Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

La cena volvió a tener lugar de forma desesperantemente lenta. La hora a la que Keiria los llamó coincidía con aquella a la que los tres intrusos habían hecho acto de presencia el día anterior, así que Taro empezó a sospechar que los demás solían guardar una especie de horario al respecto.
"No tiene sentido." ¿Para qué atracarse a una hora y luego pasar las siguientes completamente en ayunas? ¿No se morían de hambre mientras?
No se quejó para no dar el cante, pero aún así fue el primero en terminar con diferencia y en levantarse de la mesa.

A esas horas solía subir a la azotea de la residencia y cubrir el mismo recorrido por los tejados que el día en que le cosecharon, pero Taro había aprendido la lección y no se fiaba un pelo de lo que pudiera encontrar ahí fuera. Decidió salir al patio a comprobar si alguna parte de Maciel era trepable y en la intención se quedó, ya que los murciélagos flamígeros parecían decirle en silencio que si no quería recibir un placaje quemadura mientras escalaba el torreón que se volviese por donde había venido. Taro les hizo caso y se conformó con el patio como lugar de prácticas.

Gastó un lapso indefinido de tiempo haciendo los trucos que podía en las paredes que amurallaban el patio. Pretendía encaramarse a una de ellas y desde allí divisar el resto de la ciudad pero se tuvo que quedar a mitad de camino, porque en lo que se impulsó lo suficientemente alto con las piernas pudo ver algo que le impedía agarrarse y trepar.
"¿Qué clase de imbécil pone cristales en lo alto de un muro?", se preguntó frustrado una vez en el suelo. "Si querían fortificar de verdad el sitio, ¿por qué no lo hicieron con magia? ¿Es que con el truco de la fuentecita se les acabó?"

A la vuelta llevaba los auriculares funcionando a todo volumen, por lo que se le pasó completamente por alto la conmoción que tenía lugar arriba. Sí se dio cuenta de que ya quedaba menos gente en la cocina, y aprovechó para escamotear de nuevo una barrita energética. Apenas habían pasado unas horas desde la cena y ya volvía a tener hambre... Cada vez entendía menos cómo aquella gente aguantaba tanto tiempo en ayunas con comidas tan ligeras. Notó la mirada de Ri sobre él y se encogió de hombros como pidiéndole que no se chivase.
Por las escaleras se encontró con un grupito reunido en torno a Shaco, y como aún no había bajado el volumen del mp3 se limitó a dirigirles una mirada inquisitiva.

Volvió a encogerse lo más que pudo en la cama antes de dormirse con la música aún puesta. Los bebés de Lara continuaron llorando aunque esta vez a intervalos menos continuados, pero Taro estaba demasiado cansado para darle importancia.

Nero había sonreido con el sobresalto de Shaco, que era, mas o menos, lo que pretendía. Pero las siguientes intervenciones le arrancaron una risa, que solo se reforzó cuando la situación se alargó y el chico sin-ojos empezó a ponerse rojo como un tomate.
Terminada la conversación y sin hacer mayor comentario, se pasó por el sofá de Ri, que le dirigió una pregunta muda con la mirada.
- Dime, Ri, ¿no te parece que estamos en el mejor sitio posible?
- Es una pregunta extraña.- dijo al cabo de unos segundos, con calma.- Teniendo en cuenta que casi te matan, y tu cara tuvo tiempos mejores.
- No lo habría descrito mejor.- las comisuras de su boca dibujaron burla por unos momentos, pero su tono general era serio.- Tenemos compañeros de vivienda muy interesantes.

- Me resulta interesante que te aguanten. Supongo que es transitorio.- manifestó Ri. En publico, aquella conversación no  estaría teniendo lugar. Jamás Anriel le faltaría al respeto, ni Nero hablaría como lo hacía ahora. El edeel de vez en cuando compartía sus ideas con ella, y aun así era críptico en todo lo que decía. Era como si escogiese pensamientos al azar para soltarlos,  y probar a que le sabían en la lengua.
- También la vida y aqui nos tienes en ella. - su parte oscura se sentó en uno de los reposabrazos con una sonrisa enigmatica, pero lo que fuera a decir se lo calló, porque apareció alguien por las escaleras. - Te visito más tarde. ¿Dormirás arriba?
- Los sofás no son mi idea de comodidad.- fue toda su respuesta.
Con un bufido de diversión Nero se marchó despidiendo con dos dedos.
- No cojas mala postura, Ri.

