Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

Archime se sintió aliviado cuando Lara 37 dejó libre por fin su brazo y asintió vigorosamente mientras se recolocaba las gafas cuando le pidió el libro. Ni siquiera le dio vueltas al juego de palabras que había utilizado para referirse a él, al fin y al cabo era bastante simple y no había mucho por donde tirar del hilo, pero sí cambió rápidamente de parecer en cuanto al libro. Realmente ya no le hacía falta, pero el biomecánico prefería no arriesgarse a olvidarse de algún detalle, cosa que era improbable pero posible que sucediese. Además, la petición que le expuso a la ordesa, bastante sucinta en esta ocasión, sobre permitirle fotografíar el grimorio antes de cederlo se le presentó como una via de escape a la situación.

El irrense se escabulló casi literalmente con el tomo y se apartó en una mesa para comenzar a pasar rápidamente las páginas mientras sus gafas realizaban una fotografía tras otra, centrándose únicamente en el contenido que su ordenador iba almacenando en archivos de imagen dentro de una carpeta que llevaba por nombre el mismo título casi borrado por completo del libro: "Zos".

Una vez hubo terminado, asintió a Cío cuando este le pidió una copia mediante wireless de las fotografías que acababa de realizar y, ya más calmado, repitió el hechizo de luz mágica cuando el mismo irrense solicitó una nueva demostración. Observó durante unos instantes los avances sin resultados de Cío, estudiando sus movimientos y analizando la letanía que recitaba, comparándolos con los suyos propios. Aunque al principio el proceso llevado a cabo por el otro irrense carecía de cierta precisión, con la práctica llegó a perfeccionarlo y no encontró error alguno en su proceder. Así se lo hizo saber cuando le inquirió al respecto.
—No observo diferencia alguna entre tu procedimiento y el mío —afirmó mientras analizaba los movimientos sin perder detalle de un nuevo intento de Cío.

Y sin embargo algo no debía de estar funcionando correctamente, pues no obtenía resultados. Archime frunció ligeramente el ceño debido a la incapacidad para elaborar una hipótesis al respecto. No podía tratarse de los brazos mecánicos debido a que el hechizo requería el uso de ambas manos y él también había hecho uso, lógicamente, de su prótesis para conjurar el hechizo. Le frustró la falta de datos para poder continuar elaborando una suposición fundamentada al respecto y se dijo que probablemente debería esperar a que el resto del grupo realizase sus propios intentos para analizar los resultados.

La pregunta de Anriel lo sacó de su ensimismamiento y el programador bajó instintivamente la vista hacia el tobillo de la sinhadre.
—Muéstrame tu tobillo, primero debo examinar los daños —le comunicó sin alzar la vista.
Una vez la chica hizo lo que le pidió, el irrense comprobó que se trataba de heridas superficiales que no habían sanado adecuadamente. En su cabeza se mostraron los hechizos relacionados con aquella materia que se describían en el libro y, aunque había más de uno que no se atrevería a probar debido a que requerían estudio más a fondo, encontró uno con el que no se sentía tan inseguro de llevarlo a la práctica. Palpó sus bolsillos hasta sacar uno de aquellos artilugios que tan extraños le habían parecido días atrás y que al parecer se trataban de catalizadores mágicos que se activaban con el tacto como los que había descrito Taro.

Una vez más, palabras incomprensibles y una secuencia de gestos llevados a cabo con mecánica precisión produjeron un resultado visible, en esta ocasión sobre el tobillo de Anriel. El hechizo de sanación superficial funcionó como se esperaba y a una velocidad visible pero constante e inalcanzable por cualquier tratamiento médico irrense, las heridas de la sinhadre se fueron cerrando por completo sin dejar rastro alguno de su existencia.

Mientras apuntaba mentalmente los nombres que le dieron Cio y Nero, Lara se mantuvo ojo avizor, y se apropió del libro tan pronto como el otro irrense lo soltó. Sin embargo, antes de abrirlo vio a Cio intentando realizar el mismo hechizo que Archi sin éxito y cierto miedo se apoderó de ella. <<No puedo entrar en la categoría de guerrero o bandido, ni de coña...>>. Tenía que asegurarse de que ella sí podía. Se acercó con el compendio hasta el grupo y puso toda su atención en los pasos y las letanías, centrándose en aprenderse el del primer hechizo. Cuando el archimago curó a Ri, supo que le tocaba probar a ella.

-Mi turno-se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la expresión más seria que probablemente había puesto en público desde que llegó a la ciudad. Así sentada, apenas sobrepasaba las rodillas del resto, pero le daba igual. Repitió lo necesario para el hechizo una primera vez, intentando acallar nervios y dudas al tiempo que seguía los pasos tan fielmente como podía, y falló. Respiró hondo y lo intentó de nuevo, y esta vez, tras lo que se le hizo una eternidad, una llama reluciente le iluminó la cara. Ojiplática y completamente hipnotizada por su resplandor, apenas pudo balbucear lo siguiente-. Aquí estás, amiga mía-y lejos de ponerse a chillar lo feliz que era, Lara se quedó completamente pillada de la emoción. Absorta en su luz mágica.

