Primer sueño de Kolja

No sabía como había llegado a aquel lugar, pero al respirar el aroma tan familiar y escuchar el sonido del martillo al moldear el metal caliente, con el crepitar de la forja de fondo, se sintió a gusto, a salvo, en casa. En aquel momento abrió los ojos, que un segundo después amenazaron con salirsele de las órbitas. ¿Cómo coños había llegado ALLÍ?

Con un par de pasos rápidos se acercó al borde de la nube (¡la nube! ¡estaba en una forja sobre las nubes!) y miró hacia el horizonte. Dudaba que jamás fuese capaz de volver a subir su mandíbula a su posición habitual. El espectáculo era impresionante. Todo quedaba tan pequeño bajo sus pies, podía ver como los campos y bosques se alternaban con pequeñas poblaciones, lagos y ríos. Había viajado en avión unas cuantas veces ya en su vida, pero aquello no podía compararse. Miró a su alrededor, intentando asimilar tanto como pudiese de aquel magnífico lugar y entonces fue cuando se fijó en el cartel flotante. "La Fragua Celestial", realmente el nombre le venía al pelo.

¿Había muerto quizás y aquel era el cielo de los herreros? Si ese es el caso, de verdad que no me importa estar muerto. pensó. O quizás el rey de aquella ciudad de pesadilla había decidido que ya había aprobado la maldita prueba y aquel era su premio. Fuese lo que fuese, le daba igual, estaba feliz de estar allí.

Justo en aquel momento el sonido del martillo contra el metal cesó y aquella voz desconocida le llamó de vuelta al trabajo. Kolja se giró rápidamente sobre sus talones y miró al interlocutor. Su mandíbula volvió a quedar por los suelos. ¡Era un jodido gigante! ¡Su maestro, empleador o lo que fuese era un jodido gigante!

-Yo..., perdona, si, ahora vuelvo- contestó en cuanto se hubo recuperado de la impresión. Aunque no tenía ni idea de como ayudarle, él era alto, medía casi dos metros, ¡pero el era un jodido gigante de al menos cinco metros!

Al recibir la reprimenda se giró rápidamente para volver al trabajo y entonces vio lo que debía ser su puesto de trabajo, con un escudo a medio terminar sobre la mesa. Sin perder el tiempo se puso el delantal y cogió el martillo. Era una tarea sencilla, una que había hecho cientos de veces y, a pesar de su estancia en Rocavarancolia, no había perdido nada de su destreza, por lo que con unos cuantos golpes rápidos y certeros lo terminó. Ni siquiera se preguntó por que no recordaba haber estado trabajando en aquel escudo, simplemente estaba feliz de volver a desempeñar su oficio.

-Si, maestro- contestó Kolja, que andaba con un paño puliendo el escudo para que quedase lo más atractivo posible. Segundos después sonó el timbre.

Hizo como le pidió su maestro y cogió el escudo con sus dos manos, preparado para presentárselo a los visitantes. Que al parecer se trataba de otro gigante y una persona de tamaño normal, algo más pequeña que el mismo.

El alemán los identificó en cuanto se acercaron y salieron de las sombras. Eran Adam y Chromsa, ¡pero el rusky se había convertido en un jodido gigante! Kolja cogió aire de golpe al ver a su amigo con semejante envergadura, pero no se atrevió a decir nada temiendo represalias por parte de su maestro. Al contrario, simplemente le tendió su escudo a Chromsa, con los ojos como platos pero sin pronunciar palabra.

Kolja sintió un pequeño pinchazo en el pecho cuando dos de sus mejores amigos no le reconocieron, pero se lo excuso pensando que habrían perdido la memoria, Adam igual con aquel cambio tan drástico que había sufrido y Chromsa... a saber si el chico nutria también había sufrido algún cambio que no se viese a simple vista. Pero claramente el no podía hacer nada.

Con un asentimiento respondió a la pequeña reverencia del ochrorio con el que había compartido tanto los últimos meses y tras entregarle el escudo se giró hacia su maestro, esperando instrucciones.

Kolja asintió a las palabras de su maestro, sintiendo pánico por un momento al saber que tendría que ayudarle en su encargo. No le quedaba otra, así que dio un paso hacia la mesa de trabajo de su maestro. Cual fue su sorpresa cuando su pie se asentó en el aire, como si hubiese un escalón invisible. Con un gesto de sorpresa levantó su otro pie, descargando todo su peso sobre aquel que estaba suspendido en el aire. Casi soltó un gritito cuando el pie que acababa de levantar también se quedó en el aire, separandolo completamente del suelo. Estaba flotando ¡estaba flotando! Al parecer por fin era capaz de hacer magia, y sin necesidad de las palabras y los gestos, al parecer.

Eufórico por estar, más o menos, volando, siguió a toda carrera su camino hasta la mesa de su maestro. Una vez allí echó un vistazo desde el aire. Desde luego no podía ayudarle con la cabeza del martillo, a parte de que no le sería de ninguna utilidad, se arriesgaba a que su maestro le aplastase de un martillazo. Por ello decidió ir preparando el mango del martillo. Este era tan gordo que bien parecía un árbol que alguien había arrancado del suelo y al que había quitado las ramas y raíces.

Como pudo fue estrechando la punta para que encajase a la perfección con la cabeza del martillo. Su maestro ya había marcado cuanto tenía que quitar. Para el de hecho hubiese sido un sencillo, pero Kolja pronto respiraría con dificultad y sus brazos se sentirían a punto de desencajarse de sus hombros.

Kolja, resoplando como una locomotora, se alejó del mango del enorme martillo en cuanto su maestro se lo permitió. Para descasar bajó levitando de la mesa y se sentó al borde de la nube, encandilado por las vistas que tenía desde La Forja Celestial. Disfrutó del viento fresco golpeándole en la cara, llevándose el calor del esfuerzo de las últimas horas.

En cuanto sonó el timbre, el alemán se levantó rápidamente y volvió junto a su maestro para presentar el martillo. Aquella vez fue Alec el que se acercó, también gigante. Kolja se lo esperaba, al fin y al cabo, hacía poco que había arreglado el martillo del granjero, en el torreón. Aún así no pudo sentir otro pinchazo en el pecho cuando el escocés pasó su mirada por él, sin reconocerle. Hizo una mueca, pero de nuevo no se atrevió a hablar.

Acababa de girarse para volver al area de trabajo, pero antes de que recibiese nuevas instrucciones el timbre sonó por tercera vez. Kolja miró extrañado hacía la parte por la que aparecían los clientes. Dos figuras se acercaron, una enorme y otra de tamaño normal. Frunció el ceño en cuanto pudo verlas y los reconoció como el Adam gigante y Chromsa. Su ceño se frunció aún más cuando Adam explicó el por qué de la inesperada visita. Supo reconocer que las cenizas que pasaron cerca de él eran las de el escudo que había hecho, sin embargo no tenía ni idea de como podía reconocerlo a partir de unas cenizas.

-No es mi culpa que un escudo se queme, son prácticamente enteros de madera al fin y al cabo, yo me ocupo de los refuerzos de metal- intentó salir del aprieto al notar la mirada de enfado de su maestro sobre él.