Ri pasó otro tiempo largo sin hacer gran cosa, reflexionando. Solo la interrumpió ver a Taro dirigiendose a la cocina y saliendo de ella con parte de la poca comida que habían conseguido. Se quedó mirandolo y el chico se encogió de hombros. ¿Era un gesto de disculpa,o de no importancia? A ella desde luego le daba lo mismo. "Yo mañana tengo un pie que no admite salidas, serás tu quien se juegue el cuello por remplazar lo que te estas comiendo", pensó regresando a su postura de mirar el techo. Maldecía el momento en que a Nero le había parecido una gran idea ir. Maldecía a Nero, por seguir pensando que era una gran idea. Y maldecía su miedo, que amenazaba siempre a su autocontrol  y fachada.  En un determinado momento, quedandose dormida, decidió hablarle al chico-bestia que toqueteaba su brazo de metal desde hacía tiempo, en otro sofá. A decir verdad, toquetear su brazo es casi todo lo que le había visto hacer.
- Vosotros sois diurnos, o eso parecen tus amigos. ¿No te vas a dormir?

Archime se dio por satisfecho en cuanto el molesto sonido procedente del anticuado ordenador de Shaco cesó. No prestó atención a la conversación que se desarrollaba escaleras arriba, que de todas formas apenas llegaba a sus oídos con tanta distancia de por medio y conintuó programando incansablemente. No levantó la cabeza ni siquiera cuando la sinhadre se sentó en otro de los sofás, pero salió con un respingo de su completa abstracción cuando la chica le dirigió la palabra.

Tardó unos segundos en procesar lo que le había dicho, ya que se encontraba totalmente absorto cuando le habló. Levantó la cabeza hacia ella mientras recordaba sus palabras, antes de volver a agacharla y seguir a lo suyo mientras le respondía.
—Prefiero continuar trabajando, el resto del día se suceden las distracciones con excesiva frecuencia —comenzó a hablar sin variar su monocorde tono y, tras una pausa, siguió hablando—. Has mencionado que somos diurnos. Asumo que tu suposición trata sobre nuestros hábitos de sueño. ¿Debo entender, entonces, que los sinhadres hacéis vida habitualmente durante la noche y dormís en horario diurno?

-Si. ¿No hay nadie más aqui?- "No hay nadie normal en este sitio?" era la pregunta correcta. Luego se decidió a hacer otra pregunta, al darle la sensación de que el chico bestia no parecía molestarse con ellas.- Y dime, si el día te distrae, y en la noche estas con el metal de tu brazo, ¿en que momento duermes?

Archime dejó de teclear momentáneamente al escuchar la pregunta de Anriel. ¿En qué momento dormía? Nunca pensaba demasiado en sus propios horarios de sueño, aunque hubiese evidenciado en voz alta que conocía las costumbres irrenses al respecto.
—Desde que comencé a ejercer como biomecánico, al parecer observaron en mí cierta tendencia a obviar el paso del tiempo mientras trabajo, por lo que a la persona que solicité para realizar la limpieza en mi taller los días pares, le encargaron que se ocupase de recordarme las paradas que debía efectuar para comer y dormir. Los días pares de madrugada existían dos posibilidades. La primera consistía en que el inicio del amanecer llamase mi atención y sucesivos bostezos me incitasen a acostarme durante unas horas. La segunda posibilidad era despertarse sobre la mesa de trabajo, no siendo consciente del momento en el que me sobrevenía el sueño —aunque había seguido tecleando mientras relataba aquellos detalles de su rutina, había hecho más pausas de lo habitual. Ello se debía a que el ingeniero comenzaba a echar en falta su casa, donde vivía y trabajaba sin descanso. Esto último era el motivo por el que realmente lo echaba en falta— Creo que eso responde a tu duda con cierta precisión, ¿no es así? —añadió tras unos segundos de silencio en los que había mirado fijamente hacia una pared para después seguir tecleando a ritmo frenético.

"Sí, significa que no duermes". Ri se quedó callada. Ya había observado que el biomecanico tendía a responder con demasiada precisión. Le daba cosa preguntarle por el signficado de ese título o profesión. Además, parecía ocupado. Pasaron unos pocos minutos antes de que le dijese:

-¿Y es hoy día par o impar?

—Hoy es día impar —respondió inmediatamente a su pregunta y de forma escueta, contrastando con sus innecesariamente largas explicaciones anteriores.
Y a continuación volvió a su trabajo ininterrumpidamente ya que Anriel no volvió a hacerle más preguntas. Aunque la chica no se movió del sitio, en ningún momento hubo muestra alguna por parte del irrense de que fuese consciente de que seguía teniendo compañía o de que le diese importancia alguna a su presencia, en vigilia o una vez hubo conciliado el sueño la muchacha. Hasta que volvió el dolor. Al principio ni siquiera se dio cuenta, pero cuando comenzaron a hacerse más notables, el irrense se levantó del asiento y volvió a visitar las letrinas, igual que la noche anterior. En esta ocasión no vomitó, pero Archime hubiese preferido el alivio que ello le había supuesto la noche anterior.

