Torreón Maciel (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

Archime no pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar hasta Maciel una vez más. Como aquella ocasión en la bahía. En realidad había más paralelismos de los que parecía a simple vista, pues en aquella ocasión también habían rescatado a Taro -aunque no solo a él- y el biomecánico también había agotado sus energías. El camino transcurrió si que el biomecánico fuese apenas consciente de lo que lo rodeaba, centrado en todo momento en controlar su respiración. No había llegado a darle un ataque de asma, pero si se sobreesforzaba sin duda le ocurriría.

Se aposentó en el sillón de siempre, todavía recuperando el aliento y habló tras Anriel.
—Debemos... curarlo... —musitó con la respiración agitada para después intentar llevar a cabo un hechizo de restauración.
No pudo. Probablemente todavía conservaba cierta reserva de energía mágica, pero el cansancio del uso continuado de hechizos exigentes fue superior a él. Se agitó ligeramente cuando recibió la palmada de Shaco y dejó en sus manos la tarea de curar al carabés mientras se recostaba en el sillón completamente agotado. Posiblemente debían repetir los sortilegios sanadores durante los próximos días para que Taro se recuperase correctamente, pero Archime les dio su visto bueno internamente a los que aplicó el humano a modo de primeros auxilios, dejando de preocuparse por aquel asunto en concreto.

—No deberías realizar... movimientos bruscos. Es preferible que... pidas ayuda para lo que necesites, por ahora —advirtió al carabés poco después cuando este hizo ademán de moverse.

Aprendiz

La alien pelirroja se marchó, dato que tardó en ser evidente ante el pelinaranja. No se preguntó los motivos hasta más tarde. De entre los aliens que aparecieron más tarde, fue un callado y, casi desprovisto de emoción, de la misma especie del tal Clio. Parecia moverse por lógica. No sabia si eso era bueno o malo. Sin embargo, la mirada de la albina, apoyada en una pared, algo distante, le hizo sentir escalofrios.
Y no era la única. Casi todos no parecian confiar en ninguna palabra de lo que decia. Casi que le miraban como si fuese una bomba de relojeria apunto de estallar.

Y entonces se comenzó a debatir sobre que hacer con él, si soltarle, ya que era obvio que no era el tal Jack o si dejarle encerrado. Intentó abogar a la lógica y al sentido común con su sonrisa más consensuadora para finalmente sonriese honestamente cuando la albina le soltó las ataduras.
-¡Gracias! ¡Vaya, era hora ya, digo yo!-soltó una risotada feliz.-¡Pensaba que pronto tendria que excavarme un tunel para escaparme y taparlo con un poster de una stripper!-admitió mientras su risa moria, al no ser secundada por los demás.

Se dio cuenta que hacer referencias no funcionaba muy bien con aliens pero ¡Era Shawnshank Redemption! ¡Una obra maestra del cine! Era triste que no la conocieran. ¿Qué otras peliculas no conocian? Sin embargo, era una pena que no la hubiesen visto.

Se curó las heridas con varios hechizos y acompañó a los demás arriba.

Entonces le condujeron fuera del calabozo. Aquello no fue lo que se esperaba. El calabozo era o, mejor dicho, formaba parte de aquel edificio.
-¿Qué es exactamente este sitio?-
Arriba pudo ver a más alienigenas. Uno de ellos mucho más llamativo que el otro. Con caracteristicas parecidas a un lemur pero mucho más grande y aun así, mucho más pequeña, se dio con Lara. Y sus crias. Cada vez entendia menos. No dijo nada al respecto pues no estab en situación de decir nada al respecto.

Podia ver un patio desde donde estaba y de ahí, el exterior. La pelirroja se ejercitaba fuera. Ahí fue cuando se dio cuenta de su ausencia. Ladeó la cabeza unos instantes, perplejo. Esa y otras muchas preguntas fueron solucionadas cuando se sentaron y, comenzaron a contarle la situación en la que se encontraban, donde se encontraban y quien habia sido él. En un principio, se lo tomó como una broma y estuvo apunto de reirse en más de una ocasion pero a medida que profundizaban más y más en su explicación, fue imposible negar su veracidad. El mero hecho de que tenia magia a su disposición, magia de verdad, algo que solo aparecia en la tierra con la forma de miseros trucos y tretas, era la prueba viviente de que no se equivocaba.
Sentado como el mono como estaba, la manera más cómoda para él, se cruzó de brazos, cerró los ojos y se puso a masticar toda la información que le habian contado mientras meditaba. Si era verdad, estaba en un buen lio. Y encima, amnesico. Sin duda se deberia haber llevado la peor suerte de tres de sus generaciones para merecer aquel destino.

