Torreón Sendar

Recuerdo del primer mensaje :

Magia:

La divisaron a lo lejos. Una enorme cueva vertical se alzaba desde la tierra, colosal, majestuosa e imponente sobre la calle, y con una vista espléndida sobre esta. Aceleró el paso por curiosidad y esperanza, porque que algo estuviera en mejor estado que las calles que habían atravesado... ya era mucho. Además, no quería seguir hablando de los Hijos de Bakaiar allí, fuera, al descubierto, como si pensar en ellos o mencionarles pudiera atraer al de antes.

Cuando llegaron, sonrió al reconocer un foso, porque le era familiar del hogar, y se maravilló aún más al ver la enorme superficie de madera que lo atravesaba y que conectaba con el edificio.
—No sé si esto es lo que buscábamos, pero tiene buena pinta.

No esperó a los demás. Se había fijado en unos inventos nuevos que sujetaban la madera del foso y que se introducían en la cueva, y quería investigar tanto eso, como el interior como todo lo que pudiera. Se adelantó al grupo y caminó por la lámina de madera con toda la curiosidad del mundo, hasta llegar a la lámina vertical. La reconoció, parecida a las de esa cueva donde despertaron, así que empujó con el hombro hasta que se movió. Y... una vez dentro, se quedó parado en la puerta. ¡Era enorme! ¡Y había un sinfín de cosas sin determinar!  
—¡Esto es alucinante! —exclamó mientras liberaba el camino para entrar.

Le temblaba la pierna derecha, pero de anticipación por querer explorarlo y entenderlo todo. Su mirada saltaba de un artefacto a otro, de una pared a otra, de un punto a otro. Y aún tenía que investigar los hierros que entraban y salían de la cueva y se anclaban a la lámina de madera del exterior. Necesitaba nombres para aquellas cosas nuevas. Ahora sería él quien preguntara a los demás.

Apartó su mano rápidamente.
—¿T- te duelen también?

Soltó un bufido de risa ante la declaración de ser el único idiota. Y quiso replicar pero le fallaron las fuerzas de nuevo. Por un momento volvió a hundirse en el dolor, a perder toda consciencia de lo que pasaba. Duró un par de segundos.

Cuando volvió en si se dejó hacer para quitarse la cazadora entre respiraciones agónicas. Abrió los ojos de golpe con la mención de las notas y el comenzar de sus lágrimas.

Ya sin la cazadora se levantó de golpe y gritó. Para desafiar el dolor, para desafiarse a si mismo e incluso a la Luna.

—Voy. —Fue lo único que dijo.

Moviéndose tambaleante por culpa de aquella sensación en su espalda se encaminó a recoger las notas y cubrirlas con el cuerpo como podía. Estaban desparramadas pero aún no se habían perdido del todo y las fue recogiendo sobre su pecho mordiéndose los labios.

Acto seguido corrió hacia el cuerpo inerte de Sarah. Y con otro de los gritos intentó echársela al hombro.

Se levantó, pero parecía a punto de caerse hacia algún lado.

-¡¡¡Bájala bájala BAJALA!!! ¡¡¡No seas imbecil!!! – se lanzó contra el dándole golpecitos que solo la partían de dolor a ella y obligándolo a tirar los papeles al suelo a pesar que sus manos la acuchillaban. Estaba llorando de dolor y la cabeza le daba vueltas pero aun así jalo el cuerpo de Sarah suavemente para que Nery’s lo bajara y ella pudiera cuidar su cuello. – ¡¡No puedes cargarla así, aunque este desmayada!!! Que pasa si lo que sea que le esta pasando la ha vuelto más frágil o esta cambiando algo dentro de ella…por a...mor a los dioses primigenios del cielo y la tierra no solo actúes…deja...esos papeles y ayúdame a llevarla con...con cuidado….

Se quito la bufanda que tenia enrollada en su mano entre agónicos quejidos y lagrimas que se mezclaban con la lluvia y la envolvió en el cuello de la humana tratando de que se mantuviera firme mientras trataba de levantar un poco sus pies.

-anda se que duele, pero hazlo con cuidado, por favor…imagina que soy yo…- le dijo en voz baja al final mientras apretaba los dientes y trataba de posicionarse bien para entrara a la otra humana.

