Plano de los sueños

Corann llevaba muy mal las sorpresas: el salto que le daba el corazón en su pecho se asemejaba al vértigo de despertar bruscamente de un mal sueño. Dio un respingo al oír la voz de su antigua maestra y se giró con brusquedad: la representación inerte del cadáver del nublino con el que había estado jugueteando se desvaneció en el aire por culpa de su concentración rota.

Mierda, había sido descuidado. Quería notoriedad, pero la última persona a la que quería uniendo los puntos era Nihil. Se lamió los labios despacio antes de contestar, aunque hacer tiempo dentro de un sueño fuese un concepto inútil.
-No es sólo diversión -y recordarlo le hizo hinchar el pecho con algo semejante a orgullo petulante. El suficiente, al menos, para mirar a los ojos a la súcubo a pesar de que el corazón le martilleaba acelerado contra las costillas-. Estoy aprovechando mi transformación como el resto no os atrevéis a hacer. Deberías estarme agradecida por lo que estoy preparando.

Corann había sido la rata rastrera de su grupo durante mucho tiempo. Sabía cuándo era el momento de quedarse de cháchara y cuándo el de retirarse discretamente.
No era un soñador ni tampoco había cambiado bajo la Luna hacía tanto tiempo: no podía soñarse a sí mismo una puerta que le llevara directamente adonde quería ir. En sus travesías por los sueños ajenos Corann solía poder enlazar elementos entre sí con facilidad, pero la presencia de Nihil no le dejaba concentrarse en inventarse un subterfugio elaborado. Pisó en su lugar de espaldas en el espacio vacío, su pie lo atravesó limpiamente como si no hubiese nada. Su propia ansiedad se solapó con el instante de pánico al notarse caer, y éste le propulsó a las profundidades del sueño y fuera de él, fuera momentáneamente de la vista de Nihil. Caía al subconsciente de otra persona, aunque no había tenido tiempo de pararse a comprobar en el de quién.

Tuvo la presencia de mente justa para imaginar que caía sobre un colchón de flores azules. Se desembarazó del nido de pétalos y su imaginación dibujó con trazos apurados, esquemáticos, el inicio de una galería subterránea. Corann siguió a paso torpe los toscos contornos que poco a poco iban cobrando forma de túnel. Poco importaba aquello: lo importante era conseguir poner distancia. Tenía que mantenerse lejos del alcance de Nihil, lo suficiente como para conseguir eludir su vigilancia y despertar en un lugar seguro. Si entraba en un pulso directo con ella, perdería.
Tanteó a ciegas aquel mundo soñado. ¿A quién pertenecía?

Aquel sueño era endiabladamente opaco; varias veces intentó Corann averiguar a quién pertenecía pero no lograba obtener nada en claro. Incluso el musgo luminiscente que se había imaginado en las paredes de la cueva para guiarse se negaba a concretarse más, apenas un contorno desdibujado en la penumbra del sueño.

Tanteaba a oscuras todo ese tiempo, deseando desesperadamente conjurar una salida sin resultado, y cuando tocó de repente el picaporte de una puerta creyó que por fin había logrado concentrarse. Le faltó tiempo para lanzarse a través de ella, el justo para darse cuenta demasiado tarde de que no tenía el mismo tacto que una creación suya.

Dio la vuelta sobre sus talones inmediatamente al ver a su maestra- a Nihil frente a sí, con el corazón en la garganta, pero donde había estado la puerta ahora sólo había roca sólida.
Quiso gritar. No, no, no, no, mierda, ¡mierda, esto no tenía que salir así! ¿Por qué no podían dejarle en paz?

Luchaba por poner todas esas frustraciones en palabras cuando percibió el cambio en el sueño. Miró a todos lados al advertir los temblores. Trató de contenerlos, sin resultado. El pasillo sin salida se resquebrajaba frente a sus ojos pese a todos sus intentos por manipular el entorno.
—¿Qué está pasando? —hacía mucho tiempo, más todavía en la escala de los sueños, que no sentía cómo el desconcierto hacía presa de él de esa manera aterradora. No sentía que estuviera entablando un pulso con su antigua maestra, por desigual que éste fuera: la otra fuerza era aplastante, no admitía réplicas.