Suspiró.
-Mi meditación ha servido.-dijo en un susprio al cabo de unos pocos minutos mientras se ponia de pie, manos apoyadas en sus caderas y sonriendo como un autentico idiota resoluto, añadio.-¡Se lo que tengo que hacer!-

Al parecer, su obviedad no lo era para los demás y su presencia disminuyó de pronto al tener que explicarse.
-C-Creo que la solución es reclamar mis recuerdos. Encontrarlos: Tienen que estar en algún sitio. Tanto para bien como para mal. Me ayudará a encontrar mi camino de vuelta a... Quien quiera que fuese antes de que el tal Jack me robara mi cuerpo. ¡Y quien sabe! ¡Quizás haya tenido suerte en este lugar despues de todo si he logrado preocuparos tanto!-admitió con una sonrisa brillante.

-¿Y bien? ¿Me ayudareis, compañeros?-sentenció entonces, recuperando su confianza de antes.

Tras una nueva insistencia por parte de Taro, Lara acabó bajando a las mazmorras. Todo lo que hizo fue cruzarse de brazos y taladrar a Shaco con sus mejores miradas asesinas hasta que llegó a la pregunta de qué hacer con él. Sabía que nadie estaría de acuerdo con ella, pero su inseguridad y su falta de confianza en el humano la llevaron a votar a favor de que lo dejaran encerrado. Le parecía la opción más lógica y no entendía la facilidad con la que los otros habían tomado la decsión contraria. <<Si se ha podido convertir en un ser despreciable durante dos meses, ¿quién os asegura que la próxima vez no vaya a ser peor?>>. No expuso estos pensamientos en voz alta no por miedo, sino porque estaba segura de que sus compañeros ya conocían su razonamiento.

El resto del tiempo lo pasó haciendo pruebas a sus sentidos con todo el disimulo que podía, comprobando hasta qué punto llegaba su vista aumentada o cómo de preciso era su oído a tan cortas distancias. Cuando decidieron subir a hablar con Jack, o ex-Jack, Lara fue la primera en tomar las escaleras. No colaboró con las explicaciones porque seguía sin creerle y le asustaba estar dándole información privilegiada. Sin embargo, cuando le tocó presentarse lo hizo sin ningún tipo de escrúpulo.

―Mi nombre es Lara, soy de Ordesta, y estos de aquí ―añadió señalando al marsupio―. Son los tres de mis cinco hijos que no se han muerto ya en esta ciudad ―su expresión no varió un ápice, era seria, severa; la madre no dio muestras externas de cuánto le había costado hacer esa afirmación. Se levantó de la silla en la que se había acomodado y se acerco tan intimidantemente como pudo al humano―. Y ahora escúchame bien y asegúrate de que ni tú ni tus otros tús os olvidais de esto: si le pasa lo más mínimo a cualquiera de ellos por culpa tuya o de cualquiera de tus personalidades, os va a faltar mundo para huír de mí y a mí, huesos que romperte.

>>Buena suerte con tu búsqueda ―de tratarse de Shaco realmente, aquel deseo no era falso, pero Lara no tenía manera de estar 100% segura de que no era una treta del bufón (o cualquier otra personalidad peor) y se sentía incapaz de ayudarle con nada. La ordesa no añadió nada más y subió hasta su rincón al final de las escaleras, desde donde pondría el oído para seguir escuchando a hurtadillas.

La respuesta cuando se volvió a pedir opinión sobre si soltarlo fue una afirmación sucinta y seca. Soltó las cuerdas de las muñecas de Shaco sin mirarlo a los ojos. Confirmado que era "inofensivo", fue de las primeras en abandonar las mazmorras. Nero, que ya había vuelto a asegurar que no tenía interés en participar en aquello, reprimió una risa a duras penas con el discurso del ratón.
- Claro, hombre. Solo dame alguna pista, ¿que aspecto tienen? ¿Pequeñas, grandes...? ¿brillan? Pero creo que quizás te sea más sencillo preguntarnos y esperar a ver si te acuerdas de cosas sueltas- terminó más amable.

Anriel estaba sentada con las manos entrelazadas en el regazo, estrechadas con fuerza, miró brevemente a Taro. Se había querido negar a si misma la esperanza con él, a pesar de haber salido siempre a buscarlo. Realmente no sabía porque nadie le tenía aprecio a la esperanza. Solo hacía daño. Las cosas saldrían como tuvieran que salir.

