Plano de los sueños

Por un momento, tal y como había temido, Wen quedó bloqueada al reconocer a Resizsan, el asreniano psicópata que había llenado su habitación de las tripas y la sangre de un compañero y que ella había tenido que matar. De alguna manera, aquel ser que había sido su pesadilla durante su criba había vuelto.

- No- casi susurró cuando reconoció a Tsusu bajo su pie, muerto. Pero el susurro se volvió grito cuando reconoció las figuras que habían aparecido tras él-. ¡NO!

Wen, angustiada y aterrorizada por las palabras del ranta y lo que estas implicaba, lanzó la flecha que tenía tensa en el arco hacia él, en un intento de inhabilitarlo, frustrada porque no contaba con la ayuda de su doble guadaña y su arco mejorado con ella.

- ¡No, Nasher!- gritó esta vez con todas su fuerzas y cargó otra flecha en el arco, asustada al ver como este se acercaba al ranta.

Wen no entendía nada. Había muerto. Ella lo había matado. No es como si alguna vez pudiera olvidar su primera muerte, el giro de su muñeca, su navaja manchada con su reseca sangre durante meses, el cigarrillo que le había robado consumiéndose lentamente en el suelo, el silencio, su sonrisa sádica y, por supuesto, el ruido. Ella recordaba perfectamente el ruido. Y no es que este fuera un recuerdo tangible. El ruido nunca había sido una realidad física, pero siempre había estado ahí, siendo la representación de sus miedos, al acecho. Y ahora había vuelto.

La flecha atravesó al ranta y así Wen solo pudo ver inútil e impasible como Resizsan mataba a Nasher sin que este hiciera nada para evitarlo. Wen volvió a gritar su nombre, pero nada evitó que el cadáver de Nasher se desplomara sin remedio. "¿Por qué no me ayudaste?" las palabras del asreniano retumbaron en su cabeza mientras ella no paraba de decirse "¡Pero yo lo había matado! ¿Por qué no está muerto?".

De pronto, el lugar cambió y ya no se encontraban en la que fue su habitación del torreón Maciel, sino en una calle que ella recordaba haber transitado bastante cuando iban a por las cestas. Resizsan seguía ahí hablándole, mirándole y fumando, como si aquello fuera algo normal de cada día, mientras la angustia y el horror cubrían a Wen a medida de que salía del shock y se iba haciendo consciente de lo que realmente había ocurrido, por muy imposible que fuera. Resizsan, el ranta que ella misma había matado, acababa de asesinar frente a sus ojos a Nasher. Poco a poco el escenario fue difuminándose a su alrededor quedando solo el hedor a muerte y humo revolviendo las tripas de la británica y la sonrisa del ranta quedando grabada en su mente como la imagen del ruido.

Y al despertar....

El anima se encontraba completamente agotado, aunque no era consciente de lo extraño de aquello al no saber tampoco que todavía dormía. Estaba nervioso, tenía el presentimiento de que algo terrible iba a ocurrir, o simplemente la sensación de que todo lo que ocurría era terrible. Sentía un miedo que se anticipaba a no sabía qué, pero encendía todas sus alarmas. No tardó en divisar el cuerpo inerte en la oscuridad. Lo reconoció enseguida.

Era eso, exactamente eso, lo que su subconsciente estaba esperando. Lo que temía. Por mucho que se apresurase a llegar junto a ella no iba a conseguir que el cuerpo de su aurva volviese a moverse. Se arrodilló a su lado y la zarandeó, trató de hacerla levantarse, le habló. Todo en vano. Por mucho que soñase escenas similares cada noche, no había manera de acostumbrarse. Además, en aquel momento aquella era la única realidad de Ayne.

La desesperación lo llevó al llanto, un llanto seco de una criatura sin ojos, que solo podía culparse a sí mismo de lo que quisiera que hubiese pasado. Y aun en medio de aquella desesperación logró ver finalmente a otra figura oculta en la oscuridad. Se incorporó de inmediato, sin apartar la vista de él.
—¿Quién anda ahí? —preguntó alzando la voz. Esta le temblaba—. ¿Eres tú el responsable de esto?

La tranquilidad del desconocido le hizo sentir furia. Si él no tenía nada que ver con aquello, no había nada que le diese derecho a opinar. A insinuar que no importaba lo que acababa de presenciar. El anima apretó los dientes.
—¡Lárgate! ¿Crees que este es un buen momento para venir a decirme incoherencias? ¡Eara está muerta, luces! ¡Y es culpa mía!

Su voz se quebró al decir aquello. Volvió a inclinarse sobre el cadáver, sin saber qué hacer. Quería llevársela de allí, ¿pero a dónde? No sabía en qué lugar se encontraba. ¿Dónde estaban los demás? ¿Qué dirían sus compañeros al descubrir que no la había protegido? Nunca se lo perdonarían. Eara era su nexo con muchos de ellos, ¿por qué no se había dado cuenta antes? Ayne no podía pensar con claridad. Había demasiadas cosas en su cabeza, y todavía no terminaba de asimilar lo que acababa de suceder.

