Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

Rádar se mordió varias veces la lengua, inhalando y exhalando, mientras escuchaba al nublino. Sentía la feroz tentación de echarle la bronca y de mostrar uno a uno, todos los errores que cometía tanto al actuar como al hablar, pero las palabras con Sox seguían tamborileando en sus sienes. Durante unos momentos, perdido en sus pensamientos, compuso un mohín. Él lo único que quería era que volvieran a estar como antes de que Barael les amenazase: no quería ni dejar de ver al nublino, ni verlo muerto, ni convivir con aquel peligro. Solo que aquel pensamiento delirante sobre matar a alguien desapareciera y pudieran volver a ser un grupo.

Demasiado dura era Rocavarancolia como para que la naturaleza perversa de aquella ciudad se colara en aquel supuesto refugio.

—No estamos mirando cómo cae la guillotina —su voz sonó cansada, hastiada, y mientras hablaba Rad se sentó con un agotamiento visible sobre un sofá, con la mirada dirigida al techo—. Tuétano es un problema del grupo, y solo en grupo lograremos sacar una solución. Las salidas en solitario para dormir en ruinas con un ojo abierto son inútiles, porque solo pueden acabar en muerte. Y la muerte, nuestra muerte, es lo que estamos intentando evitar.

Siete se amilanó en seguida. La respuesta de Eriel no le convencía, pero el tono de la discusión y la intervención de Rad, que era algo que él había pasado por alto, le quitaron las ganas de insistir. Siete hizo un mohín, con el aspecto de un niño pillado en falta pero visiblemente deshinchado. “No habéis esperado ni diez minutos a ver si otra cosa servía” replicó mentalmente, con los labios apretados.
No pareció impresionado con la afirmación de Barael: era precisamente porque llevaba el anillo hasta el desmayo que daba la sensación de que le encontraba algún gusto. Le era útil a todo el mundo, pero no creía que fuera sano. Las opciones añadidas a lo que la Luna hacía lo dejaron pensativo un momento. No sabía para que quería el poder mágico desbordante, pero parecía más agradable que cambiar físicamente tanto. No tenía interés en más ojos o en ser una planta mucho más de lo que le apetecía ser una araña.

El ambiente se caldeó y Siete se echó un par de pasos atrás, queriendo retirarse del todo de la discusión. Compartía algunas opiniones, que no expresaría en voz alta, y se negaba a señalar que no estaban indefensos sin él, y que todo lo que había hecho hasta entonces tampoco era irremplazable. Si Barael no hubiera fabricado armas, otro habría cogido algo que sirviese, o habrían afilado palos, o lanzado piedras. Poco sofisticado, pero no mucho menos útil que las que tenían ahora, contra los mismos monstruos; correr siempre le parecía la solución adecuada a Siete. Tampoco ir a por las cestas o cualquier otra cosa requería específicamente a Barael. Pero el idrino no quería inflamar más la situación ni quería ser el centro en ella y, en parte, tampoco quería dar la impresión de que quería que se fuese de nuevo.

Echó un vistazo a las reacciones de cada uno, y lo que decían con su aspecto y el tono mientras intercambiaban ladridos. Sox le dejó algo preocupado. Eriel también estaba entre las personas cuya reacción le parecía importante. La conversación pareció alcanzar un remanso y Siete vio seguro volver a hablar.

- Te haría bien reconocer tus propias limitaciones, Barael. Si no estás dispuesto a que Eriel vaya contigo no sé por qué piensas que es mejor que vayas tú. Por mucho que te escueza, no vas a parar ninguna guillotina con la mano, solo te vas a matar. Aprovecha cuando salimos todos en buscar lo que sea que buscas.

Eriel no intervino en la discusión. Creía que ambas partes tenían razón en algunas cosas y se equivocaban en otras pero le daba igual. Su hermano había vuelto, no sano pero sí salvo. Se aferró a aquel sentimiento como a una tabla en el medio de una tormenta en el mar.

Siguió a su hermano cuando éste se fue escaleras abajo habiendo recuperado el anillo. Entró en la mazmorra en silencio y lo localizó sentado allí, se acercó y se sentó junto a él.

-Tengo el anillo, hermano - le dijo en voz baja buscando que aquel momento no perteneciese más que a ellos dos.- Úsalo, por favor, no me gusta verte así - le tendió la sortija mientras se recostaba contra la pared.

Escuchó cansado a todos mientras se iba. Nadie respondía a su pregunta.

-Entonces será mejor que todos empecemos a levantar las manos. -Contestó al final. La idea de replicar algo se le pasó por la cabeza, pero no tenía fuerzas para andar discutiendo más con nadie.

No paró ya hasta las mazmorras, quería estar solo descansar y no mirar a aquellas paredes que cada vez le oprimían más el pecho a cambio de su seguridad. Se sentó en la cama y notó como le caía una gota de sudor al suelo, fuera lo que fuese que tenía aquel bicho avanzaba rápido. Quizás tanto como para matar a aquella bestia en un día mientras le succionaba.

Su hermano no tardó en entrar a interrumpir la soledad, pero era su hermano.

-No exageres, todavía es solo una fiebre. -Tomó el anillo sin embargo, la idea de contagiarle alguna enfermedad no le gustaba nada. Y como no parecía que se fuera a ir, rozó la gema con su piel casi al instante.

