Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

El camino de vuelta fue incómodo y tenso. Rad mantenía la mano firmemente apretada sobre la espada y miraba hacia todos lados, pero su actitud vigilante no era tal. Estaba demasiado tenso, demasiado distraído, demasiado aterrado como para vigilar de verdad los peligros de Rocavarancolia. Y no era solo el miedo y la incomprensión lo que le sucedía: sus pensamientos eran una vorágine de contradicción. Debía ser más fuerte, más resistente, estar más preparado, no estar al borde de una crisis nerviosa.

«Quizás deberían habernos preparado para sobrevivir en estas condiciones» pensó con una risita mental. En Carabás siempre había sido de los mejores, en Carabás había triunfado. Ahora le daba la sensación de que no sabía hacer nada a derechas.

¿Y cómo podría, cuando Rocavarancolia era literalmente lo opuesto a absolutamente todo lo que en Carabás le habían enseñado como correcto?

Al menos al llegar a Maciel seguía teniendo suficiente raciocinio como para comprender que en aquel momento decir nada sobre lo suyo sería contraproducente en el estado en el que se encontraba. Rádar estaba tenso, ciertamente, y necesitaba relajarse.

Quizás otra persona, de otro mundo, hubiera recurrido a apoyarse a alguien. Él no sabía hacerlo, así que recurrió a otra forma.

En el entrenamiento del tipo E se exteriorizó toda la agresividad y la rabia, todo el miedo y la incomprensión que había estado acumulando en las últimas semanas. No eran solo los movimientos de su cuerpo ni la velocidad que exhibía, sino la mueca espantosa en la que se transformó su cara. Todo el carabés se convirtió en un grito silencioso de ayuda, en una exigencia de que dejaran de cometer con ellos las tropelías a las que estaban siendo sometidos.

El último giro lo dejó mirando frente por frente al reloj que indicaba cuánto quedaba para la Luna Roja. La estrella de diez puntas apuntaba ahora a las nueve menos diez, y Rádar supo qué significaba aquello.

«Quedan ochenta y seis días» pensó, con un pensamiento quebrado. El carabés se apoyó en la pared del patio, escuchando sonidos dentros que indicaba que llegaba la hora de comer. Tampoco es que necesitaba aquello, por supuesto: sabía perfectamente qué hora era, al fin y al cabo.

«Cuando terminemos» pensó, con la mirada dirigiéndose hacia la puerta. Su cara no parecía firme ni decidida, solo distraída. «Cuando terminemos de comer».


Fue de los primeros en terminar su almuerzo y en limpiar su plato. El carabés esperó apoyado en la pared mientras el resto también terminaba, y en la vorágine del trabajo de limpiar los cacharros, antes de que nadie pudiera irse, alzó la voz.

—Cuando terminéis con eso tengo que contaros algo —advirtió—. Y mejor que os sentéis para oírlo.

Una vez todos sentados comenzó a hablar, paseando la mirada entre ellos. En su rostro y su voz se revelaban la seriedad de lo que les iba a contar.

—Como escuchasteis en el cementerio, anoche... Esta madrugada, más bien—se corrigió, queriendo ser completamente fiel a los hechos y, a la vez, animar al humano a decir lo suyo propio—, hablé con Tayron. Hice esa referencia porque, al contrario de lo que parece, no todo lo que dijeron carece de sentido. Hay al menos algo que sí lo tiene... Y que no deberían saber, porque solo se lo he contado a él. Y ni siquiera entero.

»El día de la visita al Palacete sucedió... algo —fue aquí donde poco a poco el tono se hizo dubitativo, aunque sin perder firmeza: una duda no acerca de si le estaba pasando aquello, sino de por qué—. No... no sé cómo describirlo bien. Era como una especie de intuición interior que me decía qué hora era. Al principio me pareció extraño, pero era tan vaga y tan poco afinada que... no sé, pensé que era simplemente que me estaba volviendo bueno en saber eso a partir de la posición del sol. Entonces, con el paso de los días, empezó a afinarse. Ha sido un proceso lento, muy lento y muy gradual, y yo... No sé. Sabía que debía decíroslo, pero cuando se empezó a hacer patente que no era algo normal... bueno, salimos a por las hienas, discutimos... Nunca parecía el momento. No debería haber esperado tanto, y lo siento por ello.

»Pero también hay algo más —tomó respiración y miró por un segundo a Tayron, consciente de que esto sería tan nuevo para él como para el resto—, algo que no le dije a Tayron. Del mismo modo que me estaba sucediendo lo de las horas el día de la discusión... De alguna forma extraña supe que quedaban aproximadamente unos cien días para la Luna Roja. Esa... esa nueva intuición, esa capacidad para saber cuánto queda para su salida... también se me está afinando, aunque de momento sigue siendo un proceso lento.

