Torreón Letargo (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

La chica a la cual le había dado el martillo utilizó éste para arrancar, de uno de los edificios en ruinas, una puerta un tanto podrida y así utilizarla de escudo <<no era el uso que esperaba que le diera>>. Una vez tuvo la puerta le devolvió el martillo.

  Milo inició la carga contra las bestias avanzando seguros y a un paso ligero. Una de las ratas tiró una primera espina causando el sobresalto de Hyung. Si podían disparar nada les paraba de acribillarles a todos ellos. Claramente les superaban las ratas en número. Hyung se asombró, sus compañeros seguían avanzando, no se esperaba semejante envalentonamiento. Los que se habían quedado detrás empezaron a lanzar huesos y piedras que cogían del suelo << ¿¡Pero que hacen!? ¿¡Quieren que nos disparen a nosotros!?>>. Hyung se aparto del grupo alarmado esperando una lluvia de espinas hacia ellos. La mirada hacia él de una de las ratas al apartarse un poco le provoco un sobresalto. Sin embargo poco le importó a la bestia  Hyung pues se giró de nuevo hacia los que se dirigían a las cestas. La estrategia de distracción había hecho poco pues todos ellos seguían sin haber recibido un disparó y las ratas se centraban en Milo, Rox y Rena. Finalmente llegaron y empezaron a agarrar las cestas, Rox perdió una debido a una espina que quedó cerca de darle en la mano. Consiguieron cinco y tiraron el resto distrayendo a unas cuantas ratas.

  Tocaba huir, Los niños empezaron a correr Hyung aceleró << ¡no puedo quedarme atrás!>>. Hyung fue todo lo rápido que pudo dejando atrás a los demás. Frenó una vez una vez oyó el grito eufórico de Rox; estaban a salvo. La celebración de la victoria de Rox le provoco una risa tímida y bajita a Hyung. Era contagiosa su felicidad y por muy poco que hubiera hecho Hyung él también consideraba eso su victoria. El grupo se tomo un rato para recuperar el aliento y decidirse en que iban a hacer ahora. La atención de varios se dirigió a una especie de torre no muy lejos de allí. Finalmente se decidieron por avanzar hacía ésta para verla mejor.

  Llegaron a la torre fácilmente. Menos mal no tuvieron problemas al continuar su camino hacia ésta. Hyung se paró ante ella y echó un vistazo largo. Aquel edificio de gran tamaño debía de tener un total de al menos tres plantas de bastante altura. Se encontraba rodeado de una franja de tierra y cubierto de enredaderas escondiendo lo que parecía la puerta, identificada como tal debido a que ésta daba a un puente levadizo que conectaba el torreón con la calle.

-Eso debe de ser la puerta. Aunque no estoy muy seguro.- dijo en un tono bajo. - Si queréis entrar ir vosotros primeros, pero tener en cuenta que allí podría haber cualquier cosa.

Para Drusar la idea del cumpleaños le parecía interesante, era otra de las diferencias con respecto a su mundo, ya que allí no celebraban esas fiestas. El reptil tenía claro que debía averiguar más sobre sus hogares, al fin y al cabo tenía mucho tiempo para preguntarles.

-En Asrena no celebramos esos cumpleaños.- Le respondió a Nime y Rox.- Se dirigió esta vez solo al coreano, mientras se pasaba la mano por el pelo.- Los asrenianos hacemos ceremonias en las que los niños pasan a la vida adulta,  teniendo que hacer determinadas tareas para ayudar en la tribu. Pero  no tenemos en cuenta el día en que nace cada uno. Así que no puedo responderte, lo único que puedo decirte es que ya soy un adulto. Ya que hace poco tuve que hacer esta misma ceremonia.-