Jadeaba. Tan solo tenerse en pie era una tortura en sí misma y la realidad parecía apagarse y encenderse por las oleadas de dolor. En un parpadeo ella le estaba gritando algo que se encadenaba poco a poco en su cabeza hasta formar algo coherente. Notó que le había quitado las notas y simplemente respondió llevándolo más abajo con cuidado, hasta una posición en la que pudiera poner su cabeza en su pecho, aunque intentó preguntarle algo.

—Cabeza.... a mi pecho o tu...? —su boca quedó abierta sin respirar y dos lagrimones surcaron su cara. Se escuchó un sonido gelatinoso en la espalda del frivy  este se dobló ligeramente sobre sí mismo en una expresión agónica aún con Sarah en brazos. Ambos bultos tomaron más volumen y más sangre empezó a brotar de ellos.

El dolor en su cabeza era cada vez más intenso y Qwara solo pudo devolverle la mirada a Maila sin saber que responder, notando como la sangre le goteaba entre los dedos mientras su cuerpo experimentaba el cambio sobre el que tanto se había teorizado. No sabía que pensar, la verdad, pero no tardó en darse cuenta de que ella no era la única que tenía problemas. Cuando Fleur se acercó a ver como estaba la hawaiana se alejó hacia la puerta del patio como si estuviera en trance, algo bastante raro que rápidamente eclipsó el hecho de que Rua había empezado a brillar levemente.
—Esto es de locos… —le susurró a la francesa mientras se alejaba hacia la cocina, sobresaltándose cuando las cadenas del puente empezaron a chirriar.

Fuera había empezado a llover, o eso creía la sudafricana por los sonidos que llegaban desde el exterior, y si por si eso no fuera suficiente extraño unas motas de luz roja flotaban en el ambiente dándole a la escena un filtro ominoso. La Luna Roja estaba llegando y el caos que se iba a desatar no era equiparable a nada que ninguno de los sendarios hubiera visto antes. Qwara podía olerlo en el ambiente, notaba el tirón en su pecho y la euforia irracional no tardaría en sacudirla, pero la fugaz aparición de la cercana y su huida hacia la tormenta completamente desarmada la anclaron de nuevo a la realidad.
—¡Ulmaraaaa! —gritó hacia su espalda, viendo como se alejaba sin mirar atrás—. No podemos dejar que se vaya sola… —dijo para los demás con tono angustiado.

La humana no pensó, solo actuó, y mordiéndose el labio inferior para no gruñir de dolor siguió los pasos de la alaí hacia el exterior. Al pasar junto a la puerta asió la lanza que Nery’s solía dejar allí por puro reflejo, para no ir igual de desarmada que su compañera, pero al igual que ella no miró atrás mientras se internaba bajo la lluvia. Fuera del torreón el clima era aún peor de lo que se había imaginado, pero lo cierto es que no parecía importar demasiado mientras el agua le corría por el rostro y se llevaba la sangre con ella.

Qwara echó a correr tras Ulmara en cuanto la avistó en la distancia, siguiendo su estela con más ligereza de la que cabría esperar en aquella situación mientras intentaba no perderla de vista. A pesar del dolor la muchacha se sentía bien, reconfortada, y mientras tanto los rayos partían el cielo y una luz antinatural teñía el mundo de rojo.

Continúa tras Ulmara en alguna parte.

El sonido de las risas de Fleur y Rua le lleno de energía, miraba a Pefka de reojo y pensó en el día que los vio por primera vez. había cambiado tanto todo. Los quería tanto que le dolía pensar que podría perderlos. Le costó algo más acostumbrarse a Pefka que a las dos terrestres, por sus costumbres, como la que relataba ahora.
-Casi que mejor te miro desde aquí, pero me juego el cuello que estas dos se animan a la hoguera- dijo con ilusión.
- Yo soy el chico del té, asique yo me uno Qwara- respondió al ofrecimiento. Nunca llegó el té, un sonido extraño hizo que a Toni se le acelerara el pulso levemente. Pero cuando entró Qwara al salón sangrando el corazón de Toni bailaba en su pecho con la intención de salir.
Maila se acercó, pero enseguida se fue corriendo sin dar explicaciones. Después de la huida de Maila todo pasó demasiado deprisa, el rostro de Fleur, la salida de Ulmara, el brillo de Rua y la sangre de su rostro.
Entró en colapso, fue repitiéndose que debía estar tranquilo mientras caminaba hacia la cocina. Cogió una raza, la lleno de agua y sin calentarla metió lo primero que encontró.
Al volver de la cocina miró para el patio y vio a Maila envuelta en arena, solo veía lo que estaba pasando, la escena del salón cuando pasó por él, el patio. Solo escuchaba el cliquear de la manzanilla triple que se había puesto. El agua estaba fría y no le importaba, estaba tan nervioso y le costaba tanto trabajo mantener la calma que nada de su alrededor le importaba.

