Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

-Si... Mala elección de palabras. -Habló en alto pero simplemente hablaba consigo mismo. -Me refería a lo de querer que Tuétano me reventara la cabeza, la diferencia entre querer eso y hacerlo tú mismo no es muy alta Rad. -Su tono seguía igual de neutro, explicativo, sin emociones de por medio.

-Por supuesto que me importan. -Saltó de repente medio indignado. -Cada vez que alguien muere mi hermano se pone triste y yo no quiero eso. O al menos quiero creer que soy yo quien lo quiere. -Volvió a mirar a la daga, tenía que seguir pensando largo y tendido sobre aquello. Pero no ahora. -Además necesitamos los números para poder hacer algo en esta ruina infecta. Aunque va a ser difícil, aún no tenemos ni la más mínima posibilidad de hacerle algo a Tuétano en la Luna.

Entonces interrumpió Sox.

-Eso es imposible, como mucho me pinchará en una vena y sangraré un poco. -Contestó a Sox de inmediato. Entonces miro a Siete. ¿Preocupación? ¿Miedo? Parecían ambas. Un suspiro salió de él. Miró a la derecha, Charlie sentado expectante y preocupado por si algo pasaba, probablemente para separar a ambos bandos. Barael sonrió, y le dedicó esa sonrisa para intentar calmarlo.

-Lo dejaré simple y claro. Si alguien le pone un dedo encima a mi hermano lo mataré. -Palabras firmes cargadas de seguridad. -Fuera de eso no pienso ni matar ni hacer daño a nadie, simplemente no me interesa, no es como si me agradase matar o cosas del palo. -Acompañó esa última parte con un encogimiento de hombros. La daga se deslizó de su mano a su funda pero su dueño aún estaba alerta.

—La puta diferencia, Barael —remarcó Rádar, en un tono alto y condescendiente—, es que tú me has amenazado por discutir con tu hermano, y lo que yo te he dicho ¡¡HA SIDO DESPUÉS DE QUE AMENAZARAS CON MATARME!!

Apenas registró las entradas de Siete y Sox, cabreado como estaba con las palabras que salía de la boca del nublino. Rádar no llegó a registrar lo extraño que era que a Barael le importaran las muertes solo por cómo afectaban a Eriel, se limitó a mirar al nublino como si fuera un ser nauseabundo surgido de una cloaca infecciosa. En aquel momento ni siquiera era capaz de expresar con claridad todo lo que pensaba por lo que, tras abrir y cerrar varias voces la boca, acabó resumiendo su parecer en una única frase.

—Tírate al pozo.

Tras estas palabras, cargadas de veneno y aversión, el carabés saldría en dirección al patio.

-Que no- repitió una y otra vez mientras hablaba con Dafne. La cabeza de ella apoyada en su hombro, la de él recostada en la fría pared de las mazmorras. Desde allí podía oler a la perfección el pelo sudado de la noruega, el calor que desprendía su cuerpo se le antojaba como un abrazo consolador. Se arrepentía de haberla asustado así- de verdad, no iba a pegar a Eriel, no sé si tengo que bailar mientras te lo digo para que se te grabe a fuego o cómo- una breve pausa- Te quiero- lanzó, casi con prisa. Y la achuchó, ella no opuso resistencia pero el humano imaginó que no sonreía- como un infinito -tono de indignación segundos después- ¿que hay infinitos más grandes que otros?- Dafne se dio la vuelta, con expresión seria en un principio, luego cambiando a un rostro más relajado. Sus ojos verdes lo conviertieron en piedra, su mano se deslizó hacia el bolsillo y le arrebató la navaja con calma. Tayron no hizo nada aún a pesar de que conocía sus intenciones. Probablemente se quedaría con el arma un tiempo- te lo prometo Dafne- sus alientos se fundían, sus narices casi podían tocarse- no iba a pegarle.