Poner al día a Shaco llevó más tiempo de lo que había pensado. Empezando por lo básico y pasando después a los detalles, sin profundizar en exceso para no eternizar la charla, fueron pasando los minutos. Había no pocas caras largas alrededor, y el humano seguía sin dar muestras de estar fingiendo. Al terminar, se quedó callado, pensando «falta le debe hacer», pues era mucho que encajar de golpe.
Cuando por fin anunció sus intenciones ya no le quedó ni una duda de que aunque desmemoriado, estaba ante el cabezahueca de siempre. Instintivamente le hubiera respondido que si quería buscar sus recuerdos probase en el sótano, dado que los había perdido allí, pero Nero se le adelantó, y acto seguido la intervención de Lara caldeó demasiado el ambiente para bromas, incluso si lo que el humano había dicho era una gilipollez como una puerta. Cío giró la cabeza para ver a Lara marcharse «teníamos suficiente con una personalidad oscilante, me temo que aquí se nos ha quedado otra, pero detectó las miradas alternativas de Shaco a los presentes y se volvió rápidamente.
―No la culpes por lo que ha dicho, sobre eso también hay bastante que explicar ―la justificó. No siguió la broma del sinhadre, sin embargo compartía con él que la idea del humano era absurda. Al tono con el que empezó a hablar sobre ello le faltaba atornillarse la sien como complemento, pero se fue suavizando poco a poco―. ¿Cómo esperas encontrar nada ahí fuera? Por mucho que puedas hacer magia, esto sigue sin ser un videojuego flipado. Te ayudamos en lo que podemos, ya lo estamos haciendo.

Aprendiz

El aprendiz se quedó perplejo ante las primeras respuestas. Primero ante el esceptiscismo de la lemur, seguido del comentario hiriente del pelo chicle.

>> Este tio no me cae bien y dudo que lo hiciera antes.

Una vez más, Clio se mostró con la reaccion que esperaba. El aprendiz se costeó una risa altiva.
-¡Es eso mismo de lo que queria que preguntaseis!-

A continuación, tiró del cuello de su camisa y sacó el colgante que habia llevado desde el principio: La mano de mono atada con una cuerda. El pelaje era negruzco así como la piel, de un color malva oscurecido. Una sola ralla gris en  mitad del dorso de la mano rompia con el oscuro esquema que era la misma mano que, de aspecto terriblemente siniestro, se encontraba en perfecto estado. Casi podria parecer falsa.
-¡Con esto!-admitió una risilla.-¡La única persona de la que no me he olvidado! ¡Chicos, os presento a mi hermano, Hēi zhǎo! ¡Hēi zhǎo, estos son los chicos! ¡Se llaman eh... esto... Este es Clio, Maro, Psi, Garchi, Zero, la que esta fuera se llama Veila y la pequeña y peluda gruñona es Cara. ¡Estamos todos!-admitió con una larga risotada.

Sin embargo no rio por mucho al contemplar las caras y miradas que le dirigieron.
-Es normal que no entendais la broma es algo... terricola...-mintió, para salir del apuro.

-¡Pero si! ¡Esta mano me puede ayudar mucho! Es como un amuleto de buena suerte, por asi decirlo. Cuando Hēi zhǎo estuvo vivo, fuimos uña y carne,y juntos luchamos con capa y mallas contra el mal, volando a traves del mundo, salvando a inocentes y ajusticiando a malechores a diestro y siniestro!-a continuación comenzó a atacar el aire, patadas puñetazos mientras expresaba fuerza con cada golpe de voz.-¡Y salvamos al mundo una o nueve veces!-mintió una vez más con una amplia sonrisa.-Eso molaria bastante como para una historia juntos, ¿no?-y entonces terminó su historia estrafalaria con una risilla nerviosa.-No recuerdo porque, pero si tengo algo seguro, es que con esto lograré recuperar mis recuerdos. Es... Algo complicado de explicar la sensación... Como un puzzle... más o menos...-
El altibajo en su voz cesó y volvió a estar hiperactivo.
-¡Merece la pena intentarlo, digo yo!-les dijo con una risotada.-¡A ver, hay que buscarlas, pero siguiendo un orden lógico! Ya que no ha reaccionado en las mazmorras o aqui fuera... ¿Conoceis de algún sitio donde yo pudiera esconder algo? Q-Quiero decir,el yo con el que vinisteis a la ciudad... ¡Ah! ¿Qué hay del último sitio en que me visteis? Antes de que el tal Jack apareciese. ¿Dónde cae eso?-

