Torreón Maciel (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

Archime no pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar hasta Maciel una vez más. Como aquella ocasión en la bahía. En realidad había más paralelismos de los que parecía a simple vista, pues en aquella ocasión también habían rescatado a Taro -aunque no solo a él- y el biomecánico también había agotado sus energías. El camino transcurrió si que el biomecánico fuese apenas consciente de lo que lo rodeaba, centrado en todo momento en controlar su respiración. No había llegado a darle un ataque de asma, pero si se sobreesforzaba sin duda le ocurriría.

Se aposentó en el sillón de siempre, todavía recuperando el aliento y habló tras Anriel.
—Debemos... curarlo... —musitó con la respiración agitada para después intentar llevar a cabo un hechizo de restauración.
No pudo. Probablemente todavía conservaba cierta reserva de energía mágica, pero el cansancio del uso continuado de hechizos exigentes fue superior a él. Se agitó ligeramente cuando recibió la palmada de Shaco y dejó en sus manos la tarea de curar al carabés mientras se recostaba en el sillón completamente agotado. Posiblemente debían repetir los sortilegios sanadores durante los próximos días para que Taro se recuperase correctamente, pero Archime les dio su visto bueno internamente a los que aplicó el humano a modo de primeros auxilios, dejando de preocuparse por aquel asunto en concreto.

—No deberías realizar... movimientos bruscos. Es preferible que... pidas ayuda para lo que necesites, por ahora —advirtió al carabés poco después cuando este hizo ademán de moverse.

Aprendiz

Al poco de ver que habian terminado de desayunar, el aprendiz entró sin camiseta al torreón, sudando a chorros. Se habia aplicado como una bestia y le dolian las extremidades, así como le sangraban los nudillos y tenia marcas de golpes por todos lados.
Les comentó que saldria hoy a otro lugar y varios se decidieron apuntar. O mejor dicho, acompañarle. Y entonces preguntó sobre a donde podrian ir. Tras mucho debate, tenian claro que un sitio que quizas fuese de importancia era una tal Capilla de los Nombres. El ruso no les hizo esperar mucho. Salio al pozo, se mojó de pies a cabeza y se vistió. Armado con su bõ, el aprendiz se unió al grupo que salia.

Sigue en Capilla de los Nombres

Lara se levantó tarde y de buen humor. Tanto que alargó su estancia en la habitación todo lo que pudo. Había mucha gente ahí fuera a la que no quería ver, con la discusión de ayer todavía reciente, y prefería retrasar el momento de cruzarse con ellos para que su buen humor no acabase corrompiéndose.

Tardó en bajar con sus niños en la cesta y, cuando lo hizo, fue para encontrarse al grupo hablando de salir. <<Claro, seguidle el juego a ese capullo>> pensó al escuchar las razones por las que iban a salir. <<Algún día acabarán muertos por descuidados y la culpa no será de nadie más que de ellos>>. Obviamente seguía desconfiando de que el aprendiz siguiera siendo Jack.

Asistir a aquella salida no era de sentido común para ella, aunque en parte le diera pena y algo de rabia perdérsela. Llevaba tiempo queriendo salir y cada día que pasaba encerrada, las ganas aumentaban. Sin embargo, para recoger las cestas no la necesitaban nunca y empezaba a creer que en general la valoraban más como la “pila extra”, que como cualquier otra cosa. <<Les basta con que esté junto a la puerta para aplicarles las defensas al salir>>. Se quejó mentalmente. Si además las pocas salidas de participación abierta iban a ser para ayudar al humano multipolar, Lara empezaba a verse muerta de vieja entre las piedras. <<¿Qué más dará que entrene la puntería con el arco desde hace meses o que tenga requeté-estudiados algunos hechizos ofensivos? ¿Qué importará que mis ideas sean buenas, si al final rompen con su torpe moral y se disgustan?>>. Tal y como había vaticinado, bajar la había puesto de mal humor.  Decidió alejarse del grupo que salía, no sin olvidarse de cagarse en todos sus padres cuando subieron y bajaron el puente levadizo.

<<¡Estúpido ruido de las estúpidas cadenas del estúpido puente! ¡Por los tres feudos azarosos!>>.