Volvió al sofá, para continuar con lo que estaba tratando de ignorar las molestias estomacales. Por suerte estas fueron remitiendo a lo largo de la noche gracias a que, como precaución, había ingerido una cantidad menor. Sin embargo, nada de esto impidió que sus propias explicaciones a la sinhadre se manifestasen en todo su esplendor. Y así es como Archime volvió a caer profundamente dormido de puro agotamiento exactamente en la misma posición que la noche anterior.

—Estás como una regadera, chaval —contestó al pelirrojo riendo, sin rastro alguno de reproche en su voz. Después, pasó de largo entró en la habitación que había ocupado la noche anterior para colocar la sábana en su cama, perdiéndose la disculpa del muchacho. Sin mucho más que hacer, se quitó las botas y decidió abandonarse al sueño tirándose en la cama.

El sueño llegó pronto, pero duró poco. De nuevo los llantos de los hijos de la ordesa retumbaban por todo el torreón, y Cío se planteó si sería mejor dormir en la armería «demasiado húmeda», o quizá en el piso superior «había pajarracos con mala pinta». Su única opción, y por la que optó durante un rato bastante largo, fue cubrirse la cabeza con la almohada. Pero no era eso lo único que le impedía dormir. La cena había sido insuficiente y había empezado a notarlo al despertar en medio de la noche. Cuando la ansiedad por ambas cosas fue superior a él, se levantó y enfiló las escaleras tratando de no hacer ruido. En los sofás se encontró tanto a Archi como a Anriel dormidos de cualquier manera, y no comprendía cómo podían preferir aquellos sillones a los camastros. Agradeció de todos modos que estuvieran dormidos, porque aunque él mismo sabía que había que racionar la comida, no podía evitar robar la rebanada de pan duro que cogió.

Antes de volver a su cama asomó el hocico a la habitación de Lara solo para volver a cerciorarse de lo de aquella mañana.
—¿Seguro que están bien?
Hubo suerte cuando, después, poco a poco aminoraron los llantos y logró dormir hasta que la luz lo despertó. Le costaría acostumbrarse a que entrase claridad por la ventana desde tan temprano, ya que siempre había dormido a oscuras. Tenía el vago recuerdo de haber sido despertado anteriormente con un nuevo grito matutino del pelirrojo, pero lo había conseguido ignorar maravillosamente gracias al cansancio. Se desperezó y bajó, mirando mal la ropa que llevaba puesta «quiero cambiarme… tiene que haber algo que me sirva mientras lavo esta».

Le dio los buenos días a quien se pudiese cruzar en la planta baja y vio que, en los sofás, el par de antes seguía durmiendo, Archi prácticamente en la misma postura que cuando todavía no había luz.
—Eh. Eh, despierta. —Zarandeó con suavidad al muchacho y miró a la sinhadre—. Os va a quedar la espalda hecha un cromo. Las camas no son de adorno, señores.
Después de decir aquello, fue a la cocina a ver qué podía llevarse a la boca.

Sin que aquella conversación llegara a tener más trascendencia, aceptaron sus disculpas y el aprendiz entonces no tardó en desaparecer del centro de atención. Se habia puesto a aquella tarea justo para evitar la atención y justo conseguia lo contrario. Esta vez si, con los cascos, siguio reordenando los archivos de su consola hasta entrada la noche. Visiblemente cansado y apagado, se fue a la cama, arrastrando los pies y bostezando sonoramente.
Al llegar al dormitorio de los primeros, se desplomó sobre la cama, tirandose en plancha y, casi al instante, se sumió en un profundo descanso que ningun ruido, llanto o pesadilla interrumpió hasta el final de este.

Y asi, revolviendose en su cama, el aprendiz soñó.

¡Feliz Año Nuevo! ¡El Año del Mono!:

Se despertó súbitamente. Recordando vagamente su sueño y un nombre Mei Hùlín. ¿Quién podria ser para él y porque le ocasionaba tanto dolor el recordarla? Sacudió su cabeza para eliminar aquellos pensamientos que tan solo le aportaban frustración.
Caminando frotándose los ojos, se acercó a la ventana y, como en anteriores ocasiones, vio el alba romper, el amanecer bañando su rostro y calentando su cuerpo. Se estiró y soltó gemido de placer al hacerlo. Entonces, inhaló una gran cantidad de aire y comenzó, de nuevo a gritar, para despertar a todo el torreón.
-¡YA ES DE DÍA! ¡ESTÁ AMANECIENDO! ¡ES DE DÍA!-comenzó a exclamar a lo largo y ancho del torreón.-¡Despertad de una vez, dormilones! ¡Tenemos un día lleno de pruebas y retos aguardando!-

Cargado de renovadas energías, el aprendiz bajó por las escaleras descolgándose hábilmente. Irrumpió en la cocina y sacó dos plátanos de las cestas. Pelándolos de manera eficaz comenzó a comer al unísono de ambos mientras bajaba a la armería. Para cuando llegó, solo quedaba la piel de estos, que volvió a arrojar por encima de su hombro, sin darle mucha importancia.
La estancia seguia tan o más desordenada como la última vez. Pero agradeció de que nadie hubiera movido de sitio el Bõ. En cuanto lo avistó, aquella mala sensación se apoderó de él de nuevo. Luchando contra ella, fue avanzando paso a paso hacia el desarmado bastón, como si tirase de él alguna poderosa fuerza intentando evitar que se acercara a aquel arma.