Peleó contra el dolor, siempre lo hacía. Y lo haría hasta que ganase.

Al final se echó quitándose los vendajes sucios y tragando saliva para tragarse el dolor con ella.

<<Nunca será sólo una fiebre>> pensó con algo de amargura. Cuando su hermano rozó la gema del anillo Eriel retiró la sortija y se la guardó en el bolsillo. Se quedó junto a él mientras el dolor pasaba, observó cómo el color volvía a su rostro y el sudor se iba.

Finalmente se tumbó junto a él y lo abrazó.

-Tienen algo de razón, ¿sabes? - le dijo sin ningún tipo de acusación.- Solos no conseguiremos nada, Barael. Tiene que ser juntos. Juntos podemos investigar lugares más peligrosos, juntos podemos enfrentarnos a cosas que por separado no podemos - comentó acariciando el pelo de su hermano.

-Además no quiero que te vayas - dijo en voz baja.- No quiero que me dejes, no quiero estar preocupado pensando qué te habrá pasado y si volverás a mi lado - era una súplica egoísta pero al nublino le daba igual.- Por favor - añadió. Eriel estaba al borde de las lágrimas, por suerte la oscuridad de la mazmorra le daba cierta intimidad en ese aspecto.

Abrazó de vuelta a su pequeño y le acarició la cabeza mientras hablaba. Un suspiro y extenuado fue su primera respuesta.

-Está bien. -Fue la segunda. Quería replicar o decir algo más pero seguía sin fuerzas ni ganas.

-No sé si podré entrar en ese "todos" pero al menos aquí estaré, supongo.

Somos demasiado diferentes.

Eriel terminó sonriendo cuando su hermano finalmente cedió.

-Por supuesto que eres parte - soltó.- Eres uno más del torreón, con tus virtudes y tus defectos, como todos - aseguró de forma categórica.

-¿Qué te parece si cuando cenemos lleno la bañera, caliento el agua, nos damos un baño en condiciones y duermes conmigo esta noche? - sugirió sonriente.- He echado de menos tener algo para abrazar mientras duermo, además las camas de arriba son más cómodas que ésta.

Seguía acariciando la cabeza de Eriel mientras le escuchaba, pero no contestó hasta que acabó del todo.

Si lo supieras todo... ¿Seguirías diciendo lo mismo?

Barael se acercó a su hermano en el abrazo mientras hablaba.

Quien soy yo...

Las pruebas le decían lo contrario y su abuelo parecía tener razón.

O quien no soy...

En la oscuridad, besó con cariño su frente.

Ni siquiera lo tengo claro...

-Suena bien.

Pero aunque todo esto sea una falsa doctrina...

-Me gustaría poder ayudarte con el agua, lo siento.

Aunque todo lo que soy no sea real...

-Pero puedes... ¿Puedes quedarte aquí un rato?

Nunca dejaré escapar todo lo que siento por ti.

Una suave fuerza envolvió a Eriel desde los brazos que lo rodeaban.

En cuanto empezaba a oscurecer Hyun sentía miedo, miedo de si mismo, de sus pensamientos. Sabía lo que traía el silencio; imágenes en bucle, remordimientos, recuerdos; esa voz que le repetía lo miserable que era, lo poco que merecía estar ahí a salvo. Su almohada mantenía de cada noche un recuerdo de la humedad que creaban sus lagrimas en ella, y una vez más se las recordaba con nuevas. Hyun sacaba siempre una mano por la parte de arriba del colchón intentando tocar la pared fría, mientras la otra agarraba su martillo, tratando de escapar del sofoco, buscando otra cosa en la que centrarse. Como siempre la respuesta que retrasaba era salir, pasar horas en el patio hasta que el sueño venciera a su mente.

La luz volvió efectivamente a tomar el cielo y con ella, su falsa sensación de tranquilidad. No tardó en guardar su colchón solo para oír de fondo las quejas del peli-verde con respecto a Charlie. Algunos comentarios más tarde Hyun pudo comprender qué había ocurrido y alegrarse al saber que no se había enterado de los gritos de Charlie en sueños.

Como se había prometido, volvió a salir con los macieleros; por mucho que las ganas de éstos de salir simplemente de turismo por la ciudad del infierno le pareciesen estúpidas y arriesgadas. Anduvieron un rato solo para verse frenados de forma repentina. La simple vista de la catedral roja, dio un vuelco a su estómago, estaba paralizado delante de aquel edificio del horror. El miedo y las náuseas eran alertas claras, nacían de dentro, sin necesitar que su mente las alimentara con peligros que ni sabía que existieran.

- No es por ser repetitivo desde la última salida, pero esto no me gusta - dijo sin levantar un ojo del edificio. Como si este le fuera a devorar si retiraba la vista. Y una vez más la luna roja salió en la conversación ¿De donde habían sacado toda esa información? ¿Cómo sabían tanto los macieleros? Y en el fondo el coreano pensaba cómo era posible que estuvieran inventándoselo todo, cómo aquella ciudad había sustituido todo el escepticismo del que hacía gala en la tierra, ese que le hacía sentir superior, por más miedo y precaución. Y los dones… Ese cambio del que Rigel le había hablado la primera noche en el torreón, otra de las cosas que el coreano prefería ni pensar. La conversación siguió un rato antes de decidir volverse al torreón sin llegar a hacer nada de verdad, sin que Hyun la pudiera llegar a entenderla, llena de referencias a nombres e historias que el chico de flequillo desteñido no conocía y tampoco le entusiasmaba preguntar.

