Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

Sox sabía lo rápido que funcionaba la magia curativa, pero nunca la había visto funcionar de esa manera en directo. Nadie de su círculo cercano había sufrido ningún accidente grave, y el carabés procesó en silencio cómo Mónica se levantaba con cuidado, completamente curada. Sujetaba el anillo, con cuidado infinito para no tocar la piedra, en una mano. Dio un respingo interno ante la idea de Eriel, su cerebro arrancando de nuevo. "Claro." Ahora que sabían que funcionaba, había infinidad de conclusiones que sacar.
—Sí —corroboró a Tay. Era la única conclusión posible—. Esperad, voy a hacer la prueba.

Los días pasaron a caballo entre el tedio y el dolor, aunque este parecía menor. Sin otra cosa que pensar, Rad se había preguntado muchas veces si realmente sufría menos o simplemente se había acostumbrado a aquella miserable agonía. No pudo encontrar ninguna respuesta. Y, por primera vez en su vida, no deshechó aquella pregunta imposible de contestar. Por el sencillo motivo de que no podía hacer otra cosa.

Estar convaleciente, necesitando ayuda hasta para alimentarse, le ponía de los nervios. El carabés siempre había apreciado su independencia, su capacidad de no ser una carga para nadie. Sabía que era perfectamente racional su pasividad en su estado actual: de hecho lo irracional habría sido intentar seguir como si nada y acabar peor por simple estupidez. Aun así años y años de condicionamiento provocaban que estuviera nervioso y taciturno, enfadado con todo aquello.

Había dormido poco y mal aquellos días, y no solo por el dolor. Su cabeza, al cerrar los ojos, se llenaban de aquellos instantes. Cuando llegaba el sueño solo lo recibían sombras y colores angustiosos y torturantes.

El grito de Mónica le heló la sangre en las venas, por el parecido con el de Barael. Su cerebro captó en seguida el parecido entre ambos, pero su consciencia fue incapaz. Su vista se nubló y volvió a caer decenas de metros. Otra vez sintió el cuerpo destrozado y escuchó gritos a su alrededor. Por un segundo le pareció respirar humo y polvo.

Se agarró fuerte al sofá, con un grito de terror que no llegó a sonar atascado en su garganta. Al volver la cabeza vio cómo Sox aparecía por los últimos escalones. Intentó incorporarse, sin demasiado éxito. Un rictus de dolor cruzó su cara, pero se vio rápidamente sustituido por el terror.

—¿Qué ha pasado?

Todo el miedo que podía sentir estaba perfectamente condensado en aquella frase corta. Su compatriota, sin embargo, solo tardaría unos segundos en cambiar esa emoción por la esperanza, tan pronto como le explicara lo del anillo.

En cuanto lo escuchó Rádar alargó con toda rapidez su brazo derecho para tocarlo. Cuando vio que no pasaba nada su ánimo volvió a desplomarse. La espalda, tras aquel esfuerzo, le envió dolores redoblados, como si también estuviera quejándose de aquella decepción.

—¿Cuánto... tarda en cargarse?

Tenía los dientes apretados y los ojos cerrados. Le picaban, las lágrimas querían salir, pero Rad no pensaba dejarlas.

Había bajado las escaleras al trote por las prisas de comprobarlo, y tan concentrado estaba pensando en ello que no comprendió al principio el miedo en la voz de Rad. Sonaba casi alienígena viniendo de él, y contagió al propio Sox con la aprensión que aún anidaba en él dos días después, enroscada en algún lugar de su pecho al acecho de cualquier momento que volviera a hacerle sentir amenazado.

Intranquilo, le miró ceñudo durante un momento hasta que cayó en la cuenta de los demás no tenían por qué saber por qué Mónica había gritado. La respiración que liberó fue más aliviada de lo que habría estado dispuesto a admitir.
—Mónica se ha curado —dijo sin tapujos. Alargó el anillo para que Rad pudiera verlo, pero su compañero ya estaba alargando la mano a su vez. Mejor, no hacían falta explicaciones innecesarias. El E podía caerle como fuera, pero al menos hacía conexiones rápidas. No se llegaba arriba en las teóricas si no.

Resopló despacio ante la falta de resultados, exhalando la decepción de forma controlada. ¿Qué otra cosa había esperado acaso? Todo ese tiempo ni siquiera había dado señales de funcionar.
—Tengo que hacer cuentas. Como mínimo dos días —era lo que llevaban recargándolo... de la forma que fuese.

Sin intención de retirarle a su compatriota la dignidad de procesar a solas su invalidez alargada, Sox regresó al piso de arriba más despacio de lo que había bajado. La ausencia de gritos en el piso de abajo había anunciado ya los resultados antes de que él los dijera.
—Nada —comunicó de todos modos. Sus dedos tamborileaban abstraídos contra el engarce de la joya —. Hemos debido recargarlo lo justo para un solo uso.