Le gustaba hablarles de su mundo, sin embargo eso le recordaba que era el único asreniano que había. <<¿Es posible que no haya nadie más de Asrena en Rocavaranacolia?>> Se preguntó Drusar distraídamente. Si ese era el caso el lagarto podía decir con seguridad que era solitario hasta sin quererlo. Cuando Eitne dijo que no iba a salir Drusar no pudo evitar observarle con detenimiento. Los colores que exhibía en el pelo y los ojos hacían un fuerte contraste con su piel morada. <<¿Tendrá diferentes colores esa abuela suya? ¿O todos  serán iguales?>> Se notaba a simple vista que era miedoso e inseguro, ¿pero quién no lo sería a su probablemente corta edad? Él lo era y no hacía falta ser un niño.

Se levantó de la silla y fue a coger un cuchillo, para después salir de la armería dándole vueltas al mango, por ahora no pensaba cambiar de arma. Era con lo único que estaba más familiarizado por el momento. <<Hay que irse pronto si queremos explorar la ciudad sin que nos pille la noche>>Se dijo en la mente con un poco de preocupación.

El medio australiano terminó de desayunar según respondían sus compañeros. Prestó especial atención a Drusar, asintiendo de cuando en cuando según le daba más información.

—Dicho así... Ahora que lo pienso, en algunas partes de la Tierra hay costumbres similares. No te preocupes, con saber que eres un joven-adulto es suficiente. —agitó una mano como si espantara moscas, riendo con suavidad.

Tal como había dicho Milo, era más que posible que tuviesen edades muy dispares según el mundo. Sumado a la diferencia de especie, todo aquello pasaba a ser algo muy relativo. La respuesta que más le destacó fue la de Pam; al ser tan diferente (sobre todo en mentalidad) no había forma de encajarla como "niña pequeña" a pesar de sus 13 años.

—Ya... sería demasiada casualidad que los años en nuestros mundos durasen los mismos días. Aunque mientras tanto sirve como guía. ¡Yo también tengo 18! No soy un experto en calcular la edad, pero supongo que tendréis más o menos los mismos años en años terrestres, así que. —se encogió de hombros y se levantó con una sonrisa, dándole unas palmaditas suaves a Nime de camino—. Voy a por mis cosas, cuanto antes salgamos antes volvemos. Y alguien se tiene que quedar a preparar la fiesta, ¿no?

Le sonrió instantes después a Eitne para quitarle peso a su decisión de no salir con ellos. No quería meter a más renacuajos en problemas, y sin con eso conseguía que se quedara alguien más, mejor.
Al igual parte de sus compañeros, bajó a la armería buscando algo con lo que defenderse fuera. No podía usar su primera cimitarra, ya que esta había quedado cubierta de óxido desde su encontronazo con los encapuchados. No se había tomado el tiempo de limpiarla: de cualquier forma no andaban escasos de armas en el torreón como para preocuparse de momento. Decidió repetir el tipo de espada por gusto, llevándose la más equilibrada de peso entre las opciones que había. Como extra también agarró una daga, ya que si necesitaba algo más de tipo cuerpo a cuerpo o llegaba a perder la cimitarra, podía salvarle la vida.

Tras prepararse, el coreano se agrupó con los ya listos en la entrada, entre impaciente y nervioso mientras se mentalizaba de lo que pudiera suceder.

Rena siguió comiendo y sus compañeros siguieron bajando y uniéndose al jolgorio cumpleañero. Surgieron preguntas sobre cumpleaños y edades, Rena puso la oreja para intentar enterarse de detalles, pero su atención se desvió a su compatriota.

-¿Hm? Pues ya hace un tiempo, la verdad. Pero no te preocupes, este trasto aguanta lo suyo- respondió flexionando con orgullo su brazo metálico. No era mentira, el pobre brazo de la irrense había pasado por más calamidades de las que debería, en su mayoría por culpa de su dueña.- De todas formas tengo el kit básico de reparación arriba. Suerte que mi madre sea tan coñazo.

