Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

—Preguntarte qué coño hacías echando leña al fuego —dijo Sox sin tapujos—. ¿Qué ha sido lo de antes, tío? Ya nos basta con un chulo diciendo que va a matar a alguien, no necesitamos a otro haciéndole el eco y encima marcando paquete. Un día uno de nosotros va a terminar apuñalado de verdad porque en lugar de cortarle alguien se ha empeñado en escalar la situación.

De Tay y Dafne le extrañaba menos porque al fin y al cabo Barael había hablado de ellos, y además el belga era un tío impulsivo. Pero el genio de Rad estaba explotando últimamente, y ver a alguien de su propio mundo, de su propia ciudad incluso, ceder a aquellos juegos mentales le era increíblemente inquietante.

Rádar soltó una risita incrédula ante las palabras de Sox, una incredulidad que se reflejó en su expresión cuando se apoyó en la pared. Luego suspiró, hastiado.

— ¿Marcar paquete, en serio? ¿De verdad crees que eso es lo que hacía? —en sus preguntas no solo se plasmaba su incredulidad ante lo que consideraba estupidez en Sox, sino lo profundamente ofendido que se sentía—. Lo único que estaba haciendo era intentar que, como mínimo, Barael se piense un poquito nada antes de volver a amenazarnos con sacarnos las tripas. Ya lo ha hecho dos veces, lo mismo la próxima vez pasa directamente a los actos —la mirada de Rad declaraba lo tremendamente en serio que se tomaba aquel asunto y, si Sox lo conocía lo suficientemente bien, el miedo que sentía ante aquella posibilidad—. Parecía no tener ningún problema con dejar que Hyun muriera, así que si piensas que dejará de ser una amenaza solo con decirle "niño malo" te equivocas.

—Sí —respondió también sin tapujos, cruzándose de brazos—. No hacía ninguna falta, sólo ha servido para caldear más el ambiente. Y me espero algo así de Barael, pero a ti te creía un tío razonable —a Barael lo había creído una persona racional en su día también, y aquel error de juicio todavía le escocía.

—No —sacudió la cabeza al final. Su tono de voz fue menos firme entonces, porque sí que lo sabía, y precisamente por eso podía lamentarlo. Había pesadumbre en él cuando siguió hablando—. Ya sé que no. Pero lo que sí pienso es que si le amenazas de vuelta cada vez que haga una de las suyas las probabilidades de que pase una desgracia aumentan, no disminuyen. Nadie va a quedarse de brazos cruzados si intenta algo. Lo sabes y él también lo sabe. No hace falta gritarse en mitad de la calle cada vez. Imagínate que algo como Tuétano intenta hacernos algo y nos pilla así.

No sólo tenía miedo por esa posibilidad. El arrebato de Tuétano, las historias del libro, el cementerio. No quería que cambiaran. No así. Si perdían el control sobre sus propios genios, no quería imaginarse qué podían perder a continuación.
—Estás por encima de esto. No lo hagas peor. Por favor.

—Yo, sin embargo, creo que sí hacía falta —su respuesta sonó igual de tajante que las palabras de Sox—. De alguna forma habrá que mostrarle que no vamos a tolerar su comportamiento.

Las siguientes palabras de su compatriota sí llegaron a Rádar. El tipo E bajó la cabeza y cerró los ojos, intentando no dejarse dominar por lo que sentía. No era realmente ira lo que cabalgaba su mente, sino miedo. Un miedo atroz a que, en cualquier momento, uno de sus compañeros de torreón pusiera fin a su vida.

—Claro que lo sabe. Y claro que lo sé. Y eso no me vale —seguía siendo firme, pero en su voz también podía sentirse un miedo confundible con desesperación—. No quiero que sepa que habrá consecuencias si hace algo: quiero evitar que haga algo. Quiero que no pase nunca a la acción, que no vuelva a decir que nos matará —fueron palabras que salieron con dificultad de sus labios. Sonaba a algo irreal, aberrante, ajeno a lo que era la vida y la existencia normales y racionales—. Quiero que ni piense en eso. Ya es difícil mantener la fachada de civilización fuera de estos muros como para que su mera presencia revele que todo lo que es una vida normal se ha esfumado.

