Torreón Maciel (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

Archime no pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar hasta Maciel una vez más. Como aquella ocasión en la bahía. En realidad había más paralelismos de los que parecía a simple vista, pues en aquella ocasión también habían rescatado a Taro -aunque no solo a él- y el biomecánico también había agotado sus energías. El camino transcurrió si que el biomecánico fuese apenas consciente de lo que lo rodeaba, centrado en todo momento en controlar su respiración. No había llegado a darle un ataque de asma, pero si se sobreesforzaba sin duda le ocurriría.

Se aposentó en el sillón de siempre, todavía recuperando el aliento y habló tras Anriel.
—Debemos... curarlo... —musitó con la respiración agitada para después intentar llevar a cabo un hechizo de restauración.
No pudo. Probablemente todavía conservaba cierta reserva de energía mágica, pero el cansancio del uso continuado de hechizos exigentes fue superior a él. Se agitó ligeramente cuando recibió la palmada de Shaco y dejó en sus manos la tarea de curar al carabés mientras se recostaba en el sillón completamente agotado. Posiblemente debían repetir los sortilegios sanadores durante los próximos días para que Taro se recuperase correctamente, pero Archime les dio su visto bueno internamente a los que aplicó el humano a modo de primeros auxilios, dejando de preocuparse por aquel asunto en concreto.

—No deberías realizar... movimientos bruscos. Es preferible que... pidas ayuda para lo que necesites, por ahora —advirtió al carabés poco después cuando este hizo ademán de moverse.

Irraria y Carabás tenían planteamientos de inicio parecidos, pero métodos diferentes. Sin embargo de toda la mezcolanza de mundos de la que Taro había oído hablar a lo largo de su estancia aquél era el que le resultaba más familiar.
Alzó las rodillas en la silla hasta acodarse sobre ellas y escuchó las explicaciones del irrense, intercalando preguntas cuando lo vio necesario y añadiendo aclaraciones sobre su propio mundo si Archi llegara a pedirlas en algún momento. La conversación iba a dos bandas y tenía lugar a un ritmo tranquilo, de modo que Taro no se saturó; el irrense había aprendido a dosificarse los últimos meses.

-¿Y no contaban nunca nada? ¿O sólo que habían recibido magia?- frunció el ceño extrañado cuando Archi llegó a esa parte-. Sí que suena sospechoso. Quiero decir, nada más llegar nos ha pasado de todo; monstruos y toda la pesca. No es el tipo de cosa que a mí se me olvidaría comentar al volver a casa.

Miraba de reojo cada poco tiempo la cesta de los bebés, que hacía rato que dormían plácidamente. No se lo había contado a nadie, pero desde la muerte de Rica y Randa vivía con el terror constante a que se le muriera uno mientras él estaba a su cargo.

-Igual entonces no los había- siguió conjeturando-, ¿pero entonces por qué seguir trayendo gente a una ciudad que está hecha pedazos? ¿No prefieren arreglarla y luego traernos?- negó con la cabeza. Si Archi no entendía nada, él tenía menos posibilidades aún. Alzó la cabeza con un respingo-. ¿En el discurso os dijeron expresamente algo de volver? Quizá ya no dejen que lo hagamos. Para que no nos chivemos.

—Según los archivos realizaban demostraciones de magia y hablaban sobre las bondades de la misma. No hay referencia alguna a la decadencia o la peligrosidad de la Rocavarancolia que conocemos. Cabe la posibilidad de que antiguamente la ciudad no se hallase en estas condiciones, hay indicios claros de haber sido arrasada por la guerra —coincidió con una de las elucubraciones del carabés—. No obstante, es extraño que por ese motivo hubieran cambiado las condiciones y el propósito por el que cosechan a gente de otros mundos. Les resultaría más eficiente instruirnos adecuadamente en el uso de la magia, incluso si solo fuese para obligarnos a reconstruir la ciudad…