Se había fijado en el cuidado de Milo a la hora de tratar su prótesis. Se le ocurrió que siendo un hacker de esos tendría más mano con las máquinas que ella. Al menos con las máquinas que no fueran para picar paredes o mover escombros. Sintió una punzada de envidia. << Bueno, si se me jode el brazo al menos podrá ayudarme.>> se dijo para consolarse.

Más datos, edades y curiosidades. Y prisas para salir a explorar.

-Yo tengo 17 años. En mi casa son bastante de cumpleaños, no es habitual pero es divertido. Mi padre hace comida especial incluso cuando cumple años él, también vemos películas viejas.

Era una tradición bastante simplona, si se paraba a pensarlo, pero siempre le había gustado y pensar en ella la entristecía un poco. Comentó que también se apuntaba a la salida y subió al piso superior a prepararse. Se tomó unos minutos sentada en la cama, mirándose las manos. Ella no era de pensarse mucho las cosas, porque sabia lo que implicaba. Apretó los puños, respiró hondo y se calzó las botas.

Con su escudo y su nueva espada (nueva en el sentido de que nunca la había sacado del torreón) se plantó en la puerta a la espera del resto.

—¡Yo tengo catorce! Aunque los cumplí hace muy poco así que falta mucho para mi cumpleaños. Neil también tiene catorce aunque no lo parezca —añadió señalando a su aurva con una gran sonrisa.
Fue su aporte a la conversación tratando de recordar, sin éxito, las edades que enunciaban sus compañeros. Tan solo se quedó con la de los más pequeños y la de Pelusa, pues se trataba de algo algo sobre lo que tenía curiosidad. Bueno, y por supuesto hubiese recordado la edad de Drusar si él mismo la hubiese sabido, pero el lagarto gigante no parecía celebrar su cumpleaños.
>>¿Y por qué no celebras tu no cumpleaños? —Le espetó al asreniano de pronto, completamente ignorante de que los humanos presentes podrían quedarse perplejos ante la ocurrencia—. Tendrías fiesta todos los días… Aunque no sabes que día es tu cumpleaños así que igual tampoco es buena idea. De todas formas has dicho que eres un adulto así que igual eres el abuelo del grupo —añadió con una risilla en uno de sus intentos de humor estrepitosamente fallidos.

Y aquel día nadie podría convencer a Adrune de permanecer en el torreón. Ni siquiera Neil. En cuanto escuchó la propuesta de salida se vistió a toda prisa, no importándole quién hubiera en el cuarto cuando se quedó en ropa interior, para a continuación bajar a por su arco y sus espadas que apenas sabía manejar, inconsciente de que le estorbarían más que cualquier otra cosa. Pero era menester llevarlas, por si volvían a encontrarse con los encapuchados mata-rataespines que sin duda eran malvados y probablemente pretendían impedirles encontrar la magia.

Antes de salir, no obstante, se dirigió una vez más a su aurva para encargarle una comida deliciosa y celebrar el cumpleaños de Nime. No se le había escapado el regalo que Pelusa le había hecho a la pequeña libense y había sentido un poco de envidia, pero dado que no creía que nadie aceptase su idea de los no cumpleaños tendría que esperar pacientemente su turno.

A pesar de sus ganas de salir, Pam escucho sobre las edades de los demás con cierta atención, la mayoría eran mayores que ella, en cuanto a números claro pues como bien dijo Rox era poco probable que los años durasen la misma cantidad de días en todos los mundos. Aun así para Pam tener mas edad significaba que llevabas mas tiempo luchando en busca de la suerte, al fin de cuentas los monos del queso no solían llegar a viejos por uno u otro motivo.

Espero, pacientemente a que los que querían salir se prepararan, podría ir sola pero sabia no era conveniente, así que en cuanto terminaron y sin decir ninguna palabra mas, y sin olvidarse de meter algunas ramitas en el bolsillo de munición para el trayecto, salio del torreón.

