Torreón Letargo (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

La chica a la cual le había dado el martillo utilizó éste para arrancar, de uno de los edificios en ruinas, una puerta un tanto podrida y así utilizarla de escudo <<no era el uso que esperaba que le diera>>. Una vez tuvo la puerta le devolvió el martillo.

  Milo inició la carga contra las bestias avanzando seguros y a un paso ligero. Una de las ratas tiró una primera espina causando el sobresalto de Hyung. Si podían disparar nada les paraba de acribillarles a todos ellos. Claramente les superaban las ratas en número. Hyung se asombró, sus compañeros seguían avanzando, no se esperaba semejante envalentonamiento. Los que se habían quedado detrás empezaron a lanzar huesos y piedras que cogían del suelo << ¿¡Pero que hacen!? ¿¡Quieren que nos disparen a nosotros!?>>. Hyung se aparto del grupo alarmado esperando una lluvia de espinas hacia ellos. La mirada hacia él de una de las ratas al apartarse un poco le provoco un sobresalto. Sin embargo poco le importó a la bestia  Hyung pues se giró de nuevo hacia los que se dirigían a las cestas. La estrategia de distracción había hecho poco pues todos ellos seguían sin haber recibido un disparó y las ratas se centraban en Milo, Rox y Rena. Finalmente llegaron y empezaron a agarrar las cestas, Rox perdió una debido a una espina que quedó cerca de darle en la mano. Consiguieron cinco y tiraron el resto distrayendo a unas cuantas ratas.

  Tocaba huir, Los niños empezaron a correr Hyung aceleró << ¡no puedo quedarme atrás!>>. Hyung fue todo lo rápido que pudo dejando atrás a los demás. Frenó una vez una vez oyó el grito eufórico de Rox; estaban a salvo. La celebración de la victoria de Rox le provoco una risa tímida y bajita a Hyung. Era contagiosa su felicidad y por muy poco que hubiera hecho Hyung él también consideraba eso su victoria. El grupo se tomo un rato para recuperar el aliento y decidirse en que iban a hacer ahora. La atención de varios se dirigió a una especie de torre no muy lejos de allí. Finalmente se decidieron por avanzar hacía ésta para verla mejor.

  Llegaron a la torre fácilmente. Menos mal no tuvieron problemas al continuar su camino hacia ésta. Hyung se paró ante ella y echó un vistazo largo. Aquel edificio de gran tamaño debía de tener un total de al menos tres plantas de bastante altura. Se encontraba rodeado de una franja de tierra y cubierto de enredaderas escondiendo lo que parecía la puerta, identificada como tal debido a que ésta daba a un puente levadizo que conectaba el torreón con la calle.

-Eso debe de ser la puerta. Aunque no estoy muy seguro.- dijo en un tono bajo. - Si queréis entrar ir vosotros primeros, pero tener en cuenta que allí podría haber cualquier cosa.

—A mi padre se le quemaba todo, pero mi abuela decía que cocinaba peor que un energúmeno así que no sé si es dificil o no. Yo sé hacer poquitas cosas también —cocinar no era su actividad preferida, la verdad fuera dicha. Para Eitne había cosas más divertidas—. Bueno, nada de lo que t-t-tenemos es especialmente bonito de por sí, ¿s-supongo que cuenta más la intención?

El daeliciano se encogió de hombros mientras extendía los cristales sobre la mesa y los examinaba con cuidado. Totalmente concentrado, Eitne fue escogiendo sus preferidos según color, tamaño y forma y comenzó fabricar las guirnaldas. La voz de Nime se coló desde el patio y el muchacho sonrió de oreja a oreja. Le gustaba lo que estaba haciendo, pero le daba envidia sana de jugar con el barro.

—¡Claro! Puedes decorarla con cristalitos para que no la confundan con una de verdad —sugirió, orgulloso de su propia idea.

—¡Decidido entonces! —exclamó entusiasmada a la vez que se levantaba otra vez.