Fleur buscaba frenética entre los cajones de la cocina paños para limpiar, quizá algún barreño con agua para ayudar a Qwara con la sangre que le manaba, olvidando en el proceso por los picores y el dolor de cuello que poseía hechizos de limpieza. Pero había algo distinto en el aire que le impedía llevar cualquier acción racional y no se trataba solo de aquellas motas rojas, lo notaba dentro de su pecho, también en la mirada distante de Maila cuando se había marchado, y ahora lo veía en la excitación de Ulmara.
—¿Lo sientes? —su voz fina se elevó en una nota de incredulidad hacia la cercana—. Espera... ¿Por qué dices que lo sientes? ¿Qué vas a hacer? ¿¡A dónde vas!? —supo por entonces, que aunque quisiera no podría detenerla. Y la vio desaparecer tras aquella tormenta implacable que aullaba fuera con una fuerza superior a la que lo habían hecho todos antes. Era increíble lo rápido que se había roto aquel momento bonito y mágico entre ellos para desatar al caos. Su enfado y frustración además iba en aumento. ¿Es que nadie pensaba ayudar a la sudafricana?. Esta no debía preocuparla demasiado al parecer, porque corrió tras la alaí en dirección al exterior, donde se sucedían tantos relámpagos que la francesa esperaba de verdad que no murieran en el intento. Tenía razón, no podían dejarla sola. Pero poseían más problemas.

Rúa estaba sangrando por la frente, y no dejaría a su mejor amiga sola, menos en un momento como ese. Desesperada quiso tirarse de los pelos por la impotencia y el dolor agudo que su cuello estaba sufriendo. ¿Se estaba estirando?. Cuando Fleur llevó sus manos a su cabello percibió en cambio alguna pluma y por poco no trastabilló asustada contra la mesa.
—Estás... estás brillando —musitó mirando al español para ver si sus suposiciones sobre la sueca eran ciertas, al principio pensaba que se trataba de imaginaciones suyas, pero aquel tenue alumbramiento parecía ir en aumento. Se frotó los ojos con nerviosismo y un gimoteo contenido, y percibió otra sorpresa. Sus ojos eran más aparatosos, más sustanciales, había algo en ellos que no tenía antes —. ¿Qué soy yo? ¿Por qué no sangro? —estaba horrorizada y pegaba un bote por cada estruendo, pero sentía el júbilo como todos y eso es lo que más miedo le daba. Parecía que tendría la fuerza para acabar con todo lo que quisiera. No sabía que forma estaba tomando, pero era más poderosa, podía intuirlo.

El baile del nombrado se detuvo poco después de la aparición de Maila y la lluvia, que amenazaba con apagar el fuego de un momento a otro aunque él no haría nada por evitarlo. Vio a la chica deambular por el patio hasta que empezó a ver algo extraño. Varias nubes de polvo o arena aparecieron por encima de los muros y se precipitaron contra ella.

Pefka se paró en seco y perdió el equilibrio, por lo que no pudo lanzarse hacia ella para apartarla de aquella tormenta. No hizo falta, aun así, y se quedó quieto cuando vio que no le sucedía nada. Maila estaba en un remolino de arena pero parecía ilesa. Aun así, quiso acercarse porque le había escuchado gritar.