Fue otro el que abrió, y Siete tuvo espacio a oír las primeras palabras de Sox antes de ver el panorama, pero eso no evitó que le cambiase la cara. Todavía miraba con gravedad al grupo después de saber que los nublinos estaban bien, pero aparte. La separación de los hermanos encajaba con el ambiente desde que Barael los había amenazado. Era una mala señal si incluso Eriel empezaba a explotar. Al menos nadie se habia caido a la poza de huesos en aquellas prácticas mágicas suicidas.
Arqueó las cejas un poco al ver que Rad y Sox se desentendían por completo. Luego se giró hacia el chico nuevo con preocupación.

- Me llamo Rigel- ofreció-. Ven, queda caldo de umbra de ayer, te lo calentaré en un momento. Luego te puedes bañar.

—Sí, pero así no estás ayudando —insistió de nuevo, más por testadurez que por creer que calaría mejor una segunda vez.

Había fruncido el ceño, pero su expresión volvió a relajarse al oír lo siguiente que tenía que decir su compatriota. Estúpidamente, egoístamente, lo primero que había sentido al oír las palabras de Rad había sido alivio. No era el único en estar perdido, en no saber qué hacer para evitar que lo que tenían como grupo se viniera abajo. Rocavarancolia ya era lo bastante dura por sí sola.
"Ochenta y cinco días."
—Pues te digo lo mismo que me has dicho a mí. No nos va a hacer caso así. No es tan fácil —tamborileó con desasosiego sobre el otro brazo, un hábito nervioso que creía haber desterrado pero que había vuelto con fuerza en Rocavarancolia, especialmente cuando le quedaba poca paciencia—. Ya has visto que no ha funcionado —el tamborileo aumentó de velocidad conforme se armaba de valor para confesar lo que consideraba una debilidad personal—. Pero ya lo sé. Yo estoy igual.

Un silencio corto en el que recordó de nuevo la cifra que pendía sobre ellos, y también que Rad debía estar sintiéndola ahora mismo.
—Siete y yo subimos a hablar con Eriel —le confió al final—. Después de lo que pasó el otro día en el salón, cuando leímos el libro de historia en voz alta—y él tampoco había tenido ni idea de qué hacer. Era risible, que probablemente el único que tuviera las cosas claras allí fuese Barael—. Le pedimos que hablara con su hermano, porque está claro que pasa del resto de nosotros. No sé si lo habrá hecho ya —¿lo estarían haciendo ahora? Sox intentó imaginarse la escena, y no fue capaz de aventurar un resultado—. No lo sé. Barael iba a decirnos algo a la vuelta hoy de todas formas. Sea lo que sea, podemos aprovechar para que quede todo claro de una vez. No quiero tener que oír la misma discusión todos los días. Agota —y un día podía terminar de forma distinta, cuando una de las dos partes se cansase de ella. No lo dijo, pero la implicación estaba escrita en su mirada.

Al final acabó cerrando los puños y cruzando los brazos mientras oía a Sox. Rádar se había preciado toda su vida de ser capaz de superar las adversidades y las sorpresas, de estar preparado para todo... Y odiaba comprobar que no era así. Rocavarancolia le había presentado por primera vez una prueba que parecía incapaz de ganar, y ante aquello no sabía si le sentaba peor saberlo o el hecho de perder en sí. Imaginaba que su congénere se sentía igual.

—Odio que tengas razón —acabó confesándole. «En especial que tengas razón ahora» pensó que completaría bien aquella frasé, aunque sabía que no era del todo verdad—. Si ha hablado con él le ha escuchado tanto como a nosotros... Así que espero que todavía no lo haya hecho. Espero que a él le escuche.

