Primer sueño de Irianna

La tranquilidad reinante le provocaba escalofríos. En un lugar de aspecto tan poco tranquilizador como se encontraba, el hecho mismo de que todo estuviese tan quedo le ponía los pelos de punta. Tenía la sensación de que iba a suceder algo en cualquier momento y su corazón latía de forma acelerada, adelantando un sobresalto que no se llegaba a producir. Ni siquiera la acompañaba el siblido del viento e Irianna tenía la sensación de que le faltaba el aire. Su agobio era imposible de pasar por alto en todo su lenguaje corporal mientras avanzaba dificultosamente entre el fango.
<<No sé cómo he acabado aquí, pero necesito salir ya mismo>>. En aquel instante, lo único que ocupaba su mente, menos preocupada por la primera parte de sus pensamientos, era llegar a una suerte de orilla: no sabía si el cenagal bajo sus pies se volvería más profundo y, de entre todas las formas posibles de morir, hundirse en el fango no se le antojaba precisamente piadosa. Se había parado a echar un breve vistazo a su alrededor pero, incapaz de distinguir nada que indicase un cambio en la distancia, tan solo pudo continuar caminando en una dirección al azar con la esperanza de avistar pronto el fin de aquel pantano.

Sucedió cuando la idrina comenzaba a pensar en que el agotamiento podría con ella aunque no se hundiese más en aquel pantano aparentemente infinito. El sobresalto provocó que el cieno bajo sus pies salpicase a su alrededor cuando aquella burbuja estalló de pronto frente a ella, emitiendo un sonido que, de no ser porque en su humor no cabía la diversión al encontrarse en semejante situación, habría podido resultar incluso cómico. La sucesión de croares y burbujas que siguieron a la primera le hicieron girar la cabeza en todas direcciones, tratando de hallar su origen.

Cuando reconoció su nombre abriéndose paso entre aquel croar sintió un escalofrío, pero cuando comenzó a distinguir voces conocidas, lejos de sentirse aliviada, su expresión pasó a reflejar preocupación y miedo: las voces parecían provenir de bajo el lodo. Ellos no debían estar allí. Ya era bastante malo que ella misma hubiese acabado en aquella desolación. ¿Y si se habían hundido tratando de rescatarla? La idrina agudizó el oído con el corazón completamente desbocado, tratando de identificar la dirección de la que venían. Cuando distinguió la voz de Vorela muy cerca, no dudó un instante en agacharse y rebuscar entre el cieno, embarrando sus guantes blancos por completo.
—¿Vorela? ¡Vorela! —la llamó mientras trataba desesperadamente de dar con alguna parte de su cuerpo para intentar sacarla.
No tenía tiempo que perder: la voz de la libense no era la única que había oído.

En un primer momento ni siquiera se había parado a pensar que era casi imposible que una zona tan cerca de sus pies fuese más profunda que lo que ya pisaba y por tanto no podía haber una persona allí. No obstante sus manos dieron con algo y los desconcertados ojos de la idrina se cruzaron con aquel extraño sapo. La chica apartó la mano sobresaltada y emitiendo un leve chillido, eclipsado por completo por la voz de Vorela que surgió de la gran boca del sapo. La idrina frunció el ceño y los labios, indignada con aquel engaño. Al menos esa fue la primera dirección que tomaron sus pensamientos, hasta que se le ocurrió pensar que el resto de voces que había escuchado podrían no ser falsas y volvió a observar a su alrededor tratando de decidir en qué dirección ir.

Ello, no obstante, no llegó a realizarse, pues enseguida el coro de voces ensordecedor le hicieron volver a gritar y realizar un amago de taparse los oidos con las manos hasta darse cuenta de que sus guantes se encontraban completamente embarrados. Se apresuró a quitárselos y se los colgó de uno de los bolsillos rápidamente para llevarse sus manos tan desnudas como limpias a su pabellón auditivo, buscando amortiguar aunque fuese solo ligeramente aquel escándalo. El caos era excesivo como para estar segura, pero de cuando en cuando le parecía distinguir la voz de alguien conocido. Cuando escucho la de él no pudo reprimir un nuevo vistazo apresurado a su alrededor. Sabía que ninguno de los dueños de aquellas voces se encontraban allí, pero el miedo que le inspiraba aquel tono de voz era instintivo.

