Primer sueño de Kolja

Kolja sintió un pequeño pinchazo en el pecho cuando dos de sus mejores amigos no le reconocieron, pero se lo excuso pensando que habrían perdido la memoria, Adam igual con aquel cambio tan drástico que había sufrido y Chromsa... a saber si el chico nutria también había sufrido algún cambio que no se viese a simple vista. Pero claramente el no podía hacer nada.

Con un asentimiento respondió a la pequeña reverencia del ochrorio con el que había compartido tanto los últimos meses y tras entregarle el escudo se giró hacia su maestro, esperando instrucciones.

Kolja asintió a las palabras de su maestro, sintiendo pánico por un momento al saber que tendría que ayudarle en su encargo. No le quedaba otra, así que dio un paso hacia la mesa de trabajo de su maestro. Cual fue su sorpresa cuando su pie se asentó en el aire, como si hubiese un escalón invisible. Con un gesto de sorpresa levantó su otro pie, descargando todo su peso sobre aquel que estaba suspendido en el aire. Casi soltó un gritito cuando el pie que acababa de levantar también se quedó en el aire, separandolo completamente del suelo. Estaba flotando ¡estaba flotando! Al parecer por fin era capaz de hacer magia, y sin necesidad de las palabras y los gestos, al parecer.

Eufórico por estar, más o menos, volando, siguió a toda carrera su camino hasta la mesa de su maestro. Una vez allí echó un vistazo desde el aire. Desde luego no podía ayudarle con la cabeza del martillo, a parte de que no le sería de ninguna utilidad, se arriesgaba a que su maestro le aplastase de un martillazo. Por ello decidió ir preparando el mango del martillo. Este era tan gordo que bien parecía un árbol que alguien había arrancado del suelo y al que había quitado las ramas y raíces.

Como pudo fue estrechando la punta para que encajase a la perfección con la cabeza del martillo. Su maestro ya había marcado cuanto tenía que quitar. Para el de hecho hubiese sido un sencillo, pero Kolja pronto respiraría con dificultad y sus brazos se sentirían a punto de desencajarse de sus hombros.

Kolja, resoplando como una locomotora, se alejó del mango del enorme martillo en cuanto su maestro se lo permitió. Para descasar bajó levitando de la mesa y se sentó al borde de la nube, encandilado por las vistas que tenía desde La Forja Celestial. Disfrutó del viento fresco golpeándole en la cara, llevándose el calor del esfuerzo de las últimas horas.

En cuanto sonó el timbre, el alemán se levantó rápidamente y volvió junto a su maestro para presentar el martillo. Aquella vez fue Alec el que se acercó, también gigante. Kolja se lo esperaba, al fin y al cabo, hacía poco que había arreglado el martillo del granjero, en el torreón. Aún así no pudo sentir otro pinchazo en el pecho cuando el escocés pasó su mirada por él, sin reconocerle. Hizo una mueca, pero de nuevo no se atrevió a hablar.

Acababa de girarse para volver al area de trabajo, pero antes de que recibiese nuevas instrucciones el timbre sonó por tercera vez. Kolja miró extrañado hacía la parte por la que aparecían los clientes. Dos figuras se acercaron, una enorme y otra de tamaño normal. Frunció el ceño en cuanto pudo verlas y los reconoció como el Adam gigante y Chromsa. Su ceño se frunció aún más cuando Adam explicó el por qué de la inesperada visita. Supo reconocer que las cenizas que pasaron cerca de él eran las de el escudo que había hecho, sin embargo no tenía ni idea de como podía reconocerlo a partir de unas cenizas.

-No es mi culpa que un escudo se queme, son prácticamente enteros de madera al fin y al cabo, yo me ocupo de los refuerzos de metal- intentó salir del aprieto al notar la mirada de enfado de su maestro sobre él.

Kolja no entendía lo que estaba pasando, recordaba perfectamente que lo único que había hecho era ponerle los refuerzos de metal a un escudo de madera. Los escudos de metal no eran prácticos, pesaban demasiado para poder utilizarse en una pelea o batalla que se alargase, se requería de mucha fuerza y resistencia para que realmente fuesen beneficiosos. Y desde luego, Chromsa no era especialmente fuerte, nunca le hubiese hecho un escudo de metal. El alemán empezó a pensar que el Adam y Chromsa estaban mintiendo, que habían sido descuidados y que el escudo se les había quemado en la pelea, no tenía sentido que un escudo de metal se convirtiese así por así en ceniza, el metal no se quemaba, no se convertía en ceniza, aquello no tenía ningún sentido.

