba la buena disposición de les Gigantes y le distraía también de la larga espera que tenían por delante. Se reía también cuando tocaba y por supuesto no paraba de plantear dudas.
—¿Qué son príncipes y princesas? ¿Y sirenas? ¿Son otros tipos de Gigantes? Hay tanto que no sé... me voy a pasar los días preguntando cosas —les dijo, pero sonreía porque no le importaba saber tan poquito sobre sus culturas—. Pero porque hasta ayer no sabía que hubiera más gente y mundos ahí fuera... Bueno, "fuera" es un concepto que se me hace extraño... ¿Dónde están vuestros mundos?

Quizá aquella resultara una cuestión aún mayor o de peor explicación. Quizás no lo sabrían, como elle. ¡Pero eran Gigantes! Seguro que lo sabían todo.

Nohlem había tenido el gusto de ver lobos en el zoológico de su ciudad, y no solo por tamaño y actitud cada vez Eschenknekian se le parecía menos a uno. Quitando que, bueno, fuera bípedo, consciente. De todos era probablemente del que menos sabía y más curiosidad tenía, pero no iba a impedir su marcha al cepillado solo por las preguntas que quisiera hacerle. Además apreciaba el gesto. No quería volver a coger la escoba tan pronto.

Sus orejas se agacharon suavemente cuando Airi llamó a Aniol patriarca en una nota de extrañeza y humor. Llamándole así más que el jefe de una tribu parecía el cabecilla de una mafia, y por un segundo le visualizó en una enorme silla de cuero con un traje y un puro en la mano. El niño expresó su preferencia en seguida, algo totalmente distinto a lo que le habían ofrecido, mientras él se levantaba para ocupar una silla más cercana e incómoda donde dormir fuese menos apetecible, riendo a suspiros. No comprendió al momento su aclaración porque "¿la ropa tiene género?" cayendo segundos después en que sería otra de sus innecesarias distinciones culturales entre varón y mujer. Él prefería las chaquetas, pero eso no quitaba que tuviera sedas y tules también.

—En Varmania no hay princesas, no. Había —añadió antes de seguir con Tawar—. Eran los hijos y herederos de reyes, que eran gente que gobernaba sobre tierras por obra de los Santos. Eran como una familia de máximos representantes de su zona. En mi mundo existieron hace muchísimo... pero todos llevaban unas túnicas muy bonitas, príncipes y princesas por igual.

Eso último lo dijo para el pequeño. No quiso responder a lo de las sirenas porque que Aniol comparase a Airi con aquellas criaturas abismales le pareció lo suficientemente raro como para sospechar que las suyas eran muy diferentes. Airi no estaba calva ni era esquelética. No tenía branquias, escamas o espinas, ya ni que decir cola de morena, piel de anguila ni alas de murciélago. Además, cuando el niño mencionó su nombre sus pensamientos regresaron a él como un potente imán, primero dudoso del carácter de su comentario al llamarle raro, luego halagado.

—Oh, ¡gracias! Tampoco me importaría si fuera, no sé, el chico de cocina o la hija de la costurera... —comentó algo más bajo aún audible, como si fueran simples ejemplos y no personas nítidas en su mente aunque fuera bastante obvio al caso. Le divertía pensar que aquella conversación no era tan distinta a la que había tenido anoche—. Pero si la princesa o el príncipe es tan lindo como tú no podría quejarme.

Y le sonrió, guiñándole un ojo. Miró a Airi detrás del moreno brevemente con la misma sonrisa pero más pudorosa, esperando que se entendiese que, por favor, estaba de broma, no ligando con el crío. Tawar tenía muchas dudas, pero eran dudas densas que se parecían más a las que hacía su primo con cuatro años cuando su peor época del porqué de las cosas. Y al menos su primo tenía un contexto cultural compartido, Tawar... por tener no tenía ni el mismo número de brazos que ellos.

—Eh- en... En el espacio —no quería decir que lejos, porque lejos era una palabra con mucha distancia y ya bastante le dolía aquello para contagiarle la ansiedad cósmica a un menor—. En el cielo. Donde están las estrellas y las lunas. Y eh, ¡bueno, dinos Aniol! —se apresuró en continuar—. ¿En tu mundo sigue habiendo reyes y princesas?