Siete observó con el aliento contenido a Sox haciendo la prueba con su compañero. Sintió alivio cuando no hubo más gritos, y después, culpabilidad. Rad estaba herido, necesitaba aquello. Con dos arranques de cobardía egoista en menos de diez minutos, el idrino se daba asco a si mismo. Se mordió el labio. Agitó la cabeza. Todo estaba bien, el anillo no les iba a matar, los gritos se terminarían, y las vidas de los demás iban por encima de su comodidad, tenía que olvidarse de las reticencias. Se pasó las manos tras las orejas, e inspiró lento.
Dos días. Eso significaba cuatro para que Rad y Eriel salieran de la convaleciencia. Siete era incapaz de decir en ese momento si le parecía poco tiempo o muchisimo. Siguió a Sox, ordenandose a si mismo recuperar la compostura.  

- ¿Que hacemos ahora?- preguntó, con los ojos yendo y volviendo entre Mónica, Eriel y Sox- ¿Hay que ponerselo?

No había probado personalmente la reacción que daba el anillo, pero le bastaba mirar a otros para mantenerse alejado. Esta vez, con la duda patente en la forma en la que estiró la mano, casi como si lo estuvieran agarrando, puso la palma para que Sox se lo cediera.

Mónica no se encontraba muy bien. Todo su cuerpo temblaba, tenso todavía, y aunque ya no sentía dolor físico la angustia la atenazaba sin saber muy bien el porqué. Cenizo le dijo algo, T-Fichas también pero ella no podía escucharlo bien ya que el pitido no remitía. ¿Palabras de consuelo, tal vez? Sollozó otra vez sin querer.

“Estoy curada” pensó, pero todavía no se lo creía.

Mónica trató de respirar hondo, intentando desvanecer la sensación de náusea. Vampy había ido a ver si podía curar a Mandón, pero no hubo gritos. O el carabés tenía una resistencia maravillosa o el anillo había vuelto a no funcionar, se dijo Mon apoyando las manos sobre las rodillas y agachando la cabeza.

“Estoy curada” se repitió, intentando sentir alegría. Pero la náusea no remitía. ¿Por qué curar con tanto dolor? ¿Por qué hacerlo una tortura? “La gente de aquí está loca. Loca de verdad. ¿Por qué sólo quieren sufrir y hacer daño?” se preguntó, pensando ahora en el que había matado a Nad.

Mientras Mónica trataba de respirar hondo Vampy había subido para decirles lo que ella ya sabía por el silencio del torreón: el anillo no había funcionado. Cuando Tritón propuso ponerse el anillo de nuevo la chica levantó la cabeza de golpe, como si hubieran activado un resorte. La cara pálida, los labios temblorosos, los ojos muy abiertos: la viva estampa del miedo. Un acceso nuevo de náuseas le sobrevino y esta vez supo que no podría contenerlo.

Mon saltó de la cama y bajó a toda velocidad hacia las letrinas. Sin embargo, no llegó a tiempo: las arcadas la sorprendieron en el patio y la chica cayó de rodillas mientras vomitaba bilis.

—Estoy curada —esta vez sí sonrió, arrodillada sobre el suelo de tierra. Después rompió a llorar.

Los motes:

No funcionó, chasqueó la lengua en un gesto de desaprobación. Estaba claro que todo no podía ser tan fácil, necesitarían más tiempo para que Rad y Eriel se recuperaran. ¿Pero quién iba a cargarlo? ¿Y todos podían hacerlo? Porque en su mundo no había magia, y eso hacía que en momentos como ese se sintiera inútil.
-Pues ya sabemos qué toca- lanzó al aire con un nudo en la garganta. Él  estaba dispuesto a ayudar, sus compañeros lo necesitaban y no iba a darles la espalda- lo suyo es que todos arrimemos el hombro, podemos rotar en orden o no pero cuanta mas gente se apunte menos tiempo hay que llevarlo- eso suponiendo que todos generaran el mismo efecto en la joya, en lo que a él respectaba creía que en su caso sería inútil, pero tenía que intentarlo, de todas formas si conseguían volver a hacerlo funcionar nunca se enteraría de si habría aportado algo o no.

Mónica le puso nervioso en segundos cuando Siete se pudo el anillo, y aunque la llamó varias veces por su nombre dudaba de que lo escuchara siquiera. Bajó con rapidez, asustada.
-Ay...

Le pasó el anillo a Siete cuando lo reclamó. Sox había dispuesto de tiempo de sobra para hacer pruebas con él. No había esperado realmente que sucediera nada cuando lo habían probado con Mónica, pero ahora que podía pensarlo en frío tras el sobresalto se daba cuenta de que no significaba otra cosa que buenas noticias.