Sin embargo, un dolor hasta ahora desconocido le atravesó el cuello. Conocía heridas de fuera a dentro, pero no a la inversa. Temeroso, se palpó algo que se removía a ambos lados de su ya prácticamente desaparecida coraza, en el interior, bajo la piel, y descubrió que algo parecía querer abrirse paso hacia fuera. No iba muy desencaminado, y tampoco era lo único que estaba naciendo en su nueva piel. Le llegaron ondas de dolor y cosquilleo de más abajo, desde los pliegues entre sus dedos y desde estos mismos. Estaba apretando los dientes para no dejar escapar ni la más mínima queja, y también se obligó a contemplar los cambios, pero lo estaba pasando mal.

Tenso, resbaladizo y torpe, se giró para volver a la fogata. No podía ayudar a su amiga mientras todo el cuerpo se revolucionaba desde dentro, así que quería alejarse del vendabal. Descubrió que el fuego se había apagado del todo pero no le importó ya que no quería combatir contra la lluvia, menos aún cuando por algún motivo el agua resultaba agradable en su piel. No solo porque a él le gustase sino porque la sensación de las gotitas en su piel aplacaba un poco sus dolores. Y quizás no solo era el agua sino también aquellas pavesas que flotaban en el aire, o la energía que sentía desde que había empezado todo. Pero no era suficiente, y además también le daba cierta dentera ver cómo se formaban esos nuevos tejidos. Se le escaparon varias quejas y exclamaciones de dolor sobre todo con las aberturas del cuello u otros cambios que sentía por el interior del resto de su cuerpo, como si alguien le estuviera desmontando para volver a colocar las piezas acto seguido en otro sitio. Definitivamente no solo estaba cambiando en el exterior, pero aún no tenía ni idea de cómo acabaría aquello.

Se había sentado en el suelo sobre el manto de piel y entonces pensó en morder algo para mitigar las consecuencias, por vergüenza y temor a Las Lunas, pero también se le ocurrió que quizás debía abrazarlo igual que hizo en el sueño, por lo que se limitó a gruñir, quejarse y gritar cuando las sensaciones se lo exigieron.

También cambiaba de postura constantemente, como si fuera a alterar algo o a ignorar todo el sufrimiento así. Y por descontado, escuchaba los gritos y ruido del interior, pero lamentablemente no tenía fuerzas para ayudar. No quería moverse del sitio, solo deseaba poder flotar en el vacío sin más preocupaciones que el dolor y dejar que la metamorfosis siguiera su curso sin obstáculos.

El intento de Maila de alejarse hacia atrás de aquella tormenta de arena no sirvió de mucho ya que aquel remolino la siguió como si tuviera vida propia. La hawaiana pegó un grito, terriblemente asustada ante aquello mientras daba fuertes manotazos para alejar toda aquella arena de alrededor.

-¡Fuera!- Gritaría mientras hacía grandes arcos con los brazos y se movía rápidamente de un lado a otro. A ojos de Maila la tormenta era consciente por cómo la seguía a todas partes y en su cabeza no dejaba de recordarse a sí misma ahogándose en el convento. ¿Acaso había sido un sueño premonitorio? Maila ya no estaba segura de nada, solo de que necesitaba ayuda desesperadamente.

Sus ojos se cruzaron con los de Pefka y su compañero podría ver que le pedía auxilio mientras intentaba salir de la tormenta. Estaba distinto en algo, aunque en aquel momento no podía saber por qué ya que la arena la molestaba demasiado. Sin embargo el krabelinense tenía sus propios problemas y cuando mostró signos de dolor y se sentó en el suelo la hawaiana hizo el ademán de ir hacia él, pero paró en seco enseguida. No iba a acercarse a su amigo con aquella cosa girando en torno a ella. Simplemente no sabía qué hacer. Se sentía impotente. Tenía ganas de destrozar algo.

La arena tocaba constantemente su piel pero por alguna razón no recibía daño alguno y a pesar de que la chica no intentaba buscarle una explicación lógica a eso seguía siendo una interrogante. Su cuerpo era una amalgama de terror, desconocimiento, impotencia y...¿un poco de euforia? La hawaiana, dejó de lado aquellos sentimientos contradictorios y echó la vista atrás con la intención de pedir socorro para sí misma y Pefka. Vio a Toni en el salón, mirándola a ella y suponía que al resto a juzgar por los gritos. Aunque desde allí no podía ver lo que estaba ocurriendo en el interior. Una parte de ella se preguntó preocupada si esos gritos serían de Fleur y cómo estaría ella. Tenía que hacer algo.