Se arrodilló ante ella y extendio sus brazos para cogerla, como quien trataria a un cadaver, con una mezcla de asco y respeto. La sensación se hacia cada vez más intensa y el aprendiz se mordió el labio para distrarse. NECESITABA aquel arma. Por mucho que le doliera. Era el arma con el que habia crecido y no podria defenderse bien sin ella.
Aquello le sorprendió. Acababa de recordar una etapa de su infancia, en la que se le habia entrenado con aquel tipo de arma y él y su bastón de madera roja eran inseparables, casi desde que habia empezado a andar, mucho después de que hubiera aprendido a trepar arboles. Sacudió la cabeza, pues no se pudo concentrar con aquella malestar en todo su cuerpo debido a la proximidad del arma. Actuando por instinto, o, como su maestro diria, por entrañas, se inclinó sobre el arma, adoptando una postura respetuosa de sumisión y le susurró muy bajo, casi como si fuera algún tipo de contraseña.
-... Mei Hùlín...-

Como por arte de magia, el malestar desapareció. El aprendiz se giró en circulos, poniendose de pie y riendo nerviosamente, sin todavia creerselo del todo. No recordaba quien podria ser Mei Hùlín, pero estaba seguro de que le estaba muy agradecido en estos momentos. Tragó saliva, todavia algo inseguro y se agachó a coger el arma, muy lentamente.
Como podia haber adivinado, se trataba de un acero púlcramente elaborado, sin apenas decoraciones, pero tan eficaz como los bõ de acero mas presuntuosos. Pudo apreciar tambien, como habia adivinado en un principio, que se trataba de un metal bastante flexible y pudo doblarlo ligeramente, formando un ligero arco curvo con el bastón. Sin embargo, sin la cabeza y la cola, aquel arma era poco más que una palo de metal. Sin la cabeza para dar golpes fulminantes o la cola para usarlo de pértiga, seria bastante futil que usara un bõ.
Como loco, se puso a revisar estantes, entre las pilas de armas, entre los cajones, debajo de las mesas, sillas. Aunque empleó gran parte de su mañana en ello, logró encontrar lo que buscaba. La cola, era de un metal más finamente labrado y estaba especialmente diseñado para suplir la parte de pértiga del arma más que en convertirlo en una lanza, pero en un caso desesperado podia emplearse como tal, aun sin estar afilada. La cabeza era de un peso considerable. Casi más de la mitad del peso del arma se iba en aquel instrumento que pesaba sus kilos. Lo remachó con el simple mecanismo de arma y contempló su manufactura.
De un diseño humilde revestido de bronce, la cabeza era la parte más pesada y elegante del arma que servia principalmente de peso y mazo y era la prioridad de esta a la hora de golpear. Pesaba lo suficiente como para obligar al aprendiz a blandirla con ambas manos casi siempre, solo pudiendo usar una mano si estaba usandola de apoyo y no como arma.
Finalmente armado su nuevo juguete, junto con el escudo, salió al patio, maldiciendo no tener ni pizza ni una bandana de colores a juego con las demás tortugas ninja.

El mediodía se habia pasado rápido, habiendo gastado casi toda su mañana montando, limpiando y arreglando su bõ, pronto la hora de la comida podia adivinarse cercana. El aprendiz habia estado aplicando sus conocimientos sobre el arma en juego. Salvo en el tema de lo ofensivo, descubrió la cantidad de virguerias y piruetas adicionales que podia hacier gracias a usar el arma como una pértiga, llegando a saltar más alto y más lejos que por su cuenta, pero, por desgracia, no era lo suficientemente fuerte para poder llevarsela consigo de salto a salto, así que tendria que entrenar arduamente para poder llevarla consigo mientras saltaba y así emplearlo en las salidas afuera como algo más que un arma.
Chorreando sudor por su esfuerzo, dió un alto a su entrenamiento de acrobacias y piruetas, clavándolo en un hueco entre la dura piedra, comenzó a escalarlo como si fuera un tronco fino. Pensando que podria vencerse en cualquier momento, tan solo se inclinó y aguantó el peso ligero del aprendiz con extrema facilidad. Riendo como mono el aprendiz gozó de su vista nueva desde las alturas, apoyado sobre el doblado palo durante unos instantes que bajó la guardia y este acabó venciendose, fruto de que no estaba bien asentado sobre el suelo, ya que era un patio de piedra.