Pero entonces siguieron los gritos y las llamas que se ocultaban dentro de él crepitaron. Dafne pareció advertirlo y por un momento ambos callaron para poner atención. Al rato sus miradas volvieron a cruzarse. No podía, no podía escuchar la rabia del carabés y hacer oídos sordos. Y tampoco podía ocultar con los ojos lo que su corazón quería hacer. Se imaginaba a Barael arriba con expresión neutra y el cuchillo danzar entre sus manos y ardía por dentro. Quería quitarle esa semblante con un buen gancho. No permitiría que... jamás lo permitiría.
-Ya lo sabes- anunció seco, ella asintió, intuyendo con éxito de quién hablaba ahora- si toca a uno de nosotros o a ti...- todavía no sabía como gestionar aquel torrente de emociones pero tenía una idea bastante aproximada de cuál sería su reacción. Y se avergonzaba de ello.- te juro que lo mato.
“Lo sé”. Fue su respuesta.
Dafne se incorporó sobre sus piernas y le tendió la navaja de nuevo. Tayron aceptó el contacto gélido del acero en sus manos.
-No has visto cómo nos miraba. Era como si todo el tiempo que ha permanecido con nosotros no hubiera servido para nada- su voz se volvió mas grave, cargada de veneno- lo he mirado y no le he conocido- y aquello le daba más miedo del que reconocería jamás. Tendría que hacer algo llegado al caso. Agitó la navaja entre sus dedos y ella captó el gesto- solo si se le fuera la pinza- paró unos segundos con la atención volcada en ella- solo si fuera necesario.
“Lo sé”.

Sox se quedó estupefacto, la salida de Rad emborronada por el puro absurdo moral que estaba saliendo por la boca del nublino. Que hablase de matar como si fuese nada cuando acababan de leer qué sucedía con una sociedad fundada por gente así, cuando acababan de dar a entender que la vida de aquellos niños no había valido un ápice más que la suya ahora. Como si fuese algo sin consecuencias, cuando habían pasado aquellos tres putos meses luchando con todas sus fuerzas contra la posibilidad de perder a nadie más. Y cuando le habían visto llorando a moco tendido después del susto que se habían dado con Eriel, el maldito hipócrita.

Barael había esperado hasta el final de su amenaza para guardar el cuchillo. El carabés comprendió entonces por qué Siete le había preguntado por sus reflejos con la magia, y una parte de él quería levitarlo cabeza abajo y zarandearlo hasta que aprendiera la lección. Respiró hondo.
Se alegró de que Siete le hubiese recordado que mantuviera la calma. Estaba por encima de eso. Se masajeó una mano con la otra para asegurarse todavía más a cal y canto de que contenía el impulso. No era su lugar castigar a alguien en un lugar que no tenía leyes. Sería infantil y ponerse a su altura. Amenazándoles Barael ya había perdido la razón, se repitió. No tenía que demostrar nada.

—No te lo creas tanto. No eres nada comparado con toda la mierda que hay ahí fuera y podemos pararte los pies —no podía ponerse nervioso y gritarle como Rad, estaría dándole la razón. Con la gente así no merecía la pena debatir. Si uno llegaba al punto de justificar el asesinato, ya había cruzado la línea del pensamiento coherente—. Eres un idiota al que se le va la fuerza por la boca —había pretendido sonar calmado, pero la indignación se le colaba en el leve temblor de la voz—. O eres como los de aquí y vas a terminar igual. No voy a discutir con alguien como tú: no nos dés problemas o pilla puerta.

Mantener en mente todas aquellas justificaciones funcionaba mejor en la teoría que en la práctica, y cuando salió de la vista del nublino Sox no lo hacía satisfecho. La adrenalina contenida le circulaba por todo el cuerpo, sin salida por donde quemarse ahora que se negaba a soltarla con la discusión acalorada que realmente estaba deseando. No. Cortar aquello pronto había sido la decisión correcta, era lo que le habían enseñado. No dar coba y dejar que los que estaban equivocados se hundieran por sí solos.

Le pidió a Siete que le acompañase a otra parte para enterarse de qué diablos había pasado. A fuerza de chocar el uno con el otro Sox tenía un dominio aproximado de los niveles de cabreo de Rad, y prefería dejarlo tranquilo.
—No me lo puedo creer —resopló al oír la historia, una mezcla entre exasperado y abrumado. A decir verdad le había costado centrarse en el contexto, todavía dándole vueltas a la conversación surrealista que acababa de tener lugar. Al menos los demás también habían oído algo de talante similar antes de marcharse. Al carabés le costaba procesar que pudiera haber alguien que pensase así y encima estuviese lo bastante orgulloso de ello como para proclamarlo en voz alta.
—Voy a subir a hablar con Eriel. Tiene que saber esto último —terminó decidiendo—. ¿Vienes?

El nublino no parecía del mejor humor posible para hablar, pero la urgencia por saber qué diablos opinaba de todo aquello le quemaba.
—Eriel, tu hermano acaba de decir que le da igual matar gente pero que no está por encima de pasar a cuchillo a cualquiera de nosotros —dijo sin tapujos—. ¿Esto es normal entre vosotros o qué? ¿Tú que eres su hermano sabes qué le pasa en la cabeza?