Acabó, cómo no, en el patio y con la sola compañía su arco y su carcaj. <<Ya se sorprenderán cuando encuentre mi dominio o vuele>>. Disparó la primera flecha de la mañana, de forma brusca, con rabia contenida en cada movimiento. <<Ya verán que no estoy loca y que mis temores no son infundados>>. Disparó la segunda. <<Ya se arrepentirán de no haber prestado más atención a mis vaticinios. De habernos subestimado, a mí y a mis consejos>>. Varias flechas más se sucedieron. Con cada proyectil, Lara disparaba una queja. Hasta que, poco a poco, se fue sintiendo más aliviada. Sus problemas quedaron clavados (o no) en la diana y aquella rabieta de madre inestable fue amainando.

Cuando estuvo más tranquila, se recordó a si misma que algún día rompería la ciudad, igual que la ciudad la había roto a ella, y todo volvería a estar en paz. Pero para llevar a cabo tal hazaña, debería ir poco a poco. Primero tenían que eliminar a la ladrona y reducir los riesgos.

Nada más regresar dieron la noticia de que aquel bizarro método de encontrar recuerdos funcionaba, y sin más acontecimientos relevantes el día finalizó y dio paso a los siguientes. En alguno de esos días ociosos tuvo lugar alguna que otra salida extra "a por recuerdos" (a Taro todavía se le antojaba extraña esa expresión), pero que esta vez ofrecieron resultados infructuosos.

El intercambio de comida con los letarguinos trajo consigo algo más que bollos y comida de sobre. Taro no supo de la noticia de primera mano ya que tampoco había acudido a aquel encuentro, pero se enteró igualmente de la espantosa experiencia que habían sufrido los habitantes del torreón de las enredaderas. Aquello renovó su determinación de no volver a pisar la puta zona norte en lo que le quedara de existencia. Al igual que había sucedido con la muerte de Baurus, al no haberla visto de primera mano la información de que se les había muerto una compañera se le antojó extraña, y no logró darle la importancia que merecía. En la práctica el carabés aún no había visto a la ciudad llevarse a nadie. Simplemente desaparecían, y eso no era tan traumático.

Todavía le resultaban extrañas las lagunas que presentaba su amigo cuando conversaban, pero como resultado a lo que había pasado en la capilla el trato de Taro hacia el aprendiz adoptó poco a poco los tintes que tenía antes. El único otro cambio destacable respecto a la rutina normal por parte del carabés fue la suspensión momentánea de las prácticas de parkour en el edificio de enfrente: Taro nunca parecía encontrar el momento de soplarle al aprendiz que antes de que perdiera la memoria habían enseñado conjuntamente a Ri, ni el de preguntarle a la sinhadre si quería intentar seguir con ello como antes, aunque fuese de forma fría, o por el contrario como lo habían estado llevando los dos últimos meses.

La madrugada anterior a Taro le había costado dormir y había bajado a por algo de comer, y sin saber muy bien por qué había acabado acodado en la ventana del salón mirando al infinito. No era la primera vez que le daba por ahí, aunque no solía ser a horarios nocturnos tan intempestivos, de modo que se había bajado una manta y antes de darse cuenta se había quedado dormido en la silla que había arrastrado allí.

-Puñetas- masculló al incorporarse y sentir el usual calambrazo en la espalda, y dejando la manta sobre la silla desplazada fue al pozo a por agua para asearse.

En la explicación de Taro se perdió a la mitad. Asintió con aplomo pero ya no sabía exactamente de qué le hablaba. «Vamos, que la magia es una timada» concluyó. Mientras el carabés examinó y raspó la pared lo miró con extrañeza, pero no dijo nada «bien, supongo que si yo también hubiese vuelto a la vida me volvería un poco susceptible con ese tipo de cosas». Se reunieron con Ri fuera y, sin tener más destinos posibles por las cercanías, terminaron por volver al torreón.