—¿Que no hay diferencia? —soltó en respuesta a Archi con no muy buenas formas, para después volver a centrar su atención en las fotografías—. Está claro que la hay —murmuró un poco más calmado.
No era una persona precisamente paciente, y no ayudaba ver cómo el otro irrense se las arreglaba para hacer un hechizo detrás de otro sin aparente esfuerzo, pues en ese momento estaba curando el tobillo de Ri. Se levantó a hurgar en el baúl donde habían encontrado aquellos cristales catalizadores y cogió más, por si el problema era la cantidad «por chismes de estos que no sea». Cuando volvió al salón se encontró a Lara exhibiendo una llama invocada y eso le hizo rebotarse todavía más, debido a la punzada de envidia que le daban los logros de sus compañeros. Se preocupó de lavar los cristales y después recurrió a hacerse un corte superficial en el pedazo de pierna derecha que dejaba a la vista su pantalón. Ni pensó en lo estúpido que se sentía al hacer eso ni en lo desagradable que era, solamente quería invocar aquella llama. En su vida todo parecían ser fracasos e inferioridad, siempre tenía a alguien por encima. Ahora que él estaba por encima de la grandísima mayoría de irrenses, lo último que quería era ser menos de nuevo. Por eso siguió practicando cuando los cristales se apagaron y el corte hubo dejado de sangrar. Y siguió hasta que tuvo la garganta seca de tanto recitar y tuvo que ir a por un vaso de agua. Y hubiera seguido hasta quedarse dormido en la silla, pero en vez de eso se levantó y fue al patio a tirar la improvisada pelota por el aro hasta agotarse o sentirse mejor, solo para que el aire fresco de la noche le aclarase las ideas. No le apetecía seguir dentro con los demás porque sabía que podía saltar por cualquier tontería.

El aprendiz tenia los ojos como platos mientras veia a Archi operar con los diferentes hechizos con aparente soltura, o al menos eso le parecia el chico. El sabia trucos de magia, pero aquello... Aquello era lo de verdad. Lo geniuno. Magia. Tan solo con pensar en las posibilidades que aquello les otorgaba, su cabeza le dio vueltas y vueltas. Escuchó la voz de Lara Croft preguntando por nombres de sus respectivos mundo, pues pensaba darselos a sus crias. El aprendiz comenzó a hablar, sin pensar mucho, pues estaba muy fijado en como el irrense hacia los gestos y canticos pertinentes y los repetia él para si mismo.
-Tenemos... Son frecuentes...-comenzó diciendo mientras su voz fue decayendo hasta llegar a un susurro.-...judias...-dijo, ya completamente sin pensar si quiera en que queria decir.

Entonces, el aprendiz se retrayó. Retirandose a un sillón de la estancia, sentado como solia, comenzó a repetir con cierto nivel de seriedad los gestos y cánticos, agarrando su pequeña parte de los brillantes y más de un corte en sus manos. No una, ni dos, pero tres veces le costó hasta que finalmente la punta de sus dedos se iluminó tambien. Pegó un salto y un gritó de júbilo mientras zarandeaba su mano encendida de fuego mágico.

-¡Y dios dijo, "Hágase la luz"! ¡Y la luz se hizo!-dijo con una gran risotada.

>> Genesis 1-3
>> Por favor, me vais a dar dolor de cabeza los dos...
>> Hehehe ¿a que jode? Pues agradece que no tengas una diadema sagrada clavada en la frente.

Pero en su feliz celebración, se dio cuenta que el ingeniero estaba tratando las heridas de la chica albina felizmente, al menos todo lo que podia leerse en su rostro, que era casi inmutable. El aprendiz se vió entre la espada y la pared, pues tenia algo que pedirle al irrense, pero en ese momento la envidia le reconcomia. ¡Encontrarse al cuidado de una chica! ¡Una de verdad! ¿Que tipo de injusta deidad se encargaba del reparto equivalente en aquel plano?
Pero tenia una responsabilidad paracon su misión, y para ello necesitaria la magia. Con el grueso libro de titulo "Ent si nos miento" bajo el brazo, se acercó a Archi una vez habia terminado de tratar las heridas de la sinhadre. Dandole un toque en el hombro le cedió el libro.
-Quizás quieras mirarlo, por si cambia algo conrespecto al que tenias... ochocientas cincuenta y siete páginas, diecinueve capitulos, más de cien hechizos, creo... Pero no entiendo pajolera de él. Me lo he aprendido más o menos de memoria, asi que si logras descifrar algo, avísame ah... y por cierto... ¿Te importaria que praticase contigo? Es que veo más facil imitar lo que haces que el sacarlo de un libro.-admitió con una risilla.

Otros fueron haciendo magia y aquello le provocó una sonrisa alegre al ruso. La magia, suponia una pequeña esperanza. Si lograban dominarla, podrian defenderse de lo que fuera que estuviera más allá de aquellos muros. Quizás una vez fuera podrian convertirse en los digielegidos, atravesar el templo de agua y recuperar el trono de bajo la montaña de las garras de la asquerosa serpiente Smaug y su peto de oro.

>> Creo que ahi has mezclado demasiadas historias.
>> Touché.

Los ojos de Anriel se abrieron como platos. Toda marca se de haberse cruzado con  los serpelinos desaparecía por momentos, dejando solo un ligero hormigueo en su tobillo.

- Gracias- musitó al irrense. Si no hubiera sido un gesto de educación programado a lo largo de los años, probablemente se habría quedado callada sin más. La devolvió a la realidad los avances de Shaco, cuando  mencionó la palabra “practicar”.  Recordó que era la razón por la que había pedido el hechizo en primer lugar, y después de un gesto de despedida que pasaría desapercibido a la mayoría, salió al patio. Los  murciélagos en llamas daban vueltas en el cielo sin estrellas de Rocavarancolia.