«Espero que comprenda que uno no puede comportarse de forma incivilizada» quiso creer que pasaría eso, pero nunca había tenido fe de ningún tipo, y no la tendría ahora.No le sorprendió saber que habían hablado con él, y casi agradeció mentalmente que lo hiciera. La relación entre los dos hermanos (entre hermanos, a secas) le era una cosa tan ajena que casi prefería no pensar en ello. Normalmente ni siquiera habría apoyado acurrir a aquel lazo para obtener algo, pero la situación era desesperada.

A las malas Rad sabía que solo quedaban poco más de ochenta y cinco días, o eso esperaba. Casi notaba aquel pequeño pico, unas horas sobrantes que todavía no era capaz de afinar, y tuvo que volver a exhalar para que pensar en aquella extraña percepción no le mareara.

—De acuerdo, esperemos a la cena, entonces —acabó aceptando, cansado y hastiado de la situación que se les presentaba.

El único ahí que quedaba sin meterse a la pelea era el carabés rubio. Incluso el nublino que primero le había venido a consolar había acabado explotando; ahora volvían sin los hermanos al torreón y en un silencio tensó. Hyun prefería no hablar y de cualquier manera no tenía nada que decir excepto su nombre cuando le preguntaron. Le daba asco oírse, tan lastimero, tan patético y solo con decir "Hyun-su". Tardaron un tiempo en llegar y ahora que se había rendido y quería vivir, notaba con especial fuerza el hambre y cansancio. A cada paso mas impaciente por llegar.

Por fin estaban allí. El tercer torreón al que iba a entrar en esa horrible ciudad, con un montón de niños que probablemente morirían también. Solo alargaba lo inevitable quedándose con los macieleros pues su muerte debió haber ocurrido hace tiempo. Una vez dentro aquellos que le acompañaron no tardaron en alejarse, y Hyun se vio solo entre desconocidos <<El nuevo>>. No le dio tiempo a alimentar su inseguridad, pues no tardaron en presentarse los que había en la puerta por si solos. El chico pez fue el primero. Cuando le invitó a comer a Hyun se le humedecieron los ojos sin romper la barrera, no quería volver a llorar, y asintió al idrino.

Se le escapó una risa seca, pero genuina, ante lo primero.
—Si ha servido para al menos tocarte las narices esta situación ha valido la pena —bromeó flojo, para después dejarle hablar. Ceder y darle la razón al otro carabés cuando sus posturas eran opuestas también le costaba un mundo—. Ya —no había mucho más que decir al fin y al cabo.

—¿Sabes? Aún con todo lo que ha pasado me va a poner de los nervios si tardan mucho en volver —la alternativa era una muerte horrible ahí fuera. Sacudió la cabeza. Aquel lugar se las apañaba para a la vez no admitir medias tintas y poseer demasiadas gamas de grises.

Había aprovechado la conversación para deshacerse del sable, la daga y de la parafernalia aparejada. Le dio una palmada en el hombro a Rad como despedida y subió con cautela para ver si podía ser útil entre los que estuvieran dándole la bienvenida al recién llegado. Esperaba no haberse perdido gran cosa.

Las advertencias de Rad no lo calmaron en absoluto y tuvieron el efecto contrario. No hacía falta que le recordaran que tenía un cuchillo, era perfectamente consciente de ello y seguía sintiendo las ganas irrefrenables de partirle la cara. La amenazas de Barael en cambio sí calaron en su cuerpo y el belga dio un paso atrás, intercambiando una vez más miradas de preocupación con la noruega. ¿Cómo podrían vivir con alguien tan inestable?. Por si la supervivencia no era difícil tener un peligro potencial más entre los muros de Maciel no ayudaba en nada. Tayron sospesaba que las cosas no mejorarían a la larga, de hecho, aunque no quisiera apostaba a que todo aquello acabaría mal. Era cuestión de tiempo y habría que estar preparados para lo que fuera.