El biomecánico volvió a sumirse en sus pensamientos, tratando de buscar, una vez más, una solución que sabía que no encontraría. Faltaban demasiadas piezas del puzle. Volvió a prestar atención al carabés cuando este habló de nuevo y el irrense no tardó en encontrar las instrucciones de bienvenida entre los datos almacenados en su mente. Al fin y al cabo, aquellas únicas palabras que habían recibido por parte de los presuntos dirigentes de la ciudad eran clave para tratar de comprender cuál era su propósito allí.
—No, dicha posibilidad tan solo fue mencionada, al menos en nuestro caso, por nuestro cosechador Aeris Faraday. Hablaron, no obstante, acerca de despertar un poder que supuestamente llevamos dentro y desconocemos. Yo he encontrado hechizos que son imposibles de realizar, algunos ni siquiera pueden llevar a cabo los más simples… —El ingeniero comenzó a hilar pensamientos en voz alta de forma ausente, ya no parecía que estuviese manteniendo una conversación—. Alguna vez me he preguntado si la llegada de la Luna conllevará, de alguna forma, la manifestación de dicho poder. Tal vez la capacidad de realizar magia no alcance todo su potencial hasta entonces y en cada individuo madure a un ritmo distinto. Al fin y al cabo en Irraria también sabemos que tan solo es posible cosechar individuos entre un rango de edad determinado. Ello explicaría las diferencias en cuanto a la capacidad actual de cada uno de nosotros.

El irrense giró la cabeza hacia Taro, como dándose cuenta de que seguía ahí, y le asaltó una duda de pronto que no tardó en poner en palabras.
—¿Has intentado realizar algún hechizo desde que llegaste a la ciudad?
No recordaba al carabés intentándolo, no estando él presente. Taro no disponía de capacidad mágica según los resultados en su planeta de origen y por ello al irrense no se le hubiera ocurrido antes preguntarle a ese respecto ya que la respuesta debería ser lógica. Pero si había algún atisbo de realidad en alguna de las conjeturas que había hecho, Taro logrando realizar magia por primera vez sería un indicio de hallarse en el buen camino.

Torció el gesto cuando el irrense elucubró que el "potencial por despertar" se tratase de la magia. "Si hubiese querido magia me habría quedado en mi casa."
-No creo que sea solo eso- declaró-. El tipo que me cosechó dijo que no tenerla no significaba incapacidad para ellos, sólo que tu potencial es más difícil de despertar. La magia parece ser solo un accesorio, o un síntoma. Creo que ese "poder", o lo que sea, es otra cosa.

Ante la pregunta de Archi el carabés negó con sequedad la cabeza, sin ver razón para mentir pero tampoco para extenderse en la respuesta.
-No- dijo. Se mordisqueó uno de los nudillos, con la mente en otra parte, hasta que por fin dio forma a la pregunta-. De poder volver... ¿tú lo harías? Definitivamente- aclaró.

Los datos que introdujo Taro añadieron más datos que tener en cuenta a la hora de elaborar hipótesis. Ello provocaba que su anterior conjetura perdiese precisión, pero el biomecánico no se desanimó. Era un hecho que la falta de información lastraba enormemente la posibilidad de alcanzar una conclusión siquiera cercana a la realidad y cada nuevo dato era importante. No obstante, poco podía teorizar con aquello. ¿Qué otro elemento aparte de la magia podría existir que se relacionase con el supuesto potencial del que disponían?

La nueva pregunta del carabés lo distrajo de sus cavilaciones y el irrense decidió poner fin al hechizo de levitación en ese momento para evitar realizar un gasto mágico mayor aunque observando a los pequeños de reojo por si volvían a romper a llorar.
—Es preciso que vuelva. Aquí no dispongo de materiales e instrumental necesario para realizar un mantenimiento de implantes adecuado. Pero regresaría, no abandonaría Rocavarancolia hasta alcanzar todo mi potencial mágico. Claro que los factores que aún desconocemos podrían obligarme a cambiar de opinión, aunque lo considero improbable —estableció mientras se subía el puente de las gafas. Tras unos segundos de silencio volvió a hablar—. ¿Qué harías tú?
El Archime recién cosechado nunca se habría interesado, ni siquiera habría pensado en la posibilidad de interesarse por, la respuesta de su interlocutor. Si alguien le hubiera dicho que era lo “normal” devolver aquella clase de preguntas, habría fruncido el ceño con incomprensión y trataría de comprender, sin éxito, la lógica tras aquella noción.