Cuando vio al humano iniciar un hechizo se puso alerta enseguida, pero no tardó mucho más en reconocer de qué clase de sortilegio se trataba y el biomecánico bajó las manos que había preparado en caso de necesitar iniciar un contraataque. El irrense participó esporádicamente, aportando datos faltantes, en la larga explicación que se le dio la humano especialmente cuando se trataba de detalles que otros no pudiesen recordar o describir con precisión. Al igual que a Cío, a Archime ya no le cabían demasiadas dudas acerca de la identidad del que antes conocían como Shaco pues sus patrones de comportamiento y su forma de expresarse eran exactamente las mismas.

Ante la aseveración final del chico, el ingeniero permaneció en silencio mientras observaba las reacciones de unos y otros ante lo que había dicho, esperando a que el humano volviese a hablar por segunda vez cuando le aseguraron que su razonamiento carecía de sentido. No obstante, el biomecánico tuvo que conceder que podría existir una cierta lógica en algunas de las apreciaciones que añadió después, pasando por alto las fantasías del humano ya conocidas de sobra por todos a aquellas alturas. Se preguntaba quién era el tal Hēi zhǎo, ya que la mano que les mostró pertenecía a otra especie distinta, pero no inquirió al respecto. Archime se limitó a observar sin variar su expresión el apéndice peludo y a continuación alzó la mirada hacia el humano.
—Siempre llevabas los ojos cubiertos por unas gafas que cubrían una gran superficie y cuyo cristal presentaba un tono anaranjado —le explicó sin más—. La última vez que las llevabas puestas fue cuando visitaste el torreón Letargo y permaneciste una noche en él. Por la mañana regresaste aquí, o para ser precisos, lo hizo Jack. Creo que podría no ser tan descabellado el tratar de recuperar sus efectos personales —se giró entonces para dirigirse al resto—. Su forma de exponer lo que trata de llevar a cabo carecía de sentido, pero es posible que la exposición directa a objetos o lugares que pertenecieron a su pasado reciente le ayude a recordar. A propósito —volvió a dirigirse al humano entonces—. Te presentaste como Shaco entonces, pero al parecer ese no era tu nombre. ¿Cómo deberíamos llamarte?

- No, no era tu nombre. Ni has ido luchando contra el mal mientras volabas. - Anriel se levantó y se sacudió los pantalones aunque no había polvo en ellos.- Una vez prometiste no mentirme y la verdad es que aunque ya no seas él, no me apetece oir tonterías. No se porque te es tan dificil confesar que no sabes quien eres, cuando ni si quiera sabes quienes somos nosotros ni si eramos amigos.

Pestañeó para librarse de las lagrimas de rabia que querían nublarle la vista y con toda la suavidad del mundo dijo:
-No deseo seguir en esta conversación. Me retiro.

Aprendiz

Garchi fue entonces quien habló. Habia notado como se diferenciaba de los demás a la hora de expresarse, pero no dijo nada al respecto, pues todavia no conocia nada sobre los aliens que decian ser sus amigos y que le habian conocido antes de perder la memoria. El irrense parecia apoyar su teoria y justo cuando le preguntó por su nombre, se rascó la sien, algo incómodo, pero dispuesto a sacarse un nombre.

>> Un nombre que por lo menos no sea tan horrible como ese. ¡Dioses! ¿En que deberia estar pensando?

Justo entonces, la albina rompió a hablar. La emoción no deberia de ser una de las caracteristicas principales de la chica, pero algo le decia que estaba haciendo una excepción. Dijo que le habia jurado no volver a mentrirla. Aquello le descolocó mucho, pues no supo porque le exigia tal cosa a él, si estaba amnesico. Luego se preguntó si aquella inofensiva broma habia sido para tanto.
Finalmente, la albina dijo que se iba dejandole con una mala sensación en el cuerpo. Sentia que habia hecho mal aunque en verdad no lo habia hecho. Esa culpabilidad parecio afectarle al hablar una vez la albina se habia marchado.

-P-Podeis llamarme "Aprendiz" simplemente... Eso es lo más parecido que tengo a un nombre en estos momentos y no es una mentira...-acabó por decir, alicaido.-¿Vamos a ese tal Letargo, entonces?-les preguntó, con un deje de tristeza en sus palabras.