- Estoy de acuerdo – había coincidido con la propuesta de Tayron de volver. Seguía tenso y le daba miedo ser el primero en darse la vuelta, sin embargo, su corazón le pedía salir de aquel lugar.
La siguiente noche tardó un poco más en bajar al salón, arriba acabó hablando más de lo que se esperaba con Dafne. En el fondo sabía que todavía necesitaba tener a alguien con quien hablar, que la soledad le rascaba de dentro haciendo un peor su vida y le pedía buscar a alguien con quién hacerse amigo, por mucho que supiera que no lo merecía. Había intercambiado un par de frases con Dafne en anteriores ocasiones y parecía maja, de no ser porque su novio era Tayron, el cual a los ojos de Hyun era un macarra con peligro de ser violento, se habría acercado antes; pero también le preocupaba lo territoriales que eran la gente así, o al menos del tipo en el que había clasificado al otro humano. Por ello, en el momento en que Tayron hizo cualquier amago de unirse Hyun salió camino al primer piso. Y aunque no quería, ahí se encontraba otra vez, en ese horrible salón a oscuras, con su almohada húmeda y su colchón. Y otra noche más se repitió la tortura a la que su cerebro le tenía sometido, de nuevo hasta que el sueño le pudiera.

Al día siguiente se propuso ir a un torreón. Él ya había dicho que no le gustaba que fueran a un sitio así. La mera posibilidad de que fuera Letargo o Margalar le aterrorizaba. En uno había gente que le quería muerto, en el otro los fantasmas de aquellos por los que debería haber muerto. El camino lo paso en tensión. Un continuo revuelto de estomago y tembleques, no era difícil percatarse y por ello andaba detrás de la fila. Según se acercaban lo veía más claro, en su garganta un nudo se afianzaba con fuerza, las manos le temblaban cada vez más. Y al verlo no pudo más, no podía entrar ahí. <<No deberíamos entrar ahí>> dijo. O pensó. Había abierto la boca, pero no había salido sonido alguno. Y la realidad de lo que tenía delante, el sitio que le torturaba cada noche en su cabeza, le asfixiaba. El coreano se dio la vuelta, no era capaz de siquiera decirles que se iba. A los pocos pasos tampoco pudo resistir las náuseas, ni los recuerdos. Sus lágrimas no tardaron en unirse a la bilis en el suelo. Su mano temblaba hasta a la hora de limpiarse la boca. Solo se dio unos segundos antes de seguir andando, tenía que alejarse de ahí.

Ya en Maciel se sentó y se dio unos minutos en la puerta no queriendo entrar con mala pinta.

- Has vuelto – comentó no entusiasmado, casi más diciéndoselo a si mismo que al propio nublino, al entrar por la puerta. Los demás no tardaron en llegar, y tampoco tardo la recibida del nublino en convertirse en una discusión. El razonamiento de Rad para justificar usar el anillo, que por contexto imaginaba que era capaz de curar pero que también dolía tela, le parecía tan buena, tan típica del propio coreano, que le daba incluso vergüenza no haberlo pensado antes él. Y si en la conversación no se hubiera mencionado, primero que la luna te podía convertir en una araña gigante, y posteriormente el hecho de que algo les mataría en cuanto se transformaran, pues Hyun hubiera estado más atento en la discusión sobre quien había hecho más por el torreón. Hyun recordaba la estatua de Margalar, aquella horrible araña, y solo pensar que ese era uno de los cambios o dones de los que hablaban le daba nauseas. Por no hablar que se había ido a un torreón de gente sentenciada. Después encima de la salida al sitio al que habían ido, a Hyun no le estaba gustando nada lo que se estaba diciendo. Y del mismo modo le importaba muy poco que hubieran llegado a una tregua. No tardaron en dispersarse y una vez lo hicieron Hyun pilló por su lado a Sox, al que veía parcialmente como líder del torreón.
- ¿Qué es eso de que nos mataran al salir la luna una tal tuétano? -

-Claro que sí - le respondió arrimándose más a él. Apoyó la cabeza en su pecho y suspiró.

Tratando de que Barael no se diera cuenta Eriel se puso el anillo, la ráfaga de dolor lo golpeó como un martillo pero no lo demostró. Cerró los ojos y se dejó llevar, y por un momento ni el dolor, ni la pena, hicieron presencia en su mente. Sólo la paz.


El tiempo transcurrió con tranquilidad, su hermano anunció que se quedaría pero sólo hasta las últimas dos semanas en caso de que no encontraran nada. Eriel no estaba preocupado por eso, ya le convencería, tenía tiempo. Lo que si preocupó al más joven de los nublinos fue que Barael hubiera perdido todo rastro de su magia. En sus pensamientos Eriel supuso que había sido resultado de aquella cosa que le había succionado sus reservas, el por qué la magia no volvía no era más que otro misterio para el joven.