-¡TONI! ¡Ayúdanos o llama a alguien de dentro! ¡Pefka necesita ayuda y yo no puedo salir de aquí! ¡RÁPIDO!- Gritaría mientras desistía de salir de la tormenta y se sentaba en el suelo completamente agobiada e hiperventilando. En un intento de refugiarse de aquella impotencia, agobio y arenisca se tapó la cabeza con las manos y cerró los ojos. Solo quería que terminara toda aquella pesadilla. Entre fragmentos y jirones de arena podría ver a Pefka retorcerse de dolor.

Quiso replicar, decir que ya lo haría el, cumplir aquella única cosa para la que había sido útil toda esa cosecha. Pero cuando intentó dar un paso perdió el equilibrio y cayó de rodillas en un charco de sangre y agua.

Podía sentir como sus músculos y huesos se hinchaban bajo su piel demandando nuevo espacio. Podía sentir como en su espalda y hombros ambos se deformaban para dar paso a una nueva estructura mientras algo crecía en ella aprovechando las heridas para poder salir.

El brillo rojizo del ambiente se intensificaba cada vez más mientras las pavesas bailaban a su alrededor ajenas a la lluvia torrencial que se había desatado.

Intentó llamarla y levantarse cuando la escuchó gritar. Intentó moverse o hacer algo. Pero el mar de dolor se lo tragó, haciendo que se abrazara a sí mismo y se calvara sus propias uñas en los costados hasta hacerse sangre.

Cuando Kiki se girara a verle tras contemplar la luna dos masas amorfas sobresalían de aquellas heridas verticales totalmente cubiertas de sangre negra lo que le daban aspecto de montones de alquitrán. Crecían a cada segundo revolviéndose para abrirse paso entre la carne del frivy. Por otra parte en la cabeza de este dos estructuras claras empezaron a deformarse desviándose de su crecimiento en altura en lo que parecía un baile lento entre ambas.

Otro grito llamándole. Venía de su espalda.

Ladeó la cabeza y torpemente giró su cuerpo hacia la llamada. Al principio tan solo se fijó en Kiki pero una fuerza tiró de su vista hacia el cielo.

Y la contempló. La visión que había tenido en su sueño no se comparaba ni como un grano de arena frente a la belleza y magnitud de lo que contemplaba y la energía ilimitada que lo invadía superaba a todo lo que había sentido e imaginado.

Entonces gritó de dolor de nuevo. Sus apéndices se revolvían con más fuerza, sus músculos tiraban de él con ferocidad como si quisieran desgarrarse unos a otros en su interior y sus huesos parecían haber perdido la paciencia decidiendo estirarse libremente en su interior.

Una única fuerza lo mantenía atado. Una presencia, la misma que desbordaba toda la ciudad, tiraba de él demandando su atención sin que cupiera posibilidad alguna de rebelión o negación.

La Luna reclamaba a sus nuevos hijos. Quisiera Nery´s o no.

La sueca apenas era capaz de pensar y mucho menos de darse total cuenta de lo que pasaba a su alrededor, el dolor en su gente empezaba a ser desgarrador, la sangre capia cada vez más copiosamente por sobre su nariz, intentando cubrir sus ojos, sus mejillas, mantener los ojos abiertos se hacía difícil. Apenas si era conaciente de la presencia de Fleur y solo porque estaba cerca de ella.

- Joder…joder…- mascullo con los dientes apretados, entreabro apenas los ojos viendo los intentos de Fleur de intenta ayudarla y como Qwaya cuyos bultos sobresalientes en sus cabezas no dejaban de sangrar, corría tras Ulmara- ¡Qwara, no te va…ahhhg……dios!- se llevó una mano  que seguía emitiendo ese sutil brillo, a ala frente mareada, dejándose caer al suelo, cuando un punzada especialmente dolorosa pareció atravesar su cráneo y piel. Rua soltó un grito de dolor, tocando el bulto en su frente con terror cuando sintió contra sus dedos como algo afilado y puntiagudo se abría paso por sobre su piel y su cráneo, Rua de la impresión aparto lo dedos de su frente, pero el dolor no cesab, ni la sangre, sentía algo que parecía querer retorcerse bajo la piel más y más como un taladro abriendo paso sin ningún tipo de dentro a afuera de su frente. El sentimiento angustioso, dolorosos, d que por aquella obertura que se ensanchaba y se abría, podía verse lo que su cráneo cubría era doloroso, atroz e inquietante