-No quiero entender qué pasa por tu cabeza, créeme- aseguró, dejando de ejercer fuerza sobre Eriel pero sin amedrentarse ni un pelo. Las palabras contradictorias del nublino le arrancaron una carcajada ronca y llena de indignación- tus amenazas empiezan a resultar graciosas cuando las terminas mostrando tu lado tierno, me alegra saber que quieres que viva después de quitarte la máscara dos veces- su expresión no resultaba intimidatoria, pero intentó mostrar determinación- las mías si son de verdad, y te lo avisé en su momento. No me dirijas la palabra. Si vuelves a decir algo fuera de lugar contra mí te parto la nariz, si tocas a alguien te parto la nariz, si matas a alguien date por muerto.


Dicho aquello su respiración no disminuyó, y continuó el resto del camino refunfuñando con fastidio y pegando patadas a pequeñas piedras si se encontraba alguna. Reflexionó sobre lo que había dicho ¿sería capaz de matar a alguien?. ¿Acaso no estaba la situación sacando su peor lado?. Se decía que sí, pero no le consolaba, y tampoco necesitaba consuelo. Ahora solo quería desfogarse pero era incapaz de controlar los nervios.

Llegaron a Maciel con un panorama alarmante para los que bajaron el puente. Dos menos, alguien nuevo con aspecto demacrado y los ánimos por los suelos. Por suerte Sox aclaró lo que había ocurrido y Tay  respondió también con molestia, claramente irascible.
-Sí, solo nos hemos peleado un puñado- recalcó la última palabra mirando al idrino e intentado pensar que Eriel andaba bien- nada de lo que preocuparse.

Se dispuso a ayudar en lo que pudo, pero tampoco sabía si el coreano necesitaba más ayuda que estar solo. Finalmente se dejó caer por la cocina en una de sus idas y venidas.
-Te he dejado un baúl al lado del...- percibió los ojos húmedos del chico e intentó acompañar sus palabras de suavidad con resultado nulo. El humano echaba humo y sus movimientos eran acelerados, tampoco era capaz de disimularlo- ...del baño, hay ropa dentro para que te cambies. A lo mejor cuando te encuentres mejor puedes contarnos qué te ha pasado- su mirada recorrió el cuerpo del chico con un estremecimiento- por cierto, soy Tay.

Siete miró dubitativo entre Tayron y el chico nuevo. Abrió la boca como si fuera a decir algo, un instante, y la cerró de nuevo. Se puso a trajinar con los fogones y sirvió un vaso de umbra para el chico, mientras terminaba de calentarse la comida que había sobrado. Tenía curiosidad por el origen del chico, pero no sabía si quería saber el de la sangre. Por otro lado, entendería si era algo de lo que no quería hablar. Las desgracias eran algo íntimo.

Le dio su paño húmedo, porque se quitara al menos parte de la suciedad de las manos antes de comer. Se quedaría mirando sin saber muy bien que decir, atento a si necesitaba algo.

El vació de su estómago tiraba fuerte desde dentro. La comida se acercaba y el coreano no veía el momento de empezar. Probablemente se habría calcinado la lengua debido al ansia de no ser porque hubo dos interrupciones. Primero el humano, al que asintió, no seguro de si podría hablar de nada, sintiéndose mal con solo recordar lo que este pedía que contara. La segunda, el paño húmedo que de nuevo aceptó intentando no resultar desagradecido, pero que solo se paso por encima. Entonces se enterró en el caldo ignorando el picor que provocaba al quemarse. El caldo se deslizaba por su lengua y garganta despertando cada papila que había estado dormida, quizás en la tierrra no le hubiera gustado pero el hambre hacía que fuera una delicia. No tardaría en terminar y dandole igual las suaves nauseas que sentiría por inflarse tras tanto sin comer, empezaría a engullir la comida que el idrino le había preparado. No se había dado cuenta pero se le había roto la barrera y las lágrimas se deslizaban sin parar por su cara, ajenas a lo que el quisiera. Tampoco esperaría mucho a irse a bañar si nadie se lo impedía.