Anriel se puso a estirar antes de nada. Lo hacía con mimo, siempre en los mismos tiempos; como todo en su vida, era algo  aprendido por repetición y disciplina. Pero el Qin era la única rutina agradable.  Bailar de otra manera, decía su profesor. Al ritmo de su respiración, todos los días. La albina realizó todas las rutinas que se sabía, no queriendo dejar ninguna que pudiera olvidar. Daba patadas, puñetazos, paraba golpes imaginarios; todo en perfecto equilibrio y con elegancia. Era una disciplina se aprendía lento y se usaba rápido. Si tenias alguien con quien combatir, toda aquella serie abstracta ganaba significado. Su profesor había adaptado los movimientos a su constitución, con lo que toda la lucha que ella sabía estaba centrada en potenciar su velocidad y reflejos. Y  nada de eso se veía en sus entrenamientos a solas. ¿Pero a quien se lo pedía? Nero había dado más años, pero menos concentrados. A esas alturas, estaban bastante igualados. Y no se lo iba a pedir a él, no esa noche, ni la siguiente.
Los siguientes días pasaron muy lentos para el edeel  y extrañamente rapidos para Anri. Nero descubrió en unas prácticas privadas que él tampoco estaba capacitado para la magia. Después de insistir en comprobar las habilidades de Ri, quedó claro que ninguno de los dos sinhadres podía. No tener magia era un fastidio y un contratiempo, pero después del malhumor inicial, Nero pareció desinteresarse completamente y no comentó nada más con su pareja. Para Anriel, solo era el gesto de un gato agazapándose en una esquina, a la espera del momento justo.

Ver como todo el mundo se interesaba en la magia hasta que se convertía en el único tema para todos comenzaba a poner a Xalkoth de los nervios. Solamente Taro parecía pasar, y aunque el clinger sabía que sus razones no tenían nada que ver con las que tenía el insecto, comenzaba a plantearse el irse con él a hacer lo que estuviera haciendo. Hasta que pasó algo que no pudo ignorar: magia curativa.

No se puede decir que tuviera los ojos como platos ya que, al ser un clinger, los tiene como pelotas de tenis día y noche, pero su sorpresa al descubrir que la magia podía usarse para curar no fue grande, fue lo siguiente. 
Por un momento se quedó con la boca abierta, hasta que se la cerró con la mano del brazo sano, ya que de la sorpresa se había olvidado de como mover la mandíbula. Tras eso, y tras instintivamente comprobar que estaban todos demasiado ocupados intentando hacer magia como para  darse cuenta de lo que había hecho, comenzó a observar lo que hacían todos, hasta que terminó por centrarse en Archi por ser el que mejor parecía hacer los hechizos.

Lo que acababa de pasar, y seguía pasando, era que la mente del insecto había encontrado con una contradicción directa a todo lo que creía. La magia no es útil, o así debía ser, pero curar era algo claramente útil, y la magia podía hacerlo, encima con más rapidez y eficacia que cualquier remedio que él conociera. Por si no fuera bastante, su cabezonería le impedía admitirlo, y por lo tanto no estaba dispuesto a pedir magia o a intentar usarla, al menos no delante de todos.

De este modo se limitó a observar al resto de reojo y a seguir con su vida hasta la noche. No se durmió, sino que esperó a que el resto lo hiciera, con un éxito relativo, ya que Archi no se iba a dormir nunca, pero daba igual porque estando concentrado en sus cosas era fácil eludirlo.
El problema llegó con Lara. La pastora se había agenciado el libro que Xalk buscaba, y no había forma de que se durmiera. Tardó lo suyo, pero al final cayó rendida, con el libro entre los brazos. Cuando esto ocurrió Xalkoth se coló en la habitación y, con sigilo y extremo cuidado, consiguió coger el libro, para luego marcharse a buscar un lugar solitario donde ponerse con él e intentar lo de la magia.

Costó su tiempo y más intentos de los que el clinger era capaz de recordar, no podía usar cristales porque su exoesqueleto se lo impedía, pero al final tras una hora o más una llamita tan pequeña que casi no se podía ver brotó de sus dedos.
El conseguirlo le provocó sentimientos conflictivos. Por un lado se alegraba de poder, por otro, se sentía mal haciendo lo que hasta ahora había estado diciendo todo el rato que no debía hacerse.

Los días siguientes pasaron con la misma rutina. Durante el día o bien dormía durante la salidas, en las que todavía no podía participar, o bien continuaba con su vida, lo que venía a ser procrastinar cada vez que tenía que hacer algo.
Por las noches robaba el libro, normalmente de las manos inertes de Lara, para ponerse a practicar magia curativa. Luego lo dejaba exactamente donde y como lo había encontrado. Incapaz de cargar cristales por su cuenta sin complicarse demasiado comenzó a usar los de Archi cuando este se quedaba dormido. Si se daba cuenta de que al día siguiente varios cristales supuestamente cargados ya no lo estaban nunca dijo nada. 
Así tras tres o cuatro días logró realizar con éxito la sanación superficial, aunque no terminara de curar como esperaba. Pero ya era algo.

Archime observó los progresos de sus compañeros con la magia. O más bien los de Lara 37, Shaco y Cío, ya que el resto de los presentes no pareció mostrar interés por intentarlo. Aunque en realidad para ser más precisos, el otro irrense tampoco se podía afirmar que realizase progresos, ya que al contrario que la ordesa y el humano, por más que reiteraba los procesos necesarios no obtenía los resultados esperados. El biomecánico le dedicó una breve mirada a Taro, recordando lo que les había contado sobre la jerarquía mágica de Carabás. Sin embargo, no tenía sentido que los hubiesen llevado a Rocavarancolia si no contaban con la capacidad para ejecutar hechizos. ¿O sí? A aquellas alturas lo más probable era que los hubieran mentido incluso con eso, pero el ingeniero seguía sin comprender entonces qué criterio seguían los rocavarancoleses para elegir a los cosechados. Por más que le dio vueltas no halló con ninguna respuesta, ningún patrón extrapolable analizando las conductas, las características o incluso las dietas de todas las personas que formaban los dos grupos de cosechados. Una vez más, la carencia de datos frustró al programador, aumentando su inquietud y obligándole a ponerse a programar algunas líneas para calmarse.