Siete sintió el vello de los brazos erizarse. Su mirada se agravó y asintió una sola vez, con una firmeza que significaba que había entendido lo que Barael decía, más que un acuerdo con las palabras. La sonrisa del nublino a Charlie le ensombreció más el rostro. ¿Como de sincero era un gesto así en medio de una promesa de asesinato?  Frunció el ceño en dirección a Rad cuando este respondió con más ladridos y suspiró un poco al verlo salir del cuarto. Se restregó la cara.
Echó una mirada inquisitiva a Sox y fue tras él, después de un último vistazo hacia Barael.  Había escuchado bien aquella distinción, en la que las vidas de los demás estaban calibradas en función de la pena que sintiera Eriel por ellos, y según lo útil que era estar en grupo en vez de solos.

- Rad se cabreó con Eriel cuando él dio su opinión sobre lo que leímos - explicó, en voz baja-.  Lo interpretó como que Eriel justificaba lo que habían hecho Hurza y Harex y le gritó que tu mundo había aprendido y que... No podía entender admirar nada de esto. Eriel se rió, y Tayron empezó a ponerse agresivo también, y Barael debió verlo como una amenaza. Yo también había intentado impedir que escalara. Eriel mismo se explicó después, y estaba siendo una reacción excesiva por parte de todos. Pero cuando Tayron se había unido y Rad seguía gritando, Barael estaba ya con una daga a su espalda - aceleró un poco en aquella parte, como si quisiera chivarse ocupando el menor tiempo posible. La idea de que Barael pudiera estar oyendolos y considerara una afrenta explicar aquello le ponía nervioso -. Me dio la razón y empezó por decir que nos metieramos por el culo nuestra moralidad y que si no podíamos acabar muertos. No fue... No era...  - Siete gesticuló con las manos. La frustración que había sentido transpiró en sus palabras- no era lo que necesitaba el ambiente para calmarse. Eriel se explicó, se disculpó y se fue. Y debió decirle algo a Barael, porque le cambió la cara y el cuerpo. Y estaba jugando con la daga, no se si para intimidarnos. Empezaron a llover amenazas de un lado y otro, y ya viste como estaba Rad. A Tayron lo frenó Dafne. Fue por eso que fui a buscarte.

Siete hizo una mueca ante la pregunta. Estiró los labios, apretados en una linea larga. Sus ojos dieron una vuelta hasta el techo y luego al suelo, evitando a Sox y con ello pensar en subir a hablar con Eriel después de todo. Como si de no hacer contacto visual con Sox, se notase menos que pensaba que era una idea pésima.
- Su—pongo.

Al final, Siete lo seguía en parte por inercia. Ante la duda, la fuerza de carácter del chico lo arrastraba a actuar.  Entró detrás de él, sin saber muy bien que esperar y clavó el pie en el suelo con indignación al oir la falta de delicadeza del carabés.

- ¡Sox! - protestó en voz baja, dandole un toque en el brazo a modo de reproche. Si Sox se giraba a mirarlo se encontraría con la mirada de Siete clavandose de forma acusadora, cuestionando si no había entendido nada del lío anterior y venía a armar más bronca.

El carabés había estado paseando como una bestia enjaulada, con los puños apretados y constantes gritos mentales. Los insultos que vertía sobre Barael habrían aumentado considerablemente el vocabulario de palabrotas de algunos del torreón, cosa que a Rádar le daba igual. El único motivo por el que no se desahogaba en voz alta era que prefería evitar lo máximo posible la posibilidad de que el nublino le abriera las tripas.

Acabó en medio del patio, con la repsiración agitada ante los aspavientos realizados. Todavía se estaba mordiendo la lengua, casi enfermo de rabia, cuando se fijó en que había quedado frente al reloj que marcaba la cercanía de la Luna Roja. La estrella de diez puntas señalaba a la posición que en un reloj de sol señalaría casi las ocho y veinte. El carabés buscó en su memoria la posición que había tenido aquel símbolo el día que encontraron Maciel, y no tardó en encontrarla.

«Ha recorrido ya más de la mitad del camino que le faltaba» pensó, algo fastidiado, solo para darse cuenta un momento después del significado de aquello. Su cara mudó de la irritación que sentía al más puro asombro, con la noción de aquello golpeándole como un tsunami.

«Si la Luna Roja sale cuando llegue arriba... entonces ya ha pasado más de la mitad de la criba». Muchos recuerdos se agolparon en ese momento en su cabeza: un vagón emborronado de confusión, una mazmorras sucias y dejadas, una torre podrida, bichos voladores, un jardín botánico, el loco de una secta, un torreón, estatuas, derrumbe, palacete, hienas.