»Por eso me puse así en el cementerio al hablar con los muertos, porque estos sabían tanto lo que le había dicho a Tayron como lo que no, y... Necesito comprender qué me está pasando, la verdad. Ahora mismo me abalanzaría sobre cualquier fuente de información, por aberrante o críptica que resultara.

Tayron no era bueno leyendo el lenguaje corporal de la gente, siempre había sido incapaz para captar las intenciones de los que le rodean a no ser que fueran demasiado obvias. Por eso su participación en las conversaciones de la comida fue nula, limitándose a contestar si se le preguntaba algo o a cuchichear con Dafne por lo bajo. Y es que a penas probó bocado, constantemente atento a las expresiones de Rad, de sus silencios, de cuando parecía levantarse. Cuando al fin se quedó apoyado en la pared el belga pensó que estaba esperando al momento oportuno. Por una vez no se equivocó.

El humano obedeció como el resto, y a continuación escuchó todo lo que su amigo tenía que decir. Permaneció en absoluto silencio, con el cuerpo tensado y paseando la mirada por los presentes, en especial por aquellos a los que se imaginaba apoyando aquel discurso como los nublinos por su conocimiento sobre “los dones”. Con las menciones a su nombre se encogió en el sitio involuntariamente para luego desviar la vista si alguien se le quedaba mirando más tiempo del necesario. Aquello no le gustaba nada, y no hacía falta ser un genio para averiguarlo.

Sus sospechas fueran confirmadas cuando Rad confesó haber ocultado algo más, algo más grande. Tayron se replegó en el sitio y redobló su atención con el pulso acelerado. ¿La Luna?. Desde luego otro nivel. Se sintió molestó cuando terminó pero no añadiría leña al fuego, no tenía sentido comportarse como un niño porque se callara esa parte tan importante, al fin y al cabo él no era quién para quejarse y el carabés ya tenía suficientes problemas.

Tay no dio oportunidad alguna a que nadie formulara preguntas o reclamaciones. Tomó la palabra casi al tiempo que se hizo el silencio mientras se frotaba las manos. Sabía que por su complicidad en aquello le pertenecía hablar a él.
-Mirad -carraspeó- voy a ser totalmente sincero- lo cierto es que no del todo, pues se reservaría lo suyo dependiendo de la respuesta que diera el grupo. Pero desde luego sería leal, le había adelantado al tipo E su apoyo y lo cumpliría al pie de la letra- no tengo una explicación a esto por mucho que le haya dado vueltas desde esta madrugada- lo miró a él directamente, omitiendo el por qué se encontraron y los miedos que lo llevaron a salir de la habitación en busca de respuestas- pero le creo, y tampoco sé por qué pero es así. Y si tuve alguna duda me lo aclararon... los muertos. Tanto si le creéis como si no hay una verdad en todo esto- hizo una pausa y ahora su cabeza se giró hacia Siete, puede que porque era el que tenía más cerca- y es que los muertos lo sabían, él es el niño reloj. Podrían saber más cosas de nosotros, y si conocen algo tan oculto como esta paranoia quién sabe todas las cosas que perciben- notó la mano de Dafne entorno a la suya una vez más- fueron muchas cosas las que soltaron- afirmó sin pararse a poner ejemplos pues la mayoría no los había memorizado- pero lo que acojona es que algo de todo eso tenía sentido.

Eriel se dejó calmar por su hermano, tenía razón. A su abuelo no podía pasarle nada malo, gozaba de buena salud. Qué era lo peor que podía pasarle, ¿que lo pisase un linac? Estaba bien, tenía que estarlo.

Aún así el nublino no soltó la alabarda y la sujetó con fuerza en todo su camino al torreón. Sólo cuando Maciel entró en su línea de visión aflojó el agarre sobre el arma y se relajó ligeramente.

-No creo que pasase nada, Siete - le respondió una vez dentro.- Quiero decir, son sólo huesos aunque puedan hablar, ¿cómo iban a moverse? - se encongió de hombros.

El joven nublino se pasó el tiempo hasta la comida leyendo el libro de historia que habían encontrado el día de las hienas. Estaba tan enfrascado en la historia de un tal Varago Tay que comió leyendo sin prestar atención a su alrededor o a lo que comía, bien podrían haber sido piedras que no se habría dado cuenta hasta el primer mordisco.

La cosa es que el nombre del demiurgo le sonaba de algo pero no ubicaba de qué. Y la palabra demiurgo le hacía fruncir el ceño, ¿qué rayos era un demiurgo? Por más que buscaba en sus historias esa palabra no obtenía resultados.

Levantó la vista del trozo que relataba la defensa de la ciudad de Ataxia cuando Rad anunció que tenía algo que contar. Al nublino le fastidiaba dejar el libro en tan buen momento pero supuso que aquello podía esperar.

Escuchó atentamente todo lo que tenía que decir y también esperó al fin de la intervención de Tay.