Sin embargo, esa noche interrumpió su rutina habitual de elaboración de una aplicación para uso con el idioma rocavarancolés, ya que la magia había pasado a ocupar la mente del irrense en casi toda su totalidad. Después de haber hecho unas cuantas prácticas con varios hechizos pero sin ejecutarlos, un cristal recién cargado no tardó en levitar alrededor del sillón mientras Archime practicaba a realizar diferentes movimientos con aquel hechizo que había sido el primero que Aeris Faraday ejecutó ante toda Irraria durante la fiesta de la cosecha. Otros hechizos le siguieron, como el de impulso sobre un trozo de tela que había recogido para poder probar aquel hechizo en particular sin provocar daños, o el hechizo térmico que utilizó sobre la misma tela, comprobando que enseguida se encontraba más caliente al tacto. Archime se hallaba tan ensimismado que no se percató del cansancio que se apoderaba cada vez más de él hasta que incluso se sintió ligeramente mareado. Obligado por ello a recostarse en el sillón unos instantes, o eso creía él, se quedó profundamente dormido sin poder hacer nada por evitarlo.

Durante los días siguientes, la rutina de Archime consistió en continuar descifrando el libro de magia comparando las nociones del lenguaje desconocido que podía descifrar gracias a las anotaciones con aquellas que eran más dudosas. Le frustraba no ser capaz de comprender algunas líneas especialmente complejas y para las cuales no había guía alguna y se preguntó en más de una ocasión cuando volverían a la biblioteca. Así mismo, le pidió a Shaco su libro para fotografiarlo entero, cosa que le llevó bastante tiempo ya que era mucho más grueso que el suyo. Tras echarle un vistazo, comprendió que debía centrarse en descifrar el suyo primero antes de sumergirse en aquel otro.

Sus avances con la magia se hacían patentes día tras día, aunque a base de cansarse mediante su uso continuado y tras confirmarlo con Taro, supo que no podía elaborar hechizos indefinidamente sin períodos de descanso para recuperar su energía mágica. Hizo varias pruebas para conocer donde estaba su límite y decidió que algunos hechizos tan solo los practicaría por partes antes de conjurarlos para realizar las pruebas empíricas y aprender a controlarlos en caso de ser necesario. Así pues, el irrense volvió a no subir a la habitación a dormir y cada día se despertaba en posturas incómodas en el sillón que empleaba sistemáticamente desde la primera noche. No pasó por alto el hecho de que algunos de sus cristales cargados amanecían descargados sin haber sido utilizados por él mismo, pero no había más posibilidades a parte de que alguno de sus compañeros los hubiera empleado. Archime no preguntó al respecto, no tenía intención alguna de emitir alguna queja por ello, aunque si le hubiese gustado saber quién llevaba a cabo aquella acción, pues era probable que se tratase de alguno de los que todavía no había probado suerte con la magia, al menos no delante de los demás.

Otra materia de la que se ocupó, fueron los hechizos curativos, que requerían establecer una relación precisa entre la parte mágica y la biológica, pues el irrense comprendió que un error en la ejecución de uno de estos sortilegios podría ser fatal. Fue por ello que no hasta varios días después se decidió a ofrecerle al clinger emplear magia para curar su brazo roto. Se acercó al insecto y, con un talismán colgando de un bolsillo, se dirigió a él.
—Disculpa, Xalkoth, creo que podría soldar el hueso roto de tu brazo empleando uno de los hechizos que contenía el libro —le anunció esperando su respuesta.
El hechizo de recomposición era más complicado que los demás sortilegios curativos que había probado hasta el momento, pero tras haberlo estudiado en profundidad Archime tenía la suficiente confianza como para probarlo con su compañero sin temer provocarle un efecto contrario.

Se había despertado el último, como hacía todos los días desde que comenzó a practicar por las noches. Todavía tenía sueño, pero ya  encontraría algún momento en el que echar una siesta rápida.

La estancia en la ciudad estaba cambiando al clinger. Aquí no estaba obligado a seguir a rajatabla todas las normas, podía dormir más del mínimo de horas establecido, o no dedicarse completamente a todas su labores diarias. Nadie se quejaba si pasaba, de hecho ni siquiera conocían la mitad de estas rutinas.
Nunca había deseado más libertad, era algo que no encajaba en la mentalidad de un clinger, pero ahora que la tenía veía todo desde otro punto de vista. Además, nunca habría podido explorar lugares desconocidos sin ella. Podía cabrearse, podía no entender a sus compañeros a veces, pero lo cierto era que aceptar ir a aquella ciudad era la mejor decisión que había tomado.
Aquí, en Rocavarancolia, podía hacer realidad sus sueños.

Medio dormido como estaba tardó un poco en comprender las palabras de Archi cuando este se ofreció para curarle el brazo. Con cara adormecida lo miró como si no terminara de entender lo que había dicho. Luego, de golpe, su expresión cambió a sorpresa cuando fue consciente de lo que pretendía hacer.

-Eh... si... ¡SI! Claro que puedes... vamos... ¿Por qué no?- Esa fue la confusa respuesta del insecto.

