Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

El grito alegre de Barael la sorprendió pero la respuesta de Vampy le ahorró tener que decir nada, de modo que sólo asintió, sonrió y saludó con la mano. Del mismo modo iba a reaccionar a las risas de T-Fichas pero no pudo evitar entrecerrar los ojos al tiempo que se le borraba la sonrisa por su comentario acerca de Doce Punto. “¿Insinúa que no podría seducirlo con el pelo corto? Hasta calva podría, chaval, hasta calva. No como tú, que no mueves ni un dedo para agenciarte a tu amiga…”. Estuvo a punto de responder, pero Doña Plumitas la distrajo. La sonrisa le volvió rápido a la cara: el entusiasmo de la roquense, emocionada como un niño con juguetes nuevos, le pareció muy tierno a Mónica.

—Claro que puedes. Peor que esto no me lo vas a dejar —repuso guiñándole un ojo.

Le mojaron el pelo y Mon se sentó de espaldas, algo nerviosa a pesar de todo. Notó un leve roce en su pelo, el chasquido de las tijeras… y después nada. Se giró: a Doña Plumitas le había dado un ataque de pánico escénico y le había pasado las tijeras a Vampy con miedo de empeorar el corte, cosa que le hizo gracia a la madriñela, aunque se guardó muy bien de mostrarlo.
Cuando este comenzó a mirar y palpar de forma crítica su melena se volvió a girar, quedando de espaldas de nuevo. Su postura no duró mucho: al escuchar todas las opciones que le daba el carabés no pudo evitar darse la vuelta con los ojos muy abiertos y expresión de asombro extremo.

—¡Pensaba que no sabías nada de cortar pelo! O al menos lo básico, pero ¡me estás dando opciones de peluquería! —Mónica se apretó los mofletes—. Pues… ¡sorpréndeme! Siempre he querido decir eso. Pero que no sea demasiado corto, por lo menos por la clavícula —se la señaló con una mano—. Más allá de eso y de que no me dejes calva o con trasquilones, adelante.

Puede que no quedara perfecto y es probable que así fuera, pero aun así le hacía feliz. Era algo simple y familiar.

Los motes:

Se agachó para recoger la hombrera todo lo rápido que pudo mientras le prestaba atención pero lejos de darle alguna respuesta el belga no hacía más que crear preguntas en la cabeza del nublino.

-Cámaras... robots... -Después de todo no tenía ni idea de que eran esas cosas. -<<¿Cuántas cosas sabrán ellos que yo no?>> -Se sentía impotente con esa pregunta, estúpido en comparación a aquellos que sabían acerca de herramientas capaces de imitar a la magia. Pero aquello suponía muchas cosas.

-Entonces es una herramienta que te deja captar algo lo que ocurre en un lugar creando una copia de ello y luego te deja verlo en... superficies reflectantes, ¿creo? No puedo estar seguro con cómo me lo estás explicando. -Dijo para en parte devolverle lo de imbécil, aunque supiera de sobra que no iba a mala intención. -<<Funciona como nuestros recuerdos entonces...>>

Otra vez se quedó pensando para sí.

-Te prometo que te llevaré a visitar Nubla si tú me enseñas tu mundo entonces. Aunque no se que podría haber de interesante para ti allí. No hay nada espectacular, solo grades praderas, lluvia cada vez que miras al cielo y una ciudad hecha para adorar a otra en ruinas. -Negó con la cabeza. -Nada interesante. -Y se giró para volver a su trabajo, aunque miro atrás como esperando alguna respuesta por parte del peliverde, el deber no le quitaba su curiosidad.

—¡Pero no te gi-! —tarde, el mechón ya se le había escapado de las manos al volver Mónica la cabeza. Sox chasqueó la lengua y lo cogió de nuevo.

—También lo llevé largo una temporada, hasta que empezó a molestarme —hizo un poco de presión sobre la sien de la madrileña a modo de señal silenciosa para que mirase al frente de nuevo—, así que cuando decidí cambiármelo tuve que pensar con cuidado cómo quería que me lo cortaran. De ahí la pregunta.
"Sorpréndeme" no le parecía una opción muy prudente, pero por suerte para Mónica estaba en sus manos y no en las de otro. Si surgía la duda Sox prefería hacerle algo simple y pasarse de conservador que arriesgarse y terminar haciéndole un destrozo. Lo pensó un poco y terminó decidiéndose por un corte en concreto. Si veía que no era viable, ya haría otra cosa.
—Voy a intentar hacerte unas capas —anunció para empezar. Ya que iba a darse un corte le sabía mal no hacerle eso al menos y dejárselo soso—. Más corto por delante pero lo bastante largo para que te lo puedas mantener apartado de la cara —él había ido dejándose crecer los mechones que llevaba cortos justo por esa razón. En Rocavarancolia había que hacer concesiones a la practicidad—. Pero voy a necesitar que me vayáis diciendo si está quedando bien—les pidió a Siete y a Since.