Sin lavarse las manos se coló en la cocina y hurtó un palangana. No tardaría mucho en acabar llena de tierra y sobre la mesa, al lado de las cosas que había bajado Eitne. Nime también acercó un vaso de agua y se frotó las manos mientras examinaba el material de que disponían.

—Propón cosas, seguro que es a ti a quien mejor se le da todo esto. —No podía dejar de amasar la tierra entre tanto, esperando instrucciones o la iluminación divina. Apretujó un puñado de tierra y al ver que quedaba un poquito firme intentó redondearlo, sin mucho éxito—. Oye, si tu padre era tan malo cocinando, ¿quién lo hacía en tu casa? No tenías hermanos tampoco, ¿verdad?

La familia de Eitne parecía muy interesante por lo que había escuchado de la abuela del muchacho, pero fuera de aquello Nime no sabía –o no recordaba– mucho más.

Probablemente Eitne estuviese viviendo su mejor día en la ciudad. Estaba tan ocupado fabricando guirnaldas y pasándoselo bien con Nime que no tenía tiempo para preocuparse por las maldades de la ciudad, a pesar de que siguieran estando ahí.

—V-Vale —asintió energicamente. La sonrisa se había vuelto imborrable en su cara—. S-si se me ocurre cualquier cosa te aviso —sin embargo no tuvo tiempo de pensar, las preguntas de Nime le llevaron por carriles de pensamiento que le traían algo de añoranza, pero por los que en ese momento se sentía lo suficientemente fuerte como para adentrarse—. En mi pueblo suelen cocinar las brujas dulces, una vez acaban todos de trabajar. Suelen usar magia y las cosas les quedan sieeeeempre sieeeeempre deliciosas. Si alguna vez escapamos de aquí, te llevaré a casa para que las veas, ¡es super divertido! —a Eitne le estaba costando no dejar la guirnalda en la mesa para ponerse a gesticular—. Por eso a mi padre se le da tan mal, tenía que hacerlo de la forma más complicada —Eitne no era consciente de hasta qué punto estaba justificando la torpeza de su padre—. ¿Y en vuestra casa cómo lo hacéis? Porque si no tenéis magia... —se calló para no ser maleducado—. ¿Y qué tipo de comida soléis preparar?

Eitne había tenido tiempo de sobra para saber que Daelicia y el resto de lugares eran polos opuestos culinariamente. Y tenía mucha curiosidad por saber hasta qué punto llegaban las diferencias.

En otro orden de cosas, el daeliciano no se había dado cuenta de que había dejado de tartamudear en algún punto de la charla.

—¡Huala! Qué raro, con lo ocupadas que deben de estar… —Respondió la niña al escuchar que eran aquellas brujas dulces quienes se encargaban de cocinar. Parecían demasiado importantes para dedicarse a algo tan mundano, pero no se lo cuestionó mucho más allá de lo obvio. Se centró sobre todo en la respuesta que iba a dar, quitando incluso importancia al hecho de que en Libo carecían de magia—. Pues… ¡como cualquiera! Bueno, como hacemos aquí. Y cocinaba mi padre, o mi hermano mayor… Últimamente sobre todo mi hermano mayor, pero se le daba peor, ¿sabes? —Una pequeña carcajada—. Y siempre era pescado, sieeempre pescado. Vale que había más cosas, pero es que mi familia es pescadora, así que estoy cansada de verlo. Y caracoles, y verduras… Muchos guisos. ¿Vosotros todo lo que coméis está dulce? —Parecía más entusiasmada que preocupada por ese hecho.

Entre tanto había terminado de redondear una bola de tierra a la que había pintado una carita simple –puntos por ojos y una línea por sonrisa– con los dedos. Alargó la mano hacia los cristales y le puso al monigote uno por pelo. Al darlo por terminado sonrió victoriosa y lo giró con cuidado hacia Eitne para que lo viese.

Eitne no pudo evitar contagiarse del buen humor de Nime y, cuando esta reía, él lo hacía también. Parecía mentira que ambos procedieran de mundos tan, tan diferentes, y fueran capaces de compartir un rato divertido con tanta facilidad y algo que ambos disfrutaban haciendo.