Y, por último, una discusión a gritos con un fanático y un psicópata.

Rádar se sentó en el suelo, con las manos temblando, acongojado por la impotencia. Se frotó la mitad inferior de su cara mientras miraba con ojos vidriosos a aquel mecanismo que, por un momento, le pareció una cuenta atrás hacia su propia muerte. La esfera escarlata esperaba impasible en la posición de las doce, y al tipo E casi le pareció oír "no te preocupes, ningún nublino será tu verdugo: seré yo quien cumpla ese papel".

«¿Cuánto queda?» se preguntó, todavía arrastrado por sus memorias. «Amenazas, monstruos, magia perversa, heridas, compañeros psicópatas... ¿Cuándo va a terminar todo esto? ¡¿Cuándo?!». Su desesperación le llevó a dar un fuerte puñetazo contra el suelo y, a pesar de que nadie le respondió, Rádar se dio cuenta de que sabía cuánto tardaría la estrella en llegar a la cúspide del reloj. Sabía cuánto  quedaba hasta la salida de la Luna Roja.

«Faltan unos cien días. O algo más... pero no mucho más» comprendió, con la misma extraña intuición que le decía qué hora era. Rádar miraba casi asustado el reloj, aunque el miedo no era por aquel objeto, sino por él mismo. Por los cambios que iba sintiendo y que, conforme pasaba el tiempo, más extraños e inquietantes demostraban ser.

Por un momento pensó en entrar dentro, reunir a todos sus compañeros y contarles aquello, pero la rabia que todavía sentía por lo que había pasado allí dentro se impuso al buen sentido común. El carabés se limitó a abrazarse las rodillas y mirar el reloj con expresión sombría y la mandíbula apretada.

Demasiado temeroso como para fingir estar bien y, sin embargo, demasiado orgulloso como para admitir que no lo estaba.

Eriel estaba tirado encima de su cama meditando las palabras de sus compañeros. Seguía oyendo cosas de abajo aunque no entendía lo que decían por lo que el nublino ignoró olímpicamente aquello.

Ciertamente el joven se había expresado mal pero no creía que Rad se hubiera tenido que poner de aquel mal humor. <<¿Qué rayos le pasa a la gente de este torreón en la cabeza? Primero Rad, luego Tay y después mi hermano. Vale, yo les invité a que me pegasen pero ¿realmente ha sido para tanto? No le veo lógica a sacar una daga entre amigos. Joder, directamente no le veo lógica a llevar una daga encima dentro del torreón>> sus pensamientos eran cíclicos, una vez que terminaba volvía a empezar.

Las palabras de Sox sobresaltaron al nublino que dio un bote en la cama incorporándose.

-¿Qué? - preguntó mientras procesaba lo dicho por el carabés.- Na, sólo debía estar enfadado. Siempre ha sido muy protector, debe haberse alterado al pensar que me iban a pegar - dijo más por convencerse a sí mismo que al resto.

-¿Qué ha pasado? - preguntó curioso.

—¿Qué? —volvió la mirada ante el toque en el brazo. Sostuvo la de reproche de Siete un momento, antes de recordar que le había pedido que no inflamara más los ánimos y retirarla a regañadientes.

—Que esté enfadado no justifica... —se interrumpió a mitad, consciente de lo airado que sonaba. Se tomó un momento para respirar y empezar de nuevo—. Mira, yo he entrado y me lo he encontrado discutiendo con Rad mientras lanzaba el dichoso cuchillo arriba y abajo. Y luego ha dicho tal cual que nos matará si le parece que te hemos puesto un dedo encima, y que fuera de eso "no le interesa" —el desprecio teñía aquel entrecomillado. Aquel detalle sonaba menos natural ahora que tenía que repetirlo en tercera persona. Estaba más atento a la reacción de Eriel que a desentrañarlo, sin embargo.

Siete mantuvo la mirada de Sox con un mohín, y luego se volvió hacia Eriel con aire culpable. La justificación no lo convenció en absoluto, y a falta de poder darle la razón y rebajar el ambiente, se quedó callado el tiempo suficiente para que Sox respondiera.

- Las cosas siguieron fuera de tono cuando te fuiste- añadió con la suavidad posible-. Y creo que no le sentó bien que te fueras, o lo que le dijiste, no lo sé. Pero Rad acabó por marcharse y creo que ya se ha terminado la discusión. - Siete recordó que la intención de Sox había sido explicarle a Eriel lo sucedido, y después de un vistazo al carabés y una vacilación evidente, añadió con resignación:- Sonaba sincero, Eriel. Aclaró que tu felicidad era parte de sus motivos para que todo fuera como es. Eso y el pragmatismo numerico. De una forma u otra la amenaza ha sido más real que el posible puñetazo de Rad o Tayron. Va a crear incomodidad en el futuro.