No hubo mucho más que hacer ese día, por lo que se dedicó a los entrenamientos y se dio un baño cuando ya caía la noche. Al día siguiente se hizo una visita a Letargo, a la que él no fue. No tenían nada que ayudase al aprendiz, pero esa no fue la noticia más importante que trajeron de la visita. Al parecer habían caído en una sofisticada trampa mágica cuyos detalles quitaban las ganas de volver a pisar ninguna zona desconocida, perdiendo a una compañera a la que apenas conocía y saliendo heridos en el proceso. Aquello lo dejó con una mala sensación todo el día. Le costó bastante quitársela de encima, pero no fue capaz de olvidarlo como para no pensar en ello cada vez que asomaban el hocico a una calle desconocida.

Pasaron algunos días hasta que una noche tuvo un sueño. Empezó como algo sin lógica, como todos los sueños, pero poco a poco fue ganando un tono cada vez más desagradable, frustrante y agobiante. La pesadilla logró despertarlo antes del amanecer, con el corazón palpitando desbocado y un grito de dolor que murió antes de ser proferido, gracias al nudo que tenía en la garganta. Se quedó parado mirando el techo, jadeando fuertemente. Parecía sentir el dolor recorriendo cada terminación nerviosa, y aunque no era real se le hacía difícil borrar aquella sensación desagradable. Tenía la impresión de haber muerto y haber resucitado en esa misma cama. Necesitó sentarse y quedarse así un rato, haciendo contacto con la realidad, antes de intentar volver a dormirse. A duras penas lo había conseguido cuando la gente empezó a desperezarse en las camas contiguas.
Se quedó así un rato más, hasta que el exceso de luz que entraba por la ventana hizo que diera el volver a dormirse por perdido. Bajó más tarde de los acostumbrado a la cocina y, mientras desayunaba, estaba atento por si veía a Keiria para justificarse por no haber aparecido a tiempo para los ejercicios matutinos.

Captó la mirada de Shaco y no se la sostuvo. Se sentía terriblemente mal. Lo suficiente como para no fingir lo contrario. En las horas siguientes su seriedad había cogido un tono meditabundo y lúgubre. Pero pasaron los días y ninguno habló. Taro no mencionaba los entrenamientos, el Aprendiz no le hablaba, ella se aisló  como había prometido, pensando que era lo mejor.

Había otra cosa que la inquietaba. Empezó a recobrar sus miedos diurnos. Creía que era eso, al menos, solo que ahora se extendía a las noches. Si estaba sola, sentía que algo más estaba en la sala. Una tarde desarmó toda la habitación. No había nada. Después de aquello se negó a hacer caso aquello. Mentiría si dijera que no sentía miedo.
Y con el miedo volvieron las pesadillas.
"Anoche gemías" dijo Nero una vez. "¿Un sueño desagradable o estaba yo en él?"
"No veo la diferencia entre las dos opciones" replicó. Tenía los ojos hinchados y las  mejillas con el rastro seco de lágrimas.

Todos los días esperaba la vuelta de las salidas, y nunca sabía si le decepcionaba o le alegraba la falta de resultados. Nero por su parte  estaba más interesado en las cestas. Había decidido no intervenir, pero apreciaba tener el estómago lleno, y se le ocurría a quien más le haría ilusión descubrir que no manchaba minimamente su consciencia la idea de matar a la lagarta y tirarla a la cicatriz.

Ri se despertaba inusualmente temprano- para ser sinhadre- , y esperaba a duermevela a encontrar a alguien que bajase para hacerlo ella poco después, buscando la compañía, aunque no particularmente la charla. La muerte en Letargo solo había sido otra cosa que añadir al caos emocional al que estaba tan poco acostumbrada.  Pero actuó como le correspondía. Simplificó sus ideas, apartó lo abstracto y se obligó a pensar frío. Y había tomado dos decisiones aquella mañana.

Mientras terminaba el desayuno, se planteó a quien debía acudir primero. Al final buscó a Taro con la mirada y esperó que entendiese su gesto discreto para buscar un lugar apartado.

Con el agua fría las legañas se habían despegado de los párpados de Taro pero no así el sueño, de modo que aún estaba un poco grogui cuando vio a Ri plantada en la puerta del patio. Se la quedó mirando cerca de cinco segundos antes de caer en la cuenta de que quería algo.

Había pasado los días anteriores muy callada, pero no era algo anormal en la sinhadre y el carabés no lo había tomado como señal de alarma. Supuso que era tan buen momento como cualquier otro para interrogarle por fin respecto a las prácticas, pero antes tenía que ver qué quería.
-¿Qué pasa?- le preguntó sin rodeos en cuanto encontraron un sitio aparte de las miradas de los demás.