Al principio fue despacio. Tras las primeras comprobaciones con los otros dos y cogerle el tranquillo a las tijeras improvisadas el silencio atento se relajó, y la conversación volvió a fluir.
—Tampoco exageres, no soy estilista. Pero donde vivo importa mucho saber qué imagen ofreces, así que los que no queremos estar perdidos entre la masa tenemos que estar pendientes.
Hacía sol, y lo único que sustituía a la conversación aparte del chasquido de las tijeras era el sonido indistinto de la convivencia más allá de la puerta del patio. Las puntas de pelo cortadas iban cayendo a la toalla en torno a los hombros de Mónica y al suelo, pero ya barrerían después.
—Tay es el único de los que habéis venido de la Tierra que lleva tinte, ¿verdad? —al principio lo había interpretado a la manera carabesa, pero el tiempo le había corregido. El belga no era más mandón ni parecía particularmente más versado en nada que el resto de los que habían venido con él—. ¿Nunca has llevado mechas o algo parecido?

Gozó con su confusión, aunque puede que no fuera igual de divertido para Barael. El nublino tenía que entenderle, le resultaba difícil detallar conocimientos que ya se dan por aprendidos en la Tierra, quién no supiera lo que era una película tenía que ser sencillamente de otro mundo, como era el caso.
-Oye oye- asintió algo más aliviado- pues no vas muy desencaminado, si no te queda claro puedes preguntarle a Mónica -replicó, pero risueño- no soy conocido por mis dotes de explicación, tampoco creas que soy el tonto del pueblo.

Se le iluminaron un poco los ojos.
-Eso me mola- accedió a la promesa, Tayron cargaba ya su lanza y descartó llevar las dos hachas de mano, después de lo sucedido pensaba ir sobre seguro y no jugarse el cuello- ¿bromeas?, en la Tierra me moría por explorar otros lugares, me apuntaba a todas las excursiones, bueno nunca he salido de Bélgica, mi país. Así que imagínate otro mundo, todo es nuevo, ¿Nada interesante?- le dijo socarrón- te falta entusiasmo. Puede que me imaginara Rocavarancolia como tu mundo- añadió pensativo, al fin había llegado a su conclusión, la ciudad era una oportunidad que aceptó sin miramientos, pero su brutalidad, el caos que sus calles emanaban como si la misma maestra de las trampas mortales respirara por sus laberínticos callejones, los ciudadanos, hostiles en su mayoría, sí, nunca quiso eso- esto no era precisamente lo que buscaba, supongo que tú sí, en Nubla sabéis de este lugar- y lo miró con una expresión que cruzaba el recelo y la curiosidad.

-Suena como una pobre excusa me temo. -Bromeo cuando el belga intentaba explicarse.

Volvió a empezar a ponerse la hombrera poco a poco, correa a correa, al menos no era un proceso demasiado distinto a ponérsela con ambas al contrario que muchas otras cosas en las que nunca había reparado antes. Quería quitarse la parte más difícil de delante para que el cansancio no lo hiciera frustrarse más.

Aunque parecía concentrado en su tarea estaba prestando atención a las palabras del humano por si soltaba algo más de conocimientos ajenos y se volteó al entrever cierta intención en sus palabras. Aquella mirada era demasiado obvia.

-Seguramente esto no es lo que esperaba ninguno. -Siguió poniéndose su hombrera mientras hablaba. -Las historias hablan de esto como una ciudad prospera y llena de milagros, construida y regida por los rocavarancoleses cuyo poder les fue otorgado por la Luna. -Ajustó la última correa y empezó a ponerse el brazal. -Se dice que antes de que los tatarabuelos de nuestros tatarabuelos vivieran aún ellos llegaron a nuestro mundo, buscando conquistarnos y encontrar nuevos elegidos para unírseles, pero en vez de solo temerles nuestros antepasados quedaron impresionados por sus grandes poderes y los adoraron al momento, después de todo eran capaces de doblegar a los dioses de la naturaleza a los que adorábamos antes que a ellos.

