Plano de los sueños

Se quedo paralizada en el sitio por unos momentos cuando sintió el suelo temblar bajo sus pies, de una forma casi instintiva. Miro alrededor, mas adelante a cada lado e su camino podía ver dos senderos mas inalcanzables al no haber nada que los unía a simple vista, no al menos hasta que acercándose un poco al borde del sendero divido aquel camino cuesta abajo que conectada con el de la derecha y suponía habría otro similar conectando con el de la izquierda. << Si es que aquí hay derecha a izquierda, ¿hay suelo mas allá de este sendero o esto mas que caminos son como puentes colgantes y por eso tiembla ante mi minimizo peso ?>> era la única explicación que encontraba a ese temblor.

Volvió andar confundida, todos esos caminos parecían iguales, conectados como si formaran un extraña laberinto de lineas blancas que parecían suspendidas en medio de la nada. Aunque esperaba que no fuese literalmente en la anda y que ya fuese suelo, ya fuese algo mas mantuviera todas esos caminos conectados en pie. Observo el camino de la derecha, y luego miro al frente,dudosa, realmente no había nada mas adelante,  salvo mas y mas camino. << Estoy perdida y este sitio no tiene sentido >> pensó Pam frunciendo el ceño, pero intrigado por donde acabaría eso termino bajando despacio la pendiente del camino que daba la derecha, viendo confundida que había muchos mas caminos por allí abajo. Extrañado miro hacia arriba, hacia el sendero que acababa de abandonar para ir descendiendo y apenas en ese momento se percato que el suelo había dejado de temblar bajo sus pies.

Pero sin embargo seguía sintiendo que algo temblaba mas allá de donde sus pies pisaban. La mona del queso, miro nerviosamente alrededor, teniendo que esos caminos que ella creía era puente colgantes de hilos invisibles a la vista, estuvieran cayendo. << ¿Que pasa ahora? ¿¡Que provoca este temblor sino soy yo!?>> pensó la niña incomoda, sintiéndose desprotegida sin nada con lo que defenderse ni donde agarrarse. Pues no sabia si le incomodaba mas que el suelo temblase bajo sus pies, o no saber quien o que provocaba que este temblase mas allá.

No estaba sola en la inmensidad. No supo si le asombro mas ver repentinamente una mariposa volando desesperada hacia ella o el hecho de que esta hablara sin voz. << ¿Desde cuando hablan las mariposas? >> fue la pregunta confusa de Pam, que no pudo registrar mas que como magia, pues no era tan importante el hecho de que la mariposa le hablara como lo que le decía.

Y sonaba muchísimo mas alarmante que estar sobre un puente colgante. Pam miro asustada alrededor, notando a la mariposa revolotear junto a su cabeza. ¿¡Se estaba burlando de ella acaso!? ¡Ella tenía alas! ¿Como que estaba atrapada entonces?<< ¿¡De que cero sirve correr en una telaraña gigante!? ¡Es como correr en círculos! >> gruño Pam en su mente frustrada y asustada, sin pensar en desconfiar de la mariposa telepata. En otro momento lo habría hecho , pero ella notaba el temblor bajo sus pies y veía que estaba suspendida en esos sendero blanco en medio de la nada. Le parecía lógico lo que le decía, dentro de todo lo surrealista que era estar andando sobre un telaraña, a punto de ser comida y siendo avisada por una mariposa. << Como de grande es la cosa que ha creado esto >> pensó inquieta, no quedándose para intentar averiguarlo, corrió, intentando alejarse del temblor sin rumbo fijo.

¿Pero, como sabia si estaba alejándose o acercándose a la creadora del sendero? ¡No veía tampoco salida de este!

-¿Correr hacia donde? ¡No hay salida del sendero! ¡Mariposa, tu que vuelas, dime hacia donde puedo ir sino quieres que acabe como tu! ¡Por favor!- le pidió Pam dejando su orgullo e lado de por una vez, desesperada, mirando hacia todas partes como si esperase ver en cualquier momento un enorme bicho peludo con múltiples ojos corriendo sobre sus ocho patas tras ella.