"Era como una persona distinta" pensó, sin llegar a decirlo. Se preguntó si Eriel también tenía una parte de él oculta, y si en ese caso, no estaban hablando de más.

La informacion proporcionada por el carabés y el idrino abrumó a Eriel sobremanera. El nublino sentía una opresión en el pecho, notaba los latidos atronar en sus oídos y notaba el estómago revuelto.

<<Lo estoy perdiendo, este lugar lo ha cambiado, lo estoy perdiendo...>> y, por segunda vez en poco tiempo Eriel sucumbió a la presión de Rocavarancolia. Rompió a llorar con sollozos quedos, las lágrimas rodando por su cara.

-Es culpa mía - dijo restregándose las lágrimas,- es culpa mía - repitió.- Si yo no hubiera deseado venir aquí él no estaría tampoco. Lo estoy perdiendo, estoy perdiendo a mi hermano.

Eriel se abrazó las piernas sentado como estaba en la cama y apoyó la cabeza en las rodillas.

-No era así, antes de venir aquí no era así - sollozó cogiendo aire para hablar.- Era cariñoso y atento, siempre tenía una palabra amable y una sonrisa. Es éste maldito lugar, si simplemente no hubiese venido ésto no había pasado...

Sox se quedó pasmado. Aquélla no había sido la reacción que esperaba: había anticipado incredulidad, en el peor de los casos que Eriel saltase a la defensa de su hermano contra toda lógica. La información adicional que había dado Siete, que desconocía por haber entrado justo después, se quedó en un segundo plano ante las lágrimas de Eriel.

Ya era la segunda vez que uno de sus compañeros lloraba delante de él de esa manera y el carabés no tenía mucha más idea de qué hacer que en la primera. Pero no podía estar pidiendo siempre auxilio con la mirada a Siete, y sonaba cobarde dejar solo a Eriel con su arrebato, incluso por cortesía, después de haber venido él con intención de hablar.

Carraspeó mientras se preguntaba qué decir, haciendo tiempo aprovechando que Eriel todavía seguía hablando. Entendía la culpabilidad: no se imaginaba cómo se habría sentido él si hubiese arrastrado a alguien que apreciase a un engaño como aquél. Con lo otro se hacía cruces. Era cierto que había visto al nublino siendo cálido, sobre todo hacia Mónica o Dafne, pero no habría sido el primer descriptor que le habría adjudicado. Barael tenía un matiz distante, que hasta el momento Sox había comprendido y respetado. Ahora ya no sabía qué pensar.

—Te engañaron —no estaba seguro del resto, pero por eso sí podía apostar. Una mano dudosa en el hombro—. Es culpa de esta ciudad que vinierais, no vuestra, y ya tenemos bastante sin amenazarnos unos a otros. Por eso hemos subido a contártelo. Sólo te escucha a ti.

La reacción de Eriel cogió por sorpresa a Siete y fue recibida con más incertidumbre. Mientras Sox iba a responderle y ponía una mano sobre el hombro del chico, Siete cambiaba el peso de pierna. Hasta cierto punto, había visto la marea de emociones contenida en el cuerpo de Eriel, pero no hubiera podido prever las palabras exactas ni la reacción concreta. Una parte de él, que ganó el pulso interno, quería consolarlo, por supuesto. Por fin dio dos pasos adelante y se sentó en la cama. La otra parte de él todavía procesaba el vaivén del cuchillo de Barael, y no se fiaba de ninguno de los dos.

- Él...- la palabra se le murió en la boca, en lo que unía algo coherente para decirle-. No- aseguró, más firme-. Sigue siendo tu familia. Estas entre sus prioridades, Eriel.

En otra ocasión habría aconsejado que hablasen entre ellos para resolver la situación, pero no quería que se dijeran nada sobre la conversación.

- Han sido unos meses dificiles, pero un hermano no es más responsabilidad tuya que lo que tu familia o tu gente piense de Rocavarancolia. Es su propia persona y los dos sabíais muchas cosas ya. Habeis venido por la Luna, y sigue estando a vuestro alcance. Es lo que tenemos ahora- dijo, con el tono de quien comprendía que era una realidad desagradable, más que un intento de consuelo. Tocó la rodilla de Eriel sin mucho aplomo, y le ofreció lo último que se le ocurría:-. Tu relación con Barael funciona al margen de nuestra relación contigo y con él. Barael tiene derecho a considerarnos extraños, porque lo somos en muchos sentidos. No quiere decir que os perdais entre vosotros. Seguramente prefiera estar contigo aqui, que cada uno en una parte.

