Primer sueño de Aniol

Con ojos como platos Aniol miró conmovido a Lito derramar lágrimas de azúcar blanca. El resoplido de Nito y su posterior retahíla de ideas que claramente no eran suyas le sacó de quicio, pero el churumbel no hizo nada más que poner los ojos en blanco.

Se sentía dividido. Por una parte deseaba rechazar la actitud del elfo de chocolate y por otra quería consolar al terroncito de azúcar.

—Creu que de mayur nu quieru ser padre —le susurró al aire. Al final solo le dedicó una sonrisa triste a su primer amigo para tratar de calmarme y darle a entender que él siempre sería fiel a su equipo. Al fin y al cabo, antes de ser tres fueron dos y no necesitaban a nadie más.

Aún así continuaron juntos ante un paisaje que cada vez parecía menos oscuro. La respiración del chiquillo se relajaba a cada paso y la luz de las setas comenzaba a parecerle bonita. Ojalá poder coger un trocito y hacerse una lámpara gusiluz.

—Chi —confirmó en una de esas—. Nos hacemos llamar la gente de la U… lus personas que hablamos así somos muy muuuulonas —dijo tras Nito, imitando a una vaca y antes de que éste se interrumpiera—. ¿Qué es qué?

El niño frenó su paso unos instantes y luego avanzó con decisión hasta la hilera de piedras que le salía al paso. Tragó saliva y se arrodilló con las piernas temblorosas. No podía ser… ¿lápidas? ¿A cuánta gente había matado Serena por razones estúpidas?

Y esa foto era de…

—Nu —negó con la cabeza. Sus ojos comenzaban a aguarse— ¡Nu no y NO! ¡No puede ser! —Aniol se levantó con los puños cerrados y la sensación de querer huir bosque a través hasta quedar atrapado en las ramas de algún viejo árbol—. Damian… ¡Ese de ahí es mi amigo! Pero no puede estar muerto… ¿Es una broma verdad…? —de repente miró a Nito con furia y su dedo le acusó con firmeza. En su cabeza todo tenía sentido menos que el italiano yaciera muerto bajo tierra a menos de un metro suya—. Ya vale, esto no me gusta. ¡Damiaaaaan! ¡DAMIAAAAAAN! ¡Ya puedes salir! —aulló a los troncos—. Ya podéis salir todos y llevarme a casa… podemos reírnos juntos pero por favor… venid.

Las rodillas de Aniol se mancharon de tierra al tocar el suelo.

—Porfa…

Para ser una broma parecía una muy cruel. Nadie llegó a su rescate más allá de las palabras amables de Lito y el silencio del elfo de chocolate. El bosque permaneció mudo ante sus gritos y Aniol quería que la tierra que ahora rozaba sus rodillas se lo tragara para yacer junto a su amigo.

Después de encogerse de hombros se enjugó las lágrimas. Si Serena era la causante de tanta muerte sin sentido se alegraba de que su casa le hubiera llovido en toda la cabezota.

—Lu sé... —musitó para el terroncito de azúcar—. Lu siento... Nito... tú no tienes la culpa de nada. No sé que haría en este bosque sin vosotros.

Reincorporarse le resultó difícil pero los ánimos del Equipo U lo levantaron con convicción. El polaco solo esgrimió una sonrisa muy apenada ante el nombramiento del bando que allí se estaba formando, después rechazó la oferta tan generosa de Lito con la mano, aunque no sabía por qué deseaba un corazón para tratar mejor a la gente cuando la amabilidad residía en cada granito de su cuerpo.

—Gracias... pero nu. Lo pediré yo mismo. No me importa no volver a casa si con eso Damian sigue vivo —y con esa sentencia retomaron la marcha.

Ninguna cara conocida llamó su atención sobre las siguientes tumbas. No al menos hasta que una vocecilla comenzó a cantar algo que si cerraba los ojos solo podía traducirse en Amarillo.

El niño siguió la estela de la melodía hasta llegar a la tumba de Connor. Aniol apretó los puños y se arrodilló con el corazón en la garganta.

—Nu pasa nada. Porque voy a pedirle a la maga del Zoo que traiga a Damian de vuelta. Y Damian hará lo mismo para Connor. Este bosque nu va a poder conmigo ni con mis amigos... —refunfuñaba. Sus ojos color miel se clavaron en los de la hadita que limpiaba con un plumero. Era hermosa, pero el tono del niño cual inspector de policía que interrogaba a un sospechoso no lo fue—. ¿Dónde esta la maga del zoo? —preguntó sin carta de presentación.

El niño agachó la mirada un poco apenado por haber podido sonar demasiado brusco y al mismo tiempo molesto por el tono cantarín del hada. No llegó a disculparse, más bien escudriñó a la criatura con recelo. En su cabecita se había apagado el interruptor de la confianza desde el momento en que encontró las tumbas de Damian y el motero.