Era tarde, muy tarde. Se notaba, de alguna manera, en el aire nocturno que no estaba acostumbrado a interpretar. Pero hacía frío, y volvió adentro. Poco tiempo había pasado, pero el salón estaba más vacío de lo que recordaba, quizá porque ni siquiera se había fijado realmente en quiénes seguían allí y quiénes se habían ido mientras practicaba aquel hechizo imposible. Pasó entre los demás sin mirarlos y sin dar las buenas noches, derecho a la cama, donde todavía le dio algunas vueltas más al asunto de la magia. Decidió que al día siguiente volvería a empezar con más calma y sin prisa. Por lo que había visto existían hechizos mucho más sencillos, que seguramente eran más fáciles. Reconocía que él no era habilidoso como Archi, pero sí le molestaba que el biomecánico no fuese el único en conseguirlo tan rápido. Con la idea de que con calma lograría hacer magia, se durmió por fin. Solo para descubrir al día siguiente lo equivocado que estaba.

No le cabía en la cabeza que hubiese unos recursos diferentes para cada uno, pero así era. Que hubiera otros que, como él, no podían hacer magia lo tranquilizaba un poco, pero no le quitaba ni una pizca de frustración. Todo eran problemas desde que había pisado esa ciudad, y lo primero bueno que les pasaba lo excluía. Eso le ponía de los nervios. Pasó los días siguientes con un perpetuo mal humor poco disimulado pero que tampoco afectó a la convivencia. Al único que fastidiaba era a él mismo. Pasó del extremo de mirar constantemente las fotografías del manual de magia a ignorarlas e incluso evitar el tema. Al apartarse de la práctica exhaustiva de hechizos por fin volvió a montar el reloj de bolsillo. De hecho, tuvo que desmontarlo una vez más antes de que al dar cuerda las agujas se moviesen casi milagrosamente, pues había olvidado una de las indicaciones de Keiria al montar el artilugio. Aquel logro fue lo único que le causó alguna satisfacción en aquellos días. Pegaba el reloj al oído para escuchar el apagado susurro del mecanismo y se sentía como si tuviese en las manos una pequeña maravilla, cosa que él mismo sabía absurda cuando la propia mano era un invento mucho más impresionante.

Por otra parte, al estar algunos tan ocupados con el nuevo “juguete” que era la magia y otros tan ociosos, Cío tuvo tiempo de pensar. Aquella ciudad hostil le negaba la única ventaja de que disponían, pero a lo mejor tenía en su mano –y nunca mejor dicho– una forma de defenderse. Pero no podía hacerlo solo, ni siquiera sabía si sería posible. Cerró la tapa del dedo con la que estaba jugueteando hacía unos instantes y se movió por el torreón buscando a Archi. Lo encontró en el salón con Xalkoth, a quien aplicaba un hechizo para recomponer el hueso roto de su brazo. Cuando hubo terminado se acercó a ambos y llamó la atención del biomecánico.
—¿Podríamos hablar un momento? En otro sitio, mejor. —Los demás le daban igual, quien no quería que escuchase la conversación era el pequeño Ippon. Sería el único que iba a entender completamente lo que iba a contar, y le sabía mal que lo juzgase un crío de nueve años. Guió a Archi al escritorio tras subir las escaleras y se apoyó en una estantería baja con algunas baldas rotas.
—No me hace gracia contarle esto a un pijo de ciudad, pero tengo que empezar por el principio. Tengo un amigo, un colega tuyo de profesión, que trabaja en el desarrollo de complementos ilegales para las extremidades biónicas. Mira, estoy harto de estar indefenso en esta mierda de sitio, y no es la primera vez que tengo armas acopladas en el brazo. Se lo dejaba para hacer pruebas. —Hizo presión para separar parte de la falangeta—. Lo último en lo que trabajaba era un taser. No lo tengo instalado, pero el brazo está más o menos preparado. Nos faltan materiales pero creo que podríamos apañar algo. No puedo hacerlo sin tu ayuda. —Miró directamente a Archi para tratar de averiguar que pensaba, pero no le dejó responder todavía—. Sé que no te reportaría nada, pero puedo darte indicaciones de cosas con las que me he ido quedando. Los electrodos irían en estos dos dedos… —Extendió índice y el pulgar—. En el modelo original se podían lanzar a una distancia de siete metros, pero eso ahora sería un poco difícil. En fin —suspiró— ¿qué me dices? ¿O ya solo juegas con la magia?

Una vez hubo terminado de comer Taro se acodó en la mesa de la cocina y desde allí contempló sin demasiado interés los esfuerzos denodados de la mayoría por hacer magia. No le sorprendió ver que Archi era el primero: encajaba en el perfil. El ambiente general se asemejaba al de una clase de preescolar, con todo el mundo memorizando torpemente las secuencias y comentando entusiasmadamente entre sí sus progresos. En opinión de Taro la cosa empezaba a joderse cuando comenzaban los exámenes, las notas y las clases separadas.

Él no hizo el menor ademán de unirse al grupo de los que lo estaban intentando, pero no quería decir que no le interesase. Le quedaban dos años hasta dar algún signo que registrar en las evaluaciones: había venido a Rocavarancolia precisamente para intentar acelerar el proceso, pero no quería decir que no siguiese estando harto de practicar algo que no se le daba bien delante de todo el mundo.
"¿Jode, verdad?", fue el pensamiento que dedicó a Cío en cuanto el irrense decidió salir al patio visiblemente malhumorado. "Espera a tenerlos hablando de eso todo el día."
También dirigió una mirada de reojo a Xalk cuando Archi curó la herida del tobillo de Ri, suponiendo que se estaba comiendo con patatas las palabras que había dicho en la plaza de las estatuas. Sin embargo al cabo de un rato terminó por aburrirse de verlos practicar y él también abandonó el salón.