Había un poco de resquemor en ello. Viejo o nuevo, el respeto impuesto a cuchillo bastaba para separar a los dos nublinos del grupo. Era un limite más hostil que una simple diferencia de intimidades y mentalmente, equivalía para Siete a una anotación al margen de que eran intrusos mutuos en la vida de los otros.

Las palabras de ambos no bastaron para terminar con las lágrimas del nublino aunque sí las redujeron. Lo que decían tenía sentido pero Eriel estaba atascado en un bucle del que le costaría salir.

-¿Y si ya no me escucha? - le preguntó a Sox entre lágrimas.- ¿Y si ha decidido que quiere más parecerse a los monstruos de la ciudad que seguir siendo mi hermano? No sé qué hacer...

-Pero... pero... - dijo de forma entrecortada antes de sober los mocos que estaban por caerle.- Yo no quiero que pase nada malo en el torreón, no quiero que por mi culpa sufráis daños a mano de mi hermano. Tengo miedo - terminó reconociendo.

-Tengo miedo de la ciudad, tengo miedo de sus monstruos, tengo miedo hasta de pisar la baldosa equivocada - soltó, y con cada palabra sentía que el peso de su corazón se hacía más ligero.- Tengo miedo de que os hagáis daño, de que muráis, de quedarme solo en este lugar. Empiezo a tenerle miedo a mi propia sombra y ya no sé que hacer. No sé qué hacer con él, en casa nunca había sentido nada parecido.

La mirada de Eriel miraba sin ver, fija en el infinito que era la pared del torreón. Estaba seguro de que Siete y Sox se reirían de de aquello para restarle importancia.

Fue prudente y no interrumpió a Siete mientras consolaba al nublino; debía tener aquello más controlado que él.
—Pero eso no significa que tenga derecho a amenazarnos—sí que se apresuró a añadir una vez el idrino terminó de hablar, no queriendo desviarse del objetivo original.

Apretó los labios y no contestó a lo que le dijo Eriel en respuesta. Todo lo que se le ocurría sonaba vacío, porque precisamente había subido allí con el objetivo de comunicarle aquella misma sospecha: que Barael estuviese paulatinamente poniéndose de parte de la misma ciudad brutal que intentaba diezmarlos todos los días.
Había estado evitándolo hasta ahora por tozudez, pero finalmente aprovechó que Eriel ahora miraba a otra parte para intercambiar una mirada abrumada con Siete. Tenía inculcado a fuego que si alguien lloraba y no se le podía consolar con motivos lógicos solía ser porque merecía estar así. Pero todos los miedos que Eriel había listado eran aterradoramente reales y próximos, y no por ello estaba Sox más cerca de tener ninguna respuesta para ellos. Tardó en contestar, asimilando aquel contraste imprevisto y desagradable. Todo en Rocavarancolia se negaba a obedecer las normas que conocía.

—Tienes que intentarlo de todas formas —las palabras le supieron pesadas y faltas de imaginación en la lengua, pero eran las únicas que también le sabían a verdad—. No puede ir sacándole cuchillos a la gente por ti sin que dés permiso. No puede hacerlo y punto —se corrigió enseguida—, pero al menos puedes hacer que deje de usarte de excusa. Y si de verdad le importas tanto como va diciendo por ahí, dejará de hacerlo y ya está.

>>Él es solo uno. No nos va a hacer daño —en aquello sí que creía firmemente cuando intentó tranquilizar a su compañero. Pensaba solamente en el cuchillo, olvidando la magia que no solamente acudía con más facilidad a Tay y a él—. Entre todos podemos mantenerlo controlado, pero si te digo la verdad prefiero no tener que andar por el torreón con la paranoia encima—reconoció. Con la historia que habían leído tan reciente en su memoria, más rechazo sentía ante la idea—. No quiero caer en el salvajismo de la gente de aquí. No somos animales —tenía que existir una forma civilizada de resolver aquello.  