Descanso de hablar un segundo para amarrar bien y siguió.
-En cuanto a la prueba para recibir los dones de la Luna nunca se nos ha dicho que era por obvias razones aunque sí que sabemos que los que la fallan mueren, es un riesgo que los elegidos tomamos a cambio de la posibilidad de ser un Dios, al menos los que sabemos de ello. -Negó con la cabeza. -Tampoco es como si nos hubieran dado elección. -Recordaba el humo y como los forzaron prácticamente a ir a los que lo aguantaron.

-En fin, ahora sabemos que esto no tiene nada de prueba, es solo tener suerte y sobrevivir.

—Qué guay —comentó la madrileña tratando de no moverse demasiado sin mucho éxito —. A mí me gusta largo, pero aquí es incómodo y ya me ha crecido un montón. No puedo cuidarlo y siempre está en medio. Así que… haz lo que quieras. A mí me parece bien todo —se encogió de hombros y hizo con las manos un gesto de tijera seguido del universal “ok”.

Mónica quedó en silencio durante un rato, con la vista baja. Como siempre, pensando en su casa y su familia: a medida que el tiempo pasaba se acordaba más de ellos por las cosas más nimias. Despertó de sus ensoñaciones cuando Vampy le habló.

—Bueno, pero es mucho más de lo que esperaba encontrar aquí —su voz, seria por haber estado perdida entre sus recuerdos, se animó de pronto—. ¿Por qué es importante la imagen? ¿Todos en tu planeta os teñís los ojos y el pelo? ¿Duele? ¿Cómo es la moda?

El pelo cortado le hacía cosquillas y trató de no revolverse, aunque elevó las manos para rascarse la nuca y sacudirse los brazos. —Pica —se justificó sin bajar las manos.

—Ah, sí… T… Tay lleva tinte. Se le irá pronto, supongo. Duran poco en la Tierra, los colores fantasía: verde, azul, rosa… ya sabes. Por no sé qué del pigmento. Y yo no. Siempre quise ponerme el pelo de colorines pero soy muy vaga para cuidármelo y cuesta tanto dinero… además, tienes que decolorar el pelo, después aplicar los tintes… es mucho trabajo y mucho tiempo. Y soy un poco inquieta, por si no lo habéis notado —sonrió de medio lado aunque no la podía ver—. Mi amiga Sara sí lo llevó de colorines unos meses.

Los motes:

Asintió, a sabiendas exactamente de qué estaba hablando Mónica. Había tenido aquellas mismas quejas en su día, aunque en su momento el estorbo se había limitado a tener que apartarse una trenza voluminosa de un hombro para otro mientras estudiaba. Sox era capaz de llevar el pelo largo o suelto, pero no las dos a la vez.
—Ya. Mira que ahora lo llevo corto, pero también empiezan a molestarme las partes que llevo largas —los mechones largos podía recogérselos tras las orejas como cualquiera de los otros, pero según había ido habituándose a la ballesta cada vez tenía más recelo a que un día con la adrenalina y las prisas se le enredaran en la cuerda—. Pero es una lástima, en realidad. Tener algo de ropa que no sea de segunda mano o algo de tinte no es que nos hiciera la supervivencia más fácil, pero desde luego nos haría la vida menos gris.

Se sentía gris, con las mechas mágicas ya prácticamente desvanecidas y el rojo intenso en los iris del principio ya degradado prácticamente a morado. Y ahora que era consciente de que la ropa sosa y vieja era prestada a gente muerta, más rechazo sentía a todo ello. Era irracional y lo último por lo que debería estar sintiendo morriña en ese momento, pero así era. Las preguntas de Mónica, tal vez por eso, aliviaron algo dentro de él que no había sido consciente hasta aquel momento de haber estado reprimiendo.
—Tatuarse sí duele, si vas a por las opciones menos caras. El resto no —le contó. Cuando a la madrileña la invadía algún estremecimiento Sox se paraba por prudencia para no cortarla por accidente, y luego reanudaba—. Es magia, así que suele ser rápido siempre que vayas a un estilista competente, o sepas lo que te haces si lo estás haciendo en casa.