Cayendo de espaldas, se golpeó un hombro y el aprendiz rodó sobre el suelo gimoteando alaridos de dolor.
-ITATATATATATATATATATATATA-

>> ¡Itatatatata es "¡Ay!" en japonés!
>> Nadie ha preguntado...

Ri miró sin ver a Cio. Parpadeo varias veces, tratando de despejarse, ¿Que hacía en el sofá y por qué no había subido? Se había quedado dormida durante la respuesta del chico-bestia, que recordaba con la vaguedad de un sueño. Y efectivamente le dolía la espalda. Shaco apareció gritando como la mañana anterior. "De día. Es de día" gimió mentalmente. Y el sol ni siquiera estaba muy alto. Sin decir nada se levantó y fue cojeando hacia el piso superior, buscando desplomarse sobre la cama vecina a Nero. El edeel dormía como una roca en el fondo del río. Ya podría habersele caído el techo encima, el estaba descansando.  No exenta de envidia, Anriel se echó en el colchón con la intención de recuperar un horario más logico. De vivir en la luminosidad sabía que acabaría deprimiendose.

Las horas de sueño nocturno le pasaron factura y la despertaron a mediodía. Nero ya no estaba a su lado, lo que podría fácilmente ser la primera vez que madrugaba más que ella.  Sin el menor interés en su paradero, bajó a la cocina, donde lo encontró jugando con la miel venenosa.
- Sabes lo que es.
- Sí, estaba delante en la explicación. Me gusta verla caer. -respondió volcando una cucharada sobre el tarro  y mirando el hilillo pegajoso con lo que parecía interés.
- Y ya has desayunado.- tampoco era una pregunta, porque en la cesta más cercana a él solo quedaban grillos en un bote y la miel, a simple vista. Nero despegó la vista de su entretenimiento para sonreír.
- ¿Eso era una acusación? Te estas volviendo poco sutil. ¿O te has levantado con mal pie?- bromeó, sin recibir otra cosa que desdén.- Pero me ofendes, yo siempre pienso en ti.- Le mostró un poco de pan y syv, que estaban apartados con  cara de cordero manso. La conversación no fue más allá,  y para cuando alguien entró en la cocina, Anriel se disponía a salir después de su frugal desayuno.

Archime se despertó sobresaltado. Hacía muchos años que nadie lo arrancaba de su sueño de aquella manera, porque el despertador mecánico con forma de escarabajo que había montado al poco de mudarse a su taller en Ío, sonaba todos los días a la misma hora de manera inclemente, independientemente de cuantas hubiese dormido su creador. Así lo había programado él mismo, y ya que disponía de aquel ingenio no había hecho uso de su ordenador para tal fin, por ello los dos días que llevaba en la ciudad lo habían despertado agentes externos.

Se le habían descolocado las gafas en un movimientro brusco que realizó al incorporarse, por lo que las colocó en su sitio metódicamente antes de levantarse del sofá. Las palabras de Cío resultaron ser irritantemente certeras y la espalda del programador se resintió en cuanto comenzó a ponerse en movimiento. Después de que Anriel desapareciese escaleras arriba, el irrense dirigió sus torpes y adormilados pasos hacia la cocina, con intención de proveerse de un desayuno con las calorías adecuadas. Se sentó sin dirigirle siquiera una mirada al irrense mayor, que también había decidido lo mismo que él.

Tras examinar minuciosamente los alimentos aún disponibles, eligió unas frutas de sabor dulce y las acompañó de uno de aquellos bollos que también había degustado la tarde anterior. Se detuvo unos instantes también para observar aquellas barras que había visto como Taro se las guardaba en más de una ocasión. La comida envasada de aquella forma solía contener bastantes calorías, por lo que decidió imitar la costumbre del carabés y guardó una de ellas en el interior de su bata, con intención de consumirla más avanzada la mañana y analizar los resultados.

Los gritos de Shaco interrumpieron el final del desayuno del programador, quien dirigó su mirada hacia el patio. El humano, al que había oído realizar desde su despertar su particular entrenamiento, parecía haber sufrido algún tipo de desequilibrio en sus maniobras y se encontraba como resultado tirado en el suelo.
—Tal vez Shaco necesite ayuda —comentó para quien estuviera para oírlo. Para Archime era demasiado evidente que él no podía resultar de mucha ayuda en una situación como aquella, por lo que no vio necesario aclarar por qué no se levantaba él mismo.