—No hemos hecho nada raro con él estos dos días—contestó al idrino—. Así que el detonante para recargarlo es o ponérselo o tocarlo, y que el mecanismo de seguridad se active cuando te lo pones es una pista muy clara —resopló al final de la frase, tomándose un momento para asimilar que ahora sabían cómo funcionaba, que iban a poder explotarlo y curarlos a todos. Por fin, por fin algo les salía bien. Una parte supersticiosa de él contenía aún la respiración, como teniendo gafarlo si lo celebraba en voz alta. La suprimió al oír a Tay, y asintió conforme—. Hemos tenido mucha suerte. Cuando os reunáis todos a cenar deberíamos contárselo al resto y organizarnos—salvo Rad, los demás seguían teniendo la manía de comer todos juntos a la misma hora de reloj. Verles ahí reunidos siempre le ponía nervioso, como si estuviera faltando a una clase.

Mónica casi le atropelló en su carrera fuera de la habitación. Al principio Sox creyó que iba al cuarto de baño a lavarse, pero el "ay" de Tay al asomarse le informó de que se trataba de un imprevisto.
—¿Qué pasa? —quiso saber. No esperó a la respuesta y fue a reunirse con él. Al asomarse al patio dudó sobre qué hacer. Habían tenido ya demasiadas, pero todavía no sabía cómo tratar con lágrimas. "¿Estás bien?" le parecía una pregunta estúpida, teniendo en cuenta que acababa de echar el desayuno. Pero el vómito no iba a limpiarse solo del suelo, y  Mónica parecía haber dejado claro hacía mucho que parecer débil por llorar se la sudaba. Terminó por acercarse.

—La bañera está libre, por si la quieres —dijo de forma rígida, sin introducción. Era lo único que se le ocurría que pudiera hacerle ilusión. No quería agacharse a su lado por si tenía que hacer algo más que dar palmaditas de consuelo, y de eso sí que no tenía ni idea. Se quedó de pie junto a ella, incómodo—. Si tú subes los cubos, nosotros limpiamos. Y así compruebas que estás curada del todo.

Siete cogió el anillo, mirandolo fijamente. Sox había confirmado que habría que ponerselo para poder curar a otra persona.
Oyó entonces el sonido de los pies de Monica en el suelo y levantó la mirada rápido, siguiendola con la cabeza en un intento por inercia de leer el motivo. La carrera era suficiente para preocuparse y bajó con el resto a buscarla. Se metió el anillo en el bolsillo mientras bajaba las escaleras. El olor del vomito de Monica fue lo primero que notó cuando llegaron al patio. Ácido y amargo y parte de los recuerdos de Siete, tejido entre el olor a sangre y a polvo, y dentro de su boca. Los segundos en los que se quedó quieto bastaron para que Sox hablara primero, y Siete continuó mirandolos, sintiendose inútil. Cuando entendió que no hacía falta allí dio media vuelta y se fue a un sitio apartado para hacer lo que podía.
Se lo puso de forma torpe y dio un grito de sorpresa, que contuvo por una mezcla de vergüenza con que sentía que no debía alarmar a nadie. Apretó la mano contra el pecho. Quería quitarselo, era la unica cosa que se le pasaba por la cabeza, y se hundio las uñas para reprimir el gesto.  Era un cobarde. Estaba mejor que los demás, y habia estado a punto de huir otra vez. Habia salvado a Sirce, para luego abandonarle. Lo habrían condenado a muerte, pero seguía vivo. Siete se había puesto el anillo no tanto para redimirse como para aceptar un castigo. Fue un intento fallido de reunir fuerzas, porque tuvo que arrancarse el anillo de la mano con un jadeo. Lo devolvió al bolsillo sintiendose miserable.
Las emociones desfilaban por su cara mientras volvía al salón. Frustración y ganas de llorar reprimidas. Una especie de pataleta infantil que luego casi pareció desesperación y se asentó en un ceño fruncido y los labios apretados, como si todavia sintiera el anillo puesto. Escuchaba de fondo los sonidos de los que iban y venían por el edificio, pero estaba pensando en las cosas que no le había dicho a nadie.

Eriel sonrió abiertamente cuando vio a Mónica saltar de la cama. Aquello significaba que estaba totalmente recuperada. Alegre por su recuperación y porque el anillo funcionara el nublino se olvidó por un rato del dolor.

Pasaron otro par de días en los que no sintió bajar la frustración pero la combatía con una cuenta atrás para su propia curación. Por supuesto sabía que Rádar tenía que ir primero, él estaba peor. Con eso en mente se tragó todo el malhumor y la frustración.

Tras saber que el anillo funcionaba bien sus sueños también mejoraron y pudo dormir algo mejor, cosa que también ayudó.

El día que nos ocupa Eriel estaba tumbado en la cama deseando no por primera vez tener algo a mano que leer. Nunca había sido un gran lector pero en esos momentos habría dado lo que fuera por algo de entretenimiento gratuito.

-El día de hoy se presenta aburrido hasta el punto del tedio - se dijo a sí mismo mientras se resignaba a seguir tumbado en la cama.