Antes de que Szczenyak se marchase fuera –podía entender por qué, había visto el pelo que soltaban los aarkos–, se dirigió a él.
—Si necesitas ayuda para peinarte la espalda o donde no alcances… solo dilo. —Dudaba si era correcto o no aquel ofrecimiento, porque nada sabía de sus normas sociales, y aún recordaba el pudor que había sentido Damian al exponerse la noche anterior. Al menos prefería dejar el ofrecimiento sobre la mesa.

Se centró en el pelo de Aniol, que era tremendamente sedoso, y aunque era diferente le traía el recuerdo de peinar a Damian el día anterior. Pelos así habrían sido una rareza en su aldea, aunque los había visto en nómadas del sudeste, de los que Airi tenía sangre pero justo no había heredado ese rasgo. Era igual a su madre, pero con un pelo algo menos encaracolado y que le crecía más rápido.

El niño tenía que objetar al título que había improvisado para él, pero aquello no le ofendía en absoluto. Podía ser lo que quisiese, aunque Airi no entendiese el concepto que había propuesto, ni por qué daba explicaciones sobre elegir uno u otro título, pero tendría que preguntar acerca de los ropajes que los representaban. Justo entonces se dirigió a elle el niño y a Airi se le iluminó la cara cuando le prometió un peinado con trenzas. Desde que se había ido su hermana no había dejado que nadie más le elaborase un peinado complejo, porque inevitablemente mientras sentía manos hábiles danzando sobre su cabeza la recordaba y la echaba de menos, obligándole a enfrentarse a los sentimientos tan complejos que le producía su marcha. Ahora todo eso parecía un problema nimio y, además, quería conocer cómo se hacía en el lugar del que venía Aniol.
—¡Ay, gracias, Aniol! —le dijo con una gran sonrisa. Sus halagos le habían hecho feliz, aunque no acabase de entender lo de las sirenas—. Intentaré hacerte un peinado que te haga justicia, aunque es difícil ponerte más guapo —lo halagó de vuelta.

La ilusión del niño era pegadiza, y era bueno que estuviese tan relajado después de la crisis de aquella mañana. Cuando se dirigió a Nohlem elle siguió alisando el cabello y, al escuchar las preguntas de Tawar, añadió:
—A mí también me gustaría saber todas esas cosas.
La suerte es que Nohlem lo sabía y empezó a dar explicaciones. Airi supuso que era algo parecido a las matriarcas del Sur y sus hijos, gente con poder y dinero… No era algo que le llamase, pero si a Aniol le hacía ilusión no iba a decir ni mu.

Airi no necesitó el intercambio de miradas con Nohlem para entender sus intenciones porque, a fin de cuentas, no era más que un juego de niños de imaginar cosas. Aun así había levantado la vista de los mechones de pelo que estaba separando para devolverle la sonrisa, sabiendo que seguirle la corriente y halagarlo le hacían bien al niño para mantenerlo en una burbuja feliz.

El comentario de Nohlem sobre venir de las estrellas sí que la dejó más desconcertada. De hecho no era la primera vez que la gente se refería a sus mundos, planetas… Y allí estaba elle, creyendo que tenían que venir de más allá del mar de Sanai. Porque era lo lógico… ¿no?
—¿Por qué estáis tan seguros? —no pudo evitar preguntar—. Quiero decir… um. ¿No sería eso demasiado difícil? ¿Y si siempre estuvimos en el mismo… planeta? —No sabía muy bien cómo expresarse. Sabía lo que era un planeta, pero le daba vértigo imaginarse cómo sería posible ir de uno a otro. En cambio al otro lado del mar… había tantas cosas que se desconocían. Los matemáticos decían que el mar se extendía mucho, mucho más allá, que se tardarían meses en ir en barco del este al oeste. Pero también era raro que ellos estuviesen allí y nunca hubiesen llegado hasta sus costas. Probablemente era una pregunta estúpida, pero le estaba costando asimilarlo.