Había recibido al grupo con el propósito de conocer los resultados de la búsqueda, así como de cualquier posible complicación que hubiese podido acaecerles. Así se enteró de los nuevos recuerdos recuperados por el aprendiz, comenzando a conjeturar si su trastorno y su amnesia podrían habrían sido originados por una experiencia de carácter traumático.

Ese fue el tipo de experiencia que sufrieron los letarguinos, tal y como les relataron en la visita que realizaron al día siguiente. Akasha había muerto y algunos sufrieron heridas de diversa gravedad. El ingeniero mantuvo un brillo de interés en la mirada durante la explicación del funcionamiento de aquel ingenio mecánico, y probablemente mágico, que había puesto sus vidas en peligro. El propósito de dicho aparejo le resultaba abominable, pero su condición de biomecánico, así como de entusiasta de la hechicería, hacía que su curiosidad por aquel ingenio tuviese que quedar insatisfecha ya que Archime sabía, tal y como había deducido a lo largo de aquellos meses, que no era adecuado profundizar en un asunto que había provocado la muerte de una compañera y había puesto en jaque las vidas de los demás.

Con el paso de los días y la llegada de sus correspondientes mañanas, el biomecánico se encontró de nuevo despertándose en una localización diferente a la que recordaba haberse dormido. Así, uno de los escasos días que se acostó en la cama, apareció en el sillón de siempre, y viceversa. Por ello aquella noche había instalado un cordel de alarma alrededor de la cama, donde se acostó a propósito sin permanecer estudiando magia hasta altas horas con el fin de realizar aquella comprobación, cordel que le avisaría de cualquier traspaso incluido el de su propia persona.

Esa mañana volvió a recibirle un techo desconocido. Aunque en realidad no se detuvo demasiado a pensar en él, puesto que la extraña ingravidez en la que notaba sumida su cuerpo lo espabiló de pronto. El irrense se incorporó de súbito, o al menos lo intentó. Al hacerlo un sonido de chapoteo y el consiguiente desalojo de agua del interior del barreño le dieron los buenos días en forma de salpicadura directa al rostro y, por tanto, a sus gafas. Emitió un leve grito ahogado al darse cuenta de súbito que se encontraba sumergido de cuello para abajo, pudiendo reconocer malamente tras los cristales de sus gafas empapadas el baño del torreón en el proceso, y braceó para levantarse mientras su pelo y sus ropas chorreaban agua. Casi pierde pie el salir del barreño, teniendo que agarrarse a su borde e inundando todavía más el suelo del baño en el proceso. Tras unos segundos de desconcierto en los que simplemente trató de recordar algo, sin éxito, comenzó a conjurar el hechizo de drenaje para evaporar buena parte del agua que impregnaba sus ropas así como la que había esparcido por el suelo. Secarse entero de esa manera conllevaría un gasto mágico considerable, por lo que, tras quitarse las gafas, empleó una toalla para secarse su propio cuerpo. Para finalizar, una vez tan solo notaba la ropa húmeda y no completamente empapada, se ancló un hechizo térmico para que finalizase el proceso de secado mientras abandonaba el baño.

Con los cristales de sus gafas libres de agua, dirigió sus pasos hacia el dormitorio, concretamente a su cama. No cabía duda de que alguien había utilizado dicha cama, pues se encontraba deshecha y con las sábanas revueltas. Pasó a comprobar el cordel, entonces, el cual inmediatamente tras traspasarlo le advirtió de ello. Pero no se había despertado. El irrense no comprendía cómo podía haber sucedido aquello. Recordaba haberse acostado en aquella cama, había claros indicios de que así lo había hecho y su cordel no había sufrido ningún cambio además de funcionar correctamente. Tan solo se le ocurrían dos posibilidades, aunque no comprendía qué motivos podría haber tras ninguna de ellas. Tal vez había llegado el momento de preguntar a los demás si sabían algo al respecto. Nero y Anriel eran nocturnos, por lo que probablemente fuese una buena idea comenzar por ellos.