Con la cabeza gacha aceptó la reprimenda, aunque él no creía que aquello pudiese ser culpa suya. Cuando su maestro les ofreció un nuevo escudo sin coste alguno Kolja asintió con la cabeza, sabía que seguramente su maestro se lo descontase de su salario(¿tenía un salario? Kolja no lo recordaba).

Cuando los Chromsa y Adam se fueron de la forja, su maestro le habló, de una forma muy calmada, pero la amenaza era tan palpable en aquellas palabras que a el alemán se le erizaron los pelos de la nuca.

-Si, maestro- respondió, sumiso.

Kolja suspiró más tranquilo cuando su maestro no tomó represalias serias por el hecho de que el escudo, si creía las palabras de Adam y Chromsa, se desintegrase. Apretó los labios cuando su maestro hizo alusión a que era todo culpa suya, al decir que como apenas había trabajado en el martillo no debería darles problemas.

Apenas su maestro había empezado a hablarle del siguiente encargo volvió a sonar timbre. Alec gigante entró hecho una furia, mostrando en sus manos de nuevo aquella ceniza en la que se había convertido el martillo que le habían forjado. Kolja empezó a marearse, como si las nubes sobre las que se asentaban sus pies hubiesen empezado a dar vueltas sobre si mismas. Tuvo que apoyarse en la mesa de trabajo para no caerse. ¿Qué cojones estaba sucediendo? ¿Cómo podía solido metal convertirse en aquella maldita ceniza? Cuando su maestro se giró hacia él pudo ver su cara de genuina confusión.

Kolja levantó la cabeza cuando su maestro empezó a hablarle, sin mirarle siquiera. Oía las palabras que decía, pero estas no conseguían penetrar en su cabeza. Todo lo que era capaz de pensar era que en su vida, solo se le habían dado bien dos cosas, forjar y luchar. Luchar le había sido imposible contra aquellos enemigos que poseían magia que era capaz de paralizarle de pies a cabeza, y ahora su don para la forja se estaba, casi literalmente, deshaciendo en su manos. ¿Qué iba a hacer? ¿Que podía ser de él? Era un negado para prácticamente cualquier otra cosa, nunca se le había dado bien estudiar, carecía de la capacidad de concentración para ello. Y no tenía ningún otro talento, nunca se había ocupado de desarrollar ninguno, siempre había dado por hecho que sería herrero.

Solo unas palabras llegaron a su mente revuelta "capacidad de hacer magia". Kolja se miró las manos como si no le pertenecieran.

-Yo..., yo hoy es, hoy ha sido la primera vez que he sido capaz de hacer magia-explicó, todavía en estado de shock.

-Y solo a sido un simple hechizo de levitación, no tengo ni idea de como podría convertir un martillo más grande que yo en cenizas, yo no tengo esa clase de poder- dijo, sin apartar la mirada de sus manos, casi parecía que les estuviese hablando a ellas.

Kolja miró a su maestro, seguía confundido, incapaz de procesar lo que le estaba diciendo, entonces se le tragó la tierra. Aquellas nubes que hasta hace nada habían estado sujetando su peso se volvieron intangibles y él empezó a caer. La confusión se fue y llegó el pánico. Kolja no paraba de gritar, calló durante unos cuantos segundos antes de que se acordara que al parecer, ahora podía hacer magia, y que había sido lo suficientemente listo como para aprenderse los hechizos que habían ido descifrando en el torreón.

Se concentró en lograr pronunciar bien las palabras y hacer los gestos, pero sin saber porque, seguía cayendo. Quizás se lo había aprendido mal, o quizás la magia había vuelto a abandonarle, en realidad no importaba, lo importante era que seguía cayendo, y en aquel momento en el que debería haberse dado a la desesperación, encontró cierta paz interior. No volvió a gritar, sino que se giró en el aire y se puso de espaldas. Cerró los ojos y esperó el inevitable choque contra el suelo. Con suerte, sería tan brutal que moriría instantáneamente, sin dolor.