Sigue en Calles

Nime se emocionó tontamente con las insinuaciones de que podían encontrar algún regalo para ella si se exploraban las casas colindantes. En general, estaba eléctrica, así que no centró su atención en una sola cosa demasiado tiempo. Miró a los que usaban la cocina, a Milo, que estaba toqueteando su brazo-cachivache, y aportó alguna que otra tontería a la conversación, porque lo que había contado Drusar se le había antojado bastante extraño.

Se planteó salir junto a los demás, y de hecho fue la primera opción que se le vino a la cabeza. Por suerte, después del susto con los capuchas rojas, había aprendido a no ser tan impulsiva en lo que a decidir salir respectaba. Aquel día le llamaba más la cocina, su pequeña fiesta, y el dirigir y pedir las cosas que podrían ponerse en la mesa para cuando regresasen los excursionistas, que al fin y al cabo no pretendían ir demasiado lejos. Aparte de todo aquello, estaba la idea de traerle algún regalo que se había dejado caer. No contaba con ello pero, si de verdad le iban a traer algo, prefería que fuese una sorpresa.

La pequeña libense no se planteaba siquiera si era un estorbo o ponía a la gente en un compromiso. En cuanto el grupo se fue, justo tras despedirse de ellos en la puerta, se acercó a Eitne y le agarró de la muñeca, tirando de él para que la acompañase.
—¿Sabes qué sería genial? Que para cuando volviesen tuviésemos decorada la mesa. Ya que vamos a comer mejor que otros días… ¿qué te parece?
Pero, a pesar de la pregunta, no dio mucha opción a responder negativamente, porque no soltó al daeliciano hasta que alcanzaron el sótano. Una vez allí, se puso a rebuscar.
—¿No te suena haber visto cosas de colores por aquí? ¿Crees que serán como esos cristalitos que usan para adornar lámparas?

Antes de que se fueran, Eitne les pidió que, si encontraban algo bonito que pudiera ser usado para decorar, se lo trajeran "por favor". Nime no tardó en aparecer y cogerle de la muñeca de forma un poco brusca. El daeliciano la escuchó a pesar de todo y, justo cuando fue a abrir la boca para responderle, la libense tiró de él y calló hasta que llegaron ambos al sótano. Una vez allí, suelto por fin, Eitne se acarició la muñeca y acabó esbozando una sonrisa.

—Creo q-q-ue... —se acercó a uno de los baules y lo abrió, pues iba a acabar antes si se los enseñaba que si trataba de enfrentarse a su tartamudeo—. A-a-aquí están. ¿C-crees que podemos hacer algo bonito con ellos?

Eitne los había tenido en mente desde el principio, pero sin algo para colgarlos o pegarlos por ahí, creía que estarían mejor guardados de momento. Había pensado en utilizar ropa en mal estado para hacer móviles con ellos, pero ni una sola prenda aprobaba a sus ojos y le daba cosa ir a romper algo que luego fuera bonito para sus compañeros. ¿Tal vez el juicio de Nime le ayudara a descartar la ropa mala de la buena?

—Podemos usar prendas viejas de las habitaciones —lo propuso en voz alta y añadió—. T-también tengo un baul c-c-con hojas secas, ramas y c-cosas así. P-por si sirve.

Eitne encontró el baúl rápidamente, y Nime se acercó al trote para asomarse al interior. No había iluminación suficiente para apreciar lo colorido de su contenido apropiadamente, pero comparado con la monotonía del torreón le parecían muy bonitos.
—¡Sí, sí, sí, decoremos! Todo eso puede servir, ¿tú sabes cómo hacer adornos? —Cogió un cristal en la mano, tanteando si tenía alguna muesca o algo por dónde poder meterle un cordel, pero era completamente liso—. Creo que se podría hacer como nudos… como una trenza, pero poniendo los cristales en medio o algo así. No sé, ¿qué te parece?