Los siguientes días se estiraron perezosos sin que ocurriese ningún acontecimiento relevante. Taro hizo nota mental de probar en algún momento aquel nuevo sistema de magia para ver si le iba mejor con él, pero el haber pasado toda su vida arreglándoselas sin hechizos, unido al hecho de que la magia no le suponía el componente de novedad que era para sus compañeros, hizo que simplemente se le acabara olvidando.

Aquella mañana se había levantado tarde y aún cargaba el sueño encima. En el salón parecían estar ocupados otra vez con los hechizos, así que para matar el aburrimiento el carabés subió las escaleras en busca de Shaco. Con suerte podrían salir a por comida mientras el resto empollaba, o cualquier otra cosa. Aunque no apostaba tanto por ello desde que había quedado claro que el ruso también tenía maña para la magia.

Archime asintió ante la respuesta de Xalkoth, que para él tan solo significó que estaba de acuerdo y le daba su permiso y le pidió que le mostrase el brazo. Examino la extremidad y, repasando rápidamente en su mente el hechizo de recomposición, lo ejecutó con precisión y poniendo especial atención en colocar el hueso correctamente. Finalizó la letanía y los gestos una vez notó que había tenido éxito y no dijo nada más, tan solo lanzó una interrogante mirada al clinger pero no llegó a recibir respuesta pues Cío, a quien no había visto hasta ese momento, se acercó para solicitar una conversación exclusivamente con el biomecánico.

Confuso pero también curioso y tras dedicar una breve mirada parpadeante al otro irrense, Archime siguió los pasos de su congénere hasta el estudio de la primera planta. El irrense había tomado por costumbre quedarse en el sillón de la planta baja debido a que las primeras noches había recelado al ver las escaleras, pero al encontrarse en aquel cuarto nuevamente y mientras Cío no había empezado a hablar, en su mente se esbozó la imagen de si mismo practicando magia o programando en aquel escritorio en el que tenía la vista fija. Alzó la mirada cuando el irrense mayor empezó a hablar al llamarle la atención su forma de dirigirse a él.

Y aun más atención prestó a sus palabras cuando le expuso la petición. Los ojos del irrense se abrieron ligeramente denotando interés y una vez más parecía que el verdoso iris brillaba tras los cristales de las gafas. La petición de Cío desplegó una serie de cálculos y mediciones en su cabeza, esbozando ya en ella de forma de esquema conceptual cómo se podría llevar a cabo lo que describía. La última pregunta del irrense formó una clara respuesta en su mente, pero no llegó a pronunciarla en voz alta porque enseguida fue sustituída de nuevo por el esquema del proyecto.

—Aislante, piezas metálicas... —comenzó a ennumerar sin más—. Lo que podría resultar más problemático es la obtención de cables, pero calculo que a la batería del brazalete de Ippon debe de restarle carga para una cantidad de horas relativamente escasa, por lo que tal vez no le importe cedérnoslo para piezas. Mientras el transformador no contenga algún tornillo no estandarizado, ya que tu amigo ha modificado tu brazo en tantas ocasiones, dispongo de las herramientas necesarias para manipularlo —continuó hablando con cierta velocidad mientras daba algunos pasos nerviosos por la estancia y rebuscaba en sus bolsillos las citadas herramientas, palpándolas como queriendo asegurarse de que no se habían volatilizado—. No estoy completamente seguro de cuánta distancia podría alcanzar ya que habrá que hacer algunas pruebas, pero tienes razón en que tendrá que ser menor de siete metros con toda seguridad —siguió su perorata sin más y sin esperar a que el otro irrense interviniese, hilando sus pensamientos en voz alta.

Cío había dicho en su discurso que no le reportaba nada, pero no podía estar más equivocado. Incluso teniendo la magia, el biomecánico había echado en falta desde el primer día contar con algo como aquello en lo que trabajar y los pequeños trabajos manuales que había realizado días atrás no habían sido suficientes. Archime nunca había modificado ilegalmente una prótesis pero sabía que era teóricamente capaz de realizar cualquier modificación siempre que dispusiese de los materiales necesarios. En Irraria probablemente no habría aceptado a realizar un trabajo como aquel, pero no veía motivos para negarse encontrándose en otro mundo, con otras reglas, la mayor parte de ellas ilógicas a su entendimiento, y en el que los peligros parecían acechar en cualquier esquina.

—A propósito, a pesar de que trabajaba en Ío yo también procedo del campo —dijo de forma aislada tras una pausa, ya que por algún motivo la forma de iniciar la conversación del otro irrense volvió a acudir a su mente. Archime no estaba seguro de qué le había impulsado a proporcionar aquel dato, en principio irrelevante. Quizás porque quería sacar al otro irrense de su error, o porque no comprendía que le hubiese llamado “pijo”. O tal vez fuese un motivo totalmente distinto que aun no sabía descifrar. Esta última suposición le hizo rascarse la parte posterior de la cabeza con cierto nerviosismo.