—¡Ala! ¡Qué chuli te ha quedado! —lo decía completamente en serio, aunque él a lo mejor habría utilizado un semicírculo para dibujar la boca, pero esos eran detalles menores—. ¿Me ayudas con las guirnaldas? No sé cómo vamos a colocarlas luego...

Y mientras se ponían manos a la obra con el siguiente trabajo, Eitne retomó la conversación por donde la habían dejado.

—Tenemos muchas variedades de sabores... —explicó poco convencido—. Pero todos ellos parecen más dulces que nada que haya probado aquí. Es muy raro... ¿Es como si a esta comida le faltara un condimento que tiene toda la nuestra? —no preguntó si su comida era siempre así de sosa porque daba a entender que sí, así que fue con otra duda—. ¿Y cómo son los animales en vuestra casa? ¿Allí existen los bhercales? ¿Y las vhadkhas?

El halago a su trabajo le plantó una sonrisa de suficiencia en la cara, que aún duró mientras empezaba a ver cómo podía ayudar con las guirnaldas (no sin antes tratar de sacudirse la mayor parte de la tierra que tenía en las manos).

—Seguro que te acabas acostumbrando a la comida normal. Por mí comería muchas más cosas dulces, pero no me dejaban —al decir aquello puso morritos haciendo una pequeña pedorreta. Si por ella fuese, habría comido como Eitne, o al menos un poco más como Eitne—. Espera… ¿qué es eso? —preguntó, confusa, al escuchar los nombres de animales—, en mi ciudad hay algunos bueyes y así… pero eso no me suena de nada. Lo mejor son los felinos salvajes que viven por el puerto… mi padre les tira un pescado de los que coge todos los días al volver del mar, y yo les llevo las sobras por la tarde —solo hablar de la rutina y cosas comunes la hacía querer volver con todas sus fuerzas, pero a pesar de todo aún sonreía, o se forzaba a hacerlo, porque no dejaban de ser recuerdos felices—, ¿sabes lo que son? ¿y cómo son esos bheg… vhag… lo-que-sea?

—Oh, aburridos... —Eitne se quejó tras la pedorreta de Nime. No solo es que su comida fuera menos dulce, es que además la más dulce se la prohibían. <<Qué horrible debe de ser comer allí...>>, se dijo. Al ver que la libense no conocía a sus animales, el daeliciano trató de describirlos lo mejor que pudo—: Pues a ver, las vhadkhas son unos animales muy blanditos con mucha lana de colores alrededor del cuerpo y hacen un sonido como beeee-e-e-e-e y tienen pezuñas en lugar de manos en las patas. Que por cierto, tienen cuatro patas y son herbívoros y no sé... —el daeliciano se rascó una mejilla intentando dar con más información, pero solo se le ocurrió una cosa más—. ¡Ah! Y de sus ubres sale una bebida que se usa en fiestas, pero solo lo beben los mayores porque si tomas mucha te emborrachas. ¡Deberías ver a mi abuela borracha, es super graciosa! —en ese momento se acercó a la oreja de Nime y puso las manos en forma de cuenco alrededor de su boca para añadir en voz muy baja—. Yo lo probé una vez y estaba asqueroso... ugh...

Y continuó, de nuevo en su sitio.

—Los bhercales son unos... también tienen cuatro patas y son enormes, enormíiiisimos, y tienen una boca muy grande y hacen un sonido como de bocina muy grave y son muy peligrosos si se enfadan pero sino, no y... bueno, ¿tienen cola como de pez? Son muy raros no sé explicarlo bien. Por suerte no hay muchos cerca de casa... Sino no sé...

>>La palabra felino la conozco, hay algunos animales en mi pueblo que son de eso. Pero no sé qué es un bueye.

Eitne estaba tan contento hablando que seguía sin ser consciente de que no estaba tartamudeando. Tampoco estaba trabajando tanto como debería, pero eso era otra historia.