La libense parecía emocionada por poder hacer algo, aunque fuese inútil en términos de practicidad. Inclinada sobre el baúl, intentó escoger los cristales de los colores que más le gustaban.

—N-n-no mucho, sé lo poco que le veía a mis padres y a mi abu, p-pero creo que podríamos hacer un buen apaño —reconoció Eitne, sin dejar que esto medrara en su espíritu decorativo—. Pues no es mala idea, p-podríamos hacer algo parecido a guirnaldas con ellos.

El muchacho imitó a Nime y se cargó con cristales con mucho cuidado, utilizando la camiseta vieja que llevaba para sostenerlos. Lento pero seguro, Eitne fue subiendo los cristales que quería utilizar hasta la habitación donde guardaba sus cosas. Allí los vertió sobre su cama y fue acto seguido hacia su baúl. Una vez abierto, las ramas secas que guardaba le inspiraron una nueva idea.

—¿Qué te parece si hacemos también un centro de mesa con alguna de las velas que tenemos y todo esto y l-los cristales? —la razón por la que no había utilizado ya alguna vela para hacer más agradable el lugar era porque las necesitaban para dar luz, pero no pasaba nada por usar alguna en una ocasión especial—. En casa mi abuela las encendía con llamas de colores y quedaban p-preciosas... Ojalá estuviera aquí.

El pequeño daeliciano se rascó un brazo, afectado al recordarla, y puso todo su esfuerzo en centrarse en el trabajo que tenían por delante.

—Bien, bien, seguro que sabes más de lo que crees. —A Nime todo tendía a parecerle muy sencillo antes de ponerse a hacerlo realmente. El entusiasmo llenaba los huecos de su desconocimiento sobre qué hacer con los cristales, y le gustaba improvisar.

Quería haber hecho como Eitne a la hora de cargar cristales, pero solamente llevaba la corta camiseta de tejido vaporoso que había traído de Libo y usaba sola para dormir. Cogió los que pudo con las manos y se conformó con saber que podían bajar a por más cuando quisiesen.

Al llegar arriba vació las manos sobre la cama de Eitne y se apresuró a asomarse al baúl para echarle un vistazo a su colección. Para estar donde estaban era un pequeño tesoro, y de hecho en sus juegos con los niños de su edad en su ciudad natal también empleaba cosas simples como aquellas constantemente. Aunque ninguna de las ideas que se le ocurrieron para hacer con ellos fue tan buena como la del daeliciano.
—¡Qué buena idea! Seguro que queda genial. ¿Qué podemos usar…? —Se frotó el mentón, pensativa—. Primero deberíamos hacer una lista del material que necesitamos. Oh, oh, ¿sabes lo que estaría bien tener? ¡Barro! —Enfrascada en su entusiasmo no fue consciente del pequeño cambio en Eitne tras hablar de su familia—. ¿Crees que alguien nos echaría una mano?

Entre tanto ya había empezado a hurgar en el fondo de uno de los baúles de ropa, buscando las prendas más prescindibles para poder utilizar. Le llamaron la atención los restos de un pantalón de tejido grueso color verde neón, rajado por la cintura (y por tanto inútil) y lo apartó también para la cama, junto a los cristales.

Eitne ayudó a Nime a rebuscar en los cajones ropa que no valiera y la amontonó toda sobre la cama con la intención de usar después la sábana para hacer un hatillo y poder trasladarlas a la planta baja. Creía que era mejor trabajar con el lugar a decorar ante ellos. La sugerencia de Nime le sacó de sus pensamientos y le iluminó la cara. <<¿Cómo no se me había ocurrido lo del barro?>> se reprochó a sí mismo.

—S-sí. Es un buen material —reconoció con una sonrisa de oreja a oreja. Fuera bonito o feo lo que saliera, a Eitne le encantaba jugar con barro—. P-podemos bajar abajo —redundó—. Para ver si N-neil va bien con la comida y n-nos puede echar una mano.