Llevaba otro oxidado cubo con agua por las escaleras. Oxidado claro, el metal del asa era frio y duro. Ya era el cuarto cubo y con este vino algo desagradable, na ampolla surgio en sus delicados dedos.
La séptima ya.

Odiaba las labores físicas. No eran sino pesadas y atrevidas, al contrario que el coser, que era trabajo divino que requeria precisión y paciencia.

Fahran habia llenado el cubo hasta arriba, encharcando allá a donde fuera, a lo largo de la escalera, en el patio y en el baño, acabó por descubrir que el sonido de aquel cubo y sus pies chapoteando le daban dolor de cabeza.
Y, además, el agua era bastante rara. No tenia color ni textura. Pero quizas, lo más irritante, era aquel sonido de goteo constante, que, canto más se prolongaba, más se sentia enferma.

Suspiró audiblemente mientras que volcaba el cubo en la bañera. De vuelta en casa, habria llenado su lujoso baño de agua al menos tres veces para filtrar la suciedad en ella antes de si quiera mojarse el dedo meñique. Y ahora, se tenia que rebajar en algo que no podria calificarse de otra forma que aguas residuales. Ni el emperador mismo sabia que infestaba este agua trasparente.

Al menos, por ahora, todas sus necesidades básicas habian sido satisfechas.
O eso pensaba, temblando mientras se desvestia. Habia comido. Habia sido hace pocos dias, cuando Fahran habia tenido que empezar a regularmente tragarse su orgullo y acompañar a los crios en las salidas a por comida.
Considerando lo que les habia pasado aquella vez, sabia que sola no podia ir. Cualquiera que fuera aquello que les esperaba allá fuera, que se comiese a otro que no fuese ella.

Y, por supuesto, no habia hablado con ninguno de ellos. Su envite del dia en el que habia llegado se encargó de ello, justo como habia planeado. Andando en grupos, Fahran todavia seguia sola.

Lentamente, introdjo un pie en el agua helada de la bañera y luego el resto de su cuerpo.
Y así era necesario, si queria sobrevivir aquel lugar, debia mantener las distancias con aquella gente circense con la que convivia.
Justo el otro día, encontro una escena grotesca: Con lo que solo podria describir como un juego de mutilación, le cortaron el pelo a una de las chicas, con una alegria macabra y sonrisas plasmadas en sus rostros que claramente dejaban claro quienes eran.
Se le retorcia el estómago tan solo de recordarlo.

No, esta gente no era el tipo de compañia que anhelaba. Partiendo del imprudente mocoso que se creia protagonista de una pelicula, pasando por el agresivo e idiotico pájaro parloteante y la chica que tan felizmente se dejaba violar y mutilar así.
Si, estar sola en esta situacion era lo mejor.

Mónica temblaba todavía mientras se levantaba, limpiándose la boca con el brazo. Se dio la vuelta rápidamente cuando escuchó la voz de Vampy tras ella. Rápidamente, avergonzada por su reacción, se pasó las manos por la cara para secar las lágrimas, y cuando levantó la vista observó cómo Tritón se marchaba silenciosamente.

—No estaba llorando —dijo con voz desafiante a pesar de la mentira fragante que estaba diciendo y de lo fácil que podría ser echarla abajo—. Estoy curada —repitió haciendo otra vez pucheros sin poderlo remediar—. Y no. Yo limpio. Después bañera, ahora limpiar.

Se negó a ser ayudada. Limpió ella y tuvo que parar porque si seguía acabaría limpiando todo el patio. Después se escabulló de nuevo a los dormitorios y rescató del escondite donde las había metido una de sus adoradas pastillas de jabón. En ningún caso, si se cruzó con alguien, abrió la boca. Estaba perdida rememorando una y otra vez la tortura de la cura. Todavía en la bañera, mientras comprobaba que realmente no le quedaban heridas sino alguna que otra cicatriz, mientras se envolvía en capas y capas de espuma, se estremecía de cuando en cuando, sacudida por un sollozo solitario.

Y por las noches a las pesadillas de Nad se les unió el dolor que había sentido con la cura cuando la niña-monstruo conseguía acabar con ella. No fue inusual ver a Mon sentada en el salón o asomada al patio a altas horas de la noche simplemente mirando al vacío, aunque si alguien se unía a ella simplemente se escabullía tras mascullar alguna excusa buscando la soledad. Y bajo ningún concepto se la había visto en la misma habitación donde estuviera el anillo. Mónica se sentía ligeramente mal por no ayudar en eso, pero no era capaz de enfrentarse a esa cosa de nuevo.

Al segundo día de su cura la chica por fin estaba más animada: comenzaba a sentirse de nuevo a salvo en su cuerpo y tenía ganas de hablar con la gente. Esa mañana, al salir de la bañera y tratar de desenredarse el pelo (que estaba ya mucho más largo de lo que había estado cuando llegó a Rocavarancolia) se le ocurrió una idea peregrina: “¿Y si me corto el pelo a lo Mulán?”.