La boca de la libense fue formando una o según escuchaba las descripciones de Eitne, formándose en la cabeza unas imágenes que tal vez coincidían poco con la realidad, porque sin darse cuenta completaba los detalles que faltaban de forma muy libre.
—Eso me recuerda a las cabras, pero no tienen tanto pelito ni colorines… y lo que se saca de ellas es leche normalita —dijo riendo, al hablar Eitne del primer animal—, sería súper gracioso gastarle una broma a alguien con esa bebida rara, haciéndole creer que es leche… aunque a lo mejor se dan cuenta —añadió pensativa.

El segundo animal le resultó aún quizá más extraño, porque fue incapaz de imaginarlo, e imponía bastante.
—¿Cola de pez? ¿Y viven fuera del agua?
Aunque pensó que le gustaría verlos, preferiría que fuese de lejos.

—Los bueyes son… bueno, comen hierba y van a cuatro patas con pezuñas también. Son como… como… bastante grandes, mucho más altos que yo y muy largos, como de aquí a allí —explicó gesticulando, señalando una distancia aproximada entre dos muebles de la planta baja—. Dan un poco de miedo porque son grandotes, pero están domesticados y no pasa nada. También dan leche pero… solo leche. Bueno, eso las hembras, claro. En comparación vosotros tenéis cosas más chulas, no es justo —se quejó. Aunque lo decía como una broma, para ella no dejaba de ser verdad.

Poco después de la comida todos se reunieron para hablar sobre sus mundos y familias. En aquella ocasión Neil si tuvo oportunidad de explicar sobre edeels y aurvas: habló de que el alma está dividida en dos en Sinhdro y que se refleja en los ojos; habló un poco de su vida con los demás aurvas y los sacerdotes, de sus compañeros y de su unión con Adru; habló de su casa, de su familia y de cómo esta se estructuraba; les contó cosas de Nora, de Yaiza y de Yrdel, de cómo son, sus colores y lo que les gusta. Para su propia impresión, Neil consiguió hablar de todo ello sin derramar ni una lágrima ni que la voz se le quebrara. Pensar en que pasaría mucho tiempo hasta que los volviera a ver era doloroso y aterrador. Resultaba mucho más sano para su salud mental centrarse en la historia que contaba Eitne sobre una bruja que hacía magia y que era su abuela. Tan imposible le parecía a Neil como cierto era para el daeliciano lo que no le dejaba al aurva pensar en otra cosa más que en lo diferentes que eran sus mundos.

Como siempre, Neil se encargó de la cena junto a todo aquel que quiso ayudarle, por lo que no pudo ser el primero en enterarse del destrozo que Adru había hecho con una de las camas, lo que evitó que esta se llevara un cucharazo en la cabeza. El aurva se limitó a simplemente mirar con cara de reproche a su edeel mientras le daba una escoba y le indicaba que por nada del mundo recogiera las astillas con las manos. Ciertamente, era una advertencia obvia, pero había que tener en cuenta que era Adru de quien se estaba hablando.

Por suerte para él, aquella noche volvió a dormir doblemente acompañado, ya que su edeel había juntado una cama extra a la que ya ocupaban Eitne y él, lo que tampoco sirvió de mucho ya que ella siguió acaparando la mayoría del espacio, pero al aurva le permitió dormir pacíficamente y sin miedo.

Durante los días siguientes, Neil tuvo la oportunidad de reunir trozos de madera y velas en las que poder plasmar su arte, aunque por el momento no pudo hacer nada especifico, ya que primero tuvo que limpiar la madera de clavos y barnices al tratarse de fragmentos que habían formado parte de algún mueble o el techo.

Cuando despertó con los gritos estuvo a punto de pegarle un manotazo en la cara a Eitne, ya que la costumbre le dictaba que si alguien le despertaba a gritos esa solía ser Adru y que normalmente se encontraba a su lado, pero al ver la piel morada entre parpadeos pudo contenerse a tiempo antes de golpear a su amigo que de nada tenía culpa. Luego de bostezar, aclararse la mente y estirarse un poco, le dedicó una sonrisa a Nime y también la felicitó, aunque su tono suave impidió posiblemente que esta lo oyera. En cuanto la niña habló de que solía celebrarlo comiendo dulces, la mente de Neil comenzó a trabajar en posibles desayunos dulces que podría hacer con el poco material del que disponía.