Así, el muchacho rodeó todo el material con la sábana y lo arrastró escaleras abajo hasta la mesa de la cocina. Una vez allí, preguntó al sinhadre si se encontraba disponible e, independientemente de su respuesta, preguntaría a Nime:

—¿Por dónde empezamoss? ¿Se t-te ocurre qué hacer con b-barro?

Nime no encontró muchas prendas más porque todo le parecía que se podía aprovechar de alguna manera u otra. Aun así, para empezar tenían más que suficiente. Cuando Eitne propuso bajar dejó de rebuscar y lo siguió escaleras abajo, parloteando con entusiasmo.
—…Porque si Neil aún no terminó podemos ayudarle para que tenga más tiempo para ayudarnos. Supongo. Nunca he cocinado nada, pero no parece tan difícil, ¿verdad? —decía. Solo calló al llegar abajo, pero tras el daeliciano le repitió a Neil lo que acababa de decir, ofreciéndole ayuda. Luego respondió a la pregunta—. No sé… —dijo alargando la e—. ¿No depende un poco de la tierra que encontremos? Digo… si usamos la del patio mojada no va a salir nada muy bonito, ¿no? Umm…

Nime echó a andar hacia el patio y allí se acuclilló para empezar a hurgar en en suelo. No le parecía muy consistente. Sabía, de jugar en la tierra, que se podían encontrar sitios donde la arenisca era más fina y se parecía un poco más al barro que se usaba en la cerámica. Pero de ahí a saber tratarlo iba un trecho, y no tenía ni la menor idea.
—¿Sirve de adorno un pastel de barro? —se preguntó, de forma totalmente seria.

—A mi padre se le quemaba todo, pero mi abuela decía que cocinaba peor que un energúmeno así que no sé si es dificil o no. Yo sé hacer poquitas cosas también —cocinar no era su actividad preferida, la verdad fuera dicha. Para Eitne había cosas más divertidas—. Bueno, nada de lo que t-t-tenemos es especialmente bonito de por sí, ¿s-supongo que cuenta más la intención?

El daeliciano se encogió de hombros mientras extendía los cristales sobre la mesa y los examinaba con cuidado. Totalmente concentrado, Eitne fue escogiendo sus preferidos según color, tamaño y forma y comenzó fabricar las guirnaldas. La voz de Nime se coló desde el patio y el muchacho sonrió de oreja a oreja. Le gustaba lo que estaba haciendo, pero le daba envidia sana de jugar con el barro.

—¡Claro! Puedes decorarla con cristalitos para que no la confundan con una de verdad —sugirió, orgulloso de su propia idea.

—¡Decidido entonces! —exclamó entusiasmada a la vez que se levantaba otra vez.

Sin lavarse las manos se coló en la cocina y hurtó un palangana. No tardaría mucho en acabar llena de tierra y sobre la mesa, al lado de las cosas que había bajado Eitne. Nime también acercó un vaso de agua y se frotó las manos mientras examinaba el material de que disponían.

—Propón cosas, seguro que es a ti a quien mejor se le da todo esto. —No podía dejar de amasar la tierra entre tanto, esperando instrucciones o la iluminación divina. Apretujó un puñado de tierra y al ver que quedaba un poquito firme intentó redondearlo, sin mucho éxito—. Oye, si tu padre era tan malo cocinando, ¿quién lo hacía en tu casa? No tenías hermanos tampoco, ¿verdad?

La familia de Eitne parecía muy interesante por lo que había escuchado de la abuela del muchacho, pero fuera de aquello Nime no sabía –o no recordaba– mucho más.

Probablemente Eitne estuviese viviendo su mejor día en la ciudad. Estaba tan ocupado fabricando guirnaldas y pasándoselo bien con Nime que no tenía tiempo para preocuparse por las maldades de la ciudad, a pesar de que siguieran estando ahí.