Eriel volvía a dormir bien por las noches, sabía que su hermano estaba a salvo y las charlas de Charlie no le molestaban lo más mínimo. Claro que el gozo de Eriel se suicidó en la grieta de huesos una mañana. Ropa tirada por todas partes y algo sumamente asqueroso en la cama de Sakrilt. El rebote que pilló el nublino fue fuera de lo común negándose en rotundo a recoger cualquiera de las dos cosas.

El paso del tiempo trajo algo bueno consigo, al parecer podían hacer más magia sin cansarse tanto, o al menos eso creía el nublino. Lo atribuyó a la cercanía de la Luna.

Por supuesto Tuétano seguía rondando el torreón. Eriel estuvo tentado de soltarle un "¿Qué? ¿Te diviertes?" pero se abstuvo. Quitando eso y la carga del anillo el tiempo fue bueno.


Eriel se despertó helado, se arrebujó en las mantas y se desperezó con tranquilidad. Se incorporó y miró a su alrededor sólo para fruncir el ceño asqueado, en la cama de Sak volvía a estar la muda.

Con la manta por encima Eriel bajó y localizó a la insecto.

-Más te vale tirar aquello al foso antes de que yo vuelva a subir - le dijo de mal humor. Sakrilt subió escaleras arriba acordándose de toda la familia del nublino. Ignorándola Eriel se volvió hacia el resto.- ¿Soy el único que se ha despertado muerto de frío?

La rutina, más extraña que anteriormente, volvió al torreón. Rad no se sentía tan cómodo al lado de Barael como en su momento, pero la hostilidad despreciativa ya había desaparecido. Nunca podría olvidarse de aquellas amenazas (y del hecho obvio que Barael seguía sin ver el problema), como tampoco del estado del nublino tras aquella demencial salida y su nueva condición de incapaz mágico. Y su actitud, por tanto, había evolucionado con aquellos hechos: sin confianza, sin hostilidad, sin desprecio. Seriedad cautelosa era, quizás, la mejor forma de definir cómo se sentía al respecto de aquel chico.

Y la rutina volvió también en forma de aquel bicho siniestro. El tipo E siempre se quedaba mirando a Tuétano con los labios fruncidos, en una calma alerta. Ya estaba bastante seguro de que aquel ser no intentaría tocarles un pelo hasta que la Luna Roja se alzara en el cielo, pero no podía dejar de sentir un desasosiego importante al verla. Especialmente si recordaba que a Hyun le había atacado otra ciudadana y había acabado muerta por ello: ¿Tuétano tenía ahora prohibido tocarles o no? ¿Le importaría? El carabés no lo sabía, cosa que le desagradaba. Como siempre Rocavarancolia le negaba información que afectaba a su propia supervivencia.

En aquellas semanas, entre tanto, su capacidad para percibir a la Luna Roja se multiplicó de forma exponencial. Rádar asistía casi con vértigo a aquella evolución, preguntándose qué más podía esperarle en los días que quedaba... que ahora, por supuesto, conocía a la perfección, afinada ya aquella habilidad al minuto.

Y, por supuesto, Rocavarancolia también cambiaba. Alguna noche había sido nublada, lo cual se había combinado con un tiempo que iba enfriándose y un clima que abandonaba la monotonía extrema que había poseído hasta la fecha. Y, poco a poco, iban apareciendo estrellas en el cielo, aunque Rad dudaba que a aquel ritmo el firmamento se le mostrara en todo su esplendor para cuando saliera el famoso astro.

Aquel día había estado entrenando por la mañana temprano, tras un pequeño tentempié para engañar al estómago y antes de una comida más fuerte para ganar energías. El viento que había hecho le había desagradado, pero a la vez lo había agradecido: era, a fin de cuentas, un elemento más que podía ayudarle a mejorar el equilibrio, esencial en muchos aspectos.

Cuando completó el último movimiento quedó encarado al reloj del patio, mirándole mientras jadeaba. Justo aquel día la estrella había alcanzado la altura de las diez menos cinco.

Se andaba preparando aquella comida que se había prometido cuando Eriel llegó y habló.

—Para frío el que hace fuera, con tanto viento —el ruido de la ventolera exterior casi se le parecía el efecto especial cutre de un lamento fantasmal.

El tiempo no lo curaba todo, pero sí mejoraba muchas cosas. Tras el impacto de la impresión inicial, con los días Sox logró convencerse a sí mismo de que seguramente no les tocaría nada que no pudieran soportar. Si alguno de ellos fuera a sufrir un cambio tan drástico como el de la araña, expondría a quien le preguntase al respecto, seguramente habría advertido alguna señal de ello mucho antes. Habría empezado ya a cambiarle el cuerpo entero, o sería notablemente más poderoso que los demás desde el principio. Él no se sentía diferente que al llegar, al menos no de esa forma. Eso le tranquilizaba mucho. Ninguno de ellos, de hecho, era lo suficientemente poderoso como para transformarse en araña. Y paradójicamente daba gracias por ello.