Eriel no tardó en llegar a Maciel con paso acelerado, le dolía tener que alejarse de aquella luz que lo había llamado, esos días de espera para su vuelta se le harían eternos. Encontró el puente subido y cuando ya estaba frente a la puerta dios un grito.

-Eh, bajad el puente que quiero entrar - les dijo. No tardó en oír el rechinar de las cadenas y ver el puente descender. Charlie le abrió la puerta y Eriel entró con tranquilidad en el salón.- Charlie, avisa al resto. Tengo algo importante que contaros.

-Voy - le respondió el humano contento de que hubiese vuelto a salvo.

Mientras el chico salí de la sala Eriel hacía lo propio en dirección al sótano, dejó sus armas allí y luego volvió a la cocina para prepararse algo de comer.

Se sentó con parsimonia en la mesa del comedor a esperar por los demás mientras comía.

Rádar no contestó a la última frase de su compatriota, no sabiendo qué decir. Lamentaría si Eriel desaparecía, pero en cuanto a su hermano no podía pensar lo mismo: todo sería mucho más fácil con Barael muerto. Un escalofrío lo recorrió entonces, preguntándose si eso era algo propio de él o un pensamiento invasivo, empozoñado por aquella ciudad perversa.

«No soy un monstruo» quiso decirse, apretando los puños. «Solo es lógica. Si desaparece de nuestras vidas entonces no tendremos que preocuparnos de si nos matará». A pesar del razonamiento el tipo E no podía dejar de sentir una sensación desagradable y viscosa ante aquel pensamiento. Se daba cuenta de que algo así debía dictarlo un juez, alguien con una autoridad correcta que hubiera probado que merecía esa responsabilidad, no Rocavarancolia. «Tampoco yo» se dijo, recordando las palabras en la cicatriz y las de Sox. Se preguntó si aquello significaba que su compatriota había tenido razón.

Lo siguiente a lo que dedicó su tiempo, una vez se había hecho con un tentempié, fue a entrenar su cuerpo de diversos modos. El entrenamiento con la espada iba bien, pero Rad sabía que había que entrenar todos los músculos y capacidades corporales, y aún dedicaba parte de su tiempo a aquello. Además, todavía pensaba que era una buena forma de dejar salir la frustración.

Tuvo que parar el entrenamiento, sin embargo, cuando un movimiento repentino le provocó un calambre en todo su bíceps derecho. Rad contuvo una mueca de dolor y paró para masajearse la zona, mirando al reloj que ocupaba el patio. Era extraño que lo interrumpiera un calambre, hacía años que sus hábitos eran lo suficientemente buenos como para evitar la mayoría de sus posibles causas. «La libertad de Rocavarancolia también ha acabado con eso» pensó con una mueca incómoda.

El reloj mostraba la estrella casi en la posición de las nueve menos cinco. Y Rádar no necesitaba hacer ningún cálculo para saber qué significaba eso. «Ochenta y cinco días» pensó, preguntándose si aquel sería un punto de inflexión tan brutal como el de aquel día en el que Trazo le había secuestrado. «Ochenta y cinco eternidades, más bien» aquella ocurrencia fue acompañada de un gesto de fastidio. A pesar de poseer aquel extraño reloj interno que marcaba el tiempo a Rádar aquel día se le estaba haciendo eterno.

Le llegaron entonces las voces de Charlie y Eriel. El corazón le dio un vuelco por el alivio que sintió. No se había dado cuenta, pero el tipo E había estado temeroso desde hacía un rato. L posibilidad de tener que añadir un muerto más al recuento le afectaba más de lo que querría admitir ante los demás. Y peor habría sido la desaparición, la falta de información, como había sucedido con Eorlir e Inna.

El carabés se acercó como los otros al salón, preguntándose cuáles eran aquellas novedades.