Las palabras que el desconocido soltó en respuesta fueron diferentes de lo que Ayne esperaba escuchar. Desearía creer con todas sus fuerzas que no era culpa suya. ¿Cuándo había cambiado de opinión, de hecho? ¿No solía culpar a Jack de haberlos cosechado? ¿A la ciudad por obligar a los cosechadores a traer más y más jóvenes? Solo para transformarse en cosas como él, o dejarlos morir. O ignorarlos a pesar de pasar la criba, como a Eara.

Pero antes de que pudiese siquiera dar una respuesta, el cuerpo de la aurva se desvaneció sin dejar rastro. Ayne levantó la vista con confusión y clavó su mirada en el desconocido.
—¿Qué has hecho…? —murmuró, aunque calló para escuchar sus palabras—. ¿Qué quieres decir? ¿De qué estoy a tiempo?
«¿Qué está pasando?». El anima se sentía tremendamente confuso. No confiaba en el desconocido, pero quería saber qué era lo que tenía que decir. Y averiguar qué acababa de pasar con el cuerpo de su aurva.

Ayne se quedó callado y con la vista clavada donde antes estaba el cuerpo de Eara mientras el otro hablaba. Entendía bien los sentimientos que había detrás de sus palabras, aunque sus experiencias con la ciudad fuesen diferentes, pero lo que realmente se le había quedado grabado fue la posibilidad de cambiar las cosas. Sabía que debía meditar sus palabras, pero el cúmulo de emociones que le había producido ver a Eara muerta habló por él.
—¿Qué es lo que puedo hacer para evitar…? ¿Cómo puedo salvar a Eara? —Levantó finalmente la mirada hacia el otro transformado, deseando ser capaz de leer su expresión—. Entiendo que me estás ofreciendo ayuda a cambio de la mía, ¿pero qué puedo hacer yo exactamente?

Ayne no creía que estuviese tomándose a la ligera las palabras del desconocido. Lo que decía tenía sentido. Podía funcionar. Formar parte de una cadena de favores era un método para ser alguien en la ciudad a pesar de ser recién llegados. No le iba a pedir nada que no pudiese hacer, y Ayne lo creyó. Varias de las cosas que él había puesto como ejemplo el anima podía hacerlas por otros. Pero no todas.
—Parece un trato justo —dijo finalmente. Su postura se había relajado notablemente—. Aunque antes de nada me gustaría saber quién eres. No me enseñaron a hacer tratos a ciegas. También me gustaría saber si puedo poner mis propias condiciones. No tengo problema en ayudar a otras personas, pero hay cosas que no me veo capaz de hacer. Yo… —Dudó, incómodo, antes de continuar—. No podría matar a alguien si fuese eso lo que me pidieses. También dudo que fuese a pedir esa clase de favor.
Si de verdad fuese necesario deshacerse de alguien para que Eara pudiese vivir tranquila, la enviaría de vuelta a Sinhdro quisiese o no. O eso pensaba, al verlo como una posibilidad remota.

Cinco portentos soñaban. Todos ellos hijos de las tinieblas, todos afectados por el influjo de la Torre... pero sus delirios oníricos eran muy diferentes entre sí.

Un kairós prodigio soñaba con que su negocio se expandía por todos los mundos vinculados y su éxito era cada vez mayor. La premisa del sueño era positiva, no obstante, ¿por qué cuando despertase tendría la sensación de que algo estaba yendo muy mal?

Una gamusino recién bañada por la Luna, todavía buscando su propia identidad en más de un sentido, saltaba y corría a través de un bosque no parecía tener fin. Rezumaba alegría mientras zigzagueaba entre los árboles y saltaba sobre los arbustos, dejando tras de sí una estela de copias de sí misma. Pero no sería feliz cuando despertase, tendría una sensación horrible: en aquel sueño Neil no existía y era imposible que hubiese podido ser feliz así.

Una nebulomante que se había acostado agotada pero feliz dejó de estarlo en cuando su consciencia se precipitó hacia la pesadilla. Allí nada había cambiado, ella seguía siendo la chiquilla débil que llegó a la ciudad huyendo de su pasado; y de él. Él estaba por todas partes y había un mensaje que no dejaba de perseguirla, resonando en cada esquina, haciendo eco en su cabeza: "deberías haber aceptado". Cuando despertase sentiría un gran alivio, pues por muy real que hubiese parecido, no lo había sido. La inquietud que aquel sueño le había implantado, no obstante, la acompañaría por mucho más tiempo del que desearía aunque supiera que no era cierto.

Un draco de estínfalo durmió apenas durante un par de horas aquella madrugada. Durante ese tiempo no dejó de soñar que hacían daño a sus seres queridos. Que los torturaban, que los mataban... Lo peor fue darse cuenta de que él mismo había sido el perpetrador. En sus manos manchadas de sangre, de la sangre de los suyos, se reflejó su rostro: un rostro horrible, también ensangrentado. El rostro de un auténtico monstruo. Se despertaría sudando profusamente y gritando. Hacía mucho tiempo que no gritaba. Y ya no volvería a intentar dormir por ese día, asustado de la posibilidad de repetir la experiencia.

Y por último un soñador, el que debería tener control absoluto de lo que le mostraba su subconsciente. Simplemente nada. Vacío. Y no podía hacer nada por evitarlo. Ya sabía a qué se debía y ya sabía qué debería hacer. Pero eso no lo hacía más sencillo. El momento se acercaba demasiado rápido.