Siguió practicando con Rad en aquellas dos semanas. Sentirse un principiante a su lado le escocía, pero al menos ya sabía sujetar el sable correctamente y mantener sus energías sin terminar cansado en los cinco primeros minutos. Estaba muy lejos de poder enfrentarse a su compañero en un duelo en igualdad de condiciones, pero Sox sabía que con toda probabilidad no usaría aquel arma nunca contra ningún enemigo que pudiese entablar uno: le bastaba con mantener alejado al monstruo que fuera. Su orgullo, por una vez, era secundario.
Se sentía más preparado, aunque no necesariamente más fuerte. Tenía la impresión de que su magia también aguantaba más, aunque aquellos días no solía usarla para mucho más que para levitar algo y calentar barreños de agua para los baños de la gente. No lo atribuyó a nada en especial. Los progresos de Dafne, en cambio, sí le parecieron dignos de sorpresa: la belga iba camino de sobrepasarles vertiginosamente a todos.

Cosas menos agradables también se repitieron. Volvieron a ver a Tuétano sobrevolándoles como un ave de presa, y el saber que no había desistido en vigilarles le producía a Sox un profundo desasosiego. Era una confirmación, contraria a lo que cabría esperar de cualquier lugar civilizado, de que no se le había olvidado su promesa ni les había perdonado: otra soga sobre sus cuellos. Y Sox ya había pensado muchas veces en que lo correcto sería levitar para hablar con ella, hacer un intento de aclarar las cosas, pero después de la historia de Hyun no se atrevía. Si era sincero consigo mismo, le costaba verse haciéndolo incluso antes de saber esa información.

Rocavarancolia había sido un lugar mayormente estático hasta entonces, por lo que cualquier cambio, por ínfimo que fuese, llamaba mucho más la atención. El viento durante el día, algo que el carabés había creído un acontecimiento fortuito, se repitió hasta volverse una ocurrencia mundana. La ciudad en sí parecía más fría, de hecho. El clima predecible había hecho que a Sox hasta entonces no le molestase demasiado la ausencia de las exactas predicciones meteorológicas de su mundo, pero en las dos últimas semanas más de una vez se había visto obligado a volver refunfuñando al interior del torreón a por un jersey o una chaqueta que abrigasen.

Charlie seguía hablando solo por las noches. Con el tiempo sus palabras ominosas fueron perdiendo su efecto inquietante para él a mera fuerza de repetición, pero eso no significaba que el volumen le dejara dormir mejor. Aquel día Sox había terminado por levantarse incluso antes de que saliera el sol, resignado a empezar el día antes y a acostarse más temprano para compensar, pero en cuanto se había tumbado unas horas después en el sofá para seguir traduciendo la somnolencia se había apoderado de él sin querer. Quien entrase al salón podría verlo echándose una siesta involuntaria, con un par de los papeles arrugados bajo su peso.

-Dos semanas. -Declaró en la cena de esa noche. -Si para cuando queden dos semanas hasta la Luna no hemos encontrado nada me iré a enfrentarme a la ciudad. Que se venga quien quiera.

Un último lance desesperado contra un destino inevitable.

El tiempo empezó a pasar y la rutina volvió a nacer de este, el nublino se impacientaba viviendo en aquellos muros, encarcelado y rumbo a una muerte segura. Aunque esta vez hubo cambios, la criatura le había succionado por completo y ya no podía usar magia, sin embargo podía seguir cargando el anillo bastante a expensas de quedarse más exhausto de lo habitual, lo cual le hizo más que deprimirse plantearse una pregunta.

¿Entonces como funciona?

Estaba intrigado y en su hilo de pensamientos acabó por relacionar cantidad de magia con la soltura mágica que se poseyera pero... ¿No era algo personal? ¿Cómo había aquel ser mermado su "capacidad diaria"? ¿Sería algo propio del ser y cantidad y soltura no tenían nada que ver?

Agh... Siempre preguntas.

La única alegría si sobrevivían a todo sería ser capaz de resolver la inmensa cantidad de preguntas que el nublino se había planteado a lo largo de su temprana vida.

Pero no todo era malo, después de todo aunque la cantidad de hechizos que podía hacer era considerable, la utilidad de estos ejecutados a una mano era escasa y ahora no se iba a cansar en entrenamientos mágicos. Todo ese tiempo y esfuerzo fue rápidamente dirigido a mejorar su entrenamiento físico y, para matar el tiempo y ahogar su impaciencia, hacer estatuillas de animales. No tardo en hacerse un apaño con madera tela y correas en el muñón para sujetar las piezas mientras tallaba, una especie de semi-tubo cubierto de tela. También trató de seguir el entrenamiento de Rad con la espada, pero no le acababan de convencer sus movimientos, había algo que él describía como "rígido", aunque si adoptó las rutinas.

Tuétano seguía apareciendo, pero esta vez el nublino se quedaba mirandola fíjamente, analizandola. Donde los huesos eran más delgados, donde no tenía, como se aunaban sus músculos y tendones para tirar de su cuerpo, hasta donde podía mover cada parte con aquel acorazamiento encima... Poco a poco iría perfilándola entera, todo era cuestión de paciencia.