La madrileña, mientras le daba vueltas a la idea, decidió bajar al patio. No estaba sola: Tritón y Vampy también estaban allí.

—Hola. ¿Sabéis? Estaba pensando que hoy es un día genial para cortarme el pelo. Me aburro un poco así que por qué no, ¿no? —les sonrió sacudiendo la melena, todavía empapada, enviando gotitas de agua por todo el suelo—. ¿Queréis echarme una mano? Quiero probar una cosa que vi en una película en mi mundo: “el corte a lo Mulán”.

Los motes:

Sox alzó las cejas, sorprendido muy favorablemente.
—Muy bien —el peso que sintió de golpe retirado de sus hombros no era solo por la entereza de su compañera. Mónica había mostrado durante aquel momento una actitud muy carabesa, a la que no le costó nada responder. Reconfortado sin saberlo por dicha familiaridad Sox caminaba con paso más ligero cuando regresó al interior del torreón, sin intención de desmerecer lo que había dicho la madrileña ofreciéndole ayuda.

A la noche pusieron en común con los demás lo que habían aprendido del anillo, e iniciaron un reparto tentativo para cargarlo a lo largo de los siguientes días. Sox esperaba que ahora que sabían cuál era el detonante y ya no tenían que perder el tiempo el proceso fuese más rápido. Aquel torreón podía ser un refugio, pero no un hospital.

En aquellos cinco días que habían transcurrido desde aquella excursión desastrosa tuvieron que salir a recoger las armas y los materiales que habían dejado atrás, y otra vez para reponer las provisiones. Sox advirtió que la nueva había terminado por tragarse el orgullo y apuntarse a las salidas. Se agradecían los efectivos nuevos ahora que el grupo había quedado tan mermado, y el ambiente era notablemente diferente. Al regresar a las cercanías de la brecha a la que habían caído la tensión se podía cortar con un cuchillo.

Salvo aquellas excepciones puntuales, Sox había gastado los dos pasados días en pasar a limpio los hechizos de los apuntes. Parte de la libreta había quedado en blanco y eso significaba que disponían de material para escribir. La versión transcrita prescindía de los dibujitos, los colores (de los que no disponían de todos modos) y solo dejaba lo imprescindible para memorizar. En recuadros limpios al lado de cada paso Sox había escrito trucos mnemotécnicos que le habían ayudado a memorizar determinadas partes. Normalmente no prestaba apuntes, pero aquel lugar estaba lejos de ser normal. Cuanto más rápido los aprendieran todos, mejor.

Había estado alternando aquello con encontrar una forma de desactivar el maldito sistema de seguridad del anillo, para que no doliera como mil demonios cada vez que se lo ponían. Hasta ahora no había logrado éxito alguno, y cuando Sox sentía que estaba perdiendo la paciencia se había entretenido en fabricar unas tijeras, harto de que en aquel torreón tuvieran que apañarlo todo a base de cuchillo. Había cogido dos espadas de tamaño ridículo que había encontrado en la armería (también había encontrado por alguna razón dardos, cerbatanas y arcos de tamaño diminuto), había roto las hojas para separarlas de sus miniempuñaduras y las había encajado en dos piezas de madera que había tallado para poder encajar los dedos. Había hecho romos los filos externos y pulido los internos hasta que, al hacer la prueba sobre papel, estuvo satisfecho con el resultado. Since le había ayudado durante el proceso y el carabés tuvo que reconocer que trabajar sobre algo, lo que fuera, le relajaba. Sin advertirlo sus prioridades se iban inviertiendo, la impaciencia borboteando dentro de él cuando estaba parado delante del texto de los apuntes y no al revés. Nada de lo que había estudiado le había servido para nada allí. Ejercitarse y mejorar sí. El dolor de su muñeca al moverla estaba remitiendo a grandes pasos y estaba esperando el momento de poder volver a practicar con la ballesta de nuevo.

Aquella noche no había dormido bien, y se le había ocurrido la peregrina idea de que el dolor del anillo de los cojones podría servirle al menos para despertarse de golpe, a modo de cubo de agua fría. Se arrepentía profundamente, y primero Siete y después Mónica le habían encontrado en el patio, pagando su estupidez con agua helada para quitarse el dolor fantasma de la mente.
—Vale. Así probamos las tijeras —aceptó intrigado. Nunca se había parado a pensar en ello hasta entonces, pero tenía todo el sentido del mundo que cada mundo tuviera su propia estética y ahora le picaba la curiosidad—. ¿Qué es eso?