- F-fleur…- llamo a su amiga entre lágrimas, que se mezclaba con la sangre que ya bañaba su rostro. Algo quería salir con fuerza de su frente, retorciendose bajo la pie, sin ningún reparo por el dolor de su dueña, centimetro a centimetro. Rua se encogió aún más sobre sí misma, intentando frenar cuanto podía la sangre que se deslizaba por su rostro, sentía que la cabeza le iba estallar, toda relación de su entorno se iba a desvaneciendo por el dolor.

Los relámpagos retumbaban sobre sus cabezas mitigando sus propios gritos y el resto de sonidos de la ciudad junto a la tormenta. Sin embargo nada perturbaba a la Luna en el cielo. Ninguno de los destellos era capaz de arrebatar el rojo que cubría la ciudad. Nada del caos perturbaba en lo más mínimo su estadía en el firmamento. La diosa inmortal de la ciudad no reparaba en tales nimiedades.

Bajo su vista, en una insignificante azotea otro más de sus pequeños se retorcía en la agonía de su nuevo nacimiento.

Todo crecía tanto en el interior como el exterior del frivy. Los huesos se expandían rearmando aquel puzle interior dentro suya para dar paso a los nuevos músculos y tamaños, la piel hacía lo propio para dar protección y cobijo a toda la estructura. Los cuernos rodearon su cabeza hasta cerrarse encima de su frente en un arco en cuyo centro las puntas parecían querer tocarse pero nunca lo lograban. Pese a todo ello, pese a la recolocación de todos sus huesos, órganos y músculos la mayor agonía brotaba de su espalda demandando su salida inmediata, revolviéndose fieramente en aquellas heridas para librarse de todo rastro de músculo, tendones y piel que las retenía. Sus anillos se rompieron así como el enganche del brazalete cayendo todos al suelo.

Y en un simple estallido, desgarrando aquello que aún las mantenía compactas y casi haciendo perder la consciencia a Nery´s, ambas columnas reventaron revelando su autentica forma. Y el dolor cesó.

Lo único que podía sentir era la luz de la Luna bañando su piel con aquella energía que le llenaba y lo impulsaba, todo lo demás había quedado apagado.

Aún de rodillas se irguió tan solo para que su cuerpo se dejara caer sobre sus propias piernas. Sumido en esa calma que solo se puede experimentar tras que el dolor te abrume sintió algo extraño. Algo le abrazaba, una sensación ligera y cálida que le trajo demasiados recuerdos. Abrió los ojos de golpe tan solo para verse completamente rodeado de plumas blancas haciendo que el asombro cubriera su cara. Las miró durante unos segundos, la lluvia estaba deshaciéndose de los restos negros de su sangre revelando un blanco puro y hermoso.

— ¿Me las has dado tú? —preguntó a su alrededor, tan solo para sí mismo. Acariciando el plumaje y abrazándose a su nuevo par de alas mientras una risa tonta se le escapó junto a un par de lágrimas nuevas, estas caídas de felicidad y nostalgia.

—Está bien, está bien. Lo sé. —Miró hacia el horizonte contemplando cómo Kiki observaba a la Luna y como esta formaba nuevos resplandores en los cuernos cristalinos de la finlandesa. Era la escena más hermosa que jamás había visto en su vida. Y una que no olvidaría hasta que la muerte apagase su conciencia.

—Sigue adelante. —Apoyando un pie y una mano sobre la rodilla de este se impulsó hasta levantarse. Trastabilló hasta casi caerse hacia atrás. Sus nuevas piernas ni siquiera sintieron el peso de su cuerpo impulsándolo más de la cuenta,  las alas aportaban un nuevo punto de equilibrio al conjunto y su cabeza estaba ahora bastante más alejada del suelo. Se quedó quieto de nuevo, extendiendo sus brazos e intentando controlar su nuevo cuerpo.