La nueva de Charlie se hizo evidente y algo molesta, y aunque ya estaba más que acostumbrado a dormir con gente y molestias despertarse al son de "vuestros cráneos flotarán en el infinito éter del abismo" no era precisamente agradable. La de Sakrilt no despertó más que curiosidad en el nublino que se ofreció a echarle una mano a la clinger para poder mirar más de cerca pero esta lo mando, de manera poco sutil y gran variopinta, básicamente a la mierda. Sin embargo la tercera nueva fue la que más apreció el nublino, Dafne ahora poseía magia, al igual que su hermano la había ganado también, pero esta aprendía y realizaba a un ritmo voraz y lo más importante. Era capaz de realizar tantos hechizos como él había podido antes, pero ella tenía dos manos. De inmediato se acercó a ella, le daba igual como le miraran ella o Tay al hacerlo, era una baza esencial para enfrentarse a lo que viniera y... quería ver cuán lejos hubiera podido haber llegado el de no ser por Tuétano. No podía darle muchos consejos técnicos, para eso estaba Sox, pero sí sobre sensaciones, sobre todo para levitar objetos, contra que luchar y cuando dejarse ir, métodos para relajarse mejor, que emoción aportar a cada cosa, etc.

El tema del nuevo le rascaba un poco, pues aún nadie sabía nada de él y eso lo hacía impredecible. Pero tampoco iba a forzar nada... al menos de momento.


Barael descansaba en el sofá tras entrenar al lado del durmiente Sox, tallando a Mhímhi con tranquilidad, intentando evocar más detalles de aquel extraño sueño. Por el torreón ya había un Brariz del tamaño de una caja de zapatos para el que no necesitó su nuevo soporte, un aeva nublense y un arbusto con bayas típicas también de nubla que le había llevado bastante más tiempo, pero no se los guardaba ni nada parecido. Nunca había tallado o hecho algún juguete para sí mismo.

-Sí, está refrescando mucho en poco tiempo. -No apartó la mirada de la figura ni dejó de tallar. -Pero echaba de menos el viento, es agradable sentirlo de nuevo en la piel. Ahora solo falta que llueva. Y Eri, Sak no puede evitar que su cuerpo haga eso, no te sulfures.

Tayron se deshizo del anillo con rapidez cuando Barael decidió recopilar todos los momentos en los que había ayudado el grupo. De quedarse el belga habría seguido la línea de Rad, ¿acaso el resto no habían ayudado en absoluto?. Pero no tenía sentido resaltarlo, porque al humano le sobraban las palabras.
-No se puede ser más idiota- lo miraba incrédulo, intentanto recordar el momento en el que el nublino se había vuelto tan necio. ¿Buscar algo que los ayudara contra Tuétano solo?. Decidió retirarse antes de que sus impulsos le controlaran demasiado. No quería acabar a golpes.
Aquella noche sin embargo soñó algo extraño, no se lo dijo a nadie, ni siquiera a Dafne, pero se sumergió en las primeras semanas en la ciudad, cuando estaban en las mazmorras y el pelo de Nad no sangraba. Eorlir e Inna reían, y Barael hablaba con él como antes. Por un momento, y aunque nunca lo admitiría, no quiso despertarse.



Pasó el tiempo y la Luna se acercaba lentamente. Tayron creía notarlo, por mucho que Charlie le tomara por maniático, pero empezaba a sentirse distinto. En lo que respectaba a su aguante mágico este parecía aumentar, pero quién mas sorpresas daba era Dafne, sospechaba que no tardaría en alcanzarle a él y a Sox si no lo había hecho ya. Jugar con ella a levitar no tenía ningún desperdicio.
Las noches llenas de sudor y sentirse observado continuaron con la misma periocidad habitual, con la excepción de que a veces se encontraba con alguna polilla gigante girando la esquina o posada en el techo, pero no de manera persistente. El humano estaba completamente seguro de que querían comerle, quizás engordarían el día de la Luna y se tirarían en picado contra su cuerpo pero no mucha gente con la que lo comentó le tomó en serio.

Acostumbrarse a Charlie fue más fácil de lo que pensaba, excepto cuando se despertaba solo en una de sus noches y el único sonido procedía del estadounidense, por ello, procuró acostarse antes que su compañero humano. Acostumbrarse a Tuétano no lo era tanto, le molestaba que supiera con tanta exactitud donde se encontraban y cúantos eran. Al belga no se le ocurría muchas formas de evitar el día señalado, pero lo que más claro tenía es que debían buscar una solución cuanto antes.



Aquella mañana se despertó con el peso de la noruega en su cintura, estaba deslizando los dedos por el interior de su pijama y recorría con lentitud sus costillas con dedos fríos. El cabello le caía sobre el rostro y le hacía cosquillas en las mejillas, olía a humedad. Hacía tres minutos que había despertado pero decidió mantener los ojos cerrados por dos motivos, disfrutaba de aquel contacto y temía que desapareciera al revelar su estado. El segundo, era difícil engañar a Dafne y aprovecharía hasta el último segundo. No duró mucho tiempo puesto que la noruega decidió pellizcarle el pezón al notar un suspiro extraño.
-¡Ay!- se quejó al instante, ella le llamo idiota tras plantarle un beso en la frente. Tay la observó desde su posición boca arriba en la cama, era perfecta. Decidió incorporarse y ella se sentó sobre sus rodillas como si fuera una niña pequeña- ¿entonces ya hemos pasado a esa parte en la que aquí abajo...- señaló a un punto en el aire, como si los estuvieran observando a través de una pantalla- ponen más dieciocho y los peques tienen  que irse a la cama?- otro pellizco, esta vez rieron juntos. El chico la apretó contra si, notando las respiraciones descompasadas y quedando sus ojos a la altura de la barbilla de ella. Se sentía privilegiado, podía contemplar cada una de sus pecas y quedar maravillado con la profundidad de sus ojos, inspiró en su pelo mientras ella le acariciaba la nuca.