Así pues, tuvo la suerte de encontrar al edeel en la cocina, ya que también era momento de comenzar a desayunar. Tras saludar con un “buenos días” y sacar pan y queso de las cestas, además de alguna fruta de origen varmano, se sentó a la mesa y comenzó a comer en silencio. No había transcurrido ni un minuto, no obstante, cuando el irrense habló de nuevo.
—Nero, disculpa. ¿Alguna noche me has visto presentar algún comportamiento anormal o vagando por el torreón…? —Permaneció pensativo, ya que realmente no sabía cómo debía formular la pregunta pues desconocía detalles que le impedían inquirir con mayor precisión—. Me he despertado en lugares donde no recuerdo haberme dormido en ya cuatro ocasiones —aclaró finalmente, concluyendo que de ese modo le haría comprender mejor al sinhadre la naturaleza de su pregunta—. Y anoche tomé medidas pero no produjeron ningún resultado.
Si Nero se lo preguntase, le explicaría el procedimiento que había llevado a cabo para comprobar si padecía sonambulismo y cómo había fracasado, además de las extrañas circunstancias en las que se había despertado aquella mañana.

- He estado pensando- empezó-. Iba a hablar con Shaco.

Bajó la mirada mientras trataba de decidir que era indispensable decir en voz alta sobre sus dudas.

- Has retomado el trato con él. Yo no se que hacer. No puedo actuar como si fuera alguien distinto si me recuerda.

"sabes como es, le haré daño. No puedo hacer eso por prevenirme una herida. Me considero menos egoista.  Y... yo se aguantar un golpe."

-

La mirada de Nero se volvió afilada e inquisitiva. Estuvo pensando un momento antes de responder.
- No, no he visto nada, Archime. Puede que mis cambios de horarios hayan producido un parentesis o que simplemente me lo haya perdido. Pero procuraré estar atento. ¿has pensado en la posibilidad de que te echemos un vistazo una noche entera? Sería cuestión de quedarnos en la misma habitación que tu mientras duermes.

-Ajá- dijo Taro tras la primera pausa de la sinhadre, lo que en realidad venía a ser animarla a continuar silenciosamente con "¿Y...?", ya que sospechaba que ahí no acababa la cosa. Él solía necesitar también que le tiraran de la lengua.

-No sé hasta qué punto te recuerda- fue lo primero que dejó claro, verdad por delante, cuando Ri terminó-, pero si me preguntas ya da un poco igual. Lo puede recuperar en cualquier momento- se rascó la nuca un poco incómodo. Aquella parte la había resuelto la aurva por sí misma, por algo decía que quería decirle algo al ruso-. Si vas a hablarle date prisa porque creo que le das un poco de miedo y cuanto antes se le quite mejor. Yo le iba a decir de todas formas un día de éstos si le apetecía unirse a enseñarte lo de los tejados, como antes- se encogió de hombros con cautela-. Como te venga mejor.

Aprendiz

A la salida de la capilla, el aprendiz tanteó a la sinhadre con una mirada, para saber si de verdad estaba enfadada con él o era otra cosa. Lo que no fue consciente fue de la expresión la que la miró, casi, en un engorde más del malentendido, la chica apartó la mirada, lo cual fue detectado por el chico como otro signo claro que la albina no queria saber nada de él.
Y, con aún más tristeza, estuvo de vuelta en el torreón.