Pero no llegó, pasaban los segundos y el suelo seguía sin recibirle. Kolja abrió un ojo y vio que las vistas a su alrededor habían cambiado. Ya no veía el difuso verde y marrón de la montaña, ahora todo estaba teñido de distintos tonos de rojo y naranja. Se dio la vuelta de nuevo, para mirar al suelo, y justo en el momento que lo consiguió calló en la lava.

Cuando su cuerpo entró en contacto con la lava, de alguna forma sin romperse por el impacto, Kolja sintió más calor del que había sentido en toda su vida. Pero solo sintió eso, calor. De alguna forma la lava no lo dañaba, no derretía su piel para dejarlo como al maldito Ataulfo, solo sentía aquel horrible calor y como los gases del espeso liquido ardiente le quemaban la garganta. Con la mirada buscó una isleta en la que poder refugiarse, pero por más que miraba no lograba encontrar ninguna.

Kolja caminó por aquel lago de lava, agotado, pero forzándose a seguir, a encontrar algún lugar donde pudiese escapar de aquel infierno. Caminó durante un tiempo que se le hizo infinito, sus piernas a penas podían cargar su peso y finalmente ocurrió, sus rodillas se doblaron contra su voluntad y calló de rodillas en el liquido rojo.

Estando en aquella posición, agotado hasta el extremo, notó como una figura se cernía sobre él. Y entonces escuchó su voz. Solo la primera palabra ya despertó aquella ira latente que calentó su pecho de tal forma que casi alcanzase la temperatura que sentía en el exterior, rodeado de lava.

-Kai-gruñó, conteniendo la ira que sentía hacia el primogénito. -Muy propio por tu parte aparecer en mi momento de mayor debilidad. ¿No te habrás traído a nuestro padre? Seguro que a él también le apetece observar el espectáculo.

Con el resto de fuerzas que le quedaban se levantó y encaró a su hermano. Sus piernas temblaban tanto que dudaba que pudiese permanecer de pie mucho tiempo.

-¿Cómo va todo, hermano? ¿Ya habéis logrado Thorsten y tú dejar nuestro apellido por los suelos?- preguntó, con una mirada que indicaba que seguía sin perdonarles.

Kolja alzó una ceja al ver a su hermano con aquel atuendo. La ceja no bajó de su sitio tampoco por sus palabras, no iba a dejar intimidarse por un idiota sin talento como su hermano.

-Bueno, entonces os esperaré aquí. Mis errores se debieron al sabotaje, no me sorprendería que obra de vosotros dos, los vuestros se deberán a vuestra incompetencia - contestó.

-Si no te importa, preferiría que te fueses largando. El placer de tu compañía es mejor en dosis pequeñas. Además no te conviene hacer esperar al maestro, no querrás que te eche antes de que puedas demostrarle tu ineptitud.

Con esas palabras Kolja se dio la vuelta.

-Saludos a padre. A ver si entra en razón y le da la forja a nuestras hermanas, lo harían mejor que vosotros.

Y con esas últimas palabras, empezó a alejarse cojeando.

-¿Egolatra? Puede, pero no más de lo que vosotros sois envidiosos. Hay una razón por la cual no me defendisteis ante padre, y ambos la conocemos- contestó, mientras se encogía de hombros.

Su hermanó le rodeo para volver a quedar de cara a él y entonces Kolja pudo ver como Kai empezaba a crecer, ropas y martillo incluido. O, venga ya. Pensó. Imáginandose lo que venía a continuación. Sobrevivo a una caida de vete tu a saber cuantos miles de metros, sobrevivo a lava ardiente y ahora me va a matar el patán de mi hermano, esto es lo que faltaba. Sus pensamientos estaban marcados por el conocimiento de que no había nada que pudiese hacer. Estaba desarmado, apenas se tenía en pie y el maldito Kai no dejaba de crecer. Así que decidió morir lanzandole por lo menos una última pulla a su hermano.

-Hey, a ver si consigues acertar de un golpe, sería la primera vez, pero tengo esperanza en ti, hermano- la última palabra prácticamente la escupió, permitiendo que su hermano vislumbrase la ira que contenía, y debajo, muy debajo, el dolor.