-A riesgo de traer de vuelta la discusión de la otra vez... - empezó el nublino con cierta incomodidad.- ¿Recordáis que el otro día os dije que habíamos cambiado? No me refería sólo a algo metafórico. Poco a poco nosotros mismos vamos cambiando. ¿Alguien más ha notado algo raro? - preguntó en general.

-Si yo tuviera que aportar algo a esto... diría que hace unos meses tuve un sueño muy raro y lo peor es que no se me va de la cabeza - confesó por primera vez.- No fue como los típicos sueños que poco a poco se desvanecen y luego ya no te acuerdas. Lo tengo grabado a fuego en mi memoria, recuerdo cada detalle, cada sensación. Y lo peor de todo es que parecía completamente real.

El regreso transcurrió por parte de Sox en un silencio hosco. Había puesto esfuerzo activo en bloquear las voces de los muertos a su alrededor, de modo que a la vuelta no pensaba en lo que habían dicho. En su lugar era incapaz de dejar de darle vueltas a su misma existencia.
La tragedia de aquellos desgraciados era ahora la suerte del grupo, porque el que estuvieran bajo tierra implicaba que al menos no podían seguirles. Aun así aquel pensamiento fallaba en hacerle sentir mejor. No podía dejar de pensar en toda aquella gente enloqueciendo bajo tierra hasta convertirse en lo que habían visto. También en que esa noche tendría que dormir sabiendo que a una hora de camino de allí estaba eso: que había sucedido, que a nadie le importaba y que ya era tarde para poner solución a nada.

Precisamente por haber estado pensando en todo eso su cara de espanto cuando miró a Siete fue más patente todavía.
—No lo sé —terció en cuanto salió de su estupor, sacudiendo la cabeza—, ni quiero saberlo.

El resto de la mañana hasta el almuerzo lo dejó pasar sin hacer nada relevante, satisfecho meramente con mirar por la ventana con desánimo y pensar. Podría haber cogido el libro de historia y haber buscado alguna pista sobre el cementerio aquel, pero era lo último de lo que tenía ganas en aquel momento. No quería que le dieran una explicación a aquel lugar, ahora no. No quería saber a qué alma enferma se le había ocurrido ni por qué.

La convivencia había moldeado también los horarios de sus comidas. Sox se había acostumbrado a hacer una comida más fuerte poco después de que almorzaran los demás, y así de paso lavaba los platos sucios que hubieran quedado. Ante la petición de Rad negó con la cabeza haciendo un gesto de cabeza a la pila. Escucharía mientras limpiaba y ya se sentaría con el resto luego. Aprovechó para ir al patio a llenar el cubo de agua y no tener que volver en mitad de lo que se estuviera diciendo.

Mantuvo el oído aguzado mientras su compañero hablaba, procurando lavar los cacharros haciendo el menor ruido posible. Frunció el ceño ante la mención a que los muertos sabían algo que no deberían, pausando momentáneamente y luego reanudando su tarea con un mal presentimiento creciente. A su pesar aquello había captado su plena atención.  
—¿Cuántos días exactos apostarías a que faltan? —saltó automáticamente cuando el carabés terminó. Era algo fácil de comprobar en ese mismo momento. Precisamente por ello era también algo falseable con facilidad si uno se molestaba en echar un ojo a los cálculos que había hecho con el reloj del patio, pero si algo sabía de (y compartía con) su compatriota era que odiaba perder el tiempo. No les habría reunido allí para gastarles una broma.

El detalle que añadió Tay a la conversación le puso los pelos como escarpias. Independientemente de que lo de Rad fuese una percepción verdadera o estuviese alucinando, si los muertos habían hablado de ello a Sox aquello de repente no le gustaba nada de nada. Menos aún lo que añadió Eriel, porque aquella mezcla de inquietante y plausible parecía el inicio perfecto para una cuesta resbaladiza.
—Nada —declaró con rotundidad en respuesta al nublino, como desafiando a la anormalidad que iba surgiendo a su alrededor. Colocó la vajilla en su sitio y se sentó con los demás.

—Puede ser algo que les pase a todos a los que traen aquí, si la Luna es tan poderosa como en el capítulo que leímos —aventuró después, algo aliviado en su fuero interno al encontrar esa explicación. De ser
cierta, significaría que había una causa razonable para el que los muertos lo supieran—. Rad podría ser el primero.

Siete aceptó las respuestas vagas de sus compañeros por dejarlos tranquilos, pero no saciaron su curiosidad. Suponía que eran preguntas morbosas. ¿Pasaría con todos los que enterraran allí? ¿Era algo del suelo? Si hubieran sabido antes que estaba allí, quizás habrían hecho algo distinto con Nad después de su muerte. Se alegraba un poco de que la voz de la niña no saliese de al lado del río. Pensó que él prefería que lo quemasen, como Barael, y luego se arrepintió de pensar en su propia muerte.