No tuvo mucho más tiempo para angustiarse por ello, ya que entonces el sapo que había imitado a Vorela con tanta precisión saltó en dirección a su cara. En aquella ocasión su grito fue más audible, o lo hubiera sido de no haberse encontrado en medio de aquel caos sonoro. Irianna trazó de desembarazarse del sapo a la desesperada, el cual le estaba haciendo daño clavándole lo que probablemente eran unas pequeñas garras y apenas pudiendo dedicar un instante a preguntarse desde cuándo aquellos animales contaban con uñas en sus patas. Zarandeó también sus piernas en cuanto notó que más de aquellos animales trepaban por estas, clavándose fácilmente a través de sus leggings y probablemente de seguir así durante más tiempo, Irianna acabaría por perder el equilibrio.

—¡Dejadme en paz! ¡Yo no os he hecho nada! —acusaba a los sapos mientras seguía intentando quitárselos de encima a la desesperada, sin éxito. Sus heridas eran cada vez más numerosas y el fango que caía sobre ellas le escocía. Su ropa tampoco estaba saliendo bien parada y había perdido sus guantes, que antes colgaban de uno de sus bolsillos.

En medio de su forcejeo particular con los sapos, la idrina tuvo tiempo de sorprenderse por el súbito cambio en el paisaje. Había avanzado algunos pasos, sin lugar a duda, pero no era posible que hubiera recorrido tanta distancia en el lapso que había trasncurrido desde el ataque de los animales hasta aquel instante. Ya no se encontraba rodeada de fango, sino de un agua muy turbia. Agua en la que cayó finalmente salpicando de forma brusca tras intentar sacudirse una vez más a los sapos de sus piernas. Esperaba que la caida al menos ahuyentase a los sapos, pensó mientras se levantaba penosamente.

Al hacerlo pudo fijarse mejor en sus alrededores y comprobó un nuevo problema: ahora había un muro de fango a su alrededor. El único camino desembocaba en un bosque cubierto de niebla espesa, lo cual no parecía muy halagüeño. Pero tratar de saltar aquellos muros de fangos en su estado y teniendo en cuenta lo resbaladizos que serían no parecía tampoco una buena idea. Por otra parte, pensó, ¿qué podía perder si ya se encontraba completamente extraviada? Con ello en mente, trató de echar a andar en dirección al bosque.

Cuando vio los huevos Irianna tan solo pudo chillar de terror y asco durante unos segundos.
—¡Nonononono...! —repetía como si se tratase de una letanía mientras arrancaba de su piel al sapo que había vomitado los huevos en su herida, sin importarle si se hacía daño, para a continuación tratar de raspar aquellos parásitos mientras al mismo tiempo trataba de avanzar.

El dolor y el escozor eran cada vez mayores y la idrina ni siquiera se paró a pensar en que la herida sin duda se le infectaría ni prestó demasiada atención al hecho de que estuviesen imitándola: solo quería quitarse aquellas cosas de su piel cuanto antes. Siguió arrancando los sapos que pudo mientras intentaba correr para salir de aquellas aguas infernales, infestadas de sapos patilargos que pretendían criar en el interior de su piel. El pensamiento le hizo emitir otro grito antes de seguir corriendo. Tenía que alcanzar el bosque cuanto antes.

Irianna tuvo que dejar de intentar quitarse aquellos asquerosos animales de encima para observar sobresaltada aquella raíz que se cernió sobre su cintura. En un principio se había encontrado demasiado en shock como para gritar, pero cuando esta la alzó por los aires y la idirina se vio llevada de un lado a otro por las ramas de los árboles no dejó de hacerlo hasta que por fin se vio de nuevo en tierra firme. Apenas había tenido tiempo de asimilar lo que acababa de suceder cuando se dio de bruces contra el suelo y permaneció unos instantes tirada y su cuerpo tan solo moviéndose debido a su agitada respiración.

El desagradable sonido de los sapos siendo aplastados sin piedad por las mismas ramas que la habían trasladado de aquella forma tan escalofriante hasta allí hizo que girase su cabeza hacia atrás a medio levantarse del suelo. No pudo alegrarse por haberse librado de aquellas terribles criaturas pues lo único que podía pensar en aquellos instantes es en ella misma siendo despedazada de la misma manera. Apretó los dientes y sacudió la cabeza para tratar de hacer lo mismo con aquella desagradable imagen mental y se incorporó por completo para observar a su alrededor.

Lo primero que notó fue el frío. Cruzó sus brazos desnudos sobre sí misma mientras tiritaba. No solo tiritaba de frío, no obstante. ¿Dónde Reflejo estaba? Se había librado de los sapos, pero allí había árboles que podían matarla y además apenas podía distinguir nada en medio de la oscuridad. Estaba malherida, cansada y muerta de frío y miedo. Una parte de sí misma tan solo quería dejarse caer y cerrar los ojos, pero el instinto de supervivencia se lo impedía. Se encontró una vez más con caminar en una dirección al azar como única opción. Necesitaba encontrar el final de aquel páramo desolador.