El temor se convirtió en pánico al ver cómo la jaula se cernía sobre él. No sabía cómo, pero le estaban encerrando. No podía acabar así. No podía terminar así, de repente. Era injusto, se había dejado la piel en ello, había tenido tanto cuidado, había entregado todo lo que era a la torre y ésta ahora no iba a acudir en su rescate. Se mesó del cabello hasta empezar a tirar de él, tiró también de los cuernos sin apenas darse cuenta, casi hasta arrancárselos de la rabia que le daba.

Bramó un hechizo destructor sin ningún plan en mente, sólo ira contra aquel muro infranqueable y lo que significaba: que los que querían hacerle daño le habían seguido incluso a su lugar seguro, a sus sueños.

No fue un esfuerzo fútil, como había esperado: el embrujo en lugar de morir rebotó contra la jaula. Un alarido se hizo eco en la estrecha galería mientras su propia magia le destrozaba sin piedad.

Aun agonizante, Corann vio la oportunidad.

Un amasijo casi líquido de huesos rotos y articulaciones fuera de su sitio se deslizó a través de uno de los huecos de la jaula, en dirección al suelo y la oscuridad más allá. La jaula se encogió súbitamente cuando todavía no había terminado de pasar y Corann de alguna forma todavía encontró boca para chillar de dolor.

Pero no importaba. Lo había logrado, aunque quedasen atrás restos ensangrentados de él: aunque fuese la mitad, aunque sólo hubiera escapado una centésima de él no le habría importado. Estaba huyendo por fin de aquel sueño endemoniado a otro más acogedor, el que fuera. Caía a la oscuridad y ésta le daba la bienvenida.

Aterrizó en una guerra sin sentido con la Luna Roja en el cielo, donde un dragón de humo agonizaba. No se detuvo a comprobar si era una contienda presente, pasada o futura. Tenía que llegar a la Torre saltando de sueño en sueño, e incluso si Nihil y Melodes sabían lo suficiente no se atreverían a entrar despiertos por su cuenta si valoraban sus vidas. Se aferraba como a un clavo ardiendo a la posibilidad de que la súcubo no cayese en la cuenta del truco que él usaba para entrar, porque a partir del momento en que lo hiciera estaría acabado. Se arrastró por el suelo hasta encontrar la entrada a una alcantarilla y dejarse caer a través de ella.

Volvió a recorrer en su caída el pasillo lleno de ojos felinos de dama Gato, ahora vertical; la puerta de huesos al otro lado le llevó al sueño profundo de Tuétano. Manchó de rojo su sueño y perturbó el blanco de los huesos: el mar de éstos se lo tragó y le escupió de vuelta a la superficie de la Cicatriz de Arax con la que soñaba Astra. El engendro soñaba también con un mar de sangre y las olas le acunaron, disuelto en ellas, hasta los sueños de dama Azahar. El bastión palpitante le empujó a través de sus venas repletas de sangre y Corann lloró de alegría al reconocer la energía que le aguardaba al otro lado. Se lanzó a los brazos de la torre y despertó en ella, aterrizando de bruces al materializarse. El pánico convirtió en inconsecuente el hecho de que agonizaba. Le habían pillado. Nihil y Melodes iban tras su pista. No tardarían en dar con él.

Tenía un plan. Tenía un plan, pero no lograba acordarse de él.
No podía ni hacerse un ovillo en su tortuoso estado, pero sí dejó que su respiración terminara de descontrolarse. Ni todas las pesadillas más bellas del mundo podían consolarlo ahora, pero sanaría con la magia y el tiempo. Éste último, sin embargo, a partir de ahora corría en su contra.

La sensación de haber vivido aquello antes, y más de una vez, resultaba agobiante. Irianna todavía tenía sujetaba con fuerza la página arrancada, mientras miraba su reflejo distorsionado en el lago con la mirada perdida. La sensación de despersonalización era notable, pero lo que vio a continuación la devolvió a su propia consciencia de golpe: aquella no era la persona que tenía que aparecer. La idrina no sabía exactamente a quién esperaba, pero sabía que esperaba a alguien. Y desde luego no se trataba de aquel rostro que, aunque no era exactamente cómo el que tenía grabado a fuego en su cabeza, se parecía lo suficiente a su peor pesadilla como para sentirse mareada nada más verlo.