-Yo no volvería- dijo Taro a su vez, negando con la cabeza. Luego se encogió de hombros-. Tampoco es que tenga mucha elección. En cuanto pusiese un pie en mi ciudad pitarían las alarmas del sistema de vigilancia enseguida. Me interrogarían para saber dónde he estado, se enteraría todo el mundo, descubrirían el portal. Cosas feas.
Sin embargo había más razones, a las que Taro no hizo referencia inmediatamente. En su lugar continuó jugueteando con la cereza entre los dedos, guiándola en recorridos aleatorios sobre el tablero.
-Me gusta estar aquí- confesó al final, sin levantar la mirada de la mesa.
Quitando los monstruos y que vivían en un sitio arcaico, claro. Pero a Taro le gustaba que hubiese ruinas a las que subirse o explorar allá adonde mirara. Le gustaba poder ir a cualquier lugar sin tener que prestar atención a los horarios. Le gustaba hacer lo que quisiera sin tener que pensar en si tenía la puntuación demasiado baja aquella semana. Le gustaba contar con un grupo.

Aunque definitivamente no todos eran amigos, sí había sentido de compañerismo. El saber que al menos uno de ellos no planeaba marcharse para siempre una vez se cumpliese el año era tranquilizador. A lo largo de los meses Taro había tenido tiempo para pensar en qué habría sucedido de haber contado con un grupo similar en Vora. Quizá no habría aprendido tantas cosas entre los tejados, pero también, quizá, habría estado menos solo.

Se estiró en la silla, rememorando el calambre habitual de todas las mañanas.
-¿No habrá ningún embrujo reconstituyente en ese grimorio, verdad, Archi?- preguntó sin muchas esperanzas, para quitarle hierro al asunto tan pesado que acababan de discutir.

Keiria estuvo a punto de preguntar el número exacto de personas que habitaban en la cabeza del humano, pero se contuvo en el último segundo, observando al chico en silencio. No era adecuado, acababa de perder a su maestro, y hablar del tema solo le haría mas daño.
—Lo siento —se disculpó, desviando la mirada—, no es un buen momento, ya hablaremos de ello en otra ocasión.

Le dejó espacio y retomó sus ejercicios, pero la ulterana estaba inquieta, y al cabo de un rato empezó a jugar con la pelota, dando toques y lanzandola contra la pared del torreón sin dejar que tocara el suelo y sin usar las manos. Horas de práctica le habían hecho bastante buena en aquel juego, pero practicar en solitario era aburrido, y tras unos segundos de indecisión, volvió a dirigirse hacia el pelinaranja.
—Oye, ¿te unes? —preguntó— Voy a buscar a los de dentro a ver si se animan, piensatelo mientras tanto.

La ibolense se acercó a la puerta y se asomó al salón, sin llegar a entrar del todo, alzando la voz para que la oyeran desde la cocina.
—¿Os apetece una competición? —preguntó, alzando la pelota de forma significativa— Si lográis ganarme preparare algo especial para cenar —comentó con una sonrisa retadora. La conversación con el aprendiz antes y la expectativa de unas cuantas horas de diversión ahora, le habían sacado del pozo de aislamiento en el que se había encerrado los últimos días.

Archime evaluó la respuesta de Taro, que aportaba nuevos datos sobre Carabás, y se preguntó cómo sería en el caso de Irraria. Sin duda podría regresar allí si quería, pero no tenía claro si el SGR le reasignaría su puesto y su sueldo tras haberlo abandonado durante un año entero.
—A mí también —coreó la última afirmación del carabés.
Era cierto que echaba de menos su taller y llevar a cabo proyectos con facilidad, sin restricciones de materiales o instrumental. También era cierto que vivían en constante riesgo de muerte. Pero, tras acostumbrarse a la vida diaria del torreón, a estar en la superficie sin restricción, Archime se descubrió pensando que volver definitivamente a su taller en Ío, solitario y subterráneo, se le antojaba… tedioso. El biomecánico se sorprendió al comprender que aunque tuviese la posibilidad de continuar estudiando magia en Irraria, a salvo y en su casa, probablemente no lo haría.

El ingeniero había vuelto a ensimismarse por completo en sus pensamientos, con la mirada fija en la cesta pero sin estar viendo nada realmente. Los engranajes de su mente girando a toda velocidad, tratando de encontrar el proceso lógico que justificaba aquella conclusión. Solo había dado con una posibilidad, una que no terminaba de comprender. La nueva pregunta de Taro detuvo su tren de pensamiento y el irrense parpadeó lentamente varias veces mientras atendía a lo que se le decía.
—Sí, lo hay. El sortilegio vigorizante —afirmó mientras se subía el puente de las gafas—. ¿Necesitas que te lo aplique?