—Aniul… —murmuró, como único dato a su nombre e imitando a Lito y Nito al presentarse—. Pero te equivocas… mis amigos no se han ido ya… —la contradijo, esta vez poniendo especial cuidado en sus modales. Si de verdad iba a ayudarles para llegar hasta la maga no podía ofenderla—. Volverán...

Se miró a sus propios zapatos repletos de destellos rojos. Había contemplado cosas muy desagradables solo por salir de allí y sin embargo estaba dispuesto a no escapar jamás si con eso salvaba la vida de sus amigos.

—Entonces... Rita... ¿Por dónde se va al atajo? —instintivamente sus ojos buscaron los del elfo de chocolate y el terrón de azúcar, quizás buscando sentirse seguro entre la calidez del equipo.

Hasta que el hada no se dirigió hacia el terrón de azúcar y el elfo de chocolate no entendió lo que estaba pasando. Sus nombres pronunciados en voz alta sonaban diferente, o más bien, no lo hacían en absoluto. Era como un silencio inamovible e incómodo. Un mutismo inoportuno que le llegaba cuando solo tenía ganas de gritar.

—¿Qué… ha pasado? Li… —uñas contra pizarras— Ni… —una flauta desafinada brotó en su lugar. El niño les devolvió la mirada a ambos, incapaz de entender si lo ocurrido se debía a alguna clase de magia producida por Rita. Se encogió de hombros con disgusto, ya no le gustaba la musicalidad de su mote. Aunque seguía pudiendo decir Aniol si trataba de meter la “U” en medio el resultado se parecía a la demora de un hospital, como cuando su madre no paraba de mirar revistas estúpidas mientras esperaban noticias de la abuela—. Como nos hayas hecho algo raru… —amenazó en voz tan baja que apenas fue audible. No obstante la advertencia cayó en saco roto nada más salir despedida de sus labios, el universo entero sabía que no podía dañar ni a una mosca.

Rápidamente el paisaje cambiaba paso a paso. La luz de la luna los alumbraba lo justo, pero el churumbel no se deshacía de su mirada torva cada vez que el entorno comenzaba a cambiar sus ramas por huesos. Frenó su marcha en seco al percatarse de que no era una coincidencia y cuadró justo para que Rita explicara qué hacían allí. El tropiezo de Lito y Nito no le pasó inadvertido, más la chaqueta sobre la que cayeron terminó por hacer bajar sus hombros con amargura.

—A lo mejor podrías pedirle a la maga que la gente deje de morirse —replicó de mala manera y agachándose junto a la chaqueta ahora manchada de chocolate. Los ojillos del niño se aguaron al reconocerla. No entendía nada. Ni por qué estaba perdido en aquella especie de pesadilla ni por qué las brujas querrían hacerle daño a él o a sus amigos—. Es Abel… —la voz del polaco no resonó más fuerte que un susurro, no le hacía falta observar más el cráneo dañado así que inspiró hondo para sosegar su corazón—. ¿Quién ha podido hacerle esu? Está claro que yo no… y también que no podía ser una bruja —esas palabras fueron lanzadas con especial convicción hacia Lito.

Serena. Damian. Connor. Nada tenía sentido. Y mucho menos lo de Abel.

—Si de verdad era una bruja… ¿Qué… qué le pasó? —se encontraba completamente superado, el ritmo irregular de su pecha lo delataba.

Aniol acababa de darse cuenta de que por muy hada que resultara y por muy fan que él fuera de los seres féericos, en realidad, Rita, no tenía que caerle bien. Y era un hecho innegable pues sus muecas de asco provocaban que los comentarios gruñones de Nito palidecieran en comparación. Aún así no podía negar que les estaba ayudando, si no fuera por ella no serían capaces de seguir el camino entre tantas tumbas y hueso.

Las recientes noticias no deberían sorprenderle en absoluto pues cualquier adulto podría asumir que si Connor y Damian estaban muertos, el resto yacería bajo la misma tierra. Pero el polaco solo era un niño y las esperanzas de albergar con vida a más de los suyos aún anidaba en su interior. Bajó la cabeza con tristeza mientras imitaba al terroncito de azúcar derramando lágrimas, en su caso formadas por componentes mucho más salinos.

—No puede ser... —murmuró, hacía nada se encontraba saboreando la amargura de encontrar el cuerpo de Abel, y ahora tenía que enfrentarse a muchas pérdidas más. Sí lo que decía Lito era cierto no solo Colmillo, Räg y Tawar habían sido fulminados por la bruja, si no que Rick y Airi también habían mordido el polvo—. No puede ser... por favor... —apretó los puños mientras su cara se reducía a la total desolación. Necesitaba respuestas. Necesitaba saber el por qué de aquella masacre. Lo terrible era que la única persona que podía otorgarle la verdad pereció bajo el peso de su casa—. Sí amigu... —el niño no se reponía de su llanto, pero no le quedaba otra. Miró a Lito y luego a sus zapatos rojos mientras el peso de la decisión recaía en él—. Tenemos que seguir.