Las dudas que le quedasen a Taro quedaron despejadas a medida que el chico que tenía delante hacía aspavientos. Hablaba como él, se movía como él, hacía las mismas referencias desconcertantes. No cabía duda de que era Shaco: a aquellas alturas, aunque pudiera hacerlo tan bien, Jack no tendría ningún motivo para fingir.
Sin embargo, por alguna razón, Taro no era capaz de alegrarse ni una pizca.

Las intervenciones que siguieron al entusiasta discurso del aprendiz enrarecieron aún más el ambiente, pareciendo incluso llegar al punto de contagiársele al susodicho. El carabés se incorporó en ese momento del sillón con un resoplido de esfuerzo.
-Yo no voy a Letargo- anunció, dejando en el aire un "todos sabéis por qué". Sin embargo Taro sí tenía ganas de salir a quemar pavimento, a cualquier sitio, de modo que continuó-. Me apetece salir a por las cestas, ¿se apunta alguien?

La voz de Cío se alzó inmediatamente. Taro asintió y dando la reunión por concluida fue en dirección al patio, donde esta vez sí avisaría a Keiria de adónde iban por si decidía apuntarse a alguno de los dos planes. Sin embargo, antes de salir por la puerta vaciló.
-No paséis por la avenida de las casas- acabó diciendo. Aunque la advertencia iba a cuento de Shaco, se empeñó a no mirarlo a él sino a Archi-. O tendréis que rescatar a otro imbécil de un sótano.
No dudaba de que las casas mostrarían luces de colores, recuerdos fragmentarios o cualquier otra cosa que se les ocurriera que pudiese coincidir con las expectativas de lo que anduvieran buscando, y de que en el estado en el que se hallaba el aprendiz sería presa fácil. Dicho esto el carabés salió al patio.

Tras interrumpir con delicadeza (y cierta dosis de culpabilidad) la sesión de meditación de Keiria para informarla, divisó un poco más allá a Ri. Dudó un poco antes de acercarse, dadas las palabras con las que había salido del salón.
Le interesaba saber qué opinaba la sinhadre de todo aquello, y la salida podía ser buen momento para preguntárselo. No obstante, Ri podía ser bastante hermética y Taro no tenía muchas esperanzas de que soltase prenda. No sabía por tanto qué pasaba por su mente, pero si tenía un cacao mental de dimensiones aproximadas a las suyas, quizá al menos salir le viniese bien, como a él.
-Eh- llamó en tono neutro. En cuanto obtuvo su atención se subió el cuello del jersey sin contemplaciones, como dándole a entender que no iba a extenderse mucho, lo que significaba no hacer preguntas sobre lo del salón-. Los que no vamos a Letargo nos vamos a por las cestas. ¿Vienes?

con Kei metida en meditaciones, agradeció la excusa para no hablarlo entre ellas. Anriel se subió al muro y encaró las calles polvorientas que eran el paisaje desde alli arriba. No sabía si estaba enfadada o triste y tampoco le importaba. Dos lágrimas gruesas resbalaron hacia abajo entre las pestañas, dos lágrimas que no pensaba repetir y que no hubiera podido de todos modos soltar, porque la voz de Taro la sorprendió desde abajo. Parpadeando rápido, se secó las mejillas con un gesto disimulado y se descolgó del muro.

-Sí.

Todo su interior gritaba por actividad.
-

Nero sonrió con sencillez desde el sillón y respondió:
- Cuando querais.

Taro asintió sin más y volvió al interior del torreón. No había mantenido contacto visual directo con la sinhadre en ningún momento: cuando uno no sabía cómo hablarles exactamente a la gente, ésa resultaba ser la opción más cómoda.

Subió las escaleras para seguir avisando al personal, y llamó con suavidad a la puerta del dormitorio menos poblado. Aquélla había sido una de las primeras lecciones que la ordesa le había inculcado con severidad con respecto a los críos: el más mínimo barullo podía despertarlos, y por consecuencia despertar también la mala baba de su madre.
-Lara, el resto nos vamos a por las cestas, ¿te vienes? Solo va a ser un momento, así que Ippon se puede quedar con ellos- dijo, refiriéndose a los niños.