El libro de historia estaba ocupado, así que Siete acabó retrocediendo a la cocina después de vagabundear por la primera planta, sin terminar de sentarse. Daer se había colocado en un taburete y estaba comiendo miel directamente del bote, sumergiendo trozos de queso a base de cuchara. Al principio de la cosecha la miel había dado malas reacciones a algunos del torreón, y ahora solo el chico de color azul la comía.

- ¿Que ha pasado?- preguntó el daeliciano, relamiendose. Cada vez que hablaban, Siete no podía evitar fijarse en lo dulce de la voz. Era suave y con timbre de niñez todavía, semejante a mirar algo bonito. Siete imaginaba que eso pesaba de alguna forma en su opinión de él.

Sacó las manos del cubo de agua que había traido para ayudarse y se volvió hacia el niño momentaneamente. Le explicó de forma resumida qué habían encontrado, y qué aspecto tenía, y que habían oido las voces bajo tierra de muertos.

- ¿Por qué meterías a toda la gente en un único jardín?- comentó, troceando carne y especiandola a su gusto.  Engrasó la sarten para freírla a fuego alto.

Ese mediodía sirvió la carne con los bollos ya hechos de las cestas. Había cortado la verdura que estaba buena cruda para hacer una ensalada de acompañamiento, usando una olla como bol.  

La voz de Rad cuando todos hubieron terminado lo puso sobreaviso. Hay un tono especial en los anuncios importantes y los asuntos graves. Siete obedeció y tomó asiento de nuevo, con una mezcla de curiosidad y precaución en los ojos. Intentó después recordar qué más habían dicho los muertos. Se había llevado una impresión general, pero lo inconexo de la conversación le hacía más dificil recordar detalles exactos. Brazos muertos y uñas negras, seguro. Y Alas, y cuernos, y otros cambios fisicos. Algo sobre ser de fíar. Algo sobre el abuelo de Eriel y Barael, que había enfadado mucho al primero.

Interrumpió su recolección para escuchar las otras aportaciones.
- Yo creo que no he sentido nada extraño- dijo. Las palabras de Sox eran como un mal presagio-. Las voces dijeron que habrían algunos uniendoseles pronto, ¿Creeis que deberíamos fiarnos? ¿Sobre que era tu sueño, Eriel?

Su pregunta se diluyó en las risas de aquella voz a su lado. No se enfado por ello, solo le estaban haciendo caso a su hermano y a lo que quisieran ellos hacer, aún así tenía una pequeña punzada de nervios oprimiéndole el pecho por su abuelo.

La orden de Rad si lo molestó, él y Tayron tramaban algo más que estar pendientes de su culo y aquello no le gustaba pero con son su hermano yéndose también no se podía quedar por allí él solo, al menos no ahora.

No había pasado nada así que devuelta en el torreón simplemente se quitó la armadura y se puso a leer un poco antes de la comida en la tranquilidad del patio, apoyado en el pozo. Llegaba la hora de comer y Rad y Tay tenían una respuesta pendiente para él.

Comió tranquilo y se alarmó de que Rad acabase primero, pero no se fue así que no tuvo que intervenir para que hablara. Lo escuchó tranquilamente mientras degustaba la carne, era una sorpresa, pensaba que la Luna actuaba de golpe, pero tenía sentido que fuera más poco a poco mientras se iba acercando.

-Una habilidad interesante... -Comentó de pasada.

Escuchó respuestas varias antes de proceder a hablar.

-Si ven tanto como dicen estarán aún más locos de lo que aparentaban, pero no se Siete, será mejor estar alerta... Y yo también tuve un sueño extraño hace mucho, algo sobre una abuela, unos juguetes o peluches que resonaban o algo así y un peluche gigante llamado Mhimhí que me ahogó. Pero aparte de eso... -Quedó pensativo un segundo, dudando. -Nada, que yo sepa. -Mintió, no le había dado muchas vueltas a aquel sentimiento extraño que lo impulso acercarse a Dana muerta ya que en ese momento el estaba al borde de reunirse con sus ancestros, pero con lo que sabía ahora empezaba a dudar más sobre que pasó... De todas maneras no diría nada, no quería que marginaran más a su hermano por la idea de que a él le empezaran a atraer los cadáveres.

-Si él entra todos ocuparemos menos... -Murmuró, pensativo.

—Ochenta y seis días —fue su respuesta a Sox. Una respuesta teñida de seriedad y preocupación: por lo que le pasaba, por lo que significaba aquel astro, por su futuro—. Quedan ochenta y seis días para la salida de la Luna Roja.

Escuchó el resto de respuestas de sus compañeros, y ante la pregunta de Eriel dirigió su mirada de inmediato a Tay. Antes había pensado que efectivamente les vigilaban, que por ese motivo los muertos sabían lo suyo, pero ahora no lo tenía tan claro. Su conocimiento de la salida de la Luna Roja no lo sabía nadie más que él, y aun así aquellos cadáveres enloquecidos lo sabían.