- Intentaré que tu desayuno sea lo más dulce posible- le aseguró con una sonrisa, mientras se cubría con su sudadera, su bufanda y un jersey que había encontrado por ahí intentando aplacar el frio que siempre tenía.

Mientras preparaba el desayuno, el grupo comenzó a hablar de cumpleaños y de cuál era la edad de cada uno, haciendo fruncir el ceño a Neil cuando Adru remarcó que él no aparentaba la edad que tenía. No es que le molestara especialmente o que quisiera ser más grande, pero era bastante obvio que no aparentaba los 14 años que tenía y que nunca había aparentado su edad.

El grupo había planeado una salida de nuevo y ante la incapacidad de convencer a su edeel que se quedara dentro del torreón, solo pudo mirar suplicante a los más mayores del grupo esperando que no permitieran que nada le pasara a Adru… o, más bien, que a nadie ni a nada le pasara Adru. Apuntando la petición de la comida deliciosa y la celebración del cumpleaños de Nime, Neil se despidió del grupo que salía, resoplando con inquietud.

Neil comenzó al instante a cocinar quedando solo en la cocina cuando Nime arrastró a Eitne fuera de ella, pero aquello no le importó. Pensaba darle a la libense la mejor comida de cumpleaños que con aquellos alimentos pudiera proporcionar, por lo que pasó un buen rato cocinando diversos platos, combinando colores y sabores e intentando incluir la mayor cantidad de dulce posible. Poco después los dos niños volvieron a la cocina donde comenzaron a jugar con barro y hablar de los animales de su mundo. Neil quiso aportar algo sobre las manualidades gracias a sus conocimientos, pero a la comida todavía le quedaba un rato y no quería desatenderla hasta que fuera posible. Para su suerte, cuando ese momento llegó los niños estaban hablando de animales y Neil se unió a ellos limpiándose las manos en un trapo y sacando de su bolsillo su navaja y el mejor trozo de madera que había encontrado.

- Sé que no es mucho y quería que fuera una sorpresa, pero no conozco ni tus gustos ni los animales de tu mundo, así que voy a aprovechar para preguntártelo ahora. Dime cuál es tu animal favorito y descríbemelo lo más preciso que puedas. Yo lo tallaré para ti, es lo que hago- le explicó con una sonrisa.

A Eitne le dio la misma sensación que a Nime, para él era mucho más raro un animal que no fuera de colorines, como decía ella, que los que sí. Lo que sí empezaba a clarear era la idea de que los demás mundos no eran tan coloridos como el suyo, Daelicia debía de ser la excepción en cuanto a gama de colores. Aquello hizo que el chiquillo sintiese algo de tristeza. Estaba empezando a acostumbrarse a la atmósfera gris opresiva del lugar, pero la costumbre no tenía que ver con el hecho de que le gustara o no. Rocavarancolia tenía los colores de un mundo muerto, apagado.

Eitne torció la boca en una mueca de tristeza, pero por suerte no fue a más. La llegada de Neil lo sacó de ese carril de pensamientos y le devolvió la sonrisa.

—Ostras... ¡que bien! —exclamó en voz baja, sorprendido. Le encantaba la dedicación del sinhadre para los cumpleaños. <<¿Será igual cuando los cumpla yo?>> se preguntó, esperanzado—. ¿Nos ayudas antes a colgar estas guirnaldas que estamos haciendo? —se acordó de pedir—. Será solo un  momentito —prometió.

>>Oye, ¿y cómo son los animales de tu mundo, Neil? —acabó añadiendo. Tenía curiosidad por la respuesta. Cruzaba los dedos porque asomaran los colores.