Y entonces pasaron el resto del dia, intensamente estudiando unos, y otros llevando su vida. Se dio cuenta entonces del valor los talismanes y cristales y procuraba cargarlos siempre que podia, con una herida que tenia en la mano, vendada todo el rato. Con trabajo, logró mostrarse como uno de los más aventajados en magia del torreón, necesitaba menos cristales que la mayoria y pillaba los conceptos de los hechizos más rápido y facil que cualquiera, pero siempre debia ver a alguien antes hacerlo y entonces, como por arte de magia, él lo entendia.
Hubo algunos que, sin embargo, no demostraron interés o hype por la magia, lo cual se ganó una mirada escrutadora y unos susurros en voz baja que nadie logró pillar al principio, pero que a base de repetirlos con el pesimismo general, lograron identificar que se trataba de la palabra "squibs", en ocasiones tambien era "muggles", pero sobretodo la primera. El chico estaba convencido de que, con el tiempo, la práctica y dedicación, todos podrian hacer magia. Que tan solo los demás eran demasiado vagos o derrotistas y se tomaba la licencia personal de asaltar a los "que no podian hacer magia" con libros y cristales y obligarles a intentarlo al menos. Cuando su intento fallaba, se escurria hacia el patio protestando, frustrado.
Aunque su entrenamiento mágico iba viento en popa, aquello no significaba que iba a abandonar su entrenamiento físico. Si acaso se aumentó exponencialmente. El aprendiz entrenaba de sol a sol, intercalando agotamiento fisico con mental y el agotamiento de la magia, pues descubrio que tenia un límite de hechizos antes de agotarse, pero que con el tiempo lograba recargarse. Ante este fenómeno, el ruso lo describió como "maná" y constantemente hacia alusiones a "pociones de maná", "regeneración de maná" y "runas de maná". Cuando se quedaba "sin maná" y tenia muchas ganas de seguir practicando cierto hechizo, aun a pesar del agotamiento, frotaba sus manos nerviosamente y alzaba una plegaria a una diosa de nombre "Isha", suplicándole por una de sus lágrimas. Si alguna vez sus rezos fueron contestados no se pudo demostrar, pues el aprendiz solia tomar un descanso al poco rato de su intento de rezo.
Los que le observasen con una base diaria en sus entrenamientos, podian apreciar que el chico ya no practicaba tanto con su bõ pero aun así lo llevaba consigo a todas partes. Parecia que entonces habia pasado a otro tipo de entrenamiento, pues se vendaba las manos y piernas y practicaba con unos muñecos maltrechos que habia creado en sus ratos de descanso. Tenia numerosas heridas en brazos, manos y piernas que normalmente ignoraba hasta que terminaba de entrenar. Sus practicas parecian una especie de kickboxing furioso con cierto baile, como en el boxeo, pero que no terminaba de aparentar muy marcial. Un ojo experto no podria decir si lo que estaba haciendo el aprendiz era serio o no, pero este lo hacia religiosamente cada mañana, tras despertar a todo el torreón. Sus gritos de inflexion de fuerza desde el patio reinaban las mañanas de muchos de los presentes. Acompañados por los consiguientes quejidos y lamentos de dolor.

Y llegó una nueva mañana. El aprendiz habia desayunado bien, habia entrenado aún mejor y estaba particularmente encendido. Se sentia capaz de mover una montaña, pero en ese momento estaba en su descanso y estaba curandose las heridas de su nuevo entrenamiento (muchas de ellas, reabiertas) y canturreando suavemente una canción. Su risas ocasionales mientras interpretaba la historia tras la canción y se curaba decayeron cuando avistó a los dos irrenses. Por lo que habia oido, se habian citado para hablar en privado. Un sentido afloró en la mente y corazón del aprendiz.

>> ¿Qué andarán estos dos hablando? ¿Cosas nazis?
>> ...
>> ... ¡SI COSAS NAZTIS PITAR! ¡No pillais ninguna referencia! De verdad a veces pienso que no habeis nacido de mi imaginación o algo..
>> ...

Y entonces, el muy cotilla les siguió agazapado, sin hacer ningun ruido hasta descubrir que iban a hablar en el estudio. Muy sigilosamente, pegado a la pared, el aprendiz, se escurrió a un lado y se asomó por el friso, sin hacer ni un solo ruido.

>> Como un corzo...
Lanzaré como me enseño mi padre...

>> Menos referencias a Imperium, más stalkeo.
>> Ah si, es verdad...

Entonces, por la escalera subió el carabés que parecia buscarle. El aprendiz le mandó callar con un gesto y con otro le dijo que se acercara. Tras agazaparle por un lado, le pasó su consola y le colocó los cascos y, a continuación, le reprodujo un video. Se lo señaló energicamente y cuando terminó, le dijo, en un susurro.
-Mira al maestro...-
Moviendose muy lentamente, de nuevo, como un depredador, se cambió al otro lado de la puerta mientras susurraba palabras incoherentes.
-A ber weine clairr... arejanderr... more... erebor...-dio una pausa y se relamió los labios.-Vaya... los dos irrenses confabulando... ¿Qué deberiamos hacer?-

Justo cuando parecia entender de que carajos estuvieran hablando, el aprendiz perdió la paciencia y saltó hacia el umbral, exclamando sonoramente y señalando acusadoramente a los dos chicos.
-¡AHA! ¡Os he pillado con las manos en la masa! Enga... ¡Soltadlo! ¿Que edición de carta de Charizard os habeis encontrado? ¿La segunda? ¿La tercera? ¿¡LA PRIMERA!?-soltó, escandalizado.

Anriel estaba en el piso de abajo, leyendo e ignorando al resto de los que estaban despiertos cuando vio de reojo a Taro. Siguió mirando el libro pero había dejado de leer; estaba pensando en su petición de aprender a moverse por los tejados y en como llevaba varios días curada pero aún no había mencionado nada al respecto. Si pensaba en ello, probablemente tenía que ver con que no quería salir a plena luz del día a trepar muros, haciendo señales a todos los monstruos de que estaba allí y podían comérsela. Con la vista aun clavada en la misma línea, se regañó mentalmente por la cobardía y se levantó en busca del carabés, que había desaparecido. Taro estaba al final de las escaleras, y poco más alla, Shaco increpaba otra de sus rarezas a alguien que aun no alcanzaba a ver.