«Si un problema tiene dos soluciones igual de buenas usa la más simple» pensó. Era un principio lógico básico, una forma de mejorar la productividad y de evitar complicaciones innecesarias. Aquello le decía que todo el conocimiento de los muertos le venían de una sola forma, no de dos. El problema, por supuesto, es que Rocavarancolia no se caracterizaba por aquella simpleza.

Y todo eso dificultaba saber si Sox tenía razón o no. Ante su referencia a que él era el primero el tipo E volvió a dirigir la mirada hacia el belga, pensando si de verdad era así o no.

—Es una teoría en la que había pensado —confesó a su compatriota mientras sacudía la cabeza con poco vigor—. El problema es que sigue siendo solo una teoría, y no la única factible. Seguimos necesitando información.

Las palabras de Siete y Barael le pusieron los pelos de punta. En especial lo que él percibía como una tranquilidad insoportable en el nublino hacia lo que, según parecía, habían profetizado los muertos. Su propia incapacidad de saber qué sentir con respecto a ello, por otra parte, no facilitaba las cosas.

—¿Mencionaron cuántos se supone que iban a morir?

Todo su ser le gritaba que no hiciera caso a aquello, que lo ignorara, que no podían tener razón.

También le gritaba todo su ser que los muertos sabían algo que nadie salvo él sabía. Y que eso no lo podía ignorar.

Para sorpresa de Tayron el grupo no solo pareció entenderlo, si no que lejos de quedarse mudos, empezaron a aportar ideas. Al belga las más llamativas le resultaron las de los nublinos. No tenía nada claro si tenían un mínimo de verdad, pero casi se podía palpar algo raro en todo aquello. Los sueños extraños... los muertos y sus frases reveladoras... era como si los cimientos de algo poderoso se removieran bajo ellos pero no pudieran advertirlo. ¿Qué diablos pasaba?. Si el cambiar no solo era metafórico... aquello era más grande de lo que había imaginado. Mucho más grande.

A todo se sumaron las miradas del carabés. El belga intentó sin éxito ignorar todas las invitaciones a que revelara sus secretos, pero finalmente se lanzó a ello, más porque la situación y su seguridad lo requería que porque le apeteciera. Carraspeó en algún momento para llamar la atención.

-Rad no es el primero- afirmó con un toque de duda- en realidad es el segundo, porque lo mío viene antes, antes del palacete- algo le decía que callara, que prestara más atención a que Rádar había predicho con firmeza cuánto quedaba para que el astro rojo se pusiera en el cielo. Que eran paranoias suyas. Pero un bocado en el estómago le decía que no, y daba miedo. Miedo porque decirlo en voz alta, y en grupo, lo hacía real.  Y si les espiaban de verdad sería el humano el que les aguaría la fiesta del todo. Las consecuencias de eso escapaban a su alcance así que buscó el apoyo de la noruega pero por primera vez no lo encontró de inmediato, sino que tardó un par de segundos en asentir con la cabeza como si estuviera más distraída de lo normal. Tomó aire- ocurrió después de lo de Tuétano y Dana, una noche cualquiera me desvelé de madrugada con una fuerte... con un algo...- encontró la palabra perfecta- con una sensación o corazonada de que alguien me estaba mirando, al principio lo achaqué a que bueno... lo que pasó y todo eso aún cavilaba en la mayoría de nosotros y estaba reciente, incluso el agotamiento por cargar ese estúpido anillo me parecía una buena opción. Pero se repitió, no continuamente pero siempre parece estar ahí cuando creía olvidarlo, nunca de día. Llamadme loco, pero los muertos saben cosas de nosotros, cosas que hasta no hemos hablado con nadie, no sé si fiarnos o no de ellos- le respondió a Siete- pero esto me huele mal. Voy a decir sin cortarme lo que me parece- los ojos de Dafne se cruzaron con los suyos- hay alguien en Maciel, y nos observa por las noches, si alguno ha notado algo parecido es el momento de decirlo. Puede que incluso infundiera esos sueños extraños a propósito- bajó la voz por si alguien los escuchaba en las sombras- venga, no me digáis que no se os ha pasado por la cabeza nunca. Tuétano ronda a veces el torreón, he pillado a más de uno deshaciéndose de un caracol. ¿Solo yo veo qué está pasando?.

Dafne le secundó súbitamente, y acto seguido le respondió al tipo E con precisión.
-Dejadles en paz, tal vez cuatro de ellos se nos unan pronto- recitó. Sí, había algo en Maciel que andaba distinto, lo notaba. Paseó la mirada por los presentes. “Cuatro de ellos”.

Sox asintió ante la cifra que le dio Rad, mortalmente serio sin pretenderlo, y salió al patio con el cuaderno de Dana en mano para hacer las cuentas. Había hecho marcas periódicas con carbón a lo largo de la esfera para que siempre tuvieran una idea aproximada, pero aquella vez necesitaba el número de días exacto.