¿Por qué era importante? El carabés tuvo que poner un momento sus pensamientos en orden antes de tener clara su respuesta.
—Si eres el número uno de tu curso o de tu empresa y no dejas ninguna impresión a la gente... ¿de qué te sirve? —se encogió de hombros antes de volver a cortar un mechón que se le había escapado—. Cuando nos incorporamos al sistema usamos ropa reglamentaria, y ésa es sosa a propósito. A mejor puntuación tengas y más dinero recibas por semana te puedes permitir una estética más elaborada. Es una forma de decirle a la gente a golpe de vista que tienen que tomarte en serio, ¿sabes? —comentó. Sonaba extraño explicado en voz alta—. Supongo que para vosotros no funciona así. Pero para nosotros es como marcar territorio.

Un leve bufido de sorna al oírla declararse persona inquieta.
—No me digas —se le escapó una media sonrisa—. Aunque no te culpo por no querer perder el tiempo. No sabría decirte si de no hacerse tan rápido yo me habría molestado tanto.
El corte marchaba bien, parecía. Sox echaba miradas comprobatorias regularmente a sus compañeros, además de estar pendiente cuando le decían que nivelase más de un lado o de otro.
—¿Qué te gustaría hacerte si pudieras? Además de lo del pelo o los ojos en Carabás te puedes tatuar imágenes en movimiento, por ejemplo —le contó—. Y si estás todavía más forrado, cambiarte el color de la piel entera. ¿Tenéis de eso en la Tierra?

Mónica pensó en lo que su compañero le decía y acabó asintiendo, parando en cuanto se dio cuenta de que hacer ese gesto cuando le estaban cortando el pelo no era buena idea.

—Yo también echo de menos mi ropa. Además, por mucho que lavo esta me sigue dando algo de cosa… No es mía. No son las camisetas que le robaba a mi hermano… es de otra gente que… bueno —la chica cerró la boca porque no quería decir lo que realmente pensaba. Que esa gente bien podría estar muerta, devorada por monstruos, asesinada por ellos.

Vampy también parecía estar reflexionando ya que no decía nada… o al menos hasta que ella le preguntó sobre la moda de su país.

—Supongo entonces que tatuarse dolerá en todas partes del mundo. Tener agujas hundidas en la piel no debe de ser agradable. Pero lo de vestirse… ya entiendo. Sí que se parece un poco a mi mundo entonces: cuanto más importante y más dinero tienes, más cosas caras, más estéticas que pueden ir de lo bonito a lo raro —la chica dejó escapar una risa que nada tenía de alegría.

—¿Entonces los ojos no te dolieron? —Se giró sin querer para mirarle con ojo crítico—. Aún los tienes de un color chachi. El morado mola mucho—. Después cayó en la cuenta de que no se debería de haber girado—. Ups, perdona — se volvió de nuevo—. Yo, si pudiera… a lo mejor me cambiaría el color de ojos, para ponérmelos como los de mi madre. Y el pelo del color de un unicornio. Y a lo mejor algún tatuaje… pero creo que si pudiera elegir lo querría todo pasajero… por si me canso alguna vez. Después de todo, con todas esas modificaciones yo no sería yo. Y no, cosas taaaan extremas como tatuajes en movimiento (parece cosa de Harry Potter, eso, ¿sabes cómo se hace?) o cambiarse la piel de color no las hay en mi mundo… creo. Al menos, yo no me he enterado. Quitando a Michael Jackson, que pasó de negro a blanco…

Los motes:

—Que a saber dónde están ahora—completó el pensamiento de la madrileña. Había ropa abandonada de todas las tallas imaginables en el torreón, pero la mayoría les sentaban bien y ese detalle estaba lejos de ser una buena señal.

—Pues no, a menos que quieras algo más complejo lo de los ojos te lo hacen enseguida —vio venir que Mónica giraba la cabeza otra vez, pero el cumplido le distrajo lo suficiente para que se le escapara una sonrisa—. Gracias. Supongo que aprovecharé mientras todavía no vuelven a azul aburrido —se asomó un momento a su reflejo en el cubo que reposaba sobre el bordillo del pozo, tirando hacia abajo del borde inferior del ojo para poder comprobar mejor hasta qué punto había decolorado ya. Chasqueó la lengua y volvió a su trabajo.
—Estoy de acuerdo. Ir cambiándose de estética es lo mejor —escuchó a los cambios que iba nombrando la madrileña intentando imaginárselos, visualizar si le pegaban. Familiaridad de nuevo. Guardó un poco de silencio antes de admitir: —. Esto es un poco nostálgico. Hablar de estas cosas con mis compañeros era normal antes de... en fin —"venir aquí". El chasquido de las tijeras punteó las palabras que faltaban. No eran exactamente sus amigos: era una palabra demasiado íntima que usar tan a la ligera. Pero sí había pertenencia, y respeto al trabajo ajeno aunque no todos congeniaran. Era más bien un círculo, y Sox se preguntó qué hueco estaría dejando su ausencia en él—. ¿Alguna vez piensas en si te estarán buscando?
Se arrepintió de la pregunta al momento de hacerla. ¿De qué servía? Tampoco era como si pudiera coger el transporte de vuelta a casa, como un estudiante de intercambio con morriña de casa. Frunció el ceño disgustado consigo mismo, y cortó con más encono.
—Olvídalo. Era una pregunta estúpida.