El olor a sangre lo desorientó durante unos instantes, aunque no tardó en ubicarse... más o menos. Bastel pasó a mirar sorprendido todo aquello, preguntándose quién podría haberle presentado aquella escena. No hacía falta ser un genio para comprobar que todo allí estaba fuera de lugar: el anfiteatro se supone que estaba en ruinas, y aquellos combates no se hacían allí.

La voz a su lado le hizo girar tan rápido el cuello que sonó un chasquido. El trasgo tenía el ceño fruncido al mirar a aquel desconocido, antes de volver a mirar el ruedo. El olor de sangre y matanza lo rodeaba, y una sonrisa ladeada se mostró en su cara. Aquella salvajada era una de las facetas de Rocavarancolia que tanto admiraba. No podía decir que fuera su favorita en sentido estricto, pero sin duda era con la que su naturaleza se sentía más cómodo.

—Pensaba que los trasgos no se mataban entre ellos —conocía aquella antigua tradición, aunque nunca había pensado demasiado en ella. No conocía a más trasgos que el de la taberna, y nunca había podido hacer nada que se definiera como comunidad con uno de los suyos—. ¿Quién eres?

El trasgo sonrió de lado, inspirando el aroma de la carnicería. La respuesta no dejaba de ser cierta, y mientras contemplaba la salvajada de la arena Bastel pensó en aquello. Muchos definirían a Rocavarancolia como perversa, cosa que sin duda era, pero al sacerdote de Ewa no era aquello lo —único— que le atraía. Quizás ahora sí disfrutaba del abismo y la perversidad, pero también sabía que amaba a Rocavarancolia completa: con lo malo y con lo bueno, con el horror y la maravilla, con lo vil y lo honorable... La ciudad no podría haber sido nunca nada (y, más importante: nunca podría volver a ser nada) sin aunar tantos extremos, y todo lo intermedio. Y, por supuesto, entremezclado a todo aquello existía la imposibilidad de imponer reglas a Rocavarancolia. Imposibilidad hasta para la mismísima ciudad.

Miró hacia atrás y la vista del sueño terminando de formarse embelesado. Era cierto que una vez Seon le había enseñado una Rocavarancolia majestuosa, pero salida de su cabeza, no aquella copia fidedigna creada de los recuerdos de los más antiguos rocavarancoleses. Nunca había esperado contemplar de verdad aquellas calles tal y como debían haber sido, con aquellas magníficas torres que albergaban a los dragones, con el estandarte orgulloso del Castillo, con los engendros y los prodigios caminando por una ciudad que parecía tejida por la magia, más que construida con piedras. En los cielos, por supuesto, se encontraba la única monarca que importaba realmente en Rocavarancolia: la Luna Roja. Bastel tragó con dificultad, negándose a cerrar sus ojos aun cuando la humedad que se congregaba en ellos le impedía ver bien.

—Continuamente —su confesión fue ronca, en un volumen tan bajo que quizás Corann solo podría estar seguro de lo que había dicho gracias a su control sobre el sueño. El monstruo cerró los ojos por unos instantes, para cuando los abrió ya estaban secos—. ¿Qué interés tienes? ¿Qué quieres de mí?

Su voz estaba seria, pero sin amenaza. El cerebro de Bastel volvía a funcionar tras aquel momento de emoción y, como consecuencia, las dudas le asaltaban. Solo conocía a dos transformadas capaces de manipular sueños ajenos: de una de ellas no creía que fuera a montar ninguna farsa. No, Seon se habría descubierto como ella desde el principio. En cuanto a la otra no dudaba de que solo haría algo así en provecho propio, pero no con él. Estaba seguro de que si Nihil quisiera algo de él se limitaría a darle una orden, no a manipularle en sueños.

Lo cual le dejaba la duda de quién podría ser él. Y, por supuesto, con la sana desconfianza que todo rocavarancolés sentía hacia alguien a quien no conocía.

Bastel se unió a los aplausos y alaridos de ánimo durante unos momentos. Aquella salvajada brutal le recordó, sin embargo, las pálidas sombras que eran de estas las peleas de los bajos fondos, y eso le hizo callar. El trasgó reflexionó lo curioso que era cómo afectaba a todo la pérdida de gloria de la ciudad, la desaparición de su poder. Una Rocavarancolia apenas poblada de cenizas y fantasmas no podía permitirse el lujo de grandes masacres entre sus propias filas de forma continua... incluso si algo así seguía siendo legal bajo la falta de normativa de la ciudad.