Seguía estando serio cuando regresó, habiéndose perdido un pedazo de la conversación por haberse parado a asimilar el resultado primero, y haber repetido las cuentas después.
—Rad tiene razón. Faltan justo ochenta y seis días —de su propia voz podía desprenderse que no sabía cómo tomarse aquella información. Tampoco era capaz de señalar qué había estado esperando exactamente en su lugar. ¿Que Rad mintiera, que se lo estuviera imaginando? Ninguna de las dos sonaba demasiado plausible, y sin embargo la verdad también ofrecía una sensación incorrecta.

El anuncio de Tay, a su pesar, terminó de ponerle los pelos de punta. Justo después de haber visto aquel cementerio, además. La imaginación de Sox al pensar en quién podía vigilarles no fue a Tuétano sino a leyendas urbanas de Carabás que a cada día que pasaban en la maldita Rocavarancolia parecían más posibles.

—Esperad un momento —saltó en cuanto habló Dafne. Aquello podía ir cuesta abajo muy deprisa, y la perspectiva no le gustaba nada—. Mira. Me creo que Rad sepa a cuánto estamos de la Luna —él mismo había confirmado la prueba de ello, al fin y al cabo—. Me creo que Tay note algo, y que sea Tuétano o Tersa quien nos vigile. Percepciones aumentadas vale, las dos tienen eso en común. Y casa con lo que dijisteis de que este lugar nos dará poderes —dijo refiriéndose a los nublinos—. Pero hasta ahí llega todo lo que sabemos con certeza. No toméis lo que dice una panda de no-muertos como verdad absoluta —le costaba creer que tuviera que decir eso en voz alta—. Recordad que llevan ahí vete a saber cuánto tiempo enterrados y pudriéndose. Están dementes y sólo por eso nada de lo que dicen es de fiar por definición.

>>¿No es mucho más simple que esta clase de cambios le pasen a todo el que pase por aquí y que por eso ellos lo sepan? Lo han vivido y ahora que se han vuelto locos lo repiten como un disco estropeado. Es mucho más simple y probable que el que sepan ver el futuro. A lo mejor no dicen que vamos a morir cuatro porque sean videntes, sino porque a lo mejor porque no tienen ya putos ojos y no pueden contar —ya se estaba poniendo nervioso. Tras el anuncio de Tay un inicio de paranoia amenazaba con empapar, pegajosa, el ambiente del salón—. No todo lo que dijeron tiene que significar algo. Soñar no tiene que significar algo. Estar atentos está bien, pero no ponerse paranoicos.

Eriel cruzó los brazos sobre la mesa al darse cuenta de que le temblaban las manos. Al mencionar el sueño éste había venido a su mente vívido como el primer día, volvió a ver a su hermano morir y volvió a sentir la caída que lo llevó a su destino fatal.

-No quiero hablar de eso ahora - replicó con un hilo de voz.- Por favor - añadió al darse cuenta de que podía sonar demasiado cortante.

Escuchó lo siguiente con mucha atención. <<Ochenta y seis días, sólo ochenta y seis más. Ya queda menos>> pensó con una mezcla de alivio y congoja.

-Yo os creo a los dos - les dijo al humano y el carabés.- Lo más seguro es que sea producto de los cambios que traerá la Luna. Si alguien nota algo más fuera de lo común debería mencionarlo.

No le inquietaba la posibilidad de que hubiera alguien dentro del torreón. Si un bendecido por la Luna quería entrar unos simples muros de piedra no iban a detenerlo. Tampoco creyó que su sueño fuese provocado por un bendecido, ¿qué iba a salir ganando de ser así?

La conversación pronto derivó en muerte y Eriel sintió un escalofrío recorrer su columna.

-No, ni se os ocurra pensarlo - soltó alzando levemente la voz.- Ni se os ocurra insinuarlo. Me niego a hablar de esto, nadie va a morir - dijo con firmeza tratando de convencerse a sí mismo más que al resto.

Siete se removió inquieto en el sitio. Asintió a Eriel, dándole a entender que no iba a insistir y se giró de nuevo hacia Rad. Ochenta y seis días parecían más cerca de lo que había esperado. Agruparlo en semanas, aunque fuera de forma imprecisa le hizo darse cuenta de que habían pasado ya el meridiano de la espera. La confirmación de Sox solo sirvió para añadir al peso en el estómago y al hormigueo expectante.
Lo que Tayron añadió después, en cambio, le erizó el vello de los brazos. Siete miraba al humano con los ojos abiertos y la boca entreabierta. Luego hundió la mirada en la mesa ¿Quién iba a dormir esa noche después de todo aquello?