Nadie había sido capaz de arrancarle una historia al nuevo. No decía nada, pero también parecía inofensivo. Sox tampoco había esperado otra cosa, dado el estado en que le habían encontrado en la brecha: manchado de sangre y, como luego comprobaron, a un paso de las lágrimas. El rubio maniobró con discreción por la cocina lo justo para prepararse algo de comer, atento por el rabillo del ojo hasta que Hyun subió a darse un baño caliente. Lavó el plato que había dejado el humano por mantenerse ocupado. El tiempo transcurría de forma indefinida y mientras esperaban al regreso de los hermanos el carabés no podía evitar acordarse de los sinhadres, la última separación de grupos imprevista que habían sufrido, y preguntarse si no acababan de provocar otra por una discusión que podrían haber evitado. ¿Estaría siendo paranoico y preocupándose antes de hora? No acertaba a decidir si prefería sentir con precisión el paso del tiempo, como Rad, o si ser consciente de él sólo le habría puesto de los nervios.

En algún momento Charlie avisó a voz en grito de que Eriel había vuelto, y el sonido del puente levadizo se encargó de informar de ello al resto del torreón. Sox se detuvo en lo que estuviera haciendo para dejar que le invadiera una fina pátina de alivio, que no tuvo tiempo en solidificarse en nada más antes de encontrar una incongruencia. ¿Sólo Eriel?

Intentó espantar la inquietud mientras bajaba las escaleras al encuentro del nublino, que los estaba convocando a todos. Barael tenía que estar al caer. Nunca se encontraba a uno muy lejos del otro.
Miró al nublino de arriba abajo, interiorizando lo tranquilo que estaba.
—Estás entero —odiaba ser el que dijera la obviedad de turno, pero oírlo en voz alta lo hacía más real y más reconfortante. No habían recibido una sorpresa desagradable, por una vez—. ¿Qué pasa? ¿Dónde has estado?

El enfado no quería irse por más que intentara relajarse o Dafne le hiciera cosquillas en el antebrazo mientras miraban el techo de la habitación. Tay solo le daba vueltas a lo mismo. Desear la muerte de Barael era más sencillo que intentar convivir con él. Al nublino no le vendría mal una pequeña lección, lo necesario para hacerle sufrir sin morir necesariamente. Sin embargo, aunque quisiera evitarlo era consciente de aquella parte escondida en su interior que no hablaba con voz, pero se pronunciaba con más fuerza. Si Barael no volvía no sería él quién lo lamentara, no como antes, al menos.

La llamada del estadounidense los hizo incorporarse rápido, después de mirarse mutuamente decidieron bajar para encontrarse con el resto. El humano se alegró de ver a Eriel de una pieza pero solo lo mostró al dejar escapar el aliento con fuerza. Después comenzó a prepararse la comida por extraño que fuera tener hambre en un momento como aquel.
-¿Dónde está tu hermano?- exigió saber sin dar muchos rodeos, después de todo ya tendría tiempo para explicar su situación, ahora le daba más importancia al hecho de que no llegaran juntos. "Por favor, que haya decidido pirarse al faro para siemore". Pensaba.

Le habían calentado el agua y hecho comida, trataban demasiado bien al chico que parecía mudo, pensaba. <<No lo mereces>>. La sangre de Bandrael caía con el agua a cada pasada y sin controlarse empezó a llorar. Sus berridos serían escuchables por todo el torreón. Estaba limpiándose lo que le quedaba de sus amigos, había renunciado a ellos, se había ido a otro torreón <<Eres un traidor>>. No solo le había ganado su cobardía, además de fallar a sus amigos los había traicionado. Y seguía limpiando.

Habían pasado horas, el agua estaba fría y marrón y el coreano en silencio. Sus manos arrugadas. Ignorando el frio que sentía salvo aquellos escalofríos temporales que le recorrían recordándole lo que merecía. Tardaría un rato más en salir a ver por quien habían bajado el puente, y cuando lo hiciera se quedaría junto a las escaleras en silencio atento a lo que decían