Cuando Nero y más tarde Anriel bajaron en dirección a la cocina, el irrense se encontraba sentado otra vez en el sofá, de nuevo enfrascado en su programa. Observó de reojo que el chico tocaba el bote de miel y recordó que aún no había comunicado a nadie el resultado de su experimento. Tras unos instantes en los que consultó consigo mismo lo que debía hacer, se levantó pesadamente del sillón y se acercó a la pareja.
—Definitivamente esa miel parece ser la causante del malestar estomacal. Aunque no hay ninguna prueba empírica de que resulte incompatible con otras especies diferentes a la irrense. Si alguien tiene intención de realizar la comprobación, le aconsejo ingerir una cantidad reducida.
Y tras decir esto, observó a Nero unos instantes, así como a Anriel, casi como si estuviera esperando que alguno de los sinhadres se ofreciesen a experimentar consigo mismos tal y como había hecho él ayer. Archime no animaría a nadie a ello, pero permanecería atento, sin duda, por si alguien denotaba interés en satisfacer su curiosidad.

La conversación en grupo se dio por finalizada, y todos comenzaron a movilizarse. Permanecí apollado en la pared, sin saber que hacer. Quería juguetear con la espada un rato más, pero tenía hambre y solamente me apetecía permanecer inmóvil. Todo tranquilo hasta que el chico robot vino hacia mí y preguntó por mi lugar de origen. Supongo que tendré que responder sin más...

Soy humano, y vengo de... la Tierra.

¿Por qué dudé en decir el nombre de mi mundo?

Dicho esto, el chico robot se fue sin decir palabra alguna. Lo agradecí en parte. Aburrido, decidí salir al patio en busca de un "escondite" para la espada. No quería por ningún motivo que me la robaran. Me había encariñado a ella totalmente, y aprendería a usarla sí o sí. Una vez ver que no había sitio normal donde poder guardarla, la dejé clavada en una parte a la sombra del torreón, y volví dentro.
Todo habría estado perfecto hasta que comencé a escuchar los gemidos de una película porno procedente de mi amigo el mono. Uno a uno, la gente del grupo comenzó a ir a curiosear. El pelirosa permaneció con el mono pendiente de cada detalle, mientras que los chicos robots y Lara se quejaron. Hacía tiempo que no veía alguna película o vídeo de ese tipo, pero ese no era un momento muy bueno al fin y al cabo.
Ignoré los gemidos como pude y permanecí sin hacer nada en la pared
Esperé hasta que la cena estuviera preparada. Cuando ya se preparó, aun que tuviera hambre, comí despacio para intentar dar con una buena oportunidad de disculparme y hablar ante todos. Pero mis planes se esfumaron cuando el chico de pelo carbón abandonó la habitación rápido. Puede que no tuviera nada que decirle a él, pero prefería explicarme ante todos. Fui de los últimos en terminar. Cuando la gran mayoría comenzaron a marcharse al piso superior, me acordé de que el torreón disponía de habitaciones. Y prefería dormir en aquel sitio y no repetir mi noche en el suelo. Si no fuera piedra, claro...
Encontré una habitación en aquel momento vacía en la que me eché en la cama con fuerza, y puse mis manos en la nuca observando el techo. Me habría dormido enseguida, de no ser por unos llantos interminables.
¿Había visto niños pequeños aquí? Cada vez estoy más zumbado...

En un corto tiempo en el que los lloriqueos cesaron, el cansancio me invadió. Y pude volver a soñar desde la última vez hace tiempo.

Sueño 1.:

Me desperté de golpe, casi pudiendo caer de la cama del bote. Jadeaba con fuerza y el sudor corría por todo mi cuerpo. Pálido, salí de la cama y bajé hasta la cocina, donde varios ya estaban levantados. Ignoré el grito del mono al completo. No estaba concentrado para cosas así. El chico robot tecleaba sin parar en su ordenador, y la pareja de nuevos del otro día comían el desayuno. Permanecí apoyado mirando el suelo, sin pensar en nada, mientras cada rato me rascaba el torso desnudo.

Se sirvió un desayuno competente y variado aprovechando estar a sus anchas en la cocina. Constó sobre todo de fruta, pero también de una rebanada de pan con queso y leche. Pensó que picoteando un poco de cada cosa se notaría menos que faltaba la comida. Aún con un par de frutas sin empezar salió al patio a sentir el sol en la cara. Para un irrense aquello era algo tan anómalo que le atraía como la miel a las moscas. Pero lo cierto era que los rayos del sol quemaban más de lo que esperaba, y tuvo que buscar una sombra a la que sentarse al poco rato. El humano pelirrojo llegó un tiempo después, con una vara metálica que le sonaba de la armería, y empezó a brindarle un curioso espectáculo con el que entretenerse. Lanzó las pepitas de la fruta por encima del muro y se quedó allí como un espectador mudo, con la música puesta de fondo. Realmente le impresionaba ver al chico en acción, le costaba no envidiar la facilidad con la que se movía.