Decir que Eriel se aburría en la habitación habría sido un eufemismo. Habría dormido pero ya había cubierto su cupo de sueño más que de sobra. Por suerte Dafne se había pasado por la habitación para buscar algo y ese momento lo aprovechó el nublino para pedirle algo de comer y los apuntes de magia que habían hecho. Quizás leyendo sobre magia no se aburriría tanto.

La chica le subió pan y queso y el chico atacó tanto la comida como las notas teniendo cuidando de no mancharlas. Eriel quería probar aquellos hechizos pero no tenía ni idea de como funcionaba la magia, ¿y si lo ponía en una condición más allá de la magia del anillo? Prefirió no tentar a la suerte hasta estar totalmente recuperado.

Poco después oyó un zumbido y buscó la causa del mismo. No tardó en descubrir al causante, un animal pequeño de color azul y con alas.

-¿Qué eres? - le preguntó casi esperando que el animal le respondiese. Tras lo que había visto en la ciudad que un animal hablara era poco sorprendente.- ¿Tienes hambre?

Se levantó con cuidado apoyándose sobre su pierna buena y tratando de no hacer aspavientos para no asustarlo. Dejó un trozo del pan con queso que le había sobrado y se alejó para ver si iba a por ello. Al nublino siempre le habían gustado los animales, se había criado entre ellos y empezaba a echar de menos estar entre los linacs.

Eriel observó con una sonrisa el recelo del animal y cómo cuando se apartó de la comida voló a cogerla. Le recordó a un linac asustadizo que tenían en el rebaño, había que ir poco a poco con él hasta que tenía confianza. Por eso el nublino usó la misma estrategia que solía utilizar con él.

Volvió a dejar un trocito pero esta vez retrocedió menos que la vez anterior. Iría haciendo eso hasta poder darle el último trozo en su propia mano, Eriel dudaba mucho que aquel animal fuese peligroso y quería observarlo más de cerca.

También esperaba que nadie subiese y asustase al animal y, sobre todo, que no le pillasen fuera de la cama o su hermano pondría el grito en el cielo.

Siete se fue a buscar una banqueta de la cocina para sí mismo, y se sentó mientras charlaban. Limitó sus indicaciones a gestos y pocas palabras, si llegaba a verlo necesario, pero creía que Sox estaba haciendo un buen trabajo, y en cualquier caso, no quería meterse demasiado en dar instrucciones. Por si acaso.

- Es un concepto raro- murmuró, cuando Sox habló de marcar territorio-. Bueno, todas las cosas de las que hablais son siempre un poco extrañas. Yo estoy acostumbrado a que mi hogar está donde mi clan, y no necesito nada concreto para que sepan quien soy o lo que valgo. Y las películas, y los tatuajes que se mueven- añadió, marcando en el tono que le eran cosas desconocidas-. No me hace sentir tonto, pero si ignorante.

>Creo que si hiciera algo quizás me pondría azul en la punta del pelo. Como el agua- contribuyó después- pero estoy cómodo con mi aspecto fisico.

Se llevó la mano a la espalda, donde estaba aquel número siete idrino, formado por azar en su piel. La nostalgia era contagiosa, y Siete sonreía cálido, sintiendo que pertenecía un poco más solo por estar en esa silla hablando de colores de pelo. Resbaló despacio al mencionar los dueños de la ropa que llevaban, y se cayó del todo, mientras la sangre se escapaba de su cara, cuando Sox mencionó a la gente que habían dejado atrás. Cruzó los brazos sobre el pecho y apretó la boca. Ante la incomodidad de Sox por la pregunta, se forzó a hablar.
- Sí, si que me lo pregunto- dijo con la voz rasposa, para que Sox no sintiera que su pregunta tenía poca validez.