- Taro, si no es mucho pedir me gustaría comenzar las lecciones hoy.- decirlo le resultó mucho más difícil de lo que daba a entender el tono sereno de su voz.

Archi ni siquiera respondió de forma directa a la última pregunta, empezó a planificar sin más.
—No hace falta que sea perfecto, dudo que podamos siquiera conseguir cables que lleguen a una distancia prudencial… —Ya no hablaba de la misma forma que hace un momento, casi agresiva. Que el otro ni siquiera hubiera hecho un comentario y aceptase sin más lo extrañaba y aliviaba a partes iguales. Ni siquiera le había reprochado que fuese una locura, y eso siempre lo agradecía—. A lo mejor podemos improvisar algo con lo que encontramos y lo que llevamos encima.

Tras una pequeña pausa, Archi hizo notar que trabajaba en Ío «¿trabajar?» aunque ese no fuese su origen, lo que dejó a Cío descolocado un momento. Después, cayó en la cuenta de que quizás era su forma de decir que entendía o apoyaba lo que hacían algunos antisistema. Esbozó una pequeña sonrisa.
—Cualquiera lo diría de ti.
Lo que fuera a decir o preguntar quedó interrumpido por los berreos ininteligibles de Shaco, no por no descifrar las palabras, sino porque no entendía qué estaba diciendo.
—Lo que van a encontrar son tus restos chamuscados, por payaso —comentó reclinándose hacia atrás en la estantería en que se apoyaba, con expresión cansada—. Venga, ve a jugar por ahí hasta que seas mayor —añadió con pitorreo.

Como respuesta, esperaba al menos una contestación, porque verdaderamente estaba intrigado por saber en que andaban metidos. Pero, sin embargo, la respuesta fue directa e hiriente. No querian que supiera que estaban haciendo. El aprendiz rompió a carcajadas mientras cruzaba el umbral de la puerta y se acercaba a los dos irrenses, partiendose la caja. Finalmente, se paró a unos pocos metros, junto con su risa y su tono de voz se puso bastante más serio que de costumbre.
-Ahora en serio. ¿Qué estais haciendo?-les preguntó.

La reacción del humano no fue lo que se dice esperable, porque se echó a reír sin venir a cuento «ya está, se ha averiado». Le miró con escepticismo hasta que por fin adoptó un tono en el que podían entenderse.
—Si lo pides así, sí podemos hablar de persona a persona —respondió con un rastro de sonrisa burlona que no tardó en desaparecer. Él también se puso serio—. Estábamos pensando en acoplar un taser en mi brazo derecho, ¿sabes lo que es? Un arma de electrochoque usando un par de electrodos, a partir de la electricidad que nosotros mismos generamos. Si quieres una explicación más sesuda pregúntale a él. —Señaló con la cabeza a Archi y después lo miró dubitativo—. Tengo una pregunta más. Sé que tienes aceite, ¿pero para cuántos mantenimientos estimas que te queda?

Durante los días siguientes al descubrimiento de la magia, Lara se había autocoronado como reina y señora del libro de Archi. Sin embargo, eso no le proporcionó la inteligencia necesaria para descifrar los hechizos a la misma velocidad que lo había hecho el irrense. Si Lara tenía alguna duda sobre lo inteligente que era el chico, se había disipado del todo. De hecho, Lara no tardó en pedirle ayuda: resultaba más sencillo practicar magia cuando era otro quien se devanaba los sesos en la parte menos mágica de todo el asunto.

El primer hechizo que aprendió fue el de limpieza, lo cual le ahorró mucho sufrimiento a la hora de lavar pañales. Sin embargo, no tardó en descubrir que tras realizarlo en un par o dos de ocasiones, le sobrevenía un fuerte cansancio. Esto la volvió a frustrar un poco, ya que la idea de ser una afín doméstica le deprimía. Quería hacer magia poderosa, quería volar y quería poner todo lo que tuviera en su mano para proteger a sus hijos... Pero se cansaba con lavar pañales. <<Deprimente, Lara, deprimente>>. Y eso por no contar con la rivalidad silenciosa que empezaba a sentir con respecto a Archi. Era una rivalidad inocua, nacida de la envidia sana, ya que ella siempre había sido la mejor maga en sus diferentes partidas y ahora Archi la había desbancado casi sin pestañear. Sin embargo no tenía problemas en apartarla a un lado para seguir aprendiendo a su ritmo.

Para evitar gastar energías inútilmente y poder seguir dejando limpios a sus niños, los dos últimos días, Lara memorizó las letanías de los hechizos de protección básica y campo de fuerza cantándolas a sus pequeños con melodías de diferentes nanas. Los gestos los practicaba cuando jugaba con ellos. Sus hijos y el libro se convirtieron en los dos pilares básicos de su actividad diaria y, como no podía ser de otra manera, Lara pagó dicha actividad con horas de su propio sueño.

La ordesa se levantó con ojeras, esa mañana gracias a sus hijos, y tras ataviarse con su disfraz de renacida entre la mugre (todos sus amuletos incluídos), se dirigió espectralmente a la cocina. Se hizo un vaso de leche como era costumbre en ella y no dio más muestras de vida más allá del dedo que removía su desayuno hasta que Shaco hizo ruido y uno de sus pequeños se removió. Con una expresión asesina, salió al patio y se alejó de las voces del grupo. 

Una vez fuera, pasó olimpicamente del entrenamiento de Xalkoth y se alejó tanto como pudo para escapar de cualquier sonido que pudiera molestar a sus pequeños. Acariciando su marsupio, comenzó a cantar de nuevo el hechizo de protección básica para que su retoño se durmiera.