Cuando se subió al palo ya le había dado la impresión de que estaba mal fijado al suelo, pero aun con esas lo pilló por sorpresa la aparatosa caída del muchacho. Probablemente se habría reído si Shaco hubiese aguantado el dolor, pero ignorar aquellos alaridos era imposible. Se levantó perezosamente y se sacudió la ropa mientras se acercaba al origen de los gritos.
—¿Estás bien… —«Sh… ¿Shico?»— chaval? —Le tendió la mano, mirándolo con una mezcla de lástima y diversión, en vista de que el chico, a fin de cuentas, seguía entero—. Deberías ir por la vida menos a lo loco, en serio.

Xalkoth se había despertado tarde, aprovechándose del hecho de que no hubiera horarios establecidos, y también de que nadie le riñera por dedicar más horas al sueño que las mínimas necesarias. Una parte de él le decía que debería darle vergüenza hacer el vago de esa forma, pero su vagancia siempre ganaba, y mientras nadie le echara la bronca por ello no tenía motivos para dejar de ser perezoso.

“Broncas...” El clinger todavía seguía extrañado de la que le habían echado el día anterior. “No lo entiendo. Eran más, eran reptiles y eran peligrosos. La acción lógica era la huida, de hecho ellos también huyeron al final. ¿Entonces por qué soy al único al que riñen?”
Desde luego Xalkoth no se arrepentía de su conducta, ni tenía intención de cambiarla. Lo único que de verdad lamentaba era no haber recogido alguna cesta antes de huir. Un error que no se repetiría.

Otra cosa que lo había dejado a cuadros había sido descubrir que muchos de ellos no habían recibido ningún tipo de entrenamiento, ya fuera de combate o de mera supervivencia. Era algo tan natural para el clinger que le había parecido impensable que otros no lo hicieran aun si esos otros no eran de su misma especie. "¿Y como es que no los han matado?"
Por si todo lo anterior no fuera bastante había comprobado que varios de sus compañeros mostraban un interés nada comprensible hacia la magia. De momento no le molestaba demasiado, pero si empezaba a notar que su rendimiento bajaba por perder el tiempo con ella tendría que tomar medidas.

Siguiendo el curso más lógico, lo primero que hizo fue bajar a desayunar algo a la cocina, donde ya había varias personas.

-¡Buenos días!- Saludó al tiempo que pillaba frutas y comenzaba a dar buena cuenta de ellas. 
-¿Hay planes de algún tipo? Si no los hay yo quería salir a explorar. Hay muchos lugares por descubrir y que no conocemos-

La noche pasaría difícil para Lara. Si bien sus niños decidieron no ser tan escandalosos como el día anterior, había un par de ellos que parecía tener problemas para dormir. En uno de los berrinches que pillaron, Lara vio pasar a Cio, quien le preguntó por sus pequeños. <<Awww, al final tiene su corazoncito y todo>>. A esas alturas, Lara ya sabía que la primera impresión que se llevó de él fue errónea. Ahora simplemente creía que era un buen chaval con un exterior un poco áspero. Y le debía una muy gorda, a él y también a su compañero de especie. <<Les haré un altar a esos calvos de narices chatas>>. Para cuando los niños acabaron por dormirse, Lara había tenido tanto tiempo para reflexionar, que al final decidió que no les haría un altar, sino una tarta de queso. Y con eso fue con lo que soñó.

Despertó con una sensación amarga, la típica de cuando pasas de ser la capitana pirata de un barco que nada en requesón con chocolate a una humilde y aburrida persona normal. Al menos si se obviaba el hecho de que ahora estuviera de aventura. Echó un vistazo a la cesta, en la que los niños todavía dormían, y decidió aprovechar para buscar en los baúles. Había guardado su cosplay de afin al viento bajo la cama para no mancharlo, pero si quería parecer una elegida de verdad, necesitaba un nuevo conjunto.

Al final, Lara había llevado varias prendas de ropa viejas hasta su cama. No tenían el mejor aspecto, pero Lara lo entendía. <<Las armaduras de piedra vibrante nunca están en los primeros cofres>>, por lo que se conformó de buen grado. Lo primero que arregló fue una sudadera, la cual cortó con su Diezdiez-acortación que decidió sobre la marcha para su Despellejadora 1010-, hasta que dejó unicamente el gorro, con los cordones que regulaban la anchura, y la tela que cubría la espalda. También había hecho unos agujeros a los lados de la capucha para poder sacar las orejas por ella. Las zonas por las que había pasado el cuchillo estaban deshilachadas, pero eso, para Lara, solo le añadía encanto a lo que ahora era su nueva capa.