Siete se forzó a recordar que no tenía que decirles nada si no quería, pero de pronto se dio cuenta de que quizás no tendría una oportunidad como aquella para sacar el tema. Boqueó. La idea de seguir le había disparado el corazón y sentía las manos frías y entumecidas. Segundos enteros pasaron en los que Siete peleó abiertamente con las palabras, entre el deseo de cambiar de tema o huir, o hablar por fin de lo que llevaba tiempo en el fondo de su cabeza. Quería compartir. De forma desesperada, por encima del miedo. Necesitaba sinceridad con alguien, quien fuera, y perdón. La voz le salió desigual.

- Antes de irme...

Se calló, pausó, se pasó la mano por el pelo.

- Antes de irme hubo un accidente con mi mejor amigo. E... hice algo que no tenía que haber hecho. Y me fui sin que hubiera consecuencias.

Se retorció los dedos, los labios apretados otra vez y el corazón frenético, a la espera.

—El azul no es aburrido —replicó la chica—. Es mejor que el marrón, al menos. Más original.

Sí que era nostálgico hablar de esto con ellos. No era como hablar con Sara o Jonás (y sus estrambóticos peinados), pero… era familiar. Cuando Vampy preguntó acerca de los seres queridos ella elevó la cabeza.

—¡Claro! ¿Cómo no nos van a estar buscando? No llevamos tanto tiempo fuera como para que se olviden de nosotros —contestó, con un tono que no dejaba lugar a dudas de sus creencias, atropellando con sus palabras las del idrino—. Mi padre, mi hermano, mi mejor amiga… Sé que me están buscando, y cuando vuelva a casa seguro que no me sueltan de lo contentos que están de verme —la chica omitió que ella tampoco les soltaría a ellos, pero la modulación de la voz era inconfundible: les echaba de menos tanto que casi dolía.

El idrino, mientras tanto, parecía estar luchando consigo mismo, cosa que llamó la atención de Mónica, quien le miró fijamente esperando a que arrancara. Cuando este empezó a titubear, nervioso, se tuvo que reprimir para no decir un «¡Suéltalo ya, hombre!» y comenzó a tamborilear con los dedos, expectante. Sin embargo lo que dijo Tritón no era algo que Mon se hubiera podido esperar.

—¿Qué hiciste? —preguntó con la voz plana—. ¿Por qué no te quedaste con él?


La chica omitió su última pregunta con auténtico esfuerzo. «¿Cómo pudiste abandonar a tu mejor amigo?».

Los motes:

Tayron esperó respuesta con la mirada clavada en la hombrera del nublino, y mientras este hablaba pasó a observar también el brazal, le pareció que sabía lo que se hacía, en realidad con él siempre tenía esa sensación.
-Mmm- murmuró mordiéndose el labio, había quedado satisfecho con la explicación- entonces es la misma historia, ciudad llena de gloria, una mentira o verdad a medias- dijo- eso queda a gusto de cada uno.

Así que allí los adoraban, rendían culto al poder y no a cualquier otra cosa. La verdadera pregunta era por qué los rocavarancoleses se habían mostrado en Nubla, y no en la Tierra, qué era diferente.
-¿Qué clase de prueba?- preguntó sin discreción al tiempo que ya regresaban, su imaginación en esos momentos volaba y rayaba lo perturbador. Debía de ser dura, porque implicaba la muerte, pero supuso que si también conllevaba asesinato lo habría notado en Barael. Que estúpido, igual se estaba pasando de oscuro- yo no tuve ninguna, ni Dafne, ¿que pudieron ver en nosotros?- no esperaba que pudiera responderle, era algo más retórico que otra cosa. No podía tratarse de habilidades físicas sin más, pues una buena parte de ellos carecían de ellas, Nad por ejemplo, por eso no podía tratarse de una selección por fuerza, o rapidez, tenía que ser algo más complejo.

Cuando pasaron por el patio Tayron dio un último aviso.
-¡Salimos ya mismo!- sus ojos se cruzaron con los de Dafne, que rondaba por allí en silencio, con un único gesto la chica le dio a entender que esta vez se quedaría, el belga asintió y se giró hacia el nublino- pensaba que solo venían a por nosotros y punto, que somos nuestra propia prueba ya superada.