A lo lejos vislumbró la casa bajo un leve titilar que la recortaba al fondo. Quizá era una estupidez seguir en la misma dirección a esas alturas si después de todo el poder de Serena era tan magnífico. Pero estaba cansado, triste e increíblemente enfadado con su destino. Además contaba con varias bazas, la primera de ellas es que a excepción de Lito nadie sabía que la bruja "buena" ya no estaba. Y la segunda era los nombres que aún circulaban por su mente al no haber sido pronunciados en la desgracia.

Aria, Kalna, Ethan y Nohlem podían seguir vivos.

—Vale... vámonos —con un suspiro Aniol emprendió la marcha.

Allá donde fijara la vista el horror le perseguía. El pequeño avanzó todo lo rápido que pudo para no perder al hada, pero el silencio incómodo que les rodeaba solo fue el entrante de un plato de muy mal gusto.

Los restos nunca eran solo restos, poseían matices de aquellas personas que una vez fueron en vida. Y eso es justo lo que pasaba en aquel bosque de pesadilla. Las gafas de Nohlem y el abrigo de Rick fueron un mazazo a la cordura. Las deportivas, en cambio, un golpe directo al corazón.

Con lágrimas en los ojos y sin fuerzas no le quedó más remedio que avanzar, solo quería gritar entre los árboles y entender por qué alguien habría acabado con la vida de sus amigos. Pensar en qué le habría pasado a Ethan dolía y quemaba con los rayos del sol reflejados en un iceberg.

Por suerte no tuvo que estar al cargo de la situación mucho más tiempo. El polaco avistó las luces navideñas con una nostalgia profunda que se instauraba en su pecho con la intención de zarandearle y evitar su destino. Ahora lo entendía.

Las vallas blancas no cercaban más que la casa de campo. Y la maga del zoo tenía un rostro que jamás olvidaría.

—Abuela... —Aniol se detuvo, todo llanto y agonía. Su respiración era tan descontrolada que casi se estaba quedando sin aire—. ¡Abuela! —fue entonces cuando echó a correr para reencontrarse con ella. El niño enterró la cara en el delantal de cuadritos y gritó y gritó con la fuerza necesaria para derribar la última casa de los tres cerditos—. Tienes... que salvarlos... abuelita por favor... —decía—. Tienes que ayudarme.

Ya no le importaban el elfo de chocolate y compañía pues el olor a tarta de polka y pastel de amapolas parecían abrazarle con calidez, quizás hasta fueran las manos de la anciana las que lo hacían.

El incansable viaje parecía llegar su fin, y aún así Aniol se dio cuenta de que continuaba teniendo que despedirse de sus seres amados. La mano de la anciana en su nuca y espalda lograron que aquella escena se viera contaminada por un remanso de paz.

—Gracias... —se despidió de sus nuevos amigos, las lágrimas recorrieron su rostro y fueron a morir a una sonrisa de súbita felicidad. Quizás por la alegría de encontrar a su abuela a la que tanto tiempo hacía que no veía, o puede que se tratara de algo que escapara a su comprensión. Tanto daba, en realidad. El caso es que el niño se despidió con la mano en un gesto triste ante aquella procesión de partida. El hada poseyó un rostro muy similar a la de una de sus hermanas, el elfo de chocolate pasó a ser exactamente lo que era, una chocolatina navideña.

Y su terroncito de azúcar se deshizo en granos sobre el mueble.

El churumbel lloró, limpiándose el dolor con el delantal de su abuela y encontrándose eternamente agradecido con las tres criaturas. De no ser por ellas nunca habría llegado a su destino. Alzó la cabeza para mirar el rostro arrugado de la mujer, ahora que conocía la identidad de la maga del Zoo ya no estaba tan seguro de querer regresar con sus amigos del torreón. Lo único que tuvo claro es que necesitaba algo imposible. Necesitaba solo un nombre.

—Nu... pero... abuelita... —se quejó, ya sin fuerzas por todo el abatimiento de lo andado y de sus emociones. Las manos regordetas del pequeño aceptaron el vaso de zumo y el trozo de tarta, más no daría bocado ni sorbo hasta que las sombras de su corazón se proyectaran en luz con la imagen de uno de sus amigos en mente—. No puede ser así... además... Serena ya está muerta... —afirmó, sin ningún desdén—. Mi casa le cayó encima y tengo sus zapatos... ¿ves? —pero en realidad aquella información no parecía corresponderse con los poderes de la maga.