Siete tenía tiempo para pensar, dada la cantidad de horas en las que se encontraba sin nada en lo que ocuparse, y en silencio. Aunque sacaba conversaciones con los heridos, entre idas y venidas buscando comodidades o arreglos que hacer para ellos, otras veces, sentado cerca, solo hacía de compañía silenciosa. Oscilaba entre sentir consuelo y calor con las presencias de los otros, y el frío de tener secretos. Tenía práctica ya en el aburrimiento de estar solo y sin tareas, y la mente iba de una cosa a otra de forma fluida. Un recuerdo de cuando era niño, pensar sobre uno de los que vivían con él ahora, o sobre las diferencias entre las ropas. Había mucho en lo que fijarse que no tenía ninguna consecuencia, pero el amargor teñía sin querer la mitad de sus ideas, y se le veía en la cara.

Había aceptado con naturalidad que sus compañeros mentían más de lo que habían dicho, aunque hubieran sido sinceros cuando le afirmaron lo contrario. No sabía si era porque aquella ciudad arrancaba un impulso infantil de protegerse de la verdad, o porque era una forma de humor compartido, o de costumbre. Habían soltado cosas tan flagrantemente incongruentes que solo se podía hacer consciente de que nadie iba a confundirse con eso.
Solía ser sobre estar bien, y Siete quería preguntar por qué. La debilidad que odiaba de si mismo no tenía que ver con la que era inevitable, y no encontraba nada de lo que avergonzarse en estar hecho trizas por escombros. "Sabes que esta bien, ¿verdad?" le dijo a Rad una vez "Que te duela. Tienes derecho a que tener miedo y estar cansado, también. Nadie espera algo distinto. No creo que nadie sienta algo distinto." Se lo dijo con timidez, porque lo veía apretar dientes después de haberlo movido para cambiarle y ayudarlo a hacer sus necesidades sin manchar el sofá.

Eriel había pedido el anillo, y Siete le dijo que no de forma más agresiva de la que había dicho nada antes. Retrocedió en el tono, y le dijo que no era razonable que él pasara por hacerse daño cuando lo estaban intentando curar, y que ya había aguantado suficiente. No retrocedería en cualquier caso.

Siete había mirado a Sox con entendimiento al encontrarselo en el patio, y se giró al oir a Monica llegar. Hacia tiempo que había empezado a diferenciar los pasos de sus compañeros. Últimamente, los percibía todo el tiempo y no sabía porque su cabeza se había obsesionado con buscar el sonido. Como la chica les habló en plural, Siete se dio por aludido, y asintió con una sonrisa.

Mónica yacía en el suelo cuando el belga la encontró, mantuvo las distancias y se quedó parado sin saber como reaccionar, sin ocultar su mueca de asco por el vómito. Le apenaba que consolar o consolarse fuera el pan de cada día, no estaba acostumbrado a tanta carga negativa y realmente esperaba que la situación mejorase. No todo podía ser negro, diablos, algo debía esperarles fuera, o alguien que lo cambiara todo, él solo deseaba recuperarse, y para eso solo tenía cura el tiempo.
-Mon...- por suerte Sox intervino y tras unos segundos de indecisión decidió retirarse a su cuarto.

Esa noche expusieron lo que había ocurrido, el anillo sería cargado por turnos para curar a los heridos restantes. Se ofreció al instante, consciente de lo que aquello suponía, no le interesaba la participación del resto y no se puso a llevar la cuenta en su cabeza de quién se lo ponía y cuántas veces. Mientras el número de voluntarios fuera proporcional al tiempo que se había tardado para Mon le bastaba.

Tayron se dedicó a prestar su hombro cuando era necesario, y, con torpeza, también sus palabras. Se deslizó entre los heridos, intentando recuperar el ánimo en el resto, quizás para realzar su autoestima como una especie de autoterapia. Le resultaba curioso como su energía aumentaba siempre a la par de los demás, ahora se daba cuenta de que su autoestima dependía demasiado de sus compañeros, no siempre había sido así, pero se encontraba aislado de la Tierra y parecía que las cosas le afectaban más, como si se magnificaran.
El anillo le acercó indirectamente a la noruega, aunque el belga la evitaba con frecuencia, le ponía nervioso. Dafne había decidido colocárselo únicamente en su presencia, y se lo dijo sin tapujos. Puede que como una manera de mantenerle cerca, o igual porque le necesitaba más de lo que el humano pensaba. El chico accedió pero los intentos no duraron mucho, al final su amiga acabó desistiendo.
Él mismo estuvo a punto de hacerlo varias veces pues el dolor era considerable, se decía que era por el bien de sus amigos para eliminar el sufrimiento. Pero lo peor fue los recuerdos que le transmitía ponérselo en el dedo, el anillo evocaba polvo y sangre, más dolor.

Aquella mañana se despertó algo más calmado pero no se levantó de la cama. Había cogido por costumbre observar la espalda de Dafne mientras dormía.