-No digas una de tus frases raras ahora- sonrió tras cubrirlos a ambos un poco con las sábanas tras notar que la temperatura había descendido- dime, ¿qué tienes que gusta tanto?- ella entornó los ojos, el rubor de sus mejillas le proporcionaba vitalidad- lo digo en serio- contestó tras una respuesta graciosa de la chica- fíjate, la gente se te acerca, Barael- su nombre sin ningún tono de reproche sonó extraño en sus labios- también Hyun- con el coreano esbozó una sonrisa involuntaria, no lo diría en voz alta pero notaba como evitaba su presencia. Dafne cambió la expresión de la cara, limitándose a la seriedad solo para prestarle atención pero aquel gesto, que duró apenas unos segundos, le recordó algo. A su cabeza acudió una espada manchada de sangre y el cuerpo del carabés en el suelo, acudió la reina y los cuernos de Dafne. Ella se percató inmediato. “¿Qué pasa?”. Tayron dudó- ¿cómo puede ser esto bueno?- los miedos se instalaban en su pecho. ¿Mataría por Dafne? ¿Podía acabar con todo el torreón de ser necesario por una sola vida?- lo que tenemos quiero decir, ¿no es tóxico?. O loco al menos, en una ciudad como esta ligarte tanto a una persona- ella negó con la cabeza, recuperando la sonrisa inicial. Le apartó el pelo de los ojos con suavidad- lo que somos, es extraño.
-Es mejor no ponerle nombre a las cosas, Tay.
Tay pensó que llevaba razón, se conformaba con lo que habían construido hasta ahora. Pensar más en ello cuando dentro de poco uno de los dos podía transformarse en una araña gigante era desperdiciar el tiempo.
Dafne se levantó dándole una palmadita en el hombro.
-No me des esos sustos así de pronto, lo estropeas- le guiñó un ojo. Tayron devolvió el gesto.
-Está bien, se me ocurre un juego para compensar.

Bajaron al poco, reuniéndose con el resto.
-No estoy tan seguro de querer que llueva- le respondió a Barael en tono neutral por primera vez en tanto tiempo. Intercambió una mirada cómplice y divertida cuando Dafne le echó una chaqueta por encima al comatoso Sox e intentaba recuperar los apuntes arrugados- creo que tendríamos goteras por todos lados- comentó con un deje de aburrimiento fingido- por cierto ¿queréis jugar a algo?- esperaba que no se notara que no se le había ocurrido en el momento como había querido dar a entender- pero no muy alto, no queremos que nuestro empollón se desvele.

El proceso de asimilación al que le llevaron las respuestas de Sox, fue lento. Al principio engañandole; haciendole pensar que en verdad habia sido capaz de aceptarlo sin problemas. Pero eso era al principio y conforme avanzaba el resto del día también lo hacía el vacio de su estomago, a partir de cierto punto tambien le empezaron a temblar las manos. Era un trmblor sutil, y no paraba. Estaba nervioso. Y aunque había momentos en los que olvidaba un poco como se sentía, cada vez que pensaba en tuetano o en esa tarde, se renovaban sus nervios. Cómo tomarse el hecho que estaba en un torreón con fecha de caducidad. Se suponía que salía en todas las salidas con ellos con el fin de que el destino fuera el que decidiera cuando iba a morir ¿Pero era de verdad el destino si no se iba de un sitio en el que sabía que le matarían? <<Si>> lo era. Destino como tal no existía o al menos eso decía creer en la tierra. Pero fuera moriría solo igualmente. Además de que elegir huir sería darle otra victoria a su cobardía, y encima de una forma irracional. Y si pensaba en ello se cabreaba, su cobardía otra vez dictandole que hacer.

Las horas con estas noticias pasaron aun más lentas que de costumbre, empeoradas con los recordatorios casuales de su situación a los que le mantenía su mente. Otra tarde vacia de contenido, llena de paseos por un torreon que cada vez se sabía más. Y después la noche y sus pesadillas y sus recuerdos. Otra mañana con ojeras.

Los días fueron pasando y el coreano pasaba con ellos sin ninguna relevancia real en el torreón. Hyun era inutil al fin y al cabo y se engañaba si pensaba que serviría de cualquier ayuda dentro y fuera del torreón. Dentro no hacia mucho más que limpiar. Fuera, en las salidas en las que acababa, siempre era el que decia "esto es peligroso", "esto no me gusta"... Y le molestaba, lo sabia, se asqueaba pero seguía haciendolo en todas y cada una de las salidas.

Dentro del torreón se fue haciendo amigo, como poco unidireccionalmente, de Dafne, y también de Charlie, con los que hablaba cuando podía. Pues por mucho que se hubiera autoimpuesto un castigo por la muerte de sus amigos, el aburrimiento no tardó en hacerle romperlo; y el coreano no tardó tampoco en acabar por hablar también con Tayron dado que pillar a Dafne sola era dificil. Poco a poco tambien se fue haciendo a la compañía de ellos, irónicamente de nuevo los de su raza. Había momentos en los que genuinamente hasta se reía. Por las noches incluso se empezaba a dormir sin problemas. Le era más facil, y en ello había algo muy muy mal.