La decisión solo desataba infiernos y ríos de culpabilidad por todo su cuerpo. Muchos rostros y conversaciones vividas le golpeaban la cabeza y el pecho, como si estuvieran compitiendo por ser los ganadores de unos juegos macabros. Al final, su boca se movió sola, siguiendo la estela de lo que consideraba correcto.

—Damian... —murmuró con un llanto mudo, era su mejor amigo y su todo, además de ser un niño como él. La decisión parecía lógica en pos de regresar a un italiano que no había vivido tanto como el resto. Pero había algo que le dejaba la boca pastosa. Un sabor amargo que nada tenía que ver con el regusto de un chicle de menta—. No, espera... pur favor... —Aniol cerró los ojos y se llevó las manos al pecho. Sus labios formularon un "lo siento" al aire que no llegó a ser audible. Y entonces solo le quedó escuchar a su corazón, a aquellas zapas y al resplandor cálido que le brindaba su ángel de la guarda—. Ethan... —sentenció. El peso de una carga demasiado pesada para él nubló sus ojos, se sentía morir—. Es él... —y siempre lo sería.

Durante unos segundos creyó que todo iba bien incluso cuando el rostro de su abuela se quebró. Todo marchaba sobre ruedas porque la maga había aceptado traer a sus dos mayores apoyos de vuelta y eso solo podía significar que su dolor se vería mitigado al ver de nuevo a Ethan y Damian. Con los ojos de par en par escuchó como E͙̲̱͆̄̇ϝͣ̎͏̞͈μ̣̯̖ͭ̑͆ɑ̗͇̲ͪͭ̐u͔̭̩ sonaba como el eco de una montaña nevada, mientras que n̲̳̹a͖͍͊ͣi̿͝ͅm̺̮͍ͯͩͧa̗̺̽̒Ḑ lo hacía con el entrechocar de los dientes de un león.

Más algo rompió el espejismo al que estaba sujeto. Dos dolores punzantes, pie izquierdo y derecho. Sería mentira decir que solo era un aviso de lo que estaba por venir porque lo cierto es que la sensación era tan tortuosa que el niño no tardó en caer al suelo. Gritó, como era normal en él, y gritó aún más al ver a Serena en el cuerpo de alguien que era familia suya. En aquel reino de muertos había visto tantas cosas que no le costó demasiado comprender lo que sucedía.

—Estás... loca... ¿PUR QUÉ? —exigió saber. El churumbel volvió a retorcerse al tiempo que yacía tirado de cualquier manera, la visión de sus zapatos manchados de sangre fresca casi le hizo vomitar. Casi. Porque lo único que le mantenía sujeto a la realidad era una tristeza insondable. Y una furia profunda. También el miedo, uno tan atroz que se abrigaba debajo de cada poro de su piel apremiando a su instinto de supervivencia.

Lo había engañado de manera tan cruel que empezaba a dudar qué parte de su travesía resultaba cierta. ¿Es que ni siquiera las criaturas que lo acompañaron eran reales? ¿De verdad había segado las vidas de sus amigos? Connor, Rick, Airi, Nohlem... todos... ¿muertos?

—Qué haces... —el rostro de Serena aparecía como flashes en su mente, a veces viva, otras muerta. Y en todas la odiaba con todo su ser, no solo por lo que había hecho, la osadía de tomar el cuerpo prestado de su abuela era humillante—. Qué haces... estás loca... —Aniol sintió sus mejillas arder, la visión de sus hermanas asomadas a la ventana no le relajaba en absoluto. Estaba paralizado por el miedo y nadie iba a ayudarle—. Estás loca y eres mala... ¡Quítate su cara! ¡No te atrevas a ser ella!

Y entonces avistó los cuchillos en mitad de tanto zumo y fruta. El pequeño se incorporó a duras penas, lo justo para cogerlos con torpeza y darse la vuelta en mitad de lágrimas y babas. Su muñeca se aferraba con saña al instrumento de cocina pero el temblor de su labio era una broma de mal gusto.

—¡Vete! —su cuerpo decidió que avanzar a cuatro gatas y blandir el metal podía ser buena idea. Aniol lanzó un ataque a la desesperada al abdomen de la bruja, una última jugada que venía desde abajo al encontrarse en el suelo. Lo hizo un cuarto de la mitad de bien de lo que podría haberlo hecho n̲̳̹a͖͍͊ͣi̿͝ͅm̺̮͍ͯͩͧa̗̺̽̒Ḑ, y también aulló con una quinta parte de la furia que había visto en ocasiones en Connor—. ¡Muereee! ¡Muere! ¡Muere, loca de los cojones! —bramó con todas las cuerdas vocales destrozadas por tanto llanto y casi poseído por el espíritu del motero.