Neil se unió a ellos mientras hablaban de animales, y la niña se giró hacia él con una sonrisa porque esperaba que se les uniese para el resto de la mañana por haber terminado ya con la comida. Sin embargo fue aún mejor, porque tras hablar la niña dio un bote de alegría.
—¿De veras? ¡Gracias!
Se había acostumbrado a aquel tipo de juguetes. Aunque solo pareciesen adornos, había aprendido que tenían mucho esfuerzo detrás, y las cosas decorativas siempre le habían gustado. Nime estaba dispuesta a describirle a Neil su minino preferido del puerto, pero colgar las guirnaldas iba primero, así que espero a que fuese un buen momento. Además, la pregunta de Eitne también le interesó a ella.
—Sí, sí, ¿qué hay? Adru ha mencionado lagartos, ¿cómo son?

- ¡Por supuesto!- le contestó a Eitne con una sonrisa.

En los cumpleaños en su casa él solía encargarse de los adornos tallados y la comida más que de la decoración en sí, por lo que resultaría una novedad respecto a su casa. Además, siempre resultaba agradable hacer una actividad divertida mientras se tenía una charla agradable.

- De acuerdo, pero tendrás que hacerlo con precisión. No sé si será parecido a alguno de los animales que conozco- le contestó a Nime cuando esta le indicó que más tarde le describiría a su animal favorito para que pudiera tallarlo. Luego reflexionó durante unos segundos antes de contestar-Pues hay muchas aves y reptiles donde vivimos, pero sé que también hay animales peludos como conejos, osos o lobos en las montañas, aunque yo nunca los he visto. ¡Ah! También están los uyrubarus. Nosotros tenemos uno. Yaiza e Yrdel lo usan a veces cuando tienen que ir al pueblo a vender o a comprar algo, pero principalmente nos da leche.

Neil describió alegremente a los animales con los que estaba más familiarizados, como las aves, los reptiles y los uryubarus, haciendo especial hincapié en sus bonitas tonalidades y como él identificaba a los amenazantes de los que no lo eran por si sus colores le agradaban o no.

Eitne se había quedado de pie sujetando una guirnalda, olvidándose por completo de su propósito inicial de colgarla.

—Uyrubarus... Qué nombre más bonito —opinó de pronto. Le gustaba la musicalidad de aquella palabra—. Uyrubarus —repitió de nuevo, con una sonrisa de oreja a oreja—. Uyrubarus... —y entonces se dio cuenta de una cosa—. Ostris, ¿Habéis visto que todos tenemos leche, aunque sea de animales distintos? —a Eitne le pareció importante. Seguramente no lo fuera.

El niño no sabía muy bien cómo más contribuír a la conversación.

A Nime le gustó mucho escuchar. En realidad, una vez había asimilado lo diferentes que eran los mundos de procedencia de todos, había desarrollado una curiosidad enorme por los detalles de cada uno de ellos. Y todos los días podía escuchar unos cuantos gracias a la convivencia.
—¡Sí! —respondió a Eitne—. Pero tienen que saber bastante diferente, como las leches raras que vienen en las cestas. Me gustaría probar las de vuestros animales también…

Aún con la guirnalda en la mano, cuando ya terminaban de colgarla, tuvo una idea.
—Oíd, oíd, ¿y si buscamos cómo dibujar animales de nuestros mundos? Más o menos. Como con tizón en alguna pared… de fuera, porque supongo que alguien puede enfadarse si lo hacemos dentro. —De haber estado allí sus padres, por supuesto que lo habrían hecho—. Va a ser más fácil para dar explicaciones… y también es decorativo. Y… todos pueden poner alguno de su mundo y hacer entre todos algo así como un mural. ¿Qué os parece? —Nime, al menos, estaba realmente entusiasmada con la idea, independientemente de sus poco desarrolladas habilidades artísticas.