La siguiente prenda que sufrió su furia de cosplayer armada fueron unos pantalones vaqueros. Si ya de por sí la ropa le estaba grande, esos no eran la excepción. Medían casi tanto como ella entera, así que tuvo que arreglarlos. Al final, de ellos solo quedó una pata que llegaba a Lara por debajo de la rodilla y otra que le llegaba por encima. No quiso que fueran asimétricos aposta, pero tampoco quedaban tan mal. Con una tira de tela vaquera que sobró y la maña que había adquirido con sus años de experiencia, Lara remató su traje haciéndose un lazo en principio de su cola.

Una vez que estuvo vestida, guardó los trozos que había cortado por si podía encontrarles algún uso nuevo y fue pasando a sus bebés de la cesta al marsupio, dándoles el beso de buenos días. Bajó de la habitación con expresión alegre, saludando por el camino a todo el que se encontrase, y paró en la cocina, donde ya desayunaban varios de sus compañeros elegidos. Con la sorprendente cantidad de energía que le confería estrenar disfraz, se hizo su vaso de leche y se sentó.

-Voy guapa, ¿eh?-de haber dudado que lo era, habría sido una pregunta. Pero Lara tenía el autoestima por las nubes y hasta sus michelines le parecían preciosos-. Es un traje de Renacida entre la mugre-había pensado en esa clase en especial para su partida en Rocavarancolia. Era un nuevo comienzo para ella y sus hijos y todo lo que habían visto hasta ahora era mierda, suciedad y sucedáneos, por lo que no le había costado demasiado esfuerzo caer en cómo llamarlo-. Y bueno, ¿de qué hablabais?-Lara tenía ganas de salir de nuevo, a pesar de los bocados. Aunque prefería buscar items o pociones en lugar de volver a por comida.

- Gracias, no tenía mayor interés en probarla.- aseguró Nero con una sonrisa inocente. Parecía no haber captado que el chico-bestia lo quería de experimento, pero lo sabía perfectamente. Sin mayor interés en envenenarse, salió hacia el patio. La espalda escocía y dolía a partes iguales, y la cara no estaba mucho mejor, pero no se mostró molesto.  Saludó a los presentes y se sentó a disfrutar del aire libre.
Ri estaba unos metros mas alla, en la cocina, sin ocultar su desconfianza al insecto e ignorando el nuevo aspecto de la madre de los llorones.
- Yo me abstengo de salir hoy.- dijo laconicamente antes de ir detras de su edeel.- hablan de salir a explorar, pero tu deberias quedarte aqui hasta que cicatricen las heridas.

- Preocupada?- dijo pícaro, Ri frunció los labios.- Pensaba quedarme, sí. Pero normalmente muestras menos interes en mi salud.- lo siguiente lo dijo en voz baja, solo para ella.- Miedo a quedarte sola aqui?

Anriel lo miró congelada unos segundos, antes de negar levemente con la cabeza. No había sido consciente hasta que él lo había dicho de que estaba vigilandolo mas que de costumbre. Nero se rió.
- Ah, el amor... - y se fue por donde había venido. Solo cuando supo que ya no le veía, Ri se permitió hacer algo que no hacia desde pequeña: pateó una piedra con rabia. En seguida el dolor agudo de su tobillo le recordó porque era una mala idea en muchos sentidos.

El aprendiz siguió rodando repitiendo la silaba "TA" tantas veces como creyó necesario hasta que escuchó unas pisadas llendo en su dirección. Estático, observó la figura del Edward Elric acercarsele en completo silencio. Extendió su mano para ayudarle a levantarse y el aprendiz no vaciló en cogerla y aprovechar su impulso.

Ruta Nº4: Cio

-Gracias Tio.-dijo, equivocandose con su nombre, como era de esperar. Lo siguiente que dijo, sin embargo,provoco otro tipo de reacción en él.Barriendose el polvo de encima, escuchó las palabras del irrense con una mezcla de diversión y confusión.-¿Loco? No, no... Yo no estoy loco... Solo mi realidad es diferente a la tuya.-le contestó, con una sonrisa de oreja a oreja que podia haber envidiado el mismisimo Chesire. Pero aquella sonrisa antinatural no duró mucho cuando su fachada siniestra se colapsó entre carcajadas de mono. Le palmeó el hombro amigablemente.
-¡Puedes ser bastante majo cuando quieres, eh!-y a continuación el guiñó un ojo, mientras inquietamente se movia a su alrededor.-Siempre en un segundo plano sin decir mucho... Empecé a pensar que te habiamos ofendido todos en otra vida.-y terminó en otra carcajada.

No dio cuartel al irrense en cuanto habia mostrado ese que pequeña muestra de simpatia y le arrojó otra pregunta.
-¿Y ahora que? Debe de quedar poco para la hora de la comida... ¿Tú no entrenas nada?-