Una vez más seguro de no caerse relajó la postura. Con una corriente de aire sus alas reaccionaron extendiéndose. Eran enormes, de dos metros de envergadura y casi lo mismo de anchura hacían que tuviera la sensación de que si simplemente se ponía de puntillas las corrientes de viento le llevarían hacia el cielo.  Aunque él no se quedaba atrás, miraba el suelo y a su propio cuerpo extrañado preguntándose cuanto había crecido exactamente.

La Luna lo llamó de nuevo mirándole y él no pudo si no devolverle la mirada. Y con una última chispa sus cuernos y ojos se encendieron avivándose de un pequeño resplandor a un brillo total trayendo consigo su aura, la cual por fin fluyó libremente por todo su cuerpo.

Centró aquella vista radiante en un cabello blanco y unos cuernos de cristal y avanzó hacia ella. Estuvo tentado de intentar recoger sus notas, pero ya era demasiado tarde. Fue directo hacia ella descalzándose por el camino, los playeros le apretaban. Las pezoneras se habían caído en alguna parte del proceso dejando ahora tan solo los pantalones cortos como única prenda.

Al alcanzarla no dijo nada, tan solo la contempló observando cada detalle, cada nuevo cambio. Era preciosa. Extendió sus brazos con cuidado haciendo torpemente que sus alas los siguieran. No sabía si ella le volvería a rechazar por lo que fue despacio. Aunque cuando esta lo aceptó amos brazos la rodearon desde su espalda y sus alas empezaron a cubrir sus laterales.

Las manos del Ángel rozaron los antebrazos de la Jack Frost buscando sus manos, pero no para agarrarlas. Simplemente ofreció sus palmas bocarriba por si ella quería posar las suyas allí.

En silenció contempló el caos y la gloria, la belleza y el horror. Y lo hacía con la persona con la que más significaba para él.

Muchas veces el Frivy había estado feliz de haber ido a aquella ciudad, a aquel pequeño refugio que había acogido a un niño roto y sobrecargado, conocer a sus compañeros con los que había peleado y reído, descubrir nuevos sentimientos, destapar viejos... Redescubrirse a su mismo. Muchas veces había estado feliz de estar ahí y en aquel instante no pudo más que afianzar el hecho de que haber ido a Rocavarancolia había conseguido mostrarle esa felicidad que tanto deseaba.

Si la humana giraba la cabeza se toparía que ni siquiera llegaba a su cuello con la cabeza, y como destellos platas, blancos y rojos peleaban entre si azotados por el viento en el pelo del frivy.

Las sensaciones que La Luna roja le proporcionaba (la cual aún no había podido ver desde el salón) y las que le provocaba la situación que se estaba dando a su alrededor eran contradictorias. Por una parte, vivía el acelerado picor de su cabeza con el júbilo y las nuevas fuerzas que parecía poseer. Pero por otra el horror del caos desatado era palpable. Escuchaba a sus amigos gritar, algunos como a Maila desde el patio, pero otros cerca suya, como la sueca que la llamaba entre gritos y lágrimas.

—¡Rúa! —la francesa se acercaría con pasos gráciles a pesar de la velocidad y lo brusco que habría sido su movimiento, se arrodilló al lado de su amiga sin saber que hacer y poniéndose pálida por tanta sangre. No paraba de brillar, ni tampoco de sangrar. ¿Qué podía hacer?. Con toda la velocidad y concentración de la que era capaz realizó todos los hechizos de curación que tenían recopilados, pero ninguno parecía surtir efecto sobre lo que fuera que pretendía salir de la frente de la chica— tran-tranquila... te vas a poner bien, estoy aquí contigo, no pienso moverme de tu lado —el llanto de Rúa no tardó en contagiársele por verla sufrir de aquella manera y sin saberlo algo nuevo se activó dentro suya. Si ambas cruzaban miradas, Fleur desprendería sin intención una sensación fuerte y poderosa de miedo, el mismo que le atenazaba el pecho en esos instantes.

Tampoco era consciente, pero sus pestañas habían sido sustituidas por plumón negro y eran más voluminosas. El picor de su cabeza parecía disminuir, y en la línea de su cabello le estaban brotando ya las últimas plumas blancas, formando lo que parecía una corona.