Las explicaciones sobre la mano disecada que llevaba colgando eran más inquietantes de lo que esperaba oír cuando, tiempo atrás, se le había pasado por la cabeza preguntar qué era aquello exactamente. Ignorando las partes evidentemente inventadas, se quedó con lo esencial. Se le pasó fugazmente por la cabeza lo diferente que estaba siendo aquel comienzo, teniendo en cuenta que ellos ya le conocían pero él a los demás no. Se lo quitó enseguida de la cabeza porque darle vueltas a aquello era, como poco, molesto. Mientras Archi respondía pensó en lo poco que sabía de psiquiatría, ¿era posible que recuperara al menos la memoria reciente? No perdían nada por intentarlo. Lo que no le apetecía demasiado era ir hasta Letargo, y por eso en lo que Taro ofreció un plan alternativo se apuntó.

Sin embargo, cuando la gente se fue organizando para salir, se fue dando cuenta de dos cosas. Poca gente había optado por salir hacia el norte, y había gente de sobra para coger cestas, ya que ni siquiera estaban bajos de reservas. Por otra parte, el grupo de las cestas se componía de los que habían acogido la noticia del día con el humor más extraño en ellos, y su compañía tal vez podía llegar a ser incómoda. Cuando ya tenía los bártulos en mano para efectuar la salida les comentó a los del grupo de las cestas que ya que no era estrictamente necesario acompañaría a los que iban al norte, añadiendo un «por si acaso» que hacía alusión a la advertencia de Taro. Les pasó uno de los cachivaches de Archi que había cogido y esperó a salir con los demás.

Estuvo pensando, mientras tanto, en los detalles que aún faltaban por dar al humano. No creía que fueran a hacerlo Nero o Archi, pero él había sido quien había dicho lo de Lara y ahora probablemente sería el mejor momento para sacarlo a colación. Cuando salieron a la calle lo primero que hizo fue escuchar atentamente. No tenía muy buen oído pero no le gustaba no ir atento a ese sentido por aquellas calles. Shaco o, como prefería que lo llamasen ahora, Aprendiz –irónico, porque para Cío en lo referente a peleas era su maestro– no parecía recordar el camino a Letargo, pero sí hechizos que había aprendido posteriormente. «Ya le preguntaré a Archi, si eso».

―Creo que podemos aprovechar el camino para hablar de algunas cosas más ―comenzó a decir, sin mirar a nadie en particular. No le apetecía ser quien hablase, pero pensó que no le quedaba más remedio. Miró entonces a los demás uno a uno, dejando al aprendiz para el final―. El ambiente no es así normalmente, ¿sabes? Pero ya te puedes hacer una idea de por todo lo que se ha pasado estos meses.
Así empezó. Trató de explicar, torpemente, que creía que los demás necesitaban un poco de tiempo para hacerse a la idea de que había que volver a empezar, y que era difícil porque el transtorno del propio Aprendiz podría volver a estropearlo todo. De vez en cuando se escapaba del tema remarcando sitios peligrosos cuando pasaban cerca, y para cuando llegaron a la cicatriz de Arax, le estaba explicando cómo había repercutido en la personalidad de Lara la pérdida de dos de los bebés.

Sigue en la cicatriz de Arax.

Lara cerró los ojos en cuanto llegó a la escalera y puso toda su atención en el oído. Escuchó la conversación que se estaba dando abajo y frunció el ceño de vez en cuando, según le parecían las intervenciones de cada uno. <<No, que me culpe si quiere>> pensó al oír a Cío referirse a su amenaza. <<Pero que no lo olvide>>. La ordesa no le iba a pasar ni media al Aprendiz, incluso aunque algo en el fondo le decía que era cierto y se trataba de la personalidad inofensiva de verdad. O le daba un 100% de seguridad, o Lara no cedería.

Para cuando Taro subió, ella ya se imaginaba lo que le iría a decir, pero yendo quienes iban, no creyó que su presencia fuera necesaria para ir a por las cestas. No lo había sido en cuatro meses, ni cuando Shaco había estado inactivo, así que la cosa no cambiaría de repente. Además no se fiaba de dejar solo a Ippon. Aquel sueño en el que morían todos cada vez pesaba más sobre Lara, que tenía claro que era premonitorio de una manera muy mística y rebuscada. Y precisamente en ese sueño, Ippon había demostrado no ser capaz de cuidar de sí mismo si alguna criatura entraba en el torreón, por lo que no creyó aconsejable dejarle a los bebés.


―Prefiero quedarme yo con ellos, podéis ir sin mí ―comentó al tiempo que abrió los ojos―. Os irá bien ―vaticinó.