Las últimas noches dejaron de atormentarle los recuerdos y empezó a atormentarle la culpabilidad ¿Podía acaso haberlo superado?Cómo podía dormir tranquilo? Sus amigos habían muerto aquellos que salvaron su vida y cuidaron de él por meses, el único sitio en el que se había sentido en casa de verdad, y ya no sentia sus muertes practicamente. No era justo, no lo merecían y sin embargo Hyun una vez más les había dado justo eso, les había fallado una y otra vez. El coreano no podía sentirse más miserable, más asqueroso, llamaba una y otra vez a unos sentimientos que ya no sentía, con la esperanza de demostrarse ser algo mejor de lo que sabía que era <<Un monstruo>>. Y ese fue el pensamiento que también le desperto por la mañana. Era muy pronto; no como el resto de días esta vez se había despertado pronto, al igual que dormido. Lamentablemente eso hizo que los demás tardaran en llegar, en distraerlo. Y ya no podía conciliar el sueño de nuevo.

Estaba guardando el colchón cuando empezaron a bajar. Al menos había llegado a levantarse de la cama. A la propuesta de Tayron se encogió de hombros. Quizás hasta conseguía distraerse del pensamiento que le despertó.

Siete le daría vueltas los días siguientes a aquello de levantar las manos. Rocavarancolia conseguía que sintiera falta de propósito, o más bien, la falta de soluciones, de agencia que quizás ya había tenido antes de llegar. Había sido un marioneta a sus propios impulsos, y ahora  seguía los hilos de algo más grande que él mismo. Llamarlo la armonía hubiera sido muy halagador para la sombra de la ciudad, cada día más revuelta y nublada y ventosa. El cielo se llenaba lentamente de estrellas como en preparación de un marco. Destino, en cambio, sugería una gloria que no existía. La rutina regresó al torreón de forma incoherente. Eran otra vez poco más que niños organizando limpiezas y charlando en los sofas o dandose con palos. Había un traqueteo de pasos diario, como un runrún apaciguador. Siete probó nuevos platos al cocinar, tratando de dar variedad. Más colores en las ensaladas, mas especias si hacía caldos. En la medida de lo posible, tuvo las manos ocupadas en los consuelos sencillos, porque era más fácil de esa forma. Fuera lo que pensaran los demás, Siete veía chicos cansados y relaciones, sin pizca de heroicidad presente en el hecho de existir. 


No destino o armonía, pero una certeza. La luna, que Rad cada vez avisaba con más datos cuando le preguntó, y que Siete encontró perturbador que creyera que saber los minutos era necesario. Cuando lo escuchó la primera vez, se le retorció la cara un instante y luego hundió los hombros y se restregó la frente y se revolvió el pelo. 
Un "gracias" falto de ánimo, que no necesitaba explicaciones. La supuesta luna roja y tuétano eran más inmediatos que todo lo que había sucedido hasta entonces y Siete no pensó demasiado en quien faltaba en aquel edificio. 


Salkrit empezó a quedarse pelada de forma repulsiva, como un pescado dado la vuelta, y fue dejando abandonadas cáscaras de piel de insecto, que arrojaron al foso. Otros lo hicieron, Siete no quería asomarse.


Con Charlie hablando en sueños llenándolos de malos augurios y Dafne cada vez aprendiendo más y más rápido y con magia mas poderosa, la cuenta atrás de Rad estaba omnipresente en la cabeza de Siete. ¿Qué manos podían levantar? Ya estaba cayendo todo. Se tomó en serio la preocupación de Tayron y ofreció tapiar la ventana con alguna sábana clara y madera, para evitar que pasaran adentro del torreón.


En esas semanas, Siete se acostumbró a levantarse con un nudo en el estómago y peso en el pecho. La ansiedad, siempre dos capas por debajo de otros sentimientos mundanos, sin otra solución para ella que dejarla estar. Siempre había sido cobarde, pero nunca había tenido tantos miedos. Tuétano le arrancó tres respingos que casi fueron un salto. Un día se le cayó un cuchillo al suelo mientras cocinaba y creyó que se le salía el corazón por la boca. Luego lo hizo reír. Era un tipo patético. 


Como de costumbre, Siete estaba en medio del grupo, aunque no haciendo nada en particular. Había dejado fruta picada encima de un taburete que hacía las veces de mesa, y ofrecido vasos de leche de umbra a los presentes. Tapó con  una manta a Sox, solo por si acaso. El viento hacía un ruido deprimente en el patio, que le hizo sentir nostalgia del rugido del mar revuelto y el sonido de las olas contra la arena.


Tayron parecía en medio de una conspiración, y Siete levantó la vista atento en especial por la falta de improvisación en aquella propuesta. 


- Es posible que le venga bien distraerse- dijo Siete, sentado en el suelo y apoyado contra un sofá, mientras desayunaba. Echó el brazo en la dirección de Sox con suavidad y le dio un toque en el hombro-. ¿Que tienes planeado?