Mónica sonrió de oreja a oreja. Estaban en su onda. Cuando Vampy le preguntó que era el corte a lo Mulán le miró con los ojos desorbitados. —¿No sab…? Ah, claro, no eres de mi mundo. Qué tonta. Pues es sencillo. La película trata de una chica que toma el lugar de su padre en el ejército porque su padre es muy mayor y está enfermo, pero como no dejaban que las chicas fueran a batalla ella lo que hizo es que se cortó el pelo y se hizo pasar por un hombre, y pasan un montón de cosas hasta que logra la honra para ella y toda su familia. Pero lo genial es —la chica comenzó a gesticular entregándose al relato, feliz de hablar de algo que tanto le había gustado y había compartido con su familia— que se corta el pelo con una espada. Es muy chulo. Y quería probarlo, suena súper. En realidad en mi mundo nadie se corta el pelo así, lo que es una pena.

Cuando acabó su relato les miró por turnos. —¿En vuestros mundos no tenéis historias como las de Mulán? En el mío es aparte de una película una leyenda de un lugar que se llama China, creo. No me sé la leyenda bien, pero a mi padre le gustan un montón ese tipo de historias.

Los motes:

La roquense tuvo que dejar a la nueva. Se quedó perpleja con lo que le dijo Barael, que también le hizo estremecerse al mencionar qué le podría pasar ahí fuera, pero realmente no tenía mucho más que decirle. La otra criatura estaba claramente loca y no atendía a razones pues solo habían conseguido que se riera de ellos, así que no valía la pena. La ignoró. La ignoró ese día y los días siguientes. Si por Sinceridad fuera, la ignoraría hasta cuando le pasar algo. Pero no podía evitar mirarla como se mira a los aprovechados, a los hipócritas, a los que se creen superiores pero necesitan al grupo para sobrevivir. Su deseo, que no era un deseo tradicional como tal, fue Escoria un tiempo. Periodo que duró hasta que vio que al menos les acompañaba a por provisiones, momento en que le cambió el deseo a "Madura". Madura no de fruta pocha sino de "madura, ¡por mis plumas, madura!" Total, no se iba a dirigir a ella ni pensaría en ella.

Y dejando de pensar en ella y en el encontronazo de ese día, Sinceridad se dedicó a lo que debía: cestas, Rad, ayudar en cualquier cosa que pudiera en el torreón y, obviamente, curar sus propias heridas, que no eran nada del otro mundo. No entendía el anillo y realmente no quería saber hipótesis. No se interesó por el artefacto hasta que comprendieron cómo funcionaba... Suficiente tenía Sox con eso como para que encima estuvieran los demás preguntándole. Si averiguaba algo sobre su funcionamiento, lo diría. Y lo dijo. Menudo funcionamiento. No le apetecía un ápice ponerse aquella cosa... No se fiaba de que el dolor fuera dolor sin más. ¿Sería como cuando le dolía la cabeza, que aparecía y se iba a su antojo sin causa? ¿Y si afectaba algún órgano o te enfermaba? Los compañeros que se atrevieron quedaban bastante hechos polvo de plumas, pero vivos y aparentemente ilesos. Sea como fuere, consiguieron curar a la humana. Era muy... Solo se le ocurría describirlo como horrible. Tanto sufrimiento para curar a alguien... quien además tenía que sufrir lo indecible... Era demasiado surrealista. ¿Qué mierda de mundo era ese? Ahora se arrepentía de lo que pensó al conocer la magia por primera vez: "si podían curar cualquier herida, el riesgo desaparecía". Ni de broma. Si curarse significaba tanto dolor, nadie sería tan inconsciente como para lanzarse a explorar la ciudad sin miedo. Pero oye... <<No hay mal que por bien no venga... Seguro que los que son como Lorenzo se lo pensarán ahora dos o tres veces antes de cargar contra algo>> De algo tenía que servir tanto dolor.

Hablando de dolor, tenía que hacer algo. Ya que había visto que no había consecuencias graves por cargar el anillo, debía hacer su parte. No podía dejar que Lorenzo o Barael lo usaran tanto. Le aterraba la idea, sin embargo. Su relación con el dolor era complicada. Lo toleraba si estaba justificado por una herida o por sobrevivir... Pero algo como aquello era de otro mundo. Literalmente. <<Pero alguien tiene que hacerlo. Y los que lo cargaron se merecen un descanso. Me turnaré con alguien. Y no hay más>> Y es que no había más, era un deber. Es más, pensaba que lo mejor sería llegar a la inconsciencia y seguir cargándolo sin darse cuenta. Idea muy cafre, por cierto, y que al plantearla con el grupo seguramente se la negarían. Lo haría al despertar.