Poco después, sus compañeros se encontraban preparados para salir e hicieron algo común que resultó en algo extraño: bajar el puente. El sonido de la cadena hizo que a Lara le rechinaran los dientes y se le erizara el pelo. <<¿Qué narices?>>. A la vuelta le diría a Archi que mirara si había algo mal en la cadena, pero en aquel momento no le quedó de otra que bajar a la armería para volver a subir el puente y así evitar visitas inesperadas. La cadena volvió a hacer ese ruido insufrible y esta vez Lara sintió la necesidad de taparse los oídos con las manos. Se encontraba demasiado cerca. <<¡Por la Suerte!>> se quejó en silencio. <<Ya podrían las cadenas sonar como un arpa>>. En realidad se conformaba con poco, le habría valido incluso si emitían el mismo ruido que su padre tocando la flauta borracho. Pero ese ruido... ese ruido era asquerosamente odioso.

Taro dudó un poco pero acabó asintiendo sin añadir nada más. Le preocupaba el estado de Lara y creía que salir y distraerse le vendría bien, pero no sabía cómo decírselo sin ser cantoso. Se había vuelto muy sombría, y cuando estaba sumida en algún estado de ánimo negro el carabés no tenía muy claro cómo tratar con ella y prefería esperar a que se le pasara para no meter la pata.
El augurio que les dio la ordesa en esta ocasión fue bueno, de modo que se sintió un poco más tranquilo.
-Vale- dijo con una sonrisa pequeña, y bajó las escaleras.

Minutos después ambos grupos se dispersaban cada uno en una dirección. Como solía, Taro recorría el camino paralelo al que discurría a ras de suelo, encaramándose a los muretes que veía para caminar en equilibrio sobre ellos. Sin Shaco para meterle prisa, no obstante, había perdido la costumbre de adelantarse a la carrera.

Sigue en el Barrio de los Callejones sin Salida.

En cuanto se fueron todos, Lara se subió a la habitación y cerró la puerta. Esperaba que Ippon entendiera que quería estar sola. Había llegado a considerar al pequeño irrense como su sexto hijo, pero desde la muerte de Rica y Randa se mostraba fría con él y guardaba las distancias tanto como podía. Tenía la horrible certeza de que moriría y ella ya tenía bastante hijos cuyas muertes llorar, no quería uno más.

Los bebés del marsupio se agitaron y asomaron la cabeza, recién despiertos. Lara les dio los buenos días con su mejor voz. No parecía la misma ordesa que había amenazado a Shaco un rato antes. Se acercó hasta el baúl a los pies de su cama y lo abrió de par en par, estaba lleno de ropa y más ropa que Lara se había adjudicado y arreglado a su gusto. Metió la mano entre las prendas y de ahí sacó su tocado con forma de molinillo. Un movimiento suave de sus dedos trajo una pequeña luz mágica, que quedó anclada a la parte trasera del tocado. Lara se lo puso con cuidado en la cabeza, se sentó en el suelo frente a la pared e hizo girar las aspas, observando a pleno detalle cómo la sombra de estas cortaba la luz que se proyectaba contra la piedra.

La ordesa esbozó una pequeña sonrisa. Colocó las piernas formando un pequeño corrillo y depositó a sus bebés en el interior, con mucho cuidado. Atenta para que no se salieran, Lara comenzó una de sus muchas historias.

—Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, un par de ordeses famosos por sus aventuras. La primera era Rica, una guerrera valiente, fortísima, que no dudaba en arriesgar su vida para salvar otras. El segundo era Randa, un afín del aire sabio, muy sabio, que acompañaba a Rica, apoyando la fuerza de esta con su intelecto.  Ambos eran queridos por (…) —conforme la historia avanzaba, la ordesa cada vez se sentía menos capaz de mantener la mirada a sus pequeños juguetones y acabó mirando solo a la pared, haciendo funcionar el molinillo para distraerse con su juego de luces y sombras —. Pero entonces llegó una bruja monstruosa. Fingía ser ciega y amable, pero era cruel y despiadada. Robaba a madres con niños utilizando trucos de prestidigitación y los llevaba a todos a una cueva donde mantenía encerrada a una criatura aún más peligrosa que ella. Era un berno con alas de murciélago flamígero y unos dientes de cincuenta o cien metros de largo. La bruja ciega lo llamaba Rocavarancolia y lo alimentaba con los bebés secuestrados, obligando a sus pobres madres a verlos morir. Incontables vidas habían perdido su futuro en aquella cueva, convirtiéndose en poco más que un desayuno para Rocavarancolia y un disfrute pasajero para la dama de ojos vendados, que parecía (…) —el tono con el que contaba la historia había cambiado bastante desde el principio y para cualquiera, salvo los bebés, sería fácil reconocer el deje de rencor en la voz de la ordesa, así como las acusaciones veladas. La impotencia que sentía Lara en aquel momento era comparable a la rabia y el desprecio que había incubando hacia todos los que habían participado en sus penas—. El berno gigante y dama Aroma no se lo habían puesto fácil a Rica y Randa, pero el amor que sentían el uno por el otro valía más que nada en ningún mundo y la espada de Rica, guiada por las corrientes de aire de Randa, acabó atravesándole el pecho de parte a parte a la bruja, matándola de forma irremedable. Su bestia, Rocavarancolia, se acercó maltrecha y sufrió en su lecho de muerte, viendo cómo su cuidadora se desangraba.