Pasaron los dias y el aprendiz no consiguió ningun avance notable. Compartió las noticias con quienes quisieron saber y, aunque hicieron más salidas, ninguna dio sus frutos, pues la mano de mono no respondia ante nada. Esto fue creando una frustración interna que, en ocasiones, le impedia dormir, combinado con lo de que la cama le resultaba terriblemente incómoda, hizo que sus horarios se alterasen un poco.
Sin embargo, no dejaba de lado el entrenamiento. Habia recuperado parte de su habilidad de equilibrios así como de agilidad y estaba recobrando su sentido con el bõ. Practicó además, a hacer malabares usando el bõ como un palo de hockey para así mejorar la precisión de sus movimientos así como aumentar su velocidad de reacción.
No dejó de lado la magia tampoco. Habia recobrado la costumbre de acudir a Archi si necesitaba ayuda con algún hechizo, pero la mayoria de veces, eran cosas bien simples o que por pura cabezoneria lograba sacar él mismo. Se centró en manipular hechizos ofensivos esta vez y podia apreciarsele en el patio conjurando llamas o cortando a muñecos con hechizos de corte. Pero no dejó de lado otros hechizos y el ruso un buen dia invocó su primer Lacayo Grotesco. Sin tener mucha idea de su idioma, le duró poco la invocación mientras que la fascinación del joven pronto le duró todo el día. Se tomó la meta de aprender el idioma de aquellas criaturas para poder comunicarse con ellas.
Además, sus sesiones de meditación se mostraron especialmente gratificantes, ya que le aislaban por completo de los problemas que le enfrentaban y lograba iluminar y descansar su mente de lo que le acosaba en el campo terrenal.
Un día, llegaron noticias de Letargo; Él habia decidido no ir, por si otros iban a reaccionar negativamente a la noción de que "habia vuelto". Habia muerto alguien. Otro letarguino. En un principio le dejó la mirada sombria, pero llegado el momento de saber el nombre, algo hizo click dentro del chico y, entonces, recordó a Akasha. El resto del día se mostró bastante huraño y aislado de los demás.

Y, llegó la noche, el aprendiz estaba fisica y mentalmente cansado, entre el entrenamiento y las salidas, procuraba no pensar en nada en concreto, aunque si que tenia charlas esporádicas con otros compañeros, pero nada demasiado profundo. No queria aparentar que todo estaba bien durabte mucho tiempo seguido.

Y así, el aprendiz se revolvia en sus sueños.

Sueño Missing.No.:

Se levantó jadeando, el pecho latiendole fuertemente en el pecho. Estaba llorando y sudando a la vez. Se levantó de la cama con un gesto nervioso. Le dolia la espalda por la maldita cama pero no le importó. Bajó las escaleras a trompicones, todavia de madrugada y salió al patio cuando todavia era de noche.
Y entonces sollozó durante horas. Justo habia recuperado a un amigo cuando perdia a otro.

Para cuando llegó la mañana se le podia encontrar en una esquina sentado meditando para aliviar el dolor, aunque aquello no impedia que llorase, cosa que estaba haciendo, aun con los ojos cerrados y en una postura tan relajada.

-Eso es lo que me temía- dijo de forma apagada- Te respondo cuando hable con él.

>En realidad no muerdo-añadió a medio camino, con el amago de una sonrisa.

Encontró a Shaco sentado en el patio, se  agachó para abordarlo cuando notó que lloraba. Y entonces hizo lo que ya había hecho en otra ocasión para calmarlo, de forma instintiva. Lo abrazó. Lo pegó contra ella y aprovechó que no tenía que mirarlo para hablar, con la voz baja.

-Perdoname por tardar. Ya no me fio de ti, y me da miedo que me olvides más veces. Pero no cambia que seas mi amigo. No llores, por favor- había exigido en una ocasión la verdad, y ahora se la daba ella de plano.

Lara había continuado con su plan durante varios días más: se había aplicado a fondo con las runas, hasta que por fin logró diseñar un circuito que funcionaba para su propósito. Haciendo uso del hechizo de amplificación sensorial, aplicado especialmente a la vista, se había dedicado a tallarlo con su 1010 sobre la punta de todas sus flechas. Se trataba de una runa corte que se activaba con presión. La parte de los preparativos que correspondía a Xalk era la de salir con el resto a por las cestas, con el fin de encontrarse con Arza.

El carácter de la ordesa estaba empeorando por momentos, condicionado por varias cosas a la vez. Para poder cargar de magia las runas los días sucesivos, había tenido que prescindir de la energía diaria con la que se pagaba el hechizo de amplificación y, aunque no quisiera admitirlo, llegaba a la noche de dichos días con el carácter enrarecido y de peor humor que de costumbre. Tras tres días, Xalkoth contribuyó a la causa, decidiendo que abandonaba el plan original de matar a Arza, después de varias salidas seguidas sin volver a verla. Lara guardaba la esperanza de que la lagarta no hubiera sobrevivido por sí sola, pero le cabreaba haber malgastado toda su energía mágica en cargar flechas para nada.