¿Qué hora sería? ¿Habría salido el sol? ¿Sería la última en desperTAR GRITANDO? La pobre roquense batalló con su manta hasta que rodó al suelo. Tenía una criatura enorme debajo, a los lados, encima, oprimiéndola, aplastándola. No sabía que era la manta, en su interior aún reinaba la pesadilla. Rodó en el suelo, frío como el mar en el que amenazaban con ahogarla, se golpeó con otro de los camastros (¡otro tentáculo que le golpeaba!) y ganó un punto de consciencia. Desorientada por completo, perdida, se debatió entre gritos con la tela hasta que consiguió salir a la luz. No se detuvo ahí. Se levantó como pudo, pataleó la manta del suelo y se alejó hasta la pared. Dio una bocanada de aire y otra y otra hasta que volvió en sí, apoyada la espalda en la piedra. ¿¿Qué... qué había soñado?? <¡¿Qué plumas era eso?!>> Lo recordaba con todo detalle, sabía lo que había soñado. Se escurrió hasta sentarse y se abrazó las patas. No estaba allí, estaba de vuelta en el torreón. ¿"De vuelta"? Joder, había sido tan real... Se estremeció al recordar la carne húmeda de los tentáculos gigantes. <<...Fahran...>> ¿De verdad había soñado con aquel monstruo por culpa de la nueva? No se lo creía. No era para tanto... Y el mar... Odiaba el mar. <<Si existe un lugar en el que puedan existir criaturas así, es Rocavarancolia>> No volvería a acercarse al mar en su vida si podía evitarlo. <<Había un bosque...>> Tenía que recordar. Recordar y analizar. Eso había servido siempre para tranquilizarse y volver a su realidad ilesa. Eso no quitaba que le quedaran resquemores.

—¿Nime? Otra criatura traída desde otro mundo... ¡Y NOS HICIERON PELEAR!

Se incorporó y recogió su manta. Haría su cama como les había visto a algunos mientras recordaba. No llegaron a pelear. Se negaron en rotundo y, en su lugar, les hicieron luchar por sus vidas contra criaturas monstruosas. <<Muy propias de este sitio...>> Y entonces, parpadeó un par de veces. Otro par. Dejó lo que estaba haciendo y frunció el ceño. ¿Realmente lo recordaba? ¿Los gestos y las instrucciones al completo...? Soltó la maldita manta como si estuviera en llamas. Lo intentó una vez. Una segunda vez. ¡¿Una tercera?! Con la cuarta se dejó caer en la cama, tan desilusionada como frustrada.

—¡Solo es un sueño! Claro que no iba a funcionar. ¡Era una maldita pesadilla! No puede ser real. Seguro que he visto las instrucciones en los apuntes de Sox y las he mezclado o me las he inventado... —inspiró un par de veces y negó con la cabeza.

Venían voces del patio. Tenía unos días durillos por delante. Era tarde, tenía que comer algo, hacer turnos para cargar el anillo y curar a Rad de una vez. Y todavía faltaría Lorenzo, Eriel y... <<Y si alguno se hiere en el transcurso de cargarlo, lo mato>> Así pues, bajó, cogió fruta y salió a ver qué hacían los demás. Quiso sonreír pero solo le salió una mueca salvada por un bostezo.

—Buenos días. No he tenido mi mejor noche... ¿Qué hacéis? Yo he soñado con magia y gente de otros mundos que venía a la ciudad... Pero el hechizo no funciona... —masculló, pero se le iluminó el rostro al ver lo que llevaba Sox—. Eh, esas son las tijeras que hiciste, ¿funcionan bien?

La cantidad de diferencias entre todos ellos era desalentadora en ocasiones pero de vez en cuando asomaban, insospechados, detalles que compartían. Se le hizo acogedoramente extraño estar hablando de películas en el patio de piedra antigua de un torreón abandonado.

—¿Con una espada? Se te van a quedar las puntas hechas un cuadro —la miró con la duda escrita en la cara, pero no insistió antes de ver los resultados. A lo mejor el pelo de los terrícolas era más resistente. Ya habían visto el de Fahran, que estaba prácticamente vivo—. En Carabás... Sí, hay cosas parecidas. Películas históricas sobre todo, sobre la época en que no existía el sistema de puntos  —lo de Mulán sonaba a película antigua, si en ella había temas de guerra y de honor. Al menos en Carabás eran temas viejos, sustituidos por competiciones y logros personales— y tenías que probar tus méritos de otra forma. Había muchos más prejuicios, sobre todo si no tenías magia. Rad seguro que estaría encantado de daros un seminario al respecto —chasqueó la lengua exasperado. Un par de intercambios al respecto habían bastado para que al E se le notara a la legua que era un inconformista del sistema. Sox, por su parte, era un defensor acérrimo.

Since se les unió entonces, con cara de muerta en vida. Sox saludó y le pasó las tijeras para que las viera mejor si quería.
—Lo tuyo debe ser de lo mejorcito que se ha estado soñando estos días —comentó. Entre todas las imágenes de la escabechina de la semana pasada, lo que relataba Since sonaba todo lo estándar que podía ser algo en aquel lugar—. Sí, éstas son. Son aceptables sobre papel, íbamos a probarlas sobre pelo —miró de nuevo a Mónica, interrogante—. ¿Pero se ve que al final no?
Había más curiosidad en su voz que crítica. Le concedía el beneficio de la duda precisamente por ser de un mundo diferente, expectante.