Cuando Keiria les habló, el biomecánico tan solo negó con la cabeza. Si a algo todavía no estaba acostumbrado en absoluto, era al ejercicio físico. Su único tanteo en aquel mundo eran sus prácticas con la ballesta, pero precisamente el brazo era la única parte de su cuerpo acostumbrada al esfuerzo debido a su trabajo. Había sufrido de agujetas al principio, pero no se comparaba a lo que sucedería si practicaba un ejercicio en el que debía mantenerse constantemente en movimiento. Corría el riesgo, además, de padecer un ataque de asma.
—Me quedaré vigilando a los hijos de Lara —le dijo a Taro mientras recogía la cesta con sumo cuidado y se encaminaba hacia el patio con ella en brazos.
Aunque no participase, permanecería sentado observando cómo se desarrollaba el juego con la cesta a un lado, meciéndola de vez en cuando.

-La espalda me mata por las mañanas- se quejó Taro. Negó vigorosamente con la cabeza cuando el irrense se ofreció a aplicárselo-. No, no. Ya le echo yo un vistazo a ver si se puede apañar. O algo.
Se le hacía extraño todavía lo solícitos que eran los magos del torreón en ofrecer su magia a los demás. Lo normal era usar los dones de uno para uno mismo. Pedirles hechizos a otros se veía como algo muy jeta. Taro hacía una excepción ya que en aquel lugar la supervivencia era lo principal, pero por lo demás procuraba evitar a toda costa hacerlo.

En ese momento entró Keiria, y la mención al juego de pelota le recordó algo que tendría que haberle consultado al irrense y que se le había ido por completo de la cabeza.
-Archi, recuérdame luego que te comente una cosa- le pidió al biomecánico mientras se levantaba resueltamente de la silla. Sonrió maliciosamente a la ulterana-. Acepto, acepto el desafío... Si gano yo me da igual lo que cocines, pero quiero doble ración de todo.

Archi les siguió con la cesta a cuestas, lo que Taro agradeció. Una vez fuera se estiró para quitarse de encima el anquilosamiento por haber pasado tanto rato sentado, y entonces se percató de la sombría presencia del aprendiz en otro lugar del patio. Llamó a la ulterana y le preguntó en voz baja:
-¿Está bien? ¿Qué le pica?
"Creía que ya había hablado con Ri." Al carabés no le había pasado desapercibida la mirada de la sinhadre al salir, y había supuesto que la conversación había terminado bien.

El carabés aumento la apuesta, y la pelirroja se encogió de hombros con una sonrisa.
—Trato hecho —acepto, pasándose la pelota de una mano a otra mientras esperaba a que se preparara.

El aprendiz no había aceptado la propuesta de Keiria, pero ella no insistió y le dejo espacio para pensar, él mismo se uniría si lo veía oportuno. Archi había declinado la oferta para ocuparse de los hijos de Lara, pero había salido también al patio y se había sentado con la cesta a mano para observar el juego. Antes de empezar Taro le hizo un gesto para que se acercara y le pregunto en voz baja que le pasaba al pelinaranja.
—Bueno, ha recordado cosas de su madre... de como murió —respondió en el mismo tono de voz, echándole un vistazo al apagado muchacho—. Yo ahora le dejaría un poco de espacio, pero puedes preguntarle luego, le vendrá bien hablar con un amigo, alguien que recuerde, ya me entiendes —aclaró con una media sonrisa poco alegre—. Por el momento juguemos, veamos que tal se te da un uno contra uno —rió.

La pelirroja se alejó una distancia prudencial y soltó el balón, controlandolo a continuación con los pies. Las reglas eran sencillas, mientras no agarraras la pelota con las manos estaba permitido marcar con cualquier parte del cuerpo, la práctica, sin embargo, era otra cantar. Se requería mucha habilidad y al principio era frustrante, pero con el tiempo se aprendía, y jugar con amigos era muy entretenido.
—Vamos allá —le sonrió al carabés, pasandole la bola con fuerza e iniciando el juego.