Por si fuera poco, a eso había que sumarle dos hechos más que habían prendido un poco más la locura de la madre. El primero era la última desgracia que habían sufrido los letarguinos, que habían acabado con un habitante menos, una Marsi sin oreja y un Ozz con una cicatriz feísima en la cara, entre otros. <<Mira que se lo advierto a diario>> pensó al enterarse. <<No quieren creerme, pero esto prueba que llevo razón. Nos quieren muertos>>. Sentía pena por todos ellos y deseaba haber podido estar con allí para ayudarles. Al fin y al cabo, si las promesas no eran totalmente falsas, a Lara le habían dicho tomaría las riendas de la suerte.

Lo segundo había sido la sombra de Keiria. La había descubierto una noche, mirando sin mirar. Le había parecido deforme, de reojo, y distaba de ser el contorno de la ulterana. Desapareció en apenas un parpadeo, adoptando de nuevo la figura de Kei, pero Lara se mantuvo ojo avizor y pronto volvió a ocurrir. Aquella sombra parecía estar viva de alguna manera. <<Si Shaco tiene a varios locos viviendo en su cabeza, ¿qué podría ser lo que habita la sombra de Keiriarei?>>. Sus miedos y preocupaciones fueron más allá. Lara empezaba a sentirse rodeada de monstruos y no acababa de fiarse del todo de nadie. ¿Y si había una abominación viviendo en los brazos de los irrenses o en las ropas de los sinhadres? ¿Y si ella misma estaba incubando algo aberrante dentro de su marsupio y no era capaz de verlo? <<Nos quieren muertos>> seguía diciéndose. Y todas las extrañezas que les rodeaban eran la prueba más clara que tenían.

Finalmente estaba el sonido que emitían las cadenas, que iba a acabar de volverla loca. No había nada diferente en él y no entendía por qué de repente le molestaba tanto. La ordesa empezaba a agobiarse de pasar tantos días ahí metida y, si cada vez sus ganas de salir del torreón eran más fuertes, lo mismo ocurría con el mal humor que la inundaba al ver salir al resto sin ella. El chirrido del puente solo aceleraba las cosas. <<Necesito que me dé el aire>> se acabó diciendo. <<Necesito que me dé el aire o me voy a volver loca aquí dentro>>.

-

Los llantos de los bebés despertaron a Lara más temprano de la cuenta y, tras darle los mimos mañaneros necesarios, cargó con su arco y un puñado de flechas normales y bajó al patio a entrenar su puntería como de costumbre, sin dar los buenos días a nadie.

Aprendiz

El ruso no habia percibido la presencia de Ri hasta que esta le habia abrazado. Como la última vez, le habia abrazado con todo el cuerpo, acercando el suyo al de ella. Quizás era la única manera que tenia para poder expresarse. Y, el aprendiz reaccióno, primero con sorpresa temblando tenso como un cadaver pero acabó por relajarse, como la última vez. No supo exactamtente que decir o responderle a la albina y tan solo se sonrojó, todavia más, teniendo en cuenta que le habia pillado llorando. Aunque, por suerte, no hizo preguntas sobre el tema.
-Yo no...-arranco a decir, casi en un susurro, mientras peleaba por no llorar más.-No quiero olvidar a nadie...-
Se quedó callado un rato, como recuperando fuerzas.
-No voy a volver a olvidaros. No voy a volver olvidarte. Lo prometo.-dijo, mientras sorbia con la nariz, ya devolviendole el abrazo a la chica.-Si lo hago, recuperaré mis memorias. Lo haré por encima de mi cadaver. Lo... Lo prometo t-tambien... Y luego me puedes dar una paliza, por volver a olvidarme.-dijo con la voz tomada.-Sois lo único que tengo.-

No supo si directamente contarle sobre la muerte de Sun Wukong. Como se lo tomarian. ¿Volverian a tildarle de loco? No podia sacar mucho más de la situación de contarle sobre aquello salvo una pequeña satisfacción a corto plazo que conllevaria a percances con el tiempo. No. Sin duda no debia decir nada al respecto.