El miedo a la ciudad abarcaba mucho más: no solo lo que ya habían pasado sino lo que aguardaba agazapado en todo lo que desconocían sobre aquel lugar. Sin saber por qué Sox sintió un mordisco de remordimiento al oír nombrar la baldosa. Había intentado apartarla de su mente, pero no engañaba ni a Eriel ni a sí mismo: nada espantoso había ocurrido, pero podría haberlo hecho.
—Hemos salido en grupo de cosas de las que no habríamos salido vivos en solitario —se esforzó en recordar en su lugar a las hienas, a Tuétano. Sus dudas sobre si formar parte de un equipo durante la primera noche se le hacían risibles ahora. Con lo poco que conocía sobre Rocavarancolia le bastaba para saber que no habría aguantado vivo ni una semana por su cuenta—. Estamos sobreviviendo. Eso es que podemos ganarle partidas a este lugar.
Si no se hubiesen aliado todos estarían muertos. Necesitaba creerlo, que estaban marcando alguna diferencia en lugar de estar retrasando lo inevitable.

Siete se quedó callado, incapaz de dar respuesta a miedos que compartía. Escuchó las palabras de Sox, por tanto, como si se las dijera también a él, con la mirada clavada en las sabanas de la cama de Eriel. Apretó la mano que tenía sobre su rodilla y buscó luego la cara llorosa del nublino. Probó a retirar las lágrimas con el dorso de su mano.
- ¿Qué quieres que hagamos, Eriel? ¿Te dejamos solo? ¿O prefieres estar acompañado?

Pasaron dos semanas más. Igual de rutinarias pero con cierta agitación.
A Tayron se le quitaron los morros pronto con Eriel. Su situación le provocaba cierta empatía, pero no se engañaba. No es que lamentara todo lo que le dijo, seguiría en sus trece porque el belga era de los que continuaba hasta donde fuera con su opinión si creía que era cierta.
Encontraría el momento oportuno para hablar con él. No era de esas personas. Lo que el resto decidiera se la sudaba bastante y de hecho no estuvo especialmente atento a los movimientos de sus compañeros en los últimos días. Pero no era capaz de echar la cruz tan rápido, sobre todo cuando su boca no pronunció amenaza alguna.
Con Barael era distinto. A ese ni agua. El humano se esforzó por no encontrarse con él lo máximo posible. Y tampoco demostró miedo, más por despecho que porque no lo tuviera. No es que creyera que pudiera llover sangre en cualquier esquina. Pero siendo sincero... a medida que la Luna se acercaba la seguridad dentro del torreón daba mucho que desear.
Tuvo charlas con Dafne, y por supuesto con Rad al sentir que compartía su posición. Le venía bien contar con dos pares de ojos más que no fueran los suyos para vigilar al mayor de los nublinos.

Seguía echando de menos la ausencia del otro grupo, sobre todo en momentos como ese. La magia conseguía distraerle e incluso despertar motivación y una pizca de ambición, pero nada como charlar con la gente cara a cara. Sí que estrechó más lazos con Charlie, puede que por su personalidad risueña que le sacaba sonrisas cuando no quería sonreír. Tay no era tan bueno calando a la gente como podían serlo otros macieleros, pero el estadounidense pertenecía a ese pequeño grupo de personas que daban lo que eran con rapidez y transparencia. Sin medias tintas. Se envenenó de esas ganas de parecerse un poquito más a él cuando junto con la noruega se ofreció como conejillo de indias para la levitación, la cual, empezaba a manejar con demasiada naturalidad.
Además... estaba el hecho de que era un hechizo muy práctico para parar los pies a quién te sacara una daga de la nada.

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Aquella noche se despertó con el sudor frío recorriendo su rostro y la zona de la almohada donde debía estar su cabeza empapada. Sus ojos de par en par analizaron el cuarto con ojo crítico. Miró a Dafne, que parecía estar en un mal sueño y se levantó sin siquiera demorarse en ponerse algo encima de los calzoncillos.
Era aquello otra vez. No pasaba continuamente. Pero algunas noches se sentía observado. Noches como aquella.
-Ni puta gracia- le echó valor por primera vez desde que el fenómeno empezó a manifestarse de madrugada. Siempre cuando la oscuridad coronaba Maciel y nunca de día. Curioso, curiosamente preocupante. Porque se estaba asustando de verdad- ¿hay alguien ahí?- resonó su voz en la oscuridad con la única respuesta de los muros al amortiguar sus palabras. Le habría molado la idea de pensar que se lo había imaginado, que nadie lo observaba. Que solo estaba haciendo el gilipollas como se suele hacer en las películas. Pero no era así. Fuera lo que fuera no cesaba- como me estés gastando unas bromita te voy a echar de comer a los pájaros- seguía diciendo, pero aún en voz baja.