Con jadeos llegaron a Maciel. Nero se dejó caer en el suelo con una risa para la que no le llegaba el aire.
- Bendita falta de olor a mierda. Bueno, ¿quien llama? Ah, Anriel, sangras- dijo al levantar la vista, parpadeando ante el halo de luz del sol que ocultaba tras su rostro la sinhadre.
La chica se palpó la cabeza, como si por primera vez se diera cuenta de que la habia golpeado un pedazo de edificio. Tenía rasguños repartidos por el rostro, piernas y brazos y polvo enturbiando la piel clara, mezclado con sangre.

- Tu también- le dijo apática- Los brazos.

- Pero seguimos con cabeza.

-Ah- Taro no supo cómo responder ante aquella nueva mención a una madre. Aparentemente en otros mundos había una especie de vínculo que todos parecían entender menos él. Algo más profundo que el mero hecho de vivir juntos, como solía ser el caso incluso de los niños de papá a los que criaban en casa-. No sé si sabría qué decirle- admitió. Sin embargo él también había vivido la pérdida de alguien cercano. Si se parecía mínimamente a eso, entendía por qué el ruso estaba así y no le gustaría pasar de él. Quizá viese de decirle algo más tarde.

-Veamos- coincidió. Se lamió los labios, concentrado, y empezaron el peloteo. La ulterana era una rival dura, y la actividad física le despejó todo lo demás de la cabeza.

[1-50, gana Taro. 51 - 100, gana Keiria]

El miembro 'Naeryan' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

'Dado de 100 caras' : 31

Dieron el partidillo por terminado en cuanto oyeron que el puente bajaba. El carabés llevaba ventaja en ese momento, y se permitió alzar los puños al aire y dar una vuelta sobre sí mismo a modo de baile de la victoria.
-Alguien le va a dar caña al fogón hoy- canturreó mientras iba en dirección al interior-. ¡Buen partido!- añadió antes de desaparecer por la puerta de acceso al salón.

Fue a abrir el portón, encontrándose con los cuatro exploradores hechos un cromo. Estaban todos y el recuento de heridas no parecía ser muy grave, de modo que Taro no se alarmó mucho.
-Qué guapos venís- comentó sin más, y les dejó pasar-. ¿Qué habéis visto?

Tuvieron suerte de no tener más incidentes. Ya al llegar a terreno conocido por fin pudieron permitirse tomar aire. Todavía se preguntaba cómo esperaba Lara haber rematado a aquella cosa. Lo más fácil era no volver a pisar su territorio, como habían hecho hasta el momento con buenos resultados. No habría tardado en recuperar la verticalidad y no sabían de qué era capaz si se hubieran acercado. «Ni correr es siempre cobardía ni enfrentarse a un peligro valor. Enfrentarse a los monstruos de la ciudad yo, al menos, lo llamo estupidez». Aunque eso lo pensó, no llegó a decírselo a la ordesa, entre otras cosas porque con tanto jadeo no era capaz de hablar.

El resto del camino de vuelta lo hizo sin emitir una queja, sintiendo cada vez menos el dolor de la rodilla, pero no porque desapareciese. Si bien en esta no parecía haber nada mal en apariencia, en su hombro sí había aparecido un buen moratón. Nada importante, por suerte. Hasta que llegaron al torreón y sus músculos empezaron a relajarse, no empezó a adquirir una leve cojera.
―¿Guapos? ―soltó indignado con un mohín―. Casi nos aplasta una bola de mierda que llevaba un escarabajo de como dos metros, que quería además matarnos. También nos han caído escombros encima por intentar volarle la cabeza. Por último, hemos tenido que correr como auténticos matados porque, como es evidente, no lo conseguimos. ―Soltó el aire que le quedaba en los pulmones e inspiró profundamente hasta tranquilizarse―. El bicho más grande que vaya tolerar no debe sobrepasar eso ―añadió señalando a Xalk. «Y preferible en tamaño normal».

Al entrar se dejó caer en el sofá tan pesadamente que pensó que se lo cargaba. Se relajó a gusto, y lo único que hizo hasta la hora de irse a dormir fue cenar. Al día siguiente no se apuntó a la salida, pero la mayoría de los días seguiría saliendo, ya fuese a buscar comida o a ayudar con los recuerdos del aprendiz.

Sobre el humano precisamente habló con Keiria, porque aunque a ellos todavía no los recordaba, podían preguntarle si seguía queriendo entrenar con ellos como antaño. Si se lo planteó a la ulterana fue porque vio que ya no había recelo por su parte con el chico.