- No puedes prometer cosas que no puedes cumplir- dijo apretando el abrazo. Ella también lo había necesitado. Normalmente no se sentía falta de cercanía física o cariño porque Ari era pegajosa y el cupo de necesidades afectivas de Ri se llenaba con facilidad -incluso podía saturarse y hacerle buscar espacio personal-. Suspiró. Se separó, le limpió las lágrimas a Shaco con la mano y se incorporó.- Volveremos a entrenar en cuanto te sientas dispuesto. En los muros, si te acuerdas de eso.

Aprendiz

Aquel calor y cercania que le mostraba la sinhadre era el polo opuesto de lo que sentia. No sabia si agradecerselo o si simplemente mantenerse callado. Sentia que le debia algo a ella y a todos los del torreón, de los que todavia no se habia recordado. Si acaso, aquello le sirvió para tener bastante claro que debian seguir haciendo salidas. Debia tener esperanza.

Entonces Ri le dijo si volverian a entrenar en los tejados. El aprendiz asintió. Ya que habia hecho las paces y recordado a ambos, podian recuperar aquellos entrenamientos. Aunque todavia no todo podia ser igual que antes, se podia intentar.

-S-Si... Claro.-le contestó.

El entrenamiento de puntería llegó a un punto muerto. Lara estaba cansada de la rutina que había adoptado como suya desde hacía meses: Levantarse, niños, arco, comer, magia, niños, dormir, levantarse y repetir día tras día hasta que el cerebro acaba implosionando y dice basta. Como le acababa de ocurrir. Con el abandono de Xalk en su primera misión seria, Lara se sentía desmotivada. Todas sus ideas para mejorar su estancia (la del grupo entero, si se le preguntara) en la ciudad, acababan siendo descartadas por motivos estúpidos. <<Que si la ley prohíbe matar, que si asesinar está mal, que si se van a extinguir...>>. ¿Y qué pasaba con ella? No había más Laras 37 que la que vivía con ellos y, no solo la privaban de algo tan simple como un sentimiento de seguridad placebo, sino que la mantenían aburrida hasta que un berno gigante o un trepacuernos venenoso se colaran en el torreón y se la comiera.

Tras un último disparo, Lara recogió el arco y se dijo a sí misma que hoy no pasaba de salir. Llevaba desde hace un tiempo encantando sus pertenencias y no pensaba desaprovechar ni un solo mili… lo que fuera que se utilizaba para medir la magia.

Subió a su habitación y se preparó para salir. Cogió  tantos talismanes como pudo y se los guardó en el marsupio. Se colgó otros tantos del cuello y se colocó uno en forma de anillo en el pulgar izquierdo. Se vistió con una falda, en cuyos bolsillos guardó más cristales pequeños; una camiseta blanca  y tan grande que hacía las veces de vestido y una cota de mallas de proporciones similares sobre la camiseta. Se aseguró las protecciones de cuero en los antebrazos y las espinillas y se lio su bufanda alrededor del cuello. Un cinturón que pillaba la camiseta y la cota servía de enganche para su 1010. El arco y el carcaj con las flechas encantadas colgaban a la espalda. Tanto la ropa como la cuerda del arco habían sido reforzadas contra la rotura hacía ya tiempo.

Completamente preparada, Lara bajó hasta el salón y, en voz muy alta para que la oyeran desde el resto de habitaciones colindantes, pregunto sin más:

—¿Quién se apunta a una salida de exploración?

Tras hablar con Ri Taro se había sentado en lo alto de la zona del muro despejada de cristales, y desde ahí había gastado un rato de mañana en no hacer absolutamente nada, limitándose a mirar el horizonte de edificios asimétricos. Se estaba a gusto allí cogiendo sol.

Le llegó la voz de Lara desde allí. El carabés remoloneó un poco pero acabó bajando de un salto.
-Yo paso hoy. Les echaré un ojo a los críos mientras no estás- declaró al pasar al lado de la joven madre. La ordesa casi no había salido esas semanas y su comportamiento le preocupaba, así que el carabés cazó al vuelo la oportunidad de empujarla por la puerta cuando ella misma lo propuso.

Fue directo a la nevera improvisada y empezó a prepararse algo sustancioso, aunque fuese solo media mañana. Había aprendido a usar siempre una base de comida carabesa, y a utilizar los otros alimentos solamente para aderezar.