Si la bestia les hubiera seguido las cercanías sin duda hubiera podido discernir su posición con el grito que dio la sinhadre para advertir a los del interior que habían regresado. Una vez les abrieron la puerta y todavía desde los hombros de Milo, la edeel comenzó a hablar sin parar.
—¡Hemos encontrado una casa en la que nieva! ¡Y un cofre con cosas peligrosas, como vapor de hielo que quemaba! —La segunda frase no la pronunció en un tono menos jovial que la primera—. Además había una cría de paranguino o algo así, un pájaro raro del planeta de Rox, pero que no nos lo pudimos quedar porque no puede vivir si no hace frío. —Sin duda si en algún momento de su perorata se pudo notar algo de afligimiento, era en aquel—. ¡Pero nos hemos podido llevar un libro de cuentos! Y… ¡Y esto!
La edeel rebuscó en su bolsillo, donde había metido el trozo de pergamino lleno de símbolos extraños y lo extendió con una sonrisa triunfal como si fuese alguna especie de trofeo. Por supuesto no se le pasó por la cabeza hacer referencia a sus quemaduras.

- A mí me gusta mucho la leche- dijo a su vez, contagiado por la alegría de los dos niños-. La uso mucho para cocinar porque con ella se pueden hacer postres y salsas muy ricas. La verdad es que me gustaría probar a qué saben las leches de los otros mundos. ¡Seguro que es posible hacer un súper postre usándolas todas!- exclamó contento pensando en las muchas posibilidades.

Neil siguió colgando las guirnaldas alegremente cuando la idea de Nime le sobresaltó. Había estado perdido en su mundo de cocina y postres y no se esperaba una exclamación tan cercana. Cuando fue consciente de lo que la libense proponía sonrió.

- Me encantan las artes plásticas, aunque a mí dibujar no se me da tan bien, pero yo podría hacer con barro figuras de los animales y pegarlas al mural, así sería un mural en relieve- explicó esperando que su idea también gustara. Para lo bien que se le daban las manualidades, su habilidad de dibujo era bochornosamente mediocre.

Una vez terminaron con la decoración del torreón, oyeron los gritos de Adru desde el exterior y Neil se apresuró a abrirles la puerta, rogándole al Alma que nada les hubiera pasado en aquella salida. Para su desgracia no fue así, pues en cuanto la alegre Adrune irrumpió en el torreón dando voces sobre los hombros de Milo, Neil solo pudo quedar petrificado mirando fijamente sus heridas.

- ¡Dru!- gritó consternado-. ¿Pero qué te has hecho? ¿Cómo ha pasado? ¡Dru!- volvió a gritar sin saber muy bien qué decir y comenzó a corretear de un lado a otro de la cocina en busca de agua y trapos limpios para poner compresas frescas en las quemaduras de su edeel.

Su idea parecía haber calado, a pesar de que Neil no parecía confiar mucho en sus habilidades –Nime sí lo hacía, y aunque no fuera así, no le habría dado importancia–, así que estaba feliz en anticipación. Igual que la decoración que preparaban, aquella idea, en su cabeza, parecía estupenda.

No habían acabado de decorar cuando regresaron todos los demás, e interrumpieron lo que estaban haciendo para recibirlos. Solo al verlos pasar sobre el puente era evidente que algo debía haber pasado, pero estaban todos allí y estaban enteros. Adru hablaba como si no hubiese pasado nada muy importante, a pesar de que sus quemaduras habían sido lo primero que había llamado la atención de la libense. Nime se acercó, deseosa de hacer más preguntas sobre lo que habían visto, pero Neil estaba tan preocupado que no terminaba de parecer buena idea.
—¿Un libro de cuentos? —preguntó finalmente, mirando a Adru y luego a los demás. Aquello aún le había llamado más la atención que el paragüino, y ya era bastante decir. Le echó un vistazo rápido al pergamino que mostraba la sinhadre, pero no le hizo mucho caso al no encontrarlo comprensible. Quería ver el libro, pero era consciente de que antes tenía que entrar todo el mundo, había que tratar las quemaduras, y dejar que explicasen todo lo sucedido—. ¿Ayudo con algo? —preguntó, al darse cuenta de todo eso