—V-Vale —asintió energicamente. La sonrisa se había vuelto imborrable en su cara—. S-si se me ocurre cualquier cosa te aviso —sin embargo no tuvo tiempo de pensar, las preguntas de Nime le llevaron por carriles de pensamiento que le traían algo de añoranza, pero por los que en ese momento se sentía lo suficientemente fuerte como para adentrarse—. En mi pueblo suelen cocinar las brujas dulces, una vez acaban todos de trabajar. Suelen usar magia y las cosas les quedan sieeeeempre sieeeeempre deliciosas. Si alguna vez escapamos de aquí, te llevaré a casa para que las veas, ¡es super divertido! —a Eitne le estaba costando no dejar la guirnalda en la mesa para ponerse a gesticular—. Por eso a mi padre se le da tan mal, tenía que hacerlo de la forma más complicada —Eitne no era consciente de hasta qué punto estaba justificando la torpeza de su padre—. ¿Y en vuestra casa cómo lo hacéis? Porque si no tenéis magia... —se calló para no ser maleducado—. ¿Y qué tipo de comida soléis preparar?

Eitne había tenido tiempo de sobra para saber que Daelicia y el resto de lugares eran polos opuestos culinariamente. Y tenía mucha curiosidad por saber hasta qué punto llegaban las diferencias.

En otro orden de cosas, el daeliciano no se había dado cuenta de que había dejado de tartamudear en algún punto de la charla.

—¡Huala! Qué raro, con lo ocupadas que deben de estar… —Respondió la niña al escuchar que eran aquellas brujas dulces quienes se encargaban de cocinar. Parecían demasiado importantes para dedicarse a algo tan mundano, pero no se lo cuestionó mucho más allá de lo obvio. Se centró sobre todo en la respuesta que iba a dar, quitando incluso importancia al hecho de que en Libo carecían de magia—. Pues… ¡como cualquiera! Bueno, como hacemos aquí. Y cocinaba mi padre, o mi hermano mayor… Últimamente sobre todo mi hermano mayor, pero se le daba peor, ¿sabes? —Una pequeña carcajada—. Y siempre era pescado, sieeempre pescado. Vale que había más cosas, pero es que mi familia es pescadora, así que estoy cansada de verlo. Y caracoles, y verduras… Muchos guisos. ¿Vosotros todo lo que coméis está dulce? —Parecía más entusiasmada que preocupada por ese hecho.

Entre tanto había terminado de redondear una bola de tierra a la que había pintado una carita simple –puntos por ojos y una línea por sonrisa– con los dedos. Alargó la mano hacia los cristales y le puso al monigote uno por pelo. Al darlo por terminado sonrió victoriosa y lo giró con cuidado hacia Eitne para que lo viese.

Eitne no pudo evitar contagiarse del buen humor de Nime y, cuando esta reía, él lo hacía también. Parecía mentira que ambos procedieran de mundos tan, tan diferentes, y fueran capaces de compartir un rato divertido con tanta facilidad y algo que ambos disfrutaban haciendo.

—¡Ala! ¡Qué chuli te ha quedado! —lo decía completamente en serio, aunque él a lo mejor habría utilizado un semicírculo para dibujar la boca, pero esos eran detalles menores—. ¿Me ayudas con las guirnaldas? No sé cómo vamos a colocarlas luego...

Y mientras se ponían manos a la obra con el siguiente trabajo, Eitne retomó la conversación por donde la habían dejado.

—Tenemos muchas variedades de sabores... —explicó poco convencido—. Pero todos ellos parecen más dulces que nada que haya probado aquí. Es muy raro... ¿Es como si a esta comida le faltara un condimento que tiene toda la nuestra? —no preguntó si su comida era siempre así de sosa porque daba a entender que sí, así que fue con otra duda—. ¿Y cómo son los animales en vuestra casa? ¿Allí existen los bhercales? ¿Y las vhadkhas?