Una noche, hablando con Ippon, que dibujaba a la luz del brasero, tuvieron una idea tonta para los críos de Lara. Para cuando cayese la noche, momento en que el móvil de Keiria apenas destacaba por la oscuridad, crearon una especie de animación de formas de colores siguiendo movimientos y efectos hipnóticos. Se podría decir, de hecho, que prácticamente todo lo hizo el niño, pero el ordenador era el de Cío y trató de, al menos, dar ideas o ayudar con el programa. Como tontería que era la terminaron de hacer enseguida, y al testarla con los pequeños ordeses a estos pareció gustarles bastante. Cío pensó que era una pena que no crecieran más rápido, porque mientras gastasen aquel tamaño no se podía jugar con ellos como de verdad era divertido.

Aquella mañana se estaba hablando de salir una vez más. No sabía si unirse sin esperar a que se pronunciasen todos o no, ya que tenía un leve dolor de cabeza desde la noche anterior. Decidió esperar, a ver qué decidían los demás.

Archime observó el desarrollo del juego desde su posición. Poco después del inicio del mismo, los hijos de Lara rompieron a llorar nuevamente y el biomecánico volvió a mover el móvil, esta vez con las manos. Ello no los calmó por completo y el irrense se rascó la nuca con nerviosismo mientras observaba alternativamente a los jugadores, pensando en preguntarles qué debería hacer pero no queriendo interrumpirlos. Finalmente, recurrió a la magia, como siempre, y se apresuró a conjurar un bloque de hielo luminoso que movió sobre las cabezas de los pequeños. Como tuvo éxito, a continuación probó otros conjuros menores e invocó unas llamas pequeñas a las que dotó de diferentes colores, asegurándose de mantenerlas siempre alejadas de los niños, que las miraban fijamente con fascinación y extendían los brazos hacia ellas. Esculpió las llamas, dándoles diversas formas sencillas que desfilaron ante los atentos ojos de los niños. Por suerte, cuando ya empezaba a considerar que ya había gastado suficiente magia de aquella manera, los pequeños comenzaron a bostezar y Archime devolvió a las llamas a su color original, manteniendo una forma simple, como si estuviesen prendidas sobre una vela. El ingeniero esperó a que se durmiesen por completo y detuvo el pequeño espectáculo por completo para volver a centrar su atención en los jugadores.

Cuando el partido ya había terminado y el irrense se encontraba en el sillón con el grimorio a pantalla completa en su ordenador, mientras mantenía la cesta cerca por si los pequeños se despertaban, el grupo de exploración regresó. Archime se había levantado para subir el puente y, cuando volvió a la planta baja, pudo observar el estado en el que volvían. Escuchó el relato de lo sucedido en aquel barrio de proporciones gigantescas mientras le tendía a la ordesa la cesta donde aún dormían sus hijos. Habían utilizado el circuito rúnico explosivo, por lo que apuntó mentalmente realizar otro para volver a ponerlo a su disposición, tal vez aumentando, además, la potencia de la explosión.

Durante los siguientes días el biomecánico practicó nuevos hechizos. Una tarde salió al patio y conjuró nubes sobre el mismo, a las cuales hizo que captasen humedad del ambiente para provocar una pequeña lluvia. Al mismo tiempo probó un hechizo sencillo que consistía en un tapón mágico y el cual probó sobre la boca del pozo, comprobando que la lluvia no se filtraba con dicho sortilegio aplicado sobre la misma. Después de las pruebas, aplicó reiteradas veces el hechizo de drenaje para no dejar el patio completamente mojado ya que alguien podría resbalarse y tener un accidente innecesario.

Aquella mañana había vuelto a despertarse en la cama cuando se había quedado dormido en el salón, tras pasarse el efecto de un hechizo de iluminación que había probado. Consistía en iluminar una estancia realizando una simple palmada como único gesto y comprobó que según pasaban los minutos la luz se atenuaba. Dicho efecto logró que el biomecánico se sintiese más somnoliento progresivamente hasta quedarse dormido, una vez más, en el sillón. Ya no le sorprendió encontrarse metido en la cama por la mañana, aunque sin haberse cambiado de ropa ya que lo único que se había quitado era la bata, la cual encontró pulcramente colgada de una silla. Sin demorarse demasiado, bajó a la cocina para desayunar.