Y entonces se le ocurrió y los vellos se pusieron de punta allá en la nuca. La imagen del nublino quieto en la oscuridad se coló en su mente y una vez dentro era imposible deshacerse de ella. Casi veía la daga relucir en las tinieblas y esa... esa indiferencia en su rostro. Sin duda era lo que más le hacía temblar. Ese careto impasible ocultado en la noche.
-Daf...-llamó, la urgencia en su voz. Silencio. Fijó la vista en la puerta de la habitación que se encontraba abierta pero no logró distinguir figura alguna- Daf...- revolvió su ropa que estaba acumulada al lado de la cama y se hizo con la navaja- Daf... joder- avanzó al umbral- coño, como para que entre un asesino y me destripe, es que seguirías en el séptimo sueño tan tranquila- sabía que era más inteligente investigar en silencio que hablando, pero hablar le hacía olvidar el miedo y le proporcionaba cierto valor. Y hasta él mismo se definía más valiente que inteligente.

No dio con nada sobrenatural ni con Barael y una máscara de Jason en la cara al salir. Eso lo habría dejado en el sitio. En cambio fue una sombra apenas perceptible la que encontró al belga en ropas menores en los pasillos y blandiendo una navaja como si se tratase de la espada del mismísimo Arturo.
-¡Me cago en tus muertos!- alzó la voz asustado cuando aún no reconoció a Rad. El sobresalto mandó su única defensa al suelo con un leve golpe metálico. Si el carabés era capaz de ver en la oscuridad reconocería a Tay con la mayor mueca de pánico en su cara como si hubiera visto al propio demonio.

No quiso hablar con nadie más ante de irse a dormir, y a Barael no dirigió ni una mirada. En esos momentos la mente de Rádar se encontraba en un estado que superaba en varios pasos la hipertensión, el temor y la preocupación, y lo cierto es que no era capaz de preveer cómo iba a contestar a nadie. Eso le llevó a optar por el silencio.

Los siguientes días la vigilancia acabaron por sustituir al penoso estado mental en el que había acabado aquella tarde. Vigilancia hacia Barael, en secreto, tal y como le había sugerido Tay. Vigilancia hacia los peligros de Rocavarancolia en las salidas a por comida, en una de las cuales vieron otra vez a Tuétano. Su vista le dejó con un ánimo funesto el día entero. Aquel engendro volando se parecía demasiado a un ave carroñera.

También se vigilaba a sí mismo.

Rad seguía notando cómo su capacidad de medir el tiempo mejoraba, aunque apenas notó cambios en aquella aparente habilidad para saber cuánto quedaba para la Luna Roja, más allá de un cierto afinamiento. Minúsculo en comparación con poder medir los minutos, cuya mejoría notaba con cada vez menos días de diferencia. Pasar de poder medir las medias horas a los cuartos de horas le había llevado tres semanas. En esta ocasión, de vedir de diez en diez a medir de cinco en cinco le llevó poco más de una. Y pocos días después ya era capaz de afinar a dos o tres minutos.

Al carabés le preocupaba lo que podía significar estos cambios, y pronto vio su obligación de decírselo al resto. No podía, sin embargo, no con el ambiente como estaba tras lo que había pasado. Nunca parecía el momento, y su propio deseo de no interactuar con Barael se lo impedía. Una vocecilla insidiosa no paraba de repetirle su irresponsabilidad, y por una vez en su vida Rádar tuvo que aceptar que así era. Estaba siendo un absoluto irresponsable, eso era cierto.

Debía dejar de serlo.


No solía tener problemas con dormir las ocho horas del tirón, ni siquiera en Rocavarancolia. Años y años de condicionamiento, horarios y rutinas eran difíciles de perder, y esa era otra cosa que agradecía al mundo en el que había nacido.

A veces, sin embargo, no era así.

De vez en cuando bebía demasiada agua por la noche, había poco tiempo entre su cena y dormirse. Apenas le había pasado en Carabás. En Rocavarancolia, donde los horarios importaban menos, le había pasado alguna vez más. De forma muy sutil su cuerpo empezaba a perder el condicionamiento carabés.

El tipo E se había levantado hacia el baño cuando escuchó un grito repentino. El embotamiento cerebral de haberse acabado de despertar apenas le permitió darse cuenta de nada en el lapso que hubo entre observar la otra silueta y oír el grito.

—¿Tay? No grites, que vas a despertarlos a todos —el carabés reprimió un bostezo y se frotó algo los ojos, intentando abrirlos del todo—. Son las una y cincuenta y siete de la madrugada, ¿qué coño haces despierto?

A pesar de la palabrota en la voz de Rádar no había rastro de veneno ni de dureza, solo un sueño casi infinito.

Sueño que se esfumó un instante después, cuando se dio cuenta de qué le había dicho al humano.