<<No es él>> se dijo mientras reunía el valor para encararse hacia el intruso.
—No sé de qué me hablas —desestimó su pregunta—. Ni quién eres.
A pesar de sus palabras, resultaba evidente que no se encontraba en una situación ventajosa para ella. Los alrededores del lago habían comenzado a desaparecer y el agua se rodeaba cada vez más de una espesa negrura.

La idrina luchaba por no dejar traslucir su nerviosismo más de lo que le resultaba estrictamente imposible ocultar, a pesar de que aquel desconocido parecía saber demasiado para que valiese la pena. Aun así, mostrarse así de débil… No, no era una opción, no después de lo que había avanzado. Porque había avanzado… ¿no? Suspiró para sí antes de responder finalmente.
—Sé perfectamente que no eres Veril, no es como si pudiera confundirlo con otra persona. Pero parece que tú ya lo sabes, ¿no es así?
Si aquel idrino extraño estaba empeñado en sacar a relucir sus miedos no veía motivo para no ser directa. Aunque en el fondo sabía que sus palabras no eran completamente ciertas: el rostro de Veril aparecía demasiado a menudo en sus pesadillas, inclusive aquellas que sucedían mientras estaba despierta, y si bien sabía que no se encontraba frente a él, a veces se lo parecía con demasiada intensidad.

Cuando se hizo el silencio la lacustre temblaba internamente, todavía poniendo todos sus sentidos en mantener una postura neutral. Su interlocutor lo notaba, estaba segura. Su lenguaje corporal de alguna forma le transmitía que podía leer por completo a través de ella. Y no le gustaba nada. Le repugnaba.
—¿Cómo vas a poder ayudarme? Ni siquiera te conozco, no entiendo cómo puedes saber nada sobre mí, y…
No le salieron las palabras. Quería recriminarle la guisa en la que se había presentado, pero le empezaba a costar seguir hablando con una fingida normalidad que de todos modos sabía que no resultaba creíble.

<<“¿Cuál es el problema?” Es obvio que eso también lo sabes>>. No lo dijo en voz alta, aunque probablemente había dado igual. Tenía la sensación de que sus pensamientos podían ser oídos perfectamente. No sabía con seguridad de si la causa provenía de aquel desconocido, del opresivo ambiente en el que se encontraba, o de una combinación de todo, pero por alguna razón se sentía incluso más expuesta que de costumbre.
Ya no le preguntó cómo sabía que soñaba con Veril, no parecía dispuesto a revelar por qué conocía cosas que no debería y empezaba a no importarle. Solo quería que se fuese, porque ella, por alguna razón, era incapaz de abandonar la orilla del lago, incapaz de dejar de clavar la mirada en un reflejo deformado que le devolvía una mirada de reprobación. <<No es asunto tuyo>> quiso responder a su comentario, pero no pudo. Especialmente no cuando planteó la posibilidad a continuación.

¿Veril cosechado? ¿Existía esa posibilidad? No se le había pasado por la cabeza: ella estaba allí para huir de su pasado. De sus padres. Y sobre todo de él. Había puesto mundos de distancia entre ella y Veril… Lo que el otro idrino planteaba… No podía ser. Se negaba a aceptar que pudiera ser. Pero cuanto más hablaba el extraño, más se definía en su cabeza como una posibilidad real. Y de pronto volvió a convertirse en una simple niña asustada, volvió a ser la misma Irianna que aceptó la oferta de Miseria Nombre sin pensárselo un segundo para poder escapar de su miedo más profundo. Miedo que ahora estaba regresando con fuerza. ¿El ominario rompería su promesa y la pesadilla empezaría desde el principio? De algún modo conocía la respuesta a aquella pregunta.

Hiperventilaba y temblaba cuando la propuesta llegó.
—¿Cómo? —Fue lo único que logró articular.

Se sentía terriblemente mal. Los alrededores se habían vuelto cada vez menos y menos halagüeños y lo que en un principio había sido una sensación de reiteración desagradable se había convertido en una imperante necesidad de salir corriendo. Pero no era capaz. Su cuerpo solo se movía para temblar y no parecía querer obedecer ninguna otra orden. Escuchó las palabras del idrino a través de la alarma incesante que le decía que no debería hacerlo. Pero lo hizo.
—¿Qué… qué tipo de trato?