Aquel era el final del cuento. Un final feliz en el que cada personaje recibía lo que se merecía. Lara recogió a los pequeños y los guardó en el marsupio, satisfecha con su propia historia. El efecto de la amplificación sensorial se había disipado en mitad del cuento, pero la luz mágica seguía encendida. Lara cogió el tocado y lo zarandeó en el aire, de un lado a otro; observando ensimismada la estela fugaz que iba dejando tras de sí, disfrutando de ella. Todavía hipnotizada por el brillo, Lara subió a la cama y agitó el molinillo con más fuerza, bailando sobre el colchón y procurando no moverse bruscamente, por sus hijos. Durante los escasos minutos que duraron sus bailes luminosos, Lara se olvidó de todo y volvió a sentirse una niña. Una niña fugaz.

Cestas a cuestas, descubrieron al llegar que los que habían emprendido el camino al torreón Letargo no habían regresado todavía. Ya que el torreón norteño les quedaba mucho más lejos que el punto de recogida de cestas, aquella circunstancia no sorprendió a nadie.

Taro no vio oportuno sacar el tema de lo que había pasado durante la salida hasta que no hubiesen regresado los demás, de modo que tras coger una barra energética de una de las cestas salió al patio a practicar con la diana que por fin había quedado libre. Sabía que en las salas de entrenamiento de su mundo las dianas tenían mil configuraciones aplicables, y le fastidiaba que aquellas no pudieran ni moverse. El carabés había pensado mil y una veces que si no fuese un negado podría al menos intentar anclarles un hechizo de levitación, pero se negaba a depender de Archi y Lara para más que lo estrictamente necesario y por tanto se resignaba a innovar con lo que tenía.

Se encaramó a la parte del muro que habían desprovisto de cristales y se puso en pie sobre ella, cambiando así el ángulo y altura de tiro desde los que estaba acostumbrado a disparar. Cargó el arcó y entrecerró los ojos antes de centrar su tiro. La flecha silbó y, aunque se clavó en la diana, estaba lejos de hacerlo en el centro a causa de aquella nueva dificultad. Taro chasqueó la lengua y volvió a intentarlo.

El camino de vuelta transcurrió de forma más lenta de lo habitual. Durante la primera parte le sirvió de apoyo al aprendiz, hasta que fue recuperándose de aquella debilidad. Cuando cruzaron de nuevo sobre la cicatriz de Arax se preocupó de nuevo porque no perdiera el equilibrio o algo así, pero por suerte nada pasó. Llegaron al torreón sin problemas, y dentro ya se encontraban también los que habían salido a por comida.

Antes de que alguno de ellos pudiera explicar lo ocurrido en Letargo, se enteraron de que algo había pasado con la recogida de cestas. Los que habían salido reunieron a los presentes para contar a todos a la vez que se habían encontrado con una sendaria que ahora iba por su cuenta. La ladrona de cestas parecía tener más bien pocas ganas de hacer las cosas pacíficamente, y eso era lo peor de todo, no el hecho de compartir punto de abastecimiento. Cío bufó antes de hablar.
―¿Por qué no le habéis sugerido que probase a pillar comida también en el norte? Con suerte se la trag…
Se calló de repente, venciendo al gesto de morderse la lengua. Le daba igual hacer comentarios de ese tipo, precisamente porque no los decía completamente en serio. Si paró fue por Taro, pero ya no podía evitar quedar mal.
―Que haga lo que quiera. Por mí vamos con antelación y le dejamos las sobras si las quiere. Somos más, ella es solo una. ―Remendó volviendo al tema principal. Aunque luego se preguntó si la talla que le habían atribuído a la mujer lagarto no sería un inconveniente incluso siendo más que ella.