Apretó los puños, enfurecido con aquel hecho. «El mundo más glorioso y temible que ha existido nunca... ¡Temeroso de hacerse demasiado daño!».

Pero no duró demasiado este pensamiento, no cuando tenía que estar atento a lo que aparecía ante sus ojos y oían sus oídos. Un nuevo éxito, una nueva majestad, comenzaron a invadir aquel sueño. En la expresión del sexto sacerdote de Ewa apareció un ansia y un deleite que muy pocas veces alguien podría ver. Contempló maravillado la extensión de las nuevas catedrales, el enladrillado del Castillo, los portentos que inundaban las calles. Así, pensaba Bastel, debía ser Rocavarancolia: el centro de la magia, de los prodigios y los espantos. La cuna, el corazón y el cerebro de toda la hechicería del vasto universo. La tierra de todo tipo de milagros.

Y la satisfacción lo inundó al comprobar la otra cara de la moneda: los tributos, los esclavos, los sacrificios del Bastión... Aquel era el lugar natural de Rocavarancolia, creía: dominante, en lo alto, dominando a todos los mundos civilizados. La posición, en definitiva, que merecía la única tierra que él pensaba que tenía el potencial de ser más poderosa que cualquier otra.

La panorámica lo conmovió y enmudeció. La hechicería y los delirios dominando Rocavarancolia, y Rocavarancolia dominando todos los mundos. La creación siguiendo el sendero que nunca debía haber abandonado. Aquello era lo que Bastel más deseaba.

—Acepto —su voz sonó ronca cuando miró al desconocido, olvidada toda precaución en pos de conseguir aquel sueño—. ¿Qué tengo que hacer?

Corann llevaba muy mal las sorpresas: el salto que le daba el corazón en su pecho se asemejaba al vértigo de despertar bruscamente de un mal sueño. Dio un respingo al oír la voz de su antigua maestra y se giró con brusquedad: la representación inerte del cadáver del nublino con el que había estado jugueteando se desvaneció en el aire por culpa de su concentración rota.

Mierda, había sido descuidado. Quería notoriedad, pero la última persona a la que quería uniendo los puntos era Nihil. Se lamió los labios despacio antes de contestar, aunque hacer tiempo dentro de un sueño fuese un concepto inútil.
-No es sólo diversión -y recordarlo le hizo hinchar el pecho con algo semejante a orgullo petulante. El suficiente, al menos, para mirar a los ojos a la súcubo a pesar de que el corazón le martilleaba acelerado contra las costillas-. Estoy aprovechando mi transformación como el resto no os atrevéis a hacer. Deberías estarme agradecida por lo que estoy preparando.

Corann había sido la rata rastrera de su grupo durante mucho tiempo. Sabía cuándo era el momento de quedarse de cháchara y cuándo el de retirarse discretamente.
No era un soñador ni tampoco había cambiado bajo la Luna hacía tanto tiempo: no podía soñarse a sí mismo una puerta que le llevara directamente adonde quería ir. En sus travesías por los sueños ajenos Corann solía poder enlazar elementos entre sí con facilidad, pero la presencia de Nihil no le dejaba concentrarse en inventarse un subterfugio elaborado. Pisó en su lugar de espaldas en el espacio vacío, su pie lo atravesó limpiamente como si no hubiese nada. Su propia ansiedad se solapó con el instante de pánico al notarse caer, y éste le propulsó a las profundidades del sueño y fuera de él, fuera momentáneamente de la vista de Nihil. Caía al subconsciente de otra persona, aunque no había tenido tiempo de pararse a comprobar en el de quién.

Tuvo la presencia de mente justa para imaginar que caía sobre un colchón de flores azules. Se desembarazó del nido de pétalos y su imaginación dibujó con trazos apurados, esquemáticos, el inicio de una galería subterránea. Corann siguió a paso torpe los toscos contornos que poco a poco iban cobrando forma de túnel. Poco importaba aquello: lo importante era conseguir poner distancia. Tenía que mantenerse lejos del alcance de Nihil, lo suficiente como para conseguir eludir su vigilancia y despertar en un lugar seguro. Si entraba en un pulso directo con ella, perdería.
Tanteó a ciegas aquel mundo soñado. ¿A quién pertenecía?