El aprendiz anunció que quería volver a realizar una nueva salida en busca de sus recuerdos y Archime propuso la biblioteca ya que habían estado varias veces allí. Además, nunca era mal momento para visitar la biblioteca, por lo que si el humano accedía, lo acompañaría.

Taro resopló exasperado ante el relato de Cío pero no comentó nada. ¿Para qué hacerse el sorprendido a aquellas alturas? Bien podrían haber vuelto cubiertos de purpurina rosa y tampoco habría resultado anormal en aquella ciudad.
Se alegró de haberse quedado en casa en esta ocasión, aunque por otra parte las vistas desde lo alto de un edificio de aquel barrio debían ser espectaculares. El carabés tomó nota de por dónde quedaba por si alguna vez conseguía que colase una propuesta de volver por allí.

Más tarde ese día, cesadas las alarmas y las curaciones de rigor para los exploradores, le volvió a la mente el asunto del aprendiz. Como siempre que le pasaba cuando no podía quitarse algo de la cabeza Taro pasó lo que quedaba de tarde inquieto, yendo de un lado a otro del torreón y sin centrarse mucho en nada. Al final cogió al ruso por banda y le soltó, con más buena intención que elegancia:
-Keiria me ha contado... A ver, no te cabrees con ella, le pregunté yo. Sé que es chungo recordar esas cosas, he pasado por ahí. Así que si alguna vez necesitas hablarlo o lo que sea... pues aquí estoy. Ya está.
Acto seguido y sin dejarle mucho margen a que respondiera Taro se escabulló de vuelta al interior del torreón. Por el camino pasó junto a una ventana, y sintió el impulso de asomarse por ella. Sin pararse a pensar por qué fue al alféizar y sacó medio cuerpo por él, buscando qué era lo que le había llamado la atención.
Frunció el ceño ante la calle vacía, que apenas alcanzaba a entrever. Nada.


Los días siguientes pasaron sin ningún acontecimiento destacable. Aquella mañana Taro se levantó muy tarde y rabiando aún por el calambre matutino, que no había conseguido desperezarle del todo, bajó al salón. Ya habían estado haciendo planes y de refilón captó que alguien proponía la biblioteca. Cuando la propuesta fue secundada Taro desconectó los oídos de la conversación y centró las escasas capacidades mentales que podía reunir en ese momento para decidir qué desayunaba.

Si alguien preguntaba si se apuntaba negaría en silencio con la cabeza, siguiendo a lo suyo. Nunca había explicado de viva voz por qué, pero daba por hecho que todos se hacían una idea. Taro hurgó dentro del congelador casero, aprovechando que no se le veía la cara para bostezar sin que nadie se diera cuenta.

Aprendiz

El joven ruso respondió a la ulterana con una sonrisa algo apenada y se despidió de ella. Ella y Taro echaron un partido con la pelota mientras Archi con los niños los observaba. Se sentia que no merecia disfrutar de nada de momento y así estuvo, todavia sin ganas de nada hasta que pasó el tiempo. Taro parecio haber ganado.

Entonces se escuchó como habian llegado los otros de la salida. Algo recluciente, el aprendiz se acercó a observar las maugulladuras que tenian unos y otros. Y el olor. Pero se sintió aliviado de oir que seguian de una pieza, aun a pesar de los problemas.
Después, Taro se acercó a él y le mostró su empatia y preocupación, para decirle al final que si necesitaba hablar con él que no lo dudara para luego escaparse con aparatosidad. La sonrisa del ruso tardó un par de minutos en desaparecer pero lo acabó haciendo.

Los siguientes dias, el aprendiz se mostró terriblemente pasivo. Apenas reia y el hecho que no encontraban nada en particular de sus recuerdos alli donde iban tan solo le deprimia más. Entrenaba por su cuenta y cuando se le avisaba para entrenar en compañia accedia, pero no se mostraba exultante de energia como solia, sino más bien apagado.
Aquel dia se habia propuesto ir a la biblioteca, con tal de encontrar posibles objetos personales y recuerdos en ella. El chico no estaba muy seguro del lugar, pero acabó por acceder a ir. No habia mucho positivismo en él con aquella excursión. Estuvo listo de los primeros, con el bõ al hombro y algo cabizabajo.