- Sox... No es que no este de acuerdo con que es mejor estar tranquilos, pero no se si es tan sencillo - Siete jugueteó con los dedos mientras pensaba- Si Rad no fue el primero, ¿Por qué no tiene Tayron la misma percepción del tiempo? Si son siempre los mismos cambios, ¿como funciona? Y si son distintos, o no salen siempre a la vez... ¿Por qué se refierieron los del cementerio solo a un niño reloj? Podrían haber sido varios o ninguno. Conocían a Barael también, y a su abuelo. Y sabían cosas de Rad. No hay...? Pueden los muertos vernos de alguna forma? A lo mejor hablo porque me asusta el tema y quiero saber si puedes negarlo de verdad. ¿No hay forma de que sepan más cosas?

El humano no tardó mucho en comenzar a hablar, para alivio del carabés. Nada de lo que dijo le era nuevo, por lo que en esta ocasión pudo pensar con más racionalidad que en la noche anterior. Y no solo eso: las palabras de los muertos le habían metido otras dudas. A pesar de que la teoría de Tayron era la que él mismo le había dicho al humano ahora no estaba tan seguro de que fuera acertada, y lo cierto es que no le extrañaba: falta de información, lagunas, demasiadas posibles interpretaciones sin poder tachar ninguna.

Rádar sentía que nunca en su vida había estado tan confuso como en aquel momento, y no le gustaba aquel sentimiento. Siempre había tenido seguridad, reglas, normas, algo a lo que aferrarse. Con la lógica siempre había podido saber qué era lo mejor, o quién tenía razón, pero ante la falta de información que ahora sufrían no había forma de saber nada con certeza. Y al tipo E no le gustaba nada aquello.

Escuchó atentamente las siguientes intervenciones con pellizcos en su nariz. Cuantas más vueltas le daba a sus ideas más extraño y absurdo le parecía todo. La única explicación que se le ocurría es que allí había algo que se le escapaba, una pieza clave que desconocía. Sacar algo en claro de todo ello parecía como intentar crear un ser vivo sin ponerle un cerebro. Y durante todo el rato tuvo una sensación agobiante, producto de las palabras de Dafne.

—Creo que hemos llegado a un callejón sin salida —confesó, volviendo a pasear su mirada por todos los presentes—. Lo cierto es que lo único que sabemos es que Tay y yo estamos sintiendo cosas extrañas. No tenemos forma de tirar del hilo tras eso, más que elucubraciones imprecisas acerca de cuáles serán esas habilidades. Joder, ¡ni siquiera podemos saber si Sox tiene razón o no! Y conste que espero que la tengas —se había apresurado a aclarar aquello no solo para evitar que su compatriota comenzara a mirarlo como si tuviera tres cabezas, sino por pura sinceridad. A Rad la posibilidad de que fueran casi unos repetidores rotos le inquietaba mucho menos a que, efectivamente, vierna el futuro. La posibilidad de ver lo no sucedido como si fuera el pasado le parecía otra retorcida vuelta de tuerca de su desdichada condena—, pero independientemente de eso hay un hecho: sabían algo que yo no había contado a nadie. Así que ya sea porque esto ya ha pasado y está volviendo a pasar, ya sea porque efectivamente tienen... yo qué sé, formas de saber cosas —lo había dicho de forma en que menos le sonase a basura mística religiosa, y aun así para sus oídos aquello había sonado exactamente así—, lo cierto es que ya no creo que la sensación de Tay y lo que han dicho los muertos esté relacionado —lo duro de decir aquello no fue admitir un error, sino saber que si era así volvían a estar casi en la casilla de salida. Rad nunca antes había tenido que confesar algo que diera al traste con absolutamente todo su esfuerzo, y la sensación de que tenía que hacer aquello continuamente en Rocavarancolia era dolorosamente amarga—. Así que... no sé. Si algo así nos va a pasar a todos podemos simplemente esperar a ver si nos llega información suficiente para completar el rompecabezas. Yo, sin embargo, creo que será más productivo salir ahí fuera, ir a donde no hemos ido, a ver si en esos lugares sí hay información. En algún lado tiene que haberla. De alguna forma tenemos que poder encontrarla.

Aquello, al final, no era más que un intento de aferrarse a su propia fe: que todo podía conseguirse si se ponía el suficiente empeño.

Siguió comiendo mientras el resto hablaba,  la tensión constante afuera siempre le cansaba y le daba hambre. Ciertamente, no sabían quien tendría razón. Y por eso más vale prevenir.

-Que los caracoles nos espían es prácticamente un hecho. ¿Quizás los notas a ellos? -Le sugirió antes de que otro trozo de carne volviera a llenar su boca.

-De momento nadie tiene razón y todos la tenemos, como ha dicho Rad. -Aclaró para empezar. -Estamos en un planeta que no es el nuestro, tenemos un anillo que es capaz de curárnoslo todo a cambio de dolor y podemos doblegar la realidad con gestos y palabras... -Miró a Sox al decir todo esto. -Espionaje o clarividencia. ¿Qué más da? Será mejor que nos concentremos en el aquí y ahora, no nos vale de nada andar preguntándonos por lo que han dicho, solo tenemos que seguir como hasta ahora. -Aquello era suficiente, ya eran precavidos de por sí, ponerse más alerta solo los volvería paranoicos. -Disfrutad de los preludios de vuestro don. -El nublino rebañó el plato y puso su vaso vacio encima de este, otra de las lastras de no tener ambas manos a la que se había rendido sin remedio. Se levantó cogiendo con su mano el plato y se dirigió a posarlo para que alguien con ambas los lavara. Después de eso bajó a la mazmorra a descansar.

Tayron respiró aliviado tras ver que ninguno de sus compañeros le tomaba por loco aunque estos estuvieran más o menos de acuerdo.
Pero la incredulidad de Sox le molestó. Así que corroboró a Siete tras sus palabras.
-Hay momentos en los que por más que queramos no podemos evitar ser paranoicos- dijo sin ningún tono en particular- no digo que los muertos lleven razón, pero prefiero no descartarlo tan rápido- recordó las palabras de Rad de la madrugada anterior, había que ser precavidos aunque fastidiara. Era la putada de estar en la ciudad. Si los muertos hablaban... ¿por qué no podían predecir cosas?.

Después de la reunión el belga se sentía liberado como si se hubiera deshecho de unas cadenas pesadas atadas al pecho. Fue por ello que, con energías revitalizadas aunque sin un tono alegre que discordara con el ambiente del torreón, decidió acercarse a Eriel. Lo encontró cuando el cielo empezaba a oscurecer en el patio, aparentemente estaba leyendo.
-Eriel- comenzó sin tapujos- ¿tienes un momento?.

Eriel terminó su comida con rapidez y salió al patio a leer para aprovechar el calor del día y la luz. Terminó la historia de Ataxia y pasó a otra.

No prestaba real atención a lo que leía, tenía la mente en otra parte. Se preguntaba en qué iban a transformarse Rad y Tay, ellos había sido los primeros en presentar cambios. También se preguntaba medio decepcionado por qué el no había notado nada. De lejos era el que más deseaba transformarse pero ¿y si no bastaba con desearlo? ¿Y si en realidad no era digno? Y si era así ¿qué tenían Rad y Tay para ser dignos?

Todas esas cuestiones y más pasaban por su mente como él pasaba páginas. Así las horas volaron sin que el nublino apenas las notara. La voz del humano lo sacó de su mundo y lo devolvió a Rocavarancolia.

Eriel estaba mirando la página que tenía delante sin apenas prestarle atención. Antes de cerrar el libro vio un nombre que le llamó la atención "Balderlalosa". Cerró el tomo pensando luego en volver a aquella historia.

-Sí - respondió el nublino.- ¿Qué necesitas Tay? - Eriel dejó el libro a un lado e invitó al humano a sentarse frente a él. También estiró las piernas que hacía tiempo habían pasado el estadio de dormidas y ya ni las sentía. Hizo una mueca cuando un hormigueo recorrió la zona al masajearla.

Tay siguió sus indicaciones y pasó a acomodarse justo enfrente del nublino. Suspiró. ¿Qué debía decir?. ¿Acaso debía hablarlo?. Puede que fuera mejor dejar las cosas tal y como estaban, no habían tenido problemas desde que el belga se distanció a propósito. Pero se conocía a sí mismo, y aunque se sintiera estúpido por necesitar dialogar con él sabía que seguir sus impulsos era lo mejor. Porque no ocurría lo mismo con su hermano, podía pasar por su lado e ignorarle sin remordimientos. Pero Eriel no era Barael. Algo le oprimía el estómago cada vez que se cruzaban hombro con hombro sin más. Como si las cosas estuvieran mal, pero no tenían por qué estar necesariamente mal.

-Ya sabes- comenzó, fijando la mirada en los ojos grisáceos del chico. También era consciente de hacia dónde quería dirigir la conversación y qué caminos necesitaba ignorar o de lo contrario acabaría arrepintiéndose- el otro día... no fui totalmente justo contigo- le empezó a picar la nuca, señal de que se estaba poniendo nervioso- no te confundas, no vengo a rectificar todo lo que pienso, ya sabes qué idea tengo de tu mundo, de tus costumbres- dejó espacio pero terminó lanzándolo- y de tu hermano. Pero me dejé llevar demasiado- dejó escapar el aliento, qué bien sentaba expresar las cosas tal y como las pensaba. ¿Por qué había retrasado tanto aquella disculpa?. Continuaría sin ningún tipo de filtros- mira no pretendo que ahora nos llevemos de puta madre, pero quería dejarte claro que no iba a pegarte ¿vale?, no soy de esa clase de gente, vale que igual ya lo sabes, pero si sale de mi boca puede que te lo creas más- se acercó un poco- y bueno no sé, a veces soy un